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[Conferencia - Notas de la Conferencia dictada en Barranca]

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Notas de la Conferencia dictada en Barranca

Gracias, muchísimas gracias, por vuestros aplausos y vuestras aclamaciones. Yo sé que estos aplausos y estas aclamaciones son muy superiores a mis merecimientos modestísimos. I yo encuentro en vuestras demostraciones, más que un homenaje a mí, que no lo merezco, un homenaje a las ideas y a los estudios que yo represento ante vosotros.
Yo me felicito de hablar hoy a un público nuevo. I me duelo únicamente de que mi palabra carezca de brillo y de música. Porque os debo advertir que yo no soy un orador sino un hombre de estudio, un hombre de estudio, más habituado a tratar con las ideas que a coquetear con las palabras.
Yo he iniciado en la Universidad Popular de Lima un curso de conferencias sobre la historia de la crisis mundial. Mis conferencias en la Universidad Popular de Lima más que conferencias son, pues, clases. Yo diserto en la Universidad Popu­lar como un profesor y no como un retórico, no como un orador de teatro o de plaza.
Este curso de conferencias que yo he empeza­do a dictar en Lima tiene por objeto la explicación de la gran crisis que atraviesa hoy el mundo. Yo vulgarizo en ese curso las observaciones y los estudios de mis tres años y medio de vida europea. I yo difundo asimismo los ecos del pensamiento europeo contemporáneo.

A una de las conferencias asistió el señor José A. Polo. I este es el origen de mi visita a Barranca. El Señor Polo enalteció en Barranca, bondadosamente, mi labor en la Universidad Popular de Lima. I entonces el Club Olaya me invitó a ofrecer una o dos conferencias.
Ahora bien. Yo haré en esta conferencia, rápi­da y ligeramente, una exposición de las ideas generales que inspiran mi curso de conferencias de la Universidad de Lima. Yo os hablaré de la crisis mundial. El estudio de los grandes aspectos de esta crisis despierta actualmente vivo interés en todo el mundo. No se concibe en esta época una cultura moderna completa sin el conocimiento y sin la comprensión de la crisis mundial.
En la crisis mundial se están jugando los destinos del mundo. El desarrollo de la crisis interesa, por consiguiente, a todos los pueblos de la tierra. A los pueblos de América, a los pueblos del Extremo Oriente, a todos los pueblos que se mueven dentro de la órbita de la civilización europea. La crisis tiene como teatro central Euro­pa; pero la decadencia de las instituciones euro­peas significa la decadencia total de la civiliza­ción que representan. I el Perú, como los demás pueblos de América, se mueve dentro de la órbita de esta civilización.

Primero, porque estos países, aunque política­mente independientes, son económicamente co­loniales, ligados al capitalismo europeo o norte­americano. Segundo, porque europea es nuestra cultura y europeas son nuestras instituciones. I son precisamente estas instituciones y esta cultu­ra, que copiamos de Europa, las que en Europa están en un período de crisis definitiva, de decadencia total.
Nuestra civilización ha internacionalizado la vida de los pueblos. Ha creado entre ellos lazos materiales y morales que solidarizan su suerte. El internacionalismo no es sólo un ideal; es una realidad histórica. El progreso hace que los intereses las ideas, las costumbres, los regímenes de los pueblos se unifiquen y se confunda. El Perú, como los demás pueblos americanos, no está por tanto, fuera de la crisis mundial; está dentro de ella. La crisis mundial se ha reflejado ya en estos pueblos. Y se seguirá reflejando. Hace más de un siglo, cuando la vida de la humanidad no era tan solidaria como hoy, cuando faltaba entre las naciones el contacto tan inmediato y tan continuo que hoy existe, cuando no existían tantos medios de comunicación, cuando no había prensa rotativa, cuando los americanos éramos aún espectadores lejanos de los acontecimientos europeos, la Revolución Francesa dio origen a la guerra de la independencia y al surgimiento de todas estas repúblicas.

Hoy inevitablemente la transformación de la sociedad euro­pea se reflejará con mayor rapidez en la sociedad americana.
Hay personas que dicen que el Perú, y los pueblos latinoamericanos en general viven muy distantes de los acontecimientos europeos. Esas personas no tienen noción de la vida contemporá­nea; no tienen una comprensión, aproximada siquiera, de la historia. Esas personas se sorpren­den de que lleguen al Perú los ideales más avan­zados de Europa; pero no se sorprenden en cam­bio de que llegue el aeroplano, el transatlántico, el telégrafo sin hilos, el rádium. ¿Qué son el aero­plano, el transatlántico, etc? Son las expresiones del progreso material de Europa. I bien. Los ideales de transformación de la sociedad son la expresión del progreso moral de Europa. I nece­sitamos las creaciones de la industria europea. Nada más cómico que aquella gente, que después de caricaturizar la moda europea, tiene horror del pensamiento europeo.
La crisis europea es, repito, una crisis defini­tiva, una crisis total. Es la crisis de nuestra orgu­llosa, arrogante y potente civilización. Los prin­cipales aspectos de esta crisis son: el económico, el político y el ideológico o filosófico.

La causa de esta crisis es, aparentemente, la gran guerra. Pero la crisis, en realidad, estaba en incubación desde mucho antes. La guerra fue la explosión de la crisis, fue su desencadenamiento. Claro que la guerra ha sido, al mismo tiempo, efecto y causa. Porque, producida por la crisis, ha venido a agra­var, a ahondar, a hacer irremediable la crisis que la originó y que la generó.
Los efectos de la guerra se manifiestan, sobre todo, en el aspecto económico de la crisis mun­dial. La guerra ha destruido una ingente cantidad de riqueza social. Un estadista europeo, Caillaux, calcula en un millón trescientos mil millones de francos lo que se ha gastado en la guerra Este millón de millones pesa sobre el presente y el porvenir de las naciones europeas. Su servicio exige noventa mil millones anuales. Naturalmen­te, los países vencidos no pueden pagar sino en muy mínima parte los gastos de la guerra. I ni aún esa mínima parte pueden resistirla sin la inminencia de la bancarrota y de la ruina total. Asistimos, por eso, no sólo a la lucha entre ven­cedores y vencidos por arrancar a estos una con­tribución enorme, sino a una lucha no menos terrible entre las dos clases sociales antagónicas, entre el capital y el trabajo, por liberarse, respec­tivamente, del peso de las deudas dejadas por la guerra.

Las naciones europeas no sólo se encuentran frente a la necesidad de pagar las deudas de la guerra sino también de reconstruir las ciudades, las fábricas, devastadas por la guerra y de indem­nizar a las viudas, a los huérfanos y a los inváli­dos. Los muertos de la guerra han sido diez millones. A los deudos de los caídos en las trin­cheras, el Estado les tiene que auxiliar con una pensión. Igualmente, a los inválidos de guerra, a los tuberculosos de guerra, les debe socorro y asistencia. Sobre la caja de los Estados europeos pesa, pues, una carga enorme. Las deudas, la reconstrucción de los territorios devastados, las pensiones de las viudas, los huérfanos y los invá­lidos. ¿Cómo cubrir estos gastos aplastantes? Europa no puede pensar en empréstitos, porque no hay quien quiera prestarle un centavo. Tiene pues que cargar sola con las ingentes obligacio­nes. El capital quiere abrumar de impuestos al trabajo. El trabajo quiere endosar esos impuestos al capital. Entre las clases sociales se entabla así una lucha desesperada, una lucha sin tregua. I el mismo forcejeo se entabla entre las naciones vencidas y vencedoras. Francia quiere que Ale­mania la indemnice largamente. Pero Alemania no puede pagar los millares de millones que Francia exige de ella. En represalia Francia ocupa el territorio del Ruhr, una rica zona minera e industrial de Alemania; pero esta ocupación desorganiza la producción alemana, aumenta la ruina y la bancarrota alemana y disminuye, por consiguiente, las probabilidades de que Alema­nia pague.

Estos conflictos económicos originan análo­gos conflictos políticos. La lucha de clases la lucha entre el capital y el trabajo no se libra únicamente en el terreno económico sino princi­palmente en el terreno político. Las clases traba­jadoras quieren conquistar el poder político, po­ner fin al dominio de las clases capitalistas, instaurar el régimen socialista. I las clases capita­listas se defienden, naturalmente, con todas las armas posibles. Ya no tienen fé en las armas legales y recurren a las armas extralegales. Se sienten legalmente débiles para resistir los asaltos de las masas. I apelan para rechazarlos a la violen­cia. Así vemos, en Italia, al fascismo instaurar una dictadura violenta que constituye una negación de la democracia. Pero, defendiéndose así, las clases conservadoras, las clases capitalistas, des­acreditan y destruyen con sus propias manos las instituciones y los principios sobre los cuales se basaba su dominio.

Pasemos a otro aspecto de la crisis: el ideoló­gico, el filosófico. Todo sistema social, toda sociedad, toda civilización reposa sobre un siste­ma de ideas, sobre una base ideológica, sobre un pensamiento filosófico que constituye su base y su raíz. Mientras estas ideas conservan su poten­cia y su autoridad, la sociedad, la civilización, la sociedad que sustentan se mantienen vitales y robustas. Pero cuando esas ideas, esas creencias vacilan, el edificio social que sobre ellas se ha construido se viene abajo irremisiblemente. I esto es lo que ocurre a la sociedad actual, a la civiliza­ción actual. La filosofía, la ideología, la base, el cimiento de esta sociedad se hallan actualmente en crisis. Dominan en el mundo nuevas filosofías, filosofías de duda, filosofías de negación, filoso­fías de escepticismo, que son el síntoma elocuen­te de la decadencia de nuestra civilización. Voso­tros habéis oído hablar seguramente del relativismo. El relativismo no es la sola teoría de la relatividad de Einstein. Es una escuela, un movimiento filosófico sobre el cual se erige la sociedad contemporánea. Actualmente está en revisión nuestra concepción del universo. I esto es muy trascendental.

Vivimos, en suma, una época emocionante, una época grandiosa, una época dramática de la historia del mundo. En la historia del mundo de nuestra época tendrá una importancia no menor que la del advenimiento del cristianismo verbi­gracia. Hay ya muchos pensadores que comparan el actual período de la historia europea con el período de la decadencia romana. Guillermo Ferrero en su libro "La Ruina de la civilización antigua", presagia que Europa se encuentra a la hora actual en la situación en que estaba el impe­rio romano al comienzo del siglo III cuando súbitamente se desplomó. I Keynes ha dicho que "Pocos se rinden cuenta de que la organización económica por la cual ha vivido Europa durante el último medio siglo era esencialmente extraordinaria, inestable; compleja, incierta y temporaria".
Presenciamos actualmente la disgregación de la sociedad vieja; la gestación, la formación, la elaboración lenta, dolorosa e inquieta de la socie­dad nueva. Todos debemos fijar hondamente la mirada en este período trascendental, fecundo y dramático de la historia humana. Todos debemos elevarnos por encima de los limitados horizontes locales y personales para alcanzar los vastos horizontes de la vida mundial. Porque, repito, en esta gran crisis se están jugando los destinos del mundo. I nosotros somos también una partícula del mundo. Si un régimen de injusticia, de explotación, de inequi­dad se afirma en Europa, se afirmará también en América. I, por consiguiente, tendremos que sufrirlo en el Perú. En cambio, si surge un régi­men de justicia, de igualdad y de armonía, surgirá también entre nosotros.
Yo me dirijo, sobre todo, a los trabajadores a los proletarios, a los humildes, a los que de una transformación de la sociedad y de sus leyes aguardan el reino de la justicia y de la fraternidad entre los hombres.

José Carlos Mariátegui La Chira

[Conferencia - Deber de la Juventud Contemporánea]

La inquietud, la curiosidad de la juventud contemporánea. Que esta generación se muestre sensible a la nueva realidad humana es un fenómeno histórico, es un hecho natural. Spengler dice que un pensamiento, representativo de "una época de la humanidad no puede ser comprendido sino por una generación que nazca con las disposiciones necesarias". Las generaciones viejas carecen de aptitud para comprender y, sobre todo, para adherirse a las ideas revolucionarias. Es una cuestión de sentimiento; no es una cuestión de inteligencia ni de cultura. Es sugestivo y revelador el hecho de que las nuevas falanges universitarias no tengan la orientación intelectual de las generaciones pasadas. Y que su leader no sea un estudioso de la historia ni un poeta sino un espíritu de vanguardia.
Definamos la Revolución. Cómo sabemos que vivimos una época revolucionaria. Las señales de la gravidez revolucionaria son innumerables. Hay una serie de hechos que la afirman y la expresan. Declina el regimen burgués, con sus instituciones económicas, políticas, con su arte y su filosofía. La guerra ha legado una serie de problemas que el regimen burgués no puede resolver dentro de su teoría. La democracia burguesa se siete impotente para resolverlos democráticamente. Recurre, por eso, a la fuerza, a la violencia. Brotan el fascismo, el directorio, el putschismo pangermanista. Se agita el Orient. Millones de hombres, adormecidos, anestesiados durante siglos, salen de su inercia. La revolución es un fenómeno de la civilización occidental que se refleja también en los pueblos de otras civilizaciones. Es, además, evidente. No es posible dudar de ella hoy que los laboristas desalojan a los dos partidos que se alternaron clásicamente en el gobierno de Inglaterra. Hoy que los soviets son reconocidos de jure.
Los incomprensivos tratan de limitar la revolución a los confines europeos. Pero Europa no representa un continente sino una civilización. Hemos aprendido en Europa la idea de la democracia. No puede sernos indiferentes el hecho de que esa idea esté en crisis en Europa. La civilización occidental ha internacionalizado la vida humana. Una de las características de nuestra época es la propagación universal, fluída, de las ideas y las emociones. Cuando la vinculación humana era menor repercutió entre nosotros la revolución francesa.
Porqué se llama Social la Revolución.
Su grandeza no pude ser comprendido por los viejos. El debe de la juventud peruana. El deber de la mujer.
El deber de nuestra generación. Volteemos las espaldas al pasado.

José Carlos Mariátegui La Chira

Notas de la conferencia La revolución hungara

Programa: -La Revolución Húngara. -El conde Karolyi. - Bela Kun. -Horthy

Estos tres nombres sintetizan las tres fases, de la revolución insurreccional y democrática, comunista y proletaria, reaccionaria y terrorística.- Aquí, donde se conoce mal la revolución rusa, se conoce, menos todavía la revolución húngara.

El proceso de la revolución húngara es, en sus grandes lineamientos, el mismo de la revolución alemana y austriaca. Pero tiene algo de fisonómico, de particularmente propio: el separatismo, el nacionalismo húngaro.

Ante la ofensiva victoriosa de los italianos en el Piave, los checos y los húngaros tiraron imprevistamente las armas. Se inició así la revolución húngara. -Esta insurrección militar no fue seguida inmediatamente de una insurrección proletaria. El proletariado carecía aún de una sólida consciencia revolucionaria clasista.

Karolyi. -Este gobierno, emergido de la insurrección del 31 de Octubre, fue un gobierno de la burguesía radical coaligada con la social-democracia. -Karolyi fue, en cierta forma, el Kerensky de Hungría. Pero menos sectario, más revolucionario, más interesante, más sugestivo.

Al gobierno de Karolyi —no obstante la disimilitud moral entre uno y otro leader— le acontecía aproximadamente lo que al de Kerensky.

Simultáneamente, la situación internacional conspiraba también contra el gobierno de Kerensky. -Llego un día fatal. Notificación de que las fronteras de entonces de Hungría debían ser consideradas como definitivas. -Karolyi no podía someterse a estas condiciones. No le quedó más camino que la dimisión.

Surgió así el gobierno de Bela Kun. El 21 de marzo de 1919. A la creación de este gobierno concurrieron comunistas y social-democráticos. Este es el signo que distingue la revolución húngara de la rusa. Pero esto era también debilidad. El partido social-democrático no tenía suficiente educación revolucionaria. Viejos elementos sindicales, desprovistos de capacidad y voluntad para colaborar solidariamente con los maximalistas. -¿Por qué colaboraron y participaron decisivamente a la revolución? Se vieron en la necesidad de elegir entre la revolución comunista y la reacción feudalista y aristócrata. -En cambio de su adhesión al programa de los comunistas, no demandaron sino el derecho a participar en su realización. Era una demanda lógica. Los comunistas accedieron a ella. Este fue su primer error. El gobierno sovietista de Hungría resultó hibrido, mixto, compuesto.

Bela Kun desarrolló, en gran parte, el programa económico y socia proletariado. Expropiación de los latifundios, medios de producción establecimientos industriales. Los fundos, entregados a los campesinos, organizados en cooperativas de producción. Se atendió solícitamente a las victimas de la guerra, no satisfechas por Kerensky, entrabado por sus miramientos y respetos. Los inválidos, viudas, etc, socorridos. Los sanatorios de lujo, hospitales comunales. Los palacios, destinados a los inválidos, viejos y niños enfermos. Simultáneamente se re organizaban la instrucción publica, la cultura, para convertirlas en instrumentos de educación, socialista.

Pero contra Bela Kun conspiraban de una parte el escepticismo y la resistencia social-democráticos; de otra las potencias vencedoras. Miraban en Hungría un peligroso foco de propagación. Los social-democráticos limitaban las medidas contra los preparativos y complots reaccionarios.

La revolución era atacada, en dos frentes: externo e interno.

En estas condiciones, llegó la mitad de abril. Rumania invadió Hungría. El ejército checo a 70 u 80 millas de Budapest. -El 2 de mayo, en una sesión dramática del consejo obrero de Budapest, Bela Kun expuso la situación. El consejo voto por la resistencia a todo trance. Los obreros constituyeron un ejercito rojo que contuvo a los rumanos y derrotó a los checos. El instante se tornaba critico para la ofensiva aliada. La diplo macia aliada cambió de táctica. Invitación a Turquía a retirarse del territorio checo; en compensación, retiro del ejercito rumano Tibisco.

El ejército rojo, disgustado y deprimido en su voluntad combativa, se retiró de Checo Eslavia. Sacrificio inútil. Los aliados no cumplieron su compromiso. Esta decepción, este fracaso, descorazonaron al proletariado, cuya fe era minada por los social democráticos, quienes empezaban a negociar secretamente con los diplomáticos aliados.

La reacción, entre tanto, se aprestaba para el asalto. El 24 de junio los reaccionarios y 300 oficiales alumnos de la escuela militar se adueñaron de los monitores del Danubio. Los tribunales trataron con excesiva generosidad a los sediciosos.

El regimen continuaba luchando con enormes dificultades. Escaseaban las provisiones. Bela Kun decidió entonces ofensiva contra los rumanos. Pero esta ofensiva, iniciada el 20 de julio, no tuvo suerte. Este revés militar condenó a muerte al régimen. Los aliados prometieron el reconocimiento de un gobierno-social-democrático. Pusieron como precio la eliminación de los comunistas y la destrucción de su obra. El partido social democrático y los sindicatos aceptaron las condiciones. El 2 de agosto el consejo de comisarios del pueblo abdicó.

Lo reemplazó un gobierno social-democrático. Para contentar a los aliados derogó las leyes comunistas. Restableció la propiedad de las fábricas y latifundios, la libertad de comercio, en sus cargos a los funcionarios de la administración burguesa. -Con todo no duró sino tres días. Vencida la revolución, el poder tenia que caer en manos de la reacción. Los social-democráticos no podían resistir la ola reaccionaria.

Asi empezó el martirio del proletariado húngaro. El terror blanco asoló Hungría. Se ensañó contra los comunistas, social-democráticos, hebreos finalmente contra los propios burgueses sospechosos de devoción liberal y democrática. Pero se encarnizó contra el proletariado. En las regiones transdanubianas, algunas localidades verdaderamente diezmadas. -Innumerables trabajadores fusilados; otros encarcelados; otros obligados a emigrar. A Austria, a Italia, llegaban todos los días contingentes de prófugos. Viene, llega de refugiados.

Toda descripción, pálida. A partir de agosto de 1919 se ha sucedido los fusilamientos, procesos, mutilaciones, saqueos, como medios de represión y de castigo del proletariado. Ha sido necesario que la sed de sangre se calme y que un grito de horror la cohíba, para menes y las persecuciones disminuyan y enrarezcan. Tengo a la mano un libro que contiene algunos, relatos. (Página1/3)

Pero estos relatos podrían parecer exagerados. Se dirá que esta es una versión italiana, tropical. Más las mismas cosas han sido contadas por una comisión de los Trade Unions y del Labour Party, que visitó Hungría en mayo de 1920. La formaban el Coronel Wedgwood, de los comunes, y cuatro más. No pudo recorrer toda Hungría. El informe es, por consiguiente una narración benévola. Peca de moderación, peca de optimismo. Sin embargo, corrobora las afirmaciones del libro italiano. -En esa época, el numero de presos era al menos de 12.000. Horthy confesaba que tenia encarcelados a 6000.

El informe contiene varias anécdotas atroces. Una de ellas, el caso de la señora Hamburger.

Ya sabéis como actué el terror blanco en Hungría. El gobierno de Horthy, visión pavorosa de la edad media. No en balde sus características son, precisamente, las de intentar restablecer el feudalismo. -Horthy gobierna Hungría como regente, porque para la reacción Hungría sigue siendo un reinó. Hace un ano Carlos de Hamburgo fue llamado por los monarquistas.

De hecho, el régimen de Horthy es un regimen absoluto, medioeval. Es el dominio del latifundio sobre la industria; del campo sobre la ciudad. Hungría está empobrecida. La miseria es apocalíptica. -Pero un periodo de reacción no puede ser sino transitorio. Una nación no puede retrogradar a un sistema bárbaro y primitivo. La tendencia de las fuerzas productivas, la relación con las demás naciones, no consienten la regresión a un regimen anti-industrial y anti-proletarío. -Gradualmente, se reanima el movimiento proletario húngaro. Horthy no es sino un episodio.

José Carlos Mariátegui La Chira

Pablo Iglesias

La figura de Pablo Iglesias domina la historia del partido socialista español. Iglesias ha ocupado hasta su muerte su puesto de jefe. El partido socialista español es una obra suya. Los intelectuales, los abogados que, enrolados en sus filas en su periodo de crecimiento, constituyen presentemente su estado mayor, no han sabido renovar su espíritu ni ensanchar su programa. Han adoptado la teoría y la práctica del antiguo y patriarcal tipógrafo.
Esto quiere decir, sin duda, que el edificio construido por Iglesias en su austera y paciente vida es un edificio sólido. Pero nada más que sólido. Trabajo de buen albañil más bien que de gran arquitecto. Iglesias se preocupó sobre todo de dar a su partido un crecimiento seguro y prudente. Se propuso hacer un partido; no una revolución.
El mérito de su labor no puede ser contestado. En un país donde el industrialismo, el liberalismo, el capitalismo tenían un desarrollo exiguo, Iglesias consiguió establecer y acreditar una agencia de la Segunda Internacional, con el busto de Karl Marx en la fachada. En torno del busto de Marx, sino de la doctrina, agrupó a los obreros de Madrid, separándolos, poco a poco, de los partidos de la burguesía. Organizó un partido socialista, fuerte y compacto, que con su sola existencia afirmó la posibilidad y la necesidad de una revolución y decidió a muchos intelectuales a colocarse al flanco del proletariado.
En esta obra, Iglesias probó sus condiciones de organizador. Era de la estirpe clásica de la Segunda Internacional. Se puede encontrar vidas paralelas a la suya en todas las secciones de la social-democracias pre-bélica. Como Ebert, procedía del taller. Sabía bien que su misión no era de ideólogo sino de propagandista.
Para atraer al socialismo a las masas obreras, redujo las reivindicaciones socialistas casi exclusivamente al mejoramiento de los salarios y a la disminución de las horas de trabajo. Este método le permitió crear una organización obrera; pero le impidió insuflar en esta organización un espíritu revolucionario. La táctica de Pablo Iglesias, por otra parte, parecía consultar solo las condiciones por las tendencias de los obreros de Madrid.
Únicamente en Madrid llegó el socialismo a representar una gran fuerza. El partido socialista español podía haberse llamado en verdad partido socialista madrileño. Iglesias no supo encontrar las palabras de orden precisas para conquistar al proletariado campesino. Y ni aún en el proletariado industrial supo prevalecer. Barcelona se mantuvo siempre fuera de su influencia. El proletariado catalán adoptó los principios del sindicalismo revolucionario francés, más o menos deformados por un poco de espíritu anarquista.
El partido socialista habría podido, sin embargo, asumir una función decisiva en la historia de España cuando la guerra inauguró un nuevo periodo histórico, si la preparación espiritual y doctrinaria de sus masas y sobre todo de su categoría dirigente hubiese sido mayor. La guerra aceleró el proceso de anquilosamiento de los viejos partidos españoles. Luego, la revolución rusa sacudió fuertemente los ánimos. Entre los intelectuales se propagó un sentimiento filo-socialista. Pero esta situación sorprendía impreparado al partido de Pablo Iglesias. Y los elementos intelectuales que se habían incorporado en él no eran capaces de tomar en sus propias manos el timón. El momento que se planteó la cuestión de la adhesión a la Tercera Internacional la gran mayoría del partido se manifestó dispuesta a continuar todavía empleando el viejo recetario de Iglesias.
Iglesias desconfiaba un poco de los intelectuales. Temía sin duda entre otras cosas que transtornasen y transformaran su política. Pero en sus últimos años la experiencia debe haberle demostrado que los intelectuales eran bastante inferiores a ese temor. La prosa política de Besteiro, Largo Caballero, Fernando de los Ríos, etc. Es más literaria y más elegante que la de Pablo Iglesias pero en el fondo no es más nueva. El partido socialista español no ha logrado franquearse un nuevo camino.
La situación actual de España parece favorecerlo. Los elementos jóvenes de la pequeña burguesía no pueden ya dejarse seducir por los gastados y ancianos señuelos de las izquierdas burguesas. El partido socialista, libre de las responsabilidades de la vieja política, resulta un campo de concentración en el cual muchos de los que tratan de desentrañar oportunamente el porvenir comienzan a poner los ojos. La quiera del anarco-sindicalismo, que ha perdido a sus conductores más dinámicos e inteligentes, coloca a los obreros ante el dilema de escoger entre la táctica socialista y la táctica comunista.
Pero para moverse con eficacia, en esta situación, el partido socialista necesita más que nunca un rumbo nuevo. Con Iglesias, con Ebert, con Branting, etc. Ha tramontado definitivamente una época del socialismo. En estos tiempos en que la burguesía, sintiéndose seriamente amenazada, deroga o suspende sus propios códigos, no sirve de nada la certidumbre de poder ganar, por ejemplo, en las próximas elecciones, las diputaciones de Madrid.
Pablo Iglesias desaparece en un instante en que a su partido le toca afrontar problemas insólitos. Para debatirlos y resolverlos acertadamente, su experiencia y su consejo no eran ya últimamente, no eran ya útiles. El proletariado español debe buscar y encontrar, por sí mismo, otro camino. Puede ser que en alguna de las cárceles de Primo de Rivera esté madurando el nuevo guía.

José Carlos Mariátegui.

José Carlos Mariátegui La Chira