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El libro y las aventuras de Fernando Ossendowski [Recorte de prensa]

El libro y las aventuras de Fernando Ossendowski

La crónica literaria del año último contiiene una estruendosa anécdota editorial: el proceso del libro "Bestias, Hombres y Dioses" del profesor polaco Fernando Ossendowski. Una revisión sumaria de las piezas de este proceso puede interesar a nuestro público. El libro de Ossendowski, lanzado en el mercado español con el mismo estrépito que en los demás mercados, es ya un libro asaz conocido entre nosotros. Al menos, entre las personas enteradas de las novedades literarias. "El Sol" de Madrid, publicándolo como folletón, ha concurrido a darle una extensa difusión hispanoamericana.

"Bestias, Hombres y Dioses" apareció, en el curso del año, traducido a las principales lenguas, europeas en las vitrinas de todas las grandes librerías de Europa occidental. El título bastaba para atraer la atención de la gente que busca, en la literatura contemporánea, manjares nuevos y extraños. ¿"Bestias, Hombres y Dioses"? No podía llamarse así un libro común. El "menú" de las casas editoriales ofrecía inequívocamente, en este caso, un plato insólito. La faja que ceñía el volumen anunciaba una ''odisea verídica más interesante mil veces que los viajes de Marco Polo". El público no podía dudar de que se encontraba ante una "gran atracción" del año literario.

Todos los detalles de la presentación eran de factura norteamericana cosa muy natural. El "suceso" del libro había sido cuidadosamente preparado en los Estados Unidos. Mr. Lewis Staton Palen, su editor y traductor al inglés, organizaba y dirigía la "réclame", aplicando a esta empresa todos les procedimientos de la técnica yanqui.

"Bestias, Hombres y Dioses" pasaba por un producto más o menos polaco o, mejor aún, eslavo; pero en realidad, editorialmente, se trataba de una mercadería norteamericana. La marca de fábrica registrada decía: Copyright by Lewis S. Palen.

Pero estas circunstancias, un tanto disimuladas, no impresionaban el apetito del público, ávido de saciarse del "plato del día", sin muchos escrúpulos respecto a su cocina. El tema del libro tenía todas las seducciones posibles de tiempo y de lugar. Se trataba de las bizarras y terribles aventuras vividas por un sabio polaco en el caótico y abstruso Oriente, invadido y estremecido por el bolchevismo. En el mundo del espeluznante relato se reunían, y se combinaban, los elementos más adecuados para excitar y cautivar el gusto del público moderno: eslavismo, orientalismo, budismo, ocultismo, misticismo, bolchevismo. Y todos estos ingredientes, sagazmente dosificados, no eran esta vez servidos en una novela de verosimilitud sospechosa, sino en un diario de viaje, con tono de documento científico e histórico. "Esta serie de aventuras terribles y apasionantes —escribe Mr. Lewis S. Palen, en la introducción del libro— parece a ratos demasiado audaz en sus colores para ser real, o siquiera posible, en nuestra época. Yo debo, por consiguiente, advertir al lector, desde un principio, que Fernando Ossendowski es un sabio y un escritor cuya experiencia y hábitos de observación minuciosa son una garantía de exactitud y de verdad". "Bestias. Hombres y Dioses" estaba escrito, además, en el estilo, aunque sin la precisión, de un diario de viaje. Y, para que no le faltase ningún atributo de seriedad, los editores habían cuidado de anexarle una carta geográfica de la Siberia, la Mongolia, el Tibet y la Manchuria, con el itinerario de la odisea de Ossendowski marcado en rojo.

El libro habría conservado por mucho tiempo este prestigio, si los hombres de ciencia europeos, poco satisfechos de la garantía norteamericana, no hubiesen denunciado la calidad de la manufactura. Ossendowski fue acusado de mistificación y de impostura por las críticas, casi simultáneas, de tres profesores de diversas nacionalidades y diferentes ciencias. El doctor George Montandon escribió una refutación geográfica del relató de Ossendowski, remarcando y analizando, con incontestable competencia la inverosimilitud de varias jornadas del fabuloso viaje del profesor polaco, fugitivo de la Siberia bolchevizada. Las distancias indicadas por Ossendowski eran, en no pocos casos, escandalosamente erróneas; y el tiempo en que Ossendowski pretendía haberlas recorrido 165 a 185 kilómetros diarios a caballo y por ásperas rutas aparecía completamente inaceptable. Sven Hedin de Stockolmo autor del libro "De Pekín a Moscú", descubrió en "Bestias, Hombres y Dioses" errores históricos y geográficos de gruesas proporciones. Y el profesor Wendling, de Ludwigsburg, contestó toda la cronología del libro en una requisitoria formulada con minuciosidad implacable y tudesca. Los traductores y editores de Ossendowski ensayaron débilmente algunas maniobras de defensa. Mas Ossendowski, acosado por sus críticos, que lo trataban de impostor, charlatán y alucinado, tuvo que retroceder ante el ataque. "Mi libro —confesó en una carta del 22 de noviembre al Journal Litteraire"— es una novela que yo no me habría permitido jamás presentar a una sociedad científica. Bien podía yo haber escrito este libro sin antes haber visitado nunca ni la Mongolia ni el Tibet».

El episodio más interesante de este proceso se desarrolló en la redacción de la revista "Nouvelles Litteraires", de París. Ossendowski y su acusador el doctor Montandon comparecieron, en la redacción de esa revista, ante una improvisada corte de asises. El doctor Montandon, en el rol de Fiscal, pronunció una rigurosa y documentada requisitoria. Pierre Benoit y Henri Massis hicieron de abogados del acusado. Y Ossendowski se atrincheró en el argumento de que su libro no constituía un relato científico, insistiendo, naturalmente, como no podía dejar de hacerlo, en la realidad de sus aventuras y andanzas. El acta de la reunión, redactada con sagacidad y eclecticismo muy franceses, establece que "la obra de Ossendowski, como él mismo lo ha declarado a las sociedades geográficas de París y de Londres, así como a otras sociedades, no es de orden científico, sino una obra compuesta de elementos relativos a impresiones personalmente vividas o a relatos recogidos por el escritor". Agrega el acta que "contrariamente a las deducciones sacadas por M. Montandon de la cronología del libro, M. Ossendowski mantiene que ha estado en el Tibet (parte Norte), lo que M. Montandon continúa contestando».

El verdadero carácter de "Bestias, Hombres y Dioses", quedó así fijado. El señor Fernando Ossendowski, profesor de ciencias exactas, ingeniero de minas, técnico en cuestiones industriales, no ha escrito, como sus editores y traductores trataban de hacer creer al público, un relato científico e histórico de su vida en Mongolia y el Tibet, sino, como al interés de los mismos comerciantes y del propio escritor polaco convenía, un relato novelesco e imaginativo. En este género, el profesor polaco ha debutado con un sonoro éxito editorial y con algún éxito literario. Las escenas de la Mongolia del libro de Ossendowski son interesantes. Mucho más interesantes que las escenas del terror bolchevique en Siberia y Mongolia, escritas con una intención demasiado evidente y vulgar de detractar a los bolcheviques. El profesor Ossendowski ha tratado, a este respecto, un argumento explotado con más imaginación por muchos escritores de la prensa sensacional y folletinesca. Y, en cuanto al viaje al Tibet, literariamente resulta también inexistente. No hay en el libro ninguna escena viviente, ninguna emoción vigorosa de este viaje de cerca de tres meses por ese país abrupto, misterioso e inasequible. Ossendowski pasa como sobre ascuas en esta parte de su aventura. Lo que me mueve a creer, no obstante todo lo que su viaje tiene de imaginario, que la imaginación literaria de Ossendowski es bastante modesta y limitada en sus creaciones. Las mejores impresiones del libro son, sin duda, las más verdaderas. La figura del barón Ungern von Sternberg es la única que vive patentemente en algunas escenas de "Bestias. Hombres y Dioses".

¿Por qué? Probablemente por haber sido la más verídicamente comprendida y reflejada. Los hechos mediocres, los hechos inventados, carecen de vida. La realidad se ha vengado de Ossendowski en la ficción.

Ossendowski, sin embargo, alentado por el éxito de "Bestias; Hombres y Dioses", se propone escribir otras novelas. El número de marzo de "Europe" trae una entrevista de un escritor de esa revista, en la que el profesor polaco declara: "En Polonia los editores se han preguntado si no podría suministrarles libros de viaje y de aventura. Tengo la intención de escribir relatos sobre Marruecos, después sobre el Africa Central, después sobre la América del Sur y las islas de Oceanía".

El escritor de "Europe" responde a Ossendowski, reconociéndole el derecho incuestionable de adoptar este género literario; pero negándole el derecho a que una casa editorial lo clasifique entre los exploradores, y levante cartas de sus viajes imaginarios.

Los propósitos de Ossendowski no tienen interés para la literatura. Tienen, en cambio, algún interés para los sudamericanos. Ossendowski amenaza a la América del Sur con una aventurera excursión de su fantasía. Y, sobre todo, con un libro lanzado en gran estilo por la firma Lewis S. Palen. O sea con un libro Made in U.S.A.

José Carlos Mariátegui

José Carlos Mariátegui La Chira

Carta de Jaime Torres Bodet, 21/5/1927

México, D.F., 21 de mayo de 1927
Sr. José Carlos Mariátegui.
Director de la Revista Amauta.
Sagástegui 669.
Lima, Perú.
Muy señor mío:
Al recibir su carta del 27 de abril último me apresuré a releer —con el detenimiento que su solicitud reclamaba— el artículo mío que con el título de “Iberoamericanismo Utilitario” publicó Revista de Revistas en su edición No. 880 y crea usted que deploro no haber encontrado en él una frase equivocada o simplemente una violencia indebida de tono que me dieran la oportunidad, muy grata, de emprender la rectificación que usted pide ya que rectificarme es mi ocupación favorita.
Pero es el caso que, en el artículo de que hablamos, no hice responsable a Amauta de las opiniones de Hidalgo denigrantes para México que usted llama amablemente boutades y sólo cito a Amauta como el lugar en que las había recogido, obligándome a ello una elemental honradez de escritor. Si la opinión de usted y de sus compañeros de redacción no coincide con la de Hidalgo— y usted me lo asegura— no me quedará sino felicitar a usted y a ellos por su buen sentido. Pero de esta felicitación a la rectificación que quiere media una distancia que sólo la deferencia pudiera invitarme a recorrer.
El hecho de que el artículo de Hidalgo haya aparecido en la sección de ‘Libros y Revistas’ de Amauta, no salva a esa revista de la peligrosa responsabilidad de haberlo amparado, porque si bien la hospitalidad tiene sus deberes, también tiene sus derechos de selección muy claros y usted no parece haberlos ejercitado con la precisión que sus sentimientos iberoamericanos hubieran exigido. Por otra parte, decir —como usted agrega— que el “rincón bibliográfico” de Amauta no es Amauta misma, es hacer poco favor a la mentalidad del personal que está encargado de enriquecerlo.
Como usted ve, no he incurrido en ningún error de ligereza al creer a Amauta de acuerdo con la opinión de Hidalgo y si alguien está obligado a aclarar el criterio iberoamericano de esa revista —si alguno tiene— es usted mismo o quien de ello se encargue en la publicación que dirige.
De usted atento y seguro servidor.
J. Torres Bodet

Torres Bodet, Jaime

Waldo Frank

Waldo Frank

I
De los tres grandes Frank contemporáneos, Ralph Waldo Frank es el más próximo a la conciencia y a los problemas de la nueva generación hispano-americana. Henri Frank, el autor de “La Dame devant L’Arche”, muerto hace algunos años, a quien todos los hombres de hoy consideramos, sin embargo, tan nuestro y tan actual, pertenece demasiado a Francia. Este escritor, admirable por su espíritu y su sensibilidad, sentía la crisis humana en la crisis francesa. Leonhard Frank, el autor de “Das Menchs un gut”, escribe, en un lenguaje expresionista, para un mundo espiritualmente lejano y distinto. Waldo Frank, en cambio, es un hombre de América.
Solo una élite conocía en (1925) los libros de Waldo Frank. El público hispano-americano no sabía casi nada de su autor. “La Revista de Occidente” había publicado un ensayo de este gran contemporáneo. Un año antes, “Valoraciones”, la excelente revista del grupo “Renovación” de la Plata, y otros órganos del continente había revelado Frank a sus lectores publicando el sencillo y hermoso mensaje a los intelectuales hispano-americanos de que fue portador en 1924 el escritor mexicano Alfonso Reyes. En suma, apenas unos pocos fragmentos y unas cuantas noticias de una obra ya ilustre y copiosa que ha dado a su autor merecido renombre en Europa.
Es cierto que la literatura y el pensamiento de Estados Unidos, en general, no llegan a la América española sino con mucho retardo y a través de pocos especímenes. Ni aún las grandes figuras nos son familiares. Jack London, Theodore Dreiser, Carl Sandburg, vertidos ya a muchos idiomas, aguardan aún su turno en español. Henry Thoreau, el puritano de “Walden”, el amigo de Emerson, permanece ignorado en esta América. Lo mismo hay que decir de Royce, Dresser y de otros filósofos. Hispano-América no los lee. Lee, en cambio, a pasto, al señor Marden, cuyo pragmatismo barato, de fácil y vasto consumo en la clase media constituye uno de los productos más conocidos de la manufactura norte-americana.
Un motivo para esta excepción; Waldo Frank -que en su penetrante ensayo “El Español”, capítulo de su libro “Virgin Spain”, demuestra una aptitud tan genial para penetrar en el alma y la historia de un pueblo y un conocimiento tan hondo de la psicología y la sociología españolas,- es autor de un libro que encierra en sus páginas la más original e inteligente interpretación de los Estados Unidos, “Our America”. Y no me parece posible dudar que la actitud de los pueblos hispano-americanos ante los Estados Unidos debe apoyarse en un estudio y una valoración exactos del fenómeno yanqui.
De otro lado, Waldo Frank es un representante de la inteligencia y el espíritu norte-americanos que habla así a los intelectuales de Hispano América: “Debemos ser amigos. No amigos de la ceremoniosa clase oficial, sino amigos en ideas, amigos en actos, amigos en una inteligencia común y creadora. Estamos comprometidos a llevar a cabo una solemne y magnífica empresa. Tenemos el mismo ideal: justificar América, creando en América una cultura espiritual. Y tenemos el mismo enemigo: el materialismo, el imperialismo, el estéril pragmatismo del mundo moderno. Si las fuerzas de la vida creadora tienen que prevalecer contra ellas, deben también unirse. Este es el cruento problema de nuestros siglos y es un problema tan antiguo como la historia”.
En uno de mis artículos sobre ibero-americanismo, he repudiado ya la concepción simplista de los que en Estados Unidos ven solo una nación manufacturera, materialista y utilitaria. He sostenido la tesis de que el ibero-americanismo no debía desconocer ni subestimar las magníficas fuerzas de idealismo que han operado en la historia yanqui. La levadura de los Estados Unidos han sido sus puritanos, sus judíos, sus místicos. Los emigrados, los exiliados, los perseguidos de Europa. Ese mismo misticismo de la acción que se reconoce en los grandes capitales de la industria norte-americana, ¿no desciende acaso del misticismo ideológico de sus antepasados?
Y bien. Waldo Frank se siente -y es- “portador de la verdadera tradición americana”. No es cierto, que esta tradición esté representada, en nuestro siglo, por Hoover, Morgan y Ford. En las páginas de “Nuestra América”, Waldo Frank nos enseña en donde y en quienes está fuerza espiritual de los Estados Unidos. En su mensaje a la inteligencia ibero-americana reivindica para su generación el honor y la responsabilidad de este patrimonio histórico: “Nosotros, la minoría de los Estados Unidos, que se dedica a la tarea de dotar a nuestro país de un espíritu digno de su magnífico cuerpo, sentimos que somos la verdadera tradición americana. En una generación más sencilla, Withman, Thoreau, Emerson, Lincoln, representaron esa tradición; en un medio más complejo y difícil de manejar, nuestra generación encarna el Verbo. Todavía estamos diseminados en pequeños grupos en mil ciudades, todavía tenemos poca influencia en asuntos políticos y de autoridad; pero estamos creciendo enormemente; estamos apoderándonos de la juventud del país; disponemos del poder de persuasión de la fe religiosa; tenemos la energía del afecto, tenemos la permanencia de la verdad; disponemos, por decirlo así, del futuro”.
“Nuestra América” no es un libro de historia en la acepción común de este vocablo; pero sí lo es en su acepción profunda. No es cónica ni análisis; es teoría y síntesis. En un bosquejo de pocos y sobrios trazos, Waldo Frank nos ofrece una acabada imagen espiritual de los Estados Unidos. Más que explicar, su libro quiere sugerir. Y lo logra admirablemente. “No escribo una historia de las costumbres; menos aún una historia de las letras -dice Frank en su prólogo-. Si me he detenido largamente en ciertos escritores y ciertos artistas, lo he hecho tal como el dramaturgo elige, entre las palabras de sus personajes, las más saltantes y las más significativas para hacer su pieza. He escogido, he omitido, con la mira de sugerir un vasto movimiento por algunas líneas que puedan asir y retener algo de la solidez de la vida”. Waldo Frank no se preocupa sino de las verdades fundamentales. Con ellas compone una interpretación de todo el fenómeno norte-americano.
Este libro tiene, además, el mérito de no ser un producto de laboratorio. Su génesis es sugestiva. Waldo Frank lo dedica en el prólogo a Jacques Copeau y Gastón Gallimard quienes, en una visita a los Estados Unidos, suscitaron en su espíritu el deseo y la necesidad de encontrar una respuesta a las interrogaciones de una curiosa inteligente y acendrada. Copeau y Gallimard plantaron a Waldo Frank con sus preguntas “el problema enorme de llevar la luz hasta las profundidades vitales y escondidas para hacer surgir -en su energía y su verdad- el juego de una vida articulada”. En el curso de sus conversaciones con sus amigos franceses, Waldo Frank vio que “América era un concepto por crear”.
Waldo Frank señala al pioneer, al puritano y al judío, como los elementos primarios de la formación de Norte América. El pioneer, sobre todo, es el que da su tonalidad al pueblo, a la sociedad, a la vida yanquis. El espíritu de Estados Unidos se precisa, a lo largo de su historia, como un espíritu pioneer. El pioneer se asimiló al puritano. “Bajo la presión de las necesidades del pioneer, -escribe Frank- absorbida toda la energía humana por el empirismo, la religión se materializó. Las palabras místicas subsistieron. Pero en el hecho, la cuestión de vivir era el mayor problema. La religión debía ayudar a resolverlo. En este terreno de la acción y de la utilidad, el espíritu puritano y el espíritu judío se combinaron y se entendieron fácilmente. “Waldo Frank sigue la trayectoria de este acuerdo que no es a él al primero a quien se revela. También en Europa se ha advertido la concomitancia de estos dos espíritus en el desarrollo de la civilización occidental. Piensa Frank certeramente que en el fondo de la protesta religiosa del puritano se agitaba su voluntad de potencia. Un escritor italiano israelita define en esta sola frase toda la filosofía del judaísmo: “l’uomo conosce Dio operando”. La cooperación del judío y del puritano en el proceso de creación del capitalismo y del industrialismo se explica así perfecta y claramente. El pragmatismo, el utilitarismo de los gregarios de dos religiones, severamente moralistas, nace de su voluntad de acción y de potencia. El judío y el puritano, por otra parte, son individualistas. Aparecen, en consecuencia, como los naturales artífices de una civilización, cuyo pensamiento político es el liberalismo y cuya praxis económica es la libertad de comercio y de industria.
La tesis de Waldo Frank sobre Estados Unidos nos descubre una de las virtudes, una de las prestancias del nuevo espíritu. Frank, en el método y en el concepto, en la investigación y en el resultado, se muestra a la vez muy idealista y muy realista. El sentido de la realidad no perjudica su lirismo. Este exaltador poder del espíritu sabe afirmar bien los pies en la materia. Su obra prueba concreta y elocuentemente la posibilidad de acordar el materialismo histórico con un idealismo revolucionario. Waldo Frank emplea el método positivista, pero, en sus manos, el método no es sino un instrumento. No os sorprendáis de que en una crítica del idealismo de Bryan razone como un perfecto marxista y de que en la portada de “Our America” ponga estas palabras de Walt Whitman: “La grandeza real y durable de nuestros Estados será Religión. No hay otra grandeza durable ni real. No hay vida ni hay carácter que merezca este nombre, fuera de la Religión”.
En Waldo Frank, como en todo gran intérprete de la historia, la intuición y el método colaboran. Esta asociación produce una aptitud superior para penetrar en la realidad profunda de los hechos. Unamuno modificaría probablemente su juicio sobre el marxismo si estudiase el espíritu -no la letra- marxista en escritos como el autor de “Nuestra América”. Waldo Frank declara en su libro: “Nosotros creemos ser los verdaderos realistas, nosotros que insistimos en que el Ideal es la esencia de toda realidad”. Pero este idealismo no empaña su mirada con ninguna bruma metafísica ni retórica cuando escruta el panorama de la historia de los Estados Unidos. “La historia de la colonización -escribe entonces- es el resultado de los movimientos económicos en las metrópolis. No hay nada, ni aún ese gesto casto, en el puritanismo, que no haya nacido de la inquietud en que la situación agraria e industrial arrojaba a Inglaterra. Si América fue colonizada, es porque Inglaterra era el rival comercial de España, de Holanda y de Francia. Si América fue colonizada es, ante todo, porque el fervor espiritualista de la Edad Media había pasado el tiempo de su florecimiento y por reacción se transformaba en un deseo de grandeza material. El sueño del oro, la pasión de la seda, la necesidad de encontrar una ruta que condujese más pronto a las riquezas de la India, todos los apetitos de las naciones sobre-pobladas derramaron hombres y energías sobre el suelo de América. Las primeras colonias establecidas sobre la costa oriental, tuvieron por ley la adquisición de la riqueza. Su revuelta contra Inglaterra en 1775 iniciaba una de las primeras luchas abiertas entre el capitalismo burgués y la vieja feudalidad. El triunfo de las colonias, de donde nacieron los Estados Unidos, marcó el triunfo del régimen capitalista. Y desde entonces América no ha tenido ni tradición ni medio de expresión que haya estado libre de esta revolución industrial a la cual debe su existencia”.
Estos son algunos escorzos del pensador. La personalidad de Waldo Frank apenas queda esbozada desde un punto de vista. El crítico, el ensayista el historiador -historiador sí, aunque no haya escrito lo que ordinariamente se llama historia- es además novelista. Si novela “Rahab” es una de las más exquisitas novelas que he leído este año. Novela psicológica sin la morosidad morbosa de Proust. Novela apasionantemente e impresionantemente humana y poética. Y muy moderna y muy nueva. El drama de “Nuestra América” está íntegro en su conflicto y en sus protagonistas. La inspiración religiosa, idealista, no varía. Solo la forma de expresión cambia. El pensador logra una obra de arte; el artista logra una obra de pensamiento.

II
Un escritor español puede expresar a España; pero es casi imposible que pueda entenderla e interpretarla. El español, además, expresará una de las voces, uno de los gestos de España; no la suma de sus voces, de sus gestos y de sus colores. Solo Unamuno, entre los españoles contemporáneos, logra esta expresión profunda, esencial, íntima, en la que el genio de España no se repite sino se recrea. Hay que venir de lejos, de un mundo nuevo descubierto por el espíritu aventurero e iluminado de España, de una raza vieja, errante, portadora de un mensaje universal, dueña del don de la profecía, de un pueblo niño, alucinado y gigantesco, deportivo y mecánico, para comprender y descubrir a esta nación en cuyo pasado se mezclan gentes y culturas tan distintas y que, sin embargo, alcanza una unidad acabada y original. Waldo Frank reúne todas estas calidades. Judío de los Estados Unidos, su sensibilidad afinada a una época de cambio y secesión, enlaza y supera la experiencia occidental y la experiencia oriental. Es el hombre que se siente, a la vez, más allá y más acá de la cultura europea y de sus celosas supersticiones sajonas y latinas. Y que, por esto, puede entender a España como una obra concluida, no fracasada ni decadente sino, por el contrario, acabada y completa. Mauricio Barrés nos dio, en las postrimerías de una época, una versión de excelente factura francesa, equilibrada hasta en sus excesos, sabiamente dosificados; versión de burgués provincial aunque refinado, de educación aristocrática, tradicionalista, racionalista, suavemente pascaliana; versión ordenada, ochocentista, que se detenía en la realidad, con un indeciso, elegante e insatisfecho anhelo de desbordarla. Waldo Frank nos da, en tanto, una versión temeraria, aventurera, suprarrealista, que no retrocede ante ninguna hipótesis ni ante ninguna conjetura; versión de un espíritu nómade -, el de Barrés era un espíritu sedentario y campesino- mesiánico y ecuménico, que rebasa a cada instante la realidad para descubrir sus contornos extremos y sus dimensiones inmateriales. El viaje de Waldo Frank empieza por África. Para conquistar España, sigue la ruta del moro, del berebere. Su primera estación es el oasis; su primera pregunta es al Islam. Se equivocará de camino, quien entre a España por Barcelona o San Sebastián. Cataluña es una fisura, una grieta, en el cuerpo de España. Frank percibe, -oyendo los cantos milenarios, cálidos y vehementes como el hálito del desierto- las limitaciones de la religión mahometana. La psicología de las religiones engendradas por el desierto y el éxodo, le es familiar. También él procede de un pueblo cuyo espíritu se formó en la marcha y la esperanza. Los pueblos del desierto viven con el alma y la mirada en el horizonte. De la lejanía de su meta, depende la grandeza de su conquista y la magnitud de su mensaje.
El Islam se detuvo en España. España lo conquistó, al ser conquistada por él. En el clima amoroso de España alojaron los ímpetus guerreros del árabe. Para un pueblo expansivo y caminante, el reposo es la derrota. Detenerse es tocar el propio límite. España se apropió de la energía, de la voluntad del Islam. Esta energía, esta voluntad, se volvieron contra el pueblo de Mahoma. La España católica, la España medioeval, la España de Isabel, de Colón y de los conquistadores, representa la trasfusión de esa energía y de esa voluntad intransigentes y conquistadoras en el cuerpo de la Iglesia romana. Isabel creó, con ellas, la unidad española. Con los abigarrados elementos históricos depositados por los siglos en la península ibérica, Isabel compuso una España de un solo bloque. España expulsó al moro, al judío. Cerró sus puertas a la Reforma. Se mantuvo intransigente, inquisitorial y dogmáticamente católica. Afirmó la contra-reforma con las hogueras de la Inquisición. Absorbió todo lo que era distinto o diverso del alma que le había infundido su reina Isabel la Católica. Es el momento de la suprema exaltación española. “La voluntad de España -escribe Frank- se manifiesta, hace surgir un conjunto brillante de fuerzas individuales tan varias y grandes que la engrandecen. Cortés y Pizarro, anárquicos buscadores de oro, colaboran con Loyola, cazador de almas y con Vitoria, fundador del derecho internacional; juntos colaboran Santa Teresa, San Juan de la Cruz, la Celestina, alcahueta inmortal, el amador don Juan, con Fray Luis de León; Cristóbal Colón con don Quijote; Góngora con Velásquez. Ellos son toda España; los impulsos que simbolizan venían apuntando en la naturaleza propia de España. Pero en ese momento la voluntad de España los condensa y da cuerpo a cada uno. El santo, el pícaro, el descubridor y el poeta aparecen cual estratificaciones del alma de España; y son grandes y engrandecen a España porque cada uno de ellos vive la voluntad entera de España, su plena fuerza vital. Isabel puede descansar”.
Pero alcanzar la propia meta, cumplir el propio destino es concluir. España quiso ser la máxima y última expresión del Medio Evo. Lo consiguió, cuando ya el mundo empezaba a dejar de ser medioeval. El descubrimiento y la conquista de América rompía la unidad fracturaba el espíritu que España quería mantener intactos. La misión de España terminaba. “El español -piensa Frank- eligió una forma de propósitos y una forma de verdad que podía alcanzar; y así que la alcanzó, dejó de moverse. Su verdad vino a ser la Iglesia de Roma. El español obtuvo esa verdad y desechó las demás. Su ideal de unidad fue homogéneo; la simple fusión de cada español del pensamiento y la fe conforme a un ideal concreto. A este fin, el español redujo los elementos de su mundo psíquico, a agudas antítesis que contrapuso entre sí; el resultado fue, realmente, simplicidad y homogeneidad, es decir una neutralización de presiones psíquicas contrarias que sumaron cero”.
El libro de Waldo Frank está preñado de sugestiones. Excitante, incitador, moviliza todas nuestras energías intelectuales hacia la meta de una personal y nueva conquista de España.

José Carlos Mariátegui La Chira

Carta de Earle K. James A, 25/10/1928

New York, 25 de octubre de 1928
Sr. José Carlos Mariátegui,
Director, Amauta,
Sagástegui 669, Lima, Perú.
Distinguido señor:
Mi señora, Concha Romero de James, me escribió acerca los momentos tan agradables que pasó en compañía de Ud. al pasar por Lima en viaje a Chile. He tenido, también, el gusto de conocer su revista, la cual admiro. Ahora que estoy encargado de una columna sobre literatura hispano-americana para el diario The New York Times, creo poder hacer más para dar a conocer en este país las letras de nuestros países. Hasta ahora se han comentado principalmente libros argentinos, chilenos, y mexicanos. Estoy deseoso de conocer más de lo que se está haciendo en el Perú, especialmente entre la generación nueva, y si Ud. puede pedirle a amigos escritores suyos que me manden copias de sus obras recientes, o darme la dirección de algunas casas editoras para escribirles acerca de esto, se lo agradeceré muchísimo.
Agradeciéndole su atención a mi señora cuando estuvo allí, y esperando me pueda ayudar a dar a conocer las letras peruanas, me es muy grato suscribirme de Ud.,
Su atto. y S.S.,
Earle K. James

James, Earle K.

Carta de Luis A. Rodríguez O. (Luis de Rodrigo), 25/10/1929

San Francisco, California, October 25 th, 1929
Mi querido Mariátegui:
Hace algunos meses que abandone "El Imparcial". Era logico. Me asfixiaba esa atmósfera de estupidez burguesa y cobardía astuta. Ahora trabajo en una oficina comercial, pero no se cuanto durara esto. Aquí todo es desproporcionado, intempestivo, inestable...I los americanos tienen una alegría infantil para crear y re-crear.
Recién un amigo me trajo, de aquel malhadado papelito, el paquete que se sirvió enviarme conteniendo su libro y varios números de la revista. Mis rendidos agradecimientos por todo, incluso la bondadosa dedicatoria. Me preparo a leer todo con un interés extraordinario. En "Hispano-America", otro semanario con el que estoy en contacto, publicaré una impresión sobre su libro. Ya la conocera.
En la Universidad de California conocí a Arturo Torres Rioseco. Hablamos sobre el movimiento intelectual peruano, chileno, etc. Recordamos a Ud. con todo cariño. Él ha publicado, entre otras cosas, un libro de Cuentos Chilenos y ahora sea coleccionar otros de Cuentos Peruanos. Podría Ud. mandarme todos los cuentos que de los compañeros consiga Ud. para este libro? Yo le prometí a Rioseco escribir a Ud. , y espero que quiera hacernos este favor. Envieme la revista y agregue Cocaina y Mamiferos de Lujo que he prometido a una amiga americana muy inteligente. Enviare a Ud. un giro por la cuenta. Dispense las molestias y mil gracias, compañero.
Ignoro si dentro de algunos meses estare en Lima o si vagare por aqui algunos años. Who know the book of the fate? - se preguntan estos a instante. Como saber que trances insospechados tendra esta aventura? Pero de todos modos, espero que algún día pueda contarle mis impresiones. Me acerque a The School of Laborers. Ya le contare...
Me escribirá? Lo espero. Mi afecto para su esposa y babies. Saludos a los compañeros.
Cordialisimamente
Luis A. Rodríguez O.
Mi dirección:
Luis A. Rodríguez
Peruvian Consulate
510 Battery Street
San Francisco, Calif.

Rodríguez O. Luis A. (Luis de Rodrigo)

Carta de Waldo Frank, 27/2/1929

Croton on Hudson, N.Y., 27 de febrero de 1929

Dear Brother Mariátegui,

I have just received your letter of Dec. 10, although illness has so far prevented me from seeing Malanca —whom, however, I hope to have lunch with in New York, next Friday. Doubtless, in the meantime, you have received a letter from me, about your Siete Ensayos, your generous note on Virgin Spain, and the possibility of my being in Lima, next year. I hope I shall have word from you soon, about all these matters.
Meantime, there is a specific question I wish to ask your help in. I am from now on, going to do what I can to introduce American literature and art into North America. I am, for instance, going to edit an anthology of Argentinian Tales. I want, as well, to edit a volume of Inca Tales, or of Tales from Peru. This book will be published by Doubleday Doran one of our best houses —with an introduction by me (unless you would care to write it), and with reproductions of a few of those magnificent works of Peruvian Art, which I have been admiring all long in Amauta. Do you think you could help me in this task—the making of a beautiful Peruvian book, as a means of introducing the real Peru to the north American public?
If so, may I ask you to send me whatever stories or collections of stories by various authors (dead or alive) deal with Peruvian or Inca life? Whatever expense there is attached to this, I shall of course gladly pay. I do hope you will cooperate with me in this project.
I have just been reading (following your book) Haya Delatorre’s Emancipación de América Latina. If you write to him, please convey to him my deepest admiration and respect: tell him that I am with him, heart and soul, in his great movement.
I don’t have to tell you, brother, that I am, heart and soul, with you.
yours, ever
Waldo Frank

PERMANENT ADDRESS: 173 Riverside Drive, New York
Cable Address: KNARF NEWYORK

P. S. If there are enough good stories of Inca life —ancient + modern, I would call the book Inca Tales. If not, we could include others -preferably tales of the people. One or two stories about the town life —Lima, Callao, Cuzco— might also be added. I will pay for all books sent me - + also for the use of stories by living authors.

Frank, Waldo

Carta de Earle K. James, 6/11/1928

2607 Sedgwick Avenue,
New York, 6 de noviembre de 1928
Sr. José Carlos Mariátegui,
Director, Amauta,
Casilla 2107,
Lima, Perú.
Distinguido señor y amigo:
Ayer recibí un paquete enviado por Ud. y que me trae ejemplares de su excelente revista, como también una copia del libro Tempestad en los Andes. Le agradezco esto muy sinceramente. Me van a servir mucho. Del libro de Valcárcel, hablaré en el Times en cuanto lo haya leído.
Espero poder suscribirme a su revista dentro de poco. Por ahora me es imposible, debido a muchas otras obligaciones, pero haré todo lo posible para ayudarle en su importante obra dándola a conocer donde pueda.
Poco se conoce en este país de la literatura peruana, especialmente de lo contemporáneo, pues las casas editoras argentinas son las únicas activas en distribuir sus libros. Para remediar esta situación por lo menos en parte, le ruego se sirva darle mi nombre a sus amigos que escriben, para que pueda hablar de sus libros en mi columna; y si sabe de algún libro peruano de verdadera importancia, me lo indique, para poder mandarlo a pedir. Por mi parte, me será grato cooperar con Uds. en todo lo que sea posible. Aunque en cuanto a ideas económicas veo que no estamos de acuerdo, pues yo, aunque radical, no creo el marxismo sea la solución a los problemas de una sociedad tan diferente a la que conoció Marx (por lo menos en países como éste), veo, por otra parte, que con respecto al problema indígena estamos sí de acuerdo.
¿Será posible obtener reproducciones de los cuadros de Sabogal? Me han interesado los que Ud. reprodujo en su revista.
De nuevo dándole las gracias por el envío de revistas, me es muy grato saludarle y suscribirme de Ud.,
Su S.S. y amigo,
Earle K. James

James, Earle K.

Carta de Esperanza Velázquez Bringas, 3/8/1927

México, D.F., 3 de agosto de 1927
Señor doctor don
José Carlos Mariátegui.
Casilla de Correos 2107.
Lima-Perú
Muy distinguido amigo:
Acabo de recibir un recorte de su hermoso comentario sobre “México ante el mundo” por el Presidente Calles, y el cual aparece en la revista Variedades.
Me ha gustado tanto su opinión que la insertaré en la próxima edición del boletín de esta Secretaría de Educación Pública.
Acabo de saber que usted se encuentra ya libre después del penoso incidente en que se ha visto envuelto.
Deseando a usted toda ventura personal y mental y en espera de sus órdenes, me es grato suscribirme su atenta y segura servidora y amiga.
Esperanza Velázquez Bringas

Velázquez Bringas, Esperanza

Carta de Graziella Garbalosa, 26/12/1926

México, 26 de diciembre de 1926
a
José Carlos Mariátegui
en Lima, Perú
admirable conocido:
al comenzar quiero explicarle, por qué utilizo este papel de carta que comprara mi pequeña de ocho años. tengo prisa en escribirle, ya que mis intenciones, como suelen esfumarse rápidamente, me obligan a cogerlas al vuelo, si gusto de aprovecharlas un instante. hasta dentro de unos días no me traerán el papel de mi correspondencia y aprovecho en tanto el de mi chamaca. En casa de Jacobo Hurtwitz encontré un bonito número de Amauta, llevado por Esteban Pavletich, después de saboreado el contenido de la revista, decidí escribirle a Ud., mandándole una composición literaria.
Utilizo en ésta la pluma, debido a que resulta más fácil e indispensable, cuando se pertenece al sexo femenino, viajar acompañada de un estuche de gillette que con una portátil máquina de letras. Soy cubana y habanera (por si la curiosidad le azuza a conocer mi nacionalidad). tengo varios libros editados, novelas y versos; ¡feraz! no desmiento los efectos de la reverberante latitud geográfica donde me trajeron al mundo...
Descuido mucho el intercambio literario y el establecer saludables relaciones con los verdaderos paladines de la literatura.
Amauta logró cautivarme. disculpe Ud. la intención de sorprenderle con versos míos. gastrónoma de los más caros deseos hoy sufro de dispepsia psicológica. Tenga Ud. benevolencia para con el histérico apetito que despertara la sazón de los nuevos platos orientalizados, creaciones o condimentaciones de los actuales aedas, intuitivos del refinamiento asiático, el más complicado y sintético de los refinamientos.
Tonifico las buenas esperanzas de conocer a ese inmenso perú.
Ahora visito al México de los aztecas. mañana pasearé por Europa. después me llamará Montevideo, hasta que me detenga en el imperio de los incas.
Paréceme larga esta presentación. hasta mediado del año próximo viviré en el Hotel Princess Ave. Hidalgo n° 59; reciba Ud. la sencilla felicitación de s.s.s.
Graziell Garbalosa

Garbalosa, Graziella

Carta de Waldo Frank, 5/1926

Mayo de 1926
Sr. Don José Carlos Mariátegui
Lima, Perú.
My friend:
Señor Llanos has sent me the review containing your splendid and generous article on —I will not say my work— but on my intentions, at least. I do not know how to thank you for this tribute. I have already read work of yours in various periodicals; and my respect for you makes me the more humble before this gracious salute from South America. I cannot feel, that I have altogether failed, when this kind of thing is given me. Life here in “Yanquilandia” is very very hard for the artist, for the man who deliberately sets himself against the most stupendously successful materialistic movement in all history. But life is not hopeless. Such words as yours are the Manna which enable me to survive in what I often, when I am weary and disheartened, feel to be the Desert of our age. Thank... Deeply, deeply, my thanks...
yours
Waldo Frank
PS Would it be possible for me to have two more copies of this article?

Frank, Waldo

Carta de Oliverio Girondo, 3/10/1924

México, 3 de octubre de 1924
Estimado y distinguido amigo:
Allí va una colaboración sobre la poesía moderna en Cuba, interesante artículo que con apresuramiento escribieron para mí Lizaso y Fernández de Castro y que consiste en un resumen —bastante largo— de un estudio que encabezará la antología que preparan. Aunque se advierte en su redacción, el poco tiempo de que dispusieron para redactarlo —quedamos autorizados para corregir repeticiones, etc.— creo que el artículo tiene su interés, pues da una noción clara del actual movimiento literario de aquel país. Adjunto al artículo las poesías que lo ilustran y de las cuales usted elegirá las que desee.
El grupo más interesante de La Habana, el grupo que intervino en la Revolución de hace algunos meses, y que conoce Claridad apreciándola en lo que vale, está constituido principalmente por las siguientes personas:
Emilio Roig de Leuchsenring, Director de la Revista Sociales especie de ‘plus ultra’ y que es la única revista en el actual momento que publica algo interesante. Cuba cincuenta y dos, Habana.
Agustín Acosta, el poeta joven de mayor reputación, Cuba 52, Habana.
José A. Fernández de Castro. Uno de los autores del artículo que adjunto y hombre enteradísimo de lo que sucede en América. Calle 17 Núm. 180, Vedado, Habana.
Félix Lizaso. El otro autor del artículo. Comisión del Servicio Civil, Habana.
Alberto Lamar Schweyer. Redactor en Jefe de El Sol, Habana.
Juan Marinello Vidaurreta, poeta del que envío versos. 17 y N, Vedado, Habana.
Jorge Mañach, que próximamente publicará una revista titulada Revista de la Habana.
José Z. Tallet. Buen poeta del que envío algunas poesías. Cuba 52, Habana.
Con todo este grupo he hablado de la urgencia de vincularnos y conocernos mutuamente. A cualquiera de sus componentes puede, por lo consiguiente, dirigirse usted en mi nombre, con el objeto de conseguir colaboraciones o pedir cualquier dato que necesite. No sería malo, que al menos a tres o cuatro de ellos les enviara Claridad.
De México no quiero decirle nada por el momento, pues muy pronto le escribiré al respecto.
Lo saluda con todo el aprecio y estimación que le tiene.
Oliverio Girondo
Banco Español del Río de la Plata, 8 Avda. de l’Opera-París.

Girondo, Oliverio

Blaise Cendrars

En 1824, Johan Auguste Suter, suizo alemán, hijo de un fabricante de papel de Basilea, deja su patria, mujer y sus hijos arruinado y deshonrado por una quiebra. A pie cruza la frontera y llega a París. En el camino, desbalija a dos compañeros de viaje; en París estafa con una letra de crédito falsa a un cliente de su padre. Luego, en Havre se embarca para New York.
Cendrars, explicándonos el New York de 1834, nos da en una sola página de prosa rápida, sumaria, precisa, escueta, una íntegra fase de la formación de los Estados Unidos.
“El puerto de New York”
“Es ahí donde desembarcan todos los náufragos del viejo mundo. Los náufragos, los desgraciados, los descontentos, los insumisos. Aquellos que han tenido reveses de fortuna; aquellos que han arriesgado todo sobre una sola carta; aquellos a quienes una pasión romántica ha trastornado. Los primeros socialistas alemanes, los primero místicos rusos. Los ideólogos que las policías de Europa persiguen; los que la reacción arroja. Los pequeños artesanos, primeras víctimas de la gran industria de la formación. Los falansterianos franceses, los carhonarios, los últimos discípulos de Saint Martín, el filósofo desconocido, y de los Escoceses. Espíritus generosos, cabezas cascadas. Bandidos de Calabria, patriotas helenos. Los campesinos de Irlanda y de Escandinavia. Individuos y pueblos, víctimas de las guerras napoleónicas y sacrificados por los Congresos Diplomáticos. Los carlistas, los polacos, los partidarios de Hungría. Los iluminados de todas las revoluciones de 1830 y los últimos liberales que abandonan su patria para unirse a la gran República, obreros, soldados, comerciantes, banqueros de todos los países, hasta sudamericanos, cómplices de Bolivar. Desde la Revolución francesa, desde la declaración de la independencia, en pleno crecimiento, en pleno desarrollo, no ha visto jamás New York sus muelles tan continuamente invadidos. Los inmigrantes desembarcaban día y noche y en cada barco, en cada cargamento humano, hay por lo menos un representante de la fuerte raza de los aventureros”.
Suter pertenece a esta raza. Cendrars nos relata así su entrada en New York. Johan Auguste Suter desembarca el 7 de julio, en martes. Ha hecho un voto. Salta a tierra, atropella a los soldados de la milicia, abraza de una mirada el inmenso horizonte marítimo, descorcha y vacía una botella de vino del Rhin, lanza la botella vacía entre la tripulación negra de un velero. Después, rompe a reír y entra corriendo en la gran ciudad desconocida como alguien que tiene prisa y a quien se espera”.
New York no retiene por mucho tiempo a Suter. Suter se siente atraído por el Oeste. Parte de nuevo hacia lo desconocido. En Honolulu forma la Suter’s Pacific Trade Co. Tiene un plan vasto. Con mano de obra de Canaca explotará las tierras de California. No las conoce aún; pero sabe que va a tomar posesión de ellas. Sus socios de Honolulu lo abastecerán de indígenas de las Islas. El plan se cumple puntual y magníficamente. Suter se instala con sus canacos en California. Funde una descomunal colonia agrícola: la Nueva Helvecia. Sus posesiones, sus riquezas crecen prodigiosamente. El “pionnier” suizo deviene uno de los hombres más ricos de la tierra. Pero una catástrofe sobreviene: el descubrimiento del oro. Un obrero de Suter encuentra en sus dominios las primeras pepitas. La noticia se expande. Empieza el éxodo hacia las minas de oro. Suter ve partir a sus empleados, a sus obreros. La colonia se disgrega. Invaden el país los buscadores de oro. En diez años, San Francisco se convierte en una de las más grandes urbes del mundo. Los inmigrantes se reparten las tierras de Suter. Se instalan en sus posesiones. El gran “pionnier” se cruza de brazos. Podía luchas: pero desdeñosamente prefiere no participar en esta batalla de lavadores de oro y destiladores de alcohol, en el cual se mezclan aventureros y bandidos de las más torpes y sucias especies. El oro lo ha arruinado. Suter se retira decepcionado a uno de sus dominios. Mas la voluntad de trabajo y de potencia renace de pronto en él. Sus viñas, sus huertas, sus establos, sus eras, etc., vuelven a darle una fortuna. San Francisco tiene buen apetito. Y Suter le vende caro los frutos de sus alquerías. Pero no está contento. No olvida el golpe; no perdona el oro. Y el demonio le aconseja la más absurda aventura. Suter presenta a los tribunales una demanda por daños y perjuicios. Reivindica la propiedad del suelo sobre el cual se ha edificado San Francisco, Sacramento, Riovista y otras ciudades, reclamando doscientos millones de dólares de indemnización por el despojo. Enjuicia a 17.221 particulares que se han establecido abusivamente en sus plantaciones. Reclama veinticinco millones de dólares del Estado de California por haberse apropiado de sus rutas, canales, puentes, exclusas y molinos; y cincuenta millones de dólares del gobierno de Washington por no haber sabido mantener el orden en la época del descubrimiento del oro. Y sostiene su derecho a una parte del oro extraído desde el principio de la explotación. El fantástico proceso consume todas las utilidades de Suter. Suter tiene a su servicio un ejército de abogados, de peritos y de escribanos. Los municipios y los particulares enjuiciados tienen a su servicio otro ejército. “Es un nuevo rush, una mina inesperada, y todo el mundo quiere vivir del pleito Suter”. San Francisco odia al “pionnier” testarudo y amenazador. Y, cuando el honesto y puritano juez Thompson falla a favor de Suter, la ciudad se amotina. Las plantaciones, los establos, los molinos, las fábricas de Suter son devastados, arrasados, incendiados. Suter, esta vez, pierde todo. Mas ni aún este golpe lo decide renunciar a su proceso. Lo continúa en Washington. En Washington envejece y enloquece. Y muere en las gradas del Palacio del Congreso aguardando y reclamando, obstinadamente, justicia.
Tal la maravillosa historia de Johan August Suter. Su argumento parece una gran paradoja. Pero, en verdad, Cendrars ha escrito, al mismo tiempo que una novela de aventuras, una sátira sobre el destino maldito del oro. El oro del Rhin y el oro de California se equivalen. Cendrars no lo dice: pero lo dice su novela. Lo dice la maravillosa historia de Johan August Suter, arruinado por el descubrimiento neto de las minas de California.
La técnica de “El oro” es, más bien que la de una novela, la de un film. Cendrars nos ofrece la historia de Suter en setenta y cuatro cuadros cinematográficos. Ningún cuadro sobra. Ningún cuadro aburre. Ningún cuadro es pálido o confuso. El lector se olvida, poco a poco, de que tiene en las manos un libro. En vez de las letras y de las palabras, dispuestas en rangos, empieza a ver las figuras y el paisaje. El paisaje que, en Blaise Cendrars, es sólo un decorado esquemático.

José Carlos Mariátegui La Chira

Waldo Frank en Lima

Contra mi hábito, quiero comenzar este artículo con una nota de intención autobiográfica. Hace más de cuatro años que escribí mi primera presurosa impresión sobre Waldo Frank. No había leído hasta entonces sino dos de sus libros, “Nuestra América” y “Rahab” y algunos artículos. Este eco sudamericano de su obra, no habría sido advertido por Frank sin la mediación acuciosa de un escritor desaparecido: Adalberto Varallanos. Frank recibió en New York con unas líneas de Varallanos el número del “Boletín Bibliográfico de la Universidad” en que se publicó mi artículo y me dirigió cordiales palabras de reconocimiento. Empezó así nuestra relación. De entonces a hoy, los títulos de Frank a mi admiración se han agrandado. He leído con interés excepcional cuanto de él ha llegado a mis manos. Pero lo que más ha aproximado a él es cierta semejanza de trayectoria y de experiencia. La razón íntima, personal, de mi simpatía por Waldo Frank reside en que, en parte, hemos hechos el mismo camino. En este artículo que es, en parte, mi bienvenida, no hablaré de nuestras discrepancias. Su tema más espontáneo y sincero es esta afinidad. Diré de qué modo Waldo Frank es para mí un hermano mayor.
Como él, yo no me sentí americano sino en Europa. Por los caminos de Europa, encontré el país de América que yo había dejado y en el que había vivido casi extraño y ausente. Europa me reveló hasta qué punto pertenecía yo a un mundo primitivo y caótico; y al mismo tiempo me impuso, me esclareció el deber de una tarea americana. Pero de esto, algún tiempo después de mi regreso yo tenía una consciencia clara, una noción nítida. Sabía que Europa me había restituido, cuando parecía haberme conquistado enteramente, al Perú y América; mas no me había detenido a analizar el proceso de esta reintegración. Fue al leer en agosto de 1926 en “Europe” las bellas páginas en que Waldo Frank explicaba la función de su experiencia europea en su descubrimiento del Nuevo Mundo que medité en mi propio caso.
La adolescencia de Waldo Frank transcurrió en New York en una encantada nostalgia de Europa. La madre del futuro escritor amaba la música. Beethoven, Wagner, Schubert, Wolf, etc eran los genios familiares de sus veladas. De esta versión musical del mundo que presentía y amaba, nace tal vez en Frank el gusto de concebir y sentir su obra como una sinfonía. La biblioteca paterna era otra escala de esta evasión. Frank adolescente interrogaba a los filósofos de Alemania y Atenas con más curiosidad que a los poetas de Inglaterra. Cuando, muy joven aún, niño todavía, visitó Europa, todos sus paisajes le eran familiares. La oposición de un hermano mayor frustró su esperanza de estudiar en Heidelberg y lo condenó a los cursos y al clima de Yale. Más tarde, emancipado por el periodismo, Frank encontró, finalmente, en París todo lo que Europa podía ofrecerle. No solo se sintió satisfecho sino colmado. París, “ciudad enorme, llena de gentes dichosas, de árboles y de jardines; ciudad indulgente a todos los humores, a todas las libertades”. Para el periodista norte-americano que cambiaba sus dólares en francos, la vida en París era plácida y confortable. Para el joven artista de cultura cosmopolita, París era la metrópolis refinada donde hallaban satisfacción todas sus aficiones artísticas.
Pero la savia de América estaba intacta en Waldo Frank. A su fuerza creadora, a su equilibrio sentimental, no bastaba el goce fácil de Europa. “Yo era feliz-escribía Frank en esa confesión, en la que estaban ya los motivos de su primera conferencia de Lima-, no era necesario. Me nutría de lo que otros, en el curso de los siglos, habían creado. Vivía en parásito; este es al menos el efecto que yo me hacía”. En esta frase profunda, exacta, terriblemente cierta: “yo no era necesario”, Frank expresa el sentimiento íntimo del emigrado al que Europa no puede retener. El hombre ha menester, para el empleo gozoso de su energía, para alcanzar su plenitud, de sentirse necesario. El americano al que no sean suficientes espiritualmente el refinamiento y la cultura de Europa, se reconocerá, en París, Berlín, Roma, extraño, diverso, inacabado. Cuanto más intensamente posea a Europa, cuanto más sutilmente la asimile, más imperiosamente sentirá su deber, su destino, su vocación de cumplir en el caos, en la germinación del Nuevo Mundo, la faena que los europeos de la Antigüedad, del Medioevo, del Renacimiento, de la Modernidad nos invitan y nos enseñan a realizar. Europa misma rechaza al creador extranjero al disciplinarlo y aleccionarlo para su trabajo. Hoy, decadente y fatigada, es todavía asaz rigurosa para exigir de cada extraño su propia tarea. La hastían las rapsodias de su pensamiento y de su arte. Quiere de nosotros, ante todo, la expresión de nosotros mismos.
De regreso a los veintitres años a New York, Waldo Frank inició, bajo el influjo fecundo de estas experiencias, su verdadera obra. “De todo corazón -dice. Me entregué a la tarea de hacerme un sitio en un mundo que parecía marchar muy bien sin mi”. Cuando, años después, tornó a Europa, ya América había nacido en él. Era ya bastante fuerte para las audaces jornadas de su viaje de España. Europa saludaba en él al autor de “Nuestra América”, al poeta de “Salvos”, al novelista de “Rahab”, “City Block”, etc. Estaba enamorado de una empresa difícil, pensando en la cual exclamaba con magnífico entusiasmo: “¡Podemos fracasar, pero tal vez acertaremos!”. Al embarcarse para New York, Europa quedaba esta vez detrás de él”.
No es posible entender todo el valor de esta experiencia, sino al que, parcial o totalmente, la ha hecho. Europa para el americano, -como para el asiático- no es solo un peligro de desnacionalización y de desarraigamiento; es también la mejor posibilidad de recuperación y descubrimiento del propio mundo y del propio destino. El emigrado no es siempre un posible “deraciné”. Por mucho tiempo, el descubrimiento del Nuevo Mundo es un viaje para el cual habrá que partir de un puerto del Viejo continente. Waldo Frank tiene el impulso, la vitalidad del norte-americano; pero en Europa ha hecho, como lo digo de mi mismo en el prefacio de mi libro sobre el Perú, su mejor aprendizaje. Su sensibilidad, su cultura, no serían tan refinadamente modernas si no fuesen europeas. ¿Acaso Walt Withman y Edgard Poe no era más comprendidos en París que en New York, cuando Frank se preguntaba, en su juventud, quienes eran los “representative men” de Estados Unidos? El unanimismo francés frecuentaba amorosamente la escuela de Walt Withman, en una época en que Norte-América tenía aún que ganar, que conquistar a su gran poeta.
En la formación de Frank, mi experiencia me ayuda a apreciar un elemento: su estación de periodista. El periodismo puede ser un saludable entrenamiento para el pensador y el artista. Ya ha dicho alguien que más de uno de esos novelistas o poetas, que miran al escritor de periódicos con la misma fatuidad con que el teatro miraba antes al cine, negándole calidad artística, fracasarían lamentablemente en un reportaje. Para un artista que sepa emanciparse de él a tiempo, el periodismo es un estadio y un laboratorio, en el que desarrollará facultades críticas que, de otra suerte, permanecerían tal vez embotadas. El periodismo es una prueba de velocidad. Terminaré esta impresión desordenada y subjetiva, con una interrogación de periodista: ¿Del mismo modo que solo un judío, Disraelí llegó a sentir en toda su magnificencia, con lujo y fantasía de oriental, el rol imperial de Inglaterra, en la época victoriana, no estará reservada a un judío, antes que a un puritano, la ambiciosa empresa de formular la esperanza y el ideal de América, en esta edad cosmopolita?
José Carlos Mariátegui.

José Carlos Mariátegui La Chira

Europa y la bolsa de New York. La nueva generación española y la política

Europa y la bolsa de New York
La Europa capitalista manifiesta cierto optimismo respecto a las consecuencias de la crisis financiera de New York. La caída de los valores se ha detenido a la altura que la salud de Europa puede tolerar. I el primer efecto que es lógico predecir para las finanzas europeas es el regreso gradual al viejo continente de los capitales que lo había abandonado buscando inversiones, si no más fructuosas, más seguras al menos en Norte-América, Cambó, según anunció oportunamente el cable, se contó entre los primeros que señalaron este reflujo.
La estabilización capitalista se realiza en Europa con el concurso financiero norte-americano. No es por azar que dos norte-americanos, Dawes y Young, dan su nombre a los complicados acuerdos sobre las reparaciones. El capitalismo yanqui es el principal empresario de la reconstrucción europea. Antes de que los Estados de la Entente pactaran con Norte América las condiciones de amortización de su deuda, su nuevo mondus vivendi no se sentía establecido. Puede agregarse que en la estabilización capitalista europea los yanquis han mostrado, hasta cierto punto, más confianza que muchos capitalistas europeos, a quienes la amenaza de la revolución proletaria indujo en Alemania, Italia, Francia, a dirigir sus capitales a América.
Pero Europa no se resigna a convertirse, poco a poco, en un conjunto de colonias de los Estados Unidos. El paneuropeísmo es la expresión de una corriente defensiva que mira en la fórmula de Briand la única defensa válida de los intereses del capitalismo europeo contra el dominio yanqui. A los Estados europeos les satisface, por esto, la probabilidad de recuperar los capitales que se habían retirado de su industria y su comercio para aumentar la congestión de oro de Norte América. Estos capitales han sido advertidos enérgicamente por la crisis de New York de los riesgos de la congestión.
Naturalmente, si el pánico bursátil de New York hubiese rebasado el límite más allá del cual estaban profundamente en juego todos los intereses de la economía capitalista mundial, las constataciones y vaticinio de los observadores de Europa estarían muy lejos del menor optimismo. Las consecuencias de la crisis en Europa no les consentirían ninguna esperanza de compensación satisfactoria. Aún como han ido las cosas, cuantiosos intereses resultan afectados. Pero la caída de los valores en New York ha sido frenada en el nivel que los nervios de los financistas europeos podían resistir sin que los ganase también el vértigo. I esto es bastante, por el momento, para la convalecencia de las esperanzas de Europa.

La Nueva generación española y la política
Luis Emilio Soto examina en un artículo de “La Vida Literaria” de Buenos Aires la actitud de la joven generación literaria de España frente a la crisis política de su patria. El tópico es tratado con frecuencia. I las constataciones del colaborador de “La Vida Literaria” carecen de rigurosa novedad. Pero resulta siempre más actual e interesante, en todo caso, que lo insulsos artículos escritos para la United Press por el general Primo de Rivera y rematando los cuales este castizo espécimen de donjuanismo y flamenquismo españoles escribe que “el Dios de todos los cristianos sabrá recompensar a los que supieron consagrar su vida terrenal a ideales más altos y permanentes que los goces materiales o al alimento de las pasiones que encienden el espíritu diabólico en la flaca humanidad”.
Los intelectuales jóvenes de España están acusando, en estos años; menos sensibilidad política que los intelectuales maduros, aunque de algunos de estos últimos José Ortega y Gasset, Eugenio D’Ors -reciban las más persuasivas lecciones de displicencia. La zarandeada generación de 95 mostró, en su tiempo, interés mucho más vivo y arriesgado por lo político. I la generación siguiente está, sin duda, mucho más propiamente representada por Marañón y Jiménez de Asúa que por Ortega y D’Ors.
Soto anota, con razón, que por la abstención de la nueva generación literaria no puede ni debe procesarse a la juventud. Sería injusto olvidar las impetuosas jornadas de los estudiantes españoles contra la dictadura. La que está en causa, específicamente, es la juventud representada por “La Gaceta Literaria” de Madrid, cuyo director Giménez Caballero no tiene reparo en declarar que “España hoy descansa, engorda y se abanica”. Soto no pide a estos equipos de intelectuales jóvenes una agitación callejera, tumultuaria. Suscribe la fórmula defendida por Araquistaín en su periódico “España” en 1920, “acción difusa, crítica, clarificadora, estimulante de creación renovación de las ideas ambientes”. Quiere, en cualquier caso, negar que “el silencio sea una actitud digna de los jóvenes frente al régimen que impera en la patria de Larra”.
El equipo de “La Gaceta Literaria” no es toda la nueva generación intelectual española. Incurriría en una grave omisión el biógrafo de esta juventud que no recordase con la debida estimación el esfuerzo de los grupos de intelectuales jóvenes que, después de otras empresas incompatibles con un régimen de censura, han invertido su energía en la creación de las Ediciones Oriente y Cenit. La revista “Post-Guerra”, aunque efímera, ha sido un momento de la historia de esta generación. La intelectualidad española no ha perdido, en general, su interés por las nuevas corrientes políticas e ideológicas. El hecho de que una de las mejores versiones periodísticas de la nueva Rusia sea la de un español, Álvarez del Vayo, no carece de significación. La indiferencia, la abstención, caracterizan a la juventud literaria. Es la nueva gente de letras a la que ha hecho suyo, ante lo político, el gesto de don José Ortega y Gasset. Propaganda literaria aparte, un Joaquín Maurin, trabajando oscuramente en París, vale bien, por ahora, lo que un Giménez Caballero recorriendo ruidosamente Europa.
Pero aún circunscrita y demarcada de este modo, es indudable que se trata de una actitud singular. Es muy distinta la actitud de la juventud literaria de Alemania. También la de esa juventud literaria de Francia, a la que los jóvenes miran tan deferentemente. En Alemania, del teatro a la novela, de Piscator a Glaesser, la nota dominante en la vanguardia es la beligerancia política. En Francia, tan burguesa y conservadora en sus varios estratos, la nueva generación intelectual es uno de los más activos fermentos ideológicos y pasionales. Un libro de un francés –“Mort de la pensés bourgeoise” de Enmanuel Berl-, precisamente, ha hecho viva impresión en uno de los más conspicuos representantes del equipo de “La Gaceta Literaria” de Madrid, residente desde hace algún tiempo en Buenos Aires, -Guillermo de Torre. Lo sé por el propio Guillermo de Torre que atribuye también a los capítulos que conoce de mi “Defensa del Marxismo” una influencia de que me complazco en sus actuales preocupaciones.
José Carlos Mariátegui.

José Carlos Mariátegui La Chira

"Manhattan transfer", de John dos Pasos

John dos Pasos es como Waldo Frank un norte-americano que ha vivido en España y que ha estudiado amorosamente su psicología y sus costumbres. Pero aunque después de sus hermosas novelas “La iniciación de un hombre” y “Tres soldados”, John dos Pasos se cuenta entre los valores más altamente cotizados de la nueva literatura norte-americana, solo hoy, comienza a ser traducido al español. La Editorial Cenit acaba de publicar su “Manhattan Transfer”, libro en el que las cualidades de novelista de John dos Pasos alcanzan su plenitud. “La iniciación de un hombre” y “Tres soldados” son dos libros de la guerra, asunto en el que dos Pasos sobresale pero que, quizás, ha perdido su atracción de hace algunos años. “Manhattan Transfer”, además de corresponder a un período de maduración del arte y espíritu de John dos Pasos, refleja a New York, la urbe gigante y cosmopolita, la más monumental creación norte-americana. Es un documento de la vida yanqui de mérito análogo, quizá, al de “El Cemento”, de Gladkov, como documento de la vida rusa.
En “Manhattan Transfer” no hay una vida, morosamente analizada, sino una muchedumbre de vidas que se mezclan, se rozan, se ignoran, se agolpan. Los que gustan de la novela de argumento, no se sentirán felices en este mundo heterogéneo y tumultuoso, antípoda del de Proust y de Giraudoux. Ninguna transición tan violenta tal vez para un lector de ahora como la de “Eglantine” a “Manhattan Transfer”. Es la transición del baño tibio y largo a la dicha enérgica y rápida. La técnica novelística, bajo la conminatoria del tema, se hace cinematográfica. Las escenas se suceden con una velocidad extrema; pero no por esto son menos vivas y plásticas. El traductor español, que se ha permitido una libertad indispensable en la versión del diálogo, escribe lo siguiente en el prefacio: “Como en la pantalla del cine la acción que abarca veintitantos años, cambia bruscamente de lugar. Los personajes, más de ciento, andan de acá para allá, subiendo y bajando en los ascensores, yendo y viniendo en el metro, entrando y saliendo en los hoteles, en los vapores, en las tiendas, en los music-halls, en las peluquerías, en los teatros, en los rascacielos, en los teléfonos, en los bancos. Y todas estas personas y personillas que bullen por las páginas de la novela, como por las aceras de la gran metrópolis, aparecen sin la convencional presentación y se despiden del lector “a la francesa”. Cada cual tiene su personalidad bien marcada, pero todos se asemejan en la falta de escrúpulos. Son gente materialista, dominada por el sexo y por el estómago, cuyo fin único parece ser la prosperidad económica. A unos los sorprendemos emborrachándose discretamente; a otros, cohabitando detrás de las cortinas: a otros estafando al prójimo sin salir de la ley. Los abogados viven de chanchullos, los banqueros seducen a sus secretarias, los policías se dejan sobornar y los médicos hacen abortar a las actrices. Los más decentes son los que atracan las tiendas con pistola de pega. Entre toda esta gentuza, se destaca Jimmy Herf, tipo de burgués idealista repetido en otras obras de Dos Pasos. Pero el verdadero protagonista no es el Jimmy sino Manhattan mismo, con sus viejas iglesias empotradas entre geométricos rascacielos, con sus carteles luminosos que parpadean de noche en las avenidas donde la gente se atropella ensordecida por el trepidar de los trenes elevados. Estas líneas dan, en apretado esquema, una idea de la novela.
John dos Pasos continúa y renueva, con todos los elementos de una sensibilidad rigurosamente actual, la tradición realista. “Manhattan Transfer” es una nueva prueba de que el realismo no ha muerto sino en las rapsodias retardadas de los viejos realistas que nunca fueron realistas de veras. También, bajo este aspecto hace pensar en “El Cemento”. Pero mientras “El Cemento”, en su realismo, tiene el acento de una nueva épica, en “Manhattan Transfer”, reflejo de un magnífico e impotente escenario de una vida cuyos impulsos ideales se han corrompido y degenerado, carece de esta contagiosa exaltación de masa creadoras y heroicas.
El decorado de “Manhattan Transfer” es simple y esquemático como en el teatro de vanguardia. La descripción, sumaria y elemental, es sostenida a grandes trazos. John dos Pasos emplea imágenes certeras y rápidas. Tiene algo de expresionismo y del suprarrealismo. Pero vertiginoso como la vida que traduce, no se detiene en ninguna de las estaciones de su itinerario.

José Carlos Mariátegui La Chira

Leon Bazalgette

“Europe” consagra uno de sus últimos números a León Bazalgette, muerto hace siete meses. Homenaje justiciero a la memoria de su admirable redactor en jefe y generoso animador. Ya “Monde”, cuyo comité director formaba también parte Bazalgette, lo había iniciado en tres números en que despidieron al biógrafo de Henry Thoreau, al traductor de Walt Withman, las voces fraternas de Barbusse, de Jean Richard Bloch, de Jean Guehenno, de René Arcos, de Georges Duhamel, de Franz Masereel, de Miguel de Unamuno. Varios de estos escritores y artistas participan en el homenaje de “Europe” que preside Romaind Rolland. En este homenaje están presentes cuatro norte-americanos: Waldo Frank, Max Eastman, John dos Pasos, Sherwood Anderson. Presencia que no se explica solo por el carácter internacional de “Europe”, revista más internacional que europea, como su nombre quiere significarlo. La más pura y moderna literatura norte-americana tiene especiales razones de reconocimiento y de devoción a Bazalgette. Pocos franceses conocían y amaban esa literatura como este magro y fervoroso puritano de París. Bazalgette reveló a Francia Walt Withman y Henry Thoreau. Como director de la magnífica y selecta colección de prosadores extranjeros de Rieder, contribuyó a la divulgación de algunos de los mejores valores de la literatura yanqui: Sherwood Anderson, Carl Sandburg, Waldo Frank, John Dos Pasos. Si Walt Withman, a través de los unanimistas, ha influido en un sector de la poesía francesa, el mérito toca en parte a Bazalgette que puso su arte escrupuloso y severo de artesano medioeval y su gusto perfecto de crítico moderno en el trabajo de verter al francés los versos del gran americano.
Singularmente justas y seguras son estas palabras de Romain Rolland que rinden homenaje a la verdadera Francia tanto como a Bazalgette: “Era uno de los últimos representantes de una gran generación francesa, en quien el desinterés era el pan cotidiano. La especie no ha desaparecido y no desaparecerá jamás aunque la “feria en la plaza” de hoy, en la cual participan los más ilustres de nuestros jóvenes, haga ostentación de apetitos que nos escandalizan menos de lo que no hacen sonreír. (¡Se contentan de poco!). Bajo la eterna agitación de esta carrera tras la fortuna, la verdadera Francia continúa su labor eterna, silenciosa, pobre, proba, serena. Así fue ayer, así será mañana”. Stefan Sweig dice que “el alma misma de Walt Withman ha revivido en Bazalgette”. A tal punto juzga maravillosa su obra de traductor. Waldo Frank evoca su admirativa sorpresa al descubrir en Francia un hombre que tan profunda y sagazmente comprendía el espíritu norte-americano. Bazalgette no adquirió este conocimiento de Norte-América en ninguna aventurera, diplomática y reclamística indagación a Paul Morand. “Europa -dice Frank- nos envía analistas, observadores penetrantes; y bien, se les siente siempre huraños al cuadro que traza de la vida americana. Escriben en hombres de ciencia, en caricaturistas, en críticos o en apologistas; pero siempre de fuera. Solo este hombre, que no había venido en persona, llevaba en el fondo de si mismo el soplo, las palpitaciones de una realidad viva”. John dos Pasos elogia en Bazalgette el mismo extraordinario don: “Por Withman y Thoreau, ha conocido -escribe-, una América diversamente vasta y más fundamental que este país de jazz, de rascacielos y de rudos negros tan a la moda en la Francia de nuestros días”. Sherwood Anderson lo estima un cosmopolita.
Le debo una eficaz invitación al conocimiento y a la meditación de Henry Thoreau, a quien empecé a amar en su libro. Le debo mi primer fuerte contacto con la más acendrara y entrañable Norte-América. Sin ser francés, en un tiempo en que la orientación de mi cultura dependía en gran parte de mi suerte en la elección de guías, experimenté su sana influencia. Lo seguí en “Clarté”, en “Europe”, en “Monde”. Y, sin haberlo visto nunca, me lo imaginaba tal como lo describen los que tuvieron la fortuna de ser sus familiares, obstinado, generoso, alacre, paciente heredero y continuador de la más noble tradición francesa.

José Carlos Mariátegui La Chira

Carta de Tristán Marof, 14/7/1929

México, 14 de julio de 1929
Querido amigo Mariátegui:
Por si acaso no le haya enviado Humberto Tejera la revista, la remito yo. Hay un juicio sobre un libro suyo Siete Ensayos.
También le mando una novela mía que recién llega a mis manos.
Le ruego ponerme unas líneas para saber si recibe todo lo que le remito.
Un fuerte apretón de manos y deseos de felicidad.
T. Marof.
Edificio Condesa B-2

Marof, Tristán

Carta de Baltasar Dromundo, 7/11/1929

Ciudad de México, 7 de noviembre de 1929
Sr. José Carlos Mariátegui.
Lima. Perú.
Estimable señor Mariátegui:
Mi querido amigo Serafín del Mar, hoy en camino para San José, me ha dado la dirección de usted pidiéndome que le envíe un poema revolucionario para Amauta, su fuerte y acertada revista. Lo hago con gusto, pues es un deseo mío también. Sólo me tengo una duda; hace tiempo que le escribí a usted y usted no contestó. Serafín me ha dicho que habrá sido por las múltiples ocupaciones de usted. Creo que hoy sí recibiré sus letras.
Deseo que usted se sirva enviarme, a correo reembolso, su libro Siete ensayos sobre la realidad peruana. Además, le ruego me mande un recibo por una suscripción anual de Amauta, yo le enviaré el importe por correo tan luego todo eso esté por acá.
Créame su amigo, admirador y camarada afectísimo.
Baltasar Dromundo

Aztecas, 14, Depto. 8.
México. D.F. República mexicana.

Dromundo, Baltasar

Carta de Tristán Marof, 29/5/1929

México, 29 de mayo de 1929
Mi querido compañero Mariátegui:
Ahí le incluyo un artículo para Amauta. Procure insertarlo en su número más inmediato. Arguedas me ha atacado en París con tanta injusticia como deshonestidad. Me llama profiteur, coquin y otras cosas. Y usted sabe, saben todos que yo no he hecho otra cosa que darme por entero a la causa proletaria, renunciando fortuna, situación, privilegios. Recuerdo que estando en prisión, Taborga, el jefe del nacionalismo me quiso comprar con promesas diciéndome que Siles aceptaba una reconciliación conmigo y que me nombraría su Ministro. Yo le dije a Taborga que si no había podido fusilarme Siles quería fusilarme moralmente. Ahora Arguedas se lanza contra mí por haber sido nombrado Ministro de Bolivia en Colombia. Yo vivo pobre y trabajosamente gano el pan. No hay un solo ciudadano entre los míos que me acuse de aprovechador y deshonesto. Hasta mi dinero he empleado por levantar a los indios.
Un abrazo de su amigo que lo aprecia grandemente
T. Marof.

P.S.—En la revista de economía hay un juicio bastante interesante sobre su último libro por Humberto Tejera, buen amigo mío, a quien le presté el libro que tuvo la gentileza de enviármelo. Le envío en paquete separado.
Escriba al recibo de esta carta, aunque sean unas líneas a esta dirección: Sr. Gustavo Navarro, Calle de Sinaloa 73, México D.F.
Le ruego encargar que corrijan con un poco de cuidado en la imprenta mi artículo.

Marof, Tristán

Carta de Rafael Heliodoro Valle,8/11/1928

México, D.F., 8 de noviembre de 1928
Señor doctor don
José Carlos Mariátegui
Casilla 2107
Lima, Perú.
Muy estimado compañero:
No he podido contestar antes su grata del 14 de julio, debido a mis múltiples quehaceres. Por eso también me fue imposible enviarle la colaboración que tuvo la bondad de pedirme para la edición especial de Amauta en honor de México. No sé si esa edición ya apareció, porque no la conozco entre las publicaciones que de Hispanoamérica han llegado a última hora.
Para obtener los suplementos de Excelsior y Revista de Revistas, le ruego escribir directamente al Gerente del primero; porque los redactores no podemos invadir esa jurisdicción de canje.
Los datos que usted se sirvió enviar en respuesta al cuestionario del Departamento de Bibliotecas, los aprovecharé para el segundo volumen de Indice de Escritores y oportunamente le mandaré un ejemplar.
Muy cordialmente lo saluda su amigo y compañero
Rafael Heliodoro Valle
Orizaba 192-A

Valle, Rafael Heliodoro