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Carta de Sixto E. Miguel, 14/1/1927

Jauja, enero 14 de 1927

Señor director de "Amauta".

Lima.

Muy señor mío:

Aprovecho la feliz oportunidad para dirigirle la presente. Deseo que en la revista mensual que dignamente dirige Ud. pueda publicarse el aviso que le adjunto. Se servirá indicarme la suma que debo de pagar por su inserción, por el curso de un medio año, o un año.

Su atto. y S.S.S

Sixto E. Miguel

Miguel, Sixto E.

Sentido heroico y creador del socialismo [Recorte de prensa]

Sentido heroico y creador del socialismo

Todos los que como Henri de Man predican y anuncian un socialismo ético, basado en principios humanitarios, en vez de contribuir de algún modo a la elevación moral del proletariado, trabajan inconscientemente, paradójicamente, contra su afirmación como una fuerza creadora y heroica, vale decir, contra su rol civilizador. Por la vía del socialismo “moral”, y de sus pláticas anti-materialistas, no se consigue otra cosa que recaer en el más estéril y lacrimoso romanticismo humanitario, en la más decante apologética del “paria”, en el más inepto plagio de la frase evangélica de los “pobres de espíritu”.

Y esto equivale a retroceder al socialismo a su estación romántica, utopista, en que sus reivindicaciones se alimentaban, en gran parte, del resentimiento y la divagación de esa aristocracia que. después de haberse entretenido idílica y dieciochescamente en disfrazarse de pastores y zagalas y en convertirse a la enciclopedia y el liberalismo, soñaba con acaudillar bizarra y caballerescamente una revolución de descamisados y de ilotas. Obedeciendo a una tendencia de sublimación de su resentimiento, este género de socialistas, —al cual nadie piensa en negar sus servicios y en el cual descollaron a gran altura espíritus extraordinarios y admirables— recogía del arroyo los clisés sentimentales y las imágenes demagógicas de una epopeya de “sans culottes”, destinada a instaurar en el mundo una edad paradisiacamente rousseauniana.

Pero, como sabemos desde hace mucho tiempo, no era ese absolutamente el camino de la revolución socialista. Marx descubrió y enseñó que había que empezar por comprender la fatalidad de la etapa capitalista y, sobre todo, su valor. El socialismo, a partir de Marx, aparecía como la concepción de una nueva clase, como una doctrina y un movimiento que no tenían nada, de común con el romanticismo de quienes repudiaban, cual una abominación, la obra capitalista. El proletario sucedía a la burguesía en la empresa civilizadora. Y asumía esta misión, consciente de su responsabilidad y su capacidad —adquiridas en la acción revolucionaria y en la usina capitalista— cuan­do la burguesía, cumplido su destino, cesaba de ser una fuerza de progreso y cultura. Por esto, la obra de Marx tiene cierto acento de admiración de la obra capitalista, y “El Capital”, al parque las bases de una ciencia socialista, es la mejor versión de la epopeya del capitalismo, (algo que no escapa exteriormente a la observación de Henri de Man, pero sí en su sentido profundo)...

El socialismo ético, pseudocristiano, humanitario, que se trata anacrónicamente de oponer al socialismo marxista, puede ser un ejercicio más o menos lírico e inocuo de una burguesía fatigada y decadente, pero no la teoría de una clase que ha alcanzado su mayoría de edad superando los más altos objetivos de la clase capitalista. El marxismo es totalmente extraño y contrario a estas mediocres especulaciones altruistas y filantrópicas. Los marxistas no creemos que la empresa de crear un nuevo orden social, superior al orden capitalista, incumba a una amorfa masa de parias ni de oprimidos, guiada por evangélicos predicadores del bien. La energía revolucionaria del socialismo no se alimenta ni de compasión ni de envidia. En la lucha de clases, donde re­siden todos los elementos de lo sublime y heroico de su ascensión, el proletariado debe elevarse a una “moral de productores”, muy distante y distinta de la “moral de esclavos” de que oficiosamente se empeñan en proveerlo sus gratuitos profesores de moral, horrorizados de su materialismo. Una nueva civilización no puede surgir de un triste y humillado mundo de ilotas y de miserables, sin más título ni más aptitud que la de su ilotismo y su miseria. El proletariado ingresa en la historia, como clase nueva, en el instante en que descubre su misión de edificar con los elementos allegados por el esfuerzo humano, moral o amoral, justo o injusto, un orden social superior. Y a esta capacidad no ha arribado por milagro. La adquiere situándose sólidamente en el terreno de la economía, de la producción. Su moral de clase depende de la energía y heroísmo conque opere en este terreno y de la amplitud conque domine y trascienda la economía burguesa.

De Man roza, a veces, esta verdad; pero en general se guarda de adoptarla. Así, por ejemplo, escribe: “Lo esencial en el socialismo es la lucha por él. Según la fórmula de un representante de la “Juventud Socialista” alemana, el objeto de nuestra existencia no es paradisiaco sino heroico”. Pero no es esta precisamente la concepción en que se inspira el pensamiento del revisionista belga quien, algunas páginas antes, confiesa: “Me siento más cerca del práctico reformista que del extremista y estimo en más una alcantarilla nueva en un barrio obrero o un jardín florido ante una casa de trabajadores que una nueva teoría de la lucha de clases”. De Man critica, en la primera parte de su obra, la tendencia a idealizar al proletario como se idealizaba al campesino, al hombre primitivo y simple, en la época de Rousseau. Y esto indica que su especulación y su práctica se basan casi únicamente en el socialismo humanitario de los intelectuales.

No hay duda de que este socialismo humanitario anda hasta hoy no poco propagado en las masas obreras. “La Internacional”, el himno de la revolución, se dirige en su primer verso a “los pobres del mundo”, frase de cierta reminiscencia evangélica. Si se recuerda que el autor de estos versos es un poeta popular francés de pura estirpe bohemia y romántica, la veta de su inspiración aparece clara. La obra de otro francés, el gran Henri Barbusse, se presenta impregnada del mismo, sentimiento de idealización de las masas, de la masa intemporal, eterna, sobre la que pesa opresora la gloria de los héroes y el fardo de las culturas. Masa-cariátide. Pero la masa no es el proletariado moderno; y su reivindicación genérica no es la reivindicación revolucionaria y socialista.

El mérito excepcional de Marx consiste en haber, en este sentido, descubierto al proletariado. Como escribe Adriano Tilgher, “ante la historia, Marx aparece como el descubridor y diría, casi el inventor del proletariado: él, en efecto, no solo ha dado al movimiento proletario la consciencia de su naturaleza, de su legitimidad y necesidad histórica, de su ley interna, del último término hacia el cual se encamina y ha infundido así en el proletariado aquella consciencia que antes le faltaba, sino ha creado; puede decirse, la noción misma, y tras la noción, la realidad del proletariado como clase esencialmente antitética de la burguesía, verdadera y sola portadora del espíritu revolucionario en la sociedad industrial moderna”.

Y a esta concepción, a este descubrimiento, debe el socialismo su potencia política, a la vez que su emoción religiosa. Y el proletariado la capacidad moral e intelectual a que está subordinada la realización del socialismo.

José Carlos Mariátegui

José Carlos Mariátegui La Chira

Idealismo y decadentismo [Recorte de Prensa]

Idealismo y decadentismo

Las clases que se han sucedido en el dominio de la sociedad, han disfrazado siempre sus móviles materiales con una mitología que abonada largamente el idealismo de su conducta. Como el socialismo, consecuente con sus premisas filosóficas, renuncia a este indumento anacrónico; todas las supersticiones espiritualistas se amotinan contra él, en un cónclave del fariseísmo universal, a cuyas sagradas decisiones sienten el deber de mostrarse atentos, sin reparar en su sentido reaccionario, intelectuales pávidos y universitarios ingenuos.

Pero, porque el pensamiento filosófico burgués, ha perdido esa seguridad, ese estoicismo conque quiso caracterizarse en su época afirmativa y revolucionaria, ¿debe el socialismo imitarlo en su retiro al claustro tomista, o en su peregrinación a la pagoda del Budha viviente, siguiendo el itinerario parisién de Jean Cocteau o turístico de Paúl Morand? ¿Quiénes son más idealistas, en la acepción superior abstracta de este vocablo, los idealistas del orden burgués o los materialistas de la revolución socialista? Y si la palabra idealismo está desacreditada y comprometida por la servidumbre de los sistemas que ella designa a todos los pasados intereses y privilegios de clase, ¿qué necesidad histórica tiene el socialismo de acogerse a su amparo? La filosofía idealista, históricamente, es la filosofía de la revolución liberal y del orden burgués. Y ya sabemos los frutos que desde que la burguesía se ha hecho conservadora, da en la teoría y en la práctica. Por un Benedetto Croce que, continuando lealmente esta filosofía, denuncia la enconada conjuración de la cátedra contra el socialismo, como idea que surge del desenvolvimiento del liberalismo, ¡cuántos Giovanni Gentile, al servicio de un partido cuyos ideólogos, fautores sectarios de una restauración espiritual del Medio Evo, repudian en bloque, la modernidad? La burguesía, historicista y evolucionista dogmática y estrechamente, en los tiempos en que, contra el racionalismo y el utopismo igualitarios, le bastaba la fórmula: “todo lo real es racional”, dispuso entonces de casi la unanimidad de los “idealistas”. Ahora que no sirviéndole ya los mitos de la Historia y la Evolución para resistir al socialismo, deviene anti-historicista, se reconcilia con todas las iglesias y todas las supersticiones, favorece el retorno a la trascendencia y a la teología y adopta los principios de los reaccionarios que mas sañudamente la combatieron cuando era revolucionaria y liberal, otra vez encuentra en los sectores y en las capillas de una filosofía idealista “bonne a tout faire”, —neo-kantistas, neo-pragmatistas, etc.—solícitos proveedores, ora dandys y elegantes como el conde Keyserling, ora panfletarios y provinciales a lo León Bloy como Domenico Giulxiotti, de todas las prédicas útiles al remozamiento de los más viejos mitos.

Es posible que universitarios vagamente simpatizantes de Marx y Lenin, pero sobre todo de Jaurés y Mac Donald, echen de menos una teorización o una literatura socialista, de fervoroso espiritualismo, con abundantes citas de Keyserling, Scheler, Stammler y aún de Steiner y Krishnamurti. Entre estos elementos, ayunos a veces de una seria información marxista, es lógico que el revisionismo de Henri de Man, y hasta otro de menor cuantía, encuentre discípulos y admiradores. Pocos entre ellos, se preocuparán de averiguar si las ideas de “Más allá del marxismo” son al menos originales o si, como lo certifica el propio Vandervelde, no agregan nada a la antigua crítica revisionista.

Tanto Henri de Man como Max Eastman, extraen sus mayores objeciones de la crítica de la concepción materialista de la historia formulada hace varios años por el profesor Brandenburg en los siguientes términos: “Ella quiere fundar todas las variaciones de la vida en común de los hombres en los cambios que sobrevienen en el dominio de las fuerzas productivas; pero ella no puede, explicar porqué éstas últimas deben cambiar constantemente y por qué este cambio debe necesariamente efectuarse en la dirección del socialismo”. Bukharin responde a esta crítica en un apéndice a “La theorie du materialisme historique”. Pero más fácil y cómodo es contentarse con la lectura de Henri de Man que indagar sus fuentes y enterarse de, los respectivos argumentos de Bukharin y el profesor Brandenburg, menos difundidos por los distribuidores de novedades.

Peculiar y exclusiva de la tentativa de espiritualización del socialismo de Henri de Man es, en cambio, la siguiente proposición: “Los valores vitales son superiores a los materiales, y entre los vitales, los más elevados son los espirituales. Lo que en el aspecto eudomonológico podría expresarse así: en condiciones iguales, las satisfacciones más apetecibles son las que uno siente en la conciencia cuando refleja lo más vivo de la realidad del yo y del medio que lo rodea”. Esta arbitraria categorización de los valores no está destinada a otra cosa que a satisfacer a los pseudo-socialistas deseosos de que se les provea de una fórmula equivalente a la de los neo-tomistas: “primacía de lo espiritual”. Henri de Man no podría explicar jamás satisfactoriamente en qué se diferencian los valores vitales de los materiales. Y al distinguir los valores materiales de los espirituales tendría que atenerse al más arcaico dualismo.

En el apéndice ya citado de su libro sobre el materialismo histórico, Bukharin enjuicia así la tendencia dentro de la cual se clasifica de Man: "Según Marx las relaciones de producción son la base material de la sociedad. Sin embargo, en numerosos grupos marxistas (o más bien, pseudo-marxistas), existe una tendencia irresistible a espiritualizar esta base material. Los progresos de la escuela y del método psicológico en la sociología burguesa no podían dejar de "contaminar" los medios marxistas y semi-marxistas. Este fenómeno marchaba a la par con la influencia creciente de la filosofía académica idealista. Se pusieron a rehacer la construcción de Marx, introduciendo en su base material la base psi­cológica "ideal", la escuela austriaca (Bohm-Ba­wark), L. Word y tutti quanti. En este menester, la iniciativa volvió al austro-marxismo, teó­ricamente, en decadencia. Se comenzó a tratar la base material en el espíritu del Pickwick Club. La economía, el modo de producción, pasaron a una categoría inferior a la de las reacciones psí­quicas. El cimiento sólido de lo material desa­pareció del edificio social".

Que Keyserlingy Spengler, sirenas de la decadencia, continúen al margen de la especula­ción marxista. El más nocivo sentimiento que podría turbar al socialismo, en sus actuales jornadas, es el temor de no parecer bastante intelec­tualistas y espiritualista a la crítica universitaria, "Los hombres que han recibido una educación primaria —escribía Sorel en el prólogo de Reflexiones sobre la Violencia— tienen en general la superstición del libro y atribuyen fácilmente genio a las gentes que ocupan mucho la atención del mundo letrado; se imaginan que tendrían mucho que aprender de los autores cuyo nombre es citado frecuentemente con elogio en los periódicos; escuchan con un singular respeto los comentarios que los laureados de los concursos vienen a aportarles. Combatir estos prejuicios no es cosa fácil; pero es hacer obra útil. Consideramos este trabajo como absolutamente capital y podemos llevarlo a buen término sin ocupar jamás la dirección del mundo obrero. Es necesario que no le ocurra al proletariado lo que les sucedió a los germanos que conquistaron el imperio romano: tuvieron vergüenza e hicieron sus maestros a los rectores de la decadencia latina, pero no tuvieron que alabarse de haberse querido civilizar". La admonición del hombre de pensamiento y de estudio que mejor partido sacó para el socialismo de las enseñanzas de Bergson, no ha sido nunca tan actual como en estos tiempos interinos de estabilización capitalista.

José Carlos Mariátegui

José Carlos Mariátegui La Chira

Rasgos y espíritu del socialismo belga [Recorte de prensa]

Rasgos y espíritu del socialismo belga

Vandervelde, máximo líder del socialismo belga, opera como amigable componedor entre las fracciones socialistas de la República Argentina. Su visita a Buenos Aires, en misión diplomática de la IIa. Internacional, es una ocasión de considerar algunos aspectos y personas del más céntrico y típico de los partidos europeos de esta Internacional, a la que su último congreso de Bruselas ha tratado de rejuvenecer un poco.

Bélgica es el país de Europa con el que se identifica más el espíritu de la IIa. Internacional. En ninguna ciudad encuentra mejor su clima que en Bruselas, el reformismo occidental. Berlín, París, significarían una sospechosa y envidiada hegemonía de la social-democracia alemana o de la S. F. I. O. La IIa. Internacional ha preferido habitualmente para sus asambleas Bruselas, Ámsterdam, Berna. Sus sedes características son Bruselas y Ámsterdam. (El Labour Party británico, ha guardado en su política mucho de la situación insular de Inglaterra).

Vandervelde, De Brouckere, Huysman, han hecho temprano su aprendizaje de funcionarios de la IIa. Internacional. Este trabajo les ha comunicado, forzosamente, cierto aire diplomático, cierto hábito de mesura y equilibrio, fácilmente asequibles a su psicología burocrática y pequeño-burguesa de socialistas belgas.

Porque Bélgica no debe a su función de hogar de la IIa. Internacional el tono menor de su socialismo. Desde su origen el movimiento socialista un propietario de Bélgica, se resiente del influjo de la tradición pequeño-burguesa de un pueblo católico y agrícola, apretado entre dos grandes nacionalidades rivales, fiel todavía en sus burgos a los gustos del artesanado, insuficientemente conquistado por la gran industria. Sorel no ahorra, en su obra, duros sarcasmos sobre Vandervelde y sus correligionarios.

“Bélgica-escribe en ’'‘Reflexiones sobre la Violencia” es uno de los países donde el movimiento sindical es más débil; toda la organización del socialismo está fundada sobre la panadería, la pulpería y la mercería, explotadas por comités del partido; el obrero, habituado largo tiempo a una disciplina clerical, es siempre un “inferior” que se cree obligado a seguir la dirección de las gentes que le venden los productos de que ha menester, con una ligera rebaja, y que lo abrevan con arengas sea católicas, sea socialistas. No solamente encontramos el comercio de especias erigido en sacerdocio, sino que es de Bélgica de donde nos vino la famosa teoría de los servicios públicos, contra la cual Guesde escribió en 1883 un tan violento folleto y que Deville llamaba al mismo tiempo, una deformación belga del colectivismo. Todo el socialismo belga tiende al desarrollo de la industria de Estado, a la constitución de una clase de trabajadores-funcionarios, sólidamente disciplinada bajo la mano de hierro de los jefes que la democracia aceptaría”. Max, juzgaba a Bélgica el paraíso de los capitalistas.

En la época de tranquilo apogeo de la social-democracia lassalliana y jauresiana, estos juicios no eran, sin duda, muy populares. Entonces, se miraba a Bélgica como al paraíso de la reforma, más bien que del capital. Se admiraba el espíritu progresista de sus liberales, alacres y vigilantes defensores de la laicidad; de sus católico-sociales, vanguardia del Novarum Rerum; de sus socialistas, sabiamente abastecidos de oportunismo lassalliana y de elocuencia jauressiana. Eliseo Reclus, había definido a Bélgica como “el campo de experiencia de Europa”. La democracia occidental sentía descansar su optimismo en este pequeño Estado en que parecían dulcificarse todos los antagonismos de clase y de partido.

El proceso de la guerra quiso que en esta beata sede de la IIa. Internacional, la política de la “unión sagrada” llevara a los socialistas al más exacerbado nacionalismo. Los líderes del internacionalismo, se convirtieron en excelentes ministros de la monarquía. A esto se debe, evidentemente, en gran parte, la desilusión de Henri de Man respecto al internacionalismo de los socialistas. Sus inmediatos puntos de referencia están en Bruselas, la capital donde Jaurés, pronunciara inútilmente dos días antes del desencadenamiento de la guerra, su última arenga internacionalista.

En su erección nacionalista, Bélgica mostró mucho más grandeza y coraje que en su oficio pacifista e internacional. “El sentimiento de la falta de heroísmo -afirma Piero Gobetti- nos debe explicar los improvistos gestos de dignidad y de altruismo en este pueblo utilitarista y calculador que, en 1830 como en 1914, en todos los grandes cruceros de su historia sabe comportarse con desinterés señorial”. Para Gobetti, a quien no se puede atribuir el mismo tumor de polémica con Vandervelde que a Sorel, la vida normal de Bélgica sufre de la falta de sublime y de heroico. Gobetti completa la diagnosis sorelliana. “La fuerza de Bélgica -observa- está en el equilibrio realizado entre agricultura, industria y comercio. Resulta de esto la feliz mediocridad de las tierras fértiles y cerradas. Las relaciones con el exterior son extremadamente delicadas; ninguna audacia le es consentida impunemente; todas las crisis mundiales repercuten con gran sensibilidad en su comercio, en su capacidad de expansión, amenazando a cada rato constreñirlo en las posiciones seguras, pero insoportables, de su equilibrio casero. Bélgica es un pueblo de tipo casero y provincial, empujado por la situación absurda y afortunada, a jugar siempre un rol superior a sus fuerzas en la vida europea.” A las consecuencias de la tradición y la mecánica de la vida belga, no podía escapar el movimiento obrero y socialista. “La práctica de la lucha de clases -apunta Gobetti- no era consentida por las mismas exigencias idílicas de una industria experimental y de una agricultura que acerca y adapta a todas las clases. La mediocridad es también enemiga de la desesperación. Un país en el cual se experimenta no puede, no, cultivar la discreción de los gestos, la quietud modesta y optimista. Además, aunque del 1848 al 1900 han desaparecido casi completamente en Bélgica los artesanos y la industria a domicilio, el instinto pequeño burgués ha subsistido en el operario de la gran industria, que a veces es contemporáneamente agricultor y obrero y siempre, habitando a treinta o cuarenta kilómetros de la fábrica, se substrae a la vida y a la psicología de la ciudad, escuela de socialismo intransigente”. A juicio de Gobetti, los líderes del socialismo belga, “han conducido a los obreros de Bélgica a la vanguardia del cooperativismo y del ahorro, pero los han dejado sin un ideal de lucha. Después de treinta años de vida política se hallan de representantes naturales de un socialismo áulico y oligárquico, y continuador de las funciones conservadoras”.

La consideración de estos hechos nos explica no solo la entonación general de la larga obra de Vandervelde, el actual huésped del socialismo argentino, sino también la inspiración del libro derrotista y desencantado de Henri de Man, que poco antes de la guerra fundara una “central de educación” de la que proceden justamente los animadores del primer movimiento comunista belga. Henri de Man, como él mismo lo dice en su libro, no pudo acompañar a sus amigos, en su trayectoria heroica. Malhumorado y pesimista, regresa, por esto, al lado de Vandervelde, que lo acoge con sus más zalameros y comprometedores elogios.

José Carlos Mariátegui.

José Carlos Mariátegui La Chira

La lucha de la India por la independencia nacional [Recorte de prensa]

La lucha de la India por la independencia nacional

El más fácil pronóstico sobre las perspectivas de 1930 es el de que este año señalará una etapa culminante del movimiento nacionalista hindú. La reunión del Congreso Nacional Hindú está rodeada de la más grande expectación mundial por la gravedad de las decisiones que esta vez le tocará tomar. Desde hace dos años la lucha por la emancipación nacional de la India ha entrado en una fase de decisiva aceleración.

Las deliberaciones del Congreso Nacional reunido en Madras en diciembre de 1927 tuvieron un acentuado tono revolucionario. Malgrado la resistencia abierta o disfrazada de líderes moderados, propugnadores de una política transaccional, el Congreso se pronunció en esa oportunidad a favor de la completa independencia de la India. Aprobó también el Congreso una moción de solidaridad con los revolucionarios chinos y con la Liga Mundial contra el Imperialismo, en cuyo segundo congreso, celebrado en Francfort en Julio de 1929, las masas revolucionarias hindúes han estado conspicuamente representadas.

El año de 1928 se caracterizó por la agitación del proletariado industrial de Calcuta y Bombay, focos de la acción sindical hindú. Centenares de miles de obreros de las fábricas de tejidos reafirmaron en las jornadas de 1920 un programa clasista. Este proletariado es, sin duda, el que desde el primer congreso sindical pan-hindú de octubre de 1928 comunica un sentido de clase, un fondo social y económico al movimiento nacionalista de la India.

El gobierno de Baldwin encargó a una comisión parlamentaria, en el mismo año, el estudio de la cuestión hindú y la proposición de las medidas que la Gran Bretaña debe adoptar. El nombramiento de esta comisión significa el reconocimiento de la insuficiencia y del fracaso de la reforma con que la Gran Bretaña creyó cumplir en 1919 las promesas hechas a la India, como a todas sus colonias, durante la guerra, para asegurarse su cooperación y obediencia. Los organismos nacionalistas acordaron el boycott de esta comisión, de la que la India no podía esperar sino una morosa encuesta y algunas tardías sugestiones. La comisión Simon fue recibida con demostraciones hostiles, trágicamente selladas por la muerte del gran líder nacionalista Lala Lajpat Rai, a consecuencia de los maltratos sufridos en manos de la policía inglesa.

Lala Lajpat Rai, o Lalaji como se le llamaba usualmente, a los 63 años, con una foja de servicios políticos eminentes de cuarenta años, podía haberse abstenido de concurrir personalmente a las protestas de su pueblo contra la nueva maniobra del imperialismo británico. Pero hombre de acción ante todo, tenía que entregar a la causa de la libertad hindú sus últimas energías. Participó en persona en la manifestación con que el pueblo recibió a Mr. John Simon y sus acompañantes en la estación de Labore el 30 de Octubre de 1928. Los golpes de los policías ingleses causaron su muerte el 17 de Noviembre. Todos los adalidos de la India lo despidieron con emocionadas y reverentes frases de reconocimiento de su obra. Rabindranath Tagore, Mahatma Gandhi, Motilal Nehru, tradujeron con elocuencia concisa el sentido del pueblo hindú.

El Congreso Nacional Hindú, cuyas resoluciones son aguardadas esta vez con tanta ansiedad, no ha surgido, como se sabe, directamente de la agitación de las masas nacionalistas. Durante largos años, prevaleció en él un espíritu favorable a los intereses de la Gran Bretaña. Era una asamblea de la burguesía hindú, que tenía su origen en los sentimientos del sector liberal de esta, pero a la que el Imperio Británico, cuyo poder en la India se apoyaba en la colaboración de las castas privilegiadas y de la riqueza, pudo mirar por mucho tiempo sin aprehensión.

Pero, a medida que la corriente nacionalista empezó a acentuarse y precisarse, y a movilizar a las masas, la actitud del Congreso Nacional Hindú frente a la dominación británica cambió completamente. En 1918 el Congreso tomó una posición revolucionaria. En los años siguientes, siguió la política de Gandhi y adoptó la fórmula de la no cooperación. Las fallas de este programa, en cuya aplicación retrocedió el propio Gandhi, alarmado por los actos de violencia de la multitud, han demostrado luego a las masas la absoluta necesidad de una línea nueva. Al ensancharse las bases del Congreso, que representa en cada reunión un número mayor de sufragios, las reivindicaciones de las masas han comenzado a pesar cuantiosamente en sus deliberaciones. El partido obrero y campesino, organizado en los dos años últimos, y cuya fuerza es un índice del declinamiento del gandhismo, actúa activamente en el seno del Congreso. La derecha colaboracionista, pierde terreno y autoridad fatalmente, a pesar de que Gandhi y sus partidarios, mediando entre los dos sectores extremos, prolongan la táctica de compromiso y la esperanza en las concesiones británicas. Precisamente en el Congreso de Calcuta, hace un año, la tendencia derechista hizo un esfuerzo por predominar, con un proyecto que establecía la autonomía dentro del Imperio. Pero los partidarios de la independencia total insurgieron vigorosamente contra esta maniobra. Y la derecha tuvo que limitar el alcance de su propuesta, fijando un plazo de un año para su realización.

En estas condiciones, se reúne hoy el Congreso. El año previsto ha trascurrido. La comisión Simon no ha hecho conocer aún sus conclusiones. Una declaración del Virrey de la India anunciando el propósito del Gobierno de conceder a la India el régimen de un Dominio, ha provocado la protesta de liberales y conservadores, que acusan aI gobierno laborista de proceder como si no existiera la comisión Simon. Los laboristas se han visto obligados a atenuar al mínimum la declaración de Lord Irwin. La Gran Bretaña les regatea a los hindúes el estatuto del Dominio, en plena creciente del movimiento nacionalista por la emancipación completa. En las labores preparatorias del Congreso, Gandhi ha reasumido un rol ponderador. Pero esta vez la existencia en el Congreso de una fuerza revolucionaria compacta, apoyada en las masas obreras y campesinas, y el desprestigio de las fórmulas conciliadoras, están destinados a imprimir un nuevo curso a los debates. El primer voto del Congreso lo evidencia.

José Carlos Mariátegui.

José Carlos Mariátegui La Chira

Un libro de Emile Vandervelde [Recorte de prensa]

Un libro de Emile Vandervelde

El sumo líder de la social-democracia belga Emile Vandervelde, en su reciente libro "Le marxisme a-t-il fait faillite" que reúne varios estu­dios, algo dispares, sobre teoría y po­lítica socialistas, examina principal­mente la tesis expuesta por Henri de Man en su notorio volumen (que en su edición alemana tiene el título me­surado de "Zur Psychologie des Sozialismus" y en su menos notoria conferencia a los estudiantes socialis­tas de París.

Vandervelde, que como ya lo he re­cordado, participó temprano en el re­visionismo, comienza por rememorar, no sin cierta intención irónica, la an­tigüedad de la tendencia a fáciles y apresuradas sentencias a muerte del socialismo. Cita la frase del académi­co Reybaud, después de las jornadas de junio de 1848: “El Socialismo ha muerto; hablar de él, es pronunciar su oración fúnebre”. Mezcla, a renglón seguido, con evidente fin confusionis­ta, las críticas de Menger y Andler con las de Sorel. Opone, en cierta for­ma, la tentativa revisionista también, de Nicholson, que prudentemente se contenta con anunciar el renovamiento del marxismo, a la tentativa de Henri de Man, que proclama su li­quidación, Pero, después de un capí­tulo en que deja a salvo su propio revisionismo, se declara en desacuer­do con ciertos jóvenes e impresiona­bles lectores que han creído ver en la obra de Henri de Man la revelación de una doctrina nueva. La reacción del autor de “Más allá del Marxismo”, en general, le parece excesiva.

Si se tiene en cuenta que la propa­ganda del libro de Henri de Man ha explotado el juicio de Vandervelde so­bre esta obra, considerada por él co­mo la más importante que se ha pu­blicado después de la guerra sobre el socialismo, sus reservas y sus críti­cas cobran una oportunidad y un va­lor singulares. Vandervelde, en el cur­so de su carrera política, ha abandonado reiteradamente la línea marxista. En su época de teorizante, su posición fue la de un revisionista; y en sus tiempos de parlamentario y ministro lo ha sido mucho más. Todos los argumentos del revisionismo viejo y nuevo le son familiares. En caso de que de Man hubiera encontrado, efectivamente, los principios de un nuevo socialismo no marxista o post-marxista, Vandervelde, por mil razones especulativas, prácticas y sentimentales, no habría dejado de regocijarse. Pero de Man no ha descubierto nada, ya que no se puede tomar como un descubrimiento los resultados de un ingenioso, y a veces feliz, empleo de la psicología actual en la indagación de algunos resortes psíquicos de la acción obrera. Y Vandervelde, advertido y cauteloso, debe tomar tiempo sus preocupaciones, contra cualquier súper-estimación exorbitante de la tesis de su compatriota. Reconoce así, de modo categórico, que no hay “nada absolutamente de esencial en el libro de de Man que no se encuentre ya, al menos en germen, en Andler, en Merger, en Jaurés y aun en ese buen viejo Benoit MalIon”. Y esto equivale a desautorizar, a desvanecer completamente, por parte de quien más importancia ha atribuido al libro de Henri de Man, la hipótesis de su novedad u originalidad.

Mas Vandervelde contribuye con varios otros argumentos a la refutación de Henri de Man. El esquema del estado afectivo de la clase obrera industrial que Henri de Man ofrece, y que lo conduce a un olvido radical del fondo económico de su movimiento, no prueba absolutamente, con sus solos elementos psicológicos, lo que el revisionista belga se imagina probar. “Yo puedo admitir— escribe Vandervelde a este respecto— que el instinto de clase es anterior a la consciencia de clase, que no es indispensable que los trabajadores hayan dilucidado el problema de la plusvalía para luchar contra la explotación y la dominación de que son víctimas, que no es únicamente el “instinto adquisitivo” lo que determina sus voliciones sociales; pe­ro en definitiva, después de haber dado con él un rodeo psicológico, interesante del resto, regresamos a lo que, desde el punto de vista socialista, es verdaderamente esencial en
el Marxismo: es decir la primacía de lo económico, la importancia primordial del progreso de la técnica, el desarrollo autónomo de las fuerzas productivas, en el sentido de una concentración que tiende a eliminar o a subordinar las pequeñas empresas, a acrecentar el proletariado, a transformar la concurrencia en monopolio y a crear finalmente una contradicción ostensible entre el carácter social de
la producción y el carácter privado de la apropiación capitalista.” La afirmación de Henri de Man de que “en último análisis, la inferioridad social de las clases laboriosas no reposa en una injusticia política, ni en un prejuicio económico, sino en un estado psíquico”, es para Vandervelde una “enormidad”. De Man ha superpuesto la psicología a la economía, en un trabajo realizado sin objetividad científica, sin rigor especulativo, con el propósito extra y anti-científico de escamotear la economía. Y Vandervelde no tiene más remedio que negar que "su interpretación psicológica del movimiento obrero cambie algo que sea esencial en lo que hay de realmente sólido en las concepciones económicas y sociales del Marxismo".

Paralelamente al libro de Henri de Man, Vandervelde examina la “Theorie du Materialisme historique" de Bukharin. Y su conclusión comparativa es la siguiente: "Si hubiese que caracterizar con una palabra —excesiva por lo demás— las dos obras que acaban de ser analizadas, talvez se podría decir que Bukharin descarna al marxismo so pretexto de depurarlo , en tanto que de Man lo desosa, le quita su osamenta económica, so capa de idealizarlo." De esta comparación Bukharin sale, sin duda, mucho mejor parado que de Man, aun­ que todas las simpatías de Vandervelde sean para este último. Sobre todo si se considera que la “Theorie du
Materialisme historique” es un manual popular, un libro de divulgación, en el que por fuerza el marxismo debía quedar reducido a un esquema elemental. El marxismo descarnado, esquelético de Bukharin, se manten­dría siempre en pie, llenando el ofi­cio didáctico de un catecismo, como esas osamentas de museo que dan una idea de las dimensiones, la estructura y la fisiología de la especie que representan, mientras el marxis­mo desolado de Henri de Man, inca­paz de sostenerse un segundo, está condenado a corromperse y disgregar­se, sin dejar un vestigio duradero.

Henri de Man resulta, pues, descalificado por el reformismo, por boca de quien entre sus corifeos se sentía, ciertamente, más propenso a tratarlo con simpatía. Y esto es perfectamente lógico, no solo porque una buena parte de “Más allá del Marxismo” constituye una crítica disolvente de las contradicciones y del sistema reformista, sino porque la base económica y clasista del marxismo no es menos indispensable, prácticamente, a los reformistas que a los revolucionarios. Si el socialismo, reniega, como pretende de Man, su carácter y su función clasistas, para atenerse a las revelaciones inesperadas de los intelectuales y moralistas, dispuestos a prohijarlo o renovarlo, ¿de qué resortes dispondrían los reformistas para encuadrar en sus marcos a la clase obrera, para movilizar en las batallas del sufragio a un imponente electorado de clase y para ocupar, a título distinto de los varios partidos burgueses, una fuerte posición parlamentaria? La social democracia no puede suscribir absolutamente las conclusiones del revisionista belga, sin renunciar a su propio cimiento. Aceptar, en teoría, la caducidad del materialismo económico, sería el mejor modo de servir toda suerte de maniobras fascistas y reaccionarias. Vandervelde, interesado como el que más en apuntalar la democracia, es todo lo cauto que hace falta para comprenderlo.

José Carlos Mariátegui

José Carlos Mariátegui La Chira

La derrota de los conservadores en Inglaterra [Recorte de prensa]

La derrota de los conservadores en Inglaterra

El Labour Party ha logrado, en las últimas elecciones, la revancha que pacientemente preparaba desde que el Partido Conservador, ganando con el auxilio del falso documento de Zinovieff una mayoría, puso término en noviembre de 1924, al breve experimento del primer ministerio laborista. Los laboristas, en esas elecciones, no obtuvieron menor número de votos que en las de abril del mismo año. Perdieron puestos por la concentración de los votos de la burguesía, antes divididos entre dos partidos, a favor de los candidatos conservadores, en todos los distritos electorales donde no había otro medio de hacer frente a los candidatos laboristas; pero, numéricamente, su electorado aumentó, continuando, por consiguiente, el partido su ascensión en la estadística eleccionaria de la Gran Bretaña. Y mayor derrota sufrió, sin duda, en tal ocasión, el Partido Liberal que, como consecuencia de un fenómeno de polarización de la burguesía y la pequeña burguesía británicas alrededor de la bandera conservadora, perdía definitivamente su rol tradicional en el parlamento y la política inglesas. Mas, el Labour Party, en noviembre de 1924, no había ido a las elecciones simplemente para mantener y acrecentar sus posiciones eleccionarias, sino para ganar la mayoría. Y el electorado concedió esta mayoría a los conservadores, asegurándoles cinco años de gobierno sólidamente garantizados contra la agitación parlamentaria. El Labour Party, en minoría en el parlamento por el voto adverso de los liberales, había consultado al país si contaba o no con su confianza para continuar en el poder; con efectiva facultad de administrar. Y la mayoría había respondido votando por los conservadores.

Sin duda, el Labour Party había llegado al poder prematura y accidentalmente. La primera votación de 1924 no había dado la mayoría a los laboristas, sino la había negado a todos los partidos, y en primer lugar al que ejercía el poder, el conservador. Aunque los conservadores retenían el primer lugar en el parlamento, el escrutinio significaba la censura. Los laboristas, que por primera vez ocupaban el segundo lugar en el parlamento, fueron llamados, conforme a la práctica inglesa, a constituir el gobierno. Pero los laboristas no podían mantenerse en el poder, sin los votos de los liberales. La duración del experimento gubernamental del Labour Party, dependía del consenso parlamentario de un partido de principios diversos e intereses propios, poco dispuesto a admitir que el desplazamiento de las fuerzas electorales tuviese un carácter definitivo, propenso a intentar de nuevo la prueba electoral, dirigido por un político esencialmente oportunista como Lloyd George de humor un tanto versátil y afición un tanto aventurera. Lloyd George y su hueste parlamentaria en servicio de sus propios principios e intereses, sostuvieron el ministerio laborista el tiempo necesario para que, con asuntos de ordinaria administración, resolviera la cuestión del presupuesto. El criterio hacendario del laborismo coincidía en este apunto con el de los liberales. Todos los factores eran adversos a la prolongación del experimento laborista. El mismo Labour Party no tenía motivos para sentirse muy seguro y cómodo en el poder, antes de haber confirmado su avance en una nueva votación.
Durante los cinco años de administración conservadora trascurridos desde entonces, el Labour Party no ha llegado a adoptar una nueva línea política, decidida y segura. El personal de intelectuales y funcionarios que sigue a Mc Donald y Thomas, ha desenvuelto su actividad bajo el influjo de dos opuestas preocupaciones: la de ganarse a las capas fluctuantes del electorado, reacias a suscribir un programa insuficientemente evolucionista y británico; y la de anular los efectos de la crítica de los elementos de izquierda del partido en las masas obreras, cuyos intereses de clase reclaman del laborismo una dirección más explícitamente antiburguesa y proletaria. Los líderes laboristas, obsecuentes a un criterio electoral y parlamentario, han tendido a hacer las mayores concesiones a la primera imprecisa y aleatoria clientela. Pero, esta estrategia, por una parte comprometía la unidad de acción y doctrina del Labour Party, con el engrosamiento de la corriente Cox-Maxton y la justificación de sus cargos contra el grupo dirigente y por otra parte, disminuía la energía combativa del laborismo y sus medios morales y programáticos de agitar vigorosamente a la opinión media, resolviéndola a un cambio. El Labour Party se presentaba casi asustado de la gravedad de sus objetivos y de la trascendencia de sus principios. Y no era este, ciertamente, el mejor modo de infundir al pueblo confianza en su voluntad y aptitud de solucionar los problemas vitales de Inglaterra. La concurrencia de un político tan diestro como Lloyd George en el arte de impresionar a la opinión, resultaba, no obstante la visible decadencia teórica y práctica del liberalismo singularmente inoportuna.

La estruendosa derrota sufrida por el Partido Conservador, a pesar de todas estas circunstancias, demuestra la evidencia absoluta del fracaso de la política de Baldwin. Los laboristas no han necesitado sino insistir en la mediocridad gubernamental de los conservadores frente a la crisis económica e industrial de la Gran Bretaña, para afirmarse como partido de oposición pronto para confrontar, con mejor éxito, las dificultades del gobierno. Cinco años de administración, han debilitado al Partido Conservador, con más eficacia quizá que el crecimiento natural y la madurez histórica del partido del proletariado. La crisis de la industria y el comercio ingleses, que causa la desocupación de millón y medio de hombres, onerosa y enervante para el fisco y la producción, se ha manifestado superior a la técnica conservadora. La crisis de la economía británica es una crisis de capitalismo; y es lógico que la autoridad y el crédito de las fuerzas y teorías de gobierno de este sistema se resientan con su prolongamiento y complicaciones. El pueblo inglés empieza a desconfiar de la eficiencia política y administrativa del capitalismo. No es tiempo todavía de que conceda un crédito firme al socialismo. Pero se inclina ya a favorecer el ensayo de sus métodos, muy atenuados por supuesto en la solución de los problemas nacionales. Los líderes reformistas del Labour Party han hecho, además, muy poco por conseguir un consenso más decidido para la política socialista.

El partido liberal sale, por segunda vez, de las elecciones, reducido a un elemento de equilibrio y de combinación. Está en la situación adjetiva, secundaria, del Partido Laborista, antes de que entrara en su mayor edad, con la diferencia de que se encuentra en ella por envejecimiento. El tiempo no trabaja a su favor, como en el caso del Labour Party, cuando, vivo aún en Inglaterra el sistema bipartito, la juventud del laborismo significaba por si sola una esperanza. Baldwin ha experimentado una gran derrota; pero Lloyd George no ha experimentado una derrota menor.

A los liberales les toca votar en el nuevo parlamento contra Baldwin. No serían coherentes de otro modo con su campaña eleccionaria. El Labour Party reasumirá el poder. ¿Qué actitud tomarán entonces los liberales? Una inmediata disolución del parlamento, una segunda consulta al sufragio universal, no sería, por ningún motivo, favorable a los liberales. Lloyd George y su facción afrontarían la prueba con menos elementos que nunca. La lucha sería un duelo entre laboristas y conservadores. A los liberales no les interesa precipitar ese duelo.

Las izquierdas recobran, en Europa, con el triunfo del Labour Party, el terreno que han parecido perder incesantemente desde que comenzó con una fuerte marejada reaccionaria, el actual período de estabilización capitalista. Después de cinco años de política conservadora, Inglaterra retorna, con más convicción que en 1924, al experimento laborista. Muy pronto sabremos a qué atenernos respecto a la duración y alcances de este segundo tiempo de reforma.

José Carlos Mariátegui.

José Carlos Mariátegui La Chira

En torno a las elecciones inglesas – factores del proceso político de la Gran Bretaña [Recorte de prensa]

En torno a las elecciones inglesas – factores del proceso político de la Gran Bretaña

Reanudemos la indagación de los factores históricos de la actual situación política británica. Las elecciones próximas, con las cuales esa situación entrará en una nueva etapa, hacen de la Gran Bretaña el centro de la atención mundial. El escrutinio influirá en los destinos europeos, vale decir en los destinos mundiales. Una mayoría conservadora reforzaría y prolongaría, probablemente, la era de temporal estabilización capitalista que ha seguido a la agitación revolucionaria de los primeros años de post-guerra. Una mayoría laborista, a pesar acaso de algunos líderes del laborismo, aceleraría el curso de este período, apresurando una segunda etapa revolucionaria. La imposibilidad de cualquier mayoría, -laborista, conservadora o liberal- restablecería, como una fatalidad, a la que cada vez resulta más penoso adaptarse, la fórmula forzosa de los ministerios de coalición, como la consiguiente agudización de la crisis del parlamento.

Desde que los Estados Unidos han alcanzado la plenitud de su desarrollo económico, la historia del imperio británico ha dejado de ofrecérsenos como el máximo experimento capitalista. La revolución liberal no liquidó en Inglaterra la monarquía ni otras instituciones del régimen aristocrático. Su carácter esencialmente industrial y urbano, le permitió una gran largueza con la nobleza terrateniente. La economía capitalista creció cómodamente, sin necesidad de sacrificar la decoración capitalista, el cuadro monárquico del Imperio. Para el primer imperio capitalista, dueño de inmensas colonias, dominador de los mares, la economía agraria pasaba a un plano secundario. Su producción industrial, su poder financiero, sus empresas transoceánicas y coloniales, lo colocaban en aptitud de abastecerse ventajosamente en los más distantes mercados de los productos agrícolas necesarios para su consumo. La Gran Bretaña podía costearse, sin ningún esfuerzo excesivo el lujo de mantener una aristocracia refinada, con sus caballos, perros, parques y cotos. Esto, bajo cierto aspecto, admite ser definido como un rasgo general de la sociedad burguesa que, ni aún en los países de más avanzado republicanismo, ha logrado emanciparse de la imitación de los arquetipos y del estilo aristocrático. El “burgués gentilhombre” es actual hasta ahora. La última aspiración de la burguesía, consumada su obra, es parecerse o asimilarse a la aristocracia que desplazó y sucedió. El propio capitalismo yanqui que se ha desenvuelto en un clima tan indemne de supersticiones y privilegios, y que ha producido en sus tipos de capitanes de empresa una jerarquía tan original de jefes, no ha estado libre de esta imitación, ni ha resistido a la sugestión de los títulos y los castillos de la decaída nobleza europea. El noble se sentía y sabía la culminación de una cultura, de un orden; el burgués no. Y acaso, por esto, el burgués ha conservado un respeto subconsciente por la corte, el ocio, el gusto y el protocolo aristocráticos.

Y no hay en esto solo una cuestión psicológica social y política. La conciliación de la economía capitalista y consecuencias económicas: Inglaterra la política democrática con la tradición monárquica, tiene hoy concretas se encuentra en la necesidad de afrontar un problema agrario, que Estados Unidos ignora, que Francia resolvió con su revolución. El lujo de sus tierras improductivas está en estridente contraste con la economía de una época de depresión industrial y dos millones de desocupados. Estos dos millones de desocupados, cuya miseria pesa sobre el presupuesto y el consumo domésticos de la Gran Bretaña, pertenecen a una población esencialmente industrial y urbana. Los oficios y las costumbres citadinas de esta gente, estorban la empresa de emplearla en los más prósperos dominios británicos: Canadá, Australia, donde el obrero y el empleado inmigrantes tendría que transformarse en labriegos.
El empirismo y el conservantismo, el hábito de regirse por los hechos, con prescindencia y aún con desdén de las teorías, han permitido a la Gran Bretaña cierta insensibilidad respecto a las incompatibilidades entre las instituciones y privilegios nobiliarios, respetados por su evolución, y las consecuencias de su economía liberal y capitalista. Pero esa insensibilidad, esta negligencia que en tiempos de pingüe prosperidad capitalista y de incontrastable hegemonía mundial, ha podido ser un lujo y un capricho británicos, en tiempos de desocupación y de concurrencia, a la vez que devienen onerosas con exceso, engendran contradicciones que, amenazan seriamente el ritmo del evolucionismo inglés.

La concentración industrial y urbana aseguran la preponderancia final del partido laborista. El socialismo no conoce casi en la Gran Bretaña el problema de la difícil conquista de un campesino de rol decisivo en la lucha social. Las bases políticas y económicas de la nación son sus ciudades y sus industrias. La política agraria del socialismo no ha menester, como en Francia y Alemania, de complicadas concesiones a una gran masa de pequeños propietarios, ligados fuertemente al orden establecido. Dirigida contra los landlords es, más bien, una válida arma de ataque contra los intereses de la clase conservadora.

La marcha al socialismo está asegurada por las condiciones objetivas del país. Lo que falta al movimiento socialista inglés es, fundamentalmente, ese racionalismo, que los revisionistas encuentras exorbitante en otros partidos socialistas europeos. El proletariado inglés está dirigido por pedagogos y funcionarios, obedientes a un evolucionismo, a un pragmatismo, de fondo rigurosamente burgués. El crecimiento del poder político del laborismo ha ido mucho más a prisa que la esperanza y la adaptación de sus parlamentarios. No en balde, estos parlamentarios se hallan todavía bajo el influjo de la atmósfera intelectual y espiritual de un gran imperio capitalista. La aristocracia obrera de Inglaterra, por razones peculiares de la historia inglesa, es la más enfeudada mentalmente a la burguesía y a su tradición. Se siente obligada a luchar contra la burguesía con la misma moderación con que esta se comportara, -Cronwell y su política exceptuadas- con la aristocracia y sus privilegios. Los neo-revisionistas no parecen propensos a nada como a regocijarse de que así ocurra. “La social-democracia alemana -escribe Henri de Man- se consideró en sus comienzos como encarnación de las doctrinas revolucionarias y teológicas del marxismo intransigente; como consecuencia, la tendencia creciente de su política hacia un oportunismo conservador de Estado aparece ante sus elementos jóvenes y extremistas como una renunciación gradual de la social-democracia a sus fines tradicionales. Por el contrario, el partido obrero británico, el Labour Party, es el tipo del movimiento de mentalidad “causal”, refractario por esencia a formular objetivos remotos en forma de una teología a priori. Solo movido por la experiencia es como se ha desenvuelto llegando desde una representación muy moderada de intereses profesionales hasta constituir un partido socialista. Parece, pues, que el progreso del movimiento alemán aleja a este de su finalidad, mientras que el del inglés lo aproxima a la suya. La consecuencia práctica de esta diferencia es que el grado de desarrollo correspondiente a una tendencia progresiva en la vida intelectual del socialismo inglés contrasta con una tendencia regresiva en la vida intelectual de la social-democracia alemana. El movimiento inglés, cuyos fines impulsan, por decirlo así, día por día la experiencia de una lucha por objetivos inmediatos, pero justificados por móviles éticos, anima de este modo todo objetivo parcial y ensancha la acción de ese impulso en la medida en que este extiende el campo de su práctica reformista. De ahí que el partido obrero británico, pese a su mentalidad fundamentalmente oportunista y empírica, ejerza una atracción creciente entre los elementos más accesibles a los móviles éticos y absolutos: la juventud y los intelectuales en primer término.

Fácil es demostrar que esta presunta ventaja queda ampliamente desmentida por la relación entre el poder objetivo y los factores subjetivos de la acción laborista. El Labour Party se ha desarrollado en número con mayor rapidez que en espíritu y mentalidad. Y, por esto mismo, su caso es muy interesante. En Inglaterra nadie podrá acusar al socialismo de romanticismo revolucionario. Por consiguiente, si ahí se llega al gobierno socialista, será indudablemente no porque se lo hayan propuesto, forzando la historia, los teorizantes y los políticos del socialismo, sino porque el curso mismo de los acontecimientos ha hecho violencia sobre ellos.

José Carlos Mariátegui.

José Carlos Mariátegui La Chira

El primero de mayo en Jauja por Moisés Arroyo Posadas, 1929/05

Artículo de Moisés Arroyo Posadas titulado "El primero de mayo de Jauja" fechado en mayo de 1929.

Transcripción:

La celebración del Primero de Mayo en Jauja (Perú) no ha tenido los caracteres trágicos que mediante la estúpida provocación de la policía tuvo en Berlín, pero ha sido una revelación de la solidaridad del proletariado. Los trabajadores de Jauja se dieron cita para una unir sus dolores y sus anhelos en un solo y sobre todo para hacerse el firme propósito de asociarse solidariamente para luchar contra todos los malos de la llamada "civilización moderna" que no es sino la cultura capitalista, puesta ya en crisis en la última conflagración mundial.

Desde las primeras horas de la mañana del Primero y aún desde el día anterior la "Asociación Obrera" hizo circular los volantes de invitación para el mitin que debía realizarse a las dos p.m. por las calles de la ciudad. Hubo de desplegarse esfuerzos para conseguir el "permiso" de las autoridades locales, los que nos obstante se distinguieron por su incomprensión, pues durante la manifestación rodearon a los trabajadores de fuerzas de policía y el cura párroco y Alcalde Provincial se distinguió por su terquedad reaccionaria y su ignorancia.

A las 11 a.m. se realizó la sesión de renovación de la junta directiva, lo que señala a los trabajadores de Jauja un retraso en los métodos, pues casi todos los trabajadores de otras partes están sindicalizados. La nota proletaria la dio el compañero Nuñez quien pidió se rindiera homenaje, por breves momentos, a los caídos en Chicago en una fecha como la del primero. La sesión fue patrocinada por la "Asociación Obrera" y por el "Porvenir Obrero".

A la hora indicada y con la visible asistencia de grupo de campesinos se inició el desfile hacia uno de los teatros donde debía realizarse una actuación literaria. Ante numerosa concurrencia el compañero Luis Piana dio una conferencia sobre "Las mentiras de la civilización", empezando por hacer un estudio comparativo del progreso material y espiritual del mundo. Expresando que los progresos materiales no están en equilibrio con los progresos espirituales. Señaló el jesuitismo como una de la rémoras del progreso espiritual de los pueblos (No le faltó razón el doctor Piana, porque a los pocos días el cura-arzobispo Lisson, que tan admirablemente representa al clero inquisidor, retardatario y medieval, amenazó públicamente con el fuego eterno a sus carheros que se atrevieran a escuchar las conferencias del filósofo Jinarajadasa. Por supuesto todos rieron de la ocurrencia del frailecito y Jinarajadasa tuvo más público.)

Como una de las tantas mentiras de la civilización burguesa señaló el doctor Piana, la guerra, condenando, acertadamente, la actitud de algunos sociólogos que sostienen que la guerra es buena: "la guerra es un rezago del hombre antropófago"; "la guerra es la mejor higiene de la humanidad" e hizo una reseña irónica de las llamadas "Conferencias del Desarme" y de la "Sociedad de la Naciones", donde los intereses capitalistas, manejan a su antojo a los títeres con disfraz de delegados o diplomáticos. Luego señaló la complicidad de la prensa capitalista mundial con las farsas pacifistas y las alarmas patrioteras. "Tras de los diplomáticos que, en secretos conciliábulos, preparan las guerras-dijo- están los industriales de cañones y armas de fuego; don dinero les mueve a todos; la guerra solo tiene su explicación en el deseo del lucro, esos diplomáticos, "gobernantes", son peores que los antropófagos antiguos.

[...]

Arroyo Posada, Moisés

Mensaje de Víctor Raúl a la juventud y al pueblo cuzqueños, 2/10/1926

MENSAJE DE HAYA-DELATORRE A LA JUVENTUD Y AL PUEBLO CUZQUEÑOS

"Los viejos a la tumba;
los jóvenes a la obra"
González Prada

A la Juventud de Cuzco:

"Al venir a Paris -y-ponerme en contacto con los numerosos estudiantes cuzqueños residentes aquí, he sentido mas fuerte que nunca la solidaridad ideológica de nuestra generación en el Perú, militante en el movimiento renovador que ha surgido de las Universidades Populares González Prada y que va extendiéndose avasallador a todos los ámbitos del país. Mi relación con el brillante conjunto de estudiantes cuzqueños que viven en París me ha permitido comprender mejor el admirable espíritu revolucionario de la juventud del Cuzco. Estamos aquí todos juntos, organizando nuestra acción, disciplinando nuestros fuerzas, dando así a nuestros ideales el sentido de realización que es necesario para lograr la victoria de nuestra causa."

"La nueva generación del Perú ha llegado al momento de concretar todos los vagos intentos que hasta hoy no han servido sino para darnos la experiencia de que ningún movimiento desorganizado, individualista y sin un claro y moderno programa social, podrá imponerse. Felizmente todos, sentimos Ia necesidad de organizar y disciplinar las fuerzas renovadoras como un ejército que se alista, para batallas decisivas. El ímpetu de la juventud de trabajadores manuales e intelectuales del Perú, se transformara en energía invencible y no ha de perderse más en impulsos inconexos, o en acciones improvisadas y sin plan. Nuestro enemigo es aun fuerte: es todo un pa­sado "republicano" de opresión, de ignorancia, de fanatismo, de sumisión, de sensualidad, de compadrería y de saqueo de las riquezas publicas que son del pueblo. Todo este negro conjunto de fuerzas inferiores ha creado en el país una moral pervertida de hábitos y tendencias que constituyen un peligro social, porque han erigido como noma de vida el abuso, la traición y la bajeza. Contra todo eso tenemos que luchar; contra todo eso tendremos que vencer. Dentro de nosotros mismos debernos extirpar despiadadamente todos los rezagos que esa moral pervertida del ambiente, instaurada por las viejas generaciones, nos haya podido dejar como contagio o mal ejemplo. Tene­mos que renovarnos; tenemos que revolucionar nuestras conciencias libertándolas de
egoísmos enfermizos y de flaquezas censurables para que odiando al mal que ha traí­do la degeneración y el desastre que hoy amenazan el Perú, afrontemos radicalmente; la obra gloriosa y difícil de redimirlo".

"Nadie sino la juventud de trabajadores manuales e intelectuales, unida como un haz, podrá realizar la obra salvadora. Nadie sino aquellos que tienen el espíritu apto para comprender que el propio sacrificio es el único medio de redimir a los demás y que la justicia solo se conquista por la lucha. Nuestra obra exige darse a ella, pero darse a ella totalmente con la sinceridad sin reservas de los convenci­dos de que no se pertenece aquel que tiene la responsabilidad de llevar a la victo­ria una causa mil veces sagrado".

Compañeros estudiantes de la Universidad del Cuzco:
"Yo no puedo dirigirme a vosotros sin orgullo. Siendo que lo que habéis hecho como contribución a la causa de la Revolución del Perú es honra para nuestra generación. Vuestros sacrificios, vuestro entusiasmo, vuestra energía tiene sin duda alguna un alto valor de eficacia. Quizá si el impulso de vuestros movimientos no ha tenido planes perfectos, pero eso no importa, porque habéis ganado la experiencia aleccionadora de que es absolutamente preciso canalizar los entusiasmos, organizar las fuerzas, sistemar los movimientos, disciplinar las filas y convertirnos todos en soldados del nuevo ejército de la Libertad y la Justicia. Hoy estamos todos juntos: de un lado al otro del Perú el grito de la nueva generación es escuchado por el pueblo. Nuestro debe inmediato es sostener sin desmayo los principios de nuestra causa, cuyos puntos esenciales pueden esbozarse así:

"La regeneración material y moral de las clases productores sobre la base de la reorganización total de la economía nacional, suprimiendo las castas privilegiadas y extirpando las oligarquías que usufructúan sin límites los dineros del Estado que son del pueblo; abolición de la tiranía política y económica que en Lima, —foco de prostitución, de abuso y de opresión—, se ejerce sobre las provincias que, en una tarea dolorosa y sin fin producen el dinero que luego dilapidan los privilegiados que se agrupan en la capital; defensa de la soberanía del pueblo y de la libertad de la Nación que hoy está entregada a las cadenas implacables del imperialismo yanqui el que nos va entregando la clase gobernante, POR EL DESCONOCIMIENTO DE TODAS LAS DEUDAS CREADAS POR EMPRÉSTITOS HECHOS A LOS NORTEAMERICANOS A COSTA DE LAS RIQUEZAS NATURALES DEL PAÍS Y PARA BENEFICIO DE ESA CLASE; en una palabra reorganización integral del país convirtiéndolo de un Feudo, en un Estado moderno que recogiendo la tradición política de la gran nación comunista incásica, la más poderosa y grande de su tiempo en América, erija un nuevo sistema de producción, consumo y cambio de la riqueza nacional bajo el contralor de quienes la gestan con el trabajo".

Compañeros obreros, indígenas y soldados:
"Junto a la juventud de trabajadores intelectuales debéis estar vosotros. Lo exija la causa del pueblo que es nuestra causa y la vuestra; lo exige el clamor de un país que vive oprimido por una casta que se trasmite hereditariamente el de­recho de explotar. Las Universidades Populares González Prada que son el símbolo de la lucha por la libertad del pueblo peruano nos han dado la experiencia admirable de cuanto puede la fuerza de la juventud de trabajadores manuales o intelec­tuales unida y disciplinada en un solo gran frente de batalla. Nuestra lucha tiene una bandera: la de reivindicar los derechos del Pueblo; pero para, reali­zar esta obra de justicia tenemos que derrocar a la clase opresora que bajo el título político de "civilismo" y cambiando temporalmente de aspecto y de disfraz, cata todavía en el poder, representa la casta dominante, es la expresión política del gamonalismo de la burguesía de la vieja casto feudal y extranjera que nos trajo el Coloniaje maldito. Nuestro deber inmediato es organizamos contra todos los grupos
de la clase dominante, contra todas las fracciones del "civilismo" aunque aparentemente se hallen en la oposición. Alguna vez he dicho y hoy lo repito que todos ellos son lobos de la misma cornada y que el "civilismo" domina todavía, gobierna aun tirani­zando y explotando al país como hace 50 años. Los obreros, los empleados, los indíge­nas, los soldados, todas las fuerzas productoras del Perú deben unirse al Frente liber­tador de la nueva generación; todos tienen que cumplir con el sagrado imperativo de venir a nuestras filas, porque nosotros vamos a lavar las manchas del pasado, a des­truir la tiranía de los privilegiados y a imponer la justicia y el gobierno del Pueblo para el Pueblo".

"Para este fin necesitamos la unión, el valor y la fe de los obreros, campesinos, soldados, empleados e indígenas del país suma­das a la unión, al valor y la fe de estudiantes, maestros de escuela e intelectuales de vanguardia, en un solo frente popular e invencible".

Compañeros Estudiantes del Colegio de Ciencias:
"Vosotros sois los adelantados de nuestra lucha por la justicia en el Peru. Vuestro concurso en la obra revolucionaría que la juventud nacional va a emprender en nombre de la justicia del Pueblo, es indispensable. Vosotros sois la expresión mas nueva de la juventud cuzqueña y en la historia de vuestro colegio hay paginas admirables de rebeldía y de heroísmo que constituyen un ejemplo alentador para vosotros y un estímulo poderoso para todos los que luchamos contra la opresión en el Perú. Vosotros sois fuerza y entusiasmo; dad a vuestra capacidad de acción la disciplina de verdaderos soldados de nuestra gran causa. Juntad vuestras fuerzas; disciplinadlas; arraigad la convicción de que Ios Jóvenes del Perú y sólo ellos tienen la misión gloriosa de sacudir a la nación de la tiranía e imponer el triunfo de nuestra causa. Agrupados, disciplinados en un sólo frente de juventud, con los estudiantes universitarios, con los obreros, con los indígenas, con los soldados, vale decir con la juventud hermana de trabajadores manuales, formaremos la falange llamada a llevar adelante, por la fuerza de la Justicia, las conquistas de nuestra obra redentora. Solidarizados estrechamente, pensando siempre en el destino eminen­te de esta generación, y en su grave tarea histérica y en el programa que hemos de realizar todos juntos, trabajemos sin descanso por sumar a nuestras filas todas las fuerzas vivas de la nación".

Juventud del Cuzco:
"Desde el glorioso día 25 de mayo de 1923 en que bajo las banderas de las Universidades Populares González Prada nuestra causa ofrendó sus primeros mártires de las clases obreras e intelectuales, en la masacre de la calle de los Huérfanos de Lima, la juventud del Perú ocupa el puesto de vanguardia entre las de Améri­ca Latina, que consideran nuestra lucha y nuestros sacrificios como el principio
de la gran cruzada libertadora que los pueblos de nuestros veinte países tienen que realizar contra el imperialismo yanqui, por la unidad política latinoamericana y por la Justicia Social. Nuestra responsabilidad es pues muy alta. Todas las juven­tudes de America esperan la victoria de una causa que nos es común y han expresado mil veces su adhesión admirativa a la obra precursora de la Juventud del Perú. Es cierto que nuestros enemigos están atentos al avance de nuestras fuerzas pero yo estoy seguro que a pesar de odiarnos tienen que respetar en nosotros la pureza y la sinceridad. En medio del cuadro repugnante de inmoralidad política, de prostitución total, de podredumbre y de vendimia que hoy ofrece la vieja genera­ción del Perú, nuestra causa aparece en toda su limpidez sostenida y defendida por una juventud que ha soportado la muerte, las persecuciones, los destierros y el hambre pero que ha mantenido ejemplarmente la pureza de su conciencia revolucio­naria y la integridad de su programa renovador. El Pueblo del Perú tendrá que com­prender plenamente a un día muy próximo que la juventud de esta época está realizando un sacrificio silencioso pero sin precedente en nuestra historia, por la liberación de todos aquellos que bajo el yugo de la opresión económica, política y moral constituyen la gran muchedumbre de esclavos que soporta el peso de la clase privilegiada dueña de todos los beneficios que el país puede dar".

Compañeros:
"Cierro esta carta con la convicción de que me dirijo a hermanos en la causa de la justicia y a camaradas del gran ejercito libertador que ha de imponerla".
"Tengamos fe en nuestras propias fuerzas y hagámoslas invencible por una es­tricta organización. Cuando la fuerza está al servicio de la Justicia, la fuerza es santa. Pero no hay fuerza posible sin disciplina, sin método sin unidad de acción, conjunta, armónica, total. En esta misma hora se organizan las fuerzas del pueblo en muchos otros lugares del Perú. Nuestra cruzada tendrá que ser nacional para ser invencible. La Nación no son los que por fines políticos agitan el chauvinismo y justifican asesinatos, robos y crímenes en nombre del "patriotismo". La Nación es el pueblo, es el pueblo traicionado y oprimido por una casa de explotadores que está vendiendo el país al amo yanqui, que está hipotecando nuestras riquezas y que grava a pueblo con impuestos y tributos, para pagar el dinero pedido al extranjero y dilapidado por los señores de Lima. La Nación lo constituyó la mayoría del país oprimida por una minoría, ambiciosa, corrompida y senil. Contra esa minoría usurpa­dora del poder y traidora del pueblo tenemos que insurreccionarnos en nombre de la Nación que es el Pueblo, que es la mayoría del país subyugado. En cada rincón del Pe­rú debe surgir parte de la gran fuerza popular que ha de unirse en un sólo frente de acción. Nuestro deber es pues ser infatigables en la labor de propaganda y de organización preparándonos a defendernos y a contrarrestar la gran ofensiva que la reac­ción dominante realizará contra nosotros haciendo un último esfuerzo".

"He de repetir que la obra es difícil pero de ningún modo imposible y que si no fuera difícil, sería indigna de nosotros. Con una solidaridad que nada destruya en nuestra, filas, todas las maquinaciones de los enemigos del Pueblo serán derrotadas".
"No olvidemos el grito admirable de González-Prada que sirve de lema a estas líneas y no olvidemos que nuestro Frente Único de Trabajadores Manuales e Intelectuales se extiende a toda América en una Alianza Popular (APRA) que llevara a todos los países hermanos el programa renovador que los pueblos del Perú impondrán por nosotros".

"A todos mi saludo fraternal, a todos mi palabra de aliento enviada desde el largo destierro que no ha sido obstáculo sino incentivo para sentirme más cerca del pueblo del Perú y más resuelto y más decidido soldado de sus causa".

¡TRABAJADORES MANUALES E INTELECTUALES: FORMAD EL FRENTE ÚNICO DE LA JUSTICIA!

¡HUAYNACUNA JUNUNACUYCHIS!

París, 2 de octubre de 1926.

(firmado) Haya - De la Torre

Haya de la Torre, Víctor Raúl

Informe a la Junta de Comisiones de la Célula del APRA en París, [7/1927]

INFORME

A la Junta de Comisiones de la Célula del APRA en París

Como por acuerdo de la célula en sesión de Junta de Comisiones, se nos designará para integrar conjuntamente con los camaradas Ravines, Paiva y Bazán, la comisión elegida para estudiar el documento denominado CARTA DEL PERU, que los compañeros de Lima suscribieron definiendo "algunas" de sus diferencias con respecto al rol del APRA en la lucha anti-imperialista, y las bases del Partido Nacionalista Libertador del Perú, fundado en México, por el camarada Haya De la Torre, tituladas ESQUEMA DEL PLAN DE MÉXICO, y, como después de una prolongada reunión a la que concurrieran los dos camaradas anteriormente citados, no pudiéremos llegar a un acuer­do, suscribimos el siguiente informe en mayoría.

EL APRA. ALIANZA O PARTIDO

El APRA, es desde el año 1924 de su fundación, un partido de frente único, internacional, anti-imperialista, constituido por los trabajado­res manuales e intelectuales de América Latina.

Fundado como tal, después de cuatro anos de existencia, continuamos considerándolo así por mejor convenir a la eficaz defensa de la unidad de la organización y de la disciplina del mismo en sus jornadas públicas y en su desenvolvimiento interno.

No habiendo variado sus bases doctrinarias, ni sus funciones políticas, creemos —en oposición a algunos militantes que han planteado úl­timamente algunas reservas intelectuales— que es necesario reafirmarlas declarando que el APRA debe ser y es el partido de frente único de las clases oprimidas de América Latina que luchan contra sus clases opreso­ras, para imponer el triunfo de las reivindicaciones de una revolución anti-imperiaìista de carácter "plebeyo".

Conocemos la realidad social de nuestra América, donde la anar­quía mas completa ha corroído siempre todo intento serio de renovación. A la compleja manifestación de su estructura económica, debe sumarse la heterogénea y caótica manifestación de su pensamiento colectivo, defini­do fundamentalmente por el confusionismo y alentado en su marcha por la suspicacia, la vanidad y sus resultados divisionistas y por aquella ini­mitable indisciplina latino-americana tan popular felizmente, para que pueda subestimarse o ponerse en duda. El Apra, entonces, naciendo como expresión de un nuevo sentido revolucionario, debe ser no solamente una simple y "genial" tentativa de algunos intelectuales de vanguardia pa­ra conseguir una transformación económico-político-social en América Latina. Debe ser algo más. No basta iniciar el planteamiento de nuestros problemas marxistamente, descubriendo la realidad que los condiciona. Precisa aportar las armas indispensables para obtener su ejecución salvadora.

La experiencia histórica, en este caso como en todos, es gene­rosa. Hasta ahora ninguna palingenesia social se ha producido como fru­ to del desorden, indisciplina o divisionismo de las fuerzas que las han propiciado. Por el contrario, unos más otros menos, todos los movimien­tos liberadores en las etapas históricas de la humanidad, se han basado esencialmente en la unidad de su plan, en la disciplina de su organi­zación, en la acción conjunta de sus militantes.

Si lo que en América impera es la división y la indisciplina, y nosotros sabemos que ellos ante todo han sido y son los más grandes obstáculos de toda obra renovadora, debemos tratar que el APRA, proclame como postulados fundamentales de su organización: la de la unidad prácti­ca en la lucha, los de la disciplina común en el partido.

Poco interesa el léxico o las academias que a ello aparentemen­te se opongan. Para el revolucionario, primero es la realidad, después el léxico o las academias.

Denominándose alianza, el Apra no quiere favorecer las resis­tencias mutuas de los elementos que las componen. Alianza significa unión y la mejor unión para un organismo politico, no es la que favorece las sospechas, las desconfianzas, las resistencias entre sus componentes.

Si desde su origen apareció calificándose alianza lo fue siempre para caracterizarse como partido también. Alianza fue así y es un apela­tivo simbólico de partido.

Concebida como fuerza eficiente para combatir los enemigos tan po­derosos, debe defenderse y definirse como el gran frente único interna­cional de los pueblos latino-americanos, aliados anti-imperialistamente, para defenderse de sus opresores. La eficiencia de su fuerza parece estar así lejos de las interpretaciones castizas; pero está firmemente sobre la realidad social de nuestra América, donde el triunfo ha de ser siem­pre de los disciplinados dentro del Apra como partido de frente único, como alianza de pueblos.

Estructurado como un bloc de tres clases: campesinos, proletarios y clases medias, en su seno cabrían: indígenas, obreros, intelectuales y estudiantes revolucionarios, pequeños propietarios, pequeños industria­les, pequeños comerciantes y artesanos. Su composición, al parecer he­terogénea, se hallaría homogenizada por la opresión que sufren todas les fuerzas que concurren a formarlo. Sería entonces el carácter revolucionario —frente al imperialismo y feudalismo— de sus componentes, una mayor garantía en favor de su unidad y de la disciplina común.

Como a él concurre el proletariado, la fuerza históricamente re­volucionaria, para formar el frente con las clases medias, cuyo carácter revolucionario es transitorio, el proletariado habría de abdicar transi­toriamente de sus reivindicaciones finales. La disciplina a que estaría sometido dentro del partido de frente único no habría de implicar coac­to. El proletariado aceptaría la disciplina común, conservando toda la independencia de acción que le fuere necesaria para su libre organiza­ción dentro de sus sindicatos u organismos representativos. Dentro del Partido habría de trabajar por y para la revolución plebeya. Fuera habría de continuar su obra de organización revolucionaria, que, a medida que su desenvolvimiento evolucione en un sentido progresista, dándole mayor fuerza, mayor será su control hegemónico dentro del Apra. Esta dis­ciplina seria así benéfica para la alianza de las fuerzas oprimidas y benéfica también para el proletariado. Con ella el Apra, tendría en el proletariado, fuertemente organizado su mejor fuerza ante el imperialis­mo y sus cómplices nacionales ya señalada por el maestro Marx en el célebre manifiesto de cuando afirma que el proletariado debe desempeñar el rol de propulsor y creador de la historia de la humanidad hasta el día en que deba perder las cadenas que lo oprimen con la victoria de su verdadera revolución.

El Apra ha sido fundada aprovechando todas las lecciones que los movimientos liberadores de la historia brindan. Sobre todo de aquellos producidos en países cuya realidad semeja a la realidad social de Amé­rica Latina.

Como la realidad social de América Latina se asemeja no a la de Europa —imperialista y burguesa— sino a la de China —semi-colonial— se ha tenido preferentemente el cuidado de aprovechar las enseñanzas que la revolución china, dirigida por el Kuomintang, nos da.

Asi se ha dicho que el Apr, representarla para América Latina, lo que el K.M.T. para China, en su fase revolucionaria frente el imperialismo y los señores de la tierra. Pero, como el K.M.T. al mismo tiempo que representa la insurrección de un pueblo oprimido y encerrado dentro de sus propias murallas de servidumbre, explotación y oscurantismo, ha representado un fracaso, el fundador del Apra y los que con él creemos en las enseñanzas de la historia de la lucha de clases, la hemos aprovechado selectiva y convenientemente . De manera que si se declara: "El Kuomintang fue Sut Yan Sen, pero, también es Chang Kai Shek", nosotros responderemos categóricamente: EL KUOMINTANG ES UN PARTIDO DE FRENTE UNI­CO DE CUATRO CLASES Y EL APRA LO ESTAN SOLAMENTE DE TRES.

Sin embargo, la diferencia no es solo aritmética. El K.M.T., organismo politico de une organización especial, que alguien acertadamente colo­ca entre un soviet y un partido politico, significa el frente anti-imperialista de la gran burguesía, de los señores feudales, de la pequeña bur­guesía urbana, del proletariado, campesinos e intelectuales y estudian­tes de vanguardia. El Apra, organismo politico, de especial organización, también represente el bolo de las tres clases oprimidas (campesinos, cla­ses medias y proletariado) que hoy es necesario decirlo ineludiblemente, representan la izquierda revolucionaria del Kuomintang (Ver "Les probléms de la revolution chinoise". N. Boukharin pag. 57-58). Es decir que debemos declarar innegable y acertada la fundación del Apra, al tener como ejem­plo el Kuomintang como movimiento liberador y sus fracasos últimos.

El Apra es así el bloc revolucionario de campesinos, obreros y cla­ses medias contra el bloc anti-imperialista.

Dentro de él deben fraternizar los obreros con la pequeña burguesía radical, cuyos intereses son reales y durables, verdaderamente, frente al imperialismo.

Su organización especial debe ser aprovechada a fin de fomentar un formidable movimiento de masas de carácter nacionalista revolucionario, en el cual el proletariado ha de jugar el principal papel, a fin de evi­tar cualquiera insurrección de derecha de indole contra-revolucionaria o atentatoria a sus reivindicaciones máximas.

Quienes conozcan, entonces, tanto la estructuración de un partido como la de otro, no pueden, sin equivocarse lamentablemente, hacer afir­maciones inconvenientes o comparaciones absurdas.

El Apra ha representado, representa y continuará representando para América Latina un símbolo, tal como el del sunyatsenismo para China. Las clases de donde han surgido los traidores de la revolución china no forman en sus cuadros. Los Musolini, los Carridoni, los Masiano Rocca, los Marinetti, los Settimelli, los Botáis, no deben ser previstos para nuestra realidad como factores de contra-revolución, antes de que la batalla haya empezado. Ellos aparecerán en tanto mayor numero cuanto menor sea la fuerza revolu­cionaria sobre la que el Apra se afirme. Si en lugar de hacer predic­ciones, mas o menos acertada, se tratara de crear los organismos y la fuerza indispensable para llevar a su realización el programa de reivin­dicaciones del Apra, se haría una labor verdaderamente unificadora, armó­nica y revolucionaria.

Creándonos fantasmas, antes de producida nuestra revolución de liberación nacional, daremos oportunidad para que nuestros enemigos se afirmen cada vez más, multiplicando los métodos y los procedimientos de su dictadura. No pensemos pues, ni en los Musolini, ni en los Chank Kai Shek! Los Thiers, los Kautsky, los Farinacci, deben quedar solamente como un pasado o un presente de traiciones y no como un argumento fácil e impresionable, cuando no son revolucionarios convictos y confesos, probados y dispuestos, los que están tratando de que el Apra se abra camino en América, pera imponer el triunfo del socialismo, revolucionario.

Acordémonos que ya al maestro inolvidable (Critique du Programma de Gotha, pag.19) ha dicho realísticamente: "Todo paso hacia adelante, todo movimiento real, importa mas que una docena de programas" y que Le­nin ha afirmado (Obras. Comp. pag. 678) que solo los esfuerzos unánimes y fra­ternales de los insurrectos afirmarán la libre sociedad nueva que va a nacer sobre las ruinas de la autocracia, para así abandonar los divisionismos perniciosos, los intelectualismos seductores y emprender el paso hacia adelante "el movimiento real" de la emancipación de América Latina.

EL ESQUEMA DEL PLAN DE MÉXICO

Como el nacimiento del Apra implica el anunciado de los proble­mas que los países de América Latina presentan, difiriendo de fuerzas es­tablecidas, es oportuno señalar la necesidad de que ello sea tenido en cuenta, para estimar las formas y los métodos de su desenvolvimiento y aplicación en cada uno.

El Apra ha surgido como una fuerza internacional. Problemas comunes que la realidad determina han afirmado esta necesidad. Ninguno de los pueblos latino-americanos, aisladamente, hubieran tenido o tendría capacidad de independizarse de sus opresoras. Era preciso enfocar conjuntamente la acción liberatriz. A los problemas comunes planteados por la realidad en gran parte feudal de América Latina y por la conquista del imperialismo capitalista, que abarca de un jalón a todo el continente. Convenia enunciar una acción liberadora, común, que a pesar de ser geográficamente continental, tuviera raíces profundamente naciona­listas revolucionarias, como consecuencia lógica de la semi-colonial realidad latino-americana y de la composición misma de America: semejante en sus problemas, mas semejante en su origen, en su historia, política, economía y estructuración social.

Al nacionalismo sunyatsenista de China (siendo China semejante co­mo semi-colonia a América Latina) había que sumar un nacionalismo conti­nental indoamericano, basado no tanto en las adversiones o similitudes de la burguesía nacional incipiente para con el imperialismo del norte, en las afinidades de los señores feudales con los banqueros de la altabanca, o en las peculiaridades de la "huachafita pera con el empleado de alguna empresa estadounidense” sino más bien en la gran mayoría de los indios, obreros y pequeños burgueses oprimidos por el feudalismo, burguesía in­cipiente e imperialismo capitalista.

La Nación en América Latina es el pueblo, son los productores, son los indígenas, tan expoliados como el coolí chino.

Subestimar la urgencia de enfocar la lucha de liberación nacional latino-americana, significa olvidar no solamente las tesis generales para la lucha anti-imperialista en los pueblos coloniales y semi-colohiales sino también la realidad misma de nuestros países. El sentimiento nacio­nalista frente al yanqui, frente al capital extranjero, existe en toda América Latina. El odio al blanco de nuestros indígenas no es sino la expresión de su guerra a la explotación y a la servidumbre. Poco intere­sa para la orientación de la lucha revolucionaria latino-americana el sentimiento determinado de los burgueses y señores feudales. Lo que in­teresa !y mucho! es el sentimiento de sus masas oprimidas. Considerando esto podemos afirmar rotundamente, frente a las mas bellas disecciones literarias, que EL MOVIMIENTO REVOLUCIONARIO DE AMERICA LATINA, DEBE ORIENTARSE FUNDAMENTALMENTE HACIA UN FORMIDABLE ESTALLIDO NACIONALISTA REVOLUCIONARIO DE CARACTER ANTI IMPERIALISTA CONTINENTAL, CUYA MAS IN­MINENTE ACCIÓN HA DE SER: ROMPER LAS TRABAS FEUDALES, EXPULSAR AL IMPERIA­LISMO Y EMPRENDER LA JORNADA HACIA EL SOCIALISMO.

Anotado este especial aspecto, prosigamos.

Planteados los problemas de América Latina continentalmente y aprísticamente, convenia contribuir a su ejecución venidera, dando los primeros pasos en cada país. El Perú nuestro país de origen, uno de los países mas típicamente señalados por su realidad, nos urgía preferente­mente en nuestra responsabilidad como revolucionarios. Plantear sus pro­blemas, enfocar su realidad, y su lucha con el mismo sentido anterior­mente expuesto, equivalía a asumir una actitud histórica. Entendiéndolo así el fundador del Apra, nuestro camarada Haya de la Torre, y los camaradas exilados en México, que tan honrosamente le secundan (relegando para otra oportunidad , diferencias más, diferencias menos, sobre la con­veniencia de ciertos métodos y de ciertas actitudes) nos han planteado a nuestra consideración una de las contribuciones mas ricas en nuestro mo­vimiento emancipador continental (Esquema del Plan de México) digna de un análisis desprovisto de prevenciones y de dudas, propias de un intelectualismo revolucionario de infancia.

La lucha por emprender en el Perú, como parte de la lucha conti­nental, es una parte de la lucha por el derecho de los pueblos a disponer de si mismos. "El derecho de los pueblos a disponer de si mismos com­prende la lucha por la completa liberación nacional, por la completa in­dependencia" (Lénin. Caricature du marxisme et économisme impérialiste. Le Communisme et la question national et coloniale, pág. 22) Ella solamen­te puede realizarse asumiendo el carácter de lucha de liberación nacional latino-americana, cuyo objetivo es el de realizar la unificación de Amé­rica Latina, el de transformar estos países en un estado centralizado, en hacer desaparecer las barreras feudales y semi-feudales y llevar a es­ tos países hacia la vía de un desenvolvimiento histórico sobre un pie de igualdad con las otras potencias librándolos del yugo del imperialismo extranjero y colocándolos en la via socialista "constituyendo un sistema económico nuevo que no ha de ser - como dice Haya De la Torre (Prólogo de México Soviet. Indoamérica, pág. 12.) el del capitalismo sino se quiere caer de nuevo en los engranajes de la máquina imperialista", es decir que su carácter ha de tener todas las peculiaridades de una revolución agrarista anti-imperialista, o en términos marxistas, una revolución plebeya.

El esquema del plan de México o bases del P.N.L. que como muy bien se le subtitula ahí, afronta el carácter nacionalista revolucionario de ella.

Sin necesidad de distraer nuestra atención afectando comparaciones inadecuadas con otros partidos organizados para otras realidades, o con tácticas apropiadas para otros instantes históricos, pues sabemos cuanta diferencia existe entre los movimientos de unificación nacional habidos en Europa a mediados del siglo XIX y nuestro movimiento liberador anti­-imperialista ya que mientras que el uno perseguía "realizar la unificación nacional, poner fin al feudalismo y obtener una existencia simplemente nacional independiente, rol que las revoluciones burguesas llenan" (Boukharin: Les probléms de la révolution chinoise. pág.8) el nuestro difie­re fundamentalmente todas estas revoluciones burguesas nacionales ya que él se efectúa en un país semi-colonial" (Boukharin, Obras Completas, pág. 9) tratando de alejar a América Latina y a los latino-americanos de una semi-esclavitud de tipo colonial. Expondremos de plano las conclusiones que, a nuestro juicio, obligan a considerarlo muy seriamente.

A) De acuerdo con la interpretación continental de la realidad latino-ame­ricana, plantea el carácter peruano del movimiento y continental de sus proporciones (art. 2).
B) Enfoca claramente las faces agrarista y anti-imperialista de la revo­lución, haciendo entrever su sentido socialista revolucionario (art. 1-5/10C).
C) Resuelve, inteligente y revolucionariamente, los problemas que en el país crean las corrientes regionalistas o federalistas y la del propio centralismo metropolitano, sobre la base de "Todo el poder a las comu­nas o municipalidades" (art.12).
D) Proclama la necesidad de educar al pueblo, declarando gratuita la ense­ñanza desde la escuela primaria hasta la Universidad, afirmando específicamente su carácter laico.

Como pudieran presentarse nuevamente objeciones o explicaciones sobre el carácter de la nacionalización de la tierra, riqueza e industria, abogando que este principio ha sido aplicado ya por la burguesía, a fin de limitar el sentido eminentemente vanguardista de los postulados que este partido revolucionario propugna, hagamos algunas aclaraciones al margen.

La nacionalización, como el Estado, ha de significar una fuerza de opresión, si ella es dirigida por la burguesía o por el imperialismo. Si ella está defendida y propiciada por el pueblo, por la nación de producto­res, trabajadores manuales e intelectuales de la ciudad y del campo y es el pueblo quien la aplica, tiene que significar un arma de liberación.

La nacionalización, implantada en Alemania, Inglaterra, Holanda, Estados Unidos, Francia, Bélgica, etc. —donde es el Estado quien explota muchas minas y algunas industrias— no significa ni tiene el carácter revolucionario y socialista que aplicada en Rusia o propiciada para América Latina. La nacionalización, en nuestras manos, implica socialización. Cuando la nacionalización la hace el proletariado o el pueblo oprimido, implica socialización o anti-imperialización.

La nacionalización de la tierra: nuestras comunidades de indígenas modernizadas con la cooperativa agrícola y protegidas directamente por el Estado; la nacionalización de la riqueza, la nacionalización de nues­tras industrias, nuestros sindicatos de trabajadores dirigiendo sus propias fábricas, administrando sus propias herramientas de producción, implican un avanzado sistema que, es necesario subrayar, difiere enormemente del mismo principio aplicado formalmente y en beneficio de la clase dominante.

Por eso dice muy bien el fundador del Apra cuando afirma (Qué es el Apra. The Labour Monthly, diciembre 1926) "la nacionalización de la tierra y de la industria y la organización de nuestra economía sobre bases socialistas de la producción, es nuestra única alternativa" y cuando (Prólogo de México Soviet) sostiene "los postulados de nacionalización y de socialización son inconciliables con los regímenes politicos de liberación y libertad burguesa.

Concluyendo: después de esta disquisición de controversia, sobre el rol del Apra y sobre el Partido Nacionalista Libertador, creemos que es necesario: REAFIRMAR TANTO EL CARACTER DE PARTIDO QUE EL APRA TIENE DESDE SU FUNDACIÓN, COMO APROBAR SUS LINEAMIENTOS PROGRAMÁTICOS GENERALES -EL ESQUEMA DEL PLAN DE MÉXICO 0 BASES DEL PARTIDO REVOLUCIONARIO DEL PERÚ, CUYA FUNDACIÓN SOSTENEMOS CONVIENE IMPOSTERGABLEMENTE COMO SECCION GENUI­NA DEL APRA.

Luis E. Heyssen.
Secretario General de la Célula.

Alfredo González Willis
Miembro de la Comisión de Propaganda.

Luis E. Enriquez
Secretario de la Comisión Económica.

Nota: Por considerar de interés adjuntamos el documento que el camarada Luis F. Bustamante ha suscrito como definición de sus puntos de vista sobre el carácter del Apra que él reafirma también, debe ser el de Partido funda­mentalmente.

Asimismo señalamos como importantes estas opiniones del camarada Rabines, emitidas el 23 de junio de 1927, en una carta de propaganda, malgrado que su actitud de hoy las rectifique.

El camarada Rebines decía en ese entonces:
"Somos un frente único y consecuentemente, en ese frente único caben todos los anti-imperialistas, a excepción de la gran burguesía, herida o molestada por la concentración capitalista y el monopolio imperialista".
Y más adelante:
"Somos un partido politico y un frente único. Hay quien quiere ver contradicción en esto. La paradoja es aparente, como todo lo que brota del marxismo. Como organización, somos un frente único: un bloc de concentra­ción de diferentes clases oprimidas: proletarios, campesinos, pequeño burgueses, comerciantes y artesanos, pequeños propietarios de la tierra y colonos, intelectuales y estudiantes de izquierda. Pero, como asociación con idénticos principios, idénticos puntos programáticos, idéntica finalidad, somos un partido politico".

Luis E. Heysen

Heysen, Luis E.

Informe sobre la Adhesión del Partido Nacionalista Libertador, 1/9/1928

INFORME

Presentado ante la Asamblea General de los miembros de la Célula del APRA. Sobre la adhesión del Partido Nacionalista Libertador.

CAMARADAS:
Los suscritos, miembros de la comisión designada para estudiar la si­tuación y la realidad creadas por el proyecto de formación de un Partido na­cionalista peruano, cuyos puntos básicos se hallan especificados en el Plan de éxito, emitimos el informe correspondiente:

La creación de un Partido Politico, de carácter nacionalista revolu­cionario, con tendencias democrático-radicales y adherido al APRA, para luchar contra el feudalismo, por la conquista de la tierra para los campesinos que la trabajan y contra el imperialismo conquistador, responde a una necesidad ob­jetiva de las clases medias, de las capas sociales que se mueven dentro de la etapa pre-capitalista y de la pequeña burguesía del Perú, expoliadas cada ves más por el imperialismo y por la tiranía económica y política de la clase la­tifundista gobernante.

El problema fundamental de nuestro país es sin duda el de la tierra, problema principalmente agrario. Su solución —que entraña la del problema indígena— no puede ser otra que la reivindicación de la tierra para el indio que la trabaja y, junto a esta reivindicación económica, las de carácter politico, cultural, jurídico, administrativo, etc. que de ella se desprenden.

El Plan de México —o sea el Partido Nacionalista Libertador— enfoca estas reivindicaciones desde un punto de vista revolucionario radical, estable­ciendo la entrega de la tierra a los trabajadores del campo —aunque omite enunciar la forma y el carácter de la expropiación— la descentralización del poder político y administrativo del Estado, mediante la injerencia efectiva de las municipalidades en el gobierno y la educación integral de todos los ciudadanos destruyendo el actual privilegio de casta que impera en la política educacional.

No es el momento de poner en debate las excelencias o los defectos del Partido Nacionalista Libertador, ni del Plan de México. Esta labor corres­ponde a quienes se adhieran a dicho partido. En el momento actual y en el pre­sente caso, no se trata sino de discutir la adhesión del Partido Nacionalista Libertador a la Alianza Popular Revolucionaria Americana.


En este punto comienza nuestro desacuerdo con los demás miembros de la Comisión, camaradas Luis E. Heysen, Alfredo González y Luis Eduardo Enríquez. Nosotros sostenemos la aceptación del Partido Nacionalista Libertador dentro de las filas del A.P.R.A., siempre que se supriman las cláusulas tercera y cuarta del Plan de México que estatuyen que el órgano úni­co que habrá de llevar a cabo la revolución anti imperialista en el Perú, se­rá un organismo politico militar y que éste será el Partido Nacionalista Li­bertador.

Pedimos la supresión de los dos puntos citados porque ellos encarnan un principio que significa la negación del APRA. El APRA, se ha enunciado, se ha organizado y se ha mantenido en todo momento, desde su fundación, como una Alianza, como un Frente Unico de sectores diversos. Toda alianza, de la especie que ella sea, implica pacto de fuerzas coaligadas y organizadas. Frente Unico quiere decir entente de sectores y rangos separados por diversidad de puntos de vista, pero concordes en llevar a cabo, durante una etapa mas o me­nos prolongada, y sin menoscabo de su autonomía, una obra común.

El APRA, no olvida, ni puede olvidar el principio axiomático de que la Historia de la Humanidad es la historia de la lucha de clases. El APRA, no puede, sin faltar a sus propios postulados y a los fundamentos de su ideolo­gía, olvidar los antagonismos irreductibles que separan las clases, que divi­den los sectores que ella trata de aliar episódicamente para llevar a cabo la revolución anti imperialista, para luchar contra el peligro común: el avance del imperialismo y la oligarquía feudal imperante. Al contrario, el APRA, reconociendo y constatando la existencia de tal antagonismo —donde radica precisamente su concordancia con la realidad— trata de formar el Frente Único de las clases oprimidas, contra las clases opresoras, para que aquellas, auxiliándose mutuamente, traten de obtener cada una el triunfo parcial de sus propias y peculiares reivindicaciones. Por esto proclama la unidad dentro de la Alianza, dentro de la cuál cada sector conservará sus puntos de vista concordes con sus intereses y su autonomía de pensamiento y acción, limitada tan sólo por los intereses de la lucha contra el imperialismo.

La formación de un partido político que objetivamente remplazaría al APRA, en las condiciones en que el Plan de México lo establece en sus cláusulas tercera y cuarta, implica clara y terminantemente no la alianza y la uni­ficación de fuerzas orgánicas, biológicamente distintas, sino la fusión de todos los elementos anti imperialistas y le exclusión de todo punto de vista de sector o de clase; es decir la negación del antagonismo de clase, realidad viviente en el Perú, esencia y motor de todas las luchas y revoluciones de la Historia. Tratar de organizar un partido que comprenda a todos los elementos oprimidos bajo el yugo del imperialismo, fusionándolos, sin distinción de cla­se, es desconocer el antagonismo de clase que el APRA reconoce y afirma. Ahora bien, en estas condiciones, tratar de adherir este partido al APRA signi­fica colocar al APRA, en la calidad de una entelequia teológica, de una categoría metafísica o en la calidad de un simple rótulo, puesto que la organi­zación de un Partido Único, de carácter politico-militar, hace totalmente inú­til todo pacto, frente único, entente o alianza entre sus componentes.

El antagonismo y la lucha de clases, que el APRA no niega sino afirma, sin tratar de escamotearlo o suprimirlo romántica o reaccionariamente, ha asu­mido desde hace muchos años en el Perú, caracteres definidos y netos. El proletariado de las fábricas, de las centrales mineras, azucareras y petroleras, hace tiempo que abandonó el antiguo sistema de organización de sociedad mutua- lista, propio del artesanado, de las clases medias del pre-capitalismo y de la pequeña burguesía, para organizar su sistema de defensa dentro de los sin­dicatos revolucionarios.- Ante la instrucción oficial y frente a las escuelas nocturnas gubernativas, el proletariado forjó sus propios centros de cultura proletaria, las U.P.G.P.- En su lucha de frente único contra la actual tira­nía, el proletariado no se ha fusionado jamás con elementos demo-liberales, estudiantiles o pequeño burgueses: en ningún momento ha perdido sus puntos de viste genuinamente proletarios. La lucha sin cuartel que ha venido librando en tales condiciones, es la prueba incontestable de que la lucha de clases en el Perú, es una realidad tan efectiva como lo es en todo país en donde la ac­tividad económica, política y social se desarrolla dentro de la preponderancia del sistema capitalista.

Si el proletariado ha tenido necesidad de organizarse para la defensa de su salario, de su jornada de trabajo y de sus derechos, en un organismo de clase; si en medio de la luche de civilistas reaccionarios, demócratas teñidos de laborismo y estudiantes inflamados, el proletariado ha llevado a cabo su propia lucha, lucha de clase, bien que dirigido por elementos de otros rangos, pero que tuvieron la virtud sustantiva y esencial de abdicar de sus pro­pios puntos de vista para ponerse a las órdenes del proletariado, es indudable que mas tarde o mas temprano, tratara de hacerlo políticamente, dentro de su propio organismo político, con tendencias, aspiraciones y puntos de vista de clase.

Si mas tarde en el Perú, se formara por ejemplo, un Partido campesi­no "ayllista" o simplemente agrarista, como sucedió en México con el zapatismo, el APRA, no tendría absolutamente porqué rechazar la adhesión de este organismo entre sus filas; todo lo contrarío: trataría de atraerlo, de vincular­lo estrechamente con los organismos políticos de los demás sectores oprimidos, en el seno de la Alianza.

Los camaradas oponentes sostienen el grueso sofisma de que el APRA quedaría constituyendo la Alianza de los diversos Partidos Nacionalistas que se funden en los otros países indoamericanos. Tomando la hipótesis por rea­lidad, el APRA quedaría en calidad de una Internacional Indoamericana y nun­ca en la categoría de una Alianza. La diferencia profunda que existe entre Alianza e Internacional, ha querido ser borrada con argumentos deleznables y de ley dudosa.

Incapaces de sostenerse en este terreno, huérfano de lógica, arguyen que en algunos países, en donde ya existen partidos politicos de clases opri­midas, constituidos y en funciones, el APRA ocuparía su verdadera categoría de Alianza. ”¡Que el Perú —como el Paraguay— son países de excepción!... Pero hemos demostrado que la lucha de clases existente en los países de América Latina —en donde hay partidos políticos de clases oprimidas— existe también o en el Perú, y no en la mente de los intelectuales, ni en el ideario de uno
o más reformadores del mundo, ni en la teoría de uno o más exégetas de la so­ciología, sino en el terreno viviente y dinámico de la realidad. Por consiguiente la excepción concuerda muy bien con el pensamiento y la conciencia de nuestros camaradas, pero de ninguna manera con la realidad palpitante y viva del Perú. Y no es el pensamiento, ni la conciencia individual quien condiciona y determina la realidad social, sino es la realidad social la que condiciona y determina la conciencia y el pensamiento individual. Si se sos­tiene el APRA, como Alianza, en países como Cuba, Colombia, Ecuador, Chile, etc en donde la lucha de clases ha condicionado la lucha política, no es posible dejar de sostenerla en el Perú, en donde la lucha de clases ha asumido caracteres dramáticos y relevantes y en donde el proletariado, condicionado por la realidad, puede y tiene que llegar a constituir su propio organismo politico de clase.


La creación de un partido único, sobre las bases de los puntos terce­ro y cuarto del Plan de México, es la prohibición terminante de tratar de organizar un partido genuinamente proletario. Y todo organismo, toda colectividad, todo individuo, toda ideología, que se opongan u obstaculicen la realización de esta legitima aspiración del proletariado —clase oprimida bajo el yugo del imperialismo— está contra los intereses específicos de los trabajadores y con­tra los postulados del APRA. No tenemos ninguna razón, ni nos asiste derecho alguna para prohibir la formación de un partido de clase, dentro de la Alianza. Prohibir al proletariado la formación de su organismo politico de clase, es atentar contra sus intereses, es desconocer sus verdaderas necesidades, es luchar contra sus reivindicaciones. Es asumir una tendencia anti-proletaria, es consagrar una tendencia fascista.

Por esto rechazamos las cláusulas tercera y cuarta del Plan de México, que excluye de hecho todo organismo formado fuera de las filas del Partido Na­cionalista Libertador y que encarna la negación del APRA. No es posible sos­tener que desde Paris, desde México o desde Buenos Aires, es dable excomulgar desde ya y apriorísticamente todo organismo que puede nacer obedeciendo a la realidad social y al estado de ánimo colectivo de nuestras clases oprimidas.

Apoyados en estas razones sostenemos los principios de organización del APRA, es decir de una Alianza: dentro de ella cabrá perfectamente un Partido de clase —disfrutando de la autonomía que el pacto le acuerde— tanto como la Liga Patriótica Haitiana o el Partido Nacionalista Libertador, con los prin­cipios que propugna, a excepción de las cláusulas tercera y cuarta. Sostenemos que el órgano único que habrá de llevar a cabo la revolución en el Perú, será el APRA, en la cual —repetimos— encontrarán cabida un partido tal como el Par­tido Nacionalista Libertador, así como cualquier otro organismo político de clase oprimida que se halle en formación o que pueda llegar a Constituirse.

De la vinculación de estos elementos organizados, dentro de la Alian­za, y de la fuerza y disciplina de cada uno de ellos, depende, más que la in­surrección, el triunfo de le genuina revolución plebeya anti-imperialista.

París, primero de septiembre de 1928.

Eudocio Rabines
Miembro del C.E del APRA

Juan Jacinto Paiva
Miembro de la comisión de disciplina

Armando Bazán
Miembro de la Com. de Propaganda

Ravines, Eudocio

Informe ante la Asamblea de la Célula del Apra en París, 1/9/1928

INFORME

Presentado ante la Asamblea de la Célula del Apra en París
(Ampliación del Informe del 1 de septiembre de 1928)

Compañeros:
Las discusiones habidas en el seno de la Junta de Comisiones de la célula de París, las opiniones vertidas por camaradas de esta y de algunas otras células de América y el informe presentado por un parte de la Comisión de la cuál somos miembros, sobre los problemas teóricos y prácticos que saca a luz el proyecto de creación del Partido Nacionalista Libertador del Perú, basado en las plataformas del Plan de México, nos obligan a ampliar nuestro primer informe, exponiendo el análisis somero de dicho Plan, contestando, opiniones y argumentos y tratando de esclarecer suficientemente la posición y el rol del Apra, en la teoría y en la práctica, desde un punto de vista estrictamente marxista.

Características del Partido Nacionalista Libertador.

El P.N.L., cuya ideología y cuyas normas programáticas se ha­llan especificadas en el Plan de Mexico, establece las reivindicaciones peculiares del campesinado indígena y de las clases medias (pequeña bur­guesía y capas sociales que se mueven dentro de la esfera pre-capitaxis­ta "mitelstande") y las reivindicaciones generales, de orden nacional, que afectan a todas las clases oprimidas.

Objetivamente, el PN.L. no reivindica, ni puede reivindicar, las aspiraciones ni los derechos de la clase proletaria. No enfoca, ni pue­de enfocar las reivindicaciones proletarias, sino en los aspectos gene­rales en que las aspiraciones obreras se confunden con las de las demás clases oprimidas bajo el yugo del imperialismo. En esto su posición es lógica, puesto que tácitamente reconoce que la emancipación de los trabajadores no puede ser obra sino de los trabajadores mismos.

El proletariado no puede, por ningún motivo, reducir sus rei­vindicaciones inmediatas, sus realizaciones de clase, factibles dentro de una revolución, a estos aspectos generales. Tampoco puede limitarlas ni circunscribirlas a los vagos enunciados que, sobre la cuestión obrera, propugna el Plan de Mexico.

El punto noveno promete, o propugna, "la elevación de las clases obreras al lugar social que les corresponde". Este punto tiene toda la vaguedad de expresión de un pensamiento impreciso y medroso. Su exégesis puede hacerse desde todos los puntos de vista, anestesiando los temores de todos los rangos, satisfaciendo los anhelos subjetivos de todas las observancias. Humanitarios y utópicas de todos los matices, suscriben unánimes este mismo principio. Nuestros caudillos criollos —Alessandri, Irigoyen, Obregon— lo colocan en el pórtico de sus manifiestos electorales y en la "paloma" de sus discursos de comité. Los imperialistas yanquis sostienen que, en su país, el obrero tiene abiertas todas las chances para llegar al más alto puesto y que, económicamente, se hallan todos en el lugar social que les corresponde. Tal aserto, lejos de ser contestado, es confirmado enfáticamente por la Panamerican Federation of Labour, por el laborismo y por la social-democracia del mundo entero. La vaguedad y el confusionismo del concepto no pueden ser más evidentes e incontestables.

Por otra parte, teórica y prácticamente, a la luz del marxismo y a la luz de la realidad histórica, el proletariado solo podrá ocupar el lugar que le corresponde, cuando organizado políticamente como clase, conquiste ese lugar, realizando la revolución socialista y no esperándolo de otra clase o contentándose con aguardar o recibir los presentes de Artajerjes.

La declaración del punto 5 de que "la riqueza pertenece a la Nación y que es ella quien debe explotarla o hacerla explotar, sin sacrificar jamás su soberanía ni las energías de su pueblo, entregándolas incondicionalmente al servicio de intereses privados o extranjeros", no entraña la manumisión del proletariado. Enuncia, es cierto, un plan de nacionalización revolucionaria. Pero, esta especie de nacionalización tiene que ser inevi­tablemente temporal. A ella seguirá, o la nacionalización burguesa, la explotación aguda y racionalizada del proletariado y el pacto y la alian­za con el imperialismo, o la socialización progresiva, realizable únicamente por el proletariado y factible solo en el Estado Socialista.

El proletariado, como clase histórica, no puede restringir sus aspiraciones a una nacionalización temporal e inestable. Tiene el deber de convertir ésta en socialización progresional y permanente. La socializa­ción no puede ser realizada sino por el proletariado, puesto que él es la única clase que, por no estar ligada ni vinculada a la propiedad privada, no tiene interés directo en conservar esta, sino al contrario, en convertir­la en propiedad social. Pero, esta labor solo puede cumplirla organizado políticamente como clase, disciplinado en sus propios organismos, constituido en entidad ideológica y activamente autónoma y en el período en que haya conquistado la hegemonía sobre la realidad social. Para llegar a este periodo, como condición fundamental, tiene que organizar por sí mismo sus propios rangos, disciplinar sus propias fuerzas, crear su propia consciencia de clase, librar sus propias luchas, plantear y defender sus peculiares reivindicaciones.

Esta organización, esta disciplina, estas luchas y las reivindicaciones consecuentes, no pueden ser planteadas ni resueltas sino por un organismo de clase, por un organismo genuinamente proletario. El Frente Único y el Partido Nacionalista Libertador, no pueden realizarlas, ni podemos exigir que las planteen. El carácter objetivo de su contextura se lo impide y se lo veda. El P.N.L trata de ser un partido de clases oprimidas. No es un partido de clase, de clase proletaria y, por ende, no puede ser un Partido Socialista, tomando este vocablo en su acepción prístina, conservando "su viejo y grande sentido".

Para algunos compañeros (camarada Bustamante, de la Célula de París) se trata de una cuestión simplemente formal. Para otros (camarada Cox, de la Célula de México; camarada Meneses, de La Paz) se trata de algo menos importante: de una cuestión de nombre. No, camaradas, con negación absoluta. Hay una cuestión más profunda que no podemos escamotear. Hay un pensamiento ideológico más neto, que no podemos subestimar. El socialismo es el engendro directo, el hijo legítimo, la negación dialéctica y dinámica del capitalismo. El socialismo ha salido de la fábrica, ha sido nutrido por el maquinismo, ha surgido como teoría y como praxis genuinas del proletariado. Cualquier hombre honrado, cualquier espíritu noble y libre, cualquier jacobino advenedizo, cualquier caudillo demagogo, puede enunciar y predicar el socialismo, pero solo el proletariado puede hacerlo. El hogar del socialismo es la urbe, el hogar proletario, como el del liberalismo fue el burgo. El agro puede ser contagiado y teñido por el socialismo, pero no puede gestarlo ni realizarlo. Este es el error de los camaradas Meneses y Cox, compartido por el compañero Haya de la Torre, quien en el prólogo al libro México Soviet, sostiene que Zapata es la síntesis socialista. Zapata bien pudo haber tenido ideas vagamente socialistas, pero el zapatismo y la revolución agraria mexicana, no puede ser considerado como movimientos socialistas. El camarada Haya hace dialéctica, pero dialéctica hegeliana. Ha dado más importancia a un concepto subjetivo que a la realidad objetiva. Ninguna revolución agraria puede ser socialista sino bajo la dirección, la ideología y el comando del proletariado. Y, aun así —caso que no se presenta en México— este socialismo es progresional y evolutivo, es un socialismo en devenir. La repartición de la tierra, la más alta conquista agraria mexicana, es una medida liberal, burguesa y antisocialista por sus cuatro costados.

Los puntos de vista del Partido Nacionalista y del Plan de México, sobre el problema agrario, sobre la política educacional, sobre la organización administrativa, sobre la cuestión del imperialismo, son efectivamente revolucionarias. La revolución que el Partido Nacionalista Libertador es una revolución plebeya, por la emancipación nacional. Se trata pues de un organismo y de un movimiento nacionalista revolucionario y no, de ninguna manera, de un organismo ni de un movimiento socialista. Se trata pues de una cuestión algo más que formal, de una diferencia que no estriba solamente en un nombre.

Sentado este principio y demostrada la evidencia de que el PNL no es un partido socialista, ni puede proclamar principios, ni llevar a cabo realizaciones socialistas, analicemos cuál es la actitud del proletariado y de quienes, dentro del APRA, tienen una ideología socialista. "La revolución social —dice Lenin— no puede cumplirse sino en una época en que la guerra civil del proletariado contra la burguesía, en los países avanzados, se unan diversos movimientos democráticos y revolucionarios, comprendidos los movimientos de emancipación nacional en el seno de los países atrasados, retardados u oprimidos. ¿Por qué? Porque el desenvolvimiento del capitalismo es desigual y porque la realidad objetiva nos muestra, al lado de naciones que han llegado a un alto grado de desenvolvimiento capitalista, diversas naciones muy débilmente desarrolladas o completamente atrasadas desde el punto de vista económico" (Tomo XIII, p. 369-70). En consecuencia, el proletariado no puede abstenerse ante la presencia de un movimiento de emancipación nacional, llevado adelante por capas oprimidas por el imperialismo. Sería erróneo y desacertado, atacar tales movimientos o negarles su concurso y su ayu-da, más firmemente decididas.

Ante el Partido Nacionalista Libertador y ante el Plan de México, nos encontramos frente a un movimiento nacionalista revolucionario.

La actitud del proletario frente a movimientos de esta índole ha sido también claramente especificada por Lenin: "El proletariado no tiene nada que hacer con los movimientos democrático-burgueses; sólo pueden interesarle los 'movimientos nacionalistas revolucionarios. No hay duda que todo movimiento nacional, en los países atrasados, no puede ser sino un movimiento democrático-burgués, pues la mayoría de la población se compone de campesinos que representan la clase media capitalista. Sería utópico suponer que los partidos proletarios estarán en estado de desenvolver solos su propia actividad de hacer su propia política, sin entrar en relaciones determinadas con los campesinos de los países atrasados y sin pedirles su ayuda... Pero, para marcar mejor la diferencia, las palabras 'democrático burgués' deben ser reemplazadas por las palabras 'nacionalista revolucionario. La idea es que el proletariado debe sostener los movimientos por la emancipación nacional, solamente en el caso en que estos movimientos sean realmente revolucionarios, es decir, cuando no se opongan a que demos a las grandes masas explotadas una preparación revolucionaria. Cuando esto sea imposible, el proletariado revolucionario está obligado a combatir el movimiento reformista de estos países atrasados, tanto como combate a los héroes de la II Internacional" (Lenin. Tesis del II Congreso).

La forma en la cual el proletariado debe actuar, la táctica que debe seguir, ha sido asimismo especificada por Marx y Lenin: la actitud del partido obrero revolucionario hacia el movimiento nacionalista revolucionario en los países atrasados debe ser la que Marx señala en El Proceso de Colonia: "El partido obrero revolucionario marcha con la democracia pequeño-burguesa contra la reacción, puesto que derribar a esta es su objetivo. Combate la democracia pequeño burguesa dondequiera que ella pueda afirmarse por sí sola. El partido obrero puede muy bien utilizar, bajo ciertas condiciones, a otros partidos o fracciones de partido, pero no debe subordinarse a ningún partido". Más aún, Marx esboza la táctica a seguir en un período post-insurreccional: Los obreros deben —dice en el Proceso de Colonia— establecer su propio gobierno, al lado de los nuevos gobiernos oficiales, ya sea bajo la forma de consejos comunales, de municipalidades, de comités de obre-ros, de manera que los gobiernos democráticos que pierdan el apoyo de los obreros, se vean así colocados bajo el control de autoridades sostenidas por toda la masa obrera. La desconfianza, en una palabra, debe dirigirse desde el minuto mismo de la victoria, no hacia el partido revolucionario vencido, sino hacia los aliados de ayer, hacia el partido que quiera recoger solo los frutos de la victoria común... El armamento de los obreros todos, por medio de fusiles, cañones y municiones, debe cumplirse sin dilación alguna, y es necesario combatir el restablecimiento del antiguo ejército antiobrero. Al presentar sus candidaturas al lado de candidaturas de la democracia, los obreros no deben dejarse seducir por ninguna frase democrática, ni deben dejarse impresionar, por ejemplo, por la afirmación de que hacen divisionismo, favoreciendo la posibilidad de la victoria de la reacción. En todas estas frases el fondo es siempre el mismo y es que al fin el proletariado será arrollado. Por eso, los obreros deben hacer más por sí mismos y por su victoria final, instruyéndose sobre sus intereses de clase, no dejándose arrastrar por frases hipócritas de democracia pequeñoburguesa, y sin abandonar un momento la organización de su partido independiente. Y Lenin afirma categóricamente: "El partido proletario no debe temer combatir al enemigo común al lado de la pequeña burguesía, a condición de no confundir en ningún caso, su organización con las otras organizaciones. Marchar, separados, combatir juntos. No disimular las divergencias de intereses, vigilar al aliado tanto como al enemigo. En los países atrasados debe luchar con ella, pero sin confundirse con ella, guardando incondicionalmente la independencia del movimiento proletario, aun en la más embrionaria de sus formas (Tesis del II Congreso).

Queda así esclarecida la posición política y revolucionaria del P.N.L, como movimiento nacionalista revolucionaria. Queda esclarecida también la posición del proletariado frente al enemigo común y al P.N.L. Por esto, nos hemos pronunciado contra las cláusulas tercera y cuarta del Plan de México que estableciendo "una disciplina político militar en el Partido" y declarando, un tanto ingenua y apresuradamente, que el único partido que realizará la revolución, será el Partido Nacionalista Libertadore"; prohíben tácita y explícitamente la formación de un partido genuinamente proletario que pueda luchar y reivindicar los intereses genuinos del proletariado, colaborando siempre con el movimiento revolucionario propugnado por las demás clases oprimidas.

Nuestro informe del 1° de setiembre
En este documento sostenemos que el Partido Nacionalista Libertador se sustituye al APRA y que ésta queda en la calidad de un rótulo. Efectivamente, tal es la realidad. El APRA en el Perú estaría constituida por un bloc de tres clases: campesinos, proletarios y pequeña burguesía. El Partido Nacionalista Libertador se presenta como el partido peruano de dichas tres clases. No solamente hay similitud, sino una perfecta igualdad, una clara e innegable sustitución. Una de las dos entidades no sería más que un rótulo.

Se arguye que el APRA es un organismo continental. Sobre el particular, la realidad presente nos es desfavorable. Hasta hoy, todas las células organizadas, células militantes y activas, no grupos más o menos agregados, ni movimientos esporádicos y episódicos, están formadas por elementos peruanos. No podemos negar que el éxito verdadero del APRA depende de la primera acción revolucionaria que lleve a cabo. En consecuencia, en el terreno de la realidad, este argumento es puramente formal y no tiene la validez que quiere dársele. Por otra parte —y de esto nosotros somos en gran parte responsables— los elementos revolucionarios de cierto valor en América Latina, se vienen pronunciando contra el APRA. La animadversión surge en declaraciones aisladas y colectivas. Todos sabemos bien que APRA y Partido Nacionalista Libertador representan en la actualidad, una misma tendencia, un mismo movimiento y casi el mismo personal. Por esto sostenemos que el Partido Nacionalista Libertador se sustituye al APRA, tomando el carácter más neto y preciso de Partido, con disciplina "político militar".

Sostenemos que el Partido Nacionalista Libertador olvida o desconoce la realidad de la lucha de clases y que llega a negarla. A poco que se analice, tal aserto es incontestable. Si la lucha de clases existe, si el proletariado se presenta en la realidad librando sus propias batallas, el proletariado tiene el derecho inalienable de organizar su propio partido político. Propugnar la fusión del proletariado con las otras clases, clases no solo disímiles sino profundamente antagónicas, es tratar de borrar ese antagonismo, es olvidar que el proletariado no puede confundir sus aspiraciones peculiares con las de las demás clases oprimidas por el imperialismo. Tratar de fusionarlo es desviarlo de su verdadero camino, es impedirle la realización de la primera de sus reivindicaciones: la constitución de su organismo político de clases. En una palabra es negarse a reconocer la existencia de la lucha de clases. Unir las tres clases en un solo partido, o tratar de hacerlo, es confundir las reivindicaciones y hacerlas totalmente comunes, lo cual no es cierto: el campe-sino, para liberarse, tiene que luchar contra el feudalismo y contra su aliado, el imperialismo. La pequeña burguesía oprimida, para romper su opresión tiene que luchar también contra el imperialismo directamente y contra su aliado, el feudalismo. El proletariado tiene que luchar contra el feudalismo, contra el imperialismo, y además contra su adversario de clase, el capitalismo.

El APRA y la revolución latinoamericana
Si en algo estamos unánimes y concordes es en establecer las diferencias de fondo y de forma que existen entre el movimiento revolucionario en Europa y en Latinoamérica. Teoría y táctica deben estar de acuerdo con la realidad. En Europa, los ciclos económicos e históricos se han sucedido uno a otro, negándose y desplazándose, en un proceso dialéctico claro y definido. En Europa, la burguesía ha sucedido al feudalismo y actualmente predomina en todas las formas económicas, en todas las relaciones sociales. En América, el proceso dialéctico sigue un curso diferente. Actualmente encontramos en la sociedad indoamericana, la heterogeneidad y la convivencia de diversas etapas. Estados ya cancelados en Europa superviven en América y conviven aún con la nueva realidad. Junto al ayllu y a la comunidad primitiva, tenemos el latifundio, el feudalismo, la manufactura, la industria y el imperialismo.

Predominantemente, Indoamérica atraviesa una etapa mercantil, pero bajo el dominio del imperialismo. Es objetivo que el factor primordial en nuestra economía y en nuestra historia contemporánea, es el imperialismo. Nuestro principal problema es el problema de la tierra, por cuanto afecta a la mayoría de la población. Pero, junto a este problema fundamental, existe el problema obrero, el de la pequeña burguesía capitalista y el de las clases medias pre-capitalistas, estranguladas por el monopolio y por la in­vasión imperialista.

En Europa, el proletariado numeroso y concentrado, desarrollado en el seno de regímenes más o menos democráticos y tolerantes, ha podido or­ganizar sus partidos propios y estos partidos pueden y deben contexturar su marcha, sus luchas y su disciplina, dentro del principio "clase contra clase". En Indoamérica, nuestro proletariado incipiente, ignorante, con taras anarco-sindicalistas, pequeño-burguesas y utópicas, no ha podido realizar aun su unidad política, ni está en condiciones de sostener una lucha idéntica a la de los partidos obreros europeos, ni a librar la batalla de clase contra clase.

Ante tal realidad, el Apra, surge enunciando la finalidad de constituir una alianza de todas estas clases para luchar contra enemigos comu­nes: el imperialismo y el feudalismo. La idea de esta alianza, responde ob­jetivamente a la realidad indoamericana. Por esto hemos propiciado su de­senvolvimiento y su desarrollo y lo seguiremos propiciando.

La utilidad del Frente Único es incontestable. Su eficiencia es innegable, siempre que sepamos interpretar las aspiraciones y los derechos de las clases invitadas a formarlo, contemplando los intereses inmediatos, pero sin olvidar jamás los intereses permanente del porvenir.

Hasta hoy el APRA, no ha salido del embrión. Es una pragmática y magnífica idea, alrededor de la cual nos hemos agrupado algunos elementos. Hasta hace poco vivíamos paradisíacamente en el periodo de la hermandad. Tan pronto como queremos salir de él, para entrar en el terreno de organismo político, tan pronto como ha sido necesario esclarecer el camino, precisar la orientación, entrar en la tarea de la organización y de la captación de masas, de la "conscripción nacional" como dice expresivamente uno de nuestros camaradas, surgen los obstáculos, los desacuerdos, la crisis. Nada más corriente, ni más lógico: nuestro deber es salvar inteligente y enérgicamente la crisis y continuar la tarea.

Antes de plantear nuestras conclusiones, que servirán de norma para el porvenir, hagamos un sucinto análisis del pasado, en el cual todos, cual más, cuál menos, tenemos una parte de responsabilidad.

Objetivamente constatamos que la disciplina dentro del APRA, es embrionaria, sino una quimera. Hay instantes en los que nos encontramos frente a un verdadero caos. No podemos llamar disciplina, en su verdadera acepción, a las manifestaciones observadas en algunas células, en la de París por ejemplo, puntualidad en la asistencia, cordialidad mutua, pureza en la vida, etc. La disciplina que un organismo político requiere, es un poco más compleja y más amplia. Necesitamos y no tenemos una disciplina ideológica, una disciplina de pensamiento y acción. La Célula de París, por ejemplo, ha tomado en general, una posición marxista. La de Buenos Aires nos presenta desviaciones de derecha: baste citar la declaración en la que se declara concorde con la actitud de Pueyrredón en la Conferencia Panamericana. La de México se ha caracterizado por una oscilación permanente, repetidas veces oportunista y demagógica. La Célula de México lanzó la noticia del envío de una legión a Nicaragua, cosa falsa e irrealizable. Ella fue quién redactó, corrigió y editó el célebre manifiesto de un Partido Nacionalista, con sede en Abancay, y que solo ha tenido su sede en el pensamiento de nuestros camaradas, enamorados del bluff. Y, para finalizar, dicha célula se ha empeñado en una campaña absurda contra los partidos comunistas de América Latina.

Las pruebas de esta campaña están en los cuatro números de nuestra revista Indoamérica. En el primer número, dirigen una carta abierta a los profesores de la Universidad Popular González Prada, en la que afirman: "cumplimos con darles cuenta del resultado de la gestión que tuvieron ustedes a bien encomendarnos, ante los compañeros Hurwitz y Terreros"... lo cual es completamente falso. Los compañeros de México no han recibido ninguna misión de parte de los profesores de la Universidad Popular González Prada. Y añaden: "para obtener de éstos una explicación categórica de su actitud frente a nuestra Alianza Popular Revolucionaria Americana, a la que han dejado de pertenecer, sin previa consulta, para ingresar al Partido Comunista". La disciplina del APRA no puede ser violada, en ninguna forma, por el hecho de ingresar al Partido Comunista. El Partido Comunista es un partido de clase oprimida; en consecuencia, el APRA tiene el deber de contar con esas fuerzas, de respetar esa doctrina, de no atacar, velada o directamente, esos organismos. Ellos deben formar parte del Frente Unico. Si tal cosa no se obtiene de inmediato, el APRA y todos sus miembros, tienen el deber de abstenerse, en cualquier caso, de todo ataque, directo o indirecto, de toda declaración que vaya contra la ideología o la acción de estos partidos, aun cuando sea equivocada. La aseveración de nuestros compañeros de México, va contra el pensamiento de la Alianza.

En una carta dirigida por el compañero Haya a un elemento reaccionario, tal como el director de La Sierra, se hace primar un concepto de razas y regiones y se olvida el concepto fundamental de clase. Esto lo consideramos como una desviación demagógica y nociva.

Por último, en el No. 4 de Indoamérica, se declara: "El APRA no está contra los partidos comunistas, pero tampoco está con los partidos comunistas». Esto es el ataque por eliminación. Es declarar que los partidos comunistas no tienen nada que hacer en la lucha antiimperialista y que se hallan demás en América Latina. Que el APRA, además, no cuenta con ellos sino para eliminarlos. Esto es un error profundo. No podemos aceptar la eliminación de una fuerza que por mucho que numéricamente nada representara, ideológicamente representa la doctrina y el pensamiento de una clase, de la clase más revolucionaria frente al imperialismo, y con la cual el APRA trata de contar en la lucha por la emancipación nacional.

Por último, en La Paz, tenemos el caso de la coexistencia de dos células antagónicas. Y en el Perú, el proletariado se halla completamente ajeno al movimiento, al control y al gobierno del APRA.

De lo expuesto es necesario obtener una enseñanza y una seria advertencia. Necesitamos precisar el pensamiento de la Alianza, dar contextura orgánica al pensamiento y la ideología del Frente Unico, no solamente en el sentido de los cinco puntos ya conocidos, sino en el orden particular, de la teoría y la táctica del movimiento.

En conclusión, proponemos, con carácter de moción, los siguientes acuerdos:

  1. La Célula del APRA en París pide la supresión, de las cláusulas tercera y cuarta del Plan de México. Su enmienda se haría, en todo caso, concordes con la tesis de organización general del APRA.
  2. El APRA, dada su estructura de bloc de clases distintas, y su finalidad de realizar una revolución plebeya, no es uno de los factores más valiosos, dentro de la revolución plebeya, no es, en ninguna forma, una organización anticomunista.
  3. El APRA reconoce y declara que los elementos proletarios, adheridos o que se adhieran a sus filas, individual o colectivamente, tienen el derecho pleno de organizar su propio partido político de clase.
  4. El APRA, dado su carácter profundamente unitario, tiende a pactar una alianza, bajo las condiciones específicas que se señalen, de una y otra parte, con los organismos políticos del proletariado. Estos organismos políticos tendrán representación directa e injerencia efectiva en la organización y en la dirección de la Alianza y del movimiento que propicia.
  5. La Célula de París acuerda estudiar y redactar las tesis necesarias, que especifiquen la finalidad, la orientación, la ideología, la organización y el mecanismo de la Alianza. Estas tesis serán sometidas a la aprobación de las demás células, tan luego como sean aprobadas por esta Asamblea.

París, 1° de diciembre de 1928

Eudocio Ravines
Miembro del Comité Ejecutivo del Apra y
Secretario General de la Célula de París

Juan J. Paiva
Miembro de la Comisión de Disciplina

Armando Bazán
Miembro de la Comisión de Propaganda

Ravines, Eudocio

Carta de Eudocio Ravines a la Célula Peruana del Apra en París, 1/5/1929

París, 1 de mayo de 1929

Estimado camarada:

No es grato poner en su conocimiento la siguiente resolución votada por la célula del Apra y el Centro de Estudios Anti-imperialistas de París, y aprobada por unanimidad de votos:

Lo miembros de la célula del Apra y del Centro de Estudios Anti-imperialistas de París, en vista de la situación objetiva de los demás grupos similares de América Latina, cuya descomposición orgánica es evidente y cuya existencia es, en la actualidad más formal que efectiva; constatando que existe un profundo descuerdo entre sus miembros sobre la orientación y la praxis del movimiento, sin que haya podido obtenerse, desde la fundación del Apra, hasta el presente, ni un táctica mas o menos definida, ni ningún movimiento de masas, aun de mediocre importancia, ni una disciplina política entre sus componentes y finalmente, ante la imposibilidad de llegar a una entente que esclarezca la posición, las tendencias y las finalidades de a Alianza Popular Revolucionaria Americana, resuelven:

DISOLVER LA CÉLULA DEL APRA Y EL CENTRO DE ESTUDIOS ANTI-IMPERIALISTAS DE PARÍS
(Moción aprobada por unanimidad de votos).

Los miembros de la célula del Apra y del Centro de Estudios Anti-imperialistas de París, anti-imperialista revolucionarios, que se reclaman de ideología socialista, concordes con la moción anterior y en vista de que todos los elementos que han venido propiciando la idea del Apra, son peruanos, acuerdan:

1.- Invitar a los camaradas conscientes de los demás grupos del Apra, a afiliarse las Ligas Anti-imperialista o a los partidos revolucionarios proletarios, incorporándose así al movimiento anti-imperialista mundial.

2.- Exhortarlos a constituir en el exterior células del Partido Socialista Revolucionario Peruano, cuyas actividades inmediatas deben tender a reforzar el movimiento de organización del Block Obrero y Campesino del Perú.

(Moción aprobada por mayoría de votos)

Lo que nos es grato poner en conocimiento de Uds. suplicándoles quieran aceptar las seguridades de nuestra consideración personal.

Eudocio Rabines
Secretario General de la Célula del
APRA en París

Armando Bazán
Secretario de la Comisión de Propaganda
de la Célula del Apra en París

Bazán, Armando

Carta de Francisco Kama, 15/11/1925

Señor Presidente de la República

S.P.R

Francisco Kama, indígena, representante y apoderado general de todos los comuneros, abajo suscritos, naturales de la comunitarios indígenas de las 9 Parcialidades de Jatun-Ccollana, Quishuara, Huamán-ururo, Selke, Layme Ccollana, Jatun-sayna, Malcohucca, Sulca-sayna, Sulca, y penas cuesta hoy con 5 del Distrito de Macar, Provincia de Ayaviri, Departamento de Puno, por intermedio de la F.I.O.R Peruana, ante su respetable ilustrada autoridad, con acatamiento solicito:

Que desde el año 1920 tenemos elevados memoriales en demanda de garantías y justicias donde el Sr. Ministro de Fomento que ese supremo gobierno y Cámara de D, ha creado la sección de asuntos indígenas con excepción de un defensor abogado y de la representación, fecha 7 de diciembre de 1922, original y en copia Nº 42; otros memoriales numerados 38, 43, 70, 71, 72, el 7 de enero de 1923 para todos nuestros representantes solicito amplias efectivas garantías para los comuneros indígenas medidas represiras de energía eficaz y un atajo severamente legal, contra todos abusos y usurpación violenta de todas nuestras tierras comunitario. Con títulos legales y antiquísimos de la época del Virreinato, actuados por el Sr. García F. Conde de Alderete y Vellaflore, del Ayllo de Qquishuara, a 3 de abril de 1535, ante el Sr. Francisco Calderón juez de revisión y restitución de tierras en esta provincia y restituir a los indios las suyas de ley, previsión en el dicha real nombre de su Majestad, y de virrey Conde de Lima, gobernador y capitán general de las dichas provincias del Perú.

Que mucho tiempo estando en esta capital, pidiendo eficaz, mediante memoriales respectivos de fecha presentados el año con el fin de que se tramitara toda reclamación y quejas presentadas por nuestra Raza indígenas en vista dichas disposiciones tenemos por reiteradas veces presentadas nuestras quejas haciendo los mayores esfuerzos y sacrificios por alcanzar un sanción de justicia y garantías primordial. De otro en que preferentemente seamos amparados con una ley en que se nos favorezca en todo y por el todo. Además no omitiremos en manifestar de que unas comunidades de terrenos florecientos y tranquilo y que sus habitantes indígenas que se encontraban en el plenitud goce de sus posesiones respectivamente cada uno y que aquí aquellas, paulatinamente, vienen desapareciendo y que hoy de manera villanaje y torpe somos arrojados de nuestros hogares, expulsados de nuestras posesiones de terrenos que como única fuente de subsistencia teníamos para vivir y que manteníamos los mismos derechos de poseedores como herederos legales donde nuestros antepasados padres. Los abusos y exacciones, declaramos que la mayor parte de nuestro conciudadanos comuneros se encuentran en tierras extrañas, esposa e hijos lamentando la inhumana pérdida de sus viviendas; todo practicado por muchos hacendados que se titulan.

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Kama, Francisco

Carta de Francisco Kama, 28/3/1927

Lima, 28 de marzo de 1927
Señor Redactor José Carlos Mariátegui
D.A.L.P. de la Amauta
Ciudad
Nosotros los que anhelamos la amplia libertad de los trabajadores de la sierra estamos nuevamente en la palestra, ya que algunos meses los nuevos políticos del partido... de esta región no han hecho nada a favor de los indígenas; desengañados pues todos los componentes de esta Federación han resuelto cambiar de táctica y nombrar nueva dirección en esa forma quedó reorganizada nuestra Federación Indígena.
Con tal motivo esperamos dar a luz un manifiesto “al pueblo Indígena”, que las imprentas de aquí se niegan a imprimir, y cuya copia le remitimos para que Uds. si tienen a bien lo publiquen.
Próximamente daremos a luz nuestro vocero que tanta falta nos hace. Ya que la prensa Obrera como Solidaridad órgano de la Unión Sindical Nacionalista no se ocupa de nuestra clase oprimida.
De los periódicos libertados por ahora no aparece ninguno porque las imprentas se niegan trabajarle por temor de la autoridad. En Otra vez en la brecha! nuevamente nuestra Federación Indígena Obrera Regional Peruana flamea al viento su símbolo de rebeldía, después de una pequeña laguna (inevitable en toda lucha) causada más que todo por la poca experiencia de la clase trabajadora de la sierra, que se dejó embaucar por unos farsantes que tenían interés en la ruina de la Federación Indígena. Pero cuando los gamonales creían definitivamente extinguida la F.I.O.R. Peruana ella nueva vuelve a alzar vigorosamente su estandarte y en gesto iracundo lanza su reto justiciero a los explotadores de la clase indígena, para exigirle los derechos que eternamente nos usurpan.
Sí, camarada; las filas de nuestra F.I.O.R.P. son numerosas y el entusiasmo y la fe son su lábaro y con tesonero afán van a luchar por su mejoramiento material, moral e intelectual. Para que el pueblo trabajador nos ayude en nuestra lucha, le decimos que nosotros no perseguimos ninguna mejora política, sea esa blanca, negra o roja; luchamos contra la política que es la peor enemiga de la clase proletaria y lleva siempre al fracaso las mejores iniciativas revolucionarias, cuyas pruebas palpables están en todas partes y el ejemplo más reciente está en la conciencia de todos nosotros.
Tenemos que tener siempre presente, grabado en nuestra mente, que la emancipación de los trabajadores de la sierra sólo se conseguirá mediante nuestro esfuerzo propio, porque ya la experiencia nos ha probado de mil maneras que recién, cuando nuestra clase ha obtenido una mejora, sólo recién los parlamentos y los gobiernos le dan fuerza de Ley.
La Federación Indígena Obrera Regional Peruana está otra vez en pie de guerra y seguirá su ruta sin desviarse un ápice del buen camino, pese al indiferentismo de los pseudo revolucionarios que con sus artimañas, quieran contrarrestar nuestra labor en bien de la libertad de los indígenas. Soy su S.S.
Por la F.I.O.R.P. soy de
Francisco Kamak
(Secretario General)

Kama, Francisco

José Carlos Mariátegui en la fiesta de la Planta de Vitarte

José Carlos Mariátegui en la fiesta de la Planta en Vitarte, sentado detrás del retrato de Víctor Raúl Haya de la Torre.
En cuclillas: Pedro Barrios, Alberto Benites, y Fernando Rojas (con bastón)
Sentados: Manuel Medina, Lorenzo Bartra, Enrique Reyes, Manuel Seoane, Óscar Herrera, José Carlos Mariátegui y Luis Bustamente.
Parados, en primera fila: Miguel Rodríguez (de saco blanco), No identificado, Enrique Cornejo Köster (cubriéndose con su Sarita), David Tejada, No identificado, Jacobo Hurwitz, No identificado, y Francisco Yarlequé.
Parados, detrás: Entre Cornejo Köster y David Tejada está Manuel Pedraza.
Al fondo, el estandarte del Sindicato Textil Vitarte y el de la Federación de Conductores y Motoristas.

Revista Variedades

La lucha eleccionaria en México [Manuscrito]

La designación de candidatos a la presidencia por las convenciones nacionales no ha sido hecha todavía. Pero ya empiezan las convenciones regionales o de partido a preparar esa designación, proclamando sus respectivos candidatos. La eliminación final, en la medida en que sea posible, las harán las convenciones nacionales. Pero, mientras esta vez es posible que las anti-reelecciones se agrupen en torno de un candidato único, que tal vez sea Vasconcelos, la división del bloque obregonista de 1923 se muestra ya irremediable. La Crom irá probablemente sola a la lucha, con Morones a la cabeza. El partido constituido por los obregonistas, y en general por los elementos contrarios a los laboristas, y que se declaran legítimos continuadores y representantes de la revolución, arrojando sobre La Crom la tacha de reaccionaria, presentará un candidato propio, acaso comprometido personalmente por esta polémica.
Entre los candidatos de esta tendencia, con mayor proselitismo, uno de los más indicados hasta ahora es el general Aaron Saenz, gobernador del Estado de Nueva León. Aaron Saenz comenzó su carrera política en 1913, enrolado en el ejército revolucionario en armas contra Victoriano Huerta. Desde entonces actuó siempre al lado de Obregón, cuya campaña eleccionaria dirigió en 1928. Ministro de Calles, dejó su puesto en el gobierno federal para presidir la administración de un Estado, cargo que conserva hasta hoy. Su confesión protestante, puede ser considerada por muchos como un factor útil a las relaciones de México con Estados. Porque en los últimos tiempos, la política mexicana antes los Estados Unidos ha acusado un retroceso que parece destinado a acentuarse, si la presión de los intereses capitalistas desarrollados dentro del régimen de Obregón y Calles, en la que hay que buscar el secreto de la actual escisión, continúa imponiendo la línea de conducta más concorde con sus necesidades.
Vasconcelos se ha declarado pronto para ir a la lucha como candidato. Aunque auspiciado por el partido anti-reeleccionista, y probablemente apoyado por elementos conservadores que ven en su candidatura la promesa de un régimen de tolerancia religiosa, puede ganarse una buena parte de los elementos disidentes o descontentos que la ruptura del frente Obregonista de 1926 deja fuera de los dos bandos rivales. Por el hecho de depender de la concentración de fuerzas heterogéneas, que en la anterior campaña eleccionaria, se manifestarán refractarias a la unidad, su candidatura, en caso de ser confirmada, no podrá representar un programa concreto, definido. Sus votantes tendrían en cuenta solo las cualidades intelectuales y morales de Vasconcelos y se conformarían con la posibilidad de que en el poder puedan ser aprovechadas con buen éxito. Vasconcelos pone su esperanza en la juventud. Piensa que, mientras esta juventud adquiere madurez y capacidad para gobernar México, el gobierno debe ser confiado a un hombre de la vieja guardia a quien el poder no haya corrompido y se preste garantías de proseguir la línea de Madero. Sus fórmulas políticas, como se ve, no son muy explícitas. Vasconcelos, en ellas, sigue siendo más metafísico que político y que revolucionario.
La prosecución de una política revolucionaria, que ya venía debilitándose por efecto de las contradicciones internas del bloque gobernante, aparece seriamente amenazada. La fuerza de la revolución residió siempre en la alianza de agrarias y laboristas, esto es de las masas obreras y campesinas. Las tendencias conservadoras, las fuerzas burguesas han ganado una victoria al insidiar su solidaridad y fomentar su choque. Por esto las organizaciones revolucionarias de izquierda trabajan ahora por una Asamblea nacional obrera y campesina, encaminada a crear un frente único proletario. Pero estos aspectos de la situación mexicana, serán materia de otro artículo. Por el momento no me he propuesto sino señalar las condiciones generales en que se inicia [la lucha eleccionaria].

José Carlos Mariátegui La Chira

[Conferencia - Notas del discurso pronunciado en la inauguración de la Editorial Obrera Claridad]

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[Notas del discurso pronunciado en la inauguración de la Editorial Obrera Claridad]

El proletariado está en un momento trascendente. Va a nacer la prensa obrera, como en otros días nació la organización.
Este paso va a vincular decisivamente a todos los sectores proletarios del Perú. Indígenas, em­pleados, trabajadores no organizados, campesi­nos de la costa. Es la voz cotidiana del diario la única que puede hacer este milagro. El diario en mensajero, un vehículo, un agente infatigable de las ideas. La palabra tiene un ámbito reducido; la palabra está sujeta a los riesgos de la improvi­sación. La revista y el semanario no marchan al compás de la vida moderna. No recogen la emo­ción del instante. El diario en cambio recoge la pulsación y el latido diarios de la humanidad. La protesta y el comentario tienen otro acento cuan­do siguen inmediatamente a los acontecimientos, cuando encuentran una multitud en tensión, cuan­do repercuten en una muchedumbre emocionada La revista y el semanario deben ser crítica de la crítica; el diario es la crítica de la vida palpitante.
La prensa, como la escuela, como la Universi­dad, se encuentran en manos de la clase dominan­te. ¿Hay una prensa neutra?
No; no la hay, del mismo modo que no puede haber una universidad neutra. La prensa se inspi­ra en las ideas y en los intereses de la clase dominante. La prensa es uno de los mas podero­sos instrumentos del dominio del capitalismo. De la prensa se han valido los intereses capitalistas para intoxicar de odio a las muchedumbres de los países europeos. Allí existe el control de la prensa proletaria que no puede impedir, sin embargo, el efecto venenoso de la prensa chauvinista sobre las categorias desorientadas de la sociedad y del pueblo. El proletariado, para liberarse, necesita sus propios medios de cultura. Así como ha fundado su propia escuela, necesita fundar su prensa propia.
Esta iniciativa no parte de un grupo. I, si parte de un grupo, no se dirige a un sector circunscrito del proletariado. Se dirige a sus sectores sin excepción, se dirige sobre todo a la vanguardia.
Hay espíritus pesimistas, negativos, que du­dan y desconfían. Pero el pueblo quiere espíritus optimistas. El triunfo es de los que afirman; no de los que dudan, menos aún de los que niegan.

José Carlos Mariátegui La Chira

[Conferencia - Deber de la Juventud Contemporánea]

La inquietud, la curiosidad de la juventud contemporánea. Que esta generación se muestre sensible a la nueva realidad humana es un fenómeno histórico, es un hecho natural. Spengler dice que un pensamiento, representativo de "una época de la humanidad no puede ser comprendido sino por una generación que nazca con las disposiciones necesarias". Las generaciones viejas carecen de aptitud para comprender y, sobre todo, para adherirse a las ideas revolucionarias. Es una cuestión de sentimiento; no es una cuestión de inteligencia ni de cultura. Es sugestivo y revelador el hecho de que las nuevas falanges universitarias no tengan la orientación intelectual de las generaciones pasadas. Y que su leader no sea un estudioso de la historia ni un poeta sino un espíritu de vanguardia.
Definamos la Revolución. Cómo sabemos que vivimos una época revolucionaria. Las señales de la gravidez revolucionaria son innumerables. Hay una serie de hechos que la afirman y la expresan. Declina el regimen burgués, con sus instituciones económicas, políticas, con su arte y su filosofía. La guerra ha legado una serie de problemas que el regimen burgués no puede resolver dentro de su teoría. La democracia burguesa se siete impotente para resolverlos democráticamente. Recurre, por eso, a la fuerza, a la violencia. Brotan el fascismo, el directorio, el putschismo pangermanista. Se agita el Orient. Millones de hombres, adormecidos, anestesiados durante siglos, salen de su inercia. La revolución es un fenómeno de la civilización occidental que se refleja también en los pueblos de otras civilizaciones. Es, además, evidente. No es posible dudar de ella hoy que los laboristas desalojan a los dos partidos que se alternaron clásicamente en el gobierno de Inglaterra. Hoy que los soviets son reconocidos de jure.
Los incomprensivos tratan de limitar la revolución a los confines europeos. Pero Europa no representa un continente sino una civilización. Hemos aprendido en Europa la idea de la democracia. No puede sernos indiferentes el hecho de que esa idea esté en crisis en Europa. La civilización occidental ha internacionalizado la vida humana. Una de las características de nuestra época es la propagación universal, fluída, de las ideas y las emociones. Cuando la vinculación humana era menor repercutió entre nosotros la revolución francesa.
Porqué se llama Social la Revolución.
Su grandeza no pude ser comprendido por los viejos. El debe de la juventud peruana. El deber de la mujer.
El deber de nuestra generación. Volteemos las espaldas al pasado.

José Carlos Mariátegui La Chira

[Conferencia - Sobre el Indio]

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[Sobre el Indio]

El instante es de transformación mundial. Tam­bién la raza indígena se despereza. Hay que ayudarla a comprender su problema y encontrar su camino.
No pretendo definir en esta noche el problema indígena que es nuestro problema nacional. Es el problema de las cuatro quintas partes de los trabajadores de la tierra. No se concibe sin su liberación la de los trabajadores de la costa.
El indio no es siquiera un proletario; es un siervo. La independencia fue una revolución crio­lla, política, no social. El regimen republicano no ha sido sino un regimen de predominio del criollo capitalista sobre el indio.
La conquista despojó al indio ele sus tierras, pero le dejó una parte de ellas. Le impuso servi­dumbres, que también la república le ha impues­to. La república, además, lo ha privado poco a poco de sus tierras. Ha empobrecido, aniquilado poco a poco a los trabajadores. Los gamonales son señores feudales. Se ha llegado a concebir tesis feroces: la tesis de que es posible aniquilar la raza india. Se ha dicho que el indio es improduc­tivo, siendo así que el indio no produce más porque lo cohibe el temor de ser despojado. Análogo proceso fue el de México, ahí produjo finalmente la revolución indígena destinada a dar tierras a todos los que no las tenían. Del fondo del mal brota el bien. La civilización que une los centros poblados, que abrevia las distancias, aproxima al indio, lo pone en contacto, crea la posibilidad de su organización. El congreso indí­gena es un ejemplo.
Maduran las circunstancias históricas necesarias para que esa raza se libere. Su liberación será obra de ella misma. Así como la voz de un hindú alza y resucita a la raza india asó será la voz de un quechua la que saque de su letargo a la raza quechua. Pero la cuestión no es toda nuestra cuestión nacional. Queda fuera de ella una cuestión que importa a un quinta parte de la población peruana: la del proletariado de la costa. La unión entre unos y otros es necesaria.
Cumplid vuestra misión, indígenas, despertando a vuestro hermanos. Algunos creen que esta raza ha muerto, una raza no muere jamás. Puede caer el colapso, en sopor, para despertarse después; pero no puede morir. Mientras haya cinco millones de indios, la raza estará viva.

José Carlos Mariátegui La Chira

[Conferencia] - La crisis filosófica

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La Crisis Filosófica

Cada civilización tiene una propia intuición del mundo, una propia filosofía, una propia actitud mental que constituye su esencia, su ánima. La decadencia de una civilización está marcada por un desgaste, un debilitamiento, una quiebra de su ideología. Las ideas peculiares de una época son un síntoma, un índice importante. Las ideas brotan de la realidad en influyen luego, sobre esta, modificándola. El idealismo de Hegel y Fichte supone al espíritu una fuerza que adquiere consciencia de sí mismo al choque con el límite que le opone la realidad. Hay ideas efímeras, son las que no representan una época; pero todas las ideas son temporales. El espíritu humano actúa sobre la realidad y es, después, influido u modificado por esta. La metafísica tiene reacciones evidentes sobre la física social, sobre la realidad histórica. Efectos del descubrimiento copernicano. Muerte del antropocentrismo.
Ahora bien. Actualmente se siente el desgaste de la ideología de esta civilización. No es solo que la organización capitalista no satisface ya las nuevas direcciones y necesidades de las fuerzas productivas. Es que ha perdido su fe, su optimismo. Florecen desde hace algún tiempo manifestaciones filosóficas y artísticas que revelan el agotamiento de las civilización capitalista. Todas las tendencias son pesimistas, negativas, escépticas. El espíritu de la ideología contemporánea es relativista.
La sociedad burguesa para desarrollarse y desenvolverse tuvo necesidad de una fuerza espiritual que le abriese paso y le inyectase fe. Esa fuerza fue la filosofía racionalista. Sin la filosofía racionalista la burguesía no habría emprendido la abolición de las castas y de sus privilegios. Consiguientemente la burguesía no habría cumplido su misión. La Razón siguió su trayectoria revolucionaria. La Razón dijo que la igualdad era incompleta si era solo política, si no era también económica.
Como toda filosofía responde a una necesidad de la época que la genera, se inició entonces un proceso de revisión de la mentalidad racionalista. Aparecieron las ideas evolucionistas e historicistas.
La humanidad tiene una trayectoria determinada. No es posible forzar su rumbo, no es posible apresurar ni retardar su marcha. Toda la mentalidad burguesa se saturó de evolucionismo y de historicismo. El intelectualismo, el racionalismo de esta suponía la existencia de un mundo objetivo y absoluto. La humanidad creía en la ley inflexible del progreso. El futuro no sería sino la coronación del presente. Poco a poco aparecieron esfuerzos filosóficos destinados a minar el dominio de la razón, a valorizar el mundo de la intuición, del sentimiento, de la voluntad. El mundo comenzó a dudar de la efectividad del progreso, la civilización comenzó a desconfiar de sí misma. Finalmente, apareció la corriente relativista.
El relativismo no se reduce a la teoría de Einstein que es ya bastante. Einstein no es sino un físico. Su teoría se llama teoría de la relatividad no porque Einstein la haya concebido como filosofía relativista sino Einstein ha tenido como punto de partida el principio el principio del movimiento relativo de Galileo. El relativismo es un vasto movimiento del cual forman parte diversos fenómenos artísticos, científicos, etc. Ocurre que de repente la humanidad se ha puesto a pensar de una manera relativista. Relativista es Unamuno que sostiene la realidad de los personajes creados por la imaginación. Relativista es Pirandello que encuentra en el hombre un ser con mil fisonomías diferentes, todas ellas igualmente válidas. Relativistas son los cubistas que niegan la imagen permanente de las cosas. Relativista es la nueva filosofía de la historia de Spengler. Relativista es la filosofía del "como si" de Hans Vaihingher. Relativista es Ortega y Gasset no obstante su empeño de conciliar racionalismo y relativismo. La filosofía del punto de vista es auténticamente relativista.
Todo el pensamiento contemporáneo está saturado de duda, de negación, de relativismo. Muchos pensadores comparan esta época con la de decadencia romana. La cultura burguesa, la inteligencia burguesa, sin embargo, no son capaces de percibir su tramonto con toda la proposición . Anécdota del cónsul de Atenas.
Los relativistas concluyen en pleno pesimismo. Ortega Gasset habla del alma desilusionada, del alma servir. Solo hay una fe: la de la revolución.

José Carlos Mariátegui La Chira

Notas de la decimocuarta conferencia

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El esquema de la constitución rusa es el siguiente: Principio: quien no trabaja no come. Fin: supresión de la explotación del hombre por el hombre. Medio: durante la lucha decisiva del proletariado contra sus explotadores el poder debe pertenecer exclusivamente a las masas trabajadoras.

La célula del régimen sovietal es el soviet o consejo urbano y rural. Estos soviets urbanos y rurales se agrupan primero en congreso de volost, luego en congresos distritales, en seguida en los congresos provinciales, después en los congresos regionales y finalmente en el congreso pan-ruso de los soviets, formado por delegados de los soviets urbanos (uno por cada 25,000 habitantes) y por delegados de los congresos provinciales (uno por cada 125,000 habitantes). El congreso pan-ruso se reúne dos veces al año. Designa un comité central ejecutivo que es la suprema autoridad en los intervalos entre congreso y congreso. El Comité Central Ejecutivo nombra de su seno a los comisarios del pueblo que constituyen un colegio o soviet a su vez. Los comisarios del pueblo son dieciocho.

El período de cada delegado es de tres meses. Pero todos los delegados son revocables en cualquier momento. Son electores todos los trabajadores sin distinción de sexos, nacionalidades, religiones, etc.

No existe el dualismo democrático en el régimen sovietal. Los soviets son al mismo tiempo órganos ejecutivos y legislativos. El consejo de comisarios del pueblo no es sino un comité directivo, un estado mayor de la asamblea de los soviets. El parlamento suele no corresponder, por envejecimiento, a las corrientes del instante. El soviet está en constante renovación, en constante cambio. Todas las
ondulaciones de la opinión se reflejan en el soviet. El soviet es el órgano típico del régimen proletario así como el parlamento es el órgano típico del régimen democrático. Es un régimen de representación profesional y de representación de clase.

La dictadura del proletariado, por ende, no es una dictadura de partido sino una dictadura de clase, una dictadura de la clase trabajadora. Cuando se inauguró el régimen sovietista los bolcheviques no predominaban sino en los soviets urbanos, en los centros industriales. En los soviets de campesinos predominaba el partido social revolucionario que correspondía más exactamente a la mentalidad poco evolucionada y pequeño-burguesa de los campesinos. Pero los bolcheviques se atrajeron la colaboración de estas masas campesinas mediante la realización de su programa: celebración de la paz y reparto de las tierras.

La economía, la política del régimen de los soviets constituyen una transacción entre los intereses de los obreros urbanos y los intereses de los trabajadores del campo. Estos últimos no están aún educados, preparados, capacitados para el comunismo. Su actitud ha hecho necesaria por ejemplo la distribución de las tierras en vez de su gestión colectiva. Gorky mira la amenaza del porvenir en el campesino, en su egoísmo, en su ojeriza al obrero de la ciudad. La necesidad de excitar la producción hizo necesaria, por ejemplo, la libertad del pequeño comercio. En un principio, bajo el régimen de las requisiciones, los campesinos redujeron la producción. Ahora, la aumentan porque el comercio libre constituye un atractivo para ellos. Lo mismo ocurre con los obreros
industriales. Les es permitido trabajar extraordinariamente para producir manufacturas destinadas al comercio libre. De esta suerte, el régimen consigue un aumento de la producción, y, en tanto que queda ésta normalizada sobre bases netamente comunistas, se confía a la iniciativa y al comercio particulares de obreros y campesinos la satisfacción de las necesidades que el Estado no puede todavía atender.

La política internacional de los soviets es eminentemente pacifista. La Federación de las Repúblicas Sovietistas está constituida sobre la base del derecho de sus componentes a salir de ella. Constituye una asociación voluntaria de naciones. Rusia ha renunciado a toda reivindicación territorial en Polonia. Ha reconocido la independencia de Finlandia y de las provincias bálticas. El ejército rojo tiene por objeto sustancial la defensa de la Revolución. Es un instrumento al servicio de la revolución mundial. El ejército rojo es ahora de 600,000 hombres.

Ha salvado al régimen de los asaltos contrarrevolucionarios de Kolchak, Deninkin, Judenicht, Wrangel. Y ha impuesto a las potencias europeas el abandono de la política de intervención armada en Rusia. Rusia tiene acreditada embajada en Berlín, en Varsovia, en Angora. Tiene representantes oficiosos o comerciales en Inglaterra, Italia y otros países importantes. Ha concurrido a la Conferencia de Génova y luego a las de La Haya y Lausanne. Rusia ha concurrido, invitada oficialmente a la Feria de Lyon. Una comisión de banqueros franceses acaba de visitar Rusia.

El bloqueo, otra arma de la Entente, ha dañado extraordinariamente la producción rusa. Y ha causado la muerte de gran número de campesinos en la región del Volga.

La educación y la instrucción, son objeto de especial cuidado. El obrero tiene acceso a la instrucción superior. En 1917 existían 23 bibliotecas en Petrogrado y 30 en Moscú. En 1919, eran 49 en Petrogrado y 85 en Moscú. Los institutos de Moscú han aumentado de 369 a 1357. La asistencia escolar que era de tres millones y medio ha aumentado a cinco millones. Se ha fundado doce mil escuelas nuevas. El número total de bibliotecas que en 1919 era de 13,500 en 1920 era de más de 32,000. Se han creado 24 universidades obreras.

Gorky fue encargado de fundar la casa de los intelectuales, en gran parte hostiles a la Revolución. Las artes reciben estímulo. He asistido a una exposición de arte ruso en Berlín. Rusia estuvo representada abundantemente en la última exposición internacional de Venecia.

Se observa rigurosamente la jornada de ocho horas. Para los que se dedican a un trabajo nocturno la jornada es de siete horas. Cada trabajador tiene derecho a 42 horas de reposo continuo a la semana. Cada año tiene derecho a una vacación de un mes, transitoriamente reducida a quince días. El seguro social se extiende a toda la vida del trabajador: enfermedad, desocupación, accidente, vejez y maternidad. Funciona el control obrero de la producción. Existen casas de reposo para los trabajadores. La residencia veraniega del ex gran duque Sergio en Ilinskoe es el principal sanatorio para obreros fatigados.

Las alianzas profesionales.

La atención a la infancia. Casas de salud para niños. Los niños reciben instrucción, alimento y ropa. La protección a la infancia comienza desde la maternidad. La mujer grávida tiene derecho a la asistencia desde ocho semanas antes del parto.

La mujer y los soviets. Las mujeres tienen todos los derechos políticos y civiles. La primera ministro ha sido rusa: Alejandra Kollontai. En la delegación había varias mujeres. La propaganda entre las mujeres.

El problema religioso. Separación del Estado y de la Escuela de la Iglesia. La propaganda irreligiosa.

El matrimonio y su disolución. La demanda de una sola de las partes basta para el divorcio.

La N.E.P. El Consejo de Economía Pública. Milliutin. La electrificación de Rusia. Las concesiones al capital extranjero.

La polémica con los social-democráticos y con los anarquistas. La política de los soviets ha emergido de la realidad, ha sido dictada por los hechos. En ella ha influido, finalmente, la situación general europea.

Los tribunales populares y el tribunal revolucionario.

José Carlos Mariátegui La Chira

Notas de la décima conferencia

[Transcripción completa]

Conforme al programa del curso el programa es:

"- La agitación proletaria en Europa. Italia al borde de la revolución. Las elecciones de 1919. -La ocupación de las fábricas. -La III Internacional. La Internacional centrista o Internacional dos y medio. El cisma socialista”.

Veamos cómo se incubó este periodo de agitación proletaria. -Durante la guerra, el regimen capitalista se vio obligado a hacer numerosas concesiones a la clase trabajadora y a la idea socialista. Le era indispensable la colaboración del proletariado. El proletariado y su doctrina económica consiguieron algunas conquistas, algunos progresos, que acrecentaron su fuerza y robustecieron su fe. Vino mas tarde otra causa de afirmación proletaria: la revolución rusa. Los Estados europeos se esforzaron, por una parte, en asfixiar la revolución en Rusia y, por otra parte, en evitar su propagación al resto de Europa. Fue un momento de avance de la idea revolucionaria. Un momento de ofensiva del proletariado. Un instante de apogeo de la revolución. La característica de la lucha social era la iniciativa del proletariado en el ataque. En Alemania, Baviera, Austria, Hungria. -Ante esta ofensiva, el regimen se vio forzado a retroceder, a replegarse. Los estadistas más avisados y perspicaces comprendieron entonces que no era posible salvarlo sin grandes sacrificios. Dominó una corriente avanzadamente reformista. La burguesía tomó una actitud renovadora. Afirmó su filiación democrática y evolucionista. Execró la dictadura. Canto a la Paz. Exaltó el sufragio universal y el parlamentarismo. Cubrió la Paz de Versalles con la Sociedad de las Naciones. Creó la Oficina Internacional del Trabajo. Reunió en Washington el 1er congreso del Trabajo. Esta política tendía a dividir al proletariado, atrayendo al camino de la colaboración y de la reforma a sus mayores masas. Esta división se produjo. Una parte de los partidos socialistas y los sindicatos se pronunció por una política revolucionaria. Otra parte se pronunció por una política prudente y transaccional que esquivase toda acción decisiva y violenta. Aquella creó la III Internacional. Esta reorganizó la II Internacional. Algunos elementos centristas, intermedios conservaron su independencia. Se agruparon mas tarde en la Internacional dos y medio.

La II Internacional. Berna, febrero 1919. Lucerna, agosto 1919. Ginebra, 30 julio 1920. Internacional Sindical Reformista. Noviembre 1920.

La III Internacional. 1er congreso 2-6 marzo 1919. 2º Congreso, julio 1920. Aquí quedaron fijadas las 21 condiciones que cisionaron a los partidos de Francia, Alemania, etc. En Alemania, Halle 12-17 Octubre 1920. En Francia, Tours diciembre 1920. En Inglaterra, agosto de 1920. [tachado a mano alzada] En Italia, congreso de Livorno enero 1921.

La Internacional 2 y 1/2. Berna diciembre 1920, algunos meses después Viena.

Además, acciones de masas. En Inglaterra, en 1920 la huelga de los carboneros. En Francia, la huelga de los ferroviarios en mayo 1920, que dio lugar al decreto de disolución de la C.G.T. y a la prisión de Souvarine, Loriot y Dunois. En, Alemania después del golpe Kapp la agitación en el Ruhr, en abril de 1920. España y Japón. Las huelgas de solidaridad con Hungría proletaria contra la reacción de Horthy. Pero en Italia la agitación adquirió proporciones mayores todavía.

Las huelgas de julio de 1919. Las elecciones de noviembre de 1919. La huelga general de protesta contra el ataque a algunos diputados socialistas. Las huelgas de ferroviarios y postales de 1920. El precio económico del pan, y la caída de Nitti. El gobierno de Giolitti.

La ocupación de las fabricas. Sus antecedentes. El 18 de junio los metalúrgicos reclamaron, mejoramientos económicos en relación con la elevación del costo de Ia vida. Negociaciones, propuestas y contrapropuestas. El 13 de agosto, ruptura de las negociaciones. El 21 de agosto se inició el obstruccionismo. El 30 de agosto la factoría a Romeo de Milán, con cerca de 2000 declaro el lock out. Enseguida se tomo posesión de 300 factorías en Milán. Enseguida, el movimiento se extendió a toda Italia.

Aspectos del regimen interno de la ocupación. La prosecución del trabajo. La disciplina. El financiamiento de los trabajos. La vigilancia. La actitud gubernamental. Los propietarios reclamaban el desalojamiento de los obreros a la fuerza. El debate entre la Confederación General del Trabajo y el Partido Socialista. El prevalecimiento de la tesis de la Confederación. El control de las fabricas. La intervención del gobierno. El 15 de setiembre en Turin, reunión de obreros y patrones, presidida por Giolitti. Sometimiento de los industriales. Las negociaciones con los industriales sobre la paga de los días de trabajo. Desde el 15 de julio hasta agosto pago de los aumentos acordados. El decreto del gobierno. El congreso metalúrgica aprobó el acuerdo Se ratificó con un referendum. 148 000 votos contra 42.000. El 24 de setiembre.

Más tarde, el congreso de Livorno.

Terminó así el periodo revolucionario y comenzó el periodo reaccionario.

El fascismo es la reacción. Pero acelera el proceso revolucionario porque destruye las instituciones democráticos. El fascismo ha desvalorizado el parlamento y el sufragio. El fascismo ha enseñado el camino de la dictadura y de la violencia. Antes, la democracia oponía al bolchevismo ruso sus instituciones características: el parlamento y el sufragio universal. Ahora la burguesía desacredita ambas instituciones. Acabamos de asistir en España a un movimiento militar también anti-parlamentario.

¿Es posible el frente único de la burguesía? Sí; pero solo provisoriamente, solo mientras se conjura un asalto decisivo de la revolución. Después, cada uno de los grupos de la burguesía trata de recobrar su autonomía. Ay del proletariado si la burguesía fuera uniformemente inspirada por una sola ideología y un solo interés. Dentro de la burguesía existen contrastes de ideología y de intereses, contrastes que nada puede suprimir. Los elementos radicales, democráticos, liberales de la burguesía, que son tales por razón de psicología y de posición en la sociedad, pueden consentir transitoriamente que una reacción conservadora los absorba, pero tienden, enseguida, a restablecer el antiguo equilibrio. ¿Porqué?. Porque un frente único se hace sobre la base de una capitulación de los ideales democráticos y reformistas a los ideales conservadores. No se hace sobre la base de una transacción, sino sobre la base de un renuncio. Hay elementos capitalistas, hombres de la burguesía, convencidos de que es necesaria una transformación social, y que un regimen dictatorialmente reaccionario no puede durar sin exasperar la revolución y acrecentar su Ímpetu destructor. Nitti, Cailleaux, Walter Rathenau. El frente único no puede, pues, ser duradero; provocaría, además, el frente único del proletariado.

El mundo occidental se debate en este caos, en este conflicto. Sus instituciones políticas no corresponden a la nueva realidad económica. Una parte de las fuerzas conservadores se pronuncia por un programa de audaces reformas que transforme gradualmente la sociedad. Otra parte teme que una vez iniciadas las concesiones a la revolución, no sea posible detenerlas. E intentan, por eso, resistir.. El proletariado necesita seguir atentamente el proceso de este conflicto.

José Carlos Mariátegui La Chira

Notas de la conferencia La revolución rusa

[Transcripción Completa]

El programa del curso señala a la conferenciar el siguiente sumario: -La Revolución Rusa, -Kerensky. Lenin.- La Paz de Brest Litowsky.- Rusia y la Entente después de la Revolución.- Proceso inicial de creación y consolidación de las instituciones rusas”.

Antes una advertencia.- Voy a decir cosas elementales. Mejor dicho elementales pata otro publico que las encontraría demasiado vulgarizadas, repetidas. Porque esos públicos han sido abundantemente informados. La Revolución Rusa ha interesado en Europa la curiosidad unánime de las gentes. Tema de estudio general. Innumerables libros.- Ha ocupado puesto de primer rango en diarios y revistas. Su estudio ha sido abordado por todos los hombres investigadores. Los principales órganos han enviado corresponsales. Por razones de concurrencia en disputarse clientela han estado obligados cierta seriedad. Corresponsales Prensa Asociada, Corriere della Sera, Messaggero, Berliner Tageblatt, prensa londinense. Arthur Ramsome, autor de Seis Semanas en la Rusia de los Soviets. Además muchos grandes escritores. H.G. Tells .- Urgidas por la demanda las casas editoriales han editado recopilaciones leyes rusas, ensayos sobre aspectos de la organización rusa. Eran negocio editorial. La Revolución Rusa estaba de moda. Era de buen tono hablar de ella.- En lo que toca al proletariado, la curiosidad ha sido mayor.- Por esta razones otros públicos tienen conocimiento muy vasto de la revolución y para ellos mi conferencia sería demasiado elemental, rudimentaria. Pero debo tener en consideración la posición de nuestro publico, mal informado. Responsabilidad que no es suya si no de nuestros intelectuales y hombres de estudio.- Hablaré en periodista. Narraré escuetamente.

En la conferencia pasada llegamos a los preliminares de la revolución.- Examinemos ahora los meses de Kerensky. Kerensky presidía un gobierno de coalición. Representaba grupos medios opinión rusa. Faltaban de esta coalición extrema derecha y extrema izquierda. Ausencia de extrema derecha era natural: partido de la familia real. En cambio, presencia elementos burgueses convertía gobierno aleación heterogénea, anodina, incolora. No se concibe gobierno de conciliación dentro de una situación revolucionaria. Sino gobierno de facción, de partido. El gobierno adolecía, pues, de un grave defecto orgánico, vicio sustancial. No encarnaba los ideales del proletariado ni la burguesía. Vivía de concesiones alternativas. Un día a derecha, otro a izquierda. Todo esto cabe dentro de situación evolucionista. Pero no dentro situación de guerra civil. Los bolcheviques atacaron coalición con la burguesía. Y reclamaron gobierno obrero.

Cuatro grupos proletarios: mencheviques o minimalistas -Martoff, Checoff- alguna tradición marxista, pero orientación reformista. Socialistas revolucionarios -Kerensky, Zeretelli, divididos en dos grupos. Bolcheviques. Y anarquistas. Las tres primeras, socialistas.

Cuál era la posición de estos grupos?.- Mencheviques y socialistas revolucionarios dominaban en el campo. Sus núcleos centrales, clase media, profesiones liberales. Ala izquierda, elementos clasistas, atraídos por táctica bolchevique.. Ambos partidos no eran verdaderos partidos, revolucionarios. No representaban sector más dinámico: proletariado industrial. Maximalistas, débiles en el campo, fuertes en la ciudad. A base de elementos proletarios. Estado mayor prevalecían intelectuales pero masa obrera. Contacto vivo con trabajadores fábricas. Partido del proletariado Industrial de Moscou, Petrograd. Anarquistas influyentes también proletariado industrial, pero focos centrales intelectuales. Rusia, tradicionalmente, país de la intelectualidad nihilista. Sus núcleos, predominaban estudiantes, intelectuales.- Por supuesto combatían también a Kerensky.

Este era el panorama. Conforme a esta síntesis mayoría socialistas revolucionarios. Masas campesinas y clase media a su lado. Mayoría en una nación agrícola, poco industrializada. Pero bolcheviques contaban elementos más combativos, organizados.

Por otra parte, socialistas revolucionarios no podían conservar su fuerza si no satisfacían dos arraigados ideales, dos urgentes exigencias paz, reparto de tierra. Kerensky carecía de libertad para una y otra cosa. Entente, de la cual era ahijado y protegido, no le consentía paz separada. Alianza con cadetes, compromisos con burguesía, miramientos, no le consentían audaz reforma revolucionaria reparto tierras. Esta política impacientaba a las masas.

También impaciencia del ejército. La guerra era impopular. El Ejercito no sentía el mito de la guerra contra la Autocracia. Cansado de la guerra. Reclamaba sordamente la paz.

Los bolcheviques orientaron su propaganda en un sentido sagazmente popular. Demandaron paz, reparto tierras. Grito de combate: ¡Todo el poder politico a los soviets! - Los soviets existieron desde la caída del zarismo. Soviet, consejo. El proletariado, victorioso, procedió a la organización de consejos. Soviets locales, provinciales, congreso pan ruso. -Kerensky, educado escuela democracia, respetuoso del parlamentarismo, había querido coalición. Situación dual. El grito bolchevique quería decir todo el poder al proletariado organizado. Los bolcheviques estaban en minoría en los soviets. Pero su programa les fue captando afiliados. Pronto, mayoría en capital y otros centros.- Kerenski, tenia miedo de la revolución, extremas consecuencias, meta final. - Bajo la presión de los acontecimientos, aventura fatal: ofensiva 18 de junio. Un diversivo transitorio de la opinión publica. Los bolcheviques impugnaron ofensiva. Entrañaba doble amenaza. Trotzky define así la posición bolchevique ante la ofensiva.

Ofensiva, fatales consecuencias. Rudo golpe. Descontento, anhelo paz acentuáronse, extendiéronse. Violenta campana de agitación. Represión violenta. Tentativa Korniloff. Sirvió para aumentar la vigilancia revolucionaria y robustecer a los bolcheviques. Redoblaron grito. Kerensky recurrió a una maniobra artificiosa: conferencia democrática asamblea mixta de los soviets y otros organismos autónomos. De la conferencia salió un soviet democrático. Este soviet, completado, parlamentó preliminar. Debía preceder a la Constituyente. Los bolcheviques lo abandonaron.

La situación cada vez más agitada. La atmósfera cada vez más inflamable. Veamos como se encendió la chispa final. El comité militar revolucionario. Kerensky conspiraba contra su existencia. Medidas militares destinadas asegurarle el control militar de Petrogrado. Alejamiento tropas minadas, llamada tropas nuevas. Esto desencadenó la revolución 22 Octubre Estado Mayor conminó cuerpo enviar dos delegados acordar alejamiento tropas revoltosas. Los cuerpos respondieron: no obedecerían sino al Soviet. Era la declaración explícita. Algunas tropas, sin embargo, vacilantes. Llamada tropas frente, detuviéronse. Y llegó jornada final. 25 octubre tropas rodearon palacio Invierno y Trosky anunció al soviet que el gobierno de Kerensky cesaba de existir.

El 26 de Octubre, congreso de los sóviets. Lenin y Zinovief. Dos proposiciones aprobadas: la paz y el reparto. El soviet de comisarios.

Días de viva inquietud. Sabotage empleados. Sublevación alumnos escuela militar. Kerensky y Crasnoff amenazaron Petrogrado. Zarskoye Zelo. Mensajeros a provincias. Boicot telégrafo. Tropas del frente fieles. La Constituyente.

Periodo de negociaciones entre la Entente y Rusia. Brest Litowzky. Los aliados creían que los bolcheviques no durarían Jacques Sadoul.

Esta es la historia de la revolución. Haré al final del curso la historia de la república de los soviets, explicación legislación. Conforme, al programa, que agrupa los acontecimientos con aparente arbitrariedad, en la próxima Conferencia hablaré de la Revolución Alemana.
Y llegaremos así a otro episodio sustancial, a otro capitulo principal.

José Carlos Mariátegui La Chira

La agitación proletaria en Europa en 1919-1920 [Manuscrito]

[Transcripción Completa]

La agitación proletaria en Europa en 1919-1920

El tema de la disertación de hoy es muy vasto, tanto que no sé si en una hora llegaré a desenvolverlo íntegramente. Trataré de evitar las digresiones episódicas para no extender demasiado este capítulo de nuestra historia de la crisis mundial.
Veamos cómo se incubó este periodo de agitación proletaria en Europa y en el mundo. Ya he expuesto sumariamente la situación social y política de Europa durante la guerra. Durante la guerra, la clase capitalista se vio obligada a hacer numerosas concesiones a la clase trabajadora y a la idea socialista. Le era necesario adormecer en el proletariado toda voluntad revolucionaria. No le bastaba al Estado la neutralidad de las clases trabajadoras; le era indispensable su colaboración. Para conseguir esta adhesion de la clase trabajadora, el Estado tuvo que mostrarse conciliador, transaccional y sagaz con los partidos socialistas y los sindicatos. Los salarios fueron elevados; los deudos de los [que] combatieron fueron subsidiados por el Estado; el Estado se encargó del abastecimiento alimenticio de la población encargándose de la adquisición del trigo y vendiéndolo con pérdida para evitar el encarecimiento del pan. El Estado asimiló una ligera dosis de colectivismo. Hizo algunos fugaces experimentos de socialismo de Estado. Prevaleció una política intervencionista, fiscalista, estadista. El proletariado y su orientación económica consiguieron, en suma, algunas conquistas, algunos progresos, que acrecentaron su fuerza y robustecieron su confianza. Vino, más tarde, otro motivo de avance del proletariado: la Revolución Rusa. Los Estados capitalistas se dieron cuenta, por una parte, de su necesidad de asfixiar la revolución en Rusia y, por otra parte, de impedir su repercusión, y su propagación en sus respectivos territorios. Contra la revolución rusa se emplearon las armas marciales de la invasión, del bloqueo, ataque militar. Contra la revolución doméstica, nacional, se usaron las armas sagaces de la reforma social y del mantenimiento y acrecentamiento de la política benévola inaugurada en el curso de la guerra. Fue un momento de avance de la idea revolucionaria y de retroceso de la idea conservadora. Fue un momento de ofensiva del proletariado y de replegamiento y de retirada estratégica del capitalismo. Fue un instante de apogeo de la revolución. La característica de la lucha social en ese periodo era la iniciativa del ejército proletario en el ataque. La ofensiva proletaria, iniciada con la revolución rusa, se desencadenó y se extendió a todos los frentes de combate. En Alemania, los so[...] conquistaron el gobierno y los socialistas minoritarios, acaudillados por Liebnecht y Rosa Luxemburgo, libraron violentas batallas por la instauración de un regimen netamente socialista y proletario. En Baviera se proclamó república sovietista. En Austria asumieron el poder los social-democráticos, con Adler, Bauer y Renner a la cabeza. En Hungría, el gobierno de Karolyi fue seguido por el gobierno comunista de Bela Kun. En las naciones vencedoras, la burguesía conservaba el poder, pero la agitación proletaria adquiría un carácter más revolucionario que nunca. Ante esta ofensiva unánime el regimen capitalista se vio forzado a retroceder , a replegarse, desordenadamente en unos frentes de combate, ordenadamente en otros. Los estadistas más avisados y perspicaces del capitalismo comprendieron entonces que no era posible detener la revolución sino con grandes sacrificios del regimen burgués e individualista. En ese periodo, dominó en los Estados Europeos una corriente avanzadamente reformista. La burguesía adoptó una actitud renovadora. Afirmó su filiación democrática y evolucionista. Execró la dictadura. Exaltó el sufragio universal y el parlamentarismo. Cantó a la libertad y a la paz. Cubrió la paz de Versalles con la Sociedad de las Naciones, destinada, según los pacifistas burgueses, a asegurar la paz en el mundo, a desarmar a los pueblos, a garantizar la soberanía y la independencia de las naciones débiles, a dictar una legislación universal del trabajo inspirada en los derechos y en los intereses de los trabajadores. Creó la Oficina Internacional del Trabajo. Reunió en Washington el Primer Congreso Internacional del Trabajo. Toda esta política no tenía otro objeto que dividir al proletariado, atrayendo al camino de la colaboración y de la reforma a los elementos minimalistas y derechistas del socialismo y de los sindicatos. Y esta división fue conseguida. Una parte del socialismo y de los sindicatos se pronunció por una política revolucionaria tendiente a precipitar la revolución social en Europa. Otra parte del socialismo y de los sindicatos se pronunció por una política prudente y transaccional que esquivase toda acción decisiva y violenta. Una tendencia creó la Tercera Internacional. La otra tendencia resucitó la Segunda Internacional. Algunos elementos centristas, intermedios, dubitativos, conservaron independencia frente a una y otra Internacional. Mas tarde se agruparon en la Internacional Dos y Medio. La primera reunión preparatoria de la reorganización de la Segunda Internacional se efectuó en Berna en febrero de 1919. Seis meses después, los adherentes a la Segunda Internacional volvieron a reunirse en Lucerna en agosto de 1919. Y en Julio de 1920, en el congreso de Ginebra, quedó definitivamente consagrada la reconstrucción de la Segunda Internacional. En noviembre de 1920 se reorganizó, al flanco de la Segunda Internacional, la Internacional Sindical Reformista que tiene ahora su sede en Amsterdam. El primer congreso de la III Internacional se realizó en Moscú en marzo de 1919. Ese primer congreso fue, a su turno, nada más que una junta preparatoria de la III Internacional. Concurrieron a ese congreso las minorías socialistas y sindicales de Francia, Inglaterra, Alemania, los socialistas italianos y algunos otros grupos socialistas más. En el segundo congreso, que se reunió en Moscú en 1920, quedaron determinados los principios de la III Internacional y fijadas las condiciones de adhesión a este movimiento. En ese congreso, se sancionaron las famosas 21 condiciones sometidas a la consideración y al voto de todos los partidos deseosos de adherirse a la III Internacional, las 21 condiciones dieron como es sabido origen a la escisión de los partidos socialistas. El partido socialista independiente alemán discutió en su congreso de Halle de octubre de 1920 su adhesión a la Internacional Comunista. La mayoría, encabezada por Hoffman y Daumig, se pronunció por la aprobación de las 21 condiciones. Y se fusionó, enseguida, con el partido comunista alemán, construido a base de la liga espartaquista. Los socialistas franceses resolvieron el punto en el congreso de Tours.
Las tendencias eran tres: la representada por Renaudel y Sembat, favorable a la segunda Internacional; la representada por Longuet y Paul Faure, favorable a la Internacional 2 y medio; y la representada por Cachin y Frossard favorable a la III Internacional. Predominó esta ultima. La mayoría del partido socialista francés se adhirió a la tesis comunista. En esta virtud "L'Humanité" el órgano del partido, pasó al comunismo. El partido socialista italiano decidió en su congreso de Bologna, en noviembre de 1919, la adhesión a la III Internacional. Pero vinieron más tarde las 21 condiciones. Y estas 21 condiciones originaron en Livorno en enero de 1921 la división del partido. Los comunistas quedaron en minoría. Y constituyeron el partido.

José Carlos Mariátegui La Chira

Notas de la Primera Conferencia

Transcripción:

  • Objeto de la primera conferencia: exponer el programa y algunas consideraciones sobre la necesidad del estudio de la crisis.
  • falta prensa decente; faltan grupos con instrumentos propios de cultura popular.
  • única cátedra de educación popular con espíritu renovador: la universidad popular
  • en la crisis el proletariado no es un espectador; es un actor.
  • el proletariado necesita, como nunca, saber lo que pasa en el mundo.
  • el Perú está dentro de la órbita de la civilización europea.
  • europea es nuestra cultura y europeas son nuestras instituciones.
  • la civilización ha internacionalizado la vida de los pueblos.
  • un periodo de reacción en Europa será de reacción en América.
  • cuando la vida de la humanidad no era tan solidaria la revolución francesa repercutió enseguida.
  • las nuevas doctrinas llegan con la misma prontitud que los nuevos elementos materiales.
  • mayor obligación de la vanguardia del proletariado de estudiar la crisis.
  • a ella está dedicado el curso. Programa.
  • la cultura revolucionaria anterior a la guerra está en revisión.
  • división de las fuerzas proletarias europeas; dos concepciones diferentes del momento histórico, dos interpretaciones distintas de la crisis.
  • antes: sindicalistas y socialistas
  • ahora: social-democráticos y comunistas.
  • sindicalistas que han seguido al comunismo: Jorge Sorel.
  • antes de la guerra, fuerza de las tesis colaboracionistas: producción superabundante, capitalismo en apogeo.
  • hoy, riqueza social destruida, un millón trescientos mil millones de pasivo. Servicio de esta deuda: noventa mil millones. Palabras de Cailleaux.
  • La colaboración sería distinta. El capitalismo no puede hacer concesiones al socialismo. Esperanza: el proletariado colonial. Pero las colonias se agitan.
  • La reacción no soluciona los problemas y desprestigia las instituciones democráticas.
  • además satura de chauvinismo la política internacional, tendencias imperialistas, lucha por la hegemonía. Ejemplo: el Ruhr.
  • crisis ideológica
  • Palabras de Ferrero
  • Palabras de Keynes.
  • El socialismo regimen de distribución, más que de producción.
  • La ruina económica de la burguesía ruina de la civilización burguesa.
  • el socialismo no puede todavía. Palabras del reportaje de "La Crónica".
  • Presenciamos la disgregación de la sociedad vieja; la gestación, la formación, la elaboración lenta e inquieta de la sociedad nueva.
  • todos los hombres a quienes las ideas nos vinculan con esta debemos fijar hondamente la mirada en este periodo trascendental, agitado e intenso de la historia humana.

José Carlos Mariátegui La Chira

La revolución alemana [Manuscrito]

[Transcripción completa]
La revolución alemana

El tema de la conferencia de esta noche es la Revolución Alemana.
En las conferencias precedentes, he expuesto los aspectos principales del proceso de generación, de incubación de la Revolución Alemana.
He dicho ya que la guerra no fue popular en Alemania, que el gobierno alemán condujo la guerra con el viejo criterio de guerra relativa, de guerra militar, de guerra no total; que el gobierno alemán no supo crear ningún mito popular capaz de asegurarle la adhesión sólida de las clases populares; y que la guerra fue presentada al pueblo alemán exclusivamente como guerra de defensa nacional. Mientras el gobierno alemán mantuvo viva la esperanza de la victoria, mientras ningún fracaso militar desacreditó su aventura; mientras pudo evitar al pueblo el hambre y las privaciones, consiguió que la opinión pública sufriese, sin rebelión, la guerra. Pero no consiguió apasionar a las masas por sus ideales imperialistas. La guerra no era popular en el proletariado. Los intelectuales, la inteligencia alemana, se pusieron, en su mayoría, al servicio de la guerra, al servicio de la agresión, y crearon una cínica, una delirante literatura de guerra.
Los poetas alemanes cantaron la guerra y denigraron la paz. Tomás Mann escribió: “El hombre se malogra en la paz. El reposo perezoso es la tumba del corazón. La ley es la amiga del débil; ella quiere aplanarlo todo; si ella pudiera, achataría al mundo; pero la guerra hace surgir la fuerza”.
Heinrich Vierordt escribió su Deutschland, hasse (Alemania, odia). El profesor Ostwald escribió: “Alemania quiere organizar Europa, pues Europa hasta ahora no ha estado organizada”.
Finalmente, los famosos 93 intelectuales alemanes suscribieron aquel célebre manifiesto auspiciando y defendiendo, servilmente, la guerra alemana. Pero, no obstante toda esta literatura bélica, únicamente la burguesía y la pequeña burguesía deliraron de nacionalismo. El proletariado declaró apoyar la guerra no por convicción, sino por deber. El proletariado no suscribió nunca los cínicos conceptos de los intelectuales burgueses y pequeño burgueses.
Además, casi desde el primer momento, apenas pasado el período de intoxicación y de confusión de la declaratoria, se alzaron en Alemania algunas honradas y valientes voces de protesta.
Cuatro sabios alemanes tomaron posición contra los noventitrés intelectuales del manifiesto y publicaron un contra-manifiesto. Ya os he hablado de estos cuatro sabios que fueron el físico Einstein, el fisiólogo Nicolai, el filósofo Buek y el astrónomo Foerster. El poeta Hermann Hesse, asilado como Romain Rolland en Suiza, escribió un canto a la paz y un llamado a los pensadores de Europa, invitándolos a salvar lo poco de paz que podía todavía ser salvado y a no saquear, ellos también, con su pluma el porvenir europeo. La revista Die Weissen Blaetter fue un hogar de los intelectuales alemanes fieles a la causa de la unidad moral de Europa y de la civilización occidental. Y varios líderes del proletariado, Karl Liebknecht, Rosa Luxemburgo, Kurt Eisner, Franz Mehring, León Joguiches y otros más, reaccionaron contra la guerra y denunciaron su meta imperialista y contra-revolucionaria. Carlos Liebknecht, fue uno de los catorce diputados contrarios a los créditos de guerra el 4 de agosto; pero estos catorce diputados no votaron contra los créditos en el Parlamento sino en el seno del grupo socialista parlamentario.
La gran mayoría del grupo acordó votar los créditos. Y los catorce diputados de la minoría, Carlos Liebknecht entre ellos, resolvieron someterse a la decisión de la mayoría . Pero Carlos Liebknecht sintió muy pronto la necesidad de salvar su propia y personal responsabilidad de líder y de intelectual socialista. Y en diciembre de 1914 votó contra los nuevos créditos de la guerra, sin hacer caso de la voluntad del grupo socialista parlamentario.
Por supuesto, dentro y fuera del Reichstag, del parlamento alemán una tempestad se desencadenó contra Carlos Liebknecht. Y en enero de 1915 Carlos Liebknecht fue movilizado en el ejército. Se le envió a Kustrin. Liebknecht se negó a aceptar el fusil. Se le trasladó entonces a una compañía de obreros, de sospechosos, a Lorena. Luego se le mandó al frente de Rusia. Y, desde el frente, Carlos Liebknecht escribió a sus hijos el 21 de diciembre: “Yo no dispararé”. Asistió aún, a otras sesiones del Reichstag, donde nuevamente insurgió repetidas veces contra el gobierno alemán y contra la guerra. Los clamores de la Cámara cubrieron, ahogaron, acallaron invariablemente su voz solitaria y heroica. Pero Carlos Liebknecht no renunció a su propaganda; unido a Rosa Luxemburgo, a Franz Mehring, a Clara Zetkin, escribió aquellas célebres cartas, suscritas con el seudónimo de Spartacus, que más tarde fue el nombre del Partido Comunista Alemán.
El 1º de mayo de 1918 se realizó en Berlín la primera demostración pública contra la guerra. Carlos Liebknecht, disfrazado de civil, asistió a ella. Fue arrestado y procesado por traición a la patria. El tribunal militar lo condenó entonces a cuatro años de trabajos forzados. Un año más tarde, la revolución le abrió las puertas de la cárcel. La figura de Liebknecht, como vemos, no era la única en las filas dirigentes del proletariado alemán que luchaba contra la guerra.
Al lado de Liebknecht se agrupan varias figuras gloriosas.
He mencionado ya a Rosa Luxemburgo, a Clara Zetkin, a Eugenio Levinés. Todos estos líderes reconocieron que su deber era combatir a la guerra, como reconocieron, más tarde, que su deber era llevar a su meta final la revolución.Todos ellos militaron, con Carlos Liebknecht, en el grupo Spartacus, célula inicial del Partido Comunista Alemán. Pero de su conducta durante la revolución misma me ocuparé oportunamente. Ahora no está en examen sino su conducta durante la pre-revolución, porque, basándome en ella, estoy sosteniendo que existía en el movimiento proletario alemán un ambiente distinto acerca de la guerra que en el movimiento proletario en las naciones aliadas. Un numeroso núcleo de opinión proletaria, reprimido, es verdad, marcialmente por la acción del gobierno, luchaba por rebelar contra la guerra al proletariado alemán. Y los cien diputados del socialismo alemán, la mayoría de los líderes de la social-democracia, no podían dar a la guerra una adhesión ardorosa, un apoyo incondicional. La burguesía y la clase media alemanas peleaban por los ideales del militarismo prusiano, por el dominio del mundo, por el Deutschland Uber Alles, por el ubervolk, por el sometimiento de Europa a la organización alemana; pero el proletariado alemán, conforme a las palabras de orden de sus líderes mayoritarios, no peleaba sino por un interés de defensa nacional. El proletariado alemán no sentía la necesidad absoluta de la guerra jusqu’au bout , de la guerra hasta el fin, de la guerra absoluta y, sobre todo, hasta el anonadamiento total del enemigo.
Wilson y su propaganda democrática, Wilson y sus Catorce Puntos, Wilson y sus ilusiones de un nuevo código de justicia internacional, encontraron, por consiguiente, en el frente alemán, un frente permeable, un frente vulnerable, un frente franqueable. Ya he dicho la resonancia revolucionaria que tuvo en el pueblo el programa wilsoniano. Desde que al pueblo austríaco le fue dicho que los aliados no combatían contra ellos sino contra sus gobiernos, desde que les fue asegurado que no se les impondría una paz de anexiones, ni de indemnizaciones, el pueblo alemán y el pueblo austríaco empezaron a sentir cada vez menos la necesidad de la guerra. Además, como ya he dicho también, la propaganda wilsoniana estimuló y despertó en las nacionalidades encerradas en el Imperio Austro-Húngaro viejos y arraigados ideales de independencia nacional.
Y, de otra parte, la Revolución Rusa repercutió también revolucionariamente en el proletariado austríaco y en el proletariado alemán. Dos propagandas se juntaron para minar y franquear el frente austro-alemán: la propaganda democrática de Wilson y la propaganda maximalista de los bolcheviques.
Los efectos de estas propagandas tuvieron que manifestarse a continuación del primer quebranto militar austro-alemán. La ofensiva italiana en el Piave encontró al ejército austríaco mal dispuesto al sacrificio.
Las tropas checoeslovacas capitularon casi en masa. Y en el frente alemán, la noticia de este desastre y la ofensiva francesa, desencadenaron la explosión de los gérmenes revolucionarios durante tanto tiempo acumulados.
El pueblo alemán y el ejército alemán manifestaron su voluntad de paz y de capitulación. E insurgieron contra el Káiser y la monarquía, contra el régimen responsable de la guerra, culpable de la derrota. Deslindaron la responsabilidad del gobierno y del pueblo alemán, Y barrieron a la monarquía y a todas sus instituciones.
El 9 de noviembre de 1918, a poco más de un año de distancia de la Revolución Rusa, se produjo la Revolución Alemana. La historia de los acontecimientos de esos días es conocida. Estalló una guerra revolucionaria en Kiel y Hamburgo. Se insurreccionaron los marineros, quienes en automóviles marcharon sobre Berlín. La huelga general fue proclamada. Las tropas se negaron a reprimir al proletariado insurgente. El Káiser abdicó y abandonó Berlín. Y los revolucionarios proclamaron la República en Alemania. La revolución tuvo en ese instante un carácter netamente proletario.
Se constituyeron en Alemania los consejos de obreros y soldados, los soviets en suma. Y se formó un ministerio de socialistas mayoritarios. Pero este ministerio no comprendió al ala izquierda del socialismo, al grupo de Karl Liebknecht, Rosa Luxemburgo, Franz Mehring, Clara Zetkin, etc., contrario a un compromiso con los socialistas mayoritarios que habían amparado la guerra. Más aún, entre el grupo de Carlos Liebknecht y Rosa Luxemburgo y los socialistas gobernantes se abrieron rápidamente las hostilidades. Carlos Liebknecht fundó la Unión Spartacus, el Partido Comunista Alemán y el órgano periodístico de los espartaquistas Die Rote Fahne (La Bandera Roja).
Los espartaquistas propugnaron la realización del socialismo a través de la dictadura del proletariado, del gobierno de los soviets. Reclamaron la confiscación de todas las propiedades de la Corona en beneficio de la colectividad; la anulación de las deudas del Estado y los empréstitos de guerra; la expropiación de la propiedad agrícola grande y media y la constitución de cooperativas agrícolas encargadas de administrarlas, mientras las pequeñas propiedades permanecían en manos de sus pequeños poseedores hasta que quisieran voluntariamente unirse a las cooperativas; la nacionalización de todos los bancos, minas, fábricas y grandes establecimientos industriales y comerciales. En suma, los espartaquistas propusieron la actuación en Alemania del programa actuado en Rusia por los maximalistas. Los socialistas mayoritarios, Ebert, Scheidemann, etc., eran adversos a este programa. Y las masas que los seguían no estaban espiritualmente preparadas para una transformación tan radical del régimen de Alemania. Los socialistas independientes, Kautsky, Hasse, Hilferding, etc., se mostraron vacilantes. No se inclinaban por el limitado y opacado reformismo de los socialistas mayoritarios ni por el revolucionarismo de los espartaquistas. Los espartaquistas iniciaron, a la manera bolchevique, una campaña de agitación progresiva. Las figuras que acaudillaban la Unión Spartacus eran, ciertamente, figuras de primer rango en el movimiento proletario alemán. Carlos Liebknecht, era hijo de Guillermo Liebknecht, uno de los patriarcas del socialismo alemán. Era, pues, heredero de un nombre glorioso en la historia del socialismo alemán, además dueño de una figuración brillante, intensa, continua en la vanguardia del proletariado. Su pura intranquilidad e intransigencia durante la guerra daba a su nombre una aureola llena de sugestión. Rosa Luxemburgo, figura internacional y figura intelectual y dinámica, tenía también una posición eminente en el socialismo alemán. Se veía, y se respetaba en ella, su doble capacidad para la acción y para el pensamiento, para la realización y para la teoría. Al mismo tiempo era Rosa Luxemburgo un cerebro y un brazo del proletariado alemán. Franz Mehring era uno de los teóricos más profundos, más luminosos y más eruditos del marxismo, autor de una serie de obras profundas y admirables, había escrito, precisamente, un libro fundamental sobre Marx y sobre el marxismo. Era viejo, tenía 72 años, pero conservaba el temple y el fervor de la juventud. Eugenio Levinés, polaco ruso, que participó en Rusia en la revolución de 1905 y que entonces sufrió la prisión en Siberia, era otra noble y bizarra figura revolucionaria, provenía de una familia rica y poseía una vasta cultura literaria y científica. Había renunciado, sin embargo, a sus prerrogativas de intelectual y se había hecho obrero.
León Jogisches, periodista polaco, también era un notable tipo de agitador, de propagandista y de revolucionario, era el colaborador, el confidente, el amigo de Rosa Luxemburgo. En el partido socialista polaco había tenido una actuación sobresaliente, en la Unión Spartacus era el organizador enérgico e incansable de la acción y de la propaganda.
Clara Zetkin, en fin, la única figura que sobrevive de este grupo de líderes, de conductores y de apóstoles, era de la misma estatura moral e intelectual.
Este fuerte, homogéneo e inteligente estado mayor del espartaquismo, consiguió agitar, sacudir potentemente al proletariado alemán. Las masas obreras alemanas carecían de preparación espiritual y revolucionaria, y de esto os hablaré dentro de un instante al hacer la crítica de la revolución. Sin embargo, los jefes espartaquistas consiguieron organizar una nueva vanguardia proletaria. Esta vanguardia proletaria era una vanguardia de acción; pero los jefes espartaquistas no pretendían lanzarla prematuramente a la conquista del poder. Se proponían usarla para despertar la conciencia del proletariado, capacitarla cada día más para la acción, robustecerla numéricamente, prepararla para el asalto decisivo en la hora oportuna.
La táctica de los socialistas mayoritarios, del gobierno de Ebert y de Scheidemann, consistió por esto en precipitar la acción revolucionaria de los espartaquistas, en traer a los espartaquistas al combate antes de tiempo, en obligarlos a empeñar la batalla inmaduramente. Los socialistas mayoritarios necesitaban de la violencia de los espartaquistas a fin de reprimir su violencia con una violencia mayor y eliminar de esta suerte a un enemigo crecientemente peligroso. Las masas espartaquistas, imprudentemente, no midieron sus pasos. El gobernador de Berlín, Eichorn, era socialista de izquierda, un revolucionario, extensamente popular en la capital alemana. Era un elemento indócil a la reacción y leal a la revolución y al proletariado. El gobierno socialista mayoritario resolvió exigirle su renuncia. Era ésta una provocación al proletariado revolucionario de Berlín.
El domingo 5 de enero de 1919 hubo grandes demostraciones revolucionarias en Berlín. Al día siguiente se declaró la huelga. Las masas, indignadas contra el órgano oficial del Partido Socialista, el Vorwaerts, del cual se habían adueñado algunos socialistas mayoritarios, resolvieron ocupar por la fuerza éste y algunos otros diarios. Construyeron barricadas, pero se esforzaron por evitar efusiones de sangre, invitando a las tropas por medio de grandes carteles, a no disparar contra sus hermanos proletarios. Los choques comenzaron, sin embargo, muy en breve. Algunos agentes provocadores, según parece, fueron utilizados para encender la lucha. El caso es que entre las tropas y las masas espartaquistas se empeño el combate. Noske, un socialista mayoritario, se encargó del Ministerio de Guerra y con el concurso entusiasta de los oficiales del antiguo régimen organizaron la represión de los insurrectos. Hubo en Berlín varios días de sangrientas batallas.
El domingo 12 los espartaquistas que ocupaban el Vorwaerts enviaron seis parlamentarios desarmados a negociar la paz con los sitiadores de la imprenta ocupada. Los seis parlamentarios fueron fusilados. Los combates prosiguieron. Los jefes espartaquistas no habían querido nunca conducir a las masas a la lucha, pero una vez emprendida ésta, una vez iniciada la batalla, sintieron que su deber era ocupar su puesto al lado de las masas.
Las autoridades les atribuyeron la responsabilidad íntegra de la insurrección de las masas espartaquistas y se echaron en su persecución. En la tarde del 15 de enero, Carlos Liebknecht y Rosa Luxemburgo, que se habían refugiado en una casa amiga, en un barrio del oeste de Berlín, en Wilmersdof, fueron arrestados por la tropa. Horas más tarde fueron asesinados.
La versión oficial de su muerte dice que, tanto el uno como el otro, intentaron escapar de manos de sus custodios, y que éstos, para evitar la fuga, se vieron obligados entonces a disparar y matarles. Pero la verdad fue otra.
Liebknecht y Rosa Luxemburgo cayeron en manos de oficiales del antiguo régimen, enemigos fanáticos de la revolución, reaccionarios delirantes, que odiaban a todos los autores de la caída del Káiser por conceptuarlos responsables de la capitulación de Alemania. Y esta gente no quiso que los dos grandes revolucionarios ingresasen vivos en una prisión.
Pero con este sangriento episodio de la muerte de Carlos Liebknecht y Rosa Luxemburgo no se extinguió la ola revolucionaria. La vanguardia del proletariado alemán seguía reclamando del gobierno una política socialista. Los socialistas mayoritarios que, con el concurso y el beneplácito de la burguesía, habían reprimido truculentamente la insurrección espartaquista, resultaban cada día más embarazados para desenvolver en el gobierno un programa de socialización.
En febrero y marzo el proletariado vuelve, gradualmente, a asumir una posición de combate. Se suceden de nuevo las huelgas que, de la región del Rhin y de Westfalia, se extienden a la Alemania central, a Baden, a Baviera, a Wurtenberg. En estas huelgas los trabajadores pasan de las reclamaciones de aumento de salarios a la demanda de la socialización y de la instauración de un gobierno sovietista. El gobierno mayoritario aplaca estos movimientos con una serie de vagas y pomposas promesas. Y con estas promesas consigue aquietar a las masas. Pero una parte de ellas manifiestó una decidida voluntad revolucionaria. Y se produjeron en Berlín nuevas jornadas sangrientas. Las víctimas de la represión se contaron una vez más por millares. Y el espartaquismo perdió a otro de sus mejores jefes. León Jogisches, capturado poco después de las jornadas de marzo, tuvo una suerte análoga a Carlos Liebknecht y Rosa Luxemburgo. No fue asesinado en el camino de la prisión, sino en la prisión misma. Se dijo que había intentado fugar (la eterna historia de la fuga), y que por esto había sido preciso disparar contra él.
Pero con estas batallas de la vanguardia proletaria de Berlín no cesó aquel período de actividad revolucionaria en Alemania. También el proletariado de Munich libró valientes batallas. Y la represión en Munich fue más sangrienta, más dura, más costosa todavía para el proletariado que la represión en Berlín.
En Munich, en Baviera, se llegó a instaurar el régimen de los soviets. La república sovietista de Munich, fue de un sovietismo artificial, de un comunismo de fachada, y esto era natural. Predominaban en este gobierno elementos reformistas, elementos semi-burgueses que no daban a la República Bávara una orientación realmente revolucionaria. La vida de esta república sovietista no podía, pues, ser larga. De una parte, porque este gobierno sovietista en la forma, reformista en el contenido, no era capaz de desarmar a la burguesía, de abolir sus privilegios ni de desalojarla de sus posiciones. De otra parte, porque la Baviera era la región de Alemania menos adecuada a la instauración del socialismo.
La Baviera es la región agrícola de Alemania. La Baviera es un país de haciendas y de latifundios: no es un país de fábricas.
El proletariado industrial, eje de la revolución proletaria, se encuentra, pues, en minoría. El proletariado agrícola, la clase media agrícola, predomina absolutamente. Y, como es sabido, el proletariado agrícola no tiene la suficiente saturación socialista, la suficiente educación clasista para servir de base al régimen socialista.
El instrumento de la revolución socialista será siempre el proletariado industrial, el proletariado de las ciudades. Además, no era posible la realización del socialismo en Baviera, subsistiendo en el resto de Alemania el régimen capitalista. No era concebible siquiera una Baviera socialista, una Baviera comunista dentro de una Alemania burguesa.
Vencida la revolución comunista en Berlín, estaba vencida también en Munich. Los comunistas bávaros no renunciaron, sin embargo, a la lucha, y combatieron sin tregua por transformar la república sovietista de Munich en una verdadera república comunista. Poco a poco esta transformación empezó a operarse. La conciencia del proletariado bávaro se desarrolló más día a día. A los puestos directivos fueron llevados obreros efectivamente revolucionarios. Ese fue, simultáneamente, el instante de la contraofensiva burguesa. Vencedora del proletariado en Berlín, la burguesía alemana inició el ataque contra el proletariado en Munich. Las masas comunistas de Munich no tuvieron mejor fortuna que las de Berlín.
Y otro de los líderes del espartaquismo, Eugenio Levinés, aquel intelectual polaco-ruso de que os he hablado hace pocos momentos, fue el mártir de esta jornada revolucionaria. Eugenio Levinés no fue asesinado como Carlos Liebknecht, como Rosa Luxemburgo, etc., sino fusilado en una prisión de Munich. Se le siguió un proceso relámpago y se le condenó a muerte. Frente al pelotón de ejecución, Eugenio Levinés se portó valientemente. Y murió con el grito de “¡Viva la Revolución Universal!”, en los labios.
Estos son, ligeramente narrados, los principales episodios espartaquistas de la Revolución Alemana. Este fue el instante más agudo y culminante de la revolución. El pueblo alemán, pasado este período de agitación que los líderes del espartaquismo crearon con su acción incansable, mostró una capacidad revolucionaria, una voluntad revolucionaria cada día menor.
El poder estuvo, primeramente, en manos de los socialistas mayoritarios, apoyados por los socialistas independientes o sea los socialistas centristas. Estuvo, después, en manos de los socialistas mayoritarios únicamente. Luego, los socialistas mayoritarios, educados en la escuela democrática, necesitaron la colaboración de dos partidos burgueses: el Centro Católico, el Partido de Erzberger, y el Partido Demócrata, el partido de Walther Rathenau y del Berliner Tageblatt.
Como los socialistas mayoritarios, contrarios a la tesis de la dictadura del proletariado, habían convocado a elecciones parlamentarias, quedaron a merced de las combinaciones del equilibrio parlamentario. Faltándoles la colaboración de una parte de los votos socialistas, tenían que buscar la cooperación de igual o mayor número de votos burgueses. La asamblea nacional sancionó en Weimar una constitución democrática; pero no una constitución socialista. Los socialistas mayoritarios, dentro del régimen parlamentarista, no podían conservar íntegramente el poder; pero eran indispensables para la constitución de una mayoría. Por eso, los hemos visto entrar en todos los gabinetes de coalición que se han sucedido. Pero en el gabinete actual, en el gabinete de Cuno, no figuran ya los socialistas mayoritarios.
Su neutralidad benévola en el parlamento sigue siendo necesaria para la vida del ministerio. Pero el ministerio no es ya un ministerio con participación de los socialistas mayoritarios, sino un ministerio de coalición de los partidos burgueses alemanes, coalición en la cual no falta sino la extrema derecha burguesa, el partido pan-germanista, o sea el partido de la monarquía.
La Revolución Alemana, después de la insurrección espartaquista, no ha hecho sino virar a la derecha, siempre a la derecha. Primero, el poder fue ejercido por los socialistas de la derecha y del centro, unidos; después por los socialistas de la derecha solamente. Más tarde, por los socialistas de la derecha, en colaboración con los partidos burgueses más liberales.
Actualmente, por estos partidos burgueses, amparados en la neutralidad benévola de los socialistas de derecha, la Revolución Alemana ha ido perdiendo cada vez más todo carácter socialista, y afirmándose cada vez más en su carácter democrático, en su carácter burgués. Por eso, ahora, se dice que la Revolución Alemana no se ha consumado aún. Que la Revolución Alemana se ha iniciado no más.
Rodolfo Hilferding, antiguo líder de los socialistas independientes, dijo en el Congreso de Halle en 1920: “Nosotros hemos dicho siempre que el 9 de diciembre no fue en un cierto sentido una verdadera revolución. Nosotros hicimos todo lo posible, primero durante la guerra y después al comienzo de la revolución, por dar a ésta el aspecto más decisivo”. Y Walther Rathenau, líder demócrata, pensador notable de la burguesía alemana, que, como recordaréis, fue asesinado hace un año por un nacionalista alemán, en su notable libro La Triple Revolución, emite opiniones muy interesantes sobre la fisonomía y el alcance de la Revolución Alemana. Walther Rathenau dice: “Nosotros llamamos Revolución Alemana, a algo que fue la huelga general de un ejército vencido”.
A continuación Walter Rathenau señala que, mientras en Rusia existía una antigua preparación revolucionaria, en Alemania no había preparación revolucionaria ninguna. El proletariado alemán carecía de estímulos revolucionarios. Gozaba de un tenor de vida discretamente cómodo. Le era permitido vivir con higiene, con desahogo, con limpieza. Y hasta le era permitido ahorrar modestamente. El Estado ayudaba a las familias numerosas. En el orden económico, el proletariado alemán había hecho mayores conquistas que proletariado alguno. Y por esto mismo se había desinteresado de las conquistas en el orden político.
El Káiser, la monarquía, se reservaban el manejo, la dirección de la política exterior e interior del Estado. Al proletariado esto no le preocupaba casi porque no rozaba ningún interés inmediato suyo. En el proletariado alemán no había, por consiguiente, un real estado de conciencia revolucionaria. Mejor dicho, este estado de conciencia era demasiado embrionario, demasiado naciente, demasiado incipiente. La revolución sorprendió, pues, impreparado al proletariado alemán. Naturalmente, de entonces acá la preparación revolucionaria del proletariado alemán ha hecho camino. Hoy esa preparación es mucho mayor que en 1918.
El Estado burgués vira cada día más a la derecha; pero las masas populares viran cada día más a la izquierda. Cada día manifiestan mayor saturación, mayor conciencia, mayor preparación revolucionarias. Precisamente, este apartamiento de los socialistas mayoritarios del gobierno, se ha operado bajo la presión de las masas.
Por todas esas razones, los actuales acontecimientos alemanes no son sino episodios de la Revolución Alemana, el actual gobierno burgués de Alemania no es sino un período, un capítulo de la Revolución Alemana. La Revolución Alemana no se ha consumado, porque una revolución no se consuma ni en meses ni en años; pero tampoco ha abortado, tampoco ha fracasado. La Revolución Alemana se ha iniciado únicamente. Nosotros estamos presenciando su desarrollo.
Un período de reacción burguesa es un período de contraofensiva burguesa, pero no de derrota definitiva proletaria. Y, desde este punto de vista, que es lógico, que es justo, que es exacto, que es histórico, el gobierno fascista, la reacción fascista en Italia, es un episodio, un capítulo, un período de la Revolución Italiana, de la guerra civil italiana. El fascismo está en el gobierno; pero el proletariado italiano no ha capitulado, no se ha desarmado, no se ha rendido. Se prepara para la revancha.
Mientras tanto, el fascismo para llegar al gobierno ha necesitado pisotear los principios de la democracia, del parlamentarismo, socavar las bases institucionales del viejo orden de cosas, enseñar al pueblo que el poder se conquista a través de la violencia, demostrarle prácticamente que se conserva el poder sólo a través de la dictadura. Y todo esto es eminentemente revolucionario, profundamente revolucionario. Todo esto es un servicio a la causa de la revolución.
En la próxima conferencia me ocuparé de la disolución del Imperio Austro-Húngaro y de la Revolución Húngara. Y entraré luego en el examen de la Paz de Versalles, de aquella paz que ha sido el fracaso de las ilusiones democráticas de Wilson, y que ha dejado a Europa la herencia de esta situación.
Pero esto no podrá ser el próximo viernes porque el próximo viernes será el 27 de julio, día de fuegos artificiales y de nochebuena, sino el viernes 4 de agosto.

José Carlos Mariátegui La Chira

Notas de la conferencia La revolución hungara

Programa: -La Revolución Húngara. -El conde Karolyi. - Bela Kun. -Horthy

Estos tres nombres sintetizan las tres fases, de la revolución insurreccional y democrática, comunista y proletaria, reaccionaria y terrorística.- Aquí, donde se conoce mal la revolución rusa, se conoce, menos todavía la revolución húngara.

El proceso de la revolución húngara es, en sus grandes lineamientos, el mismo de la revolución alemana y austriaca. Pero tiene algo de fisonómico, de particularmente propio: el separatismo, el nacionalismo húngaro.

Ante la ofensiva victoriosa de los italianos en el Piave, los checos y los húngaros tiraron imprevistamente las armas. Se inició así la revolución húngara. -Esta insurrección militar no fue seguida inmediatamente de una insurrección proletaria. El proletariado carecía aún de una sólida consciencia revolucionaria clasista.

Karolyi. -Este gobierno, emergido de la insurrección del 31 de Octubre, fue un gobierno de la burguesía radical coaligada con la social-democracia. -Karolyi fue, en cierta forma, el Kerensky de Hungría. Pero menos sectario, más revolucionario, más interesante, más sugestivo.

Al gobierno de Karolyi —no obstante la disimilitud moral entre uno y otro leader— le acontecía aproximadamente lo que al de Kerensky.

Simultáneamente, la situación internacional conspiraba también contra el gobierno de Kerensky. -Llego un día fatal. Notificación de que las fronteras de entonces de Hungría debían ser consideradas como definitivas. -Karolyi no podía someterse a estas condiciones. No le quedó más camino que la dimisión.

Surgió así el gobierno de Bela Kun. El 21 de marzo de 1919. A la creación de este gobierno concurrieron comunistas y social-democráticos. Este es el signo que distingue la revolución húngara de la rusa. Pero esto era también debilidad. El partido social-democrático no tenía suficiente educación revolucionaria. Viejos elementos sindicales, desprovistos de capacidad y voluntad para colaborar solidariamente con los maximalistas. -¿Por qué colaboraron y participaron decisivamente a la revolución? Se vieron en la necesidad de elegir entre la revolución comunista y la reacción feudalista y aristócrata. -En cambio de su adhesión al programa de los comunistas, no demandaron sino el derecho a participar en su realización. Era una demanda lógica. Los comunistas accedieron a ella. Este fue su primer error. El gobierno sovietista de Hungría resultó hibrido, mixto, compuesto.

Bela Kun desarrolló, en gran parte, el programa económico y socia proletariado. Expropiación de los latifundios, medios de producción establecimientos industriales. Los fundos, entregados a los campesinos, organizados en cooperativas de producción. Se atendió solícitamente a las victimas de la guerra, no satisfechas por Kerensky, entrabado por sus miramientos y respetos. Los inválidos, viudas, etc, socorridos. Los sanatorios de lujo, hospitales comunales. Los palacios, destinados a los inválidos, viejos y niños enfermos. Simultáneamente se re organizaban la instrucción publica, la cultura, para convertirlas en instrumentos de educación, socialista.

Pero contra Bela Kun conspiraban de una parte el escepticismo y la resistencia social-democráticos; de otra las potencias vencedoras. Miraban en Hungría un peligroso foco de propagación. Los social-democráticos limitaban las medidas contra los preparativos y complots reaccionarios.

La revolución era atacada, en dos frentes: externo e interno.

En estas condiciones, llegó la mitad de abril. Rumania invadió Hungría. El ejército checo a 70 u 80 millas de Budapest. -El 2 de mayo, en una sesión dramática del consejo obrero de Budapest, Bela Kun expuso la situación. El consejo voto por la resistencia a todo trance. Los obreros constituyeron un ejercito rojo que contuvo a los rumanos y derrotó a los checos. El instante se tornaba critico para la ofensiva aliada. La diplo macia aliada cambió de táctica. Invitación a Turquía a retirarse del territorio checo; en compensación, retiro del ejercito rumano Tibisco.

El ejército rojo, disgustado y deprimido en su voluntad combativa, se retiró de Checo Eslavia. Sacrificio inútil. Los aliados no cumplieron su compromiso. Esta decepción, este fracaso, descorazonaron al proletariado, cuya fe era minada por los social democráticos, quienes empezaban a negociar secretamente con los diplomáticos aliados.

La reacción, entre tanto, se aprestaba para el asalto. El 24 de junio los reaccionarios y 300 oficiales alumnos de la escuela militar se adueñaron de los monitores del Danubio. Los tribunales trataron con excesiva generosidad a los sediciosos.

El regimen continuaba luchando con enormes dificultades. Escaseaban las provisiones. Bela Kun decidió entonces ofensiva contra los rumanos. Pero esta ofensiva, iniciada el 20 de julio, no tuvo suerte. Este revés militar condenó a muerte al régimen. Los aliados prometieron el reconocimiento de un gobierno-social-democrático. Pusieron como precio la eliminación de los comunistas y la destrucción de su obra. El partido social democrático y los sindicatos aceptaron las condiciones. El 2 de agosto el consejo de comisarios del pueblo abdicó.

Lo reemplazó un gobierno social-democrático. Para contentar a los aliados derogó las leyes comunistas. Restableció la propiedad de las fábricas y latifundios, la libertad de comercio, en sus cargos a los funcionarios de la administración burguesa. -Con todo no duró sino tres días. Vencida la revolución, el poder tenia que caer en manos de la reacción. Los social-democráticos no podían resistir la ola reaccionaria.

Asi empezó el martirio del proletariado húngaro. El terror blanco asoló Hungría. Se ensañó contra los comunistas, social-democráticos, hebreos finalmente contra los propios burgueses sospechosos de devoción liberal y democrática. Pero se encarnizó contra el proletariado. En las regiones transdanubianas, algunas localidades verdaderamente diezmadas. -Innumerables trabajadores fusilados; otros encarcelados; otros obligados a emigrar. A Austria, a Italia, llegaban todos los días contingentes de prófugos. Viene, llega de refugiados.

Toda descripción, pálida. A partir de agosto de 1919 se ha sucedido los fusilamientos, procesos, mutilaciones, saqueos, como medios de represión y de castigo del proletariado. Ha sido necesario que la sed de sangre se calme y que un grito de horror la cohíba, para menes y las persecuciones disminuyan y enrarezcan. Tengo a la mano un libro que contiene algunos, relatos. (Página1/3)

Pero estos relatos podrían parecer exagerados. Se dirá que esta es una versión italiana, tropical. Más las mismas cosas han sido contadas por una comisión de los Trade Unions y del Labour Party, que visitó Hungría en mayo de 1920. La formaban el Coronel Wedgwood, de los comunes, y cuatro más. No pudo recorrer toda Hungría. El informe es, por consiguiente una narración benévola. Peca de moderación, peca de optimismo. Sin embargo, corrobora las afirmaciones del libro italiano. -En esa época, el numero de presos era al menos de 12.000. Horthy confesaba que tenia encarcelados a 6000.

El informe contiene varias anécdotas atroces. Una de ellas, el caso de la señora Hamburger.

Ya sabéis como actué el terror blanco en Hungría. El gobierno de Horthy, visión pavorosa de la edad media. No en balde sus características son, precisamente, las de intentar restablecer el feudalismo. -Horthy gobierna Hungría como regente, porque para la reacción Hungría sigue siendo un reinó. Hace un ano Carlos de Hamburgo fue llamado por los monarquistas.

De hecho, el régimen de Horthy es un regimen absoluto, medioeval. Es el dominio del latifundio sobre la industria; del campo sobre la ciudad. Hungría está empobrecida. La miseria es apocalíptica. -Pero un periodo de reacción no puede ser sino transitorio. Una nación no puede retrogradar a un sistema bárbaro y primitivo. La tendencia de las fuerzas productivas, la relación con las demás naciones, no consienten la regresión a un regimen anti-industrial y anti-proletarío. -Gradualmente, se reanima el movimiento proletario húngaro. Horthy no es sino un episodio.

José Carlos Mariátegui La Chira

[Séptima Conferencia] - La revolución húngara

[Transcripción completa]
La Revolución Húngara
Reanudamos esta noche nuestras conversaciones sobre la historia de la crisis mundial, interrumpidas por tres semanas de vacaciones. Llegamos hoy a un capítulo intensamente dramático de la historia de la crisis mundial. El programa de este curso de conferencias nos señala así el tema. La Revolución Húngara. El Conde Karolyi. Bela Kun. Horthy. Estos tres nombres, Karolyi, Bela Kun, Horthy, sintetizan las fases de la Revolución Húngara: la fase insurreccional y democrática, la fase comunista y proletaria, la fase reaccionaria y terrorística. Karolyi fue el hombre de la insurrección húngara; Bela Kun fue el hombre de la revolución proletaria; Horthy es el hombre de la reacción burguesa, del terror blanco y de la represión brutal y truculenta del proletariado.
Aquí, donde se conoce mal la revolución rusa, se conoce menos todavía la revolución húngara, y esto se explica. La historia de la revolución rusa es la historia de una revolución victoriosa, mientras la historia de la Revolución Húngara es, hasta ahora, la historia de la revolución vencida. El cable no ha cesado de contarnos cosas espeluznantes de la Revolución Rusa y de sus hombres, pero casi nada nos ha contado de la reacción húngara ni de sus hombres. Y los buenos burgueses, tan consternados con el terror rojo, con el terror ruso, no se consternan absolutamente con el terror blanco, con el terror de la dictadura de Horthy en Hungría; sin embargo, nada más sangriento, nada más trágico que este período sombrío y medioeval de la vida húngara. Ninguno de los crímenes imputados a la revolución rusa es comparable a los crímenes cometidos por la reacción burguesa en Hungría.
Veamos, ordenadamente, las tres fases de la Revolución Húngara. He explicado ya el proceso de la Revolución Alemana y de la Revolución Austríaca. Bien. El proceso de la Revolución Húngara es, en sus grandes lineamientos, el mismo. Pero tiene siempre algo de fisonómico, algo de particularmente propio. Además del cansancio, de la fatiga, del descontento de la guerra, prepararon la Revolución Húngara los anhelos de independencia nacional súbitamente despertados, excitados y estimulados por la propaganda wilsoniana. Wilson soliviantaba a los pueblos contra la autocracia y contra al absolutismo y los soliviantaba, al mismo tiempo, contra el yugo extranjero. Hungría, como sabéis, sufría la dominación de la dinastía austriaca de los Hansburgos. Los húngaros, diferentes como raza, como idioma y como historia de los austríacos, no convivían voluntariamente con los austríacos dentro del imperio austro-húngaro. La derrota, por eso, no causó en Autria-Hungría únicamente la revolución: causó también la disolución. Las nacionalidades que componían el imperio austro-húngaro se independizaron y separaron. Y, naturalmente, las potencias vencedoras estimularon este fraccionamiento de Austria-Hungría en varios pequeños estados.
Como ya he dicho en otra ocasión, el frente austríaco fue debilitado antes que el frente alemán, precisamente a causa de los ideales separatistas de las nacionalidades que formaban parte de Austria-Hungría, y, consecuentemente, el frente militar austríaco cedió antes que el frente militar alemán. Ante la ofensiva victoriosa de los italianos en el Piave, los soldados checoeslovacos y los soldados húngaros, fatigados de la guerra, improvisadamente tiraron las armas y se negaron a seguir combatiendo. Acontecía esto a fines de octubre de 1918. La rebelión de las tropas del frente contra la guerra, se propagó velozmente en todo el ejército húngaro.
Y se inició así la Revolución Húngara que, al igual que la Revolución Alemana, fue, en un principio, la huelga general de un ejército vencido, conforme a la frase de Walther Rathenau. Como la Revolución Alemana, la Revolución Húngara empezó con la insurrección militar, pero en Hungría esta insurrección militar no fue seguida, inmediatamente, con una insurrección proletaria. El movimiento proletario era todavía demasiado inmaduro, demasiado incipiente. El proletariado húngaro carecía aún de una sólida conciencia revolucionaria clasista. El Conde Miguel Karolyi presidió el primer gobierno revolucionario. Este gobierno, emergido de la insurrección del 31 de octubre, fue un gobierno de la burguesía radical coaligada con la social-democracia.
El conde Karolyi fue, en cierta forma, el Kerensky de la Revolución Húngara. Pero fue un Kerensky menos sectario, más revolucionario, más interesante, más sugestivo. El Conde Karolyi era un viejo agitador del nacionalismo húngaro. Un agitador de tipo radical, y proveniente de la aristocracia húngara, pero contagiado de la mentalidad social-democrática de su época. Un agitador de temperamento romántico, fácilmente inflamable, capaz de cualquier bizarra locura, exento de las supersticiones democráticas y burguesas del mediocre Kerensky.
La distancia mental y espiritual que separa a ambas figuras resulta más clara y ostensible después de su gobierno que durante éste. Mientras Kerensky no ha cesado de orientarse hacia la derecha y de aproximarse a los capitalistas y hasta a los monárquicos rusos, Karolyi ha evolucionado cada día más hacia la izquierda. Tanto que hace dos años, aproximadamente, fue expulsado de Italia, acusado de agente bolchevique. Yo tuve oportunidad de conocerlo en Florencia en enero de 1921. O sea hace dos años y medio. Era en vísperas del famoso Congreso Socialista de Livorno, donde el Partido Socialista italiano se escisionaría.
César Falcón y yo aguardábamos en Florencia, que no está sino a cuatro horas de Livorno, la fecha de la reunión del Congreso. Ocupábamos nuestro tiempo visitando los museos, los palacios y las iglesias de Florencia. Yo conocía ya Florencia perfectamente. Hacía, pues, de cicerone de Falcón que, por primera vez, la visitaba.
Un día un periodista amigo nos enteró de que el Conde Karolyi residía de incógnito en una pensión de Florencia. Naturalmente, resolvimos en seguida buscarlo; el instante no era propicio para entrar en relación con el ex-presidente húngaro. Los periodistas acababan de descubrir su presencia de incógnito en Florencia y lo asediaban para reportearlo. El Conde Karolyi, por consiguiente, evitaba las entrevistas de los desconocidos. Sin embargo, Falcón y yo conseguimos conversar con él. Charlamos extensamente sobre la situación europea en general y sobre la situación húngara, en particular. En aquellos días, cinco comunistas húngaros, Agosto, Nyisz, Sgabado, Bolsamgi y Kalmar, comisarios del pueblo del Gobierno de Bela Kun, habían sido condenados a muerte por el gobierno de Horthy. Karolyi estaba profundamente consternado por esta noticia, y puesto que su incógnito había sido violado por varios periodistas, decidió renunciar definitivamente a él para suscitar una campaña de opinión internacional en favor de los ex-comisarios del pueblo húngaro condenados a muerte. Aprovechó de todos los reportajes que se le hicieron para solicitar la intervención de los espíritus honrados de Europa en defensa de esas vidas nobles y próceres. A Falcón y a mí nos pidió que actuáramos en este sentido sobre los periodistas españoles. En esa época, en suma, Karolyi hacía causa común con los comunistas húngaros, de igual suerte que Kerensky hacía causa común con los capitalistas y aun con los monarquistas rusos.
Esta nota anecdótica contribuye a delinear, a fijar la personalidad de Karolyi, y por esto la he intercalado en mi disertación. Pero volvamos ahora a la historia ordenada de la Revolución. Examinemos el gobierno precario de Karolyi.
Al gobierno de Karolyi en Hungría –no obstante la disimilitud, la diferencia moral entre uno y otro líder– le acontecía aproximadamente lo mismo que al gobierno de Kerensky en Rusia. No representaba los ideales y los intereses del capitalismo, y tampoco representaba los ideales y los intereses del proletariado. Los soldados de vuelta del frente y de la guerra, querían un pedazo de tierra. Las viudas y los huérfanos de los caídos y los inválidos reclamaban el auxilio pecuniario del Estado. Y el gobierno de Karolyi no podía satisfacer ni una ni otra demanda porque únicamente a expensas de la burguesía, a expensas del capitalismo, era posible satisfacerlas. Pero estas demandas insatisfechas, crecían día a día cada vez más exasperadas. El proletariado húngaro adquiría una conciencia revolucionaria. Surgían aquí y allá consejos de fábrica. El ala izquierda del proletariado rompió con los social-democráticos colaboracionistas y constituyó un Partido Comunista acaudillado por Bela Kun. Este Partido Comunista, al igual que los espartaquistas alemanes, preconizaba la ejecución del programa maximalista. Algunas fábricas fueron ocupadas por los obreros. Esta creciente ola revolucionaria alarmaba, por supuesto en grado extremo, a los elementos reaccionarios. El capitalismo sentía amenazada la propiedad privada de las tierras y de las fábricas y organizaba rápida y activamente la reacción. Los nobles, los latifundistas, los jefes militares, la extrema derecha en una palabra, se aprestaban para derrocar al débil gobierno de Karolyi, que no contentaba a las masas proletarias, pero tampoco garantizaba debidamente la seguridad del capitalismo.
Simultáneamente, la situación internacional conspiraba también contra el gobierno de Karolyi. Eran los días del armisticio y de la gestación de la paz. Las potencias aliadas eran adversas a la constitución de una Hungría fuerte, o, más bien, estaban interesadas en que Yugoeslavia, por una parte, y Checoeslavia, por otra, se engrandecieran a costa del territorio húngaro. Los elementos nacionalistas exigían de Karolyi una política enérgicamente reivindicacionista. Cada pérdida de terreno de Karolyi en el terreno internacional, era una pérdida de terreno en el terreno de la política interna.
Y llegó un día fatal para el gobierno de Karolyi. Los gobiernos aliados le notificaron, por medio de su representante en Budapest, el Teniente Coronel Vyx, que las fronteras de entonces de Hungría debían ser consideradas como definitivas. Estas fronteras significaban para Hungría la pérdida de enormes territorios. Karolyi no podía someterse a estas condiciones. Si lo hubiera hecho, una revuelta chauvinista lo habría traído abajo en pocos días. No le quedó, pues, más camino que la dimisión, el abandono del poder, del cual se apoderó inmediatamente el proletariado. Frecuentemente se ha acusado a Karolyi de traición del orden burgués. Se le ha acusado de haber entregado el gobierno a la clase trabajadora. Pero, en realidad, los acontecimientos fueron superiores a la voluntad de Karolyi y a toda voluntad individual. De un lado la ola reaccionaria, y de otro lado la ola revolucionaria amenazaban el gobierno de Karolyi, condenado, por consiguiente, a desaparecer tragado por la una o por la otra. A un mismo tiempo, se preparaban para el asalto al poder la reacción y la revolución. Y bien, la hora era de la revolución. Abierto por el gobierno de Karolyi, el período revolucionario tenía que tocar a su máximo, tenía que llegar a su plenitud, antes de declinar. Y, cuando Karolyi dimitió, el proletariado se apresuró a recoger en sus manos el poder, para evitar que se enseñorease en él la reacción de la nobleza y de la burguesía más retrógada.
Surgió así el gobierno de Bela Kun. El 21 de marzo de 1919, o sea a menos de cinco meses de la constitución del gobierno de Karolyi, se constituyó el Consejo Gubernativo Revolucionario que declaró a Hungría República Sovietista.
A la creación de este gobierno revolucionario concurrieron comunistas y social democráticos. Y este es el signo que distingue la revolución comunista húngara de la revolución comunista rusa. La dictadura del proletariado fue asumida en Rusia exclusivamente por el Partido Maximalista, con la neutralidad benévola de los social-revolucionarios de izquierda, pero con la aversión de los social-revolucionarios de derecha y centro y de los mencheviques. En Hungría, en cambio, la dictadura del proletariado fue ejercida por los comunistas y social-democráticos juntos. Aparentemente, esto daba fuerza al gobierno obrero de Hungría porque, en virtud del entendimiento entre comunistas y social-democráticos, ese gobierno obrero representaba a la unanimidad del proletariado, a la unanimidad más uno. Todas las grandes tendencias proletarias en el poder; pero esto era, también, la debilidad de la República Sovietista Húngara.
El Partido Social Democrático no tenía suficiente conciencia revolucionaria. Su masa dirigente estaba compuesta de elementos reformistas, mental y espiritualmente adversos al maximalismo. Estos elementos provenían de la burocracia de los sindicatos. Eran viejos organizadores sindicales, envejecidos en la acción minimalista y contingente de la vida sindical, supersticiosamente respetuosos de la fuerza de la burguesía, desprovistos de capacidad y de voluntad para colaborar solidariamente con los maximalistas, a quienes tachaban de jóvenes, inexpertos, de extremistas. ¿Por qué entonces los social-democráticos húngaros cooperaron y participaron decisivamente en la revolución? La explicación está en la situación política de Hungría, bajo el gobierno de Karolyi, que he descrito anteriormente. El gobierno de Karolyi, en el cual participaron los social-democráticos, estaba irremisiblemente condenado a caer arrollado por la revolución o por la reacción. Los social-democráticos se vieron, pues, en la necesidad de elegir entre la revolución comunista y la reacción feudalista y aristocrática, y, naturalmente, tuvieron que optar por la revolución comunista. Algo más, tuvieron que apresurarla para eliminar el peligro de que la reacción ganase tiempo. Cuando dimitió Karolyi, el directorio del Partido Comunista estaba en la cárcel. Los social-democráticos y los líderes comunistas trataron y pactaron entre ellos, pero, los primeros desde el poder, los segundos desde la prisión. Alrededor de los líderes comunistas estaba la mayoría de las masas, decidida a la revolución. Los social-democráticos no capitulaban, luego, ante los líderes comunistas; capitulaban ante la mayoría del proletariado. Se rendían a la voluntad de las masas. Su capitulación fue, en apariencia, completa. Los social-democráticos aceptaron íntegramente la ejecución del programa comunista. Pero la aceptaron sin convencimiento, sin fe, sin verdadera adhesión mental ni moral. La aceptaron, constreñidos, empujados, presionados por las circunstancias. En cambio de su adhesión al programa de los comunistas, no demandaron sino el derecho de participar en su realización.
Les dijeron a los comunistas: “Nosotros aceptamos vuestro programa; pero queremos colaborar en el gobierno destinado a ejecutarlo”. Era una demanda lógica, era una demanda natural y era una demanda lícita. Los comunistas accedieron a ella. Y este fue su primer error. Porque, en virtud del carácter de la coalición social-democrático-comunista, el gobierno sovietista de Hungría resultó un gobierno híbrido, un gobierno mixto, un gobierno compuesto. El programa de este gobierno obrero era de un color uniforme; pero los hombres encargados de cumplirlo eran de dos colores diferentes. Una parte del gobierno quería deveras la realización del programa, sentía su necesidad histórica; otra parte del gobierno no creía íntimamente en la posibilidad de la realización de ese programa, lo había admitido a regañadientes, sin optimismo, sin confianza. Los social-democráticos, en su mayoría, veían en la revolución general europea la única esperanza de salvación de la revolución proletaria húngara. Carecían de preparación intelectual y espiritual para defender a la revolución proletaria húngara, aun en el caso de que el proletariado de las grandes potencias europeas no respondiese al llamamiento, a la incitación de la Revolución Rusa. Esta es la causa espiritual, esta es la causa moral del fin de la dictadura del proletariado en Hungría.
Durante sus breves meses de existencia, a pesar del sabotaje sordo de los social-democráticos, el gobierno de Bela Kun desarrolló, en gran parte, el programa económico y social del proletariado. Procedió a la expropiación de los latifundios y haciendas, de los medios de producción y de los establecimientos industriales. Los latifundios, las haciendas, antigua propiedad de la aristocracia húngara, fueron entregados a los campesinos, organizados en cooperativas de producción. En cada latifundio, en cada hacienda, en reemplazo del propietario feudal, surgió una cooperativa. Al mismo tiempo, se atendió solícitamente a las víctimas de la guerra, cuyas demandas no habían podido ser satisfechas por el gobierno de Karolyi, entrabado por sus miramientos y sus respetos al régimen capitalista. Los inválidos, los mutilados, las viudas, los huérfanos y los desocupados fueron socorridos. Los sanatorios de lujo fueron transformados en hospitales populares. Los palacios, los castillos y los chalets de los aristócratas fueron destinados al alojamiento de los inválidos, de los viejos o de los niños proletarios enfermos. Simultáneamente, se reorganizaba clasísticamente, revolucionariamente, la instrucción pública, la cultura general, para convertirlas en instrumentos de educación socialista. Y para que la cultura, la capacidad técnica, antes patrimonio exclusivo de la burguesía, se socializasen a beneficio del proletariado.
Pero contra el gobierno de Bela Kun conspiraban, de una parte el escepticismo y la resistencia de los social-democráticos, de otra parte las asechanzas de las potencias vencedoras. Las potencias capitalistas miraban en Hungría sovietista un peligroso foco de propagación de la idea comunista. Y se esforzaban en eliminarlo, empujando contra la República Húngara a las naciones vecinas, colocadas bajo la tutela de la Entente vencedora. En tanto los social-democráticos limitaban y entrababan las medidas del gobierno obrero contra los preparativos y complots reaccionarios. Encastillados en sus prejuicios democráticos y liberales, en su superstición de la libertad, los social-democráticos no consentían que el gobierno suspendiese las garantías individuales para los aristócratas, burgueses y militares conspiradores. El Ministro de Justicia del gobierno de Bela Kun era un social-democrático. Un social-democrático que parecía más preocupado de amparar la libertad de los elementos contrarrevolucionarios que de defender la existencia de la revolución.
La Revolución Húngara es atacada, por ende, en dos frentes, en el frente externo y en el frente interno. Externamente, la amenazaba la intervención contrarrevolucionaria de las potencias aliadas, que bloqueaban económicamente a Hungría para sitiarla por hambre. Internamente, la amenazaba la impreparación revolucionaria de la social-democracia, la inconsistencia revolucionaria de una de las bases, de los soportes fundamentales de la Revolución, de uno de los dos partidos del gobierno.
En estas condiciones llegó el gobierno de Bela Kun, inaugurado el 21 de marzo, a la mitad de abril. Hacia la mitad de abril Rumania, uno de los peones de la Entente en esta gran partida política, invadió Hungría. Las tropas rumanas se apoderaron de la mejor zona agrícola de Hungría. Y avanzaron hasta el río Tibisco amenazando Budapest. Casi simultáneamente, los checos se movieron también contra la República Húngara. El ejército checo penetró en territorio húngaro, llegando a setenta u ochenta kilómetros tan sólo de Budapest. El instante era crítico. El 2 de mayo, en una sesión dramática del Consejo Obrero de Budapest, Bela Kun expuso la situación. Y planteó la siguiente cuestión: ¿Convenía organizar la resistencia o convenía rendirse a las potencias aliadas? Muchos social-democráticos se pronunciaron por la segunda tesis, pero el Consejo Obrero se adhirió a la tesis de Bela Kun. Había que resistir hasta el fin. No cabía sino una victoria completa o una derrota completa de la Revolución. No era posible un término medio. Capitular ante las potencias capitalistas, era renunciar totalmente a la Revolución y a sus conquistas. El Consejo Obrero votó por la resistencia a todo trance. Y el gobierno puso manos a la obra, los obreros de las fábricas de Budapest, la vanguardia del proletariado húngaro, constituyeron un gran ejército rojo que detuvo a la ofensiva de los rumanos e infligió una derrota total a los checo-eslavos. Los revolucionarios húngaros penetraron en Checo-eslavia ocupando una gran porción del territorio checo-eslavo. El instante se tornaba crítico para la ofensiva aliada contra Hungría sovietista. Cundían en el ejército checo-eslavo gérmenes revolucionarios.
La astuta diplomacia capitalista cambió entonces de táctica. Las potencias aliadas invitaron a Hungría a retirar el ejército rojo del territorio checoeslavo, ofreciéndole en compensación el retiro del ejército rumano del territorio ocupado más allá del río Tibisco. Los social-democráticos se pronunciaron por la aceptación de esta propuesta, y explotaron la impopularidad de la prosecución de la guerra en el ánimo del proletariado, agotado por los cinco años de fatigas bélicas. Los comunistas no pudieron contrarrestar enérgicamente esta propaganda. Faltaban de Budapest, los elementos más numerosos y combativos del Partido Comunista, enrolados voluntariamente en el ejército rojo. La vanguardia del proletariado de Budapest estaba en el frente combatiendo contra los enemigos externos de la Revolución. El gobierno y el Congreso de los soviets, bajo la influencia de la atmósfera social-democrática de Budapest, acabaron, por esto, inclinándose ante la propuesta aliada. El ejército rojo se retiró de Checoeslavia, descontento y deprimido en su voluntad combativa. Y su sacrificio fue inútil, las potencias aliadas no cumplieron, por su parte, su compromiso. Los rumanos no se retiraron del territorio húngaro. Esta decepción, este fracaso descorazonaron inmensamente al proletariado húngaro, cuya fe revolucionaria era minada, de otro lado por la propaganda derrotista de los social-democráticos, quienes empezaron a negociar secretamente con los representantes diplomáticos de las potencias aliadas una solución transaccional. La reacción entre tanto, se aprestaba para el asalto al poder. El 24 de junio los elementos reaccionarios, unidos a trescientos alumnos de la ex-escuela militar, se adueñaron de los monitores del Danubio. Esta sedición fue dominada, pero los tribunales revolucionarios trataron con excesiva generosidad a los sediciosos. Los trescientos oficiales alumnos rebeldes fueron perdonados. Trece instigadores y organizadores de la insurrección fueron condenados a muerte; pero, cediendo a la presión de las misiones diplomáticas aliadas, se acabó también por indultarlos.
El régimen comunista, en tanto, continuaba luchando con enormes dificultades. A causa del bloqueo, por una parte, y a causa de la ocupación rumana de la fértil región agrícola del Tibisco, por otra, escaseaban las provisiones. Los víveres disponibles no bastaban para el abastecimiento total de la población. Esta escasez contribuía a crear un ambiente de descontento y de desconfianza en el régimen comunista. El gobierno de Bela Kun decidió entonces intentar una ofensiva contra los rumanos para desalojarlos de los territorios de más allá del Tibisco. Pero esta ofensiva, iniciada el 20 de julio, no tuvo suerte. El ejército rojo, descorazonado por tantas decepciones, fue rechazado y derrotado por el ejército rumano. Este revés militar condenó a muerte al régimen comunista.
Los líderes social-democráticos y sindicales entraron en negociaciones formales de paz con las misiones diplomáticas aliadas. Estas misiones prometieron el reconocimiento de un gobierno social-democrático. Pusieron en suma, como precio de la paz, la eliminación de los comunistas y la destrucción de su obra. El partido Social-Democrático y los sindicatos, con la ilusión de que un gobierno social-democrático, protegido por las misiones diplomáticas aliadas, podría conservar el poder, aceptaron las condiciones de la Entente. Y cayó así el gobierno de Bela Kun.
El 2 de agosto, el Congreso de Comisarios del Pueblo abdicó el mando. Lo reemplazó un gobierno social-democrático. Este gobierno social-democrático, para contentar y satisfacer a las potencias aliadas, derogó las leyes del gobierno comunista. Restableció la propiedad privada de las fábricas, de los latifundios y las haciendas; restableció la libertad de comercio; restableció en sus cargos gubernativos a los funcionarios y empleados de la administración burguesa; restableció, en suma, el régimen capitalista, individualista y burgués. Pero, con todo, este gobierno social-democrático no duró sino tres días. Vencida la Revolución, el poder tenía que caer inevitablemente en manos de la reacción, y así fue. El gobierno social-democrático no duró sino el tiempo indispensable para abolir la legislación comunista y para que la aristocracia, el militarismo y el capitalismo organizaran el asalto al poder. Los social-democráticos no podían resistir la ola reaccionaria, no contaban ni aun con las masas desengañadas del gobierno democrático desde su primera hora de vida, desde que emprendió la destrucción de la obra de la revolución. Tuvieron que caer al primer embate de los reaccionarios.
Así concluyó el régimen comunista en Hungría. Así nació el gobierno reaccionario del Almirante Horthy. Así empezó el martirio del proletariado húngaro. Nunca una revolución proletaria fue tan cruelmente castigada, tan brutalmente reprimida. El gobierno de Horthy se dio, en cuerpo y alma, a la persecución de todos los ciudadanos que habían participado en la administración comunista. El terror blanco asoló Hungría como un horrible flagelo. Se ensañó primero contra los comunistas, luego contra los social-democráticos, más tarde contra los hebreos, masones, protestantes, finalmente contra los propios burgueses sospechosos de excesiva devoción liberal y democrática. Pero se encarnizó, sobre todo, contra el proletariado. Las ciudades y los pueblos culpables de entusiasmo revolucionario bajo el gobierno comunista fueron espantosamente castigados. En las regiones transdanubianas algunas localidades, caracterizadas por su sentimiento comunista, fueron verdaderamente diezmadas. Innumerables trabajadores eran fusilados o masacrados; otros eran encarcelados; otros eran obligados a emigrar para escapar de análogos castigos o de constantes maltratos. A Austria, a Italia llegaban todos los días numerosos contingentes de prófugos, ejércitos de trabajadores que abandonaban Hungría huyendo del terror blanco. Viena estaba llena de refugiados húngaros. Y en casi todas las principales ciudades italianas recorridas por mí, entonces, los refugiados húngaros eran también legión.
Toda descripción del terror blanco en Hungría resultará siempre pálida en relación con la realidad. A partir de agosto de 1919 en Hungría se han sucedido los fusilamientos, los descuartizamientos, los apresamientos, los incendios, las mutilaciones, los estupros, los saqueos, como medios de represión y de castigo al proletariado. Ha sido necesario que la sed de sangre de los reaccionarios se calme y que un grito de horror de hombres civilizados de Europa la cohíba, para que los crímenes y las persecuciones disminuyan y enrarezcan.
Tengo a la mano un libro que contiene algunos relatos sobre el terror blanco en Hungría.
Pero estos relatos podrían parecer exagerados a los corazones de los burgueses. Se dirá que esta es una versión italiana y que los italianos son siempre, como buenos latinos, excesivos y apasionados en sus impresiones. Mas ocurre que las mismas cosas, aproximadamente, han sido contadas por una comisión de los Trade Unions y del Partido Laborista Inglés, que visitó Hungría en mayo de 1920, para informarse directamente de lo que allí pasaba. El dictamen de la comisión británica es de una circunspección ejecutoriada, y, muchos más, el dictamen de una comisión de personas muy moderadas, muy graves y muy concienzudas de las Trade Unions y del Labour Party. Formaban la delegación inglesa el Coronel Wedgwood miembro de la Camara de los Comunes, y cuatro miembros distinguidos de la burocracia de las Trade Unions y del Labour Party. La delegación no pudo, naturalmente, recorrer toda Hungría. No visitó sino Budapest y uno que otro centro poblado importante. Durante su visita, además, hubo una tregua prudente del terror blanco. El gobierno reaccionario de Horthy trató de encubrir las cosas en lo posible. Los medios de información de la delegación fueron, en una palabra, limitados, insuficientes para el conocimiento de la verdadera magnitud, de la verdadera realidad del terrorismo de las bandas de Horthy. El dictamen de la Comisión inglesa, por consiguiente, es una pálida, una benévola narración de los acontecimientos húngaros. Peca de moderación, peca de optimismo, sin embargo corroboran las afirmaciones del libro del cual acabo de leer una página. Según los cálculos de la comisión, en la época en que ella estuvo en Hungría, el número de presos y detenidos políticos era al menos de doce mil. Según las informaciones oficiales eran de seis mil. El gobierno de Horthy confesaba que tenía encarceladas a seis mil personas por motivos políticos. En su informe, la Comisión refiere que le había sido asegurado que el número complexivo de personas arrestadas o detenidas era superior a 25,000.
El informe de la Comisión británica contiene varias anécdotas atroces del terror blanco en Hungría. Voy a dar lectura a una de ellas para que os forméis una idea de la ferocidad con que se perseguía a los miembros y funcionarios del gobierno comunista y hasta a sus parientes. Es el caso de la señora Hamburguer. El informe de la comisión dice así:
¿Para qué seguir? Ya sabéis cómo actuaba el ‘terror’ rojo en Hungría. Ya sabéis muchas cosas que nos han contado los cablegramas de los diarios, tan pródigos en detalles espeluznantes cuando se trata de narrar un fusilamiento en la Rusia de los Soviets.
El gobierno de Horthy semeja una misión pavorosa de la Edad Media. No en balde sus características son, precisamente, las de intentar restablecer en Hungría el medioevalismo y el feudalismo. La reacción en Hungría no es sólo enemiga del socialismo y del proletariado revolucionario. Es, además, enemiga del capitalismo industrial. Como el capitalismo industrial, como las fábricas, como la gran industria crean el proletariado industrial, el proletariado organizado de la ciudad, o sea el instrumento de la revolución social, la reacción húngara detesta instintivamente el capitalismo industrial, las grandes fábricas, la gran industria. El gobierno de Horthy es el imperio despótico y sanguinario del feudalismo agrícola, de los terratenientes y de los latifundistas. Horthy gobierna Hungría con el título de Regente, porque para la reacción Hungría sigue siendo un reino. Un reino sin rey, pero un reino siempre. Hace año y medio, como recordaréis, Carlos de Austria, ex-Emperador de Austria-Hungría, hijo de Francisco José, fue llamado por los monarquistas húngaros para restaurar la monarquía en Hungría. El plan abortó porque a la restauración de la dinastía de los Hapsburgos, de la antigua casa reinante de Austria-Hungría, son adversas todas las naciones independizadas a consecuencia de la disolución del Imperio Austro-Húngaro, temerosas de que, instalada en Hungría, la monarquía acabe por constituir el antiguo Imperio. Abortó, además, porque a la restauración de la monarquía en Hungría es adversa, por las mismas razones, Italia, alarmada de la posibilidad de que renazca el Imperio Austro-Húngaro. Todas estas naciones opusieron su veto a la reposición de Carlos en el trono de Hungría. Finalmente, insurgieron contra esta reposición los campesinos no aristócratas, hostiles al socialismo, pero hostiles igualmente al viejo régimen.
Por esto, no tenemos actualmente a Hungría transformada en una monarquía, absoluta, medioeval y feudal, con un rey a la cabeza. Pero, de hecho, el régimen del regente Horthy es un régimen absoluto, medioeval y feudal. Es el dominio del latifundio sobre la industria; es el dominio del campo sobre la ciudad. Hungría a consecuencia de este régimen, está empobrecida. Su moneda depreciada carece de expectativas de convalecencia y de estabilización. La miseria del proletariado intelectual y manual es apocalíptica. Un periodista me dijo en Budapest, en junio del año pasado, que en esta ciudad existía gente que no podía comer sino interdiariamente, un día sí y un día no. Ese pobre periodista, que era sin duda un ser privilegiado al lado de otros trabajadores intelectuales, parecía afligido por el hambre y la miseria. Conocí luego a un intelectual, autor de varios estudios sobre estética musical, que actuaba de portero en una casa de vecindad. La miseria lo había obligado a aceptar la función de portero. He ahí, en el orden económico, las consecuencias de la reacción y del terror blanco.
Pero un período de reacción, un período de absolutismo, no puede ser sino un período transitorio, un período pasajero. Una nación contemporánea, y mucho más una nación europea, no pueden retrogradar a un sistema de vida primitivo y bárbaro. Una resurrección del feudalismo y del medioevalismo no puede ser duradera. Las necesidades de la vida moderna, la tendencia de las fuerzas productivas, la relación con las demás naciones no consienten la regresión de un pueblo a un régimen anti-industrial ni anti-proletario.
Gradualmente, se reanima ya en Hungría el movimiento proletario. El Partido Social-Democrático, los sindicatos, conquistan de nuevo su derecho a una existencia legal. Al parlamento húngaro han ingresado algunos diputados socialistas, tímidamente socialistas al fin y al cabo. El Partido Comunista, condenado a una vida ilegal y clandestina, prepara sigilosamente la hora de su reaparición. Algunos elementos democráticos o liberales de la burguesía empiezan también a moverse y a polarizarse. Temeroso de este renacimiento de las fuerzas proletarias y de las fuerzas democráticas, se ha organizado, por eso, en Hungría, una banda fascista. Su caudillo es el famoso reaccionario Friedrich. Todo es sintomático.
Como ya dije a propósito de la Revolución Alemana, una revolución no es un golpe de estado, no es una insurrección, no es una de aquellas cosas que aquí llamamos revolución por uso arbitrario de esta palabra. Una revolución no se cumple sino en muchos años. Y con frecuencia tiene períodos alternados de predominio de las fuerzas revolucionarias y de predominio de las fuerzas contra-revolucionarias. Así como el proceso de una guerra es un proceso de ofensivas y contraofensivas, de victorias y derrotas, mientras uno de los bandos combatientes no capitule definitivamente, mientras no renuncie a la lucha, no está vencido. Su derrota es transitoria; pero no total. Y, conforme a esta interpretación de la historia, la reacción, el terror blanco, el gobierno de Horthy no son sino episodios de la lucha de clases en Hungría, un capítulo ingrato de la Revolución Húngara. Este capítulo llegará algún día a su última página. Y empezará entonces un capítulo más, un capítulo que, tal vez sea el capítulo de la victoria del proletariado húngaro. El gobierno de Horthy es para el proletariado húngaro una noche sombría, una pesadilla dolorosa. Pero esta noche sombría, esta pesadilla dolorosa pasarán. Y vendrá entonces la aurora.


El próximo viernes, conforme al programa de este curso de conferencias, hablaré sobre la conferencia y el tratado de Paz de Versalles. Haré la historia, la exposición y la crítica de ese tratado de paz que, como sabéis, no ha resultado un tratado de paz sino un tratado de guerra. Expondré la fisonomía moral, el perfil ideológico de ese documento, fresco todavía y, ya totalmente desacreditado, tumba y lápida de las cándidas ilusiones democráticas del Presidente Wilson.

José Carlos Mariátegui La Chira

La revolución rusa [Manuscrito]

[Transcripción Completa]

Conforme al programa de este curso de historia de la crisis mundial, el tema de la conferencia de esta noche es la revolución rusa. El programa del curso señala a la conferencia de esta noche el siguiente sumario: La Revolución Rusa.-Kerensky.-Lenin. La Paz de Brest Litovsk.- Rusia y la Entente después de la Revolución. Proceso inicial de creación y consolidación de las instituciones rusas.

Antes de disertar sobre estos tópicos, considero oportuna una advertencia. Las cosas que yo voy a decir sobre la revolución rusa son cosas elementales. Mejor dicho, son cosas que a otros públicos les parecerían demasiado elementales, demasiado vulgarizadas, demasiado repetidas. Porque esos públicos han sido abundantemente informados sobre la revolución rusa, sus hombres, sus episodios. La Revolución Rusa ha interesado y continúa interesando, en Europa, a la curiosidad unánime de las gentes. La Revolución Rusa ha sido, y continúa siendo, en Europa, un tema de estudio general. Sobre la Revolución Rusa se han publicado innumerables libros. La Revolución Rusa ha ocupado puesto de primer rango en todos los diarios y en todas las revistas europeas. El estudio de este acontecimiento no ha estado sectariamente reservado a sus partidarios, a sus propagandistas: ha sido abordado por todos los hombres investigadores, por todos los hombres de alguna curiosidad intelectual. Los principales órganos de la burguesía europea, los más grandes rotativos del capitalismo europeo, han enviado corresponsales a Rusia, a fin de informar a su público sobre las instituciones rusas y sobre las figuras de la Revolución. Naturalmente esos grandes diarios han atacado invariablemente a la Revolución Rusa, han hecho uso contra ella de múltiples armas polémicas. Pero sus corresponsales —no todos naturalmente— pero sí muchos de ellos, han hablado con alguna objetividad acerca de los acontecimientos rusos. Se han comportado como simples cronistas de la situación de Rusia. Y esto ha sido, evidentemente, no por razones de benevolencia con la revolución rusa, sino porque esos grandes diarios informativos, en su concurrencia, en su competencia por disputarse a los lectores, por disputarse la clientela, se han visto obligados a satisfacer la curiosidad del público con alguna seriedad y con alguna circunspección. El público les reclamaba informaciones más o menos serias y más o menos circunspectas sobre Rusia, y ellos, sin disminuir su aversión a la Revolución Rusa, tenían que darle al público esas informaciones más o menos serias y más o menos circunspectas. A Rusia han ido corresponsales de la Prensa Asociada de Nueva York, corresponsales del Corriere della Sera, del Messaggero y otros grandes rotativos burgueses de Italia, corresponsales del Berliner Tageblatt, el gran diario demócrata de Teodoro Wolf, corresponsales de la prensa londinense. Han ido además, muchos grandes escritores contemporáneos. Uno de ellos ha sido Wells. Lo cito al azar, lo cito porque la resonancia de la visita de Wells a Rusia y del libro que escribió Wells, de vuelta a Inglaterra, ha sido universal, ha sido extensísima, y porque Wells no es, ni aun entre nosotros, sospechoso de bolcheviquismo.

Urgidas por la demanda del público estudioso, las grandes casas editoriales de París, de Londres, de Roma, de Berlín, han editado recopilaciones de las leyes rusas, ensayos sobre tal o cual aspecto de la Revolución Rusa. Estos libros y estos opúsculos, no eran obra de la propaganda bolchevique, eran únicamente un negocio editorial. Los grandes editores, los grandes libreros ganaban muy buenas sumas con esos libros y esos opúsculos. Y por eso los editaban y difundían. Se puede decir que la Revolución Rusa estaba de moda. Así como es de buen tono hablar del relativismo y de la teoría de Einstein, era de buen tono hablar de la revolución rusa y de sus jefes.
Esto en lo que toca al público burgués, al público amorfo. En lo que toca al proletariado, la curiosidad acerca de la revolución rusa ha sido naturalmente, mucho mayor. En todas las tribunas, en todos los periódicos, en todos los libros del proletariado se ha comentado, se ha estudiado y se ha discutido la Revolución Rusa. Así en el sector reformista y social-democrático como en el sector anarquista, en la derecha, como en la izquierda y en el centro de las organizaciones proletarias, la Revolución Rusa ha sido incesantemente examinada y observada.
Por estas razones, otros públicos tienen un conocimiento muy vasto de la Revolución Bolchevique, de las instituciones sovietísticas, de la Paz de Brest Litovsk, de todas las cosas de que yo voy a ocuparme esta noche, y para esos públicos mi conferencia sería demasiado elemental, demasiado rudimentaria. Pero yo debo tener en consideración la posición de nuestro público, mal informado acerca de éste y otros grandes acontecimientos europeos. Responsabilidad que no es suya sino de nuestros intelectuales y de nuestros hombres de estudio que, realmente, no son tales intelectuales ni tales hombres de estudio sino caricaturas de hombres de estudio, caricaturas de intelectuales. Hablaré, pues, esta noche, en periodista. Narraré, relataré, contaré, escuetamente, elementalmente, sin erudición y sin literatura.


En la conferencia pasada, después de haber examinado rápidamente la intervención de Italia y la intervención de Estados Unidos en la Gran Guerra, llegamos a la caída del zarismo, a los preliminares de la revolución rusa. Examinemos ahora los meses del gobierno de Kerensky. Kerensky, miembro conspicuo del Partido Socialista-Revolucionario, a quien ya os he presentado tal vez poco amablemente, fue el jefe del gobierno ruso durante los meses que precedieron a la revolución de octubre, esto es a la Revolución Bolchevique. Kerensky presidía un gobierno de coalición de los socialistas revolucionarios y los mencheviques con los cadetes y los liberales. Este gobierno de coalición representaba a los grupos medios de la opinión rusa. Faltaban en esta coalición de un lado los monarquistas, los reaccionarios, la extrema derecha y, de otro lado, los bolcheviques, los revolucionarios maximalistas, la extrema izquierda. La ausencia de la extrema derecha era una cosa lógica, una cosa natural. La extrema derecha era el partido derrocado. Era el partido de la familia real. En cambio, la presencia en la coalición, y, por lo tanto, en el ministerio presidido por Kerensky, de elementos burgueses, de elementos capitalistas, como los liberales y los cadetes, convertía la coalición y convertía el gobierno en una aleación, en una amalgama, en un conglomerado heterogéneo, anodino, incoloro.
Se concibe un gobierno de conciliación, un gobierno de coalición, dentro de una situación de otro orden. Pero no se concibe un gobierno de conciliación dentro de una situación revolucionaria. Un gobierno revolucionario tiene que ser, por fuerza, un gobierno de facción, un gobierno de partido, debe representar únicamente a los núcleos revolucionarios de la opinión pública; no debe comprender a los grupos intermediarios, no debe comprender a los núcleos virtualmente, tácitamente conservadores. El gobierno de Kerensky adolecía, pues, de un grave defecto orgánico, de un grave vicio esencial. No encarnaba los ideales del proletariado ni los ideales de la burguesía. Vivía de concesiones, de compromisos, con uno y otro bando. Un día cedía a la derecha; otro día cedía a la izquierda. Todo esto cabe, repito, dentro de una situación evolucionista. Pero no cabe dentro de una situación de guerra civil, de luchar armada, de revolución violenta. Los bolcheviques atacaron, desde un principio, al gobierno de coalición, y reclamaron la constitución de un gobierno proletario, de un gobierno obrero, de un gobierno revolucionario en suma. Ahora bien, las agrupaciones proletarias, eran en Rusia cuatro. Cuatro eran los núcleos de opinión revolucionaria.
Los Mencheviques, o sea los minimalistas, encabezados por Martov y Chernov, gente de alguna tradición y colaboracionista. Los socialistas-revolucionarios, a cuyas filas pertenecen Kerensky, Zaretelli y otros, que se hallaban divididos en dos grupos, uno de derecha, favorable a la coalición con la burguesía, y el de la izquierda, inclinado a los bolcheviques. Los bolcheviques o los maximalistas, el partido de Lenin, de Zinoviev y de Trotsky. Y los anarquistas que, en la tierra de Kropoktin y de Bakunin, eran naturalmente numerosos. En las tres primera agrupaciones, mencheviques, social-revolucionarios y bolcheviques, se fraccionaban los socialistas. Porque, como es natural, en la época de la lucha contra el zarismo todas estas fuerzas proletarias habían combatido juntas. Había habido discrepancias de programa; pero comunidad de fuerzas y sobre todo de esfuerzo contra la autocracia absoluta de los zares.
¿Cuál era la posición, cuál era la fisonomía, cuál era la fuerza de cada una de estas agrupaciones proletarias? Los mencheviques y los socialistas revolucionarios dominaban en el campo, entre los trabajadores de la tierra. Sus núcleos centrales estaban hechos, más que a base de obreros manuales, a base de elementos de la clase media, de hombres de profesiones liberales, abogados, médicos, ingenieros, etc. El ala izquierda de los socialistas revolucionarios reunía, en verdad, a muchos elementos netamente proletarios y netamente clasistas, que, por esto mismo, se sentían atraídos por la táctica y la tendencia bolcheviques, pero no se decidían a romper con el ala derecha de la agrupación.
Los hombres de la derecha y del centro, como Kerensky, eran los que representaban a los socialistas revolucionarios. Ambos partidos, mencheviques y socialistas revolucionarios, no eran, pues, verdaderos partidos revolucionarios. No representaban el sector más dinámico, más clasista, más homogéneo del socialismo. El proletariado industrial, el proletariado de la ciudad. Los maximalistas eran débiles en el campo; pero eran fuertes en la ciudad.
Sus filas estaban constituidas a base de elementos netamente proletarios. En el estado mayor maximalista prevalecía el elemento intelectual; pero la masa de los afiliados era obrera.
Los maximalistas actuaban en contacto vivo, intenso, constante, con los trabajadores de las fábricas y de las usinas. Eran del partido del proletariado industrial de Petrogrado y Moscú. Los anarquistas eran también influyentes en el proletariado industrial; pero sus focos centrales eran focos intelectuales. Rusia era, tradicionalmente, el país de la intelectualidad anarquista, nihilista.
En los núcleos anarquistas predominaban intelectuales, estudiantes. Por supuesto, los anarquistas combatían tanto como los bolcheviques, y en algunos casos de acuerdo con éstos, a los mencheviques y a los socialistas revolucionarios de Kerensky.
Este era el panorama político del proletariado ruso bajo el gobierno de Kerensky. Conforme a esta síntesis de la situación, la mayoría era de los socialistas revolucionarios y de los mencheviques coaligados.
Las masas campesinas y la clase media estaban al lado de ellos. Y las masas campesinas significaban la mayoría en la nación agrícola, en una nación poco industrializada como Rusia. Pero en cambio, los bolcheviques contaban con los elementos más combativos, más organizados, más eficaces, con el proletariado industrial, con los obreros de la ciudad.
Por otra parte, los mencheviques y los socialistas revolucionarios no podían conservar su fuerza, su predominio en las masas campesinas si no satisfacían dos arraigados ideales, dos urgentes exigencias de esas masas: la paz inmediata y el reparto de tierras.
El gobierno de Kerensky carecía de libertad para una y otra cosa. Carecía de libertad para la paz inmediata porque las potencias aliadas, de las cuales era ahijado y protegido, no le consentían entenderse separadamente con Alemania. Y carecía de libertad para el reparto de las tierras a los campesinos porque su alianza con los kadetes y los liberales, sus compromisos con la burguesía, sus miramientos con los propietarios de las tierras lo cohibían, lo coactaban para esta audaz reforma revolucionaria.
Kerensky no hacía, pues, en el gobierno la política de las masas socialistas que representaba; hacía la política de la burguesía rusa y de las potencias aliadas. Esta política impacientaba a las masas. Las masas querían la paz. Y la paz no venía. Las masas querían el reparto de las tierras. Y el reparto de las tierras tampoco venía.
Pero esta impaciencia de las masas campesinas no habría bastado para traer abajo a Kerensky si hubiera sido, efectivamente, sólo impaciencia de las masas campesinas, en vez de ser, también, impaciencia del ejército. La guerra era impopular en Rusia. He explicado ya cómo el gobierno zarista condujo la guerra con mentalidad de guerra relativa, esto es con mentalidad de guerra de ejércitos y no de guerra de naciones; y como, por consiguiente, el gobierno zarista no había sabido captarse la adhesión del pueblo a su empresa militar.
El pueblo y el ejército esperaban que de la revolución saliese la paz. La incapacidad de Kerensky para llegar a la paz, soliviantaba, pues, en contra de su gobierno al ejército, que no sentía, como los otros ejércitos aliados, el mito de la guerra de la Democracia contra la Autocracia, porque la guerra rusa había sido dirigida por la autocracia zarista. El ejército estaba cansado de la guerra, y reclamaba sordamente la paz.
Los bolcheviques orientaron su propaganda en un sentido sagazmente popular. Demandaron la paz inmediata y demandaron el reparto de las tierras. Y le dijeron al proletariado: “Ni una ni otra cosa podrá ser hecha por un gobierno de coalición con la burguesía. Hay que reemplazar este gobierno con un gobierno proletario, con un gobierno obrero, con un gobierno de los partidos de la clase trabajadora. Este gobierno debe ser el gobierno de los Soviets”. Y el grito de combate de los bolcheviques fue: '¡Todo el poder político a los Soviets!'
Los Soviets existieron desde la caída del zarismo. La palabra soviet quiere decir, en ruso, consejo. Victoriosa la Revolución, derrocado el zarismo, el proletariado ruso procedió a la organización de consejos de obreros, campesinos y soldados. Los soviets, los consejos de trabajadores de la tierra y de las fábricas, se agruparon en Soviets locales. Y los Soviets locales crearon un organismo nacional: el Congreso Pan-Ruso de los soviets. Los soviets representaban, pues, íntegramente al proletariado. En los soviets había mencheviques, socialistas revolucionarios, bolcheviques, anarquistas y obreros sin partido.
Kerensky y los socialistas revolucionarios y mencheviques no habían querido que los soviets ejercitaran directa y exclusivamente el poder. Educados en la escuela de la democracia, respetuosos del parlamentarismo, habían querido que ejercitara el poder un ministerio de coalición con los partidos burgueses, con partidos sin base en los soviets. Los órganos del proletariado no eran los órganos de gobierno. Había en Rusia una situación dual. El grito de los bolcheviques: ‘¡Todo el poder político a los Soviets!’, no quería, por tanto, decir: ‘¡Todo el poder político al Partido Maximalista!’.
Quería decir simplemente: ‘¡Todo el poder político al proletariado organizado!’ Los bolcheviques estaban en minoría en los soviets, en los cuales prevalecían los socialistas revolucionarios. Pero su actividad, su dinamismo y su programa les fueron captando cada día mayores afiliados en los soviets de obreros y de soldados. Y pronto los bolcheviques llegaron a ser mayoría en los soviets de la capital y de otros centros industriales.
Kerensky, por consiguiente, no era contrario al advenimiento exclusivo de los bolcheviques al gobierno. Era contrario a que el gobierno pasase a manos del proletariado, dentro de cuyos organismos contaba aún con la mayoría.
Kerensky y sus hombres procedían así porque tenían miedo de la revolución, porque los aterrorizaba la idea de que la revolución fuese llevada a sus extremas consecuencias, a su meta final, y porque comprendían que los bolcheviques, en parte por su valimiento personal, y en parte por su programa que era el programa de las masas, acabarían por conquistar la mayoría en el seno de los soviets.
Bajo la presión de los acontecimientos políticos y las sugestiones de las potencias aliadas, el gobierno de Kerensky cometió una aventura fatal: la ofensiva del 18 de junio contra los austro-alemanes. La ofensiva militar era para Kerensky una carta arriesgada y peligrosa. Pero era, al menos, un diversivo transitorio de la opinión pública.
El gobierno de Kerensky quiso distraer hacia el frente la atención popular. Los bolcheviques impugnaron vigorosamente la ofensiva. Los bolcheviques, como ya he dicho, interpretaban los anhelos de paz de la opinión pública. Además, pensaban que la ofensiva militar entrañaba dos graves peligros para la revolución: si la ofensiva triunfaba, cosa improbable dadas las condiciones del ejército, uniría a la burguesía y a la pequeña burguesía, las fortalecería políticamente, y aislaría al proletariado revolucionario; si la ofensiva fracasaba, cosa casi segura, la ofensiva originaría una completa disolución del ejército, una retirada ruinosa, la pérdida de nuevos territorios y la desilusión del proletariado.
León Trotsky define así en su libro: De la Revolución de Octubre a la Paz de Brest Litovsk, la posición de los bolcheviques ante la ofensiva.
La ofensiva, como se había previsto, tuvo lamentables consecuencias. El ejército ruso sufrió un rudo golpe. El descontento de las masas contra Kerensky, el anhelo de la paz inmediata, se acentuaron y se extendieron. Los bolcheviques iniciaron una violenta campaña de agitación del proletariado.
El gobierno de Kerensky reprimió, sin miramientos, esta campaña de agitación. Muchos bolcheviques fueron arrestados, otros tuvieron que huir y esconderse. Y dentro de esta situación, sobrevino la tentativa reaccionaria del general Kornilov. Empujado por la burguesía que complotaba intensamente contra la Revolución, se rebeló contra Kerensky. Pero su intentona reaccionaria no tuvo eco en los soldados del frente, que deseaban la paz y miraban con hostilidad a los elementos reaccionarios, conocedores de su mentalidad chauvinista y nacionalista.
Y los obreros de Petrogrado insurgieron vigorosamente en defensa de la Revolución. La insurrección de Kornilov abortó completamente, pero sirvió para aumentar la vigilancia revolucionaria de las masas y para robustecer, consecuentemente, a los bolcheviques. Los bolcheviques redoblaron el grito: ‘¡Todo el poder gubernativo a los soviets!’.
Los socialistas revolucionarios y los mencheviques recurrieron entonces, para calmar, para adormecer a las masas, a una maniobra artificiosa: reunieron una conferencia democrática, asamblea mixta de los soviets y de otros organismos autónomos, cuya composición aseguraba la mayoría a Kerensky. De la conferencia democrática salió un soviet democrático. Y este soviet democrático, completado con los representantes de los partidos burgueses aliados de Kerensky, se transformó en Parlamento preliminar. Este Parlamento preliminar debía preceder a la Asamblea Constituyente. A los bolcheviques les tocaron, en el Parlamento preliminar, cincuenta puestos, pero los bolcheviques abandonaron el Parlamento preliminar. Invitaron a los socialistas-revolucionarios de izquierda, a aquellos que condividían las opiniones de Kerensky, a abandonarlo también. Pero los socialistas revolucionarios de izquierda no se decidieron a romper con Kerensky y a unirse a los bolcheviques. La situación se hizo cada vez más agitada. La atmósfera cada vez más inflamable. Veamos cómo se encendió la chispa final.
El soviet de Petrogrado, en defensa de la Revolución, había constituido un Comité Militar Revolucionario, destinado a preservar al ejército de tentativas reaccionarias como las de Kornilov. Este Comité Militar Revolucionario, organismo fundamentalmente revolucionario y proletario, vivía en pugna con el Estado Mayor de Kerensky. Kerensky conspiraba contra su existencia basándose en que no era posible que funcionasen en Petrogrado dos estados mayores.
El gobierno veía en el Comité Revolucionario el futuro foco de la revolución bolchevique. Resolvió entonces tomar una serie de medidas militares que le asegurasen el control militar de Petrogrado. Ordenó el alejamiento de Petrogrado de las tropas adictas al soviet y obedientes al Comité Militar Revolucionario, y la llamada del frente de tropas nuevas. Estas disposiciones desencadenaron la revolución bolchevique.
El 22 de octubre, el Estado Mayor de Kerensky convidó a los cuerpos de la guarnición a enviar, cada uno, dos delegados para acordar el alejamiento de las tropas revoltosas. Los cuerpos de la guarnición respondieron que no obedecerían sino una resolución del Soviet de Petrogrado. Era la declaración explícita de la rebelión.
Algunas tropas, sin embargo, se mostraban aún vacilantes. Los bolcheviques realizaron con eficaz actividad, una rápida propaganda para captarlas a su causa. El gobierno de Kerensky llamó a tropas del frente, estas tropas se pusieron en comunicación con los bolcheviques quienes les ordenaron detener su avance. Y llegó la jornada final.
El 25 de octubre las tropas de Petrogrado rodearon el Palacio de Invierno, refugio del gobierno de Kerensky, y León Trotsky, a nombre del Comité Militar Revolucionario, anunció al Soviet de Petrogrado que el gobierno de Kerensky cesaba de existir y que los poderes políticos pasaban desde ese momento a manos del Comité Revolucionario Militar, en espera de la decisión del Congreso Pan-Ruso de los Soviets.
El 26 de octubre se reunió el Congreso de los Soviets. Lenin y Zinoviev, perseguidos bajo el gobierno de Kerensky, reaparecieron, acogidos por grandes aplausos. Lenin presentó dos proposiciones: la paz y el reparto de las tierras a los campesinos. Las dos fueron instantáneamente aprobadas.
Los bolcheviques invitaron a los socialistas revolucionarios de izquierda a colaborar con ellos en la constitución del nuevo gobierno, pero los socialistas revolucionarios, vacilantes e irresolutos siempre, se excusaron de aceptar. Entonces el Partido Bolchevique asumió íntegramente la responsabilidad del gobierno. El Congreso de los Soviets encargó el poder a un Soviet de Comisarios del Pueblo.
La revolución bolchevique tuvo días de viva inquietud y constante amenaza. Los empleados y funcionarios públicos la sabotearon. Los alumnos de la Escuela Militar se insurreccionaron. Las tropas bolcheviques reprimieron esta insurrección. Kerensky, que había logrado fugar del palacio de gobierno, al frente de los cosacos del General Crasnoff amenazó a Petrogrado, pero los bolcheviques lo derrocaron en Zarskoyeselo. Y Kerensky fugó por segunda vez. Los bolcheviques enviaron mensajeros a todas las provincias comunicando la constitución del nuevo gobierno y la dación de los decretos de paz y de reparto de las tierras.
El telégrafo y los servicios de transporte boicoteaban e incomunicaban. Las tropas del frente permanecieron fieles a ellos porque eran el partido de la paz.
Vino un período de negociaciones entre los Soviets y la Entente. Los Soviets propusieron a la Entente la negociación conjunta de la paz. Estas proposiciones no fueron tomadas en cuenta. Los bolcheviques se vieron obligados a dirigirse separadamente a los alemanes. Se iniciaron las negociaciones de Brest Litovsk. Antes y después de ellas hubo conversaciones entre los representantes diplomáticos de las potencias aliadas y Rusia. Pero fue imposible un acuerdo. Los aliados creían que los bolcheviques no durarían casi en el gobierno. La paz de Brest Litovsk fue inevitable.


Esta es, rápidamente sintetizada, la historia de la Revolución Rusa. Haré al final de este curso de conferencias, la historia de la República de los Soviets, la explicación de la legislación rusa, el estudio de las instituciones rusas, el análisis de la política sovietista. Conforme al programa del curso, que como ya he dicho agrupa los acontecimientos con cierta arbitrariedad, pero permite su mejor comprensión global, en la próxima conferencia hablaré de la Revolución Alemana. Y llegaremos así a otro episodio sustancial, a otro capítulo primario, de la historia de la crisis mundial que es la historia de la descomposición, y de la decadencia o del ocaso de la orgullosa civilización capitalista.

José Carlos Mariátegui La Chira

La crisis mundial y el proletariado peruano [Manuscrito]

Transcripción de la Primera Conferencia

[Primera Conferencia]
La crisis mundial y el proletariado peruano

En esta conferencia —llamémosla conversación mas bien que conferencia— voy a limitarme a exponer el programa del curso al mismo tiempo que algunas consideraciones sobre la necesidad de difundir en el proletariado el conocimiento de la crisis mundial. En el Perú falta, por desgracia, una prensa decente que siga con atención, con inteligencia y con filiación ideológica el desarrollo de esta gran crisis; faltan, así mismo, maestros universitarios, del tipo de José Ingenieros, capaces de apasionarse por las ideas de renovación que actualmente transforman el mundo y de liberarse de la influencia. y de los prejuicios de una cultura y de una educación conservadoras y burguesas; faltan grupos socialistas y sindicalistas, dueños de instrumentos propios de cultura popular, y en aptitud, por tanto, de interesar al pueblo por el estudio de la crisis. La única cátedra de educación popular, con espíritu revolucionario, es esta cátedra en formación de la Universidad Popular. A ella le toca, por consiguiente, superando el modesto plano de su labor inicial, presentar al pueblo la realidad contemporánea, explicar al pueblo que está viviendo una de las horas más trascendentales y grandes de la historia, contagiar al pueblo de la fecunda inquietud que agita actualmente a los demás pueblos civilizados del mundo.

En esta gran crisis contemporánea el proletariado no es un espectador; es un actor. Se va a resolver en ella la suerte del proletariado mundial. De ella va a surgir, según todas las probabilidades y según todas las provisiones, la civilización proletaria, la civilización socialista, destinada a suceder a la declinante, a la decadente a la moribunda civilización capitalista, individualista y burguesa. El proletariado necesita, ahora como nunca, saber lo que pasa en el mundo. Y no puedo saberlo a través de las informaciones fragmentarias, episódicas, homeopáticas del cable cotidiano, mal traducidas y peor redactadas en la mayoría de los casos, y provenientes siempre de agencias reaccionarias, encargadas de desacreditar a los partidos, a las organizaciones y a los hombres de la revolución y de desalentar y desorientar al proletariado mundial.

En la crisis europea se están jugando los destinos de todos los trabajadores del mundo. El desarrollo de la crisis debe interesar, pues, por igual, a los trabajadores del Perú que a los trabajadores del Extremo Oriente. La crisis tiene como teatro principal Europa; pero la crisis de las instituciones europeas es la crisis de la civilización occidental. Y el Perú, como los demás pueblos de América, gira dentro de la órbita de esta civilización, no solo porque se trata de países políticamente independientes, pero económicamente coloniales, ligados al carro del capitalismo británico, del capitalismo americano o del capitalismo francés sino porque europea es nuestra cultura, europeo es el tipo de nuestras instituciones. Y son precisamente, estas instituciones democráticas, que nosotros copiamos de Europa, esta cultura, que nosotros copiamos de Europa también, las que en Europa están en un periodo de crisis definitiva, de crisis total. Sobre todo, la civilización capitalista ha internacionalizado la vida de la humanidad; ha creado entre todos los pueblos lazos materiales que establecen entre ellos una solidaridad inevitable. El internacionalismo no es solo un ideal; es una realidad histórica. El progreso hace que los intereses, las ideas, las costumbres, los regímenes de los pueblos se unifiquen y se confundan. El Perú, como los demás pueblos americanos, no está, por tanto, fuera de la crisis está dentro de ella. La crisis mundial ha repercutido ya en estos pueblos. Y, por supuesto, seguirá repercutiendo. Un periodo de reacción en Europa será también un periodo de reacción en América. Un periodo de revolución en Europa será un periodo de revolución en América. Hace más de un siglo, cuando la vida de la humanidad no era tan solidaria como hoy, cuando no existían los medios de comunicación que hoy existen, cuando las naciones no tenían el contacto inmediato y constante que hoy tienen, cuando no había prensa, cuando éramos aun espectadores lejanos de los acontecimientos europeos, la Revolución Francesa dio origen a la Guerra de la Independencia y al surgimiento de todas estas repúblicas. Este recuerdo basta para que nos demos de la rapidez con que la transformación de la sociedad europea se reflejará en las sociedades americanas. Aquellos que dicen que el Perú, y América en general, viven muy distantes de la revolución europea, no tienen noción de la vida contemporánea, ni tienen una comprensión, aproximada siquiera, de la historia. Esa gente se sorprende de que lleguen al Perú los ideales más avanzados de Europa; pero no se sorprende en cambio de que lleguen el aeroplano, el transatlántico, el telégrafo sin hilos, el radio; todas las expresiones más avanzadas, en fin, del progreso material de Europa. La misma razón para ignorar el movimiento socialista habría para ignorar, por ejemplo, la teoría de la relatividad de Einstein. Y estoy seguro de que al más reaccionario de nuestros intelectuales, -casi todos son impermeablemente reaccionarios- no se ocurrirá que debe ser proscrita del estudio y la vulgarización la nueva física, de la cual Einstein es el más eminente y máximo representante.

Y si el proletariado, en general, tiene necesidad de enterarse de los grandes aspectos de la crisis mundial, esta necesidad es aún mayor en aquella parte del proletariado, socialista, laborista, sindicalista o libertaria que constituye su vanguardia; en aquella parte de proletariado más combativa y consciente, más luchadora y preparada; en aquella parte del proletariado encargada de la dirección de las grandes acciones proletarias; en aquella parte del proletariado a la que toca el rol histórico de representar al proletariado peruano en el presente instante social; en aquella parte del proletariado, en una palabra, que cualquiera que sea su credo particular, tiene conciencia de clase, tiene conciencia revolucionaria. Yo dedico, sobre todo, mis disertaciones, a esta vanguardia del proletariado peruano. Nadie más que los grupos proletarios de vanguardia necesitan estudiar la crisis mundial. Yo no tengo la pretensión de venir a esta tribuna libre de una universidad libre a enseñarles la historia de esa crisis mundial, sino a estudiarla yo mismo con ellos. Yo no os enseño, compañeros, desde esta tribuna, la historia de la crisis mundial; yo la estudio con vosotros. Yo no tengo en este estudio sino el mérito modestísimo de aportar a él las observaciones personales de tres y medio años de vida europea, o sea de los tres y medio años culminantes de la crisis, y los ecos del pensamiento europeo contemporáneo.
Yo invito muy especialmente a la vanguardia del proletariado a estudiar conmigo el proceso de la crisis mundial por varias razones trascendentales. Voy a enumerarlas sumariamente. La primera razón es que la preparación revolucionaria, la cultura revolucionaria, la orientación revolucionaria de esa vanguardia proletaria, se ha formado a base de la literatura socialista, sindicalista y anarquista anterior a la guerra europea. O anterior por lo menos al período culminante de la crisis. Libros socialistas, sindicalistas, libertarios, de vieja data, son los que, generalmente, circulan entre nosotros. Aquí se conoce un poco la literatura clásica del socialismo y del sindicalismo; no se conoce [a] ña [nueva] literatura [revolucionaria].

La cultura revolucionaria es aquí una cultura clásica, además de ser, como vosotros, compañeros, lo sabéis muy bien, una cultura muy incipiente, muy inorgánica, muy desordenada, muy incompleta. Ahora bien, toda esa literatura socialista y sindicalista anterior a la guerra, está en revisión. Y esta revisión no es una revisión impuesta por el capricho de los teóricos, sino por la fuerza de los hechos. Esa literatura, por consiguiente, no puede ser usada hoy sin beneficio de inventario. No se trata, naturalmente, de que no siga siendo exacta en sus principios, en sus bases, en todo lo que hay en ella de ideal y de eterno; sino que ha dejado de ser exacta, muchas veces, en sus inspiraciones tácticas, en sus consideraciones históricas, en todo lo que significa acción, procedimiento, medio de lucha. La meta de los trabajadores sigue siendo la misma; lo que ha cambiado, necesariamente, a causa de los últimos acontecimientos históricos, son los caminos elegidos para arribar, o para aproximarse siquiera, a esa meta ideal. De aquí que el estudio de estos acontecimientos históricos, y de su trascendencia, resulte indispensable para los trabajadores militantes en las organizaciones clasistas.

Vosotros sabéis, compañeros, que las fuerzas proletarias europeas se hallan divididas en dos grandes bandos: reformistas y revolucionarios. Hay una Internacional Obrera reformista, colaboracionista, evolucionista y otra Internacional Obrera maximalista, anticolaboracionista, revolucionaria. Entre una y otra ha tratado de surgir una Internacional intermedia. Pero que ha concluido por hacer causa común con la primera contra la segunda. En uno y otro bando hay diversos matices; pero los bandos son neta e inconfundiblemente sólo dos. El bando de los que quieren realizar el socialismo colaborando políticamente con la burguesía; y el bando de los que quieren realizar el socialismo conquistando íntegramente para el proletariado el poder político. Y bien, la existencia de estos dos bandos proviene de la existencia de dos concepciones diferentes, de dos concepciones opuestas, de dos concepciones antitéticas del actual momento histórico. Una parte del proletariado cree que el momento no es revolucionario; que la burguesía no ha agotado aún su función histórica; que, por el contrario, la burguesía es todavía bastante fuerte para conservar el poder político; que no ha llegado, en suma, la hora de la revolución social. La otra parte del proletariado cree que el actual momento histórico es revolucionario; que la burguesía es incapaz de reconstruir la riqueza social destruida por la guerra e incapaz, por tanto, de solucionar los problemas de la paz; que la guerra ha originado una crisis cuya solución no puede ser sino una solución proletaria, una solución socialista; y que con la Revolución Rusa ha comenzado la revolución social.

Hay, pues, dos ejércitos proletarios porque hay en el proletariado dos concepciones opuestas del momento histórico, dos interpretaciones distintas de la crisis mundial. La fuerza numérica de uno y otro ejército proletario depende de que los acontecimientos parezcan o no confirmar su respectiva concepción histórica. Es por esto que los pensadores, los teóricos, los hombres de estudio de uno y otro ejército proletario, se esfuerzan, sobre todo, en ahondar el sentido de la crisis, en comprender su carácter, en descubrir su significación.

Antes de la guerra, dos tendencias se dividían el predominio en el proletariado: la tendencia socialista y la tendencia sindicalista. La tendencia socialista era, dominantemente, reformista, social-democrática, colaboracionista. Los socialistas pensaban que la hora de la revolución social estaba lejana y luchaban por la conquista gradual a través de la acción legalitaria y de la colaboración gubernamental o, por lo menos, legislativa. Esta acción política debilitó en algunos países excesivamente la voluntad y el espíritu revolucionarios del socialismo. El socialismo se aburguesó considerablemente. Como reacción contra este aburguesamiento del socialismo, tuvimos al sindicalismo.

El sindicalismo opuso a la acción política de los partidos socialistas la acción directa de los sindicatos. En el socialismo [sindicalismo] se refugiaron los espíritus más revolucionarios y más intransigentes del proletariado. Pero también el sindicalismo resultó, en el fondo, un tanto colaboracionista y reformístico. También el sindicalismo estaba dominado por una burocracia sindical sin verdadera psicología revolucionaria. Y sindicalismo y socialismo se mostraban más o menos solidarios y mancomunados en algunos países, como Italia, donde el Partido Socialista no participaba en el gobierno y se mantenía fiel a otros principios formales de independencia. Como sea, las tendencias, más [o] menos beligerantes o más [o] menos próximas, según las naciones, eran dos: sindicalistas y socialistas. A este período de la lucha social corresponde casi íntegramente la literatura revolucionaria de que se ha nutrido la mentalidad de nuestros proletarios dirigentes.

Pero, después de la guerra, la situación ha cambiado. El campo proletario, como acabamos de recordar, no está ya dividido en socialistas y sindicalistas; sino en reformistas y revolucionarios. Hemos asistido primero a una escisión, a una división en el campo socialista. Una parte del socialismo se ha afirmado en su orientación social-democrática, colaboracionista; la otra parte ha seguido una orientación anti-colaboracionista, revolucionaria. Y esta parte del socialismo es la que, para diferenciarse netamente de la primera, ha adoptado el nombre de comunismo. La división se ha producido, también, en la misma forma en el campo sindicalista. Una parte de los sindicatos apoya a los social-democráticos; la otra parte apoya a los comunistas. El aspecto de la lucha social europea ha mudado, por tanto, radicalmente. Hemos visto a muchos sindicalistas intransigentes de antes de la guerra tomar rumbo hacia el reformismo. Hemos visto, en cambio, a otros seguir al comunismo. Y entre éstos, se ha contado, nada menos, como en una conversación lo recordaba no hace mucho el compañero Fonkén, el más grande y más ilustre teórico del sindicalismo: el francés Georges Sorel. Sorel, cuya muerte ha sido un luto amargo para el proletariado y para la intelectualidad de Francia, dio toda su adhesión a la Revolución Rusa y a los hombres de la Revolución Rusa.

Aquí, como en Europa, los proletarios tienen, pues, que dividirse no en sindicalistas y socialistas —clasificación anacrónica— sino en colaboracionistas y anti-colaboracionistas en reformistas y maximalistas. Pero para que esta clasificación se produzca con nitidez, con coherencia, es indispensable que el proletariado conozca y comprenda en sus grandes lineamientos, la gran crisis contemporánea. De otra manera, el confusionismo es inevitable.

Yo participo de la opinión de los que creen que la humanidad vive un período revolucionario. Y estoy convencido del próximo ocaso de todas las tesis social-democráticas, de todas las tesis reformistas, de todas las tesis evolucionistas.
Antes de la guerra, estas tesis eran explicables, porque correspondían a condiciones históricas diferentes. El capitalismo estaba en su apogeo. La producción era superabundante. El capitalismo podía permitirse el lujo de hacer sucesivas concesiones económicas al proletariado. Y sus márgenes de utilidad eran tales que fue posible la formación de una numerosa clase media, de una numerosa pequeña-burguesía que gozaba de un tenor de vida cómodo y confortable. El obrero europeo ganaba lo bastante para comer discretamente y en algunas naciones, como Inglaterra y Alemania, le era dado satisfacer algunas necesidades del espíritu. No había, pues, ambiente para la revolución. Después de la guerra, todo ha cambiado. La riqueza social europea ha sido, en gran parte, destruida. El capitalismo, responsable de la guerra, necesita reconstruir esa riqueza a costa del proletariado. Y quiere, por tanto, que los socialistas colaboren en el gobierno, para fortalecer las instituciones democráticas; pero no para progresar en el camino de las realizaciones socialistas. Antes, los socialistas colaboraban para mejorar, paulatinamente, las condiciones de vida de los trabajadores. Ahora colaborarían para renunciar a toda conquista proletaria. La burguesía para reconstruir a Europa necesita que el proletariado se avenga a producir más y consumir menos. Y el proletariado se resiste a una y otra cosa y se dice a sí mismo que no vale la pena consolidar en el poder a una clase social culpable de la guerra y destinada, fatalmente, a conducir a la humanidad a una guerra más cruenta todavía. Las condiciones de una colaboración de la burguesía con el proletariado son, por su naturaleza, tales que el colaboricionismo tiene, necesariamente, que perder, poco a poco, su actual numeroso proselitismo.

El capitalismo no puede hacer concesiones al socialismo. A los Estados europeos para reconstruirse les precisa un régimen de rigurosa economía fiscal, el aumento de las horas de trabajo, la disminución de los salarios, en una palabra, el restablecimiento de conceptos y de métodos económicos abolidos en homenaje a la voluntad proletaria. El proletariado no puede, lógicamente, consentir este retroceso. No puede ni quiere consentirle. Toda posibilidad de reconstrucción de la economía capitalista está, pues, eliminada. Esta es la tragedia de la Europa actual. La reacción va cancelando en los países de Europa las concesiones económicas hechas al socialismo; pero, mientras de un lado, esta política reaccionaria no puede ser lo suficientemente enérgica ni eficaz para restablecer la desangrada riqueza pública, de otro lado, contra esta política reaccionaria, se prepara, lentamente, el frente único del proletariado. Temerosa a la revolución, la reacción cancela, por esto, no sólo las conquistas económicas de las masas, sino que atenta también contra las conquistas políticas. Asistimos, así, en Italia a la dictadura fascista. Pero la burguesía socava y mina y hiere así de muerte a las instituciones democráticas. Y pierde toda su fuerza moral y todo su prestigio ideológico.

Por otra parte, en el orden de las relaciones internacionales, la reacción pone la política externa en manos de las minorías nacionalistas y antidemocráticas. Y estas minorías nacionalistas saturan de chauvinismo esa política externa. E impiden, con sus orientaciones imperialistas, con su lucha por la hegemonía europea, el restablecimiento de una atmósfera de solidaridad europea, que consienta a los Estados entenderse acerca de un programa de cooperación y de trabajo. La obra de ese nacionalismo, de ese reaccionarismo, la tenemos a la vista en la ocupación del Ruhr.

La crisis mundial es, pues, crisis económica y crisis política. Y es, además, sobre todo, crisis ideológica. Las filosofías afirmativas, positivistas, de la sociedad burguesa, están, desde hace mucho tiempo, minadas por una corriente de escepticismo, de relativismo. El racionalismo, el historicismo, el positivismo, declinan irremediablemente. Este es, indudablemente, el aspecto más hondo, el síntoma más grave de la crisis. Este es el indicio más definido y profundo de que no está en crisis únicamente la economía de la sociedad burguesa, sino de que está en crisis integralmente la civilización capitalista, la civilización occidental, la civilización europea.

Ahora bien. Los ideológos de la Revolución Social, Marx y Bakounine, Engels y Kropotkine, vivieron en la época de apogeo de la civilización capitalista y de la filosofía historicista y positivista. Por consiguiente, no pudieron prever que la ascensión del proletariado tendría que producirse en virtud de la decadencia de la civilización occidental. Al proletariado le estaba destinado crear un tipo nuevo de civilización y cultura. La ruina económica de la burguesía iba a ser al mismo tiempo la ruina de la civilización burguesa. Y que el socialismo iba a encontrarse en la necesidad de gobernar no en una época de plenitud, de riqueza y de plétora, sino en una época de pobreza, de miseria y de escasez. Los socialistas reformistas, acostumbrados a la idea de que el régimen socialista más que un régimen de producción lo es de distribución, creen ver en esto el síntoma de que la misión histórica de la burguesía no está agotada y de que el instante no está aún maduro para la realización socialista. En un reportaje a “La Crónica” yo recordaba aquellas frases de que la tragedia de Europa es ésta: el capitalismo no puede más y el socialismo no puede todavía. Esa frase que da la sensación, efectivamente, de la tragedia europea, es la frase de un reformista, es una frase saturada de mentalidad evolucionista, e impregnada de la concepción de un paso lento, gradual y beatífico, sin convulsiones y sin sacudidas, de la sociedad individualista a la sociedad colectiva. Y la historia nos enseña que todo nuevo estado social se ha formado sobre las ruinas del estado social precedente. Y que entre el surgimiento del uno y el derrumbamiento [del otro ha habido, lógicamente, un período intermedio de crisis. Presenciamos la disgregación, la agonía de una sociedad caduca, senil, decrépita; y, al mismo tiempo, presenciamos la gestación, la formación, la elaboración lenta e inquieta de la sociedad nueva. Todos los hombres, a los cuales, una sincera filiación ideológica nos vincula a la sociedad nueva y nos separa de la sociedad vieja, debemos fijar hondamente la mirada en este período trascendental, agitado e intenso de la historia humana.]

José Carlos Mariátegui La Chira

Moral de productores y lucha socialista [Recorte de prensa]

Moral de productores y lucha socialista

Cuando Henri de Man, reclamando al socialismo un contenido ético, se esfuerza en demostrar que el interés de clase no puede ser por si solo motor suficiente de un orden nuevo, no va absolutamente “más allá del marxismo”, ni repara en cosas que no hayan sido ya advertidas por la crítica revolucionaria. Su revisionismo ataca al sindicalismo reformista, en cuya práctica el interés de ciase se contenta con la satisfacción de limitadas aspiraciones materiales.

Una moral de productores, como la concibe Sorel, como la concebía Kautsky, no surge mecánicamente del interés económico: se forma en la lucha de clase, librada con ánimo heroico, con voluntad apasionada. Es absurdo buscar el sentimiento ético del socialismo en los sindicatos aburguesados, en los cuales una burocracia domesticada ha enervado la consciencia de clase,— o en los grupos parlamentarias, espiritualmente asimilados al enemigo que combaten con discursos y mociones. Henri de Man dice algo perfectamente ocioso cuando afirma: “El interés de clase no lo plica todo. No crea móviles éticos”. Estas constataciones pueden impresionar a cierto género de intelectuales novecentistas que, ignorando clamorosamente el pensamiento marxista, ignorando la historia de la lucha de clases, se imaginan fácilmente, como Henri de Man, rebasar los límites de Marx y su escuela.

La ética del socialismo se forja en la lucha de clase. Para que el proletariado cumpla, en el progreso moral de la humanidad, su misión histórica, es necesaria que adquiera consciencia previa de sus interés de clase; pero el interés de clase, por si solo, no basta. Mucho antes que Henri de Man, los marxistas lo han entendido y sentido perfectamente. De aquí, precisamente, arrancan su acérrimas críticas contra el reformismo poltrón. “Sin teoría revolucionaria, no hay acción revolucionaria”, repetía Lenin, aludiendo a la tendencia amarilla a olvidar el finalismo revolucionario por entender solo a las circunstancias presentes.

La lucha por el socialismo, eleva a los obreros, que con extrema energía y absoluta convicción toman parte en ella, a un ascetismo, al cual es totalmente ridículo echar en cara su credo materialista, en el nombre de una moral de teorizantes y filósofos. Luc Durtain, después de visitar una escuela soviética, preguntaba si no podría encontrar en Rusia una escuela laica, a tal punto le parecía religiosa la enseñanza marxista. El materialista, si profesa y sirve su fe religiosamente, solo por una convención del lenguaje puede ser opuesto o distinguido del idealista. Ya Unamuno, tocando otro aspecto de la oposición entre idealismo y materialismo, ha dicho que “como eso de la materia no es para nosotros más que una idea, el materialismo es idealismo”.

El trabajador, indiferente a la lucha de clase, contento con su tenor de vida, satisfecho de su bienestar material, podrá llegar a una mediocre moral burguesa, pero no alcanzará jamás a elevarse a una ética socialista. Y es una impostura pretender que Marx quería señalar al obrero de su trabajo, privarlo de cuanto espiritualmente lo une a su oficio, para que se adueñase mejor de él el demonio de la lucha de clase. Esta conjetura solo es concebible en quienes se atienen a las especulaciones de marxistas como Lafargue, el apologista del derecho a la pereza.

La usina, la fábrica, actúan en el trabajador psíquica y mentalmente. El sindicato, la lucha de clase, continúan y completan el trabajo de educación que ahí empieza. “La fábrica —apunta Gobetti— da la precisa visión de la coexistencia de los intereses sociales: la solidaridad del trabajo. El individuo se habitúa a sentirse parte de un proceso productivo, parte indispensable en el mismo modo que es insuficiente. He aquí la más perfecta escuela de orgullo y humildad. Recordaré siempre la impresión que tuve de los obreros, cuando me ocurrió visitar las usinas de la Fiat, uno de los pocos establecimientos anglosajones, modernos, capitalistas, que existen en Italia. Sentía en ellos una actitud de dominio, una seguridad sin pose, un desprecio por toda suerte de dilettantismo. Quien vive en una fábrica, tiene la dignidad del trabajo, el hábito al sacrificio y a la fatiga. Un ritmo de vida que se funda severamente en el sentido de tolerancia y de interdependencia, que habitúa a la puntualidad, al rigor, a la continuidad. Estas virtudes del capitalismo, se resienten de un ascetismo casi árido; pero en cambio el sufrimiento contenido alimenta con la exasperación el coraje de la lucha y el instinto de la defensa política. La madurez anglo-sajona, la capacidad de creer en ideologías precisas, de afrontar los peligros por hacerlas prevalecer, la voluntad rígida de practicar dignamente la lucha política nacen de este noviciado, que significa la más grande revolución sobrevenida después del Cristianismo”. En este ambiente severo, de persistencia, de esfuerzo, de tenacidad, se han templado las energías del socialismo europeo que, aún en los países donde el reformismo parlamentario prevalece sobre las nasas, ofrece a los indo-americanos un ejemplo de continuidad y de duración. Cien derrotas han sufrido en esos países los partidos socialistas, las masas sindicales. Sin embargo; cada nuevo año, la elección, la protesta, una movilización cualquiera, ordinaria o extraordinaria, las encuentra siempre acrecidas y obstinadas.

Si el socialismo no debiera realizarse como orden social, bastaría esta obra formidable de educación y elevación para justificarlo en la historia. El propio de Man admite este concepto al decir, aunque con distinta intención, que “lo esencial en el socialismo es la lucha por él”, frase que recuerda mucho aquellas en que Berstein aconsejaba a los socialistas preocuparse del movimiento y no del fin, diciendo según Sorel una cosa mucho más filosófica de lo que el líder revisionista pensaba.

De Man no ignora la función pedagógica y espiritual del sindicato y la fábrica, aunque su experiencia sea mediocremente social-democrática. “Las organizaciones sindicales — observa— contribuyen, mucho más de lo que suponen la mayor parte de los trabajadores y casi todos los patronos, a estrechar los lazos que unen al obrero el trabajo. Obtienen este resultado casi sin saberlo, procurando sostener la aptitud profesional y desarrollar la enseñanza industrial, al organizar el derecho de inspección de los obreros y democratizar la disciplina del taller por el sistema de delegados y secciones, etc. De este modo prestan al obrero un servicio mucho menos problemático, considerándolo como ciudadano de una ciudad futura, que buscando el remedio en la desaparición de todas las relaciones psíquicas entre el obrero y el medio ambiente del taller”. Pero el neo-revisionista belga, no obstante sus alardes idealistas', encuentra la ventaja y el mérito de éste en el creciente apego del obrero a este bienestar material y en la medida en que hace de él un filisteo. ¡Paradojas del idealismo pequeño-burgués!

José Carlos Mariátegui

José Carlos Mariátegui La Chira

El gabinete Briand, condenado. El segundo Congreso Mundial de la Liga contra el Imperialismo. La amenaza guerrera en la Manchuria [Recorte de Prensa]

El gabinete Briand, condenado

No va a tener larga vida, según parece, el gabinete que preside Aristides Briand. Desde su aparición, era fácil advertir su fisionomía de gobierno interino. En el ministerio del gobierno, Tardieu, fiduciario de las derechas, es un líder de la burguesía, que aguarda su hora. Pero Briand extraía una de sus mayores fuerzas de su identificación con la política internacional francesa de los últimos años. Por algún tiempo todavía, el estilo diplomático de Briand parecía destinado a cierta fortuna en el juego de las grandes asambleas internacionales. Estas asambleas no son sino un gran parlamento. Y a ellas traslada Briand, parlamentario nato, su arte de gran estratega del Palacio de Borbón.
Pero Briand no ha podido regresar de la Conferencia de las Reparaciones de La Haya con el Plan Young aprobado por los gobiernos del comité de expertos. El gobierno británico ha exigido y ha obtenido concesiones imprevistas. La racha de éxitos internacionales del elocuente líder ha terminado. Y en la asamblea de la Sociedad de las Naciones, sus brindis por la constitución de los Estados Unidos de Europa han sido escuchados esta vez con menos complacencia que otras veces. La Gran Bretaña marca visiblemente el compás de las deliberaciones de la Liga, a donde llega resentido el prestigio del negociador de Locarno.
Los telegramas de París del 9 anuncian los aprestos de los grupos socialista y radical-socialista para combatir a Briand. Si los radicales, le niegan compactamente sus votos en la próxima jornada parlamentaria, Briand, a quien no faltan, por otro lado opositores en otros sectores de la burguesía, no podrá conservar el poder. Se dice que los socialistas se prestarían esta vez a un experimento de participación directa en el gobierno. Por lo menos, Paul Boncour, que aspira sin duda a reemplazar a Briand en la escena internacional, empuja activamente a su partido por esta vía. Antes, el partido socialista francés, como es sabido, se había contentado con una política de apoyo parlamentario.
Este es el peligro de izquierda para el gabinete Briand. La amenaza de derecha es interna. Se incuba dentro del aleatorio bloque parlamentario en que este ministerio descansa. André Tardieu, ministro del interior, asegura no tener prisa de ocupar la presidencia del consejo. Dirigiendo una política de encarnizada represión del movimiento comunista, hace méritos para este puesto. Cuenta ya con la confianza de la mayor parte de la gente conservadora. Pero no quiere manifestarse impaciente.
Briand está habituado a sortear los riesgos de las más tormentosas estaciones parlamentarias. No es imposible que dome en una o más votaciones algunos humores beligerantes, en la proporción indispensable para salvar su mayoría. Mas, de toda suerte, no es probable que consiga otra cosa que una prórroga precaria de su interinidad.

Segundo Congreso Mundial de la Liga contra el imperialismo

En Bruselas se reunió hace tres años, el primer Congreso Anti-imperialista Mundial. Las principales fuerzas anti-imperialistas estuvieron representadas en esa asamblea, que saludó con esperanza las banderas del Kuo Ming Tang, en lucha contra la feudalidad china, aliada de los imperialismos que oprimen a su patria. De entonces a hoy, la Liga contra el Imperialismo y por la independencia Nacional ha crecido en fuerza y ha ganado en experiencia y organización. Pero la esperanza en el Kuo Ming Tang se ha desvanecido completamente. El gobierno nacionalista de Nanking no es hoy sino un instrumento del imperialismo. Los representantes más genuinos e ilustres del antiguo Kuo-Ming-Tang -la viuda de Sun Yat Sen y el ex-canciller Eugenio Chen,- están en el destierro. Ellos han representado, en el Segundo Congreso anti-imperialista Mundial, celebrado en Francfort hace cinco semanas, a la China revolucionaria.
Las agencias cablegráficas norte-americanas, tan pródigas en detalles de cualquier peripecia de Lindbergh, tan atentas al más leve romadizo de Clemenceau, no han trasmitido casi absolutamente nada del desarrollo de este congreso. El anti-imperialismo no puede aspirar a los favores del cable. El Segundo Congreso Anti-imperialista Mundial, ha sido sin embargo un acontecimiento seguido con interés y ansiedad por las masas de los cinco continentes.
Mr. Kellogg estaría dispuesto a calificarlo en un discurso como una maquinación de Moscú. Su sucesor, si se ofrece, no se abstendrá de usar el mismo lenguaje. Pero quien pase los ojos por el elenco de las organizaciones y personalidades internacionales que han asistido a este Congreso, se dará cuenta de que ninguna afirmación sería tan falsa y arbitraria como esta. Entre los ponentes del Congreso, han figurado James Maxton, presidente del Indépendant Labour Party, y A. G. Cook, secretario general de la Federación de mineros ingleses, a quien no han ahorrado ataques los portavoces de la Tercera Internacional. Todos los grandes movimientos anti-imperialistas de masas, han estado representados en el Congreso de Francfort. El Congreso Nacional Pan-hindú; la Confederación Sindical Pan-hindú, el Partido Obrero y Campesino Pan-hindú, el Partido Socialista Persa, el Congreso Nacional Africano, la Confederación Sindical Sud-africana, el Sindicato de trabajadores negros de los Estados Unidos, la Liga Anti-Imperialista de las Américas, la Liga Nacional Campesina y todas las principales federaciones obreras de México, la Confederación de Sindicatos Rusos y otras grandes organizaciones, dan autoridad incontestable a los acuerdos del Congreso. Entre las personalidades adherentes, hay que citar, además de Maxton y Cook, de la viuda de Sun Yat Sen y de Eugenio Chen, a Henri Barbusse y León Vernochet, a Saklatvala y Roger Badwín, a Diego Ribera y Sen Katayama, al profesor Alfonos Goldschmidt y la doctora Helena Stoecker, a Ernst Toller y Alfonso Paquet.
Empiezan a llegar, por correo, las informaciones sobre los trabajos de esta gran asamblea mundial, destinada a ejercer decisiva influencia en el proceso de la lucha, de emancipación de los pueblos coloniales, de las minorías oprimidas y en general de los países explotados por el imperialismo. Ninguna gran organización anti-imperialista ha estado ausente de esta Conferencia.

La amenaza guerrera en la Manchuria

La situación en la Manchuria, después de un instante en que las negociaciones entre la U.R.S.S. y la China parecían haberse situado en un terreno favorable, se ha ensombrecido nuevamente. Al gobierno de Nanking, aún admitiendo que esté sinceramente dispuesto a evitar la guerra, le es muy difícil imponer su autoridad en la Manchuria, regida por un gobierno propio a esta administración, sobre la que actúan más activamente si cabe la de Nanking las instigaciones imperialistas, le es a su turno casi imposible controlar a las bandas de rusos blancos y de chinos mercenarios, a sueldo de los enemigos de la U.R.S.S. Estas bandas tienen el rol de bandas provocadoras. Su misión es crear, por sucesivos choques de fronteras, un estado de guerra. Hasta ahora, trabajan con bastante éxito. El gobierno de los Soviets ha exigido, como elemental condición de restablecimiento de relaciones de paz, el desarme o la internación de estas bandas; pero el gobierno de Mukden no es capaz de poner en ejecución esta medida. No es un misterio el que el capitalismo yanqui codicia el Ferrocarril Oriental. La posibilidad de que se restablezca la administración ruso-china, mediante un arreglo que ratifique el tratado de 1924, contraría gravemente sus planes. Los intereses imperialistas se entrecruzan complicadamente en la Manchuria. Coinciden en la ofensiva contra la U.R.S.S. Pero el Japón, seguramente, prefiere que el Ferrocarril de Oriente continúe controlado por Rusia. Si la China adquiriese totalmente su propiedad, en virtud de una operación financiada por los banqueros, la concurrencia de los Estados Unidos en la Manchuria ganaría una gran posición.
Los Soviets, por razones obvias, necesitan la paz. Su preparación bélica es eficiente y moderna; pero una guerra comprometería el desenvolvimiento del plan de construcción económica en que están empeñados. La guerra retrasaría enormemente la consolidación de la economía socialista rusa. Este interés no puede llevarlos, sin embargo, a la renuncia de sus derechos en la Manchuria ni a la tolerancia de los ultrajes chinos. Los agentes provocadores, a órdenes del imperialismo, saben bien esto. Y, por eso, no cejan en el empeño de crear entre rusos y chinos una irremediable situación bélica.

José Carlos Mariátegui.

José Carlos Mariátegui La Chira

La reacción austriaca. La expulsión de Eduardo Ortega y Gasset. Mac Donald en Washington [Manuscrito]

La reacción austriaca
Las brigadas de la Heinmwehr no han realizado el 29 de setiembre su amenazada marcha a Viena; pero, con la anuencia de los nacionalistas y de los social-cristianos, se ha instalado en la presidencia del consejo Schober, el jefe de las fuerzas de policía. Los reaccionarios se han abstenido de cumplir una operación riesgosa para sus fanfarronas milicias; pero la reacción ha afirmado sus posiciones. La marcha a Viena habría provocado a la lucha al proletariado vienés, alerta y resuelto contra la ofensiva fascista, a despecho de la pasividad de la burocracia social-demócrata. La maniobra que, después de una inocua crisis ministerial, arreglada en familia, ha colocado el gobierno en manos de Schober, consiente a la reacción obtener casi los mismos objetivos, con enorme ahorro de energías y esfuerzos.
Los partidos revolucionarios austriacos no perdonan a Viena su mayoría proletaria y socialista. La agitación fascista en Austria, se ha alimentado, en parte, del resentimiento de la campiña y del burgo conservadores contra la urbe industrial y obrera. Las facciones burguesas se sentían y sabían demasiado débiles en la capital para la victoria contra el proletariado. En plena creciente reaccionaria, los socialistas izaban la bandera de su partido en el palacio municipal de Viena. El fascismo italiano se proclama ruralista y provincial; la declamación contra la urbe es una de sus más caras actitudes retóricas. El fascismo austriaco, desprovisto de toda originalidad, se esmera en el plagio más vulgar de esta fraseología ultramontana. La marcha a Viena, bajo este aspecto, tendría el sentido de una revancha del agro retrógrado contra la urbe inquiera y moderna.
Schober, según el cable, se propone encuadrar dentro de la legalidad el movimiento de la Heimwehr. Va a hacer un gobierno fascista, que no usará el lenguaje estridente ni los modales excesivos y chocantes de los camisas negras, sino, más bien, los métodos policiales de André Tardieu y el prefecto del Sena. Con una u otra etiqueta, régimen reaccionario siempre.
Se sabe ya a donde se dirige la política reaccionaria y burguesa de Austria, pero se sabe menos hasta qué punto llegará el pacifismo del partido socialista, en su trabajo de frenar y anestesiar a las masas proletarias.

La expulsión de Eduardo Ortega y Gasset
El reaccionarismo de Tardieu no se manifiesta únicamente en la extrema movilización de sus políticas y tribunales contra “L’Humanité”, la CGTU y el partido comunista. Tiene otras expresiones secundarias, de más aguda resonancia quizá en el extranjero, por la nacionalidad de las víctimas. A este número pertenece la expulsión de Hendaya del político y escritor liberal Eduardo Ortega y Gasset.
La presencia de Eduardo Ortega y Gasset en Hendaya, como la de Unamuno, resultaba sumamente molesta para la dictadura de Primo de Ribera. Ortega y Gasset publicaba en Hendaya, esto es en la frontera misma, con la colaboración ilustra de Unamuno, una pequeña revista: “Hojas Libres”, que a pesar de una estricta censura, circulaba considerablemente en España. Las más violentas y sensacionales requisitorias de Unamuno contra el régimen de Primo de Rivera se publicaron en “Hojas Libres”.
Muchas veces se había anunciado la inminente expulsión de Eduardo Ortega y Gasset cediendo a instancias del gobierno español al de Francia; pero siempre no había esperado que la mediación de los radicales-socialistas; y en general de las izquierdas burguesas, ahorraría aún por algún tiempo a la tradición liberal y republicana de Francia este golpe. El propio Eduardo Herriot había escrito protestando contra la amenazada expulsión. Pero lo que no se atrevió a hacer un gabinete Poincaré, lo está haciendo desde hace tiempo, con el mayor desenfado, bajo la dirección de André Tardieu, un gabinete Briand. Tardieu que ha implantado el sistema de las prisiones y secuestros preventivos, sin importarle un ardite las quejas de la Liga de los Derechos del Hombre, no puede detenerse ante la expulsión de un político extranjero, aunque se trate de un ex-ministro liberal como Eduardo Ortega y Gasset.
Hendaya es la obsesión de Primo de Rivera y sus gendarmes. Ahí vigila, aguerrido e intransigente, don Miguel de Unamuno. I este solo hombre, por la pasión y donquijotismo con que combate, inquiera a la dictadura jesuítica más que cualquier morosa facción o partido. La experiencia española, como la italiana, importa la liquidación de los viejos partidos. Primo de Rivera sabe que puede temer a un Sánchez Guerra, pero no a los conservadores, que puede temer a Unamuno, pero no a los liberales.

Mac Donald en Washington
La visita de Ramsay Mac Donal al Presidente Hoover consagra la elevación de Washington a la categoría de gran metrópoli internacional. Los grandes negocios mundiales se discutían y resolvían hasta la paz de Versailles en Europa. Con la guerra, los Estados Unidos asumieron en la política mundial un rol que reivindicaba para Washington los mismos derechos de Londres, París, Berlín y Roma. La conferencia del trabajo de 1919, fue el acto de incorporación de Washington en el número de las sedes de los grandes debates internacionales. La siguió la conferencia del Pacífico, destinada a contemplar la cuestión china. Pero en ese congreso se consideraba aún un problema colonial, asiático. Ahora, en el diálogo entre Mac Donal y Hoover se va a tratar una cuestión esencialmente occidental. La concurrencia, el antagonismo entre los dos grandes imperios capitalistas, da su fondo al debate.
La reducción de los armamentos navales de ambas potencias, no tendrá sino el alcance de una tregua formal en la oposición de sus intereses económicos y políticos. Este mismo acuerdo se presenta difícil. Las necesidades del período de estabilización capitalista lo exigen perentoriamente. Para esto, se confía en alcanzarlo finalmente, a pesar de todo. Pero la rivalidad económica de los Estados Unidos y la Gran Bretaña quedará en pie. Los dos imperios seguirán disputándose obstinadamente, sin posibilidad de un acuerdo permanente, los mercados y las fuentes de materias primas.
Este problema central será probablemente evitado por Hoover y Mac Donald en sus coloquios. El juego de la diplomacia tiene esta regla, no hay que permitirse a veces la menor alusión a aquello en que más se piensa. Pero si el estilo de la diplomacia occidental es el mismo de ante guerra, el itinerario, la escena, han variado bastante. Con Wilson, los presidentes de los Estados Unidos de Norte-América conocieron el camino de París y de Roma; con Mac Donald, los primeros ministros de la Gran Bretaña aprenden el viaje a Washington.
José Carlos Mariátegui.

José Carlos Mariátegui La Chira

La crisis de la reforma educacional en Chile I [Manuscrito]

(...)cía que era la única agrupación que sentía viva en Chile. En ningún país se habla castellana, como anota Lorenzo Luzuriaga, existe un movimiento semejante. Se trata de un sindicato que en el momento de su disolución, contaba con seis mil adherentes. Su vanguardia había conseguido conquistar para sus ideales pedagógicos y sociales a esta enorme falange de profesionales, elevándolos a gran altura sobre los fines puramente corporativos, y las fórmulas tímida y convencionalmente progresistas que caracterizan de costumbre, a los sindicatos intelectuales.
Tuvo su origen este sindicato beligerante y activo en la convención nacional de maestros celebrado en Santiago en diciembre de 1922 para deliberar sobre la organización del magisterio, la reforma de la enseñanza y la acción social del profesorado. Eran los años de la Reforma Universitaria, en que una ráfaga de inquietud social pasó por las Universidades. En Chile esta inquietud se propagó, sobre todo, entre los maestros. Por estar más próximos al pueblo y a su miseria, los maestros sentían mejor, y más fecundamente, la emoción social. En sus luchas sindicales, libradas con el espíritu y el método de las reivindicaciones obreras, la Asociación General de Profesores se robusteció y desarrolló. En la tercera convención nacional de maestros, efectuada en Valparaíso en enero de 1925, a la que asistieron más de 200 delegados, se aprobó un proyecto de reforma educacional y se acordó convocar la Convención Latino-Americana que a principios del año último se realizó en Buenos Aires. “Nuevos Rumbos”, un periódico valiente y combativo, que en toda Hispano-América era conocido y apreciado, llevaba a todas las secciones de la Asociación la admonición constante de sus dirigentes. Pero todo este trabajo, no importaba ni se proponía la elaboración de un ideario político, ni era este tampoco el objeto de las deliberaciones de los maestros, contagiados en parte de la tendencia anarco-sindicalista que hasta hace poco antes había dominado en las organizaciones obreras chilenas, como en casi todas las organizaciones clasistas de la América Latina.
La formación de este movimiento, que no estaba ligado a una organización sindical general del país, ni a un partido de clase, aparte del inevitable confusionismo ideológico dominante en la mayoría de sus adherentes, consentía, y acaso propiciaba, la tentativa de la colaboración con el gobierno en una labor de reforma. La situación política, caracterizada por la dispersión y represión de las fuerzas políticas y sindicales de la clase obrera y por el afianzamiento de una dictadura militar, de base pequeño-burgués, que obtenía uno de sus mayores provechos de la declamación demagógica, presionaba a la masa de la Asociación, a aceptar la invitación de Ibañes, dispuesto en apariencia en reformar la educación en Chile, de acuerdo con los principios sancionados por los maestros en sus convenciones nacionales.
Explicados sus orígenes, en un próximo artículo, expondrá y comentaré el desarrollo y resultados del experimento, que tan mal concluye para los maestros y su causa.
José Carlos Mariátegui.

José Carlos Mariátegui La Chira

La crisis de la reforma educacional en Chile II [Manuscrito]

II.
La ofensiva contra la fuerzas políticas y sindicales adversas a sus intentos que llenó la primera fase de la dictadura de Ibáñez, comprendió naturalmente a la Asociación General de Profesores, llamada después a colaborar con el Gobierno en la actuación de una reforma basada en su propio programa educacional. Los miembros dirigentes de la Asociación se vieron perseguidos; algunos condenados al destierro o al confinamiento, otros exonerados de sus funciones en el servicio escolar. ¿Cómo se produjo la conversión del gobierno de Ibáñez a las ideas educacionales de la Asociación General de Profesores o, más bien, su cambio de táctica frente a los maestros revolucionarios? Ya he dicho que este régimen, que descansa en el ejército y en la pequeña burguesía, emplea en vasta escala, como el régimen fascista, un lenguaje y un método demagógico, atribuyéndose, con el objeto de sembrar la desorientación y el confusionismo en las masas, una misión revolucionaria. Su equilibrio depende, de un lado, del apoyo del capital financiero, cuyos intereses son solícitamente servidos, y de otro lado, de la adhesión o la neutralidad benévola de la pequeña burguesía de los sectores oportunistas o retardador de la clase obrera. La explotación de la reforma educacional, con actos y palabras obsecuentes a ideas abrigadas en las masas por la campaña de los maestros, era un arma política que, al parecer, se podía usan sin peligro. El Dr. José Santos Salas, candidato de las clases media y proletaria en 1925, ministro de Ibáñez, a poco de la inauguración de su gobierno, mentor de su política social, fue el inspirador e inspirador de esta maniobra. En un reciente artículo, el escritor y educador argentino Julio R. Barcos afirma que llegado Salas al ministerio, se apresuró a “convencer al dictador de que, en vez de perseguir a los maestros, era preferible legalizar la aspiración del pueblo que ellos encarnaban con su plan de reconstrucción de la enseñanza y no dejarse arrebatar la gloria de la Reforma Escolar que estos habían elaborado”. De su campaña de candidato de los asalariados, Salas conservaba seguramente relaciones que consentían su contacto personal con la Asociación General de Profesores. Pero estas mismas circunstancias lo hacían sospechoso para el “entourage” de Ibáñez. La publicación precipitada del decreto de reforma, condujo a Salas a un choque con el Ministro de Hacienda Pablo Ramirez, mentor principal del régimen, y a la dimisión de su cargo. Caído en desgracia, Salas pasó del ministerio al destierro.
Pero el gobierno de Ibáñez estaba ya embarcado en la aventura y, además, la consideraba necesario al desarrollo de su política. Hacía falta para el cargo de ministro, en reemplazo de Salas, un intelectual de nombre, que no ofreciera los peligros de un político diestro y ambicioso, y que contribuyera a hacer pasar la reforma como una obra de cultura, de fines puramente intelectuales. Se encontró el nuevo ministro en el director de la Biblioteca Nacional y eminente literato Eduardo Barrios, a quien sus amigos de izquierda acababan de reprochar un acto de fe en el régimen de Ibáñez, Barrios, rodeado y asesorado por los técnicos de la Asociación General de Profesores, asumió la misión de presidir la labor de reforma educacional más vasta y avanzada que se ha intentado, en los últimos tiempos, en Sud-América.
La Asociación General de Profesores discutió mucho su resolución. ¿Se debía o no aceptar la invitación del gobierno, que se ofrecía a poner en ejecución su propio plan de reforma? Si la Asociación General de Profesores hubiese formado parte de una organización sindical, con un criterio político definido, es evidente que no habría habido problema. Solo con el partido o la organización política a que (...).

José Carlos Mariátegui La Chira

En torno al tema de la inmigración [Artículo]

En torno al tema de la inmigración

La Conferencia Internacional de Inmigración de la Habana, invita a considerar este asunto en sus relaciones con el Perú. Parecen liquidados, por fortuna, los tiempos de política retórica en que, extraviada por las fáciles elucubraciones de los programas de partido y de gobierno, la opinión pública peruana se hacía excesivas o desmesuradas ilusiones sobre la capacidad del país para atraer y absorber una inmigración importante. Pero el problema de la inmigración no está aún seria y científicamente estudiado, en ninguno de sus dos aspectos: ni en las posibilidades del Perú de ofrecer trabajo y bienestar a los inmigrantes, en grado de determinar una constante y cuantiosa corriente inmigratoria a su suelo, ni en las leyes que regulan y encauzan las corrientes de emigración y su aprovechamiento por los pueblos escasamente poblados.

Las restricciones a la inmigración vigentes en los Estados Unidos desde hace algunos años, han mejorado un tanto la posición de los demás países de América en lo concerniente al interesamiento de los inmigrantes por sus riquezas y recursos. Pero este es un factor general y pasivo del cual tienen muy poco que esperar los países que no se encuentren en condiciones de asegurar a los inmigrantes perspectivas análogas a las que convirtieron a Norte América en el más grande foco de atracción de la inmigración mundial.
Estados Unidos ha sido, en el período en que afluían a su territorio fabulosas masas de inmigrantes, una nación en el más vigoroso, orgánico y unánime proceso de crecimiento industrial y capitalista que registra la historia. El inmigrante de aptitudes superiores, hallaba en Estados Unidos el máximo de oportunidades de prosperidad o enriquecimiento. El inmigrante modesto, el obrero manual, encontraba, al menos, trabajo abundante y salarios elevados que, en caso de no asimilación, le consentían repatriarse después de un período más o menos largo de paciente ahorro. La Argentina y el Brasil, además de las ventajas de su situación sobre el Atlántico, han presentado, en otra proporción y distinto marco, parecido proceso de desenvolvimiento capitalista. Y, por esta razón, se han beneficiado de los aluviones de inmigración occidental en escala mucho mayor que los otros pueblos latino-americanos.

El Perú, en tanto, no ha podido atraer masas apreciables de inmigrantes por la sencilla razón de que, -no obstante su leyenda de riqueza y oro- no ha estado económicamente en condiciones de solicitarlas ni de ocuparlas. Hoy mismo, mientras la colonización de la montaña, que requiere la solución previa y costosa de complejos problemas de vialidad y salubridad, no cree en esa región grandes focos de trabajo y producción. La suerte del inmigrante en el Perú es muy aleatoria e insegura. Al Perú no pueden venir, sino en muy exiguo número, obreros industriales. La industria peruana es incipiente y solo puede remunerar medianamente a contados técnicos. Y tampoco pueden venir al Perú campesinos y jornaleros. El régimen de trabajo y el tenor de vida de los trabajadores indígenas del campo y las minas, están demasiado por debajo del nivel material y moral de los más modestos inmigrantes europeos. El campesino de Italia y de Europa central no aceptaría jamás el género de vida que puedan ofrecerle las mejores y más prósperas haciendas del Perú. Salarios, vivienda, ambiente moral y social, todo le parecería miserable. Las posibilidades de inmigración polaca, -apesar de ser Polonia uno de los países de mayor movimiento emigratorio, a causa de su crisis económica- están circunscritas como se sabe a la montaña, a donde el inmigrante vendría como colono -vale decir como pequeño propietario- y no como bracero. Las leyes de reforma agraria que, después de la guerra, han liquidado en la Europa Central y Oriental -Tcheco Eslovaquia, Rumania, Bulgaria, Grecia, etc., -los privilegios de la gran propiedad agraria, hacen más difícil que antes la emigración de los campesinos de esos países a pueblos donde no rijan mejores principios de justicia distributiva. El trabajador del campo de Europa, en general, no emigra sino a los países agrícolas donde se ganan altos salarios o donde existen tierras apropiables. Ni uno ni otro es, por el momento, el caso del Perú.
Las obras de irrigación en la costa, en tanto que una reforma agraria y el régimen de trabajo -no parecen tampoco destinadas a acelerar la inmigración mediante la colonización de las tierras habilitadas para el cultivo. El derecho de las yanacones y comuneros a la preferencia en la distribución de estas tierras, se impone con fuerza incontestable. No habría quien osara proponer su postergación en provecho de inmigrantes extranjeros.

La montaña, por grande que sea el optimismo que encienda intermitentemente la fortuna de sus pioniers, -cuyos innumerables fracasos y penurias tienen siempre menor resonancia,- presentará por mucho tiempo los inconvenientes de su insalubridad y su incomunicación. El inmigrante se aviene cada día menos a los riegos de la selva inhóspita. La raza de Robinson Cruzoe se extingue a medida que aumentan las ventajas de la convivencia social y civilizada. Y ni aún las razones de patriotismo logran triunfar del legítimo egoísmo individual, en orden a las empresas de colonización. Italia no ha logrado dirigir a sus colonias africanas ni las corrientes rumanas ni los capitales que fácilmente parten a América, con grave peligro de desnacionalización, como bien lo siente el fascismo, que se imagina encontrar un remedio en prerrogativas incompatibles con la soberanía y el interés de los estados que reciben y necesitan inmigrantes.

El Perú tiene que resolver muchos problemas económicos, antes que el de la inmigración. Y para la solución de este último, se prepararía con más provecho si el fenómeno de la emigración e inmigración, en su móvil realidad, fuera objeto de un estudio sistemático y objetivo, practicado con amplio criterio económico y social.

José Carlos Mariátegui.

José Carlos Mariátegui La Chira

La civilización y el caballo

La civilización y el caballo

El indio jinete es uno de los testimonios vivientes en que Luis E. Valcárcel apoya, en su reciente libro “Tempestad en los Andes” (Editorial Minerva, 1927) su evangelio -sí, evangelio: buena nueva- del “nuevo indio”. El indio a caballo constituye, para Valcárcel, un símbolo de carne. “El indio a caballo, escribe Valcárcel- es un nuevo indio, altivo, libre, propietario, orgulloso de su raza, que desdeña al blanco y al mestizo. Ahí donde el indio ha roto la prohibición española de cabalgar, ha roto también las cadenas”. El escritor cuzqueño parte de una valoración exacta del papel del caballo en la Conquista. El caballo, como está bien establecido, concurrió principal y decisivamente a dar al español, a ojos del indio, un poder sobre-natural. Los españoles trajeron, como armas materiales, para someter al aborigen, el hierro, la pólvora y el caballo. Se ha dicho que la debilidad fundamental de la civilización autóctona fue su ignorancia del hierro. Pero, en verdad, no es acertado atribuir a una sola superioridad la victoria de la cultura occidental sobre las culturas indígenas de América. Esta victoria, tiene su explicación integral en un conjunto de superioridades, en el cual, no priman, por cierto, las físicas. Y entre estas, cabe reconocer, la prioridad a las zoológicas. Primero, la criatura; después lo creado, lo artificial. Este aparte de que el domesticamiento del animal, su aplicación a los fines y al trabajo humanos, representa la más antigua de las técnicas.
Más bien que sojuzgadas por el hierro y la pólvora, preferimos imaginar al indio, sojuzgado no precisamente por el caballo, pero sí por el caballero. En el caballero, resucitaba, embellecido, espiritualizado, humanizado, el mito pagano del centauro. El caballero, arquetipo del Medioevo, -que mantiene su señorío espiritual sobre la modernidad, hasta ahora mismo, porque el burgués, no ha sido capaz psicológicamente más que de imitar y suplantar al noble,- es el héroe de la Conquista. Y la conquista de América, la última cruzada, aparece como la más histórica, la más iluminada, la más trascendente proeza de la caballería. Proeza típicamente caballeresca, hasta porque de ella debía morir la caballería, al morir -trágica, cristiana y grandiosamente- el Medioevo.
El coloniaje adivinó y reivindicó a tal punto la parte del caballo en la Conquista que, -por sus ordenanzas que prohíben al indio esta cabalgadura,- el mérito de esa epopeya, parece pertenecer más al caballo que al hombre. El caballo, bajo el español, era tabú para el indio. Lo que podía entenderse como una consecuencia de su condición de siervo si se recuerda que Cervantes, atento al sentido de la caballería, no concibió a Sancho Panza, como a Don Quijote, jinete de un rocín sino de un asno. Pero, visto que en la Conquista se confundieron hidalgos y villanos, hay que suponerle la intención de reservar al español, los instrumentos -vale decir el secreto- de la Conquista. Porque el rigor de este tabú, condujo al español a mostrarse más generoso de su amor que de sus caballos. El indio tuvo al caballero antes que a la cabalgadura.
La más aguda intuición poética de Chocano, aunque como suya, se vista retórica y ampulosamente, es quizá la que creó su elogio de “Los caballos de los conquistadores”. Cantar de este modo la Conquista es sentirla, ante todo, como epopeya del caballo, sin el cual España no habría impuesto su ley al Nuevo Mundo.
La imaginación criolla, conservó después de la Colonia, este sentido medioeval de la cabalgadura. Todas las metáforas de su lenguaje político acusan resabios y prejuicios de jinetes. La expresión característica de lo que ambicionaba el caudillo está en el lugar común de “las riendas del poder”. Y “montar a caballo”, se llamó siempre a la acción de insurgir para empuñarlas. El gobierno que se tambalea, estaba “en mal caballo”.
El indio peatón, y más todavía, la pareja melancólica del indio y la llama, es la alegría de una servidumbre. Valcárcel tiene razón. El “gaucho” debe la mitad de su ser a la pampa y al caballo. Sin el caballo ¡cómo habrían pesado sobre el criollo argentino, el espacio y la distancia! Como pesan hasta ahora, sobre las espaldas del indio chasqui. Gorki nos presenta al mujik, abrumado por la estepa sin límite. El fatalismo, la resignación del mujik, vienen de esta sociedad y esta impotencia ante la naturaleza. El drama del indio no es distinto: drama de servidumbre al hombre y servidumbre a la naturaleza. Para resistirlo mejor, el mujik contaba con su tradición de nomadismo y con los curtidos y rurales caballitos tártaros, que tanto bien parecerse a los de Chumbivilcas.
Pero Valcárcel nos debe otra estampa, otro símbolo: el indio “chauffeur”, como lo vio en Puno, este año, escritas ya las cuartillas de “Tempestad en los Andes”.
La época industrial burguesa de la civilización occidental; permaneció, por muchas razones, ligada al caballo. No solo porque persistió en su espíritu el acatamiento a los módulos y el estilo de la nobleza ecuestre, sino porque el caballo continuó siendo, por mucho tiempo, un auxiliar indispensable del hombre. La máquina desplazó, poco a poco, al caballo de muchos de sus oficios. Pero el hombre agradecido, incorporó para siempre al caballo en la nueva civilización, llamando “caballo de fuerza” a la unidad de potencia motriz.
Inglaterra, que guardó bajo el capitalismo una gran parte de su estilo y su gusto aristocrático, estilizó y quintaesenció al caballo inventando el “pursang” de carrera. Es decir, el caballo emancipado de la tradición servil del animal de tiro y del animal de carga. El caballo puro que, aunque parezca irreverente, representaría teóricamente, en su plano, algo así como, en el suyo, la poesía pura. El caballo fin de sí mismo, sobre el cual desaparece el caballero para ser reemplazado por el jockey. El caballero se queda a pie.
Mas, este parece ser el último homenaje de la civilización occidental a la especie equina. Al desplazarse de Inglaterra a Estados Unidos, el eje del capitalismo, lo ecuestre ha perdido su sentido caballeresco. Norte América prefiere el box a las carreras. Prohibido el juego, la hípica ha quedado reducida a la equitación. La máquina anula cada día más al caballo. Esto, sin duda, ha movido a Keyserlig a suponer que el chauffeur sucede como símbolo al caballero. Pero el tipo, el espécimen hacia el cual nos acercamos, es más bien el del obrero. Ya el intelectual acepta este título que resume y supera a todos. El caballo, por otra parte, como transporte, es demasiado individualista. Y el vapor, el tren, sociales y modernos por excelencia, no lo advierten siquiera como competidor. La última experiencia bélica marca en fin, la decadencia definitiva de la caballería.
Y aquí concluyo. El tema de una decadencia, conviene, más que a mí, a cualquiera de los abundantes discípulos de don José Ortega y Gasset.

José Carlos Mariátegui.

José Carlos Mariátegui La Chira

Ramiro de Maeztu y la dictadura española

Ramiro de Maeztu y la dictadura española

El presente panorama intelectual de España principia en una agonía, la de Unamuno, y termina en otra agonía, la de Maeztu. La agonía de Unamuno es la agonía del liberalismo absoluto, último y robusto brote del terco individualismo íbero y de la tradición municipal española. La agonía de Maeztu es la agonía del liberalismo pragmatista, conclusión conservadora y declinante del espíritu protestante y de la cultura anglosajona. Mientras a Unamuno su don-quijotismo lo empuja hacia la revolución, a Maeztu su criticismo lo empuja hacia la reacción.
El caso de Maeztu ilustra, elocuentemente, la crisis de la “inteligencia” en la Europa contemporánea. El reaccionario explícito e inequívoco no ha aparecido en Maeztu sino después de tres años de meditación jesuítica y de duda luterana. Para que el pensamiento de un intelectual, formalmente liberal y orgánicamente conservador, haya recorrido el camino que separa a la reforma de la reacción, han sido necesarios tres años de experiencia reaccionaria, planeada y cumplida de modo muy diverso del que habría sido grato a un especulador teórico. El hecho ha precedido a la teoría; la acción, a la idea. Maeztu ha encontrado su camino mucho después que Primo de Rivera.
El ”intelectual” europeo contemporáneo nos revela, a través de este caso, su impotencia ante la historia. La “inteligencia” profesional se muestra incapaz de influir en sus fases y hasta de prever sus hechos. Cualquier general casinero y crapuloso puede realizar en una noche lo que un pensamiento austero y monógamo se verá forzado a aceptar años más tarde, después de dramáticas hesitaciones.
Don Ramiro de Maeztu se había adherido tácitamente a la dictadura de Primo de Rivera desde hace tiempo. Se le tenía como un mentor espiritual de la dictadura desde antes que su firma y su pensamiento se desplazaran del diario de la burguesía liberal al órgano de Primo de Rivera. Pero solo su pase de “El Sol” a “La Nación” ha tenido el valor de una adhesión explícita y categórica al régimen militar. Hace tres años, paseaba su mirada y sus lentes de pastor anglicano por el panorama conflagrado del mundo, para proclamar melancólicamente la quiebra de la política reformista y atribuir esta responsabilidad, no al agotamiento de la función histórica y la capacidad progresista de la burguesía, sino a la ofensiva revolucionaria del proletariado, inexpertamente lanzado el ataque por jefes culpables, entre otras cosas, de no haberse inspirado en el persuasivo dictamen de Maeztu y otros retrasados retores de la democracia burguesa. Mas, entonces Maeztu evitada la apología de las dictaduras reaccionarias, consideradas como la repercusión fatal, pero no plausible, de las dictaduras revolucionaras. El liberalismo sufría una moratoria y esto estaba ciertamente mal; pero esa moratoria tenía por objeto dar jaque mate a la revolución, y esto estaba evidentemente muy bien.
La responsabilidad de Maeztu y de todos los intelectuales que como él se convierten en angustiados apologistas de la ley marcial, aparece atenuada por los hechos que, bajo el vigor de esta, han demostrado la falencia del liberalismo y el reformismo. El espectáculo penoso de las abdicaciones y transacciones de los políticos constitucionales -reducidos al pobre papel de servidores licenciados que aguardan pasivamente del monarca la orden que los restituirá al servicio de la constitución y la monarquía-, no puede naturalmente ser muy alentador para la ya gasta fe de un liberal revisionista y desencantado.
Pero esto no nos dispensa de denunciar la absoluta insolvencia del pensamiento reaccionario que con tanto retardo sigue a la violencia conservadora. Sometiéndose y enfeudándose a la política de Primo de Rivera, Maeztu se comporta con perfecta sinceridad burguesa, pero con rigurosa ineptitud ideológica.
Este escritor documentado e interesante, que durante tanto tiempo se ha alzado a estimable altura sobre el nivel general del periodismo español, ha renegado íntegramente su liberalismo, sin sustituirlo por una doctrina más viva o al menos por una fe más personal. En la política concreta no caben posiciones individuales. Los retores pueden lograr alguna originalidad en el discurso, pero ninguna de la acción.
La única originalidad que les resulta dable, a veces, es la de la contradicción. A Maeztu, por ejemplo, que considera la civilización como un ahorro de sensualidad, coincidiendo en esto con Jorge Sorel -quien escribía que “el mundo no se hará más justo sino en la medida en que se hará más casto”- le toca dar su adhesión a un régimen que exhibe todas las taras del flamenquismo y del donjuanismo españoles y al que preside, como a una juerga, un general de casino, sensual y mujeriego, lo más distante posible del puritanismo y la religiosidad, designados justamente por el mismo escrito enjuiciado como la levadura espiritual de la potencia y la grandeza anglosajona.

José Carlos Mariátegui La Chira

"L'Action Francaise", Charles Maurras, Leon Daudet, etc.

"L'Action Francaise", Charles Maurras, Leon Daudet, etc.

Enfoquemos otro núcleo, otro sector reaccionario: la facción monárquica, nacionalista, guerrera, anti-semita que acaudillan Charles Maurras y León Daudet y que tiene su hogar y su sede en la casa de “L’Actión Francaise”. Las extremas derechas están de moda. Sus capitanes juegan sensacionales roles en la tragedia de Europa.
En tiempos de normal proceso republicano, la extrema derecha francesa vivía destituida de influencia y de autoridad. Era una bizarra secta monárquica que evitaba a la Tercera República el aburrimiento y la monotonía de un ambiente unánime y uniformemente republicano. Pero en estos tiempos, de crisis de la democracia, la extrema derecha adquiere una función. Los elementos agriamente reaccionarios se agrupan bajo sus banderas, refuerzan su contenido social, actualizan su programa político. La crisis europea ha sido para la senil extrema derecha una especie de senil operación de Voronof. Ha actuado sobre ella como una nueva glándula intersticial. La ha reverdecido, la ha entonado, le ha inyectado potencia y vitalidad.
La guerra fue un escenario propicio para la literatura y la acción de Maurras, de Daudet y de sus mesnadas de “camelots du roi”. La guerra creaba una atmósfera marcial, jingoísta, que resucitaba algo del espíritu y la tradición de la Europa pretérita. La “unión sagrada” hacía gravitar a derecha la política de la Tercera República. Los reaccionarios franceses desempeñaron su oficio de agitadores y excitadores bélicos. Y, al mismo tiempo, acecharon la ocasión de torpedear certeramente a los políticos del radicalismo y a los leaders de la izquierda. La ofensiva contra Caillaux, contra Painlevé, tuvo su bullicio y enérgico motor en “L’Actión Francaise”.
Terminada la guerra, desencadenada la ola reaccionaria, la posición de la extrema derecha francesa se ha ensanchado, se ha extendido. La fortuna del fascismo ha estimulado su fe y su arrogancia. Charles Maurras y León Daudet, condottieri de esta extrema derecha, no provienen de la política sino de la literatura. Y sus principales documentos políticos son sus documentos literarios. Sus gustos estéticos igual que sus gustos políticos, están fuertemente impregnados de reaccionarismo y monarquismo. La literatura de Maurras y de Daudet confiesa, más enfática y nítidamente que su política, una fobia disciplinada y sistemática del último siglo, de este siglo burgués, capitalista y demócrata.
Maurras es un enemigo sañudo del romanticismo. El romanticismo no es para Maurras el simple fenómeno literario y artístico. El romanticismo no es únicamente los versos de Musset, la prosa de Jorge Sand y la pintura de Delacroix. El romanticismo es una crisis integral del alma francesa y de sus más genuinas virtudes: la ponderación, la mesura, el equilibrio. América ama a la Francia de la enciclopedia, de la revolución y del romanticismo. Esa Francia jacobina de la Marsellesa y del gorro frigio la indujo a la insurrección y a la independencia. Y bien. Esa Francia no es la verdadera Francia, según Maurras. Es una Francia turbada, sacudida por una turbia ráfaga de pasión y de locura. La verdadera Francia es tradicionalista, católica, monárquica y campesina. El romanticismo ha sido como una enfermedad, como una fiebre, como una tempestad. Toda la obra de Maurras es una requisitoria contra el romanticismo, es una requisitoria contra la Francia republicana, demagógica y tempestuosa, de la Convención y de la Comuna, de Combes y de Caillaux, de Zola y de Barbusse.
Daudet destesta también el último siglo francés. Pero su crítica es de otra jerarquía. Daudet no es un pensador sino un cronista. El arma de Daudet es la anécdota, no es la idea. Su crítica del siglo diecinueve no es, pues, ideológica sino anecdótica. Daudet ha escrito un libro panfletario, “El estúpido siglo diecinueve”, contra las letras y los hombres de esos cien años ilustres. (Este libro estruendoso agitó la París más que la presencia de Einstein en la Sorbona. Un periódico parisién solicitó la opinión de escritores y artistas sobre el siglo vituperado por Daudet. Maurice Barrés, orgánicamente reaccionario también, pero más elástico y flexible, dijo en esa encuesta que el estúpido siglo diecinueve había sido algo adorable.)
El caso de esta extrema derecha resulta así singular e interesante. La decadencia de la sociedad burguesa la ha sorprendido en una actitud de protesta contra el advenimiento de esta sociedad. Se trata de una facción idéntica y simultáneamente hostil al Tercero y Cuarto Estado, al individualismo y al socialismo. Su legitimismo, su tradicionalismo la obliga a resistir no sólo al porvenir sino también al presente. Representa, en suma, una prolongación psicológica de la Edad Media. Una edad no desparece, se hunde en la historia, sin dejar a la edad que le sucede ningún sedimento espiritual. Los sedimentos espirituales de la Edad Media se han alojado en los dos únicos estratos donde podía asilarse, la aristocracia y las letras. El reaccionarismo del aristócrata es natural. El aristócrata personifica la clase despojada de sus privilegios por la revolución burguesa. El reaccionarismo del aristócrata es, además, inicuo, porque el aristócrata consume su vida aislada, ociosa y sensualmente. El reaccionarismo literario, o del artista, es de distinta filiación y de diversa génesis. El literato y el artista, en cuyo espíritu persistía aún el recuerdo caricioso de las cortes medioevales, ha sido frecuentemente reaccionario por repugnancia a la actividad práctica de esta civilización. Durante el siglo pasado, el literato a satirizado y ha motejado agrazmente a la burguesía. La democracia se ha asimilado, poco a poco, a la mayoría de los intelectuales. Su riqueza y su poder le han consentido crearse una clientela de pensadores, de literatos y de artistas cada vez más numerosa. Actualmente, además, una vanguardia brillante marcha a lado de la revolución. Pero existe todavía una numerosa minoría contumazmente obstinada en su hostilidad al presente y al futuro. En esa minoría, rezago mental y psicológico de la Edad Media, Maurras y Daudet tienen un puesto conspicuo.
Pero penetremos más hondamente en la ideología de los monarquistas de “L’Action Francaise”. Los revolucionarios miran en la sociedad burguesa un progreso respecto de la sociedad medioeval Los monarquistas franceses la consideran simplemente un error, una equivocación El pensamiento monarquista es utopista y subjetivo. Reposa en consideraciones éticas y estéticas. Más que a modificar la realidad, parece dirigido a ignorarla, a desconocerla, a negarla. Por eso ha sido hasta ahora alimento exclusivo de un cenáculo intelectual. La muchedumbre no ha escuchado a quienes abstrusa y míticamente le afirman que desde hace siglo y medio la humanidad marcha extraviada. La predicación monárquica de “La Acción Francesa” no ha tenido eco, antes de hoy, sino en una que otra alma bizarra, en una que otra alma solitaria. Su actual brillo, su actual resonancia, es obra de circunstancias externas, es futo del nuevo ambiente histórico. Es un efecto de la gesta de las camisas negras y de los somatenes. Los artífices, los conductores de la contrarrevolución europea no son Maurras ni Daudet, sino Mussolini y Farinacci. No son literatos disgustados, malcontentos y nostálgicos, sino oportunistas capitanes procedentes de la escuela demagógica y tumultuaria. Los hierofantes de “La Acción Francesa” se someten, se adhieren humildemente a la ideología y a la praxis de los caudillos fascistas. Se contentan con tener a su lado un rol de ministros, de tinterillos, de cortesanos Maurras, selecto y aristócrata, aprueba el uso del aceite de castor.
Todo el caudal actual de la extrema derecha viene de la polarización de las fuerzas conservadoras. Amenazadas por el proletariado, la aristocracia y la burguesía se reconcilian La sociedad medioeval y la sociedad capitalista se funden y se identifican. Algunos pensadores, Walter Rathenaur por ejemplo, dicen que dentro de una clase revolucionaria conviven mancomunados y confundidos estratos sociales que más tarde se separarán y se enemistarán. Del mismo modo, dentro de las clases conservadoras, se amalgaman capas sociales antes adversarias. Ayer la burguesía mezclada con el estado llano, con el proletariado, destronaba a la aristocracia. Hoy se junta con ella para resistir el asalto de la revolución proletaria.
Pero la Tercera República no se resuelve todavía a conferir demasiadas autoridades a los fautores del rey. Recientemente dio a Jonnart un asiento en la Academia, ambicionado por Maurras. Entre un personaje burocrático del régimen burgués y el pensador de la corte de Orleans, optó por el primero, sin miedo a los silbidos de los camelots du roi. La Tercera República se conduce prudentemente en las relaciones con la facción monarquista. Sus abogados y sus burócratas, sus Poincaré, sus Millerand, sus Tardieu, etc., flirtean con Maurras y con Daudet, pero se reservan avaramente la exclusiva de los primeros puestos.
¿Organizarán Maurras y Daudet, como organizó Mussolini, un ejército de cien mil camisas negras para conquistar el poder? No es probable ni es posible. Francia es un país de burgueses y campesinos, cautos, económicos y prácticos, poco dispuestos a seguir a los capitanes del rey.
“L’Action Francaise” y sus hombres son un elemento de agitación y de agresión; no son un elemento de gobierno. Son una fuerza destructiva, negativa; no son una fuerza constructiva, positiva. El futuro se construye sobre la base de los materiales ideológicos y físicos del presente. “L’Action Francaise” intenta resucitar el pasado, del cual no restan sino exiguos residuos psicológicos. Quiere que la política francesa de hoy sea la misma de hace quinientos o mil años. Que Alemania sea aniquilada, talada, subyugada.
En siglo y medio de civilización capitalista, el mundo se ha metamorfoseado totalmente. La vida humana se ha internacionalizado. El destino, el progreso, la mentalidad, la costumbre de los pueblos se han tornado misteriosa y complejamente solidarios. La humanidad marcha, consciente o subconscientemente, a una organización internacional. Este rumbo ha generado la ideología revolucionaria de las internacionales obreras y la ideología burguesa de la Sociedad de Naciones. Para los camelots du roi este nuevo panorama humano es nulo, inexistible. La humanidad actual no es la misma de la época merovingia. Y Europa puede aún ser feliz bajo el cetro de un rey borbón y bajo la bendición de un pontífice Borgia.

José Carlos Mariátegui La Chira

El cemento por Fedor Gladkov

El cemento por Fedor Gladkov

“El Cemento” de Fedor Gladkov y “Manhattan Transfer” de John Dos Pasos. Un libro ruso y un libro yanqui. La vida de la URSS frente a la vida de la USA. Los dos super estados de la historia actual se parecen y se oponen hasta en que, como las grandes empresas industriales, -de excesivo contenido para una palabra- usan un nombre abreviado: sus iniciales. (Véase “L’atre Europe” de Luc Durtain) “El Cemento” y “Manhattan Transfer” aparecen fuera del panorama pequeño-burgués de los que en Hispano américa, y recitando cotidianamente un credo de vanguardia, reducen la literatura nueva a un escenario europeo occidental, cuyos confines son los de Cocteau, Morand, Gómez de la Serna, Bontempelli, etc. Esto mismo confirma, contra toda duda, que proceden de los polos del mundo moderno.
España e Hispano-América no obedecen al gusto de sus pequeños burgueses vanguardistas. Entre sus predilecciones instintivas esta la de la nueva literatura rusa. Y, desde ahora, se puede predecir que “El Cemento” alcanzará pronto la misma difusión de Tolstoy, Dovstoyevsky, Gorky.
La novela de Gladkov supera a las que la ha precedido en la traducción, en que nos revela, como ninguna otra, la revolución misma. Algunos novelistas de la revolución se mueven en un mundo externo a ella. Conocen sus reflejos, pero no su conciencia. Pilniak, Zotschenko, un Leonov y Fedin, describen la revolución desde fuera, extraños a su pasión, ajenos a su impulso. Otros como Ivanov y Babel, descubren elementos de la épica revolucionaria, pero sus relatos se contraen al aspecto guerrero, militar, de la Rusia Bolchevique. “La Caballería Roja” y “El Tren Blindado” pertenecen a la crónica de la campaña. Se podía decir que en la mayor parte de estas obras está el drama de los que sufren la revolución, no el de los que la hacen. En “El Cemento” los personajes, el decorado, el sentimiento, son los de la revolución misma, sentida y escrita desde dentro. Hay novelas próximas a esta entre las que ya conozcamos, pero en ninguna se juntan, tan natural y admirablemente concentrados, los elementos primarios del drama individual y la epopeya multitudinaria del bolchevismo.
La biografía de Gladkov, nos ayuda a explicarnos su novela. (Era necesaria una formación intelectual y espiritual como la de este artista, para escribir “El Cemento”). Julio Álvarez del Vayo la cuenta en el prólogo de la versión española en concisos renglones, que, por ser la más ilustrativa presentación de Gladkov, me parece útil copiar.
“Nacido en 1883 de familia pobre, la adolescencia de Gladkov es un documento más para los que quieran orientarse sobre la situación del campo ruso a fines del siglo XIX. Continuo vagar por las regiones del Caspio y del Volga en busca de trabajo. “Salir de un infierno para entrar en otro”. Así hasta los doce años. Como sola nota tierna, el recuerdo de su madre que anda leguas y leguas a su encuentro cuando la marea contraria lo arroja de nuevo al villorio natal. “Es duro comenzar a odiar tan joven, pero también es dura la desilusión del niño al caer en las garras del amo”. Palizas, noches de insomnio, hambre -su primera obra de teatro “Cuadrilla de pescadores” evoca esta época de su vida”. “Mi idea fija era estudiar. Ya a los doce años al lado de mi padre, que en Kurban se acababa de incorporar al movimiento obrero, leía yo ávidamente a Lermontov y Dostoyevsky”. Escribe versos sentimentales, un “diario que movía a compasión” y que registra su mayor desengaño de entonces: en el Instituto le han negado la entrada por pobre. Consigue que le admitan de balde en la escuela municipal. El hogar paterno se resiste de un brazo menos. Con ser bien modesto el presupuesto casero -cinco kopecks de gasto por cabeza- la agravación de la crisis de trabajo pone en peligro la única comida diaria. De ese tiempo son sus mejores descripciones del bajo proletariado. Entre los amigos del padre, dos obreros “semi-intelectuales” le han dejado un recuerdo inolvidable. “Fueron los primeros en quieres escuché palabras cuyo encanto todavía no ha muerto en mi alma. Sabios por naturaleza y corazón. Ellos me acostumbraron a mirar conscientemente el mundo y a tener fe en un día mejor para la humanidad”. Al fin una gran alegría. Gorky, por quien Gladkov siente de joven una admiración sin límites, al acusarle recibo del pequeño cuento enviado, le anima a continuar. Va a Siberia, escribe la vida de los forzados, alcanza rápidamente sólida reputación de cuentista. La revolución de 1906 interrumpe su carrera literaria. Se entrega por entero a la causa. Tres años de destierro en Verjolesk. Período de auto-educación y de aprendizaje. Cumplida la condena se retira a Novorosisk, en la costa del Mar Negro, donde escribe la novela “Los Desterrados”, cuyo manuscrito somete a Korolenko, quien se lo devuelve con frases de elogio para el autor, pero de horror hacia el tema: “Siberia un manicomio suelto”. Hasta el 1917 maestro en la región de Kuban. Toma parte activa en la revolución de octubre, para dedicarse luego otra vez de lleno a la literatura. El Cemento es la obra que le ha dado a conocer en el extranjero”.
Gladkov, pues no ha sido solo un testigo del trabajo revolucionario realizado en Rusia, entre 1905 y 1917. Durante este período, su arte ha madurado en un clima de esfuerzo y esperanza heroico. Luego las jornadas de octubre lo han contado entre sus autores. Y, más tarde, ninguna de las peripecias íntimas del bolchevismo han podido escaparle. Por esto, en Gladkov la épica revolucionaria, más que por las emociones de la lucha armada está representada por los sentimientos de la reconstrucción económica, las vicisitudes y las fatigas de la creación de una nueva vida.
Tchumalov, el protagonista de “El Cemento”, regresa a su pueblo después de combatir tres años en el Ejército Rojo. Y su batalla más difícil, más tremenda es la que le aguarda ahora en su pueblo, donde los años de peligro guerrero han desordenado todas las cosas. Tchumalov encuentra paralizada la gran fábrica de cemento en la que, hasta su ida, -la represión lo había elegido entre sus víctimas- había trabajado como obrero. Las cabras, los cerdos, la maleza, los patios; las máquinas inertes, se anquilosan, los funiculares por los cuales bajaba la piedra de la cantera, yacen inmóviles desde que cesó el movimiento en esta fábrica donde se agitaban antes millares de trabajadores. Solo los Diesel, por el cuidado de un obrero que se ha mantenido en su puesto, reluce, pronto, para reanimar esta mole que se desmorona. Tchumalov no reconoce tampoco su hogar. Dacha, su mujer, estos tres años se ha hecho una militante, la animadora de la Sección Femenina, la trabajadora más infatigable del Soviét local. Tres años de lucha -primero acosada por la represión implacable, después entregada íntegramente a la revolución- ha hecho de Dacha una mujer nueva. Niurka, su hija, no está con ella. Dacha ha tenido que ponerla en la Casa de los Niños, a cuya organización contribuye empeñosamente. El Partido ha ganado una militante dura, enérgica, inteligente; pero Tchumalov ha perdido a su esposa. No hay ya en la vida de Dacha lugar para un pasado conyugal y maternal sacrificado enteramente a la revolución. Dacha tiene una existencia y una personalidad autónoma; no es ya una cosa de propiedad de Tchumalov ni volverá a serlo. En la ausencia de Tchumalov, ha conocido bajo el apremio de un destino inexorable, otros hombres. Se ha conservado íntimamente honrada; pero entre ella y Tchumalov se interpone esa sombra, esta oscura presencia que atormenta al instinto del macho celoso. Tchumalov sufre; pero férreamente cogido, a su vez por la revolución, su drama individual no puede acapararlo, se echa a cuestas el deber de reanimar la fábrica. Para ganar esta batalla tiene que vencer el sabotage de los especialistas, la resistencia de la burocracia, la resaca sorda de la contra-revolución. Hay un instante en que Dacha parece volver a él. Mas es solo un instante en que su destino se junta para separarse de nuevo. Niurka muere. Y se rompe con ella el último lazo sentimental que aún los sujetaba. Después de una lucha en la cual se refleja todo el proceso de reorganización de Rusia, todo el trabajo reconstructivo de la revolución, Tchumalov reanima la fábrica. Es un día de victoria para él y para los obreros; pero es también el día en que siente lejana, extraña, perdida para siempre a Dacha, rabioso y brutales sus celos. -En la novela, el conflicto de estos seres se entrecruza y confunde con el de una multitud de otros seres en terrible tensión, en furiosa agonía. El drama de Tchumalov no es sino un fragmento del drama de Rusia revolucionaria. Todas las pasiones, todos los impulsos, todos los dolores de la revolución están en esta novela. Todos los destinos, los más opuestos, los más íntimos, los más distintos, están justificados. Gladkov logra expresar en páginas de potente y ruda belleza, la fuerza nueva, la energía creadora, la riqueza humana del más grande acontecimiento contemporáneo.

José Carlos Mariátegui La Chira

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