Primera Guerra Mundial

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La escena checo-eslovaca [Recorte de prensa]

La escena checo-eslovaca

El Estado de Masarick y Benés aparece, ante todo, como una consecuencia política de la gran guerra. O, más precisamente, de la derrota austro-alemana. El nacimiento del Estado Checo-eslovaco ha sido una de las principales faces o etapas de la disolución del Imperio de los Apsburgos.

La espada aliada cortó los lazos que unían, bajo la corona de los Apsburgos, a pueblos de diverso origen y distinta raza. Estos pueblos, en su obligada convivencia dentro del Imperio, no habían perdido su sentimiento nacional. Pero tampoco habían sabido, antes de la guerra, afirmarlo eficazmente frente al poder austríaco. El pueblo húngaro, el que más enérgicamente había reivindicado siempre su libertad, había conquistado cierto grado de autonomía administrativa. Su antigua inquietud secesionista estaba enervada. El sentimiento nacional de húngaros, bohemios, etc., no tenía un carácter beligerante y combativo sino en una minoría más o menos romántica.

La guerra provocó una viva reacción de este sentimiento. Los sufrimientos y las penurias de una empresa que se prolongaba angustiosamente, con creciente incertidumbre de los austro-alemanes sobre su éxito final, generaron en los sectores alógenos del Imperio de los Apsburgos un difuso y extenso descontento contra la política de la monarquía. La predicación democrática de Wilson, y, sobre todo su doctrina del derecho del libre determinación de las nacionalidades, encontraron, en consecuencia, un terreno favorable a la fructificación de los ideales nacionalistas que se proponían suscitar en el heterogéneo conglomerado austro-húngaro.

Mas, desatado, el haz austro-húngaro, resultó prácticamente imposible la libre agrupación de sus elementos según sus afinidades. Las potencias aliadas querían que la nueva organización de la Europa Central no contrariase, absolutamente, ninguno de sus intereses de predominio. Necesitaban que en esa nueva organización ocupasen una posición dominante los pueblos que más eficiente y conspicuamente las habían ayudado contra, la monarquía austríaca. Checo-Eslovaquia obtuvo, por tanto, en la conferencia de la paz, un tratamiento de especial favor. Los checo-eslovacos consiguieron anexarse poblaciones húngaras, alemanas, ruthenas.

Esta protección no sólo se explica por el interés de la Entente de colocar al flanco de la vencida Alemania un Estado fuerte. Se explica también por la importante participación de los leaders del nacionalismo checo-eslovaco en el socavamiento del frente austríaco. Masarick, Lenes y Stefanick, presintiendo que del resultado de la guerra dependía la independización de su pueblo, habían dirigido desde el extranjero un movimiento subterráneo de agitación contra la monarquía austríaca, destinado a producir su derrumbamiento apenas se quebrantara la esperanza de alemanes y austro-húngaros en la victoria. Desde París, Masarick había vivido, en los últimos años de la guerra, en constante y secreta comunicación con sus secuaces de Checo-Eslovaquia, fomentando en los regimientos checo-eslovacos, mediante una sorda propaganda, sentimientos que debían moverlos a la deserción del frente austríaco. Esta agitación nacionalista checo-eslovaca, con la colaboración poderosa de los gobiernos aliados, había empujado a combatir al lado de la Entente a los soldados checo-eslovacos hechos prisioneros por sus ejércitos.

Masarick y Benés pertenecen, pues, típicamente, a la categoría de hombres de Estado emergida de la post-guerra. Heteróclita y varicolor categoría de la que forman parte, de un lado, los leaders, del Estado bolchevique y, de otro lado, Mussolini, Pilsudsky, Horthy, etc. Hasta el día de la victoria aliada, Masarick y Benés no fueron —sobre todo en concepto de la monarquía austríaca— sino dos obsecados agitadores. Dos hombres negligibles en el plano de la política europea. La victoria aliada los convirtió, de golpe, en los conductores de una telón de trece millones de hombres. O sea en personajes bastante más considerables que el ex-emperador Garlos de Apsburgo y que sus cancilleres.

Más conocido que Benés era Masarick. De su historia y de su figura, mucho más antiguas, se tenía difusa noticia en todos los sectores de la internacional socialista.

Hijo de un cochero de Moravia, Masarick se destacó, desde su batalladora juventud, en el seno de la social-democracia checa. Su inteligencia y su dinamismo le abrieron las puertas de la Universidad de Praga. Su posición frente a la monarquía austríaca le valió varios procesos por delitos contra la seguridad del Estado. En esos tiempos Masarick escribió un libro de crítica marxista que hizo notorio su nombre en las revistas y periódicos de la social-democracia europea: "Die philosophisehen und sooio- logisehen Grundlagen des Marxismus".

Pero la notoriedad de Masarick no traspasó, en esos arduos tiempos de combate, los confines del mundo social-democrático. En los parlamentos, en las academias y en los grandes rotativos, el nombre del profesor Th. G. Masarick, autor de varios ensayos sobre el marxismo, era completamente desconocido. Le correspondía a la guerra descubrirlo y revelarlo. Y transformarlo en el nombre del presidente de una imprevista República Checo-Eslovaca.


Por su rol en la creación de Checo-Eslovaquia le tocó a la social-democracia checo-eslovaca asumir, en colaboración con los elementos liberales de la burguesía nacional, la responsabilidad no siempre honrosa y no siempre fácil del poder. La asamblea nacional elevó a la presidencia de la nueva república al profesor Masarick. La política y la legislación del Estado checo-eslovaco se decoraron de principios social-democráticos. El Estado checo-eslovaco se caracterizó por su necesidad de mostrarse como uno de los Estados europeos más avanzados en materia de legislación social. Bajo la presión de las masas, la política del Estado checo-eslovaco hizo varias concesiones a las reivindicaciones proletarias. La mayor de todas fue, acaso, la aceptación de la fórmula de los Consejos de Empresa, que significa un paso hacia la participación de los obreros en la administración de las fábricas.

Esta tendencia no ha sido abandonada. El Instituto Checo-eslovaco de Estudios Sociales, en un reciente opúsculo sobre la política social en Checo-Eslovaquia, dice: "Checo-Eslovaquia rivaliza con los estados más progresistas de Europa en cuanto concierne a la protección de los obreros, los seguros sociales, la asistencia a los sin trabajo, a los inválidos de guerra, a los niños, a los indigentes, la lucha contra la crisis de los alojamientos, etc. En ciertas materias de política social sus leyes van más allá de las exigencias de las convenciones internacionales. Pero no quiere detenerse en tan buen camino; sabe que el progreso— en los límites compatibles con la prosperidad económica del país—debe ser incesante”.

Mas la acción de la social-democracia en Checo-Eslovaquia ha estado paralizada por las mismas razones que en Alemania. La social-democracia checo-eslovaca, forzada a colaborar con la burguesía, se ha comprometido demasiado con sus ideas, sus intereses y sus hombres. La constatación de esta progresiva adaptación del partido socialista checo-eslovaco al mundo burgués, causó en 1920, como en los otros partidos socialistas de Europa, un cisma en su estado mayor y en su proselitismo. La izquierda de la social-democracia se pronunció por una política revolucionaria, fiel al principio de la lucha de clases. Y su tesis alcanzó en el congreso del partido el ochenta por ciento de los votos de los delegados. La escisión dividió a la social-democracia en dos partidos: uno ministerial y otro revolucionario. Este último se adhirió en mayo de 1921 a la Tercera Internacional. Es, presentemente, no obstante las depuraciones que ha sufrido, uno do los más vigorosos partidos comunistas de, Europa. Tiene un numeroso grupo parlamentario. Y publica tres diarios.

La más trascendente de las reformas actuadas por el gobierno checo-eslovaco es la de la propiedad de la tierra. La ley de abril de 1919 establece el derecho del Estado a confiscar la gran propiedad agraria y a repartirla entre los campesinos pobres. Esta ley considera la posibilidad o la conveniencia de crear, en otros casos, cooperativas agrícolas. Según los datos que tengo a la vista del “Annuaire du Travail”, hasta el 31 de diciembre de 1921, el Estado había confiscado el 16.3% de la superficie total de las tierras de cultivo. La confiscación reconoce al terrateniente expropiado el derecho a una indemnización calculada conforme al valor de la tierra entre 1913 y 1915. Le reconoce, además, el derecho de conservar la propiedad hasta de quinientas hectáreas.

Este lado de la política checo-eslovaca es el que atrae, preferentemente, la atención de los estudiosos de asuntos económicos y políticos. El gobierno de Masarick ha aplicado con parsimonia la ley agraria. La ha aplicado, sobre todo, contra los latifundistas alemanes y húngaros, movido por un sentimiento nacionalista. La mayor parte de la propiedad agraria continúa en manos de los ricos terratenientes. Pero la sola ley representa una conquista revolucionaria que ningún acontecimiento reaccionario podrá ya anular. Esa ley no inaugura en Checo-Eslovaquia un régimen socialista. Mas líquida, por lo menos, un rezago del régimen feudal.

José Carlos Mariátegui

José Carlos Mariátegui La Chira

La escena polaca [Recorte de prensa]

La escena polaca

Una de las reivindicaciones del programa wilsoniano que despertaron más universales simpatías, fue la reivindicación del derecho de Polonia a reconstituirse como nación libre. Durante más de un siglo, la historia del asesinato de la república y la nación polacas —consumado en 1792 por tres imperios, Alemania, Austria y Rusia, que representaban y encarnaban en esa época, a los ojos de toda la Europa liberal, el espíritu y el régimen de la Edad Media— había sido el capítulo doloroso de la edad moderna sobre el cual había llorado sus más exaltadas lágrimas el sentimentalismo de la democracia. Las figuras románticas de los patriotas polacos, emigrados a América y a Europa occidental, interesaban y apasionaban a todos los espíritus liberales. El renacimiento, la reconstrucción de la heroica Polonia revolucionaria constituía uno de los ideales del mundo moderno. Estimulaba esta simpatía la admiración al elan revolucionario de los leaders y agitadores polacos, prontamente ganados a la ideología socialista. La social-democracia alemana contaba entre sus más nobles combatientes a dos polacos: Rosa de Luxemburgo y León Joguisches. Pero a la popularidad polaca le ha tocado, después, una suerte paradójica. Restaurada Polonia por el Tratado de Versalles, su nombre ha dejado casi inmediatamente de representar un lema de la libertad y de la revolución. Polonia se ha convertido en una de las ciudadelas de la política reaccionaria. La causa de este cambio no es de responsabilidad de los polacos. Depende casi exclusivamente de los intereses y las ambiciones de las potencias vencedoras. El pueblo polaco no tiene, en verdad, la culpa de que en Versalles se haya asignado a Polonia territorios y poblaciones no polacas.

Nitti refleja en un capítulo de su libro "La Decadencia de Europa" el sentimiento de los demócratas occidentales respecto de la Polonia creada en Versalles: "Surgía — escribe— una Polonia, no ya cual Wilson la había proclamado y cual todos la querían, una Polonia con elementos seguramente polacos, sino con vastos sectores de poblaciones alemanas y rusas y en la que los elementos polacos representan apenas poco más de la mitad. Esta nueva Polonia —que con sus tendencias imperiales se prepara a sí misma y a sus poblaciones renacidas un terrible destino, si no repara a tiempo estos errores— tiene una función absurda, la de separar duraderamente Alemania y Rusia, esto es los dos pueblos más numerosos y más expansivos de Europa continental, y la de ser un agente militar de Francia contra Alemania".

Contra Alemania y contra Rusia, realmente, ha inventado Francia esta Polonia desmesurada y excesiva que encierra dentro de sus artificiales confines densas minorías extranjeras destinadas a representar, en esta Europa post-bélica, el mismo rol de minorías oprimidas e irredentas representado tan heroica y románticamente por los polacos antes de su liberación y su resurgimiento. En 1920, espoleada por su aliada y madrina Francia, turbada por la propia emoción de su victorioso renacimiento, Polonia acometió una empresa guerrera. Atacó a Rusia con el doble objeto de infringir un golpe a los soviets y de ensanchar más aún su territorio. Parece evidente que Pildsuski acariciaba un amplio pian imperialista: la federación de los estados bálticos y algunos estados que forman parte de la unión rusa, bajo la tutela y el dominio de Polonia. Rusia, derrotada, habría quedado así más alejada y separada que nunca de Occidente. Polonia, engrandecida, militarizada, habría pasado a ocupar un puesto entre las grandes potencias.

Estos ambiciosos designios no tuvieron fortuna. Polonia estuvo a punto de sufrir una tremenda derrota. El ejército rojo, después de rechazar a los polacos, avanzó hasta las puertas de Varsovia. Francia hubo de acudir solícitamente en auxilio de su aliada. Una misión militar francesa asumió la dirección de las operaciones. Varsovia fue salvada. Los rusos, que se habían alejado temerariamente de sus bases de aprovisionamiento, fueron expulsados del territorio polaco. Pero Polonia no pudo llevar más allá la aventura. Entre Polonia y Rusia se pactó la paz en condiciones que restablecían el statu-quo anterior al conflicto.

Después, las relaciones polaco-rusas han sufrido varias crisis, pero uno y otro país se han preocupado de mejorarlas. El cable nos ha comunicado hace pocos días que Tchitcherin había sido recibido cordialmente en Varsovia. Polonia necesita vivir en paz con Rusia. El rol militar que la política de Francia quiere, hacerle jugar es el que menos conviene a sus intereses económicos. "Polonia —ha dicho Trotski— puede ser, entre Rusia y Alemania, un puente o una barrera. De su elección dependerá la actitud de los soviets a su respecto". El tratado de Versalles, y, más que el tratado, la política del capitalismo occidental y en particular del imperialismo francés, no quieren que Polonia sea, entre Rusia y Alemania, un puente sino una barrera. Pero este propósito, esta exigencia, contrarian y tuercen el natural destino histórico de la nación polaca. Y engendran un peligro para su porvenir. "Quienes han amado la causa de Polonia y han visto resurgir la nación polaca —dice Nitti—, ven con angustia que la Polonia actual no puede durar, que debe necesariamente caer cuando Alemania y Rusia restablecidas reivindiquen sus derechos históricos".

Ni la política ni la economía polacas aconsejan ni consienten al gobierno de Polonia proyectos imperialistas y aventuras bélicas. El estado de la hacienda pública polaca revela un profundo desequilibrio económico. En 1919 y 1920 las entradas cubrieron apenas el diez por ciento de los egresos fiscales. En 1922 la situación se presentaba relativamente mejorada. Pero el déficit ascendía siempre más o menos a la mitad del presupuesto. El Estado polaco recurre, para satisfacer sus necesidades, a la emisión fiduciaria o a los empréstitos en el extranjero. Falta de crédito comercial, Polonia no puede obtener sino empréstitos políticos. Y estos empréstitos políticos significan la hipoteca a Francia de su soberanía y su independencia. Polonia se mueve dentro de un círculo sin salida. Su desequilibrio económico proviene en gran parte de los gastos militares y del oficio internacional a que la obligan sus compromisos con el capitalismo extranjero. Y para resolver los problemas de su crisis no tiene otro recurso que los empréstitos destinados a agravar y ratificar más aún esos compromisos.

Polonia es un país en el cual el conflicto entre la ciudad y el campo, entre la industria y la agricultura, reviste por otra, parte un carácter agudo. El gobierno de Pildsuski necesita apoyarse en los elementos agrarios. Su base social-democrática es demasiado exigua para asegurarle el dominio del país y del parlamento. En 1918 el antiguo partido socialista polaco, se cisionó como los demás partidos socialistas europeos. El ala izquierda constituyó un partido comunista. El ala derecha siguió a Pildsuski En consecuencia, la República polaca no cuenta con un arraigo sólido en la población industrial. El proletariado urbano, en gran parte, manifiesta un humor revolucionario, que el orientalmente reaccionario del régimen se encarga cada vez más de exasperar. El gobierno de Pildsuski inspira su política en. los intereses de los grupos agrarios nacionalistas y anti-semitas. Los tributos oprimen sobre todo a las ciudades con el fin de abrumar a los judíos, que en toda Europa se caracterizan corno elementos urbanos, al mismo tiempo que de contentar y favorecer, los intereses rurales.

La tragedia post-bélica se siente, más hondamente que en las naciones occidentales, en estas nuevas o renovadas naciones de Europa Central. Ahí el desequilibrio, lógicamente, es mucho mayor. Los rumbos de la política interna y externa son menos propios, menos autónomos, menos nacionales. Todas estas naciones han adquirido territorios y poblaciones ajenas a un alto precio: el de su libertad.

José Carlos Mariátegui

José Carlos Mariátegui La Chira

Notas de la octava conferencia

[Transcripción completa]

  • Los grandes grupos políticos alemanes son: pangermanistas, populistas, católicos, demócratas, socialistas, comunistas. Organización Cónsul, Organización Escherish, fascismo bávaro de Hitler y Ludendorf.

  • Antecedentes de la situación actual: La caida del gabinete Wirth. La constitución del gabinete Cuno. -Retorno al gobierno de los populistas de Hugo Stinnes. Posición de los socialistas frente a este gobierno. Efectos de la ocupación del Ruhr en la política alemana. La crisis alemana actual no es sino la exasperación de la crisis política originada por el fracaso de la colaboración de la social-democracia con la burguesía. -La renuncia de Cuno. El gabinete Stressemann. Hilferding, ministro de finanzas.

  • El separatismo renano. Las fracciones separatistas de Smeets y Doreen. Su agitación y su próxima fusión. El auspicio francés.

  • Las consecuencias de la ocupación del Ruhr en la economía alemana. La catástrofe del marco. Imposibilidad de que Alemania, mutilada, fraccionada, se reorganice. Una nación constituye un organismo vivo. No es posible lesionarlo ni herirlo ni trastornar, sin desordenar su funcionamiento. La ocupación del Ruhr condena a Alemania a la ruina, a la miseria. Pero una Alemania arruinada significa un agravamiento de la crisis económica europea. No pueden coexistir naciones moribundas, naciones hambrientas y naciones vitales, naciones pletóricas. El organismo económico del mundo se ha hecho demasiado solidario para que esto ocurra. Una nación primitiva, insignificante, poco evolucionada económicamente puede caer en la miseria sin afectar sensiblemente a las demás naciones del continente. Pero una nación de un dinamismo internacional tan complejo y tan vasto no puede ser abatida y destruida sin daño mortal para sus vecinos. Los problemas de la paz han descubierto esta solidaridad de vencedores y vencidos que impide a los primeros aplastar a los segundos.

  • Las causas verdaderas de la ocupación del Ruhr. Los chauvinistas, los nacionalistas, quieren el aniquilamiento de Alemania. Tienen la pesadilla de la reconstrucción alemana, de la revancha alemana. Los metalúrgicos aspiran a la posesión del carbón alemán. La prensa de los metalúrgicos explota el patriotismo de las clases pequeno-burguesas. El bloc nacional, el bloc de izquierdas y los comunistas.

  • El programa de Stinnes: la supresión de la jornada de ocho horas, la reducción del personal del Estado, la entrega de los ferrocarriles a empresas privadas. En una palabra, la abolición, la derogación de todas las conquistas del programa mínimo socialista. Una coalición burguesa carece de fuerza para actuar este plan.

  • La disensión en la social-democracia. La tendencia de derecha y la tendencia de izquierda. El temor a la concurrencia comunista.

  • La política de los comunistas alemanes. Los consejos de fabrica. El frente único proletario. El gobierno obrero. La estatización del 51 por ciento de las empresas, bajo el control de los trabajadores. Los social-democráticos y sus aprensiones y miedos.

  • El fenómeno nacionalista. El pauperismo de las clases medias y pequeño-burguesas. -La miseria de los intelectuales. -Radek propone que se combata al fascismo no solo con armas bélicas sino también con armas políticas. -La clase media, dominada por el recuerdo de su pasado bienestar, tiende al restablecimiento del antiguo régimen. Le falta una mentalidad de clase, una consciencia de clase. Un gobierno de la clase media no puede desenvolver sino una política capitalista. La clase media necesita incorporarse en la clase capitalista o en la clase asalariada. No cabe para ella una posición media ni independiente.

  • ¿Cuáles son las perspectivas de la hora presente?. -No es probable una rectificación inmediata de la política francesa. La ocupación del Ruhr seguirá, pues, desorganizando, empobreciendo y arruinando a Alemania. Se habla de la posibilidad de que los industriales alemanes y los industriales franceses se coordinen y se arreglen. Esta alianza del capitalismo francés con el capitalismo alemán no se haría sino a expensas de la clase trabajadora. Ya ha habido preludios de una inteligencia de esta naturaleza: el convenio Loucheur-Lubersac. Esta inteligencia inquietaría a Inglaterra. La industria alemana y la industria francesa constituirían un formidable bloc continental. Igualmente se habla de la posibilidad de que Inglaterra proponga la constitución de un conglomerado anglo-franco-alemán. Mussolini finalmente suena con un bloc continental: Alemania, Francia e Italia. -Pero todos estos proyectos tropiezan con la dificultad de los egoísmos nacionalistas. Cada potencia suspira por una alianza dentro de la cual le toque la parte del león. La atmósfera dejada por la guerra es una atmósfera emponzoñada y asfixiante. Está envenenada por odios rencores y pasiones egoístas. El razonamiento de que el sentido común, el interés común, predominará en la mentalidad de los diversos grupos capitalistas de Europa, es un razonamiento que desconoce la influencia oscura y misteriosa, pero decisiva que tienen en la marcha de la historia los factores psicológicos.

José Carlos Mariátegui La Chira

Notas de la conferencia La intervención de Italia en la Guerra

[Transcripción Completa]

Anteriores conferencias determinaron carácter guerra mundial. Hemos visto que sus más profundos comentadores la han llamado guerra absoluta. Guerra absoluta, guerra de naciones, no de ejércitos. Conclusión de Tilgher define muy bien [la] intervención [de] EE.UU., así como [la] fisonomía [de la] guerra italiana. Por esto es citada.

Italia intervino en virtud de causas económicas más que diplomáticas y políticas. Su suelo no le permitía alimentar [a la] población. Necesitaba exportación e importación. Estaba a merced de la potencia dueña de los mares. Sus importaciones y exportaciones dependían de Inglaterra. Carecía libertad acción. Neutralidad imposible. No podía ser, como Suiza expectadora. Su rol demasiado considerable para que la guerra no la arrastrase. No habiendo seguido a los alemanes, era inevitable que siguiese a los aliados. Verdadera prisionera.

Estas circunstancias condujeron Italia a la intervención. Razones diplomáticas no habrían bastado par a obligar a Italia. Dos clases de elementos intervencionistas. El gobierno italiano tuvo en cuenta ideales nacionalistas al concertar intervención.

Se suscribió el pacto de Londres. Italia entraba en la guerra en el nombre [de] interés nacional. La verdad oficial era otra. Para uso interno razones nacionalistas, para uso externo razones democráticos. Hallábase razón fundamental. Por esto Tilgher dice guerra conducida criterio guerra relativa. Consecuencias se dejaron sentir pronto.

Durante primera fase fuerte corriente neutralista. No solo neutralismo socialistas sino giolittianos. Neutralismo burgués consintió socialistas actuar [con] mayor libertad dentro ambiente menos bélico. La Union Sagrada no era completa. El pueblo italiano no sentía unánimemente la guerra. Estas causas originaron derrota Caporetto. Después reacción política opinión. El pueblo empezó a sentir la necesidad de empeñarse en la guerra. Fuerte ola nacionalismo dominó país. Desde ese momento combatió no solo el ejército sino todo el pueblo. La guerra empezó a ser absoluta.

Comentadores superficiales atribuyeron a Caporetto causas exclusivamente militares, a la reacción también. Importancia exagerada dada a los refuerzos franceses. Fue un canje de tropas. La reacción italiana fue moral, política. Mientras fue débil el frente politico, débil frente militar. Asi en este aspecto como en otros factores políticos psicológicos mayor trascendencia que militares.

La confirmación de esta tesis está en la eficacia de la intervención americana. EE.UU, aportaron no solo concurso material sino sobre todo moral y politico. Discursos Wilson debilitaron frente alemán más que tropas. Asi lo acreditan documentos, lo establecen libros autorizados. Wilson socavó resistencia austro-alemana. Hablaba del pueblo alemán como de un hermano. Esta propaganda, que repercutió en el mundo, repercutió también Alemania Austria. Pueblo alemán sintió guerra no era ya defensa nacional.

Austria más conmovida que Alemania. En Bohemia, Hungría, antiguos ideales [de] independencia nacional. Efectos este debilitamiento tenían que manifestarse al primer quebranto militar. Asi. Mientras pudieron mantener esperanza conservaron adhesión pueblos. Apenas desapareció esperanza todo cambió. Austro-alemanes perdieron control masas. Ofensiva Piave encontró ejército poco dispuesto sacrificio. Divisiones enteras capitularon. Este desastre resonó inmediatamente frente alemán. Estaba militarmente intacto. Pero política y moralmente quebrantado y flanqueado. Hay documentos que describen estado ánimo esos días. Ludendorf, Hidemburg, Erzerberger. Kaiser alentó esperanza ejercito alemán permitiese obtener paz mejor. Pensaba frente no había sido roto. Otros sabían frente, inexpugnable al enemigo, ganado por su propaganda. No había sido roto materialmente, pero invalidado moralmente. No estaba dispuesto a obedecer. En las trincheras germinaba la revolución.

Ahora pangermanistas dicen: "Alemania no fue vencida militarmente". Viejo concepto guerra relativa. Ven como el Kaiser: frente intacto. Su error es el mismo de los comentadores superficiales de Caporetto. Nacionalistas impermeables al nuevo concepto guerra absoluta. Poco importa derrota militar. En guerra absoluta derrota al mismo tiempo moral ideológica. Porque factores militares subordinados factores morales. No se llama derrota militar. Lo críticos de la guerra no son militares. Son filósofos, políticos, sociales. Por primera vez victoria ha sido cuestión de estrategia ideologica. Desde este punto de vista, Wilson generalísimo de la victoria.
Este concepto resume valor intervención americana.

Ahora no examen programa wilsoniano, critica gran ilusión Liga Naciones. De acuerdo programa, dejaremos estas cosas para paz Versalles. Fijar rápidamente valor intervención. Ideología requiere examen aparte. Conectado con examen Versalles y consecuencias.

Allora estudio otro trascendental fenomeno: revolución rusa. Fase social-democrática. Cómo llegó al gobierno Kerensky. Anterior conferencia posición socialistas rusas frente guerra. Plekanof. Otros muchos fieles congreso Stuttgart. Zarismo conducía la guerra con mentalidad guerra relativa. No contaba adhesión pueblo. Frente interno menos fuerte que otros beligerantes. Rusia, por esto, primera vencida. Dentro burguesía, elementos inconciliables con zarismo. Cortex, conspiradores germanófilos. Todas estas circunstancias hacían inevitable revolución y derrota.- "La Rusia de los Zares durante la gran guerra". Paleologue espectador cercano. Describe ambiente oficial periodo incubación revolucionaria. Presintiose crisis. Intento no conjurarla, sino encauzarla. Mesa Paleologue Milukouff. Zaris no carecía autoridad moral y capacidad, política para manejar negocios guerra. Cerca Zarina intrigas. Zarina, temperamento místico, fanático, gobernada Rasputin. Ejército en condiciones desastrosos. Descontento extendíase.

EI zar, medioeval e imbécil, no percibía la catástrofe vecina. Asesinato Rasputin. Conflicto con nobleza por prisión Dimitri. Dias de gran inquietud para aristocracia. Insinuaciones alejar Zarina. Zar tomó actitud caballeresca hidalga. Las suertes del imperio en manos hombre insensato enfermo. Zarina, alucinada, delirante, dialogaba con Rasputin. No había quien no se diese cuenta crisis tenia que explosionar.

Anécdota Olive. 10 Enero 1917. Palacio gran duquesa Maria Pavlowna. Vista San Pedro y San Pablo. Chambrun. Los días de la autocracia estaban contados. Burguesía, aristocracia aliados trabajaban porque caída zarismo no fuese suya. Indirectamente apresuraban revolución. Interesados canalizar revolución acrecentaban gérmenes revolucionarios. Revolución vino. Kerensky figura anémica. No quiso gobierno obrero, miedoso de la revolución misma.

Dentro de este ambiente indeciso, regimen precario, fue germinando revolución bolchevique. Próxima clase veremos como se produjo hacia el cual convergen miradas proletariado universal.

José Carlos Mariátegui La Chira

Manuscrito de La intervención de Italia en la Guerra

[Transcripción Completa]
Yo no olvido durante mis lecciones que este curso es, ante todo, un curso popular, un curso de vulgarización. Trato de emplear siempre un lenguaje sencillo y claro y no un lenguaje complicado y técnico. Pero, con todo, al hablar de tópicos políticos, económicos, sociales no se puede prescindir de ciertos términos que tal vez no son comprensibles a todos. Yo uso lo menos que puedo la terminología técnica; pero en muchos casos tengo que usarla, aunque siempre con mucha parquedad. Mi deseo es que esta clase sea accesible no sólo a los iniciados en ciencias sociales y ciencias económicas sino a todos los trabajadores de espíritu atento y estudioso. Y, por eso, cuando uso un léxico oscuro, cuando uso términos poco usuales en el lenguaje vulgar, lo hago con mucha medida. Y trato de que estos períodos de mis lecciones resulten, en el peor de los casos, paréntesis pasajeros, cuya comprensión no sea indispensable para seguir y asimilar las ideas generales del curso. Esta advertencia me parece útil, de una parte para que los iniciados en ciencias sociales y económicas se expliquen por qué, en muchos casos, no recurro a una terminología técnica que consentiría mayor concisión en la exposición de las ideas y en el comentario de los fenómenos; y de otra parte, para que los no iniciados en estos estudios se expliquen por qué, no obstante mi voluntad, no puedo en muchos casos emplear un lenguaje popular y elemental.
A los no iniciados debo recomendarles también que éstas son clases y no discursos. Por fuerza tienen que parecer a veces un poco áridas.
En las anteriores conferencias, primero al examinar la mentalidad de ambos grupos beligerantes y, luego, al examinar la conducta de los partidos socialistas y organizaciones sindicales, hemos determinado el carácter de la guerra mundial.
Y hemos visto por qué sus más profundos comentadores la han llamado guerra absoluta. Guerra absoluta, esto es guerra de naciones, guerra de pueblos y no guerra de ejércitos. Adriano Tilgher llega a la siguiente conclusión: “La guerra absoluta ha sido vencida por aquellos gobiernos que han sabido conducirla con una mentalidad adecuada, dándole fines capaces de resultar mitos, estados de ánimo, pasiones y sentimientos populares. En este sentido nadie más que Wilson, con su predicación quáquero democrática ha contribuido a reforzar los pueblos de la Entente en la persuasión inconmovible de la justicia de su causa y en el propósito de continuar la guerra hasta la victoria final. Quien, en cambio, ha conducido la guerra absoluta con mentalidad de guerra diplomática o relativa o ha sido vencido (Rusia, Austria, Alemania) o ha corrido gran riesgo de serlo (Italia)”.
Esta conclusión de Adriano Tilgher define muy bien la significación principal de la intervención de los Estados Unidos, así como la fisonomía de la guerra italiana. Me ha parecido, por esto, oportuno, citarla al iniciar la clase de esta noche, en la cual nos ocuparemos, primeramente, de la intervención italiana y de la intervención norteamericana.
Italia intervino en la guerra, más en virtud de causas económicas que en virtud de causas diplomáticas y políticas. Su suelo no le permitía alimentar con sus propios productos agrícolas sino, escasamente, a dos tercios de su población.
Italia tenía que importar el trigo y otros artículos indispensables a un tercio de su población. Y tenía, al mismo tiempo, que exportar las manufacturas, las mercaderías, los productos de su trabajo y de su industria en proporción suficiente para pagar ese trigo y esos artículos alimenticios y materias primas que le faltaban. Por consiguiente, Italia estaba a merced, como está también hoy, de la potencia dueña del dominio de los mares. Sus importaciones y sus exportaciones, indispensables a su vida, dependían, en una palabra, de Inglaterra.
Italia carecía de libertad de acción. Su neutralidad era imposible. Italia no podía ser, como Suiza, como Holanda, una espectadora de la guerra. Su rol en la política europea era demasiado considerable para que, desencadenada una guerra continental, no la arrastrase. No habiéndose puesto al lado de los austro-húngaros, era inevitable para Italia ponerse al lado de los aliados. Italia era una verdadera prisionera de las naciones aliadas.
Estas circunstancias condujeron a Italia a la intervención. Las razones diplomáticas eran, comparativamente, de menor cuantía. Probablemente no habrían bastado para obligar a Italia a la intervención. Pero sirvieron, por supuesto, para que los elementos intervencionistas crearan una corriente de opinión favorable a la guerra. Los elementos intervencionistas eran en Italia de dos clases. Los unos se inspiraban en ideales nacionalistas y revanchistas y veían en la guerra ocasión de reincorporar a la nación italiana los territorios irredentos de Trento y Trieste. Veían, además, en la guerra, una aventura militar, fácil y gloriosa, destinada a engrandecer la posición de Italia en Europa y en el mundo. Los otros elementos intervencionistas se inspiraban en ideales democráticos, análogos a los que más tarde patrocinó Wilson, y veían en la guerra una cruzada contra el militarismo prusiano y por la libertad de los pueblos. El gobierno italiano tuvo en cuenta los ideales de los nacionalistas al concertar la intervención de Italia en la guerra.
Entre los aliados e Italia se suscribió el pacto secreto de Londres. Este pacto secreto, este célebre Pacto de Londres, publicado después por los bolcheviques, establecía la parte que tocaría a Italia en los frutos de la victoria. Este pacto, en suma, empequeñecía la entrada de Italia en la guerra. Italia no intervenía en la guerra en el nombre de un gran ideal, en el nombre de un gran mito, sino en el nombre de un interés nacional. Pero ésta era la verdad oculta de las cosas. La verdad oficial era otra. Conforme a la verdad oficial, Italia se batía por la libertad de los pueblos débiles, etc. En una palabra, para el uso interno se adoptaban las razones de los intervencionistas nacionalistas y revanchistas; para el uso externo se adoptaban las razones de los intervencionistas democráticos. Y se callaba la razón fundamental: la necesidad en que Italia se encontraba o se hallaba de intervenir en la contienda, en la imposibilidad material de permanecer neutral. Por eso dice Adriano Tilgher que, en un principio, la guerra italiana fue conducida con mentalidad de guerra relativa, de guerra diplomática. Las consecuencias de esta política se hicieron sentir muy pronto.
Durante la primera fase de la guerra italiana, hubo en Italia una fuerte corriente de opinión neutralista. No solamente eran adversos a la guerra los socialistas. También lo eran los giolittianos, Giolitti y sus partidiarios, o sea un numeroso grupo burgués. Justamente la existencia de este núcleo de opinión burguesa neutralista consintió a los socialistas actuar con mayor libertad, con mayor eficacia, dentro de un ambiente menos asfixiantemente bélico que los socialistas de los otros países beligerantes. Los socialistas aprovecharon de esta división del frente burgués para afirmar la voluntad pacifista del proletariado.
La ‘unión sagrada’, la fusión de todos los partidos en uno solo, el Partido de la Defensa Nacional, no era, pues, completa en Italia. El pueblo italiano no sentía unánimemente la guerra. Fueron estas causas políticas, estas causas psicológicas, más que toda causa militar, las que originaron la derrota de Caporetto, la retirada desastrosa de las tropas italianas ante la ofensiva austro-alemana. Y la prueba de esto lo tenemos en la segunda fase de la guerra italiana. La ‘unión sagrada’, la fusión de todos los partidos en uno solo, el Partido de la Defensa Nacional, no era, pues, completa en Italia. El pueblo italiano no sentía unánimemente la guerra. Fueron estas causas políticas, estas causas psicológicas, más que toda causa militar, las que originaron la derrota de Caporetto, la retirada desastrosa de las tropas italianas ante la ofensiva austro-húngara. Y la prueba de esto lo tenemos en la segunda fase de la guerra italiana. Después de Caporetto, hubo una reacción en la política, en la opinión italiana. El pueblo empezó a sentir de veras la necesidad de empeñar en la guerra todos sus recursos. Los neutralistas giolittianos se adhirieron a la ‘unión sagrada’. Y desde ese momento no fue ya sólo el ejército italiano, respaldado por un gobierno y una corriente de opinión intervencionista, quien combatió contra los austroalemanes. Fue casi todo el pueblo italiano. La guerra dejó de ser para Italia guerra relativa. Y empezó a ser guerra absoluta.
Comentadores superficiales que atribuyeron a la derrota de Caporetto causas exclusivamente militares, atribuyeron luego a la reacción italiana causas militares también. Dieron una importancia exagerada a las tropas y a los recursos militares enviados por Francia al frente italiano. Pero la historia objetiva y documentada de la guerra italiana nos enseña que estos refuerzos fueron, en verdad, muy limitados y estuvieron destinados, más que a robustecer numéricamente el ejército italiano, a robustecerlo moralmente. Resulta, en efecto, que Italia, en cambio de los refuerzos franceses recibidos, envió a Francia algunos refuerzos italianos. Hubo canje de tropas entre el frente italiano y el frente francés. Todo esto tuvo una importancia secundaria en la reorganización del frente italiano. La reacción italiana no fue una reacción militar; fue una reacción moral, una reacción política.
Mientras fue débil el frente político italiano, fue débil también el frente militar. Desde que empezó a ser fuerte el frente político, empezó a ser fuerte también el frente militar. Porque, así en este aspecto de la guerra mundial, como en todos sus otros grandes aspectos, los factores políticos, los factores morales, los factores psicológicos tuvieron mayor trascendencia que los factores militares.
La confirmación de esta tesis la encontraremos en el examen de la eficacia de la intervención americana. Los Estados Unidos aportaron a los aliados no sólo un valioso concurso moral y político. Los discursos y las proclamas de Wilson debilitaron el frente alemán más que los soldados norteamericanos y más que los materiales de guerra norte-americanos. Así lo acreditan los documentos de la derrota alemana. Así lo establecen varios libros autorizados, entre los cuales citaré, por ser uno de los más conocidos, el libro de Francisco Nitti "Europa sin paz". Los discursos y las proclamas de Wilson socavaron profundamente el frente austro-alemán. Wilson hablaba del pueblo alemán como de un pueblo hermano. Wilson decía: “Nosotros no hacemos la guerra contra el pueblo alemán, sino contra el militarismo prusiano”. Wilson prometía al pueblo alemán una paz sin anexiones ni indemnizaciones. Esta propaganda, que repercutió en todo el mundo, creando un gran volumen de opinión en favor de la causa
aliada, repercutió también en Alemania y Austria. El pueblo alemán sintió que la guerra no era ya una guerra de defensa nacional. Austria, naturalmente, fue conmovida mucho más que Alemania por la propaganda wilsoniana. La propaganda wilsoniana estimuló en Bohemia, en Hungría, en todos los pueblos incorporados por la fuerza al Imperio Austro-Húngaro, sus antiguos ideales de independencia nacional. Los efectos de este debilitamiento del frente político alemán y del frente político austríaco tenían que manifestarse, necesariamente, a renglón seguido del primer quebranto militar. Y así fue. Mientras el gobierno alemán y el gobierno austríaco pudieron mantener con vida la esperanza de la victoria, pudieron, también, conservar la adhesión de sus pueblos a la guerra. Apenas esa esperanza empezó a desaparecer las cosas cambiaron. El gobierno alemán y el gobierno austríaco perdieron el control de las masas, minadas por la propaganda wilsoniana.
La ofensiva de los italianos en el Piave encontró un ejército enemigo poco dispuesto a batirse hasta el sacrificio. Divisiones enteras de checo-eslavos capitularon. El frente austríaco se deshizo. Y este desastre militar y moral resonó inmediatamente en el frente alemán. El frente alemán estaba, no obstante la vigorosa ofensiva alemana, militarmente intacto. Pero el frente alemán estaba, en cambio, política y moralmente quebrantado y franqueado. Hay documentos que describen el estado de ánimo de Alemania en los días que precedieron a la capitulación. Entre esos documentos citaré las Memorias de Ludendorff, las Memorias de Hindenburg y las Memorias de Erzberger, el líder del centro católico alemán, asesinado por un nacionalista, por su adhesión a la revolución y a la República Alemana y a la paz de Versalles. Tanto Ludendorff como Hindenburg y como Erzberger nos enteran de que el Káiser,
considerando únicamente el aspecto militar de la situación, alentó hasta el último momento la esperanza de una reacción del ejercito alemán que permitiese obtener la paz en las mejores condiciones. El Káiser pensaba: "Nuestro frente militar no ha sido roto". Quienes lo rodeaban sabían que ese frente militar, inexpugnable aparentemente al enemigo, estaba ganado por su propaganda política. No había sido aún roto materialmente; pero sí invalidado moralmente. Este frente militar no estaba dispuesto a obedecer a sus generalísimos y a su gobierno. En las trincheras germinaba la revolución.
Hasta ahora los alemanes pangermanistas, los alemanes nacionalistas afirman orgullosamente: "Alemania no fue vencida militarmente". Es que esos pangermanistas, esos nacionalistas, tienen el viejo concepto de la guerra relativa, de la guerra militar, de la guerra diplomática. Ellos no ven del cuadro final de la guerra sino lo que el Káiser vio entonces: el frente militar alemán intacto. Su error es el mismo error de los comentadores superficiales que vieron en la derrota italiana de Caporetto únicamente las causas militares y que vieron, más tarde, en la reorganización del frente italiano, únicamente causas militares. Esos nacionalistas, esos pangermanistas, son impermeables al nuevo concepto de la guerra absoluta. Poco importa que la derrota de Alemania no fuese una derrota militar. En la guerra absoluta la derrota no puede ser una derrota militar sino una derrota al mismo tiempo política, moral, ideológica, porque en la guerra absoluta los factores militares están subordinados a los factores políticos, morales e ideológicos. En la guerra absoluta la derrota no se llama derrota militar, aunque no deje de serlo; se llama derrota, simplemente. Derrota sin adjetivo, porque su definición única es la derrota integral.
Los grandes críticos de la guerra mundial no son, por esto, críticos militares. No son los generalísimos de la victoria ni los generalísimos de la derrota. No son Foch ni Hindenburg, Díaz ni Ludendorff. Los grandes críticos de la guerra mundial, son filósofos, políticos, sociólogos. Por primera vez la victoria ha sido cuestión de estrategia ideológica y no de estrategia militar. Desde ese punto de vista, vasto y panorámico, puede decirse, pues, que el generalísimo de la victoria ha sido Wilson. Y este concepto resume el valor de la intervención de los Estados Unidos.
No haremos ahora el examen del programa wilsoniano; no haremos ahora la crítica de la gran ilusión de la Liga de las Naciones. De acuerdo con el programa de este curso, que agrupa los grandes aspectos de la crisis mundial, con cierta arbitrariedad cronológica, necesaria para la mejor apreciación panorámica, dejaremos estas cosas para la clase relativa a la paz de Versalles. Mi objeto en esta clase ha sido sólo el de fijar rápidamente el valor de la intervención de los Estados Unidos como factor de la victoria de los aliados. La ideología de la intervención americana, la ideología de Wilson, requiere examen aparte. Y este examen particular tiene que ser conectado con el examen de la paz de Versalles y de sus consecuencias económicas y políticas. Hoy dedicaremos los minutos que aún nos quedan al estudio de aquel otro trascendental fenómeno de la guerra: la revolución rusa y la derrota rusa. Echaremos una ojeada a los preliminares y a la fase social-democrática de la revolución rusa. Veremos cómo se llegó al gobierno de Kerensky.
En la conferencia anterior, al exponer la conducta de los partidos socialistas de los países beligerantea, dije cuál había sido la posición de los socialistas rusos frente a la conflagración. En Rusia, la mayoría del movimiento obrero y socialista fue contraria a la guerra. El grupo acaudillado por Plejanov no creía que la victoria robustecería el zarismo; pero la mayoría socialista y sindicalista comprendió que le tocaba combatir en dos frentes: contra el imperialismo alemán y contra el zarismo. Muchos socialistas rusos fueron fieles a la declaración del Congreso de Stuttgart que fijó así el deber de los socialistas ante una guerra: trabajar por la paz y aprovechar de las consecuencias económicas y políticas de la guerra para agitar al pueblo y apresurar la caída del régimen capitalista.
El gobierno zarista, es casi inútil decirlo, conducía la guerra con el criterio de guerra relativa, de guerra militar, de guerra diplomática. La guerra rusa no contaba con la adhesión sólida del pueblo ruso. El frente político interno era en Rusia menos fuerte que en ningún otro país beligerante. Rusia fue, sin duda, por estas razones, la primera vencida. Dentro de la burguesía rusa había elementos democráticos y pacifistas inconciliables con el zarismo. Y dentro de la corte del Zar había conspiradores germanófilos que complotaban en favor de Alemania. Todas estas circunstancias hacían inevitables la derrota y la revolución rusas.
Un interesante documento de los días que precedieron a la revolución es el libro de Mauricio Paleologue, "La Rusia de los Zares durante la Gran Guerra". Mauricio Paleologue era el embajador de Francia ante el Zar. Fue un explorador cercano de la caída del absolutismo ruso. Asistió a este espectáculo desde un palco de "avant scene".
Las páginas del libro de Mauricio Paleologue describen el ambiente oficial ruso del período de incubación revolucionaria. Los hombres del zarismo presintieron anticipadamente la crisis. La presintieron igualmente los representantes diplomáticos de las potencias aliadas. Y el empeño de unos y otros se dirigió no a conjurarla, porque habría sido vano intento, sino a encauzarla en la forma menos dañina a sus respectivos intereses. Los embajadores aliados en Petrogrado trataban con los miembros aliadófilos del régimen zarista y con los elementos aliadófilos de la democracia y de la social-democracia rusas. Paleologue nos cuenta cómo en su mesa comían Milukoff, el líder de los cadetes, y otros líderes de la democracia rusa. El régimen zarista carecía de autoridad moral y de capacidad política para manejar con acierto los negocios de la guerra. Cerca de la Zarina intrigaba una camarilla germanófila. La Zarina, de temperamento místico y fanático, era gobernada por el monje Rasputín, por aquella extraña figura, alrededor de la cual se tejieron tantas leyendas y se urdieron tantas fantasías. El ejército se hallaba en condiciones morales y materiales desastrosas. Sus servicios de aprovisionamiento, amunicionamiento, transporte, funcionaban caóticamente. El descontento se extendía entre los soldados. El Zar, personaje imbécil y medioeval, no permitía ni tampoco percibía la vecindad de la catástrofe. Dentro de esta situación se produjo el asesinato del monjeRasputín, favorito de la Zarina, papa negro del zarismo. El Zar ordenó la prisión del príncipe Dimitri, acusado del asesinato de Rasputín. Y comenzó entonces un conflicto entre el Zar y los personajes aliadófilos de la Corte que, avisadamente, presentían los peligros y las amenazas del porvenir. La nobleza demandó la libertad del príncipe Dimitri. El Zar se negó diciendo:‘Un asesinato es siempre un asesinato’. Eran días de gran inquietud para la aristocracia rusa, que arrojaba sobre la Zarina la responsabilidad de la situación. Algunos parientes del Zar se atrevieron a pedirle el alejamiento de la Zarina de la Corte. El Zar resolvió tomar una actitud medioevalmente caballeresca e hidalga. Pensó que todos se confabulaban contra la Zarina porque era extranjera y porque era mujer. Y resolvió cubrir las responsabilidades de la Zarina con su propia responsabilidad. La suerte del Imperio Ruso estaba en manos de este hombre insensato y enfermo. La Zarina, alucinada y delirante, dialogaba con el espíritu de Rasputín y recogía sus inspiraciones. El monje Rasputín, a través de la Zarina, inspiraba desde ultratumba al Zar de todas las Rusias. No había casi en Rusia quien no se diese cuenta de que una crisis política y social tenía necesariamente que explosionar de un momento a otro.
Vale la pena relatar una curiosa anécdota de la corte rusa. Paleologue, el embajador francés, y su secretario, estuvieron invitados a almorzar el 10 de enero de 1917, el año de la revolución, en el palacio de la gran duquesa María Pawlova. Paleologue y su secretario subieron la regia escala del palacio. Y al entrar en el gran salón no encontraron en él sino a una dama de honor de la gran duquesa: la señorita Olive. La señorita Olive, de pie ante la ventana del salón, contemplaba pensativamente el panorama del Neva, en el cual se destacaban la catedral de San Pedro y San Pablo y las murallas de la Fortaleza, la prisión del Estado. Paleologue interrumpió cortésmente a la señorita Olive: “Yo acabo de sorprender, si no vuestros pensamientos, al menos la dirección de vuestros pensamientos. Me parece que Ud. mira muy atentamente la prisión”. Ella respondió: “Sí; yo contemplaba la prisión. En días como éstos no puede uno guardarse de mirarla”. Y luego agregó, dirigiéndose al secretario: “Señor de Chambrun, cuando yo esté allá, enfrente, sobre la paja de los calabozos, ¿vendrá Ud. a verme?”. La joven dama de honor, probablemente lectora voluptuosa y espeluznada de la historia de la Revolución Francesa, preveía que a la nobleza rusa le estaba deparado el mismo destino de la nobleza francesa del siglo dieciocho y que ella como, en otros tiempos, otras bellas y elegantes y finas damas de honor, estaba destinada a una trágica y sombría residencia en un calabozo de alguna Bastilla tétrica. Los días de la autocracia rusa estaban contados. La aristocracia y la burguesía trabajaban porque la caída del zarismo no fuese también su caída. Los representantes aliados trabajaban porque la transición del régimen zarista a un régimen nuevo no trajese un período de anarquía y de desorden que invalidase a Rusia como potencia aliada. Indirectamente, la aristocracia divorciada del Zar, la burguesía y los embajadores aliados no hacían otra cosa que apresurar la revolución. Interesados en canalizar la revolución, en evitar sus desbordes y en limitar su magnitud, contribuían todos ellos a acrecentar los gérmenes revolucionarios. Y la revolución vino. El poder estuvo fugazmente en poder de un príncipe de la aristocracia aliadófila. Pero la acción popular hizo que pasara en seguida a manos de hombres más próximos a los ideales revolucionarios de las masas. Se construyó, a base de socialistas revolucionarios y de mencheviques, el gobierno de coalición de Kerensky. Kerensky era una figura anémica del revolucionarismo ruso. Miedoso de la revolución, temeroso de sus extremas consecuencias, no quiso que su gobierno fuera un gobierno exclusivamente obrero, exclusivamente proletario, exclusivamente socialista. Hizo, por eso, un gobierno de coalición de los Socialistas Revolucionarios y de los mencheviques con los kadetes y los liberales.
Dentro de este ambiente indeciso, dentro de esta situación vacilante, dentro de este régimen estructuralmente precario y provisional, fue germinada, poco a poco, la Revolución Bolchevique. En la próxima clase veremos cómo se preparó, cómo se produjo este gran acontecimiento, hacia el cual convergen las miradas del proletariado universal, que por encima de todas las divisiones y de todas las discrepancias de doctrina contempla, en la Revolución rusa, el primer paso de la humanidad hacia un régimen de fraternidad, de paz y de justicia.

José Carlos Mariátegui La Chira