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Don Miguel de Unamuno y el Directorio

Varios actos brutales del Directorio español -la aprehensión de don Miguel de Unamuno, la clausura del Ateneo de Madrid, el procesamiento del catedrático Jiménez de Asúa -tienen intensamente agitado y conmovido al público latino-americano. En varias capitales, las universidades, los ateneos y otras tribunas de la inteligencia, han emitido declaraciones de fervorosa solidaridad con el gran maestro y pensador de Salamanca y de acérrima censura a la dictadura marcial del general Primo de Rivera. Aquí mismo, en este rincón sudamericano tan sordo y gélido ha habido núcleos sensibles a esa vasta emoción internacional. Un numeroso grupo de escritores y artistas ha suscrito una protesta. La Federación de Estudiantes, la Universidad Popular y los Sindicatos Obreros han insurgido en defensa de la libertad y las prerrogativas del pensamiento.

Pero no debemos agotarnos y extenuarnos en un clamoreo de reivindicación y de protesta. Debemos, también investigar las causas y el proceso del hecho que nos solivianta y nos escandaliza. Desentrañar y definir su sentido histórico. Buscar el por qué de tanta violencia marcial del Directorio contra los mejores intelectuales de España.

Los intelectuales españoles han contribuido activamente al socavamiento del viejo régimen, a la descalificación de sus métodos y al descrédito de sus políticos. Se les atribuye, por eso, una participación sustantiva en la génesis de la actual dictadura. Y se juzga el advenimiento del Directorio como un suceso incubado al calor de sus conceptos.

¿Cómo es posible, entonces, que el Directorio libre contra esos intelectuales su más encarnizada batalla? La explicación es clara. Entre estos intelectuales y los generales del Directorio no existe ningún parentesco espiritual, ninguna consanguineidad histórica. Los intelectuales españoles denunciaron la incapacidad del régimen viejo y la corrupción de los partidos turnantes. Y propugnaron un régimen nuevo. Su actividad, voluntariamente o no, fue una actividad revolucionaria. El Directorio, en tanto, es un fenómeno inconfundible e inequívocamente reaccionario. Su objeto preciso es impedir que la revolución se actúe: su función es sustituir en la defensa del viejo orden social la complicada y desgastada autoridad del gobierno representativo y democrático con la autoridad tundente del gobierno absoluto y autocrático.

Los intelectuales y los militares españoles no han coincidido, en suma, sino en la constatación de la ineptitud del antiguo sistema. El móvil de esa constatación ha sido diverso. Los intelectuales han juzgado a la antigua clase gobernante inepta para adaptarse a la nueva realidad histórica: los militares la han juzgado inepta para defenderse de ella. El malestar de España era diagnosticado por unos y por otros desde puntos de vista inconciliables y enemigos. Los intelectuales condenaban a las averiadas facciones liberales: pero no propugnaban la exhumación de las facciones absolutistas, tradicionalistas. Se declaraban descontentos y quejosos del presente; pero no sentían ninguna nostalgia del pasado.

La propaganda y la crítica de los intelectuales ha aportado, a los más, un elemento negativo, pasivo, a la formación del movimiento de setiembre. Y, luego, los intelectuales no han saludado a los generales del Directorio como a los representantes de una clase política vital sino como a los sepultadores de una clase política decrépita.

El conflicto entre los intelectuales y el Directorio no ha tardado, por todo esto, en manifestarse. Además, el programa, la actitud y la fisionomía del nuevo gobierno han disgustado particularmente a los intelectuales desde que se han empezado a bosquejar. La composición de la clientela del Directorio ha desvanecido rápidamente en los menos perspicaces toda ilusión sobre el verdadero carácter de esta dictadura de generales. Exhumando a los más rancios y manidos personajes tradicionalistas, recurriendo a su asistencia y consejo, complaciéndose de su adhesión y de su amistad, el Directorio ha descubierto a todo España su estructura y su misión reaccionarias. Se ha inhabilitado para merecer o recibir la adhesión de la gente sin filiación y propensa a enamorarse de la primera novedad estruendosa y afortunada.

Los intelectuales se han visto empujados a un disgusto creciente. El Directorio se ha defendido a su crítica sometiendo a la prensa a una censura estricta. Pero la prensa no es la única ni la más pura tribuna del pensamiento. Desterrada de los periódicos y las revistas, la crítica de los intelectuales se ha refugiado en la universidad y en el ateneo. Y, no obstante la limitación de estos escenarios, su resonancia ha sido tan extensa, ha encontrado, un ambiente tan favorable a su propagación que el Directorio ha sentido la necesidad de perseguirla y reprimirla extremamente. Así han desembocado el Directorio y sus opositores en el conflicto contemporáneo.
Los actuales ataques del Directorio a la libertad de pensamiento, de prensa, de cátedra, etc., aparecen como una consecuencia de su política y de su función reaccionarias. No son medios ni resortes extraños a su praxis y a su ideario; sino congruentes y propios de este y de aquella. La reacción no ha usado en otros países coacciones y persecuciones tan violentas contra la libre actividad de la inteligencia porque no ha chocado con tanta resistencia de esta. Más aún, en otros países la reacción ha sabido crear estados de ánimo populares, ha sabido representar una pasión multitudinaria. En Italia, por ejemplo, el fascismo ha sido un movimiento de muchedumbres intoxicadas de sentimientos chauvinistas e imperialistas y sagazmente excitadas contra el socialismo y el proletariado. Timoneado por expertos demagogos y diestros agitadores, el fascismo ha movilizado contra la revolución a la clase media, cuyas pasiones y sentimiento ha explotado redomadamente.

Ahí, por tanto, la reacción ha dispuesto de los recursos morales precisos para contar con una numerosa clientela intelectual. En Francia ha acontecido otro tanto. La victoria ha generado una atmósfera favorable al desarrollo de un ánimo y una consciencia reaccionaria. Consiguientemente, una numerosa categoría intelectual ha tomado abiertamente partido contra la revolución. La reacción en estos y otros países ha conseguido captarse la adhesión o la neutralidad de una extensa zona intelectual. No se ha visto, por tanto, urgida a atacar los fueros de la inteligencia. En España, en cambio, el gobierno reaccionario no ha brotado de una corriente organizada de opinión ciudadana. Ha sido obra exclusiva de las juntas militares, progresivamente rebeladas contra el poder civil. Los somatenes no han tenido como los “fasci” la virtud de atraerse masas fanáticas y delirantes de voluntarios. La reacción española, en suma, ha carecido de los elementos psicológicos y políticos necesarios para formarse un séquito intelectual importante.

Pero estas consideraciones sobre la posición del pensamiento español ante el Directorio no definen, no contienen totalmente el caso de Unamuno. Unamuno no cabe dentro de un juicio global, panorámico, sobre la generación española a que pertenece. Una de las características de su inteligencia es la de tener un perfil muy personal, muy propio. A Unamuno no se le puede catalogar, fácilmente como un escritor de tal género y de tal familia. El pensamiento de Unamuno no solo tiene mucho de individualista sino, sobre todo, de individual. Unamuno, de otro lado, no es una de las grandes inteligencias de España sino de Europa, de Occidente. Su obra no es nacional sino europea, mundial. A ningún escritor español contemporáneo se conoce y se aprecia tanto en Europa como a Unamuno. Y este hecho no carece de significación. Indica, antes bien, que la obra de Unamuno refleja inquietudes, preocupaciones y actitudes actuales del pensamiento mundial. La literatura de otros escritores españoles -de Azorín verbigracia- que encuentra en Sud-América un ambiente tan favorable, no logra interesar seriamente a la crítica y a la investigación europeas. Apenas si la conoce y la explora uno que otro erudito. Aparece construida con elementos demasiado locales. Es, fuera de España, una literatura inactual y secundaria. Sus filtraciones europeas no han sido, pues, abundantes. Recuerdo la opinión de un crítico francés que ve en la obra de Azorín y de otro nada más que una prolongación y un apéndice de la obra de Larra. Larra, Azorín, etc., traducen un España malhumorada, malcontenta, melancólica, aislada de las corrientes espirituales del resto de Europa. Unamuno, en tanto, asume ante la vida una actitud original y nueva. Sus puntos de vista tienen una señalada afinidad espiritual con los puntos de vista de otros actualísimos escritores europeos. Su filosofía paradójica y subjetiva es una filosofía esencialmente relativista. Su arte tiende a la creación libre de la ficción; no se dirige a la traducción objetiva y patética de la realidad, como quería el decaído y superado gusto realista y naturalista. Unamuno, afirmando su orientación subjetivista ha dicho alguna vez que Balzac no pasaba su tiempo anotando lo que veía o escuchaba de los otros, sino que llevaba el mundo dentro de si. Y bien. Esta manera de pensar y de sentir es muy siglo veinte y es “muy moderna, audaz, cosmopolita”.

Unamuno no es ortodoxamente revolucionario, entre otras cosas porque no es ortodoxamente nada. No se compadece con su agreste individualismo el ideario más o menos rígido de un partido ni de una agrupación. Hace poco, respondiendo a una carta de Rivas Cherif que lo invitaba precisamente a presidir la acción de la intelectualidad joven, Unamuno escribía, entre otros conceptos, que “recababa la absoluta independencia de sus actos”. Estas razones psicológicas han alejado a Unamuno de las muchedumbres y de sus reivindicaciones. Pero el pensamiento de Unamuno ha tenido siempre un sentido revolucionario. Su [influencia, sobre todo, ha sido hondamente revolucionaria. Últimamente, la política del Directorio] había empujado a Unamuno más marcadamente aún hacia la Revolución. Su repugnancia intelectual y espiritual a la Reacción, y a su despotismo opresor de la Inteligencia, no había aproximado al proletariado y al socialismo. Una de sus más recientes actitudes ha sido socialista o, al menos, filosocialista. En este punto de su trayectoria lo han detenido el ultraje y la agresión brutales del Directorio.

José Ortega y Gasset, a propósito de la muerte de Mauricio Barrés, dice que la entrada de un literato en la política acusa escrúpulos de consciencia estéticos. “El argumento está muy seductoramente sostenido -como está siempre los argumentos de Ortega y Gasset- en un artículo ágil y elegante. Pero no es verdadero ni aún respecto de los literatos y artistas específicos. En los periódicos tempestuosos de la historia, ningún espíritu sensible a la vida puede colocarse al margen de la política. La política en esos períodos no es una menuda actividad burocrática, sino la gestación y el parto de un nuevo orden social. Así como nadie puede ser indiferente al espectáculo de una tempestad, nadie tampoco puede ser indiferente al espectáculo de una Revolución. La infidelidad al arte no es en estos casos [una cuestión de flaqueza estética sino una cuestión de sensibilidad histórica. Dante intervino ardorosamente en la política y esa] intervención no disminuyó, por cierto, el caudal ni la prestancia de su poesía. A los casos en que Ortega y Gasset apoya capciosamente su tesis se podría oponer innumerables casos que válidamente la aniquilan. ¿El contenido de la obra de Wagner no es, acaso, eminentemente político? ¿Y el pintor Courbet comprometió acaso, con su participación en la Comuna de su París, algo de su calidad estética? Actualmente, la trama del teatro de Bernard Shaw es, una trama política. Bernard Shaw, antiguo fabiano, marcha hoy hacia el comunismo. La Inteligencia y el Sentimiento no pueden ser apolíticos. No pueden serlo sobre todo en una época principalmente política. La gran emoción contemporánea es la emoción revolucionaria. ¿Cómo puede entonces, un artista, un pensador, ser insensible a ella? ¡Pobres almas ramplonas, impotentes, femeninas, aquellas que se duelen de que don Miguel de Unamuno haya abandonado la solemne austeridad de su cátedra de Salamanca para intervenir, batalladora y gallardamente, en la política de su pueblo! Nunca la personalidad de Unamuno ha sido tan admirable, tan mundial, tan contemporánea y tan fecunda.

José Carlos Mariátegui

José Carlos Mariátegui La Chira

La revolución y la reacción en Bulgaria

Bulgaria es el país más conflagrado de los Balkanes. La derrota ha sido en Europa un poderoso agente revolucionario. En toda Europa existe actualmente un estado revolucionario; pero es en los países vencidos donde ese estado revolucionario tiene un grado más intenso de desarrollo y fermentación. Los Balkanes son una prueba de tal fenómeno político. Mientras en Rumania y Serbia, engrandecidas territorialmente, el viejo régimen cuenta con numerosos sostenes, en Bulgaria reposa sobre bases cada día más minadas, exiguas e inciertas.
El Zar Fernando de Bulgaria fue, más acentuadamente que el Rey Constantino de Grecia, un cliente de los Hohenzollern y de los Hapsburgo. El Rey Constantino se limitó a la defensa de la neutralidad de Grecia. El Zar Fernando condujo a su pueblo a la intervención a favor de los imperios centrales. Se adhirió, y se asoció plenamente a la causa alemana. Esta política, en Bulgaria, como en Grecia, originó la destitución del monarca germanófilo y aceleró la decadencia de su dinastía. Fernando de Bulgaria es hoy un monarca desocupado, un zar “chomeur”. El trono de su sucesor Boris, desprovisto de toda autoridad, ha estado a punto, en setiembre último, de ser barrido por el oleaje revolucionario.
En Bulgaria, más agudamente aún que en Grecia, la crisis no es de gobierno sino de régimen. No es una crisis de la dinastía sino del Estado. Stamboulinski, derrocado y asesinado por la insurrección de junio, que instaló en el poder a Zankov y su coalición, presidía un gobierno de extensas raíces sociales. Era el leader de la Unión Agraria, partido en el cual se confundían terratenientes y campesinos pobres. Representaba en Bulgaria ese movimiento campesino que tan trascendente y vigorosa fisonomía tiene en toda la Europa Central. En un país agrícola como Bulgaria la Unión Agraria constituía, naturalmente, el más sólido y numeroso sector político y social. Los socialistas de izquierda, a causa de su política pacifista, se habían atraído un vasto proselitismo popular. Habían formado un fuerte partido comunista, adherente ortodoxo de la Tercera Internacional, seguido por la mayoría del proletariado urbano y algunos núcleos rurales. Pero las masas campesinas se agrupaban, en su mayor parte, en los rangos del partido agrario. Stamboulinsky ejercitaba sobre ellas una gran sugestión. Su gobierno era, por tanto, inmensamente popular en el campo. En las elecciones de noviembre de 1922, Stamboulinsky obtuvo una estruendosa victoria. La burguesía y la pequeña burguesía urbanas, representadas por las facciones coaligadas actualmente alrededor de Zankov, fueron batidas sensacionalmente. A favor de los agrarios y de los comunistas votó el setentaicinco por ciento de los electores.
Más, empezó entonces a incubarse el golpe de mano de Zankov, estimulado por la lección del fascismo que enseñó a todos los partidos reaccionarios a conquistar el poder insurreccionalmente. Stamboulinsky había perseguido y hostilizado a los comunistas. Había enemistado con su gobierno a los trabajadores urbanos. Y no había, en tanto, desarmado a la burguesía urbana que acechaba la ocasión de atacarlo y derribarlo
Estas circunstancias prepararon el triunfo de la coalición que gobierna presentemente Bulgaria. Derrocado y muerto Stamboulinsky, las masas rurales se encontraron sin nudillo y sin programa. Su fe en el estado mayor de la Unión Agraria estaba quebrantada y debilitada. Su aproximación al comunismo se iniciaba apenas. Además, los comunistas, paralizados por su enojo contra Tamboulinsky, no supieron reaccionar inmediatamente contra el golpe de Estado. Zankov consiguió así dispersar a las bandas campesinas de Stamboulinsky y afirmarse en el poder.
Pronto, sin embargo, comenzaron a entenderse y concertarse los comunistas y los agrarios y a amenazar la estabilidad del nuevo gobierno. Los comunistas se entregaron a un activo trabajo de organización revolucionaria que halló entusiasta apoyo en las masas aldeanas. La elección de una nueva cámara se acercaba. Esta elección significaba para los comunistas una gran ocasión de agitación y propaganda. El gobierno de Zankov se sintió gravemente amenazado por la ofensiva revolucionaria y se resolvió a echar mano de recursos marciales y extremos contra los comunistas. Varios leaders del comunismo, Kolarov entre ellos, fueron apresados. Las autoridades anunciaron el descubrimiento de una conspiración comunista y el propósito gubernamental de reprimirla severamente. Se inauguró un período de persecución del comunismo. A estas medidas respondieron espontáneamente las masas trabajadoras y campesinas con violentas protestas. Las masas manifestaron una resuelta voluntad de combate. El Partido Comunista y la Unión Agraria pensaron que era indispensable empeñar una batalla decisiva. Y se colocaron a la cabeza de la insurrección campesina. La lucha armada entre el gobierno y los comunistas duró varios días. Hubo un instante en que los revolucionarios dominaron una gran parte del territorio búlgaro. La república fue proclamada en innumerables localidades rurales. Pero, finalmente, la revolución resultó vencida. El gobierno, dueño del control de las ciudades, reclutó en la burguesía y en la clase media urbanas legiones de voluntarios bien armados y abastecidos. Movilizó contra los revolucionarios al ejército del general ruso Wrangel asilado en Bulgaria desde que fue derrotado y expulsado de Rusia por los bolcheviques, usó también contra la revolución a varias tropas macedonias. Favoreció su victoria, sobre todo, la circunstancia de que la insurrección, propagada principalmente en el campo, tuvo escaso éxito urbano. Los revolucionarios no pudieron, por esto, proveerse de armas y municiones. No dispusieron sino del escaso parque colectado en el campo y en las aldeas.
Ahogada la insurrección, el gobierno reaccionario de Zankov ha encarcelado a innumerables militantes del comunismo y de la Unión Agraria. Millares de comunistas se han visto obligados a refugiarse en los países limítrofes para escapar a la represión. Kolarov y Dimitrov se han asilado en territorio yugoeslavo.
Dentro de esta situación, se han efectuado en noviembre último, las elecciones. Sus resultados han sido, por supuesto, favorables a la coalición acaudillada por Zankov. Los agrarios y los comunistas, procesados y perseguidos, no han podido acudir organizada y numerosamente a la votación. Sin embargo, veintiocho agrarios y nueve comunistas han sido elegidos diputados. Y en Sofía, malgrado la intensidad de la persecución, los comunistas han alcanzado varios millares de sufragios.
Los resultados de las elecciones no resuelven, por supuesto, ni aún parcialmente la crisis política búlgara. Las facciones revolucionarias han sufrido una cruenta y dolorosa derrota, pero no han capitulado. Los comunistas invitan a las masas rurales y urbanas a concentrarse en torno de un programa común. Propugnan ardorosamente la constitución de un gobierno obrero y campesino. La Unión Agraria y el Partido Comunista tienden a soldarse cada vez más. Saben que no conquistarán el poder parlamentariamente. Y se preparan metódicamente para la acción violenta. (En estos tiempos, el parlamento no conserva alguna vitalidad sino en los países, como Inglaterra y Alemania, de arraigada y profunda democracia. En las naciones de democracia superficial y tenue es una institución atrofiada.)
Y en Bulgaria, como en el resto de Europa, la reacción no elimina ni debilita, mayor factor revolucionario: el malestar económico y social. El gobierno de Zankov del cual acaba de separarse un grupo de derecha, los liberales nacionales, subordina su política a los intereses de la burguesía urbana. Y bien. Esta política no cura ni mejora las heridas abiertas por la guerra en la economía búlgara. Deja intactas las causas de descontento y de mal humor.
Se constata en Bulgaria, como en las demás naciones de Europa, la impotencia técnica de la reacción para resolver los problemas de la paz. La reacción consigue exterminar a muchos fautores de la revolución, establecer regímenes de fuerza, abolir la autoridad del parlamento. Pero no consigue normalizar el cambio, equilibrar los presupuestos, disminuir los tributos ni aumentar las exportaciones. Antes bien produce, fatalmente, un agravamiento de los problemas económicos que estimulan y excitan la revolución.

José Carlos Mariátegui

José Carlos Mariátegui La Chira

Grecia, república

¿Cómo ha llegado Grecia al umbral del régimen republicano? La guerra mundial precipitó la decadencia de la monarquía helénica. El Rey Constantino vivía bajo la influencia alemana. Su actitud ante la guerra estuvo ligada a esta influencia. La suerte de su dinastía se solidarizó así con la suerte militar de Alemania. La derrota de Alemania, que causó la condena inmediata de las monarquías responsables de los Hohen-zollern y los Hapsburgo, socavó mortalmente a las monarquías mancomunadas o comprometidas con ellas. Sucesivamente, se han desplomado, por eso, las dinastías turca y griega. La dinastía búlgara anda tambaleante. Grecia no pudo como Bulgaria y como Turquía entrar en la guerra al lado de Alemania y Austria. Existía en Grecia una densa y caudalosa corriente aliadófila. Venizelos, perspicaz y avisado, presentía la victoria de los aliados. Y veía que a ella estaba vinculada su fortuna política. Pugnaba, pues, por desviar a Grecia de Alemania y por empujarla al séquito de la Entente. La Entente, impaciente, intervino sin ningún recato en la política griega a favor del bando yenizelista. Grecia fue marcialmente constreñida por la Entente a desembarazarse del Rey Constantino y a adherirse a la causa aliada. El sector republicano quiso aprovechar la ocasión para desalojar definitivamente de Grecia a la monarquía. La Entente agitaba demagógicamente a los pueblos contra Alemania en nombre de la Democracia y de la Libertad. Pero no le pareció prudente consentir la defunción definitiva de una dinastía. El radicalismo griego fue inducido, a aceptar la subsistencia del régimen monárquico. El príncipe heredero de Grecia no era persona grata a los aliados. Se colocó, por esto, la corona sobre la cabeza de otro hijo de Constantino que se avino a reinar con Venizelos y para la Entente. Grecia, timoneada por Venizelos, se incorporó, finalmente, en los rangos aliados.
Pero los métodos usados por la Entente en Grecia habían sido demasiado duros. Y habían perjudicado políticamente al partido aliadófilo. El pueblo griego se había sentido, tratado como una colonia por los representantes de la Entente. La altanería y la acritud de la coacción aliada habían engendrado una reacción del ánimo griego. Ganada la guerra, Grecia tuvo, gracias a Venizelos, una gruesa participación en el botín de la victoria. La Entente, obedeciendo las sugestiones de Inglaterra, impuso a Turquía en Sevres un tratado de paz que la expoliaba y desvalijaba en beneficio de Grecia. Grecia recibía, en virtud de ese tratado, varios valiosos presentes territoriales. El tratado le daba Smirna y otros territorios en el Asia Menor. Fue ese un período de fáciles éxitos de la política internacional de Venizelos. Sin embargo, el gobierno de Venizelos no consiguió consolidarse a la sombra de esos éxitos. La oposición a Venizelos aumentaba día a día. Venizelos recurría a la fuerza para sostenerse. Los leaders constantinistas fueron expulsados o encarcelado. Los leaders socialistas y sindicales se atrajeron, a causa de su propaganda pacifista, las mismas o peores persecuciones. Los venizelistas asaltaron y destruyeron las oficinas del diario socialista “Rizospastis”.
Esta política venizelista arrojó a Italia a gran número de personajes griegos. Gounaris, por ejemplo, se refugió en Italia. Y en Italia, en el verano de 1920, trabé amistad con uno de sus mayores tenientes el ex-ministro Aristides Protopadakis, sensacionalmente fusilado dos años después, junto con Gounaris y otros cuatro ministros del Rey Constantino, bajo el régimen militar de Plastiras y Gonatas. Protopadakis y su familia veraneaban en Vallombrosa en el mismo hotel en que veraneaba yo. Su amistad me inició en la intimidad y la trastienda de la política griega. Era Protopapadakis un viejo ingeniero, afable y cortés. Un hombre “ancien regime” de mentalidad política ascendradamente conservadora y burguesa; pero de una bonhomía y una mundanidad atrayentes y risueñas. Juntos discurrimos muchas veces bajo la fronda de los abetos de Vallombrosa. Casi juntos abandonamos Vallombrosa y nos trasladamos a Florencia, él para marchar a Berlín, yo para explorar curiosa y detenidamente la ciudad de Giovanni Papini. Protopadakis preveía la pronta caída de Venizelos. Temeroso a su resultado, Venizelos venía aplazando la convocatoria a elecciones políticas. Pero tenía que arrostrarla de grado o de fuerza. Hacía cinco años que no se renovaba el parlamento griego. Las elecciones no podrían ser diferidas indefinidamente. Y su realización tendría que traer aparejada la caída del gobierno venizelista.
Así fue efectivamente. La previsión de Protopadakis se cumplió con rapidez. Venizelos no quiso ni pudo postergar la convocatoria por más tiempo. Y en noviembre de 1920 se efectuaron las elecciones. Aparentemente la coyuntura era propicia para el leader griego. Su ideal de reconstruir una gran Grecia parecía en marcha. Pero el pueblo griego, disgustado y fatigado por la guerra, tendía a una política de paz. Adivinaba probablemente la imposibilidad de que Grecia se asimilase todas las poblaciones y los territorios que el tratado de Sevres le asignaba. El engrandecimiento territorial de Grecia era un engrandecimiento artificial. Constituía una aventura grávida de peligros y de incertidumbres. Turquía, en vez de someterse pasivamente al tratado de Sevres, lo desconocía y lo repudiaba. La firma del gobierno de Constantinopla era una firma sin autoridad y sin validez. Acaudillado por Mustafá Kemal, el pueblo turco se disponía a oponerse con todas sus fuerzas a la vejatoria paz de Sevres. Smirna se convertía en un bocado excesivo para la capacidad digestiva de Grecia. El regreso del Rey Constantino significaba para el pueblo griego, en esa situación, el regreso a una política de paz. El Rey Constantino simbolizaba, sobre todo, la condenación de una política de servidumbre a los aliados. Estas circunstancias decretaron la derrota electoral de Venizelos. Y dieron la victoria a los constantinistas. El rey Constantino volvió a ocupar su trono. Venizelos fue desalojado del poder por Gounaris.
Mas el rey Constantino y sus consejeros no eran dueños de adoptar una orientación internacional nueva. Vencida Alemania, destruida la Triple Alianza, todas las pequeñas potencias europeas tenían que caer en el campo de gravitación de las potencias aliadas. Grecia era, en virtud de los compromisos aceptados y suscritos por Venizelos, un peón de Inglaterra en el tablero de la política oriental. El rey Constantino heredó, por consiguiente, todas las responsabilidades y obligaciones de Venizelos. Y su política no pudo ser una política de paz. Grecia continuó, bajo el rey Constantino y Gounaris, su aventura bélica contra Turquía.
La historia de esta aventura es conocida. Mustafá Kemal organizó vigorosamente la resistencia turca. Varios hechos lo auxiliaron y sostuvieron. Rusia se esforzaba en rebelar contra el capitalismo británico a los pueblos orientales. Francia tenía intereses diferentes de los de Inglaterra en el Asia Menor. Italia estaba celosa del crecimiento territorial y político de Grecia. El gobierno ruso estimulaba francamente a la lucha al gobierno de Mustafá Kemal. París y Roma coqueteaban con Angora. Todas, estas simpatías ayudaron a Mustafá Kemal a arrojar a las tropas griegas, minadas por el descontento, de las tierras de Asia Menor.
El desastre militar excitó el humor revolucionario que desde hacía tiempo se propagaba en Grecia. Una insurrección militar, dirigida por Plastiras y Gómalas, expulsó del poder al partido de Constantino y Gounaris. El Rey Constantino tuvo que retirarse de Grecia. Y esta vez para siempre. Un tribunal militar, acremente revolucionario, condenó a muerte a Gounaris, Protopadakis y cuatro ministros más. La ejecución siguió a la sentencia. El proceso revolucionario de Turquía se apresuró con estos acontecimientos. Más tarde, murió el rey Constantino y la dinastía quedó sin cabeza. La posición del hijo de Constantino se tornó cada vez más débil.
Presenciamos hoy el último episodio de la decadencia de la monarquía griega. El rey Jorge y su consorte han sido expulsados de Grecia. En el nuevo parlamento griego prevalece la tendencia a reemplazar la monarquía con la república. Grecia, pues, tendrá pronto una nueva carta constitucional que será una carta republicana. Los venizelistas, reforzados y reorganizados, llaman a Grecia a su viejo leader. Venizelos, oportunista y redomado, colaborará en la organización republicana de Grecia. Pero el proceso revolucionario de Grecia no se detendrá ahí. La revolución no sólo fermenta en Grecia. Fermenta en toda Europa, fermenta en todo el mundo. Su manifestación, su intensidad, sus síntomas varían según los climas y las latitudes políticas. Pero una sola es su raíz, una sola en su esencia y una sola es su historia.

José Carlos Mariátegui

José Carlos Mariátegui La Chira

Navidad en nuestra época

Aunque la humanidad se internacionaliza, rápidamente, no existe todavía un día de fiesta universal. Navidad es una fiesta del mundo occidental. El Año Nuevo es una fiesta de los pueblos que usan el calendario gregoriano. A medida que la vinculación internacional de los hombres se acentúa, el calendario gregoriano extiende su imperio. Aumenta, consiguientemente, el número de hombres que coinciden en la celebración del primer día del año. El Año Nuevo tiene así alguna chance de universalizarse. Pero el Año Nuevo carece de contenido espiritual. Es una fiesta sin símbolo, una fiesta del calendario, una fiesta nacida de la necesidad de medir el tiempo. Es una efemérides anónima. No es una efemérides cristiana como Navidad.
Navidad es festejada como una efemérides cristiana. Es una fiesta de los pueblos de religión cristiana. Mas, en Europa y en Estados Unidos, su sentido y su significado se han renovado y ensanchado gradualmente. Hoy Navidad es, sobre todo para los europeos, la fiesta de la familia, la fiesta del hogar, la fiesta del “home”. Es la fiesta de los niños entre otras cosas porque en los niños se renueva, se prolonga y retoña la familia. Navidad ha adquirido, entre lo europeos, una importancia sentimental, extra-religiosa. Creyentes y no creyentes celebran Navidad.
Navidad, por eso, tienen en Europa mucha más trascendencia y vitalidad que las fiestas nacionales. Las fiestas nacionales son sustancialmente fiestas políticas, de suerte que están destinadas casi exclusivamente a una celebración oficial. No suscitan entusiasmo sino entre los parciales, entre los prosélitos del hecho político, de la fecha política, que conmemoran. En Francia, por ejemplo, el 14 de julio no apasiona casi sino a los funcionarios y adherentes de la Tercera República. La izquierda, -el socialismo y el comunismo,- no se asocian a los festejos oficiales. La extrema derecha, -nobles y “camelots du roi”- consideran el 14 de julio como un día de duelo. En Italia, el 20 de setiembre tiene una resonancia social más limitada todavía. Dos partidos de masas, el socialista y el popular, no se asocian a la conmemoración de la toma de la Ciudad Eterna. Los socialistas miran el 20 de setiembre como una fiesta de burguesía. Y el partido popular es un partido católico que debe mostrarse fiel al Vaticano. En Alemania el aniversario de la revolución es más popular porque la revolución cuenta con la solidaridad de todos los adherentes a la República y de todos los adversarios de la monarquía. Los demócratas, los católicos, los socialistas y los comunistas se sienten, por diversas razones, más o menos solidarios con el 9 de noviembre.
En tanto, Navidad es en Europa una fiesta a la cual se asocian los hombres de todas las creencias y de todos los partidos.
La costumbre establece que la cena de Navidad reúna a todos los miembros de una familia. Los empleados y obreros que tienen a sus familias en pueblos lejanos se ponen en viaje anticipadamente para arribar a sus hogares antes de la noche de Navidad. Las sesiones de las cámaras se clausuran con la debida oportunidad para que los diputados puedan estar en sus pueblos el 24 de diciembre. La facilidad de los transportes permite efectuar cómodamente estos viajes.
Los ausentes forzosos telegrafían o telefonean en la noche del veinticuatro a sus casas distantes para que la familia los sienta espiritualmente presentes.
Navidad, por su carácter, no es consiguientemente, una fiesta de la calle sino una fiesta íntima. Navidad se festeja en el hogar. Los bazares y las tiendas rebosan de compradores el veinticuatro de diciembre. Todo el mundo se provee de golosinas para su cena y de juguetes para sus niños. Los escaparates pletóricos, resplandecientes; los nacimientos, los árboles de Navidad y los viejos Noel cargados de bombones; la muchedumbre que hace sus compras; los hoteles y los restaurants de lujo que se engalanan para la cena de noche buena; he ahí los únicos aspectos callejeros de Navidad. Navidad es una fiesta hogareña, familiar, doméstica. Los que no tienen nido, los que carecen de familia, se reúnen y se divierten entre ellos. Forman la clientela de las cenas de los restaurants y de los cabarets. Y de los niños pobres, de los niños se ocupa la generosidad de los espíritus filantrópicos. Abundan instituciones que regalan juguetes, trajes y dulces a los niños desvalidos.
En Francia, Noel “la nuit de Noel”, tiene un eco popular enorme. El “reveillon” la noche buena, es uno de los grandes acontecimientos del año en la vida íntima francesa. Los niños colocan sus zapatos en la ventana en la noche de Navidad para que Noel deposite en ellos sus “etrennes”, juguetes, dulces, etc. Esta costumbre es francesa y española.
En Alemania, no hay familia que no prepara su árbol de Navidad. El Weihnachtsbaum (árbol de navidad) es generalmente un pequeño pino adornado con estrellas, bombitas, bujías de colores, etc. Bajo el Weihnachtsbaum se ponen los regalos. A las doce de la noche la familia enciende las bujías y las luces de bengala del árbol de Navidad. Todos se abrazan y se besan y se cambian regalos. Luego se sientan en torno de la mesa donde la pintoresca cena está dispuesta. Y antes y después de la cena cantan canciones de navidad. Algunos de Weinachtlieder, tradicionales son excepcionalmente bellos.
Y así, en los demás países de Europa, lo mismo que en los Estados Unidos, la fiesta de Navidad es celebrada con verdadera efusión familiar. Como en la noche en que Jesús nació en un establo, en la navidad europea nueva casi siempre. El frío y la nieve de la calle aumentan, por tanto, la atracción del hogar, del “home”, donde la chimenea arde muy cerca de un árbol de navidad o de un barbudo Noel de dulce cubiertos de nieve. La tradición y la literatura pascuales hacen de la nieve un elemento decorativo indispensable de la noche de navidad. El escenario de Navidad nos parece necesariamente un escenario de invierno.
Probablemente, por esto, la fiesta de Navidad tiene entre nosotros un sabor, un color y una fisionomía distintas. Navidad es aquí, al revés que en los países fríos, mas una fiesta de la calle que una fiesta del hogar.
La clásica noche buena limeña es bulliciosa y callejera. La cena íntima, hogareña, carece aquí del prestigio y de la significación que en otros países. Y, por esto, Navidad no representa para nosotros lo que representa espiritualmente para el europeo, para el norteamericano: la fiesta del hogar. Nuestra posición geográfica es culpable de que tengamos una Navidad bastante desprovista de su carácter tradicional. Una Navidad estival que no parece casi una Navidad.
Algo de nieve y algo de frío en estos días de diciembre harían de nosotros unos hombres un poco más sentimentales. Un poco más sensibles a la emoción del hogar y de la familia y al encanto cándido de los villancicos. Un poco más ingenuos e infantiles, pero también un poco más buenos y felices.

José Carlos Mariátegui

José Carlos Mariátegui La Chira

El directorio español

La dictadura del general Primo de Rivera es un episodio, un capítulo, un trance de la revolución española. En España existe desde hace varios años un estado revolucionario. Desde hace varios años se constata la descomposición del viejo régimen y se advierte el anquilosamiento de la burocrática y exangüe democracia nacional. El parlamento, que en pueblos que más arraigada y honda democracia conserva todavía residuos de vitalidad, hacía tiempo que en España era un órgano entorpecido, atrofiado, impotente. El proletariado, que en otros pueblos europeos no vive ausente del parlamento, en España tendía a recogerse y concentrarse agriamente bajo las banderas de un sindicalismo abstencionista y sorelliano. España era el país de la acción directa. (Un libro muy actual, aunque un poco retórico, de Ortega Gasset, “España invertebrada”, retrata nítidamente este aspecto de la crisis española.) Los partidos españoles, a causa de su superada ideología y su antigua arquitectura, creían estar situados por encima de los intereses en contraste y de las clases en guerra. Consiguientemente, sus rangos se vaciaban, se reducían. La lucha política se transformaba de lucha de partidos en lucha de categorías, de corporaciones, de sindicatos. A causa de la escisión mundial del socialismo, el partido socialista español no podía atraer a sus filas a toda la clase trabajadora. Una parte de sus adherentes lo abandonaba para constituir un partido comunista. Los sindicatos barceloneses seguían ligados a sus viejos mitos libertarios. El panorama político de España era un confuso y caótico panorama de escaramuzas entre las clases y las categorías sociales. Las asociaciones patronales de Barcelona oponían su acción directa a la acción directa de los sindicatos obreros.
Como era lógico dentro de este ambiente, en la oficialidad española se desarrolló también una acentuada consciencia gremial. Los oficiales se organizaron en sindicatos, cual los patrones y cual los obreros, para defender sus intereses de corporación y de costa. Nacieron las juntas militares. La aparición de estas juntas fue una de las expresiones históricas más peculiares de la decadencia y de la debilidad del régimen español. Esas juntas no habrían germinado nunca frente a un Estado vigoroso. Pero en un período en que todas las categorías sociales libraban sus combates y pactaban sus treguas, al margen del Estado, era fatal que la oficialidad se colocase igualmente sobre el terreno de la acción directa. Acontecía, además, que en España la oficialidad tenía típicos intereses gremiales. España es un país de industrialismo limitado, de agricultura feudal, de economía un tanto rezagada. El ejército absorbe, por esto, a un número crecido de nobles y burgueses. Esta razón económica engendra una hipertrofia de la burocracia militar. El número de oficiales españoles es de veinticinco mil. Se calcula que existe un oficial por cada trece soldados. El sostenimiento de la numerosa burocracia militar, ocupada principalmente en la guerra marroquí, es una pesada carga fiscal. Los estadistas miraban en este pliego del presupuesto un gasto excesivo y desproporcionado a la capacidad económica del Estado español. Y esto estimulaba e incitaba a los oficiales a sindicarse y mancomunarse vigilante y estrechamente.
La historia de las juntas militares es la historia de la dictadura de Primo de Rivera. Las juntas militares no brotaron de la aspiración de conquistar el poder; pero si de la intención de rebelarse contra él si un acto suyo atacaba un interés corporativo de la oficialidad. Las juntas trajeron abajo varios ministerios. El gobierno español, desprovisto de autoridad para disolverlas, tenía que capitular ante ellas. Más de un decreto gubernamental, amparado por la regia firma, fue vetado y repudiado por las juntas que insurgían así contra el Estado y la dinastía. La continua capitulación del Estado, cada vez más flaco y anémico, generó en las juntas la voluntad de enseñorearse de él. El poder civil o las juntas militares debían, por tanto sucumbir. Contra el poder civil conspiraba su falta de vitalidad que se traducía en falta de sugestión y de ascendiente sobre la muchedumbre. En favor de las juntas militares obraba, en cambio, la desorientación mental de la clase media invenciblemente propensa a simpatizar con una insurrección que barriese del gobierno a la desacreditada y desvalorizada burocracia política. Las viejas y arterioesclerosas facciones liberales y conservadoras se alternaban en el gobierno cada vez más acosadas y presionadas por la ofensiva sorda o clamorosa de las juntas. Así llegó España al gobierno liberal de García Prieto. Ese gobierno representaba toda la gama liberal. Se apoyaba sobre una coalición parlamentaria en la cual se aglutinaban íntegramente las izquierdas dinásticas: García Prieto y Romanones, Alba y Melquiades Alvarez. Significaba una tentativa solidaria del liberalismo y del reformismo por revalorizar el parlamento y galvanizar el régimen. Era, históricamente, la última carta de la democracia hispana. El régimen parlamentario, mal aclimatado en tierra española, había llegado a una etapa decisiva de su crisis, a un instante agudo de su descomposición. El pronunciamiento militar, en incubación desde el nacimiento de las juntas, encontró en esta situación sus estímulos y su motor.
¿Cuál es la semejanza, cuál es el parentesco entre la marcha a Roma del fascismo y la marcha a Madrid del general Primo de Rivera? Externamente, ambos movimientos son disímiles. Los fascistas se apoderaron del poder después de cuatro años de tundentes campañas de prensa, de alalás y de aceite de ricino. Las juntas militares han arribado al gobierno repentinamente, en virtud de un pronunciamiento. Su actividad no estaba públicamente dirigida a la asunción del poder. Pero toda esta diferencia es formal y adjetiva. Está en la superficie; no en la entraña. Está en el cómo; no en el porqué. Sustancialmente, espiritualmente, el fenómeno de fuerza que desgarran la democracia para resistir más ágilmente el ataque de la revolución. Son la contraofensiva violenta y marcial de la idea conservadora que responde a la ofensiva tempestuosa de la idea revolucionaria. La democracia no se halla en crisis únicamente en España. Se halla en crisis en Europa y en el mundo.
La clase dominante no se siente ya suficientemente defendida por sus instituciones. El parlamento y el sufragio universal le estorban. Clemenceau ha definido así la posición de la clase conservadora ante la clase revolucionaria: “Entre ellos y nosotros es una cuestión de fuerza”.
Algunos cronistas localizan la revolución española en la inauguración de la dictadura militar de Primo de Rivera. Ahora bien. Este régimen representa una insurrección, un pronunciamiento, un “putsch”. Es un fenómeno reaccionario. No es la revolución sino su antítesis. Es la contrarrevolución. Es la reacción, que, en todos los pueblos, se organiza al son de una música demagógica y subversiva. (Los fascistas bávaros se titulan “socialistas nacionales”. El fascismo usó abundantemente, durante su “trainning” tumultuario, una prosa anticapitalista, anticlerical y aún antidinástica.)
La buena fe de las muchedumbres reaccionaria es indiscutible. Los propios condotieros de la contrarrevolución no son siempre protagonistas conscientes de ella. Sus faustores, sus prosélitos, creen honestamente que su gesta es renovadora, revolucionaria. No perciben que la clase conservadora se adueña de su movimiento. En España es un dato histórico muy claro la adhesión dada al directorio por la extrema derecha. La insurrección de noviembre ha reflotado a las más olvidadas y arcaicas figuras de la política española; a los polvorientos y medioevales hierofantes del jaimismo. En los somatenes se han enrolado entusiastas los marqueses y los condes y otros desocupados de la aristocracia. Toda la extrema derecha siente su consanguineidad con el directorio. Otras facciones conservadoras se irán fusionando poco a poco con la facción militar. Maura, La Cierva no tardarán tal vez en aprovechar la coyuntura de exhumar su ideología arqueológica.
Pasemos a otro tópico. Examinemos la capacidad del directorio para reorganizar la política y la económica españolas. Primo de Rivera ha pedido modestamente tres meses para encarrilar a España hacia la felicidad. Los tres meses van a vencerse. El directorio no ha anotado hasta ahora en su activo sino algunas medidas disciplinarias y correccionales. Ha mandado a la cárcel a varios alcaldes deshonestos; ha podado ligeramente algunas ramas de árbol burocrático; ha reclamado implacable la observancia puntual de los horarios de los ministerios. Pero los grandes problemas de España están intactos. Veamos, por ejemplo, la posición del directorio ante dos cuestiones urgentes: la guerra marroquí y el déficit fiscal.
España quiere la liquidación de la aventura bélica de Marruecos. Pero el ejército español, naturalmente, no es de la misma opinión. El abandono de Marruecos traería crisis de desocupación militar. El directorio, que es una emanación de las juntas militares, no puede, pues renunciar a la guerra de Marruecos. La psicología de todo gobierno militar es, de otro lado, una psicología conquistadora y guerrera. España e Italia acaban de tener un diálogo sintomáticamente imperialista. Han considerado la necesidad de desenvolver juntas una política que acrescente su influencia moral y económica en América. Esta tendencia, discreta y moderada hoy, crecerá mañana en otras direcciones. España sentirá la nostalgia de su antiguo rango en la política europea. Y entonces consideraciones de prestigio internacional se opondrán más que nunca al abandono de Marruecos.
El problema financiero es solidario del problema de Marruecos. El déficit español ascendió en el último ejercicio a mil millones de pesetas. Ese déficit proviene principalmente de los gastos bélicos. Por consiguiente, si la guerra continúa, continuará el déficit. ¿De donde va a extraer el directorio recursos extraordinarios? La industria española, malgrado el proteccionismo de las tarifas, es una industria embrionaria y lánguida. La balanza comercial de España está gravemente desequilibrada. Las importaciones, son exorbitantemente superiores a las exportaciones. La peseta anda mal cotizada ¿Cómo van a resolver estos problemas complejamente técnicos los generales del directorio y sus oráculos jaimistas? La puntualidad en las oficinas y la punición de los funcionarios prevaricadores no bastan para conferir autoridad y capacidad a un gobierno.
El insulso y sandio José María Salaverría anuncia que la insurrección de setiembre ha sido festejada por toda la prensa de Londres, de París, de Berlín, etc. Salaverría, probablemente, no está enterado sino de la existencia de la prensa reaccionaria. Y la prensa reaccionaria, lógicamente, se ha regocijado del putsch de Primo de Rivera. No en vano la reacción es un fenómeno mundial. Pero aún se edita en Londres, París, Berlín, etc., prensa revolucionaria y prensa democrática. Y así, ante la dictadura de Primo de Rivera, mientras “L’Action Francaise” exulta, el “Berliner Tageblatt” se consterna. Un órgano sagaz de la plutocracia italiana “Il Corriere delle Sera”, ha publicado varios artículos de Filippo Saschi tan adversos al directorio que ha sido advertido por los fascistas milaneses con la colocación de un petardo en su imprenta de que no debe perseverar en esa actitud.
El fascismo saluda con sus alalás a los somatenes. León Daudet, Charles Maurras, Hittler, Luddendorff, Horthy miran con ternura la reacción española. Pero Lloyd George, Nitti, Paul Boncour, Teodoro Wolf, los políticos y los fautores de la democracia y del reformismo, la consideran una escena, un sector, un episodio de la tragedia de Europa.

José Carlos Mariátegui

José Carlos Mariátegui La Chira

Lenin

La figura de Lenin está nimbada de leyenda, de mito y de fábula. Se mueve sobre un escenario lejano que, como todos los escenarios rusos, es un poco fantástico y un poco aladinesco. Posee las sugestiones y atributos misteriosos de los hombres y las cosas eslavas. Los otros personajes contemporáneos viven en roce cotidiano, en contacto inmediato con el público occidental. Lloyd George, Poincaré, Mussolini, nos son familiares. Su cara nos sonríe consuetudinariamente desde las carátulas de las revistas. Estamos abundantemente informados de su pensamiento, su horario, su menú, su palabra, su intimidad. Y se nos muestran siempre dentro de un marco europeo: un hotel, una villa, un automóvil, un pullmann, un boulevard. Lenin, en cambio, está lejos del mundo occidental, en una ciudad mitad asiática y mitad europea. Su figura tiene como retablo el Krenlim, y como telón de fondo el Oriente. Nicolás Lenin no es siquiera un nombre sino un pseudónimo. El leader bolchevique se llama Vladimir Illicht Ulianow, como podría llamarse un protagonista de Gorky, de Andrejew o de Korolenko. Hasta físicamente es un hombre un poco exótico: un tipo mongólico de siberiano o de tártaro. Y como la música de Balakirew o de Rimsky Korsakow, Lenin nos parece más oriental que occidental, más asiático que europeo. (Rusia irradia simultáneamente en el mundo su bolchevismo, su arte, su teatro y su literatura. Sincrónicamente se derraman, se difunden y se aclimatan en las ciudades europeas los dramas de Checow, las estatuas de Archipouko y las teorías de la Tercera Internacional. Agentes viajeros del alma rusa, Stravinsky seduce a París, ChaIlapine conquista Berlín, Tchicherine agita a Lausanne.)
Lenin ejerce una fascinación rara en los pueblos más lontanos y abstrusos. Moscou atrae peregrinos de Persia, de la China, de la India. Moscou es actualmente una feria de abigarrados trajes indígenas y de lenguas esotéricas. La celebridad de Oswald Spengler, de Charles Maurras o del general Primo de Rivera no es sino una celebridad occidental. La celebridad de Lenin, en tanto, es una celebridad unánimemente mundial. El nombre de Lenin ha penetrado en tierra afgana, siria, árabe. Y ha adquirido timbres mitológicos.
Quienes han asistido a asambleas, mítines, comicios, en los cuales ha hablado Lenin, cuentan la religiosidad, el fervor, la pasión que suscita el leader ruso. Cuando Lenin se alza para hablar, se suceden ovaciones febriles, espasmódicas, frenéticas. Las gentes vitorean, gritan, sollozan.
Pero Lenin no es un tipo místico, un tipo sacerdotal, ni un tipo hierático. Es un hombre terso, sencillo, cristalino, actual, moderno. W. T. Goode, en el “Manchester Guardian”, lo ha retratado así: “Lenin es un hombre de estatura media, de cincuenta años en apariencia, bien proporcionado. A la primera mirada, los lineamientos recuerdan un poco el tipo chino; y los cabellos y la barba en punta tienen un tinte rojizo oscuro. La cabeza bien poblada de cabellos y la frente espaciosa y bien modelada. Los ojos y la expresión son netamente simpáticos. Habla con claridad y con voz bien modulada: en todo nuestro coloquio no ha tenido nunca un momento de agitación. La única neta impresión que me ha dejado es la de una inteligencia clara y fría. La de un hombre plenamente dueño de sí mismo y de su argumentación que se expresa con una lucidez extraordinariamente sugestiva”. Arthur Ransome, también en el “Manchester Guardian”, ha dado estos datos físicos y psicológicos del caudillo bolchevique: “Lenin me pareció un hombre feliz. Volviendo del Kremlin a mi alojamiento, me preguntaba yo qué hombre de su calibre tiene un temperamento alegre como el suyo. No encontré ninguno. Aquel hombre calvo, arrugado, que voltea su silla de aquí a allá, riendo ora de una cosa, ora de otra, pronto en todo momento a dar un consejo serio a quien lo interrumpa para pedírselo, -consejo bien razonado que resulta más imperioso que cualquier orden- respira alegría: cada arruga suya ha sido trazada por la risa, no por la preocupación”. Este retrato de un periodista británico, circunspecto y anastigmático como un objetivo Zeiss, nos ofrece un Lenin, sana y contagiosamente jocundo y plácido, muy disímil del Lenin hosco, feroz y ceñudo de tantas fotografías. Ni taciturno, ni alucinado, ni místico, Lenin es, pues, un individuo normal, equilibrado, expansivo. Es, además, un hombre bien abastecido de experiencia y saturado de modernidad. Su cultura es occidental; su inteligencia es europea. Lenin ha residido en Inglaterra, en Francia, en Italia, en Alemania, en Suiza. Su orientación no es empírica ni utopista sino materialista y científica, Lenin cree que la ciencia resolverá los problemas técnicos de la organización socialista. Proyecta la electrificación de Rusia. Bertrand Russell, que califica de ideológico este plan, juzga a Lenin un hombre genial.
La vida de Lenin ha sido la de un agitador. Lenin nació socialista. Nació revolucionario. Proveniente de una familia burguesa, Lenin se entregó, sin embargo, desde su juventud, al socialismo y a la revolución. Lenin es un antiguo leader, no solo del socialismo ruso, sino del socialismo internacional. La Segunda Internacional, en el congreso de Stuttgart de 1907, votó esta moción suya y de Rosa Luxemburgo: “En el caso de que estalle una guerra europea, los socialistas están obligados a trabajar por su rápido fin y a utilizar la crisis económica y política que la guerra provoque para sacudir al pueblo y acelerar la caída del régimen capitalista”. Esta declaración contenía el germen de la revolución rusa y de la Tercera Internacional. Fiel a ella, Lenin explotó las consecuencias de la guerra para conducir a Rusia a la revolución. Timoneada por Lenin, la revolución rusa arribará en noviembre a su sexto aniversario. La táctica diestra y cauta de Lenin ha evitado los arrecifes, las minas y los temporales de la travesía. Lenin es un revolucionario sin desconfianzas, sin vacilaciones, sin grimas. Pero no es un político rígido ni inmóvil. Es, antes bien, un político ágil, flexible, dinámico, que revisa, corrige y rectifica sagaz y continuamente su obra. Que la adapta y la condiciona a la marcha de la historia. La necesidad de defender la revolución lo ha obligado a algunas transacciones, a algunos compromisos. Sobre él pesa la responsabilidad de un generalísimo de millones de soldados que, mediante retiradas, fintas y maniobras oportunas, debe preservar a su ejército de una acción imprudente. La historia rusa de estos seis años es un testimonio de su capacidad de estratega y de conductor de muchedumbres y de pueblos. Lenin no es un ideólogo sino un realizador. El ideólogo, el creador de una doctrina carece, generalmente, de sagacidad, de perspicacia y de elásticidad para realizarla. Toda doctrina tiene; por eso, sus teóricos y sus políticos. Lenin es un político; no es un teórico. Su obra de pensador es una obra polémica. Lenin ha escrito muchos libros y, con frecuencia, interrumpe fugazmente su actividad de presidente del soviet de comisarios del pueblo, para reaparecer en su tribuna de periodista de “Pravda” o “Izvestia”. Pero el libro, el discurso, el artículo no son para él sino instrumentos de propaganda, de ofensiva, de lucha. Su temperamento polémico es característica y típicamente ruso. Lenin es agresivo, áspero, rudo, tundente, desprovisto de cortesía y de eufemismo. Su dialéctica es una dialéctica de combate, sin elegancia, sin retórica, sin ornamento. No es la dialéctica universitaria de un catedrático sino la dialéctica desnuda de un político revolucionario. Lenin ha sostenido un duelo resonante con los teóricos de la Segunda Internacional: Kaustky, Bauer, Turati. La argumentación de estos ha sido más erudita, más literaria, más elocuente. Pero la disertación de Lenin ha sido más original, más guerrera, más penetrante. Lenin es el caudillo de la Tercera Internacional. El socialismo, como se sabe, está dividido en dos grupos: Tercera Internacional y Segunda Internacional. Internacional bolchevique y revolucionaria e Internacional menchevique y reformista. La doctrina de una y otra rama es el marxismo. Su divergencia, su disentimiento, no son, pues, de orden programático sino de orden táctico. Algunos atribuyen al bolchevismo una idea mesiánica, milagrista, taumatúrgica de la revolución. Creen que el bolchevismo aspira a una transformación instantánea, violenta, súbita del orden social. Pero bolchevismo y menchevismo son gradualistas. Solo que el bolchevismo es gradualista revolucionariamente y el menchevismo es gradualista reformísticamente. El bolchevismo sostiene que no es posible utilizar la máquina actual del Estado pasable sustituirla con una máquina adecuada; que el Estado proletario, distinto del Estado burgués en sus funciones, tiene que ser también distinto en su arquitectura. El tipo de Estado proletario creado por los bolcheviques es el Estado sovietal. La República de los Soviets es la federación de todos los soviets locales. El soviet local es la asociación de obreros, empleados y campesinos de una comuna. En el régimen de los soviets no hay dualidad de poderes. Los soviets son, al mismo tiempo, un cuerpo administrativo y legislativo. Y son el órgano de la dictadura del proletariado. Lenin, dice, defendiendo este régimen, que el soviet es el órgano de la democracia proletaria, tal como el parlamento es el órgano de la democracia burguesa. Así como la sociedad contemporánea y la sociedad medioeval han tenido sus formas peculiares, sus instrumentos típicos, sus instituciones características, la sociedad proletaria tiene que crear también las suyas.
Y esta resistencia al parlamento no es originalmente bolchevique. Desde hace varios años se constata la crisis de la democracia y la crisis del parlamento. Y se sugiere la creación de un tipo de parlamento profesional o sindical basado en la representación de los intereses más que en la representación de los electores. Joseph Caillaux sostiene que es necesario “mantener asambleas parlamentarias pero no dejándoles sino derechos políticos, confiar a nuevos organismos la dirección completa del Estado económico y hacer en una palabra la síntesis de la democracia occidental y del sovietismo ruso”. La aparición del Estado bolchevique coincide, pues, con una intensa predicación anti-parlamentaria y una creciente tendencia a dar al Estado una estructura más económica que política. El parlamento, en fin, es atacado, de una parte, por la revolución, y de otra parte por la reacción. El fascismo es esencialmente antidemocrático y antiparlamentario. Mussolini conquistó el poder extra-parlamentariamente. Primo de Rivera acaba de seguir la misma vía. Los organismos de la democracia, son declarados inaparentes para la revolución y para la reacción.
Lenin y Mussolini, el caudillo de la revolución y el caudillo de la reacción, oponen una dictadura de clase a otra dictadura de clase. El choque, el conflicto entre ambas dictaduras inquieta a muchos pensadores contemporáneos. Se presiente que este choque, que este conflicto de clases reducirá a escombros la civilización y sumirá el mundo occidental en una oscura Edad Media. El Occidente se distrae de su drama con sus boxeadores, y se anestesia con sus alcaloides y su música negra. Y, en tanto, como escribía Luis Araquistaín a don Ramón del Valle Inclán en julio de 1920, “por Oriente otra vez el evangelio asoma como hace veinte siglos asomó el cristianismo”.

José Carlos Mariátegui La Chira

Estudiantes y maestros

Los catedráticos inseguros de su solvencia intelectual, tienen un tema predilecto: el de la disciplina. Recuerdan el movimiento de reforma de 1919 como un motín. Ese movimiento no fue para ellos una protesta contra la vigencia de métodos arcaicos ni una denuncia del atraso científico e ideológico de la enseñanza universitaria, sino una violenta ruptura de la obediencia y acatamiento debidos por el alumnado a sus maestros. En todas las agitaciones estudiantiles sucesivas, estos catedráticos encuentran el rastro del espíritu de asonada y turbulencia de 1919. La Universidad -según su muy subjetivo criterio- no se puede reformar sin disciplina.
Pero el concepto de disciplina es un concepto que entiende y definen a su modo. El verdadero maestro no se preocupa casi de la disciplina. Los estudiantes lo respetan y lo escuchan, sin que su autoridad necesite jamás acogerse al reglamento ni ejercerse desde lo alto de un estrado. En la biblioteca, en el claustro, en el patio de la Universidad, rodeado familiarmente de sus alumnos, es siempre el maestro. Su autoridad es un hecho moral. Solo los catedráticos mediocres, -y en particular los que no tienen sino un título convencional o hereditario- se inquietan tanto por la disciplina, suponiéndola una relación rigurosa y automática que establece, inapelablemente, la jerarquía material o escrita.
No quiero hacer la defensa de la juventud universitaria -respecto de la cual, contra lo que pudiera creerse, me siento poco parcial y blando-, pero puedo aportar libremente a esa defensa mi testimonio, en lo que concierne a la cuestión de la disciplina, declarando que nunca he oído a los estudiantes juicios irrespetuoso sobre un profesor respetable de veras. (Las excepciones o discrepancias individuales no cuentan. Hablo de un juicio más o menos colectivo). Me consta también que, cuando formularon en 1919 la lista de catedráticos repudiados, -a pesar de que el ambiente exaltado y tumultuario de las asambleas no era el más a propósito para valoraciones mesuradas- los estudiantes cuidaron de no excederse en sus condenas. Las tachas tuvieron siempre el consenso mínimo de un 90 por ciento de los alumnos de la clase respectivas. En la mayoría de los casos, fueron votadas por unanimidad y aclamación. Los líderes de la Reforma se distinguían todos por una ponderación escrupulosa. No se proponían purgar a la Universidad de los mediocres, sino únicamente de los pésimos. La sanción que encontraron en el Gobierno y en el Congreso todas las tachas de entonces, evidencia que no eran contestables ni discutibles.
El tópico de la disciplina es, pues, un tópico barato y equívoco.
Y del mismo género son las críticas que, fácil e interesadamente, se pronuncian sobre la influencia que tienen en la crisis universitaria otros relajamientos o deficiencias del espíritu estudiantil.
Contra todo lo que capciosamente se insinúe o sostenga, la crisis de maestros, ocupa, jerárquicamente el primer plano. Sin maestros auténticos, sin rumbos austeros, sin direcciones altas, la juventud no puede andar bien encaminada. El estudiante de mentalidad y espíritu cortos y mediocres, mira en el profesor su dechado o su figurín. Con un profesor desprovisto de desinterés y de idealismo, el estudiante no puede aprender ni estimar una ni otra cosa. Antes bien, se acostumbra a desdeñarlas prematuramente como superfluas, inútiles y embarazantes.
Un maestro -o, mejor, un catedrático- en quien sus discípulos descubren una magra corteza de cultura profesional, y además, carece de autoridad y de aptitud para inculcarles y enseñarles extensión ni hondura en el estudio. Su ejemplo, por el contrario, persuade al discípulo negligente de la conveniencia de limitar sus esfuerzos, primero a la adquisición rutinaria del grado y después a la posesión de un automóvil, al allegamiento de una fortuna, y -si es posible, de paso- a la conquista de una cátedra, membrete de lujo, timbre de academia. La vida y la personalidad egoístas, burocráticas, apocadas, del profesor decorativo y afortunado influyen inevitablemente en la ambición, el horizonte y el programa del estudiante de tipo y medio. Profesores estériles tienen que producir discípulos estériles.
Sé bien que esto no inmuniza del todo a la juventud contra críticas ni reproches. La universidad no es, obligada y exclusivamente, su único ambiente moral y mental. Todas las inteligencias investigadoras, todos los espíritus curiosos, pueden -si lo quiere- ser fecundos por el pensamiento mundial, por la ciencia extranjera. Una de las características fisonómicas de nuestra época es, justamente, la circulación universal. Veloz y fluida de las ideas. La inteligencia trabaja, en esta época, sin limitaciones de frontera ni de distancia. No nos faltan, en fin, maestros latinoamericanos a quienes podamos útilmente dirigir nuestra atención. La juventud -sus propios movimientos lo comprueban y declaran- no vive falta de estímulos intelectuales ni de auspicios ideológicos. Nada la aísla de las grandes inquietudes humanas. ¿No han sido extra-universitarias las mayores figuras de la cultura peruana?
Los estudiantes, después de las honrosas jornadas de la Reforma, parecen haber recaído en el conformismo. Si alguna crítica merecen, no es por cierto la que mascullan, regañones e incomodados, los profesores que reclaman el establecimiento de una disciplina singular, fundada en el gregarismo y la obediencia pasivas.

José Carlos Mariátegui La Chira

Reproducción de una obra de Ivo Pannaggi

Reproducción fotográfica de una obra del artista italiano Ivo Pannaggi.
Al reverso de la foto:
"Escultura en piedra serena. Venezia XV Espozione Internazionale"
Con letra de José Carlos Mariátegui "9 cent. ancho"

Pannaggi, Ivo

Carta de Manuel F. Laos, 24/7/1926

Chicla, 24 de julio de 1926
Señor
José Carlos Mariátegui
Lima
Mi muy estimado compañero:
Como le ofreciera cumplo con el más grande placer escribiéndole y al hacerlo anhelo muy de veras porque se encuentre Ud. completamente restablecido de la dolencia que lo aquejaba y gozando ya de mejor salud en unión de su digna esposa a quien saludará Ud. haciéndole pte. mis respetos lo mismo que a su señor hermano Julio y demás familia.
Yo quedo felizmente bien y ya bastante preocupado en la labor que me ha encomendado la Editorial Minerva. Espero conseguir más suscriptores para enviarle una relación.
Y con respecto a los libros, me es grato comunicarle que los estoy vendiendo, aunque un poco despacio por el poco movimiento que hay acá. Hay regular número de obreros, pero la mayoría son analfabetos y otros descuidados; asaz les estoy encauzando, y enseñándoles el camino de su felicidad para que mejoren su condición social. Les ha gustado la gran obra de “Barbusse”, que Ud. en buena hora me la recomendó. Los he vendido los diez ejemplares que traje de ésa y a ver si vuelve Ud. a mandarme 20 ejemplares más, junto con otra igual cantidad de ejemplares de la revista Amauta. Necesito acumular algo más de lo que vaya vendiendo para mandarle junto el importe o cuando menos, siquiera la mitad.
No se olvide Ud. de comunicarme, cuando bebe la luz pública la revista Amauta; que ha de ser, sin duda, el porta-pensamiento del Perú nuevo, de los hombres de ideales puros e inmaculados. Ha de ser la revista de los hombres libres. No de los bufones, parásitos ni charlatanes; tampoco de los serviles aduladores de esos histriones que pinta Guillén en su Democracias Criollas; menos de los vampiros, ni de esos grandes patriotas enmascarados...
Cuando salga no deje Ud. de avisar a su ansioso amigo y compañero
Manuel F. Laos

Laos, Manuel F.

Carta a Victoria Ferrer, 18/3/1920

Roma, 18 de marzo de 1920
Victoria:
No me ha venido ninguna nueva tuya. Te escribo hoy para enviarte otra remesa destinada a resarcirte un poco de tus últimas estrecheces. Habría querido indemnizarte mejor; pero no me ha sido posible. La vida aquí es demasiado cara para los extranjeros. Y más para los extranjeros que, como yo, tienen que satisfacer, junto con las necesidades de la vida física, las necesidades no menos imperiosas de la vida intelectual.
Conforme a tu deseo, he escrito a Santillana. Aguardo su respuesta. No creo que tenga inconveniente para aceptar su designación.
Me interesa saber si te han llegado oportuna y prontamente mis anteriores remesas y mis varias cartas. Por mis simples cartas me preocupo menos naturalmente. Sé que no te pueden ser gratas y queridas como te habían sido en otros tiempos. Pero siempre me disgustaría que alguna de ellas se hubiera extraviado o rezagado.
El cheque es por doce libras esterlinas (Twelve pounds sterlings). Girado en la misma forma que los precedentes.
Dame muchas noticias de María Gloria. (¿Porqué no María Gloria en vez de Gloria María?). Dame también noticias de tu salud que anhelo hayas recuperado plenamente.
Cuida de acusarme recibo de todas mis cartas indicándome, por supuesto, sus fechas.
Saluda a los tuyos expresándoles mi buen recuerdo.
Con muchos besos para la bambina y uno para ti —si tú gustas— se despide de ti hasta la próxima, muy afectuosamente
José Carlos
P.D. Con la anterior te remití unas postales. Que Beatricita, a quien renovarás mis recuerdos, excuse la molestia de cobrar el cheque.
Vale.

José Carlos Mariátegui La Chira

Familia paterna de José Carlos Mariátegui

[Lima], 1868.
La familia Mariátegui:

  • Sentados: El Prócer Francisco Javier Mariátegui y Tellería y su esposa Juana Palacio Salas.
  • De pie, de izquierda a derecha: Salvador Mariátegui Mendiburu, Agustina Mariátegui Palacio y Lucía Mariátegui Palacio.
  • Segunda fila sentados: Benjamín Mariátegui Palacio, su esposa Mercedes Mendiburu Haro y Leandro Mariátegui Palacio.
  • Tercera fila: Foción Mariátegui Palacio, Mercedes Requejo Cabello y su esposo Francisco Javier Mariátegui Palacio.
  • De pie en la parte superior: Francisco Javier Mariátegui Requejo.

Tapicera India

Fotografía del óleo "Tapicera India" de Julia Codesido que se publicó en la revista Amauta.
Al reverso dice: Tapicera India óleo
y con letra de José Carlos Mariátegui: "igual"

Codesido, Julia

Carta de Luis E. Valcárcel, 11/7/1926

Cuzco, 11 de julio de 1926
Sr. José Carlos Mariátegui
Lima
Querido compañero:
Por el correo anterior escribí a usted avisándole que le enviaba en paquete certificado los originales de Tempestad en los Andes. Al recibir U. estas líneas, hago ya en su poder los citados originales: omití incluirle la carátula: lo hago ahora. No cree usted que sería de efecto una ilustración alusiva? Quizás Vallejo, o Sabogal, podrían crearnos el símbolo andino para la primera página del libro, o de la falsa carátula.
Usted verá lo mejor.
De Arequipa me ha mandado anoche el profesor Delgadillo una tarjeta de U. Díceme que él vendrá del 15 al 16. Con mucho gusto atenderé a su recomendado.
Cuánto he sentido que no se encuentre bien de salud: cuídese, amigo mío.
Me extraña que el encargado de distribuir mi última obra Del Ayllu al Imperio no le entregase a usted el ejemplar correspondiente: por correo entrante, se lo enviaré desde aquí. En igual desatención me ha hecho incurrir con otros compañeros.
tome Ud. para "Amauta" el capítulo que le parezca. Esperamos con impaciencia la aparición de su revista.
Con Casiano Rado le recordamos siempre.
Le envío un cordial apretón de manos.
Luis. E. Valcárcel.

Valcárcel, Luis E.

[Lista de Suscriptores a la Editorial Minerva en Provincias]

Lista de Suscriptores a la Editorial Minerva en las provincias del Perú.
A continuación consignamos los nombres y las direcciones:

  • Amézquita J. M.: Pacasmayo
  • Arroyo Ch. Antonio: Cajamarca
  • Arroyo A.. Julían: Jauja
  • Abad, Samuel L.: Tayacaja - Pampas - Surcubamba
  • Alayza, Rufino: Moho- Vía Puno
  • Bustamente F. Emilio: Salaverry - Botica Central
  • Biblioteca Pública - Arequipa
  • Barrenechea J. Vicente: Chiquián
  • Berrios Lizardo: Arequipa
  • Biblioteca Pública: Puno
  • Cáceres, J. I. : Ayacucho - Calle Compañía Nro 35.
  • Casas, Alberto de las: Huaral
  • Cubas, Manuel E.: Hacienda "San Nicolás" Vía Supe
  • Cornejo B. Eduardo: Arequipa Casilla 34
  • Chávez, Nazario: Cajamarca
  • Delgado, Luis: Oyón - Vía cerro de Pasco
  • Espinoza Bravo C. Alberto: Jauja
  • Ferrari, Luis: Huaral
  • Fajardo y Bayada, Fausto: Chincha Alta
  • Florez, Luis Felipe: Ica - Apartado 46
  • García Castro, Vicente: Sullana - Piura - Milne & Co
  • Guevara Calderón, Ignacio: Ocaña - Vía Pisco - Ica
  • Guanilo, Celso a.: Pacasmayo
  • Fernández J., Amador Dr. : Laramate - Ica
  • Ismodes Lino G.: Abancay
  • Léon Castro, José : Puerto Supe - Agencia Ayulo
  • Leoncio F. Firi: Ayacucho
  • Lira Carlos G.: Arequipa
  • Miranda A. ricardo: Chiclayo - Director de "El Tiempo"
  • Muñiz Augusto César: Cuzco
  • Núñez Jorge E.: Arequipa - Colón 221
  • Olazabal, Ignacio J y S: Arequipa - Casilla 294
  • Ostolaza, M. C.: Ilo - Agencia Marítima
  • Prealé S., Pedro: Huancayo
  • Pinillos, Alvaro: Trujillo
  • Peralta, Antero: Arequipa - Beaterio 159
  • Palamonio, Desiderio: Aplao
  • Rivera, Armando: Arequipa- Apartado 383
  • Roca, Gerardo: Castrovirreyna - Huaytará
  • Rojas Castro C.: Jauja
  • Sánchez R. Teodoro: Huaral
  • Salcedo, Palomino: Ayavirí - Vía Arequipa
  • Solar, Luis del : Santa
  • Sbad, Mariano: Caserío de pacanga - Vía Pacasmayo
  • Tenorio, Aurelio: Palpa - Vía Ica
  • Torre Blanca, Juan Francisco: Cerro de Pasco
  • Tello R., Napoleón: Cajamarca
  • Uriunaga, José: Cajabamba
  • Urday, Benjamín, Dr. : Chuquibamba - Condesuyos - Arequipa
  • Vásquez, Loyola Alejandro: Salaverry - Calle Chiclayo 35
  • Villar, Leoncio: Cerro de Pasco
  • Vertiz A. Raúl G.: Pacasmayo
  • Valdivia, Manuel Benigno: Arequipa - santa Marta
  • Vidal Olivos, Edmundo: Ayacucho - Girón Callao 2 cuadra
  • Vidal Olivos, Justiniano: Ayacucho
  • Venturo Estrada, Eugenio: Cañete "La voz del pueblo"
  • Zúniga, Julio Daniel: Arequipa

Imprenta y Editorial Minerva

[Lista de Agentes de la Editorial Minerva]

Lista de Agentes de la Editorial Minerva:

  • Máximo Pecho - Jauja - 16 ejem.
  • Dionizio Mendoza - Chiclayo - 16 ejem.
  • Teodoro Bullón Salazar - Jauja - 16 ejem.
  • La Acción - Chincha - 16 ejem.
  • Librería Iberico - Cajamarca - 16 ejem.
  • Librería Nieri - Ica - 16 ejem.
  • Librería León Alvarado - 32 ejem.
  • Alcides Spelucin - Imprenta el Norte de Trujillo - 32 ejem.
  • Luis Carranza - Imprenta y Librería El Tiempo - Piura - 16 ejem.
  • Roberto La Torre - Revista "Kosko" - Cuzco - 32 ejem.
    Total: 208 ejem.

Imprenta y Editorial Minerva

Carta de César Moro, 7/1928

Respuesta dirigida al Gerente de la revista Amauta por la publicación de sus poemas:
París, julio de 1928
Gerente:
Has publicado mis poemas de una manera infame. Llenos de errores, sin los espacios marcados y suprimiendo líneas enteras. Pero a quién reclamar en Amauta? Merecías... pero es que mereces algo? Sigue publicando Peralta, Varallanos o Avellanos, de los Prados, mesas, catres, y roperos. Amauta es una revista histórica. El mejor jabón: Reuter! Específico sin rival para el pelo. Viva el tricófero de Barry! Abajo las pastillas rosadas del Sr. Richards! "Después de la función sírvase ud. pasar al Palais Concert".
Bueno, basta de chunga, Amauta es una revista con probabilidades.
Viva la Giunguina Laroche!!!

Moro, César

Hiladora

Dibujo "Hiladora" realizado por Camilo Blas y publicado en la revista Amauta en 1930.

Blas, Camilo

La chicha

Dibujo "La Chicha" de Camilo Blas publicado en la revista Amauta.

Blas, Camilo

En torno a Sanín Cano

Sanin Cano, coincide sin duda con Bernard Shaw en la apreciación del periodismo. No aspira al título de ensayista ni de filósofo porque le basta el título de periodista. Y si periodismo es todo lo que pretende Bernard Shaw, el escritor colombiano se contenta con una clasificación que no oscurece ni disminuye sus méritos de pensador y polígrafo.
Urge convenir en que el descrédito del periodista, particularmente en Hispano América es justificado. El periodismo, ejercido generalmente por una muchedumbre más o menos anónima de diletantes, aparece como un género que no requiere ninguna preparación cultural y ninguna aptitud literaria. El periodista se supone el derecho de discurrir de todo sin estar enterado de nada. Frente a una cuestión económica o a una doctrina social, el diletante no se sienta jamás embarazado por su ignorancia. Lo sostiene una confianza excesiva de que la ignorancia de sus lectores sea aún mayor. El socialismo sufre en la prensa las más inverosímiles desfiguraciones por obra de gentes de las cuales no solo se puede decir que no han leído nunca a Marx, Engels, Lasalle ni Sorel, sino que serían absolutamente capaces de entenderlos-
Pero se manifiesta ya un movimiento de reivindicación de la profesión de periodista. Esta reivindicación no se reduce por su puesto al empeño Henri Berand en demostrar que un reportero puede escribir tan bien como el mejor literato (Las mediocres novelas de Henri Berand, en verdad, no lo prueban todavía). El artículo del escritor responsable y calificado desaloja crecientemente de la prensa a la divagación inepta del gacetillero. El público distingue cada vez más las varias jerarquías de periodistas.
Esta sección debe mucho en el sector hispánico a la obra de Sanín Cano que ha contribuido poderosamente a elevar el comentario y la crítica periodísticos con visible influencia del público y en especial del que no llega al libro.
Durante el apogeo del cronista durante el cual la predilección de los lectores fue acaparada por escritores del tipo de Gomes Carrillo ha seguido un periodo del apogeo del ensayista. Lo que demuestra que al lector no le basta ya la sola anécdota.
Se destaca frecuentemente como uno de los rasgos mayores de Sanín Cano, su humorismo. La aparición de este “filósofo de la risa” según Araquistain -quien corrobora un concepto de Armando Donoso a propósito de Arturo Candela, es uno de los signos de maduramiento literario de Hispano América.
El agudo escritor colombiano, es sin disputa un humorista. Pero su humorismo no es su cualidad sustantiva, la que más lo distingue entre los ensayadores del Continente. A pesar de su humorismo, el diría que precisamente por su humorismo, -Sanín Cano se singulariza por su pensamiento circunspecto, coherente y hondo. Su gesto de escéptico no le impide guardar una leal y honrada devoción a algunas ideas fundamentales, vervigracia la idea de la libertad. La ironía, el humor, en ningún momento restan seriedad ni unidad a su pensamiento. Sanín Cano se comporta siempre como un espíritu constructivo, que asume libre, pero fielmente una misión docente en la evolución intelectual de estos pueblos. No lo atrae el apostolado, pero quiere cumplir sin alarde y sin desplante una obra de orienta(...).
(...) generación ponderada que, con Rodó se impuso el gesto de la línea ateniense (Sanín Cano sin embargo no es muy indulgente con algunos aspectos del patrimonio greco-romano. Véase su ensayo “Bajo el signo de Marte”). La generación de hoy por razones de época, piensa y obra con un ritmo más acelerado. Le toca acompasarse a una hora de violencia. Pero salvada esta diferencia de pulsación espiritual, puede reconocer en Sanín Cano un precursor y hasta un maestro por su pasión de verdad y de justicia.
Ante el fenómeno norteamericano, Sanín Cano ha tenido siempre una actitud de vigilante defensa de la autonomía y de la personalidad de la América Latina. Hace poco incitaba a su país a la previsión de los peligros de los préstamos yanquis.
Pocas actitudes de su pensamiento a mi juicio, definen su ambición como la justicia que hace a Brandes en estas palabras: ”La suerte de Brandes riva a la idea de la libertad de su más alto representante y de su más asiduo y eficaz defensor en los últimos sesenta años. Mientras otras inteligencias ochocentistas, claudicaron y se rindieron, escondiendo en pliegues de sutil ironía su escepticismo en materia de libertades, Brandes perseveró siempre dedicado a los principios formulados ruidosamente con estupenda claridad y hermosura en su conferencia del año setenta”.
Me complace en haber coincidido con Sanín Cano en la estimación del que yo también considero como el mayor mérito del pensador americano.
A Sanín Cano sus pósteros le reconocerán el mismo mérito de haberse conservado fiel al pensamiento liberal y progresista en una época en que turbados por la atracción reaccionaria, lo renegaban la mayoría de sus más veteranos(...).

José Carlos Mariátegui La Chira

Carta a Mario Nerval, 14/1/1927

Lima, 14 de enero de 1927
Señor Mario Nerval
Oruro
Estimado compañero y amigo:
Le ruego perdonarme el retardo con que le escribo. Mi excesivo trabajo, agravado por una salud inestable, me impide casi completamente atender a mi correspondencia que, con motivo de la aparición de Amauta, se ha hecho excepcional. Su carta, como otras muchas de análogo valor, me complacen grandemente, porque me prueban que el esfuerzo que cumplimos en el Perú algunos intelectuales tiene extensa resonancia.
Tenía ya noticias de Ud. Sus cartas completan nuestro conocimiento. Espero y reclamo ahora su colaboración en las páginas de Amauta. Nuestra revista debe representar el pensamiento de todos los intelectuales que asumen análoga actitud renovadora.
Amauta ha sido entusiastamente recibida en todo el Perú. Su economía está calculada sobre la base de una circulación mínima de 4000 ejemplares, pues queremos mantenerla al alcance del pueblo. Del número 5 hemos hecho un tiraje de 3500 ejemplares. Espero, pues fundadamente que pronto la existencia de la revista pueda quedar asegurada.
Desde el número 3 le hemos enviado diez ejemplares. Y encargué al amigo Urquieta de La Paz que le remitiera diez ejemplares del N° 2, ya que parecía que no había colocado todos los que se le enviaron. Por este correo recibirá Ud. además su colección de la edición “Amigos de Amauta”, en la que sólo falta el número 1, próximo a reimprimirse.
Con cordial sentimiento de amistad, me es grato suscribirme de Ud. afmo. compañero
José Carlos Mariátegui

José Carlos Mariátegui La Chira

Carta de Sigmund Freud al director de Repertorio Hebreo (Miguel Adler)

Lima, Perú, mayo 1929

Repertorio Hebreo
Director M. Adler
8.5.1929
Muy estimado señor: A su empresa cultural deseo yo, como judío, el mejor éxito entre nuestros connacionales en América latina. Mi colaboración directa por mi edad (73 años) como por la interrupción de mi producción, no debe tomarse en cuenta. Una fotografía le hago enviar por medio de nuestra editorial.
Con afecto especial.
Su Freud.

Freud, Sigmund

Carta de Manuel Ugarte a Miguel Adler

Niza, 16 de junio de 1929

Estimado compañero,
Gracias por el envío de su Repertorio Hebrero. La admirable revista fundada por Ud. Trae un soplo de redención que urge difundir, porque coincide con las directivas actuales de la juventud en el orden nacional e internacional. El espíritu nuevo que empieza a animar la vida de cada una de nuestras repúblicas rechaza los prejuicios egoístas y los odios tradicionales y tiene a alcanzar la más amplia reconciliación de todos los habitante de nuestra América bajo el signo de la justicia y de la solidaridad. Estoy de corazón con ustedes. Todas mis felicitaciones en un cordial apretón de manos.
Manuel Ugarte

Ugarte, Manuel

Carta de José Carlos Mariátegui a Manuel Adler

Lima, 13 de julio de 1929

Sr. Miguel Adler
E.P.M

Estimado amigo y compañero:
Confirmo a Ud. por la presente el encargo de ha recibido de "Amauta" de llevar su representación a las ciudades del Sur de la República, y de Bolivia, Chile, Argentina, y el Uruguay que visitará Ud. en el curso de próximo viaje.
Quedan a su iniciativa y criterio las gestiones que en pro de la difusión de "Amauta" y sus ediciones, del mejor funcionamiento de sus agencias actuales y del establecimiento de otras nuevas, convenga realizar. Del mismo modo, damos a Ud. amplio mandato para cuando concierne a la representación de "Amauta" y sus ediciones en la Exposición del Libro y el Periódico Peruanos que se propone Ud. efectuar en Santiago, Buenos Aires y Montevideo.
Me es grato reiterar a Ud. en esta oportunidad, al expresarle mis votos por el mejor éxito de su viaje, los sentimientos de mi amistad y mi estima y repetirme su devotísimo amigo y compañero.

Firma de José Carlos Mariátegui

Mariátegui Chiappe, José Carlos

Carta de Gabriela Mistal para Miguel Adler

Francia,
7 Set. 29

Gracias, Sr. por la revista y la carta. Sí yo tengo un viejo interés, no enfriado por el tiempo, hacia la cultura judía. Así, pues, no es indiferente para mí el que Ud. [...] allí lo suyo. ¿Ya no se publica aquella gran revista hebrea de B. Ars?
Cuando tenga tiempo, le mandaré algo. Si tardo no será [...] sino ocupaciones de otro orden.
Ruego mantener la dirección para esta, del que, no definitiva sino temporal.
Les saluda afectuosamente.

Gabriela Mistral.

Mistral, Gabriela

Miguel y Noemí con Mariátegui y otros amigos en el Bosque Matamula (V)

Miguel y Noemí, José Carlos Mariátegui en el bosque Matamula, acompañado de familiares y de amigos.
De izquierda a derecha: José Malanca, Noemí Milstein, José Carlos Mariátegui, Miguel Adler, Amalia La Chira, Carmela Andreu, prima de Amalia Cavero.
Niños de izquierda a derecha: José Carlos (hijo), Amalia Cavero (hija de Guillermina), Sandro Mariátegui y Sigfrido Mariátegui.

Adler, Miguel

Miguel Adler, Waldo Frank y José Carlos Mariátegui camino al bosque Matamula

Miguel Adler, Noemi Milstein y José Carlos Mariátegui caminando por la Av. Country –actualmente Av. Salaverry, Perú– con dirección al bosque de Matamula.
De izquierda a derecha: Jorge del Prado, Blanco del Prado, José Malanca, Ricardo Martínez de la Torre, Noemí Milstein, Miguel Adler y Ricardo Flórez.

Adler, Miguel

Miguel Adler, Waldo Frank y José Carlos Mariátegui

De izquierda a derecha: Miguel Adler, Waldo Frank y José Carlos Mariátegui en el interior del auto
La foto fue tomada en el campo de aterrizaje del Country Club con ocasión de la llegada del escritor norteamericano Waldo Frank.

Adler, Miguel

Miguel y Noemi con Mariátegui y otros amigos en el Bosque Matamula (III)

Miguel y Noemi, José Carlos Mariátegui con amigos en una parte del Bosque de Matamula llamado "Matalechuza". Actualmente es el Parque de los Próceres de la Independencia (Perú)
De izquierda a derecha: Blanca del Prado, Noemí Milstein, José Malanca, José Carlos Mariátegui, Ricardo Flórez, Miguel Adler, Jorge del Prado y Ricardo Martínez de la Torre.

Adler, Miguel

Miguel y Noemi con Mariátegui y otros amigos en el Bosque Matamula (II)

De izquierda a derecha: José Malanca, Miguel Adler, Blanca del Prado, José Carlos Mariátegui, Noemí Milstein, Jorge del Prado y Ricardo Martínez de la Torre.
La fotografía fue tomada en el parque del Bosque de Matamula llamado "Matalechuza". Actualmente es el Parque de los Próceres de la Independencia (Perú)

Florez, Ricardo E.

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