Item 1925-08-22 - El debate del pacto de seguridad [Recorte de prensa]

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Código de referencia

PE PEAJCM JCM-F-03-3-3.3-1925-08-22

Título

El debate del pacto de seguridad [Recorte de prensa]

Fecha(s)

  • 1925-08-22 (Creación)

Nivel de descripción

Item

Volumen y soporte

3 páginas. Soporte digital.

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Nombre del productor

(1894-1930)

Historia biográfica

Nació el 14 de junio de 1894 en el departamento de Moquegua (Perú).
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El debate del pacto de seguridad

El Occidente europeo sigue buscando un equilibrio. Hasta ahora ninguna receta conservadora ni reformista consigue dárselo.

Francia quiere una garantía contra la revancha alemana. Mientras esta garantía no le sea ofrecida, Francia velará armada con la espada en alto. Y el ruido de sus armas y de sus alertas no dejará trabajar tranquilamente a las otras naciones europeas. Europa siente, por ende, la necesidad urgente de un acuerdo que le permita reposar de esta larga vigilia guerrera. La propia Francia que, a pesar de sus bélicos "chanteclers", es en el fondo una nación pacífica, siente también esta necesidad. El peso de su armadura de guerra la extenúa.

El eje de un equilibrio europeo son las relaciones franco-alemanas. Para que Europa pueda convalecer de su crisis bélica es indispensable que entre Francia y Alemania se pacte, si no la paz, por lo menos una tregua. Pero esta tregua necesita fiadores. Francia pide la fianza de la Gran Bretaña. De esto, que es lo que se designa con el nombre de pacto de seguridad, se conversó ya entre Lloyd George y Briand en Cannes. Mas a la mayoría parlamentaria del bloque nacional un pacto de seguridad, en las condiciones entonces esbozadas, le pareció insuficiente. Briand fue reemplazado por Poincaré, quien durante un largo plazo, en vez de una política de tregua, hizo una política de guerra.

Cuando el experimento laborista en Inglaterra y las elecciones del 11 de mayo en Francia engendraron la ilusión de que se inauguraba en Europa una era social-democrática, renació la moda de todas las grandes palabras de la democracia: Paz, Arbitraje, Sociedad de las Naciones, etc. En esta atmósfera se incubó el protocolo de Ginebra que, instituyendo el arbitraje obligatorio, aspiraba a realizar un anciano ideal de la democracia. El protocolo de Ginebra correspondía plenamente a la mentalidad de una política cuyos más altos conductores eran Mac Donald y Herriot.

Liquidado el experimento laborista, se ensombreció de nuevo la faz de la política europea. El protocolo de Ginebra, que no significaba la paz ni representaba siquiera la tregua, fue enterrado. Se volvió a la idea del pacto de seguridad. Briand, ministro de negocios extranjeros del ministerio de Poincaré, reanudó el diálogo interrumpido en Cannes. "On revient toujour a ses premiers amours".

Pero la discusión demuestra que, para un pacto de seguridad, no basta el acuerdo exclusivo de Inglaterra, Francia, Alemania y Bélgica. No se trata sólo de la frontera del Rhin. Las naciones que están al otro lado de Alemania, y que el tratado de paz ha beneficiado territorialmente a expensas del imperio vencido, exigen la misma garantía que Francia. Polonia y Checo Eslovaquia pretenden estar presentes en el pacto. Y Francia, que es su protectora y su madrina, no puede desestimar la reinvindicación de esos estados. Por otra parte, Italia, dentro de cuyos nuevos confines el tratado de paz ha dejado encerrada una minoría alemana, reclama el reconocimiento de la intangibilidad de esta frontera. Y se opone a todo pacto que no cierre definitivamente el camino a la posible unión política de Alemania y Austria.

Alemania, a su turno, se defiende. No quiere suscribir ningún tratado que cancele su derecho a una rectificación de sus fronteras orientales. Se declara dispuesta a dar satisfacción a Francia, pero se niega a dar satisfacción a toda Europa. El pacto de seguridad está empantanado en esta invencible resistencia.

Para Alemania, suscribir un tratado, en el cual acepte como definitivas las fronteras que le señaló la paz de Versalles, equivaldría a suscribir por segunda vez, sin la presión guerrera de la primera, su propia condena. Durante la crisis post-bélica, mucho se ha escrito y se ha hablado sobre la incalificable dureza del tratado de Versalles. Los políticos y los ideólogos, propugnadores de un programa de reconstrucción europea, han repetido, hasta lograr hacerse oír por mucha gente, que la revisión del tratado de Versalles es una condición esencial y básica de un nuevo equilibrio internacional. Esta idea ha ganado muchos prosélitos. La causa de Alemania en la opinión mundial ha mejorado, en suma, sensiblemente. Es absurdo, por todas estas razones, pretender que Alemania refrende, sin compensación, las condiciones vejatorias de la paz de Versalles. El estado de ánimo de Alemania no es hoy, de otro lado, el mismo de los días angustiosos del armisticio. Las responsabilidades de la guerra se han esclarecido en los últimos seis años. Alemania, con documentación propia y ajena, puede probar en una nueva conferencia de la paz que es mucho menos culpable de lo que en Versalles parecía.

Los políticos de la democracia y de la reforma aprovechan del debate del pacto de seguridad para proponer a sus pueblos una meta: la organización de los Estados Unidos de Europa. Unicamente —dicen— una política de cooperación internacional puede asegurar la paz a Europa. Pero la verdad es que no hay ningún indicio de que das varias burguesías europeas, intoxicadas de nacionalismo, se decidan a adoptar este camino. Inglaterra no parece absolutamente inclinada a sacrificar algo de su rol imperial ni de su egoísmo insular. Italia, en los discursos megalómanos del fascismo, reivindica consuetudinariamente su derecho a renacer como imperio.

Los Estados Unidos de Europa aparecen, pues, en el orden burgués, como una utopía. Aún en el caso de que un tratado de seguridad obtuviese la adhesión de todos los Estados de Europa, quedaría siempre fuera de este sistema o de este compromiso la mayor nación del continente: Rusia. No se constituiría por tanto una asociación destinada a asegurar la paz sino, más bien, a organizar la guerra. Porque, como una consecuencia natural de su función histórica, una liga de estados europeos que no comprenda a Rusia tiene que ser, teórica y prácticamente, una liga contra Rusia. La Europa capitalista tiende cada día más a excluir a Rusia de los confines morales de la civilización occidental. Rusia, por su parte, sobre todo desde que se ha debilitado su esperanza en la revolución europea, se repliega hacia Oriente. Su influencia moral y material crece rápidamente en Asia. Los pueblos orientales, desde hace mucho tiempo se interesan más por el ejemplo ruso que por el ejemplo occidental. En estas condiciones, los Estados Unidos de Europa, si se constituyesen, reemplazarían el peligro de una guerra continental, por la certidumbre de una descomunal conflicto entre Oriente y Occidente.

Por el momento, no hay ninguna utilidad en ejercitar la imaginación en estas previsiones. Conformémonos con intentar predicciones
a corto plazo. Las rivalidades y las rencillas de los nacionalismos europeos hacen muy poco probable un pacto occidental. Rusia no tiene por qué preocuparse por ahora de la posibilidad de una unánime coalición capitalista. El pacto de seguridad, como ha sido planteado, no alcanzará mejor suerte que el protocolo de Ginebra.

El problema de la tregua, ya que no de la paz, quedará intacto después del presente debate. Pero la necesidad de resolverlo se hará cada vez más perentoria. Y del desesperado afán de remediarla emergerá, de nuevo, con otro nombre, la misma ilusión impotente.

José Carlos Mariátegui

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El documento original se encuentra en la biblioteca del Museo de Arte de Lima.

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Nota de publicación

Publicado originalmente en:

  • Mariátegui J. C. (1925, 22 de agosto). El debate del pacto de seguridad. Variedades, 21(912), pp. 1952-1954.
  • Mariátegui J. C. (1925). La escena contemporánea. Imprenta y Editorial Minerva.

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Notas

  • El artículo fue publicado en la sección "Figuras y aspectos de la vida mundial" en la revista peruana Variedades.

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