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Un programa de estudios sociales y económicos [Recorte de prensa]

Un programa de estudios sociales y económicos

El debate sobre los tópicos del nacionalismo me parece una ocasión no solo para tratar, en las páginas de esta revista, en sucesivos artículos próximos, algunos temas, del Perú que desde hace tiempo ocupan mi pensamiento, sino también para bosquejar desde ahora, las bases de un programa ue estudios sociales y económicos, hacia cuya elaboración creo que tienden los representantes, mas antes en ideas, de la nueva generación. Pienso, como dije en mi artículo del viernes último, que una de las características de esta generación es su creciente interés por el conocimiento de las cosas peruanas. Y pienso, igualmente, que otra de sus características es una naciente aptitud pata coordinar y concretar sus estilemos en una obra común.

El criollo, como es notorio, ha heredado del español su individualismo. Pero el áspero individualismo íbero no ha conservado al menos, en este trópico, su recia fibra original. Ingertado en la psicología indígena, ha degenerado en un egotismo estéril y morbido. El peruano, por ende, no resulta individualista sino simplemente anarcoide. En el intelectual, este defecto se exaspera y se exacerba. En la Historia peruana, no se encuentra ningún eficaz ejemplo de cooperación intelectual. El radicalismo, que aproximó temporalmente a algunos intelectuales, no supo dejarnos un conjunto más o menos orgánico de estudios o siquiera de opiniones. Pereció sin dejarnos más literatura que la de su jefe.

En la nueva generación, en cambio, se advierte mucha menos dispersión y mucho menos egotismo. Los jóvenes tienden a agruparse; tienden a entenderse. La obra del intelectual de vanguardia no quiere ser un monólogo. Se propaga, poco a poco, la convicción de que los hombres nuevos del Perú deben articular y asociar sus esfuerzos, Y de que la obra individual debe convertirse, voluntaria y conscientemente, en obra colectiva.

La exploración y la definición de la realidad profunda del Perú no son posibles sin cooperación intelectual. En esto se declaran de acuerdo todos los intelectuales jóvenes con quienes yo he considerado y discutido el tema del presente artículo. Y de estas conversaciones ha brotado espontánea la idea de la creación de un centro o ateneo de estudios sociales y económicos. El nombre es lo de menos. Lo que a todos nos importa es el fin.

El estudio de los problemas peruanos exige colaboración y exige, por ende, disciplina. De otra surte tendremos interesantes y variados retazos de la realidad nacional; pero no tendremos un cuadro de la realidad entera. Y la colaboración y la disciplina no pueden existir sino como consecuencia de una idea común y de un rumbo solidario. En consecuencia, no solo es natural sino necesario que se junten únicamente los afines. Los hombres de idéntica sensibilidad e idéntica inquietud. La heterogeneidad es enemiga de la cooperación. Y, sobre todo, en este caso, no se trata de inaugurar una tribuna de polémica bizantina sino de
forjar un instrumento de trabajo positivo y orgánico.

El proyecto en gestación quiere que algunos intelectuales, movidos por un mismo impulso histórico, se asocien en el estudio de las ideas y de los hechos sociales y económicos. Y que apliquen un método científico al examen de los problemas peruanos. Este segundo orden de investigaciones requiere un trabajo de seminario. Por consiguiente, el proyectado grupo tendría que dividirse en secciones. Una sección de Economía Peruana, una sección de Sociología Peruana, una sección de Educación, serían las principales. Cada sección elaboraría, dentro de las normas generales, su propio programa. Para cada tema se designaría un relator que expondría, primero a sus compañeros, luego al público, sus conclusiones. El trabajo estaría sometido a un sistema. Pero este sistema, destinado a obtener una libre cooperación, no disminuiría el carácter y la responsabilidad individuales de las tesis.

Entre los problemas da la Economía Peruana, hacia cuyo estudio se encuentra más obligada la nueva generación, se destaca el problema agrario. La propiedad de la tierra es la raíz de toda organización social, política y económica. En el Perú, en particular, esta cuestión domina todas las otras cuestiones de la economía nacional. El problema del indio es, en úlltimo analisis, el problema de la tierra, sin embargo, la documentación, la bibliografía de este tema no pueden hasta hoy ser mas exiguas. El debate de este tema, que debería conmover intensamente la consciencia nacional, no preocupa sino a algunos estudiosos. Un Ateneo de Estudios Sociales y Económicos lo transtormaría en el mayor debate nacional.

Yo no pretendo, dentro del limitado ámbito de un artículo, trazar el plan de organización y de trabajo de este Ateneo de Estudios Sociales y Económicos. Como digo mas arriba, este artículo no tiene por objeto mas que esbozar sus lineamientos. El programa mismo tiene que ser fruto de una intensa cooperación. Hacia esta cooperación se encaminan los intelectuales jóvenes.

La nueva generación quiera ser idealista. Pero, sobre todo, quiere ser realista. Está muy distante, por tanto, de un nacionalismo declamatorio y retórico. Siente y piensa que no basta hablar de peruanidad. Que hay que empezar por estudiar y definir la realidad peruana. Y que hay que buscar la realidad profunda: no la realidad superficial.

Este es el único nacionalismo que cuenta con su consenso. El otro nacionalismo no es sino uno de los más viejos disfraces del más descalificado conservantismo.

José Carlos Mariátegui

José Carlos Mariátegui La Chira

Hacia el estudio de los problemas peruanos [Recorte de prensa]

Hacia el estudio de los problemas peruanos

En el haber de nuestra generación se puede y se debe ya anotar una virtud y un mérito: su creciente interés por el conocimiento de
las cosas peruanas. El peruano de hoy se muestra más atento a la propia gente, y a la propia historia que el peruano de ayer. Pero esto no es una consecuencia de que su espíritu se clausure o se confine más dentro de las fronteras. Es, precisamente, lo contrario. El Perú contemporáneo tiene mayor contacto con las ideas y las emociones mundiales. La voluntad de renovación que posee a la humanidad se ha apoderado, poco a poco, de sus hombres nuevos. Y de esta voluntad de renovación nace una urgente y difusa aspiración a entender la realidad peruana.

Las generaciones pasadas no se caracterizaron únicamente por una escasa comprensión de nuestros problemas sino también por una débil comunicación con su época histórica. Apuntemos, en su descargo, un hecho: la época era diferente. Después de una larga epopeya revolucionaria, se estabilizaba y desarrollaba en el Occidente un régimen y un orden que entonces parecían más o menos definitivos. El mundo, por otra parte, no se hallaba tan articulado como ahora. El Perú no aparecía tan incorporado como hoy en la historia o en la órbita de la civilización occidental.

Los intelectuales, en su mayor parte, componían una sumisa clientela de los herederos o los descendientes de la feudalidad colonial. Los intereses de esta casta les impedían descender de su desdeñoso y frívolo parnaso a la realidad profunda del Perú. Y quienes se rebelaban, instintiva o conscientemente, contra estos intereses de clase, no hundían tampoco la mirada en la realidad social y económica. Su ideología —o su fraseología— se alimentaba de las abstracciones de la literatura de los Derechos del Hombre
y del Ciudadano.

El radicalismo, por ejemplo, se agotó en un verbalismo panfletario, no exento de benemerencia, pero condenado a la esterilidad. El pierolismo, que arribó al poder, apoyado en las masas, se mostró más gaseoso aún en su doctrina. Piérola, de otro lado, hizo una administración civilista en sus cuatro años de presidente constitucional. Su partido, a causa de este compromiso, se separó espiritualmente de la clase que, en sus primeras jornadas, pareció representar.

"Le Pérou Contamporain” de Francisco Garcia Calderón estudió el Perú con un criterio más realista que el de las anteriores generaciones intelectuales. Pero García Calderón esquivó en “Le Pérou Contemporain” toda investigación audaz, todo examen atrevido. Su libro se limitó a constatar, con un optimismo civilista, la existencia en el Perú de fuerzas de, progreso. Las conclusiones de este estudio no tuvieron en cuenta lo que yo mismo insisto en llamar la realidad profunda del Perú. García Calderón se contentaba, en 1906, con recetarnos el gobierno de una oligarquía ilustrada y práctica. Y con proponernos que nos preparásemos a acomodar nuestra vida a las ventajas de un ferrocarril panamericano que su previsión juzgaba entonces próximo a conectar de norte a sur, el continente y que, veinte años después, aparece todavía como una perspectiva lejana. La historia ha querido que, antes que el ferrocarril panamericano, atraviesen la historia del Perú otras avalanchas.

Victor Andrés Belaúnde, en su juventud, reaccionando un poco contra la mediocridad universitaria, reclamó una orientación más realista y más peruana en la enseñanza superior. Pero Belaúnde no perseveró en este camino. Después de algunas escaramuzas, desistió de esta actitud beligerante. Hoy “El Mercurio Peruano” no dice ninguna de las cosas que Belaúnde dijo, en su juventud, sobre la vieja Universidad. Mas aún, se siente obligado a decir al margen de un artículo mío, que no se le suponga solidario con una frase de ese artículo acerca de San Marcos. (Declaración, da otro lado, superflua, puesto que al público no se le ocurrirá nunca sospechar en
“El Mercurio Peruano" concomitancia o solidaridad con mis ideas. El público sabe bien que la responsabilidad de mis ideas es totalmente mía. Que esta responsabilidad no compromete, en ninguna forma, a las revistas que muy cortés y muy gentilmente me cuentan entre sus colaboradores).

Pertenece a nuestra época la tendencia a penetrar, con mayor elan, en las cosas y los problemas peruanos. Este movimiento se ha esbozó, primero, en la literatura, Valdelomar, no obstante su elitismo y su aristocratísmo literarios, extrajo sus temas y sus emociones más delicadas de la humilde y rústica tierra natal. No ignoró, en su literatura, como los melindrosos literatos de antaño, las cosas y los tipos plebeyos. Por el contrario, los buscó y los amó, a pesar de su inspiración decadente y un tanto d’anunnziana.

La Plaza del Mercado fue un día el tema de su humorismo y de su literatura. Posteriormente, César Falcón en su “Plantel de Inválidos”,
reunió varios preciosos retazos de vida peruana. Y, como Valdelomar, supo manifestar un alegre desdén por los temas “distinguidos”. La literatura se ha teñido, así, cada vez más de indigenismo. Los libros de López Albújar, de Luis A. Valcárcel y de Augusto Aguirre Morales, sobre los cuales me propongo escribir próximamente, son otros tantos documentos de este interesante fenómeno.

En la investigación científica, en la especulación teórica, se nota la misma tendencia. César Ugarte se ocupa, con sagacidad e inteligencia, del problema agrario. Julio Tello estudia, con penetración, la raza, Honorio Delgado, según mis noticias, tiene el propósito de emprender, metódicamente, un extenso e intenso estudio de la psicología indígena. Jorge Basadre y Luis Alberto Sánchez, en sus ensayos históricos, abandonan la rutina de la anécdota y de la crónica. Les preocupa la interpretación de los hechos; no su agnóstico relato. Jorge Basadre es autor de un estudio sobre la conscripción vial que señala un camino y un método a sus compañeros de la vanguardia universitaria. Y, recientemente, ha inaugurado en la Universidad Popular un curso de Historia Social del Perú. Un curso original, un curso nuevo, en el cual pondrá a prueba su aptitud para la investigación y la interpretación. A propósito de la Universidad Popular, no se debe olvidar que Haya de la Torre, uno de nuestros hombres nuevos, ha prestado, creándo ese centro de cultura, el mejor servicio al estudio de la “realidad profunda del Perú”. El intemacionalista siente, mejor que muchos nacionalistas, lo indígena, lo peruano. Lo indígena, lo peruano, que no es el “sprit” del girón de la Unión ni de las tertulias limeñas, sino una cosa mucho más honda y mucha más trascendente.

José Carlos Mariátegui

José Carlos Mariátegui La Chira

Ibero-Americanismo y Pan-Americanismo [Recorte de Prensa]

Ibero-Americanismo y Pan-Americanismo

I

El ibero-americanismo reaparece, en forma esporádica, en los debates de España y de la América espñola. Es un ideal, o un tema, que de vez en vez, ocupa el diálogo de los intelectuales del idioma. (Me parece que no se puede llamarlos, en verdad, los intelectuales de la raza).

Pero ahora, la discusión tiene más extensión y más intensidad. En la prensa de Madrid, los tópicos del íbero-americanismo adquieren, actualmente, un interés conspicuo. El movimiento de aproximación o de coordinación de las fuerzas intelectuales íberoamericanas, gestionado y propugnado por algunos núcleos de escritores de Nuestra América, otorga en estos días, a esos tópicos, un valor concreto y relieve nuevo.

Esta vez la discusión repudia en muchos casos, ignora al menos en otros, el íbero-americanismo de protocolo. (Ibero-americanismo oficial de gobiernos y de academias que, bajo el patronato de don Alfonso, se encarna en la borbónica y decorativa estupidez de un infante, en la cortesana mediocridad de un Francos Rodríguez). El íbero-americanismo se desnuda, en el diálogo de los intelectuales libres, de todo ornamento diplomático. Nos revela así su realidad como ideal de la mayoría de los representantes de la inteligencia y de la cultura de España y de la América indo-íbera.

El pan-americanismo, en tanto, no goza del favor de los intelectuales. No cuenta, en esta abstracta e inorgánica categoría, con adhesiones estimables y sensibles. Cuenta solo con algunas simpatías larvadas. Su existencia es exclusivamente diplomática. La más lerda perspicacia descubre fácilmente en el pan-americanismo una túnica del imperialismo norteamericano. El pan-americanismo no se manifiesta como un ideal del continente; se manifiesta, más bien, inequívocamente, como un ideal natural del Imperio yanqui. (Antes que una gran Democracia, como les gusta calificarlos a sus apologistas de estas latitudes, los Estados Unidos constituyen un gran Imperio). Pero, el pan-americanismo ejerce —a pesar de todo esto o, mejor, precisamente por todo esto— una influencia vigorosa en la América indo-íbera. La política norteamericana no se preocupa demasiado de hacer pasar como un ideal del Continente el ideal del Imperio. No le hace tampoco mucha falta el consenso de los intelectuales. El pan-americanismo borda su propaganda sobre una sólida malla de intereses. El capital yanqui invade la América indo-íbera. Las vías de tráfico comercial pan-americano son las vías de esta expansión. La moneda, la técnica, las máquinas y las mercaderías norteamericanas predominan más cada día en la economía de las naciones del Centro y Sur. Puede muy bien, pues, el Imperio del Norte sonreírse de una teórica independencia de la inteligencia y del espíritu de la América indo-española. Los intereses económicos y políticos le asegurarán, poco a poco, la adhesión, o al menos la sumisión, de la mayor parte de los intelectuales. Entre tanto, le bastan para las paradas del pan-americanismo los profesores y los funcionarios que consigue movilizarle la Unión Pan-Americana de Mr. Rowe.

II

Nada resulta más inútil, por tanto, que entretenerse en platónicas confrontaciones entre el ideak ibero-americano y el ideal panamericano. De poco Ie sirve al ibero-americanismo el número y la calidad de las adhesiones intelectuales. De menos todavía le sirve la elocuencia de sus literatos. Mientras el ibero-americanismo se apoya en los sentimientos y las tradiciones, el pan-americanismo se apoya en los intereses y los negocios. La burguesía ibero-americana tiene mucho más que aprender en la escuela del nuevo Imperio yanqui que en la escue!a de la vieja nación española. El modelo yanqui, el estilo yanqui, se propagan en la América indo-ibera, en tanto que la herencia española se consume y se pierde. El hacendado, el banquero, el rentista de la América española miran mucho más atentamente a New York que a Madrid. El curso del dollar les interesa mil veces más que el pensamiento de Unamuno y que "La Revista de Occidente" de Ortega y Gaseet. A esta gente que gobierna la economía y, por ende, la política de la América del Centro y del Sur, el ideal ibero-americanista le importa poquísimo. En el mejor de los casos se siente dispuesta a desposarlo juntamente con el ideal panamericanista. Lo agentes viajeros del pan-americanismo le parecen, por otra parte, más eficaces, aunque menos pintorescos, que los agentes viajeros —infantes o académicos— del ibero-americanismo oficial que es el único que un burgués prudente puede tomar en serio.

III

La nueva generación hispano-americana debe definir neta y exactamente el sentido de su oposición a los Estados Unidos. Debe declararse adversaria del imperio de Dawes y de Morgan; no del pueblo ni del hombre norte-americanos. La historia de la cultura norteamericana nos ofrece muchos nobles casos de independencia de la inteligencia y deI espíritu. Roosevelt es el depositario del espíritu del Imperio; pero Thoreau es el depositario del espíritu de la Humanidad. Henry Thoreau, que en esta época, recibe el homenaje de los revolucionarios de Europa, tiene también derecho a la devoción de los revolucionarios de Nuestra América. ¿Es culpa de los Estados Unidos si los ibero-americanos conocemos más el pensamiento de Theodore Roosevelt que el de Henry Thoreau? Los Estados Unidos son ciertamente la patria de Pierpont Morgan y de Henry Ford; pero son también la patria de Ralph-Waldo Emerson, de Williams James y de Walt Wiltman. La nación que ha producido los más grandes capitanes del industrialismo, ha producido así mismo los más fuertes maestros de idealismo del continente. Y hoy la misma inquietud que agita a la vanguardia de la América Española mueve a la vanguardia de la América del Norte. Los problemas de la nueva generación hispano-americana son, con variación de lugar y de matiz, los mismos problemas de la nueva generación, norte-americana. Waldo Frank, uno de los hombres nuevos del Norte, en sus estudios sobre Nuestra América, dice cosas válidas para la gente de su América y de la nuestra.

Los hombres nuevos de la América indo-ibera pueden y deben entenderse con los hombres nuevos de la América de Waldo Frank. El trabajo de la nueva generación ibero-americana puede y debe articularse y solidarizase con el trabajo de la nueva generación yanqui. Ambas generaciones coinciden. Las diferenoian el idioma y la raza; pero las comunica y las mancomuna la misma emoción histórica. La América de Waldo Frank es también, como nuestra América, adversaria del Imperio de Pierpont Morgan y del Petróleo.

En cambio, la misma emoción histórica que nos acerca a esta América revolucionaria, nos separa de la España reaccionaria de los Borbones y de Primo de Rivera. ¿Qué puede enseñarnos la España de Vásquez de Mella y de Maura, la España de Pradera y de Francos Rodríguez? Nada; ni siquiera el método de un gran Estado industrialista y capitalista. La Civilización de la Potencia no tiene su sede en Madrid ni en Barcelona; la tiene en New York, en Londres, en Madrid. La España de los reyes católicos no nos interesa absolutamente. —Señor Pradera, señor Franco Rodríguez, quedaos íntegramente con ella.

IV

Al ibero-americanismo le hace falta un poco más de idealismo y un poco más de realismo. Le hace falta consustanciarse con los nuevos ideales de la América indo-ibera. Le hace falta insertarse en la nueva realidad histórica de estos pueblos. El pan-americanismo se apoya en los intereses del orden burgués; el ibero-americanismo debe apoyarse en las muchedumbres que trabajan por crear un orden nuevo. El ibero-americanismo oficial será siempre un ideal académico, burocrático, impotente, sin raíces en la vida. Como ideal de los núcleos renovadores, se convertirá, en cambio, en un ideal beligerante, activo, multitudinario.

José Carlos Mariátegui

José Carlos Mariátegui La Chira