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Carta de Sixto E. Miguel, 14/1/1927

Jauja, enero 14 de 1927

Señor director de "Amauta".

Lima.

Muy señor mío:

Aprovecho la feliz oportunidad para dirigirle la presente. Deseo que en la revista mensual que dignamente dirige Ud. pueda publicarse el aviso que le adjunto. Se servirá indicarme la suma que debo de pagar por su inserción, por el curso de un medio año, o un año.

Su atto. y S.S.S

Sixto E. Miguel

Miguel, Sixto E.

Carta de A. Tinajeros, 17/10/1928

Arequipa, 17 de octubre de 1928

Sr. José Carlos Mariátegui,
Lima

Mi estimado compañero:

Aprovecho del viaje a esa del camarada Burstein para dirigirle la presente, saludándole muy afectuosamente y anhelando que su salud no sufra más quebrantos.

A los pocos días del arribo del amigo antes nombrado, en respuesta a su carta le manifestaba en la mía que los amigos Rodríguez, Pastor, Rivera, Núñez V. me ofrecieron enviar directamente a Ud. sus colaboraciones para "Amauta", algunas de las cuales supongo que ya se encuentren en su poder. Así lo espero.

De todo lo que ocurre en esta le pondrá al tanto Burstein. Desde luego no hay nada de importancia, solo el hecho de la prisión de cinco obreros a raiz de la aparición de unos volantes en contra de la comitiva que fue al Cuzco. Se asegura que pronto serán puestos en libertad.

De la cuestión universitaria supongo que tenga una amplia información, particularmente del amigo Nuñez Valdivia Jorge, que esta vez ha tenido una actuación más simpática, aunque con reservas aprecio yo ésta, por contrastar con la que tuvo el año pasado en la huelga, en la cual el interés de círculo y de familia le puso contra nuestra causa justa.

Nuestra revista "Amauta", N° 17, que ha llegado con mucha tardanza ,está recién vediéndose. Hay tanta desidia en el público para la lectura que da ganas de proferir epítetos. Ud no puede creer que aquí solo hay un puñado de lectores asiduos, los demás son por casualidad, por curiosidad o de "gorra” . Para esto la campaña clerigalla es activa, secundada por los servidores del poder.

Sírvase hacer presente al Administrador Martínez de la Torre que mi cuenta y la remesa le enviaré dentro de unos 4 días, pues los libreros me están embrollando con "mañana" y mañana, como ha podido ver Burstein. Asimismo le agradeceré que la Administración sea más celosa de su misión. Y digo esto porque cuando solicité los primeros números de la edición fina, "amigos de Amauta", y los últimos, se contentó con enviarme creo los N° 8 y 9, guardando silencio respecto de los demás. Y cuando recibo la remesa de cada nuevo Nº, no sé cuantos ejemplares me manda, pues unas veces viene menos de cien y otras un poco más; lo que se esclarecería, para una mejor cuenta corriente, con una aviso franqueada junto con la remesa.

Si es que ya salido sus "Ensayos", sírvase indicar a la Administración que me remese unos 15 ejmplares.

Es portador el compañero Burstein, a la par que la presente dos números de "Chirapu", que son los últimos que el compañero Antero Peralta V. me indicó le enviara antes de ausentarse a su tierruca: Oyolo, prov. de Parinacochas, depto. de Ayacucho.

Le estrecha la mano fraternalmente.

A Tinajeros.

Tinajeros, A.

Herr Hugo Stinnes

Herr Hugo Stinnes

Herr Hugo Stinnes es actualmente la figura central de la política alemana. El ministerio de Stressemann tiene como bases sustantivas, como bases primarias, a los populistas y a los socialistas. El partido populista (Volkspartei) es el partido de Stinnes. Stressemann, leader populista, representa en el gobierno a Stinnes y a la alta industria. (Hilferding representa al proletariado social-democrático.) El jefe del gobierno resulta, en una palabra, un apoderado, un intermediario del gran industrial rhenano. Alemania, por esto, sigue a- tentamente la carrera cotidiana de la “limousine” de Hugo Stinnes.

¿Quién es este magnate que suena en la Alemania contemporánea más que la "relativitaetstheorie"? La potencia de Hugo Stinnes, como la desvalorización del marco, es un eco, un reflejo de la guerra. Ambos fenómenos han tenido un proceso paralelo y sincrónico. A medida que el valor del marco ha disminuido, el valor de Stinnes ha aumentado. A medida que el marco ha bajado, Stinnes ha subido. Hoy la cotización del marco alcanza una cifra astronómica como decía Rakovsky de la cotización del rublo. Y la figura de Hugo Stinnes domina la economía de Alemania sobre un mastodóntico, pedestal de papel moneda.

Este Stinnes, hipertrofiado y tentacular, es un producto de la crisis europea. Antes de la guerra, Stinnes era un capitalista de proporciones normales, comunes. Era ya uno de los grandes productores de carbón de Alemania. Pero estaba distante todavía de la jerarquía plutocrática de Rockefeller, de Morgan, de Vanderbilt. Alemania se transformó, con la guerra, en una inmensa usina siderúrgica. Stinnes alimentó con su hulla westphaliana los hornos de la siderurgia tudesca. Fue uno de los generalísimos, uno de los dictadores, uno de los leaders de la guerra siderúrgica. Durante la guerra sus dominios se ensancharon, se extendieron, se multiplicaron. Más tarde, las consecuencias económicas de la guerra favorecieron este crecimiento, esta hipertrofia de Stinnes y de otros industriales de su tipo. La crisis del cambio, como es sabido, ha empobrecido, en beneficio de los grandes industriales; a innumerables capitalistas de tipo medio y tipo ínfimo. Los tenedores de deuda pública, por ejemplo, han sufrido la disolución progresiva de su capital. Los tenedores de propiedad urbana, a su vez, han sufrido la evaporación de su renta. El Estado, en Alemania, ha llegado a las fronteras de la socialización de la propiedad urbana: la tarifa fiscal ha aniquilado los alquileres. Una casa que, antes de la guerra, redituaba quinientos marcos oro mensuales a su propietario, no le reditúa ahora sino una cantidad flotante de billetes del Reichsbank equivalente a dos o tres marcos oro. Además, la industria media y pequeña desprovistas de crédito y materias primas, han ido enrareciendo y pereciendo. Su actividad y su campo han sido absorvidos por los trusts verticales y horizontales. Se ha operado, en suma, una vertiginosa concentración capitalista. Millares de antiguos rentistas han sido tragados por el torbellino de la baja del cambio. Y una modernísima categoría capitalista de nuevos ricos, de especuladores felices de la Bolsa y de proveedores voraces del Estado, ha salido a flote. Sobre los escombros y las ruinas de la guerra y la paz, algunos grandes industriales han construido gigantescas empresas, heteróclitos edificios capitalistas. Entre estos industriales, Hugo Stinnes es el más osado, el más genial, el más técnico.

Stinnes ha creado un nuevo tipo de trust: el trust vertical. El tipo clásico de trust es el trust horizontal que enlaza a industrias de la misma familia. Crece, así, horizontalmente. El trust vertical asocia, escalonadamente, a todas las industrias destinadas a una misma producción. Crece, por tanto, verticalmente. Stinnes, verbigracia, ha reunido en un trust minas de carbón y hierro, altos hornos, usinas metalúrgicas y eléctricas. Y, una vez tejida esta compleja malla minera y metalúrgica, ha penetrado en otras industrias desorganizadas o anímicas: ha adquirido diarios, imprentas, hoteles, bosques, fábricas diversas. A través de sus capitales bancarios, Stinnes influencia todo el movimiento económico alemán. A través de su prensa y sus editorials, influencia extensos sectores de la opinión pública. Sus periodistas y sus publicistas provocan los estados de ánimo convenientes a sus intentos. Sus millares de dependientes, tributarios y colaboradores, su vasta claque electoral, son otros tantos gérmenes de difusión y de propaganda de sus ideas. Y su actividad comercial no se detiene en los confines nacionales. Stinnes ha incorporado en su feudo una parte de la industria metalúrgica austríaca, ha comprado acciones de la industria metalúrgica italiana y ha diseminado sus agentes y sus raíces en toda la Europa central.

Estos hechos explican la posición singular de Stinnes en la política alemana. Stinnes es el leader de la plutocracia industrial de Alemania. En el nombre de esta plutocracia industrial, Stinnes negocia con los leaders del proletariado social-democrático. La clase media, la pequeña burguesía, desmonetizadas y pauperizadas por la crisis, insurgen instintivamente contra estos pactos. Y se concentran en la derecha reaccionarla y nacionalista, cuyo núcleo central son los latifundistas, los terratenientes, los “junkers”. Capitalistas agrarios y rentistas medios, sienten desamparados sus intereses bajo un gobierno de coalición industrial-socialista. A expensas de ellos, populistas y socialistas coordinan dos puntos de su programa de gobierno: requisición de las monedas extranjeras necesarias para el saneamiento del marco y fiscalización de los precios de la alimentación popular. Esta política contraría a latifundistas y rentistas. Aviva en ellos la nostalgia de la monarquía. Y los empuja a la reacción.

Veamos el programa económico y político de Stinnes y de su Volkspartei. Stinnes piensa que el remedio de la crisis alemana está en el aumento de la producción industrial. Propugna una política que estimule y proteja este aumento. Y aconseja las siguientes medidas: supresión de la jornada de ocho horas, cesión al capital privado de los ferrocarriles y bosques del Estado, simplificación del mecanismo del Estado, exonerándolo de toda función de empresario, de industrial y de gerente de los servicios públicos. El punto de vista de Stinnes es típica y peculiarmente el punto de vista simplista de un industrial. Stinnes considera y resuelve la crisis alemana con un criterio característico de gerente de trust vertical. Para Stinnes, la salud y la potencia de sus consorcios y de sus “carteles” son la salud y la potencia de Alemania. Y, por eso, Stinnes no tiende sino a anexar a sus negocios la explotación de los ferrocarriles y los bosques demaniales, a intensificar el trabajo y sus rendimientos y a eliminar del mercado del trabajo la concurrencia del Estado empresario. El trabajo es hoy una mercadería, un valor que se adquiere y se vende y que está, por ende, subordinado a la ley de oferta y demanda. El Estado, a fin de evitar la desocupación, emplea en las obras públicas a numerosos trabajadores. La industria alemana quiere que cese esta competencia del Estado y disminuya la demanda de trabajadores, para que los salarios no encarezcan. Stinnes desea convertir a Alemania en una gran fábrica colocada bajo su gerencia. Tiene plena fe en su capacidad, en su imaginación y en su pericia de gerente. Esta fe lo induce a creer que la fábrica andaría bien y haría buenos negocios. Stinnes está seguro de que conseguiría la solución de todos los problemas administrativos y el flnanciamiento de todas las operaciones necesarias para el acrecentamiento de la producción. Los expertos de economía le objetan respetuosamente: —Herr Stinnes, ¿a quiénes vendería, a dónde exportaría Alemania este exceso de producción? No se trata tan sólo de acumular enormes “stocks”. Se trata, principalmente, de encontrar mercados capaces de absorverlos. Y bien. ¿Toleraría Francia, toleraría Inglaterra, sobre todo, que Alemania inundase de mercaderías el mundo?— Herr Stinnes, cazurramente risueño, calla. Pero, recónditamente, razona sin duda así: —Está bien. Inglaterra y Francia no consentirán, naturalmente, un gran crecimiento industrial y comercial de Alemania. El tratado de Versalles, además, las provee de armas eficaces para impedirlo. Pero existe una solución. La solución reside, precisamente, en asociar a Francia o a Inglaterra, o a las dos conjuntamente, a la colosal empresa Stinnes. ¡Qué Francia o Inglaterra tengan participación en nuestros negocios! ¡Que Francia o Inglaterra sean nuestro socio comanditario! Preferible sería, por supuesto, un entendimiento con Francia. —1º Porque Francia tiene en sus manos los instrumentos de extorsión y de tortura de Alemania y en su ánimo la tendencia a usarlos. 2º. Porque Inglaterra, país hullero, metalúrgico y manufacturero, tendría que subordinar la actividad de la industria alemana a los intereses de su industria nacional.

¿Aceptaría Francia esta cooperación franco-alemana? Entre industriales franceses y alemanes hubo, antes de la ocupación del Ruhr, conversaciones preliminares. El convenio Loucheur-Rathenau y el convenio Stinnes-Lubersac abrieron la vía del compromiso, de la "entente". Pero, probablemente, una y otra parte encontraron recíprocamente excesivas sus pretensiones. Sobrevino la ocupación del Ruhr. Guerrera y dramáticamente, los industriales alemanes opusieron a esta operación militar una actitud de resistencia y de desafío. Bajo su orden, las minas y las fábricas del Ruhr cesaron de producir. Tyssen y Krupp, en represalia, fueron juzgados por los tribunales marciales de Francia. Al mundo le parecía asistir a un duelo a muerte. Pero los duelos a muerte eran cosa de la Edad Media. Poco a poco, los industriales alemanes se han fatigado de resistir. Los socialistas han pedido la suspensión de los subsidios al Ruhr, porque empobrecen la desangrada economía alemana. Finalmente Stressemann ha anunciado el abandono de la resistencia pasiva. Tras de Stressemann anda Stinnes que planea, probablemente, un entendimiento con Francia. Esta política solivianta a la derecha reaccionaria y pangermanista que aprovecha de su número en Baviera, donde domina la burguesía agraria, para amenazar a Stressemann con una actitud secesionista. Y, al mismo tiempo, arrecian los asaltos revolucionarios de los comunistas. El gobierno es atacado, simultáneamente, por el fascismo y el bolchevismo. La derecha trama un “putsch”; la izquierda organiza la revolución. Contra una y otra agresión, Stinnes y la social-democracia movilizan todos sus elementos de persuasión y de propaganda, su prensa, su mayoría parlamentaria. Un frente único periodístico, que comienza en la “Deutsche Allgemeine Zeitung”, órgano de Stinnes, y termina en el “Vorwaerts”, órgano oficial socialista, explica a Alemania la necesidad de la suspensión de la resistencia pasiva.

¿Durará esta "entente" entre los industriales y los socialistas? Provisoriamente, los socialistas transigen con los industriales, sobre la base de una acción contra el hambre y la miseria. Pero, más tarde, Stinnes reclamará la abolición de la jornada de ocho horas y la entrega de los ferrocarriles a un trust privado. Los leaders de la social-democracia no podrán avenirse a estas medidas, sin riesgo de que las masas, descontentas y disgustadas, se pasen al comunismo. Stinnes tendría, entonces, que entenderse apresuradamente con la derecha. Pero, probablemente, tratará a toda costa de encontrar una nueva vía de compromiso con la social-democracia. Y logrará, tal vez, conducir a Alemania a una política de cooperación con Francia. Estos grandes señores de la industria son, momentáneamente, los orientadores de la política europea. Cailleaux los equipara a los burgraves de la Edad Media. Y agrega que Europa parece en vísperas de caer en un período de feudalismo anárquico.

Stinnes tiene abolengo y blasón de hullero, de burgués y de industrial. Su padre fue también un minero. Bruno, recio, sólido. Stinnes es un hombre forjado en hulla westphaliana. Posee, como un fragmento de carbón de piedra, una ingente cantidad potencial de energía. Es un gran creador, un gran constructor de riqueza. Es un representante típico de la civilización capitalista. Vive dentro de un mundo fantástico y extraño de telefonemas, de cotizaciones, de estenogramas y de cifras bursátiles. Ignora el ocio sensual y el ocio intelectual de los magnates de la Edad Antigua y de la Edad Media que se rodeaban de artistas, de estatuas, de musas, de música, de literatura, de voluptuosidad y de filosofía. Stinnes se rodea de estenógrafos, de financistas y de ingenieros. Carece de toda actividad teorética y de toda curiosidad metafísica. Adriano Tilgher observa, con suma exactitud, que los multimillonarios de este tipo, absorvidos por un trabajo febril, no conducen una vida grandemente diversa de la de uno de sus altos empleados. Y, definiendo la civilización capitalista como "la civilización de la actividad absoluta" dice de ella que "ama la riqueza por la riqueza, independientemente de las satisfacciones que puede dar, de los placeres que permite procurarse”. Stinnes se viste como cualquiera de sus ingenieros. Y, como cualquiera de sus ingenieros, no entiende las estatuas de Archipenko, ni ama la música de Strauss, ni le importan, las pinturas de Franz Mark, ni le preocupa Einstein ni le interesa Vaihingher.

José Carlos Mariátegui.

José Carlos Mariátegui La Chira

La transformación del mundo oriental [Recorte de prensa]

La transformación del mundo oriental

La marea revolucionaria no conmueve solo al Occidente. También el Oriente está agitado, inquieto, tempestuoso. Uno de los hechos más actuales y trascendentes de la historia contemporánea es la transformación política y social del Oriente. Este período de agitación y de gravidez orientales coincide con un período de insólito y recíproco afán del Oriente y del Occidente por conocerse, por estudiarse, por comprenderse.

En su vanidosa juventud la civilización occidental trató desdeñosa y altaneramente a los pueblos orientales. El hombre blanco considero necesario, natural y lícito su dominio sobre el hombre de color. Usó las palabras oriental y bárbaro como dos palabras equivalentes. Pensó que únicamente lo que era occidental era civilizado. La exploración y la colonización del Oriente no fue nunca oficio de intelectuales, sino de comerciantes y de guerreros. Los occidentales desembarcaban en el Oriente sus mercaderías y sus ametralladoras, pero no sus órganos ni sus aptitudes de investigación, de interpretación y de captación espiritual. El Occidente se preocupó de consumar la conquista material del mundo oriental; pero no de intentar su conquista moral. Y así el mundo oriental conservó intactas su mentalidad y su psicología. Hasta hoy siguen frescas y vitales las raíces milenarias del islamismo y del budismo. El hindú viste todavía su viejo khaddar. El japonés, el más saturado de occidentalismo de los orientales, guarda algo de su esencia samurai budista.

Pero hoy que el Occidente, relativista y escéptico, descubre su propia decadencia y prevé su próximo tramonto, siente la necesidad de explorar y entender mejor el Oriente. Movidos por una curiosidad febril y nueva, los occidentales se internan apasionadamente en las costumbres, la historia y las religiones asiáticas. Miles de artistas y pensadores extraen del Oriente la trama y el color de su pensamiento y de su arte. Europa acopia ávidamente pinturas japonesas y esculturas chinas, colores persas y ritmos indostanes. Se embriaga del orientalismo que destilan el arte, la fantasía y la vida rusas. Y confiesa casi un mórbido deseo de orientalizarse.

El Oriente, a su vez, resulta ahora impregnado de pensamiento occidental. La ideología europea se ha filtrado abundantemente en el alma oriental. Una vieja planta oriental, el despotismo, agoniza socavada por estas filtraciones. La China, republicanizada, renuncia a su muralla tradicional. La idea de la democracia, envejecida en Europa, retoña en Asia y en Africa. La Diosa Libertad es la diosa más prestigiosa del mundo colonial en estos tiempos en que Mussolini la declara renegada y abandonada por Europa. ("A la Diosa Libertad la mataron los demagogos", ha dicho el condottiere de las camisas negras). Los egipcios, los persas, los hindús, los filipinos, los marroquíes, quieren ser libres.

Acontece, entre otras cosas, que Europa cosecha los frutos de su predicación del período bélico. Los aliados usaron durante la guerra, para soliviantar al mundo contra los austro-alemanes, un lenguaje demagógico y revolucionario. Proclamaron enfática y estruendosamente el derecho de todos los pueblos a la independencia. Presentaron la guerra contra Alemania como una cruzada por la democracia. Propugnaron fin nuevo Derecho Internacional. Esta propaganda emocionó profundamente a los pueblos coloniales. Y terminada la guerra, estos pueblos coloniales anunciaron, en el nombre de la doctrina europea, su voluntad de emanciparse.

Uno de los sectores más vastos y más interesantes de esta agitación es la India. El ideal de la libertad se propaga, se difunde rápidamente en este pueblo de trescientos millones de hombres. La revolución indostana tiene varios leaders: Gandhi, Laipat Rait y otros. Gandhi es el de más estatura histórica. Gandhi no es propiamente una figura de leader ni de caudillo sino, más bien, una figurado santo y de profeta. Pero, abastecido de cultura occidental, Gandhi debe a su trato con Europa la convicción de que la India tiene derecho a ser libre. Gandhi ha sido un funcionario, un fautor de la dominación inglesa en Africa y en Asia. Ha colaborado con los ingleses en el Africa del Sur y la India. Ha sido un agente, un prosélito de la guerra aliada. Su conversión es un efecto de la post-guerra. La resistencia de Inglaterra a satisfacer las demandas de su pueblo lo empujó, gradualmente, a una posición de rebeldía. Gandhi explica así su actitud ante Inglaterra: "La no colaboración con el mal es un deber tan grande como la colaboración con el bien". Su política revolucionaria se condensa en una fórmula-mística: la no colaboración. Y, por esto, Gandhi no ha aconsejado el pueblo indio la insurrección, la guerra contra Inglaterra sino, únicamente, la no cooperación con la administración inglesa, la desobediencia pasiva. A su alma tolstoiana le repugna la violencia. Gandhi, como Ruskin y Tolstoy, no ama el maquinismo ni otras cosas de nuestra civilización. Patriarcal y campesino, quiere que los hindús tejan con sus manos en sus cabañas rurales la tela de su traje khaddar. La propaganda de la desobediencia pasiva ha detenido hasta ahora en la India todo propósito insurreccional. Pero ha sacudido y agitado tanto al pueblo y ha minado tan gravemente la autoridad de Inglaterra, que los funcionarios ingleses han apelado a medios marciales para reprimirla. Millares de corifeos de Gandhi han sido encarcelados. Gandhi mismo, después de un proceso original, ha sido condenado a seis años de prisión. Más, probablemente, la revolución india no será obra de este santo, de este apóstol, sino de hombres de menos grandeza moral, pero de más capacidad política. Malgrado el ascendiente de Gandhi prospera, poco a poco, en la India la tendencia a organizar centra Inglaterra una insurrección armada. En diciembre del año pasado los fautores de esta tendencia se reunieron en Zurich para redactar un "programa de liberación y reconstrucción nacional". Yo conocí en Berlín a uno de los leaders de ese movimiento. Tuve así oportunamente una copia de su programa. Los puntos centrales de este programa son los siguientes: la transformación de la India en una república federal socialista, la congruente abolición de la propiedad de la tierra, la supresión de todo impuesto indirecto, la nacionalización de las minas, y los servicios públicos. Al mismo tiempo que las ideas colectivistas se adueñan del programa de una elite revolucionaria, prospera en la India la organización sindical del proletariado. Los sindicatos hindús encuadran actualmente en sus filas doscientos mil trabajadores. En diciembre de 1920 celebraron estos sindicatos su primer congreso en Bombay. Meses después celebraron un segundo congreso en Jhadia.

Penetra en el Asia, importada por el capital europeo, la doctrina de Marx. El socialismo que, en un principio, no fue sino un fenómeno de la civilización occidental, extiende actualmente su radio histórico y geográfico. Las primeras internacionales obreras fueron únicamente instituciones occidentales. En la Primera y en la Segunda Internacional no estuvieron representados sino los proletariados de Europa y de América. Al congreso de fundación de la Tercera Internacional en 1920 asistieron, en cambio, delegados del partido obrero chino y de la unión obrera coreana. En los siguientes congresos han tomado parte diputaciones persas, turkestanas, armenias. En agosto de 1920 se efectuó en Baku, apadrinada y provocada por la Tercera Internacional una conferencia revolucionaria de los pueblos orientales. Veinticuatro pueblos orientales concurrieron a esa conferencia. Algunos socialistas europeos, Hilferding entre ellos, reprocharon a los bolcheviques sus inteligencias con movimientos de estructura nacionalista. Zinoviev, polemizando con Hilferding, respondió: "Una revolución radial no es posible sin Asia. Vive allí una cantidad de hombres cuatro veces mayor que en Europa. Europa es una pequeña parte del mundo". La revolución social necesita históricamente la insurrección de los pueblos coloniales. La sociedad capitalista tiende a restaurarse mediante una explotación más metódica y más intensa de sus colonias políticas y económicas. Y la revolución social tiene que soliviantar a los pueblos coloniales contra Europa y Estados Unidos, para reducir el número de vasallos y tributarios de la sociedad capitalista.

Contra la dominación europea sobre Asia y Africa conspira también la nueva conciencia moral de Europa. Existen actualmente en Europa muchos millones de hombres de filiación pacifista que se oponen a todo acto bélico, a todo acto cruento, contra los pueblos coloniales. Consiguientemente, Europa se ve obligada a pactar, a negociar, a ceder ante esos pueblos. El caso turco es, a este respecto, muy ilustrativo. Vencidos los austro-alemanes, Turquía fue tratada con un tono inexorable. Wilson declaró a Turquía extraña a la civilización europea. Inglaterra propuso la expulsión de los turcos de Europa. Los aliados dictaron en Sevres al gobierno de Constantinopla una paz dura y cruel. Constantinopla resultaba internacionalizada. Más el pueblo turco, vigorosamente sacudido por la energía de Mustafa Kemal, insurgió contra ese tratado. Inglaterra movilizó entonces a Grecia contra los turcos. Pero los turcos derrotaron a los griegos y asumieron ante Inglaterra una actitud arrogante de reto. Una parte de la opinión inglesa reclamó el castigo implacable de Turquía, Inglaterra, sin embargo, no pudo mover un soldado ni disparar un tiro contra Mustafá Kemal. El partido laborista, próximo hoy al poder, se declaró violentamente adverso a toda medida militar. Los dominios, el Transvaal, Australia, la vetaron también. Y todos constriñeron a la Gran Bretaña a una transacción, casi a una capitulación. La Entente, impotente para imponer a Turquía el tratado de Sevres, tuvo que concederle en Lausanne una paz decorosa.

En el Oriente aparece, pues, una vigorosa voluntad de independencia al mismo tiempo que en Europa se debilita la capacidad de coactarla y sofocarla. Se constata, en suma, la existencia de las condiciones históricas necesarias para la liberación oriental. Hace más de un siglo, vino de Europa a estos pueblos de América una ideología revolucionaria. Y, conflagrada por su revolución burguesa, Europa no pudo evitar la independización americana engendrada por esa ideología. Igualmente ahora, Europa, minada por la revolución social, no puede reprimir marcialmente la insurrección de sus colonias.

Y en esta hora grave y fecunda de la historia humana parece que algo del alma oriental transmigrara al Occidente y que algo del alma occidental trasmigrara al Oriente.

José Carlos Mariátegui.

José Carlos Mariátegui La Chira

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