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Notas de la conferencia La agitación revolucionaria y socialista del mundo oriental

[Transcripción completa]

He explicado ya la conexión que existe entre la crisis europea y la insurrección del Oriente. El capitalismo europeo trata de sofocar la revolución social en Europa con la distribución entre los trabajadores europeos de una parte de las utilidades obtenidas en la explotación de los pueblos orientales.

Pero este plan es demasiado simplista para ser realizable. Europa ha predicado el derecho de los pueblos a la libertad y a la independencia. Y esta doctrina, de cuya propaganda los aliados han hecho desmedido abuso en la guerra, ha echado raíces en el Oriente.

Además, antes de la guerra, las poblaciones orientales tenían un respeto supersticioso por la civilización occidental. La guerra y sus consecuencias han debilitado, han casi destruido, este respeto. Europa, más que su autoridad material, ha perdido su autoridad moral. Tiene todavía armas materiales suficientes para imponerse; pero sus armas morales son cada día morales.

Finalmente, la consciencia moral de los países occidentales han avanzado también mucho. Antes los trabajadores ingleses, franceses, etc, eran más o menos indiferentes a la suerte de los trabajadores orientales. El socialismo era una doctrina internacional; pero su internacionalismo concluía prácticamente en los límites de la civilización occidental. Y los trabajadores occidentales, en buen cuenta, consideraban tácitamente natural la esclavitud de los orientales. Entonces la civilización occidental vivía demasiado orgullosa de sí misma. Era natural, que dentro de esta atmósfera, el proletariado occidental hubiera hecho del socialismo un movimiento exclusivamente europeo y del internacionalismo una doctrina prácticamente europea también.

Esto era natural también porque la doctrina socialista era un creación, un producto de la civilización occidental. He dicho, al disertar sobre la crisis de la democracia, que la doctrina socialista es hija de la sociedad capitalista y burguesa. La doctrina socialista es el fruto de los problemas de los pueblos de Occidente, es un método de resolverlos. Una solución no puede ser planteada donde el problema no existe. No existía en el mundo una solidaridad de muchedumbres explotadas sino una solidaridad de muchedumbres socialistas.

Ahora esto se ha modificado. Los leaders socialistas perciben la maniobra del capitalismo que busca en las colonias los recursos y los medios de evitar o retardar la revolución en Europa. La III Internacional inspira su táctica en esta nueva orientación. Muchos socialistas han polemizado por esta cuestión colonial. Han objetado a la III y la cooperación que presta a la emancipación política de las colonias.

En Halle, Zinovief decía: "La II internacional estaba limitada a los hombres de color blanco; la 3a no divide a los hombres según su color. Si vosotros quereis una revolución mundial, si quereis liberar al proletariado de las cadenas del capitalismo, no debeis pensar solamente en Europa. Debeis dirigir vuestras miradas también al Asia. Hilderfing dirá despreciativamente: ¡Estos asiáticos, estos tártaros, estos chinos!. Compañeros, yo os digo: una revolución mundial no es posible si no ponemos los pies también en el Asia. Allá habita una cantidad de hombres cuatro veces mayor que en Europa y estos hombres son oprimidos y ultrajados como nosotros. ¿Vamos a aproximarlos, a acercarlos al socialismo o no debemos hacerlos? Si Marx ha dicho que en una revolución europea sin Inglaterra se parecería solamente a una tempestad en un vaso de agua, nosotros os decimos, oh compañeros de Alemania, que una revolución proletaria sin el Asia no es una revolución mundial. Y esto tiene para nosotros mucha importancia. También yo soy europeo como vosotros; pero siento que Europa es una pequeña parte del mundo. En el Congreso de Moscú hemos comprendido qué cosa nos faltó hasta ahora en el movimiento proletario. Allá hemos sentido que cosa es necesaria para que arribe la revolución mundial. Y esta cosa es: el despertar de las masas oprimidas del Asia. Yo os confieso: cuando en Baku vi centenares de personas y de turcos entonar con nosotros la Internacional sentí lágrimas en los ojos. Y entonces oí el soplo de la revolución mundial"

La III Internacional no ha querido ser exclusivamente europea y americana. Al congreso de fundación asistieron el partido obrero chino y la unión obrera coreana. A los siguientes han asistido persas, turkestanos y otros pueblo de Oriente, al cual concurrieron delegados de veinticuatro pueblos.

Bajo estas presiones, los mismo reformistas, han concluido por interesarse mucho más de la cuestión oriental. Esta actitud nueva cohíbe a las grandes capitalistas a emplear contra el Oriente la fuerza de las expediciones guerreras. Así vimos el año pasado que Inglaterra, desafiada por Mustafá Kemal, no pudo responder a ese reto con operaciones de guerra. Igualmente hace tres años vimos al proletariado italiano oponerse a la ocupación de Albania. Estos hechos revelan una situación nueva en el mundo.

Esta situación nueva puede resumirse en tres observaciones: 1a: Europa ha perdido considerablemente su autoridad material para sojuzgar a los pueblos coloniales. 2a. Europa ha perdido, sobre todo, su antigua autoridad moral sobre esos pueblos. 3a. La consciencia moral de los pueblos europeos no permite ya al régimen capitalista una política brutalmente conquistadora y guerra en Oriente.

Existen por ende las condiciones históricas, los elementos políticos necesarios para que el Oriente se libere.

El fenómeno sustantivo de la agitación en Oriente es la resurrección de Turquía. La resistencia de Turquía es una expresión de la fuerza de los factores morales y psicológicos en la guerra. Turquía salió de la guerra deshecha. Se anunció sus expulsión de Europa. Wilson la declaró extraña a la civilización europea. Inglaterra suscribió este concepto. Se impuso a Turquía una paz dura en Sevres. Mustafá Kemal dio una nueva alma a Turquía. Derrotó a Turquía. Retó a Inglaterra. Y Europa se vio obligada a negociar la paz en condiciones consideradas para Turquía.

La India, vasto país, se agita también. La represión inglesa. Gandhi y su predicación de la resistencia pasiva. La nueva tendencia gandhina revolucionaria. El movimiento socialista y sindical en la India.

El Egipto reclama su independencia. Inglaterra la condiciona y la regatea tenazmente. Pero el Egipto sigue agitado.

La misma agitación reina en Persia.

Se desarrolla en Corea, en la China, en el Japón, el movimiento clasista.

Todo el mundo oriental está de pie. Soplan vientos de fronda para la dominación europea. A nosotros nos toca interesarnos por esos acontecimientos por la analogía de nuestra situación con la de algunas naciones coloniales. Económicamente somos coloniales. Algunas características étnicas nos aproximan al Oriente. A nuestra razón, como a la Turca, le falta acaso capacidad imaginativa y teorética. Es dulce, es resignada, es sufrida. Somos más asiáticos que europeos.

José Carlos Mariátegui La Chira

Grecia, república [Recorte de prensa]

¿Cómo ha llegado Grecia al umbral del régimen republicano? La guerra mundial precipitó la decadencia de la monarquía helénica. El Rey Constantino vivía bajo la influencia alemana. Su actitud ante la guerra estuvo ligada a esta influencia. La suerte de su dinastía se solidarizó así con la suerte militar de Alemania. La derrota de Alemania, que causó la condena inmediata de las monarquías responsables de los Hohen-zollern y los Hapsburgo, socavó mortalmente a las monarquías mancomunadas o comprometidas con ellas. Sucesivamente, se han desplomado, por eso, las dinastías turca y griega. La dinastía búlgara anda tambaleante. Grecia no pudo como Bulgaria y como Turquía entrar en la guerra al lado de Alemania y Austria. Existía en Grecia una densa y caudalosa corriente aliadófila. Venizelos, perspicaz y avisado, presentía la victoria de los aliados. Y veía que a ella estaba vinculada su fortuna política. Pugnaba, pues, por desviar a Grecia de Alemania y por empujarla al séquito de la Entente. La Entente, impaciente, intervino sin ningún recato en la política griega a favor del bando yenizelista. Grecia fue marcialmente constreñida por la Entente a desembarazarse del Rey Constantino y a adherirse a la causa aliada. El sector republicano quiso aprovechar la ocasión para desalojar definitivamente de Grecia a la monarquía. La Entente agitaba demagógicamente a los pueblos contra Alemania en nombre de la Democracia y de la Libertad. Pero no le pareció prudente consentir la defunción definitiva de una dinastía. El radicalismo griego fue inducido, a aceptar la subsistencia del régimen monárquico. El príncipe heredero de Grecia no era persona grata a los aliados. Se colocó, por esto, la corona sobre la cabeza de otro hijo de Constantino que se avino a reinar con Venizelos y para la Entente. Grecia, timoneada por Venizelos, se incorporó, finalmente, en los rangos aliados.
Pero los métodos usados por la Entente en Grecia habían sido demasiado duros. Y habían perjudicado políticamente al partido aliadófilo. El pueblo griego se había sentido, tratado como una colonia por los representantes de la Entente. La altanería y la acritud de la coacción aliada habían engendrado una reacción del ánimo griego. Ganada la guerra, Grecia tuvo, gracias a Venizelos, una gruesa participación en el botín de la victoria. La Entente, obedeciendo las sugestiones de Inglaterra, impuso a Turquía en Sevres un tratado de paz que la expoliaba y desvalijaba en beneficio de Grecia. Grecia recibía, en virtud de ese tratado, varios valiosos presentes territoriales. El tratado le daba Smirna y otros territorios en el Asia Menor. Fue ese un período de fáciles éxitos de la política internacional de Venizelos. Sin embargo, el gobierno de Venizelos no consiguió consolidarse a la sombra de esos éxitos. La oposición a Venizelos aumentaba día a día. Venizelos recurría a la fuerza para sostenerse. Los leaders constantinistas fueron expulsados o encarcelado. Los leaders socialistas y sindicales se atrajeron, a causa de su propaganda pacifista, las mismas o peores persecuciones. Los venizelistas asaltaron y destruyeron las oficinas del diario socialista “Rizospastis”.
Esta política venizelista arrojó a Italia a gran número de personajes griegos. Gounaris, por ejemplo, se refugió en Italia. Y en Italia, en el verano de 1920, trabé amistad con uno de sus mayores tenientes el ex-ministro Aristides Protopadakis, sensacionalmente fusilado dos años después, junto con Gounaris y otros cuatro ministros del Rey Constantino, bajo el régimen militar de Plastiras y Gonatas. Protopadakis y su familia veraneaban en Vallombrosa en el mismo hotel en que veraneaba yo. Su amistad me inició en la intimidad y la trastienda de la política griega. Era Protopapadakis un viejo ingeniero, afable y cortés. Un hombre “ancien regime” de mentalidad política ascendradamente conservadora y burguesa; pero de una bonhomía y una mundanidad atrayentes y risueñas. Juntos discurrimos muchas veces bajo la fronda de los abetos de Vallombrosa. Casi juntos abandonamos Vallombrosa y nos trasladamos a Florencia, él para marchar a Berlín, yo para explorar curiosa y detenidamente la ciudad de Giovanni Papini. Protopadakis preveía la pronta caída de Venizelos. Temeroso a su resultado, Venizelos venía aplazando la convocatoria a elecciones políticas. Pero tenía que arrostrarla de grado o de fuerza. Hacía cinco años que no se renovaba el parlamento griego. Las elecciones no podrían ser diferidas indefinidamente. Y su realización tendría que traer aparejada la caída del gobierno venizelista.
Así fue efectivamente. La previsión de Protopadakis se cumplió con rapidez. Venizelos no quiso ni pudo postergar la convocatoria por más tiempo. Y en noviembre de 1920 se efectuaron las elecciones. Aparentemente la coyuntura era propicia para el leader griego. Su ideal de reconstruir una gran Grecia parecía en marcha. Pero el pueblo griego, disgustado y fatigado por la guerra, tendía a una política de paz. Adivinaba probablemente la imposibilidad de que Grecia se asimilase todas las poblaciones y los territorios que el tratado de Sevres le asignaba. El engrandecimiento territorial de Grecia era un engrandecimiento artificial. Constituía una aventura grávida de peligros y de incertidumbres. Turquía, en vez de someterse pasivamente al tratado de Sevres, lo desconocía y lo repudiaba. La firma del gobierno de Constantinopla era una firma sin autoridad y sin validez. Acaudillado por Mustafá Kemal, el pueblo turco se disponía a oponerse con todas sus fuerzas a la vejatoria paz de Sevres. Smirna se convertía en un bocado excesivo para la capacidad digestiva de Grecia. El regreso del Rey Constantino significaba para el pueblo griego, en esa situación, el regreso a una política de paz. El Rey Constantino simbolizaba, sobre todo, la condenación de una política de servidumbre a los aliados. Estas circunstancias decretaron la derrota electoral de Venizelos. Y dieron la victoria a los constantinistas. El rey Constantino volvió a ocupar su trono. Venizelos fue desalojado del poder por Gounaris.
Mas el rey Constantino y sus consejeros no eran dueños de adoptar una orientación internacional nueva. Vencida Alemania, destruida la Triple Alianza, todas las pequeñas potencias europeas tenían que caer en el campo de gravitación de las potencias aliadas. Grecia era, en virtud de los compromisos aceptados y suscritos por Venizelos, un peón de Inglaterra en el tablero de la política oriental. El rey Constantino heredó, por consiguiente, todas las responsabilidades y obligaciones de Venizelos. Y su política no pudo ser una política de paz. Grecia continuó, bajo el rey Constantino y Gounaris, su aventura bélica contra Turquía.
La historia de esta aventura es conocida. Mustafá Kemal organizó vigorosamente la resistencia turca. Varios hechos lo auxiliaron y sostuvieron. Rusia se esforzaba en rebelar contra el capitalismo británico a los pueblos orientales. Francia tenía intereses diferentes de los de Inglaterra en el Asia Menor. Italia estaba celosa del crecimiento territorial y político de Grecia. El gobierno ruso estimulaba francamente a la lucha al gobierno de Mustafá Kemal. París y Roma coqueteaban con Angora. Todas, estas simpatías ayudaron a Mustafá Kemal a arrojar a las tropas griegas, minadas por el descontento, de las tierras de Asia Menor.
El desastre militar excitó el humor revolucionario que desde hacía tiempo se propagaba en Grecia. Una insurrección militar, dirigida por Plastiras y Gómalas, expulsó del poder al partido de Constantino y Gounaris. El Rey Constantino tuvo que retirarse de Grecia. Y esta vez para siempre. Un tribunal militar, acremente revolucionario, condenó a muerte a Gounaris, Protopadakis y cuatro ministros más. La ejecución siguió a la sentencia. El proceso revolucionario de Turquía se apresuró con estos acontecimientos. Más tarde, murió el rey Constantino y la dinastía quedó sin cabeza. La posición del hijo de Constantino se tornó cada vez más débil.
Presenciamos hoy el último episodio de la decadencia de la monarquía griega. El rey Jorge y su consorte han sido expulsados de Grecia. En el nuevo parlamento griego prevalece la tendencia a reemplazar la monarquía con la república. Grecia, pues, tendrá pronto una nueva carta constitucional que será una carta republicana. Los venizelistas, reforzados y reorganizados, llaman a Grecia a su viejo leader. Venizelos, oportunista y redomado, colaborará en la organización republicana de Grecia. Pero el proceso revolucionario de Grecia no se detendrá ahí. La revolución no sólo fermenta en Grecia. Fermenta en toda Europa, fermenta en todo el mundo. Su manifestación, su intensidad, sus síntomas varían según los climas y las latitudes políticas. Pero una sola es su raíz, una sola en su esencia y una sola es su historia.

José Carlos Mariátegui

José Carlos Mariátegui La Chira

La transformación del mundo oriental [Recorte de prensa]

La transformación del mundo oriental

La marea revolucionaria no conmueve solo al Occidente. También el Oriente está agitado, inquieto, tempestuoso. Uno de los hechos más actuales y trascendentes de la historia contemporánea es la transformación política y social del Oriente. Este período de agitación y de gravidez orientales coincide con un período de insólito y recíproco afán del Oriente y del Occidente por conocerse, por estudiarse, por comprenderse.

En su vanidosa juventud la civilización occidental trató desdeñosa y altaneramente a los pueblos orientales. El hombre blanco considero necesario, natural y lícito su dominio sobre el hombre de color. Usó las palabras oriental y bárbaro como dos palabras equivalentes. Pensó que únicamente lo que era occidental era civilizado. La exploración y la colonización del Oriente no fue nunca oficio de intelectuales, sino de comerciantes y de guerreros. Los occidentales desembarcaban en el Oriente sus mercaderías y sus ametralladoras, pero no sus órganos ni sus aptitudes de investigación, de interpretación y de captación espiritual. El Occidente se preocupó de consumar la conquista material del mundo oriental; pero no de intentar su conquista moral. Y así el mundo oriental conservó intactas su mentalidad y su psicología. Hasta hoy siguen frescas y vitales las raíces milenarias del islamismo y del budismo. El hindú viste todavía su viejo khaddar. El japonés, el más saturado de occidentalismo de los orientales, guarda algo de su esencia samurai budista.

Pero hoy que el Occidente, relativista y escéptico, descubre su propia decadencia y prevé su próximo tramonto, siente la necesidad de explorar y entender mejor el Oriente. Movidos por una curiosidad febril y nueva, los occidentales se internan apasionadamente en las costumbres, la historia y las religiones asiáticas. Miles de artistas y pensadores extraen del Oriente la trama y el color de su pensamiento y de su arte. Europa acopia ávidamente pinturas japonesas y esculturas chinas, colores persas y ritmos indostanes. Se embriaga del orientalismo que destilan el arte, la fantasía y la vida rusas. Y confiesa casi un mórbido deseo de orientalizarse.

El Oriente, a su vez, resulta ahora impregnado de pensamiento occidental. La ideología europea se ha filtrado abundantemente en el alma oriental. Una vieja planta oriental, el despotismo, agoniza socavada por estas filtraciones. La China, republicanizada, renuncia a su muralla tradicional. La idea de la democracia, envejecida en Europa, retoña en Asia y en Africa. La Diosa Libertad es la diosa más prestigiosa del mundo colonial en estos tiempos en que Mussolini la declara renegada y abandonada por Europa. ("A la Diosa Libertad la mataron los demagogos", ha dicho el condottiere de las camisas negras). Los egipcios, los persas, los hindús, los filipinos, los marroquíes, quieren ser libres.

Acontece, entre otras cosas, que Europa cosecha los frutos de su predicación del período bélico. Los aliados usaron durante la guerra, para soliviantar al mundo contra los austro-alemanes, un lenguaje demagógico y revolucionario. Proclamaron enfática y estruendosamente el derecho de todos los pueblos a la independencia. Presentaron la guerra contra Alemania como una cruzada por la democracia. Propugnaron fin nuevo Derecho Internacional. Esta propaganda emocionó profundamente a los pueblos coloniales. Y terminada la guerra, estos pueblos coloniales anunciaron, en el nombre de la doctrina europea, su voluntad de emanciparse.

Uno de los sectores más vastos y más interesantes de esta agitación es la India. El ideal de la libertad se propaga, se difunde rápidamente en este pueblo de trescientos millones de hombres. La revolución indostana tiene varios leaders: Gandhi, Laipat Rait y otros. Gandhi es el de más estatura histórica. Gandhi no es propiamente una figura de leader ni de caudillo sino, más bien, una figurado santo y de profeta. Pero, abastecido de cultura occidental, Gandhi debe a su trato con Europa la convicción de que la India tiene derecho a ser libre. Gandhi ha sido un funcionario, un fautor de la dominación inglesa en Africa y en Asia. Ha colaborado con los ingleses en el Africa del Sur y la India. Ha sido un agente, un prosélito de la guerra aliada. Su conversión es un efecto de la post-guerra. La resistencia de Inglaterra a satisfacer las demandas de su pueblo lo empujó, gradualmente, a una posición de rebeldía. Gandhi explica así su actitud ante Inglaterra: "La no colaboración con el mal es un deber tan grande como la colaboración con el bien". Su política revolucionaria se condensa en una fórmula-mística: la no colaboración. Y, por esto, Gandhi no ha aconsejado el pueblo indio la insurrección, la guerra contra Inglaterra sino, únicamente, la no cooperación con la administración inglesa, la desobediencia pasiva. A su alma tolstoiana le repugna la violencia. Gandhi, como Ruskin y Tolstoy, no ama el maquinismo ni otras cosas de nuestra civilización. Patriarcal y campesino, quiere que los hindús tejan con sus manos en sus cabañas rurales la tela de su traje khaddar. La propaganda de la desobediencia pasiva ha detenido hasta ahora en la India todo propósito insurreccional. Pero ha sacudido y agitado tanto al pueblo y ha minado tan gravemente la autoridad de Inglaterra, que los funcionarios ingleses han apelado a medios marciales para reprimirla. Millares de corifeos de Gandhi han sido encarcelados. Gandhi mismo, después de un proceso original, ha sido condenado a seis años de prisión. Más, probablemente, la revolución india no será obra de este santo, de este apóstol, sino de hombres de menos grandeza moral, pero de más capacidad política. Malgrado el ascendiente de Gandhi prospera, poco a poco, en la India la tendencia a organizar centra Inglaterra una insurrección armada. En diciembre del año pasado los fautores de esta tendencia se reunieron en Zurich para redactar un "programa de liberación y reconstrucción nacional". Yo conocí en Berlín a uno de los leaders de ese movimiento. Tuve así oportunamente una copia de su programa. Los puntos centrales de este programa son los siguientes: la transformación de la India en una república federal socialista, la congruente abolición de la propiedad de la tierra, la supresión de todo impuesto indirecto, la nacionalización de las minas, y los servicios públicos. Al mismo tiempo que las ideas colectivistas se adueñan del programa de una elite revolucionaria, prospera en la India la organización sindical del proletariado. Los sindicatos hindús encuadran actualmente en sus filas doscientos mil trabajadores. En diciembre de 1920 celebraron estos sindicatos su primer congreso en Bombay. Meses después celebraron un segundo congreso en Jhadia.

Penetra en el Asia, importada por el capital europeo, la doctrina de Marx. El socialismo que, en un principio, no fue sino un fenómeno de la civilización occidental, extiende actualmente su radio histórico y geográfico. Las primeras internacionales obreras fueron únicamente instituciones occidentales. En la Primera y en la Segunda Internacional no estuvieron representados sino los proletariados de Europa y de América. Al congreso de fundación de la Tercera Internacional en 1920 asistieron, en cambio, delegados del partido obrero chino y de la unión obrera coreana. En los siguientes congresos han tomado parte diputaciones persas, turkestanas, armenias. En agosto de 1920 se efectuó en Baku, apadrinada y provocada por la Tercera Internacional una conferencia revolucionaria de los pueblos orientales. Veinticuatro pueblos orientales concurrieron a esa conferencia. Algunos socialistas europeos, Hilferding entre ellos, reprocharon a los bolcheviques sus inteligencias con movimientos de estructura nacionalista. Zinoviev, polemizando con Hilferding, respondió: "Una revolución radial no es posible sin Asia. Vive allí una cantidad de hombres cuatro veces mayor que en Europa. Europa es una pequeña parte del mundo". La revolución social necesita históricamente la insurrección de los pueblos coloniales. La sociedad capitalista tiende a restaurarse mediante una explotación más metódica y más intensa de sus colonias políticas y económicas. Y la revolución social tiene que soliviantar a los pueblos coloniales contra Europa y Estados Unidos, para reducir el número de vasallos y tributarios de la sociedad capitalista.

Contra la dominación europea sobre Asia y Africa conspira también la nueva conciencia moral de Europa. Existen actualmente en Europa muchos millones de hombres de filiación pacifista que se oponen a todo acto bélico, a todo acto cruento, contra los pueblos coloniales. Consiguientemente, Europa se ve obligada a pactar, a negociar, a ceder ante esos pueblos. El caso turco es, a este respecto, muy ilustrativo. Vencidos los austro-alemanes, Turquía fue tratada con un tono inexorable. Wilson declaró a Turquía extraña a la civilización europea. Inglaterra propuso la expulsión de los turcos de Europa. Los aliados dictaron en Sevres al gobierno de Constantinopla una paz dura y cruel. Constantinopla resultaba internacionalizada. Más el pueblo turco, vigorosamente sacudido por la energía de Mustafa Kemal, insurgió contra ese tratado. Inglaterra movilizó entonces a Grecia contra los turcos. Pero los turcos derrotaron a los griegos y asumieron ante Inglaterra una actitud arrogante de reto. Una parte de la opinión inglesa reclamó el castigo implacable de Turquía, Inglaterra, sin embargo, no pudo mover un soldado ni disparar un tiro contra Mustafá Kemal. El partido laborista, próximo hoy al poder, se declaró violentamente adverso a toda medida militar. Los dominios, el Transvaal, Australia, la vetaron también. Y todos constriñeron a la Gran Bretaña a una transacción, casi a una capitulación. La Entente, impotente para imponer a Turquía el tratado de Sevres, tuvo que concederle en Lausanne una paz decorosa.

En el Oriente aparece, pues, una vigorosa voluntad de independencia al mismo tiempo que en Europa se debilita la capacidad de coactarla y sofocarla. Se constata, en suma, la existencia de las condiciones históricas necesarias para la liberación oriental. Hace más de un siglo, vino de Europa a estos pueblos de América una ideología revolucionaria. Y, conflagrada por su revolución burguesa, Europa no pudo evitar la independización americana engendrada por esa ideología. Igualmente ahora, Europa, minada por la revolución social, no puede reprimir marcialmente la insurrección de sus colonias.

Y en esta hora grave y fecunda de la historia humana parece que algo del alma oriental transmigrara al Occidente y que algo del alma occidental trasmigrara al Oriente.

José Carlos Mariátegui.

José Carlos Mariátegui La Chira