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Tarjeta a Artemia G. de Falcón, 21/8/1926

José Carlos Mariátegui saluda a la señora Artemia G. de Falcón y le ruega enviarle los artículos de César sobre la huelga minera, que no ha sido posible publicar en Lima, y que pierden cada día su actualidad, a fin de ver si cabe aprovecharlos. Al menos en parte, en "Amauta", la revista que tiene en preparación y uno de cuyos colaboradores es César. "amauta" no podrá por el momento remunerar las colaboraciones, pero hará una excepción con la que César le enviará, para sus próximos números, directa y especialmente. Anticipadas gracias de su respetuoso amigo y S.Sç
José Carlos Mariátegui
Lima 21de agosto de 1926
Con afectuoso y devoto recuerdo.

José Carlos Mariátegui La Chira

Carta a Moisés Arroyo Posadas, 16/11/1929

Lima, 16 de noviembre de 1929
Querido compañero Arroyo Posadas:
Sólo hoy puedo contestar a su grata carta del 2 de octubre pasado. Y con unas pocas líneas, tanto porque el tiempo me obliga a despachar así mi más preciada correspondencia, como porque sé que Ud. estará pronto en Lima y tendremos entonces oportunidad de charlar extensamente.
Muy bien, en todo, su posición clara y precisa. Excelente y oportuno el volante solicitando la solidaridad de los mineros de Cerro de Pasco, Oroya, etc., para sus compañeros de Morococha. Ha estado en Lima el comité de Morococha, pero no ha conseguido el éxito que esperaba en sus gestiones. La empresa se niega a conceder el aumento. Y el gobierno, por supuesto, la ampara.— Lo que interesa, ante esto, es que los obreros aprovechen la experiencia de su movimiento, consoliden y desarrollen su organización, obtengan la formación en La Oroya, Cerro de Pasco y demás centros mineros del departamento de secciones del Sindicato, etc. No deben caer, por ningún motivo, en la trampa de una provocación. A cualquier reacción desatinada, seguiría una represión violenta. Eso es probablemente lo que desea la Empresa.— La lucha por el aumento quedaría así sólo aplazada para volver a ella en momento más favorable y con acrecentadas fuerzas. Conviene que converse Ud. sobre esto con el compañero Solís y que escriba a Morococha. Dígale a Solís que el acta de fundación de la Federación de Trabajadores del Centro, con sede en Morococha, dejaba pendiente la constitución de la organización especial de los mineros. En vista de esto, el comité ha deliberado la constitución del Sindicato de Mineros y Fundidores del Centro, adherente e integrante principal de la Federación, en la que tienen cabida sindicatos de oficios varios y comunidades y sindicatos agrícolas. La organización por industria es indispensable. El Sindicato de Mineros y Fundidores del Centro será además el punto de partida de la Federación de Mineros del Perú. Se gestionará, pues, del Ministerio de Fomento el reconocimiento oficial de dos organizaciones.— Ha sido sensible que Solís no tuviese oportunamente noticia de la intención o necesidad de los delegados de venir a Lima. Los habría entonces esperado acá para asesorarlos.
No desmaye en la difusión de El Trabajador Latino-Americano en el Centro.
No olvide nuestra colecta pro-Ravines. Urge girarle lo que se reúna, a la brevedad posible. Tiene ya, según nos avisa, sus pasajes tomados en Hamburgo; pero le falta una suma —veinte libras más o menos— para gastos de ferrocarril y otros derivados de la prolongación de su estada en París después de la fecha en que pensaba embarcarse.
Le adjunto copia de una carta confidencial de Martínez. No creo que debe hacerse sino un uso muy discreto del arma polémica, mientras nuestra organización no esté más afirmada. Pero hay que exigir y obtener de todos posición definida.
Cordialmente lo abraza su amigo y compañero
José Carlos

José Carlos Mariátegui La Chira

Economía colonial [Recorte de prensa]

Economía colonial

I

El año económico de 1925 nos ha recordado de nuevo que toda la economía de la costa y, por ende, del Perú nacido de la conquista, reposa sobre dos bases que, físicamente, no pueden, parecerle a nadie asaz sólidas: el algodón y el azúcar. Esta constatación carece sin duda de valor para los hombres prácticos. Pero la visión de los hombres prácticas está siempre demasiado dominada por las cosas de la superficie para ser verdaderamente profunda. Y, en algunas cuestiones, la teoría cala más hondo que la experiencia.

La teoría además, interviene, mucho más de lo que se piensa, en conceptos aparentemente empíricos y objetivos. El mundo, por ejemplo, cree en la solidez de la economía británica no tanto por lo que te dicen las cifras de su comercio, sino porque sabe que la base de esta economía es el carbón. Y su confianza en el resurgimiento de la economía alemana tiene seguramente análogos motivos. La prueba está en que esa confianza sólo se ha quebrantado cuando se ha visto amenazado o socavado uno de los cimientos de Alemania: el carbón y el hierro.

La metáfora —que es, evidentemente, una necesidad más bien que un gusto nos ha habituado a representarnos una sociedad, un Estado, una economía, etc. como un edificio. Esto explica la preocupación inevitable del cimiento.

En el discurso del 1925 por otra parte, ha sido la naturaleza —no la teoría— la que nos ha revelado la poca consistencia del azúcar y del algodón como bases de una economía. Ha bastado que llueva extraordinariamente para que toda la vida económica del pais se resienta. Una serie de cosas, que mucha gente se había acostumbrado ya a mirar como adquisiciones definitivas del progreso peruano, han resultado dependientes del precio del azúcar y del algodón en los mercados de New York y Londres.

II

El Perú es, prevalentemente, un país agrícola. No obstante el crecimiento de la producción minera, los productos agrícolas y animales siguen constituyendo la mayor parte de nuestras exportaciones. Y, mientras casi toda la producción minera está destinada a la exportación, una buena parte de la producción agro-pecuaria es absorvida por el país mismo. Teniendo en cuenta este dato, el valor de la producción minera queda muy por debajo del valor de la producción agrícola. Pero el suelo no produce aún todo lo que la población necesita para su subsistencia. El capítulo, más alto de nuestras importaciones es el de "víveres y especies” ¡Lp. 3.620.235 en el año 1924. Esta cifra, dentro de una importación total de dieciocho millones de libras, denuncia uno de los problemas de nuestra economía. No es posible la supresión de todas nuestras importaciones de "víveres y especies"; pero sí de sus más fuertes renglones. El más grueso de todos es el de la importación de trigo y harina que en 1924 ascendió a más de doce millones de soles.

Un interés urgente, y claro de la economía peruana exige desde hace mucho tiempo que el país produzca el trigo necesario para el pan de su población. Si este objetivo hubiese sido ya alcanzado, el Perú no tendría que seguir pagando al extranjero doce o más millones de soles al año por el pan de cada día.

¿Por qué no se ha resuelto este problema de nuestra economía? No es solo porque el Estado no se ha preocupado aún de hacer una política de subsistencias. Tampoco es porque el cultivo de la caña y el de algodón son los más adecuados al suelo y al clima de la costa. Uno solo de los valles, uno solo de los llanos interandinos —que algunos kilómetros de ferrocarril y de caminos abrirían al tráfico— puede abastecer superabundantemente de trigo, cebada, etc a toda la población del Perú.

El obstáculo, la resistencia a una solución, se encuentra en la extructura misma de la economía peruana. La economía del Perú es una economía colonial. Su movimiento, su desarrollo, están subordinados a los intereses y a las necesidades de los mercados de Londres y de New York. Estos mercados miran en el Perú un depósito de materias primas y una plaza para sus manufacturas. La agricultura peruana obtiene, por eso, créditos y transportes solo para los productos que puede ofrecer con ventaja en los grandes mercados. La finanza extranjera se interesa un día por el caucho, otro día por el algodón, otro día por el azúcar. El día en que Londres puede recibir un producto, a mejor precio, y en cantidad suficiente, de la India o del Egipto, abandona instantáneamente a su propia suerte a sus proveedores del Perú. Nuestros latifundistas, nuestros terratenientes, cualesquiera que sean las ilusiones que se hagan de su independencia, no actúan en realidad sino como intermediarios o agentes del capitalismo extranjero.

III

Esta dependencia de la economía peruana se deja sentir en toda la vida de la nación. Con un saldo favorable en su comercio exterior, con una circulación monetaria sólidamente garantizada en oro, el Perú, a causa de esa dependencia, no tiene, por ejemplo, la moneda que deba tener. A pesar del superávit en el comercio exterior, a pesar de las garantías de la emisión fiduciaria, la libra peruana se cotiza con un 23 o 24 % de descuento. ¿Por qué? En esto, como en todo, aparece el carácter colonial de nuestra economía. El saldo del comercio exterior, a poco que se le analice, resulta ficticio. Las naciones europeas tienen "importaciones invisibles" que equilibran su balanza comercial: remesas de los inmigrantes, beneficios de las inversiones en el extranjero, utilidades de la industria del turismo, etc. En el Perú, como en todos los países de economía colonial, existen, en cambio, "exportaciones invisibles". Las utilidades de la minería, del comercio, del transporte, etc. no se quedan en el Perú. Van, en su mayor parte, en forma de dividendos, intereses, etc. al extranjero. Para recuperarlas, la economía peruana necesita pedirlas en préstamo.

Y así, en cada uno de los trances, en cada uno de los episodios de la experiencia histórica que vamos cumpliendo, nos encontramos siempre de frente al mismo problema: el problema de peruanizar, de nacionalizar, de emancipar nuestra economía.

José Carlos Mariátegui

José Carlos Mariátegui La Chira

La evolución de la economía peruana [Recorte de prensa]

La evolución de la economía peruana

I

La tesis de mi anterior artículo, escasa, y rápidamente esbozada en pocos acápites, sobre la cual me propongo volver con mayor detenimiento en próximas oportunidades, me sugiere la idea de fijar, como una explicación de los puntos de vista en que esa tesis se apoya, algunos rasgos de la evolución de la economía peruana.

En el plano de la economía se percibe mejor que en ningún otro hasta qué punto la Conquista escinde la historia del Perú. La Conquista aparece en este terreno, más netamente que en cualquier otro, como una solución de continuidad. Hasta la Conquista se desenvolvió en el Perú una economía que brotaba espontánea y libremente del suelo y la gente peruanos. En el Imperio de los Incas, agrupación de comunas agrícolas y sedentarias, lo más interesante era la economía. Todos los testimonios históricos coinciden en la aserción de que el pueblo incaico, —laborioso, disciplinado, panteista y sencillo— vivía con bienestar material. Las subsistencias abundaban; la población crecía. El Imperio ignoró radicalmente el problema de Malthus. La organización colectivista, regida por los Incas había enervado en los indios el impulso individual; pero había desarrollado extraordinariamente en ellos, en provecho de este régimen económico, el hábito de una humilde y religiosa obediencia a su deber social. Los Incas sacaban toda la utilidad social posible de esta virtud de su pueblo. Valorizaban el vasto territorio del Imperio construyendo caminos, canales, etc., lo extendían sometiendo a su autoridad tribus y tierras vecinas. El trabajo colectivo, el esfuerzo común, se empleaban fructuosamente en fines sociales. Los conquistadores españoles destruyeron, sin poder naturalmente reemplazarla, esta formidable máquina de producción. La sociedad indígena, la economía incaica, se descompusieron y anonadaron completamente al golpe de la conquista. Rotos los vínculos de su unidad, la nación se disolvió en comunidades dispersas. El trabajo indígena cesó de funcionar de un modo solidario y orgánico. Los conquistadores no se ocuparon casi sino de distribuirse y disputarse el pingüe botín de guerra. Despojaron los templos y los palacios de los tesoros que guardaban; se repartireron las tierras y los hombres, sin preguntarse siquiera por su porvenir como fuerzas y medios de producción.

El Virreynato señala el comienzo del difícil y complejo proceso de formación de una nueva economía. En este período, España se esforzó por dar una organización política y económica a su inmensa colonia. Los españoles empezaron a cultivar el suelo y a explotar las minas de oro y plata. Sobre las ruinas y los residuos de una economía socialista, echaron las bases de una economía feudal.

Pero no envió España al Perú, como del resto no envió tampoco a sus otras posesiones, una densa masa colonizadora. La debilidad del imperio español residió precisamente en su carácter y estructura de empresa militar y religiosa más que política y económica. En las colonias españolas no desembarcaron como en las costas de Nueva Inglaterra grandes bandas de pionniers. A la América española no vinieron casi sino virreyes, cortesanos, aventureros, clérigos, doctores y soldados. No se formó, por esto, en el Perú una verdadera fuerza de colonización. La población de Lima estaba compuesta por una pequeña corte, una burocracia, algunos conventos, inquisidores, mercaderes, criados y esclavos. El pionnier español carecía, además, de aptitud para crear núcleos de trabajo. En lugar de la utilización del indio, parecía perseguir su exterminio. Y los colonizadores no se bastaban a sí mismos para crear una economía sólida y orgánica. La organización colonial fallaba por la base. Le faltaba cimiento demográfico. Los españoles y los mestizos eran demasiado pocos para explotar, en vasta escala, las riquezas del territorio. Y, como para el trabajo de las haciendas de la costa se recurrió a la importación de esclavos negros, a los elementos y característicos de una sociedad feudal se mezclaron elementos y características de una sociedad esclavista.

Solo los jesuítas, con su orgánico positivismo, mostraron acaso, en el Perú como en otras tierras de América, aptitud de creación económica. Los latifundios que les fueron asignados, prosperaron. Los vestigios de su organización restan como una huella duradera. Quien recuerde el vasto experimento de los jesuitas en el Paraguay, donde tan hábilmente o provecharon y explotaron la tendencia natural de los indígenas al comunismo, no puede sorprenderse absolutamente de que esta congregación de hijos de San Iñigo de Loyola, como lo llama Unamuno, fuese capaz de crear en la costa peruana los centros de trabajo y producción que los nobles, doctores y clérigos, entregados en Lima a una vida muelle y sensual, no se ocuparon nunca de formar.

Los colonizadores se preocuparon casi únicamente de la explotación del oro y la plata peruanas. Me he referido más da una vez a la inclinación de los españoles a instalarse en la tierra baja. Y a la mezcla de respeto y de desconfianza que les inspiraron siempre en los Andes, de los cuales no llegaron jamás a sentirse realmente señores. Ahora bien. Se debe, sin duda, al trabajo de las minas la formación de las poblaciones criollas de la sierra. Sin la codicia de los metales encerrados en las entrañas de los Andes, la conquista de la sierra hubiese sido mucho más incompleta.

Estas fueron las bases históricas de la nueva economía peruana. De la economía colonial —colonial desde sus raíces— cuyo proceso no ha terminado todavía. En un próximo artículo examinaremos los lineamientos de su segunda etapa. La etapa en que una economía feudal deviene, poco a poco, economía burguesa. Pero sin cesar de ser, en el cuadro del mundo, una economía colonial.

José Carlos Mariátegui

José Carlos Mariátegui La Chira

La evolución de la economía peruana III [Recorte de prensa]

La evolución de la economía peruana III

El capítulo de la evolución de la economía peruana que se abre con el descubrimiento de la riqueza del guano y del salitre y se cierra con su pérdida, explica totalmente una serie de fenómenos políticos de nuestro proceso histórico que una concepción, anecdótica y retórica más bien que romántica, de la historia peruana, se ha complacido tan superficialmente en desfigurar y contrahacer. Pero este rápido esquema de interpretación no se propone ilustrar ni enfocar esos fenómenos sino, como mis dos anteriores artículos "lo expresan, fijar o definir algunos rasgos sustantivos de la formación de nuestra economía para percibir mejor su carácter de economía colonial. Consideremos solo el hecho económico.

Empecemos por constatar que al guano y al salitre, sustancias humildes y groseras, les tocó jugar "en la gesta de la república un rol que habría parecido reservado al oro y a la plata en tiempos más caballerescos y menos positivistas. España nos quería y nos guardaba como país productor de metales preciosos. Inglaterra nos prefirió como país productor de guano y salitre. Pero este diferente gesto no acusaba, por supuesto, un móvil diverso. Lo que cambiaba no era el móvil; era la época. El oro del Perú perdía lógicamente su poder de atracción en una época en que en América, la vara del pionnier descubría el oro de California. En cambio el guano y el salitre, que para anteriores civilizaciones hubiesen carecido de valor pero que para una civilización industrial adquirían un precio extraordinario —constituían una reserva casi exclusivamente nuestra. El industrialismo europeo u occidental —fenómeno en pleno desarrollo— necesitaba abastecerse de estas materias en el lejano litoral americano del sur del Pacífico.

A la explotación de los dos productos no se oponía, de otro lado, como a la de otros productos peruanos, el estado rudimentario y primitivo de los transportes terrestres. Mientras que para extraer de las entrañas de los Andes el oro, la plata, el cobre, el carbón, se tenía que salvar ásperas montañas y enormes distancias, el salitre y el guano yacían en la costa al alcance de los barcos que venían a buscarlos.

La fácil explotación de este recurso natural dominó todas las otras manifestaciones de la vida económica del país. El guano y el salitre ocuparon un puesto desmesurado en la economía peruana. Sus rendimientos se convirtieron en la principal renta fiscal. El país se sintió rico. El Estado usó sin medida de su crédito. Vivió en el derroche, hipotecando su porvenir a la finaliza inglesa.

Esta es, a grandes rasgos, toda la historia del guano y el salitre para el observador que se siente puramente economista. Lo demás, a primera vista pertenece al historiador. Pero, en este caso, como en todos, el hecho económico es mucho mas complejo y trascendente de lo que parece.

El guano y el salitre, ante todo, cumplieron la función de crear un activo tráfico con el mundo occidental en un período en que el Perú, mal situado geográficamente, no disponía de grandes medios de atraer a su suelo "las corrientes colonizadoras y civilizadoras que fecundaban ya otros países de la América indoiberia. Este tráfico, al mismo tiempo, colocó nuestra economía bajo el control del capital británico al cual, a consecuencia de las deudas contraídas con la garantía de ambos productos, debíamos entregar más tarde la administración de ios ferrocarriles del Estado, esto les de los resortes mismos de la explotación de nuestros recursos.

Las utilidades del guano y del salitre crearon en el Perú,—donde la propiedad había, conservado hasta entonces un carácter aristocrático y feudal,— los primeros elementos sólidos de capital comercial y financiero. Los profiteurs directos e indirectos de las riquezas del litoral empezaron a constituir una clase capitalista. Se formó en el Perú una burguesía, confundida y enlazada en su origen y su extructura con la aristocracia, formada principalmente por los sucesores de los encomenderos y terratenientes de la colonia, pero obligada por su función a adoptar los principios fundamentales de la economía y la política liberales. (De la trascendencia política de este fenómeno me he ocupado ya en otra ocasión en que hice las siguientes constataciones: "En los primeros tiempos de la independencia, la lucha de facciones y jefes militares aparece como una consecuencia de la falta de una burguesía orgánica. En el Perú, la revolución hallaba menos definidos, más retrasados que en otros pueblos hispanos-americanos, los elementos de un orden liberal burgués. Para que este orden funcionase más o menos embrionariamente tenía que constituirse una clase capitalista vigorosa. Mientras esta clase se organizaba, el poder estaba a merced de los caudillos militares. El gobierno de Castilla marcó la etapa de solidificación de una clase capitalista. Las concesiones del Estado y los beneficios del guano y del salitre crearon un capitalismo y una burguesía. Y esta clase, que se organizó, luego en el "civilismo", se movió muy pronto a la conquista total del poder").

Otra faz de este capítulo de la historia económica de la república es la afirmación de la nueva economía del Perú como economía fundamentalmente costeña. La búsqueda del oro y de la plata obligó a los españoles, —contra su tendencia a instalarse en la costa,— a mantener y ensanchar en la sierra sus puestos avanzados. La minería, —actividad fundamental del regimen económico implantado por España en el territorio sobre el cual prosperó antes una sociedad genuina y típicamente agraria— estableció en la sierra las más anchas y fuertes bases económicas de la colonia. El guano y el salitre vinieron a rectificar esta situación. Fortalecieron el poder de la costa. Estimularon la sedimentación del Perú nuevo en la tierra baja. Y acentuaron el dualismo y el conflicto que hasta ahora constituye nuestro mayor problema histórico.

Este capítulo del guano y del salitre no se deja, por consiguiente, aislar del desenvolvimiento posterior de nuestra economía. Están ahí las raíces y los factores del capítulo que ha seguido. La guerra del Pacífico, consecuencia del guano y del salitre, no canceló las otras consecuencias del descubrimiento y la explotación de estos recursos, cuya pérdida nos reveló de modo trágico el peligro de una prosperidad económica apoyada o cimentada casi exclusivamente sobre la posesión de una riqueza natural, expuesta a la codicia y al asalto de un imperialismo extranjero o a la decadencia de sus aplicaciones por efecto de las continuas mutaciones producidas en el campo industrial por los inventos de la ciencia. (Caillaux nos habla con acierto y evidencia de la inestabilidad económica e industrial que engendra el progreso científico).

En el período dominado y caracterizado por el comercio del guano y del salitre, el proceso de transformación de nuestra economía, de feudal en burguesa, recibió su primera enérgica propulsión. Es, a mi juicio, indiscutible que, si en vez de una mediocre metamorfosis de la antigua clase dominante, se hubiese operado el adveniminto de una clase de savia y elan nuevos, ese proceso habría avanzado más orgánica y seguramente. La historia de nuestra postguerra lo demuestra. La derrota —que causó, con la pérdida de los territorios del salitre, un largo colapso de las fuerzas productoras— no trajo, como una compensación, siquiera en este orden de cosas, una liquidación del pasado.

José Carlos Mariátegui

José Carlos Mariátegui La Chira

Sobre el tema de la capital [Recorte de prensa]

Sobre el tema de la capital

I

Las consideraciones que esbocé en mi anterior artículo sobre el porvenir de Lima —que a muchos de los lectores de MUNDIAL pueden haber parecido demasiado negativas— necesitan ser reforzadas y explicadas.

La tesis de mi articulo se condensa en las siguientes proposiciones: Primera. —Lima no es por su situación geográfica, el centro natural de la economa peruana.— Segunda. La geografía de un pais de larga y estrecha costa, que ofrece numerosas desembocaduras a sus varias corrientes de comercio y a sus dispersos focos de producción, se opone en el Perú al proceso de hiper-concentración que crea capitales como Buenos Aires.— Tercera. Las premisas geográficas y económicas de la formación de las grandes urbes no amparan, en consecuencia las previsiones de excesivo y espumante optimismo a que conducen al espíritu limeño las sensaciones de confort del asfalto y la velocidad.

Para convencerse de la verdad de estas proposiciones, que reposan exclusivamente en las leyes de la biología de las urbes modernas, no hace falta sino echar una ojeada al mapa de cualquiera de las naciones cuya capital es una gran urbe de importancia internacional. Se observará, en primer término, que la capital es siempre el nudo céntrico de la red de ferrocarriles y caminos del país. El punto de encuentro y de conexión de todas sus grandes vías.

Una gran capital se caracteriza, en nuestro tiempo bajo este aspecto, como una gran central ferroviaria. En el mapa ferroviario marcada, más netamente que en ninguna carta, su función de eje y de centro.

Es evidentes que el privilegio político determina, en parte, esta organización de la red ferroviaria de un país. Pero el factor primario de la concentración no deja de ser, por esto, el factor económico. Todos los núcleos de producción tienden espontánea y lógicamente a comunicarse con la capital, máxima estación, supremo mercado. Y el factor económico coincide con el factor geográfico. La capital no es un producto del azar. Se ha formado en virtud de una serie de circunstancias que han favorecido su hegemonía. Más ninguna de estas circunstancias se habría dado si geográficamente el lugar no hubiese aparecido más o menos designado para este destino.

El hecho político no basta. Se dice que sin el Papado, Roma habría muerto en la Edad Media. Puede ser que se diga una cosa muy exacta. No vale la pena discutir la hipótesis. Pero, de todos modos, no es menos exacto que Roma debió a su historia y a su función de capital del mayor imperio del mundo el honor y el favor de hospedar al Papado. Y la historia de la Terca Roma, precisamente, nos enseña la insuficiencia del privilegio político. No obstante la fuerza de gravitación del Vaticano y el Quirinal de la sede de la Iglesia y la sede del Estado. Roma no ha podido prosperar con la misma velocidad que Milán. (El optimismo del Risorgimento sobre el porvenir de Roma tuvo, por el contrario, el fracaso de que nos habla la famosa novela de Emilio Zolá. Las empresas urbanizadoras y constructoras que se entregaron, con gran impulso, a la edificación de un barrio monumental, se arruinaron en este empeño. Su esfuerzo era prematuro). El desarrollo económico de la Italia setentrional ha asegurado la preponderancia de Milán que debe su crecimiento, en forma demasiado ostensible, a su rol en el sistema de circulación de esta Italia industrial y comerciante.

II

La formación de toda gran capital moderna ha tenido un proceso complejo y natural con hondas raíces en la tradición y en la biología de la nación respectiva. La genesis de Lima, en cambio, ha sido un poco arbitraria. Fundada por un conquistador, por un extranjero, Lima aparece en su origen como la tienda de un capitán venido de lejanas tierras. Lima no gana su título de capital en lucha y en concurrencia con otras ciudades. Criatura de un siglo aristocrático. Lima nace con su título de nobleza. Se llama desde su bautismo, Ciudad de los Reyes. Es la hija de la Conquista. No la crea el aborigen, el regnícola; la crea el colonizador, el conquistador. Luego, el virreinato la consagra como la sede del poder español en Sudamérica. Y finalmente, la revolución de la independencia —movimiento de la población criolla y española, no de la población indígena— la proclama capital de la República. Viene un hecho que amenaza, temporalmente, su hegemonía: la confederación perú-boliviana. Pero este Estado —que, restableciendo el dominio del Ande y de la Sierra, tiene algo de instintivo de subconcíente aunque equivocado, ensayo de restauración territorial del Imperio— busca su eje demasiado al sur. Y, entre otras razones, por ésta, se desploma.

Lima, armada de su poder político refrenda, después en sucesivas jornadas, sus fueros de capital.

No es solo la riqueza mineral de Junín la que, en esta etapa inspira la obra del ferrocarril central. Es, más bien, o sobre todo, el interés de Lima. El Perú hijo de la Conquista necesita partir del solar del conquistador, de la sede del virreinato y la república, para cumplir la empresa de escalar los Andes. Y, más tarde, cuando salvados los Andes por el ferrocarril se quiere llegar a la montaña, se sueña igualmente con una vía que una Iquitos con Lima. El presidente del 95, —que en su declaración de principios había incluido pocos años antes una profesión de fe federalista— pensó sin duda en Lima, más que en el Oriente al conceder su favor a la ruta del Pichis. Esto es se portó, en esta como en otras cosas, con típico sentimiento centralista. (Y queda aquí apuntada, querido Luis Alberto Sánchez otra de las muchas incoherencias de la teológica política de don Nicolás de Piérola).

III

Lima debe hasta hoy al ferrocarril central una de las mayores fuentes de su poder económico. Los minerales del departamento de Junín, que, debido a este ferrocarril, se exportan por el Callao constituían hasta hace poco nuestra principal exportación minera. Ahora el petróleo del norte la supera. Pero esto no indica absolutamente una estagnación de la minería del centro. Y, por la vía central, bajan además los productos de Huánuco, de Ayacucho, de Huancavelica y de la montaña de Chanchamayo. El movimiento económico de la capital se alimenta, en gran parte, de esta vía de penetración. El ferrocarril al Pachitea y el ferrocarril a Ayacucho y el Cusco y, en general, todo el diseño de programa ferroviario del Estado, tienden a convertirla en un gran tronco de nuestro sistema de circulación.

Pero el porvenir de esta vía se presenta amenazado. El ferrocarril central, como es sabido, escala los Andes en uno de sus puntos más abruptos. El costo de su funcionamiento, en consecuencia resulta muy alto. Los fletes son caros. Por tanto, el ferrocarril que hay el proyecto de construir de Huacho a Oyón está destinado a convertirse, hasta cierto punto, en un rival de esta línea. Por esa nueva vía que transformaría a Huacho en un puerto de primer orden, saldría al mar una parte considerable de la producción del centro.

En todo caso, una vía de penetración, ni aún siendo la principal, basta para asegurar a Lima una función absolutamente dominante en el sistema de circulación del país. Aunque el centralismo subsistiese por mucho tiempo, no se podría hacer de Lima el centro de la red de caminos y ferrocarriles. El territorio, la naturaleza oponen su veto. La explotación de los recursos de la sierra y la montaña reclama vías de penetración. O sea vías que darán a lo largo de la costa, diversas desembocaduras a nuestros productos. En la costa, el transporte marítimo no dejará sentir, de inmediato, ninguna necesidad de grandes vías longitudinales. Las vías longitudinales serán ínterandinas. Y una ciudad costeña como Lima no podrá ser la estación central de esta complicada red que, necesariamente buscará las salidas más baratas y fáciles al Pacífico, el cual seguirá siendo nuestra vía máxima.

José Carlos Mariátegui

José Carlos Mariátegui La Chira