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- 1929-04-05 (Creation)
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1 hoja (23 x 35 cm). Soporte papel.
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Nació el 14 de junio de 1894 en el departamento de Moquegua (Perú).
Para conocer más sobre la vida y obra de Mariátegui visitar: www.mariategui.org
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La novela y la vida
Sigfried y el profesor Canella
14
La señora Canella vivía tan segura de que un día leería en un periódico la noticia de que su marido regresaba de un aventuroso viaje a América o Australia o de que, sin anuncio ninguno, entraría de pronto Canella en su estancia y la abrazaría, silencioso y tierno, que no se asombró demasiado la tarde en que encontró su retrato en la página 11 de "La Doménica del Corriere". Lo reconoció a primera vista, a pesar de que en este retrato el profesor Canella carecía casi de ese aire de dignidad magistral, de optimismo docente, que tenía en sus retratos veroneses. Y cuando leyó, en algunas líneas de breviario, que era el retrato de un amnésico, asilado en el Manicomio de Colegno, y que el director, satisfecho del tratamiento empleado, esperaba que esta publicación le descubriera su familia y sus antecedentes, tampoco se emocionó con exceso. Tuvo, más bien, la impresión de que era así aproximadamente como ella se había imaginado alguna vez recuperar a su esposo. Este había perdido la memoria; pero no la razón. Y esta pérdida, sin más importancia que la de la llave de la villa, había sobrevenido quizá para que ella, en vez de aguardar pasivamente el retorno del esposo, partiese loca de amor a su reconquista.
El director del Manicomio de Colegno la recibió con simpatía y curiosidad. No tenía, en apariencia, esa mirada de desconfianza y espionaje ni ese lenguaje de "tests" de los psiquiatras. No se sorprendió siquiera de que el anuncio de "La Domenica del Corriere" lo pusiese delante de la esposa de un profesor. Había sospechado siempre que el anónimo enfermo no era una persona totalmente vulgar y oscura. Mostró a la señora Canella, después de decírselo, la fotografía original; la impresión podía haber alterado algunos rasgos fisonómicos, quizá hasta causar un error. La señora Canella tomó en sus manos la fotografía como si tomase ya una parte de su esposo mismo. Canella, sin cuello, con una camisa de alienado, no estaba del todo decente en este retrato entre policial y terapéutico. Pero su mirada era serena e inocente como la de un niño. La fotografía de este hombre sin cuello se parecía extrañamente a las fotografías de los niños desnudos, de las que el candor excluye toda posible indecencia. Era tan visible la felicidad de la señora Canella, que el director se abstuvo de preguntarle si se confirmaba en el reconocimiento. Sentía ya prisa por producir el encuentro de los dos esposos. El director estaba seguro de que la amnesia del marido iba a desvanecerse con la prontitud con que se deshace un bloque de hielo bajo un sol ardiente. El sol del Brasil brillaba en los ojos de la señora Canella, como en los mediodías de Sao PauIo.
15
La villa Canella, en Verona, albergaba al día siguiente a dos esposos felices. Canella había reconocido primero a su esposa, más tarde su villa, y finalmente, en la biblioteca, su edición florentina de Petrarca. De reconocimiento en reconocimiento, sus primeras doce horas en la villa Canella habían bastado para restituirlo plenamente a su personalidad de doce años antes. La señora Canella para evitarle una transición demasiado brusca, no había advertido su regreso sino a dos parientes íntimos, que a su vez no había vacilado en reconocerle. En la adopción de la personalidad y la esposa, de Mario Bruneri, Canella había avanzado con la lentitud del que sube una cuesta cuya gradiente y cuya altura no le son familiares; en su restitución a su personalidad y a su esposa propias, avanzaba, en cambio con la velocidad del que desciende de una montaña por cuyos declives ha resbalado una parte de su vida. El abrazo de la esposa pazza di amore, borraba de la memoria restaurada de Canella las huellas de todos los abrazos que en doce años habían tratado inútilmente de alejarlo de su verdadero destino.
16
Pero en Turín había ahora otra esposa que esperaba: la señora Bruneri. Su espera no tenía la poesía ni la pasión de la espera de la señora Canella, quizá por no ser legítima ni romántica, acaso porque Turín no posee la tradición sentimental de Verona. Era la espera de que hace una antesala demasiado larga. La señora Bruneri había visto como la señora Canella la fotografía de su marido en "La Domenica del Corriere"; pero menos pronta y apta para el viaje se había contentando con escribir al director del Manicomio de Colegno, afirmándole que el enfermo desconocido era su esposo, el tipógrafo Mario Bruneri, y adjuntándole un pequeño retrato de este.
Sabiendo a su esposo en desgracia, sin memoria otra vez, no podía mantener un juicio muy severo sobre su infidelidad y su fuga. Se sentía impulsada, mas bien, a la preparación sentimental de la indulgencia y el perdón. Y recordaba, remendando presurosa y diestra la ropa blanca del ausente, —la noticia de la "Domenica del Corriere" decía que había sido recogido desnudo de un camino— los días felices de su matrimonio
La señora Bruneri ignoraba que estos días felices habían retornado para dos esposos de Verona. La ropa blanca estaba ya lista, cuando una carta de Colegno vino a comunicárselo. El director del Manicomio le escribía que el enfermo, curado ya de su amnesia, era el profesor Giulio Canella de Verona, y que había dejado ya el establecimiento dirigiéndose a Verona con su esposa. Pero que siendo extraordinario, absoluto, el parecido del profesor Canella con la persona del retrato, el tipógrafo Mario Bruneri, le rogaba trasladarse a Colegno para esclarecer el misterio.
José Carlos Mariátegui
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El documento original se encuentra custodiado por el Archivo José Carlos Mariátegui.
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Publicado originalmente en:
- Mariátegui J. C. (1929, 5 de abril). La novela y la vida. Mundial, 8(459).
- Mariátegui J. C. (1955). La novela y la vida. Biblioteca Amauta.
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- Revista Mundial (Subject)
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2024-08-21
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Descripción realizada por Ana Torres.
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