Cultura Popular

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05.02.01

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  • CULTURA

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El proceso de la literatura nacional X [Recorte de prensa]

El proceso de la literatura nacional X

Abelardo Gamarra no tiene hasta ahora un sitio en las antologías. La crítica relega desdeñosamente su obra a una plano secundario. Al plano, casi negligible para su gusto cortesano, de la literatura popular. Ni siquiera en el criollismo se le reconoce un rol cardinal. Cuando se historia el criollismo se cita siempre antes hasta a un colonialista tan inequívoco como don Felipe Pardo.

Sin embargo, Gamarra es uno de nuestros literatos más representativos. Es, en nuestra literatura esencialmente capitalina, el escritor que con más pureza traduce y expresa a las provincias. Tiene su prosa reminiscencias indígenas. Ricardo Palma es un criollo de Lima; El Tunante es un criollo de la sierra. La raíz india, esta, viva en su arte jaranero.

Del indio tiene El Tunante la tesonera y sufrida naturaleza la panteísta despreocupación del mas allá, el alma dulce y rural, el buen sentido campesino, la imaginación realista y sobria. Del criollo, tiene el decir donairoso, la risa zumbona, el juicio agudo y socarrón, el espíritu aventurero y juerguista. Procedente de un pueblo serrano, el Tunante se asimiló a la capital y a la costa, sin desnaturalizarse ni deformarse. Por su sentimiento, por su entonación, su obra es la más genuinamente peruana de medio siglo de imitaciones y balbuceos.

Lo es también por su espíritu. Desde su juventud, Gamarra militó en la vanguardia. Participó en la protesta radical, con verdadera adhesión a su patriotismo revolucionario. Lo que en otros corifeos del radicalismo era solo una actitud intelectual y literaria, en el Tunante era un sentimiento vial un impulso anímico. Gamarra sentía hondamente, en su carne y en su espíritu, la repulsa de la aristocracia encomendera y de su corrompida e ignorante clientela. Comprendió siempre que esta gente no representaba al Perú; que el Perú era otra cosa. Este sentimiento, lo mantuvo en guardia contra el civilismo y sus expresiones intelectuales e ideológicas. Su seguro instinto lo preservó, al mismo tiempo, de la ilusión demócrata. El Tunante no se engañó sobre Piérola. Percibió el verdadero sentido histórico del gobierno del 95. Vio claro que no era una revolución democrática sino una restauración civilista. Y, aunque hasta su muerte, guardó el más fervoroso culto a González Prada cuyas retóricas cutilinanias tradujo a un lenguaje popular, se mostró nostalgioso de un espíritu más realizador y constructivo. Su intuición histórica echaba de menos en el Perú a un Alberdi, a un Sarmiento. En sus últimos años, sobre todo, se dio cuenta de que una política idealista y renovadora debe asentar bien los piés en la realidad y en la historia.

No es su obra la de un simple costumbrista satírico. Bajo el animado retrato de tipos y costumbres, es demasiado evidente la presencia de un generoso idealismo político y social. Esto es lo que coloca a Gamarra muy por encima de Segura. La obra del Tunante tiene un ideal; la de Segura no tiene ninguno. Y como Bernard Shaw lo afirma vehementemente, la categoría de una obra literaria depende de su trama religiosa de su substractum metafísica.

Por otra parte, el criollismo del Tunante es más integral, mas profundo que el de Segura. Su versión de las cosas y los tipos es mas verídica, mas viviente. Gamarra tiene en su obra, —que no por azar es la más popular, la mas leída en provincias,— muchos atisbos agudísimos muchos aciertos plásticos. El Tunante es un Pancho Fierro de nuestras letras. Es un ingenio popular; un escritor intuitivo y espontáneo.

Heredero del espíritu de la revolución de la independencia tuvo lógicamente que, sentirse distinto y opuesto a los herederos del espíritu de la Conquista y la Colonia. Y, por esto, no diploma ni breveta su obra la autoridad de academias ni ateneos. ("De las Academias, líbranos Señor"—pensaba seguramente, como Rubén Darío, el Tunante). Se le desdeña por su sintaxis. Se le desdeña por su ortografía. Pero se le desdeña, ante todo por su espíritu.

La vida se burla alegremente de las reservas y los remilgos de la crítica concediendo a los libros de Gamarra la supervivencia que niega a los libros de renombre y mérito oficialmente sancionados. A Gamarra no lo recuerda casi la crítica; no lo recuerda sino el pueblo. Pero esto le basta a su obra pura ocupar de hecho en la histeria de nuestras letras el puesto que formalmente se le regatea.

La obra de Gamarra aparece como una colección dispersa de croquis y bocetos. No tiene una creación central. No es una afinada modulación artística. Este es su defecto. Pero de este defecto no es responsable totalmente la calidad del artista. Es responsable también la insipiencia de la literatura que representa.

El Tunante quería hacer arte en el lenguaje de la calle. Su intento no era equivocado. Por el mismo camino han ganado la inmortalidad los clásicos de los orígenes de todas las literaturas

José Carlos Mariátegui

José Carlos Mariátegui La Chira

"Les Haidoucs" de Panait Istrati [Recorte de prensa]

"Les Haidoucs" de Panait Istrati

En el tercer libro de la serie "Los relatos de Adrián Zograffi", Panait Istrati nos presenta a los bizarros personajes de estos relatos: los “haiducs”. Los "haiducs" que reencontramos en este libro, nos son conocidos. Los hemos encontrado ya en la banda de Cosma, en "El tío Anghel". Pero no sabíamos nada de su vida. Esta vez, ellos mismos nos cuentan su historia que explica cómo y por qué se volvieron "haiducs".

¿Qué es un "haiduc"? Panait Istrati no lo define; lo presenta. Lo hace vivir en sus relatos apasionados y apasionantes. El "haiduc" es un personaje un poco romántico y un mucho primitivo de la floresta y los caminos de Rumania. Es un hombre que vive fuera de la ley, a salto de mata, perseguido por los gendarmes. Mitad bandido, mitad contrabandista, el "haiduc" no es específicamente ni contrabandista ni bandido. En contrabando constituye una actividad natural de un hombre libre, rebelde al Estado y a sus leyes. Y la mano del "haiduc", no castiga sino a los crueles señores de la tierra y a sus esbirros. Buscándole afinidades y parecidos, se halla en el "haiduc", algo del primitivo "montonero", antes de que el caudillaje lo enrolara bajo sus banderas. Y que la historia de Luis Pardo, empieza, más o menos, como la de un "haiduc" rumano. El "haiduc" no obedece a la ley de los poderosos, pero sí a la dura ley de los "haiducs", inexorable contra el traidor y el cobarde. El ferrocarril, el telégrafo, el automóvil y el camino, son los enemigos del "haiduc", cuyas trayectorias no quieren tangencias con las líneas de la civilización. Porque el "haiduc" no es concebible sino dentro de un cuadro medioeval como el que subsiste en parte de los Balcanes.

En este libro de Panait Istrati no hay una novela sino varias novelas. Floarea Codridor la mujer que Cosma amó y que a Cosma dio un hijo, mas no su amor ni su alma; Elías el Prudente, hermano de Cosma, y al revés de éste, capaz sólo de consejo y reflexión pero no de mando; Spilca, el Monje, "haiduc" místico que dejó el monasterio para mejor servir la ley de Dios y escapar a la de los hombres; Movilca el Vataf que en su larga carrera de "haiduc" no ha abatido sino pequeños malvados porque los grandes están demasiado altos; y Jeremías el hijo de Cosma, de Floarea y de la floresta, "haiduc" nato que a los quince años disparó el tiro de fusil que lo armó caballero; todos los hombres del estado mayor de Cosma, nos ponen delante del relato desnudo de sus vidas. Floarea Codridor ha reemplazado a Cosma en el comando de la banda desde que roto ya el resorte de su voluntad, vale decir el de su vida, la bala de un gendarme mató al intrépido y tempestuoso "haiduc". Y antes de asumir el mando del manípulo ha querido que cada uno contase su historia. "Vosotros queréis echar sobre mis hombros de mujer el peso de la responsabilidad y sobre mi cabeza el precio de la pérdida. Yo acepto uno y otro. Para esto debemos conocernos. Vosotros me diréis soy". Y cada uno de los "háiducs" ha hablado, Floarea Codridor la primera.

Ei arte de narrador maravilloso, de cuentista oriental y mágico que reveló Panait Istrati desde sus primeros libros, se afirma en "Los Haiducs". Las figuras de los "haiducs", sobre todo las de Floarea Codridor, de Elías el Prudente y de Spilca el Monje están trazadas con vigor suprarrealista sobre el fondo agreste de la montaña rumana y de sus rudas aldeas. Me complace remitir al lector a la traducción del relato de Spilca el Monje que Eugenio Garro ha hecho expresamente para "Amauta" y a la que hizo antes para "VARIEDADES" del relato de Jeremías el hijo de la floresta.

Pero lo más vital, lo más sustantivo de la obra de Panait Istrati, no viene de ese fresco y espontáneo donde la fábula que le reconocen fácil y unánimemente los críticos de los diversos sectores de la literatura. Está en el espíritu mismo de la obra. No es una cuestión de habilidad literaria. En el fondo de su fábula se agita un exaltado sentimiento de libertad, un desesperado anhelo de justicia. Panait Istrati, como Barbusse lo proclama, es ante todo un revolucionario.

Por eso sus libros tienen un auténtico acento de salud. Llevan el signo inconfundible de la fuerza de su creador, a quien antes que nada preocupa la verdad. En sus libros hay la menor dosis posible de literatura. Y esto no impide clasificarlos entre las más altas creaciones artísticas de su tiempo. Por el contrario, los coloca por encima de toda lo manufactura decadente que, con un débil esmalte de novedad, pretende pasar por arte nuevo.

José Carlos Mariátegui

José Carlos Mariátegui La Chira