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El proceso de la literatura nacional III [Recorte de prensa]

El proceso de la literatura nacional III

Las "Tradiciones" de Palma tienen, política y socialmente, una filiación democrática. Palma interpreta al medio palo. Su burla roe risueñamente el prestigio del virreinato y de la aristocracia. Traduce el malcontento zumbón del demos criollo. La sátira de las "Tradiciones" no cala muy hondo ni golpea muy fuerte; pero, precisamente, por esto, se identifica con el humor de un demos blandón, sensual y azucarado. Lima no podía producir otra literatura. Las "Tradiciones" agotan sus posibilidades. A veces se exceden a sí mismas.

Si la revolución de la independencia hubiese sido en el Perú la obra de una burguesía más o menos sólida, la literatura republicana habra tenido otro tanto. La nueva clase dominante se habría expresado, al mismo tiempo, en la obra de sus estadistas, y en el verbo, el estilo y la actitud de sus poetas, de sus novelistas y de sus críticos. Pero en el Perú el advenimiento de la república no representó el de una nueva clase dirigente.

La onda de la revolución era continental; no era casi peruana. Los liberales, los jacobinos, los revolucionarios peruanos no constituían sino un manípulo. La mejor savia, la más heroica energía, se gastaron, en las batallas y en los intervalos de la lucha. La república no reposaba sino en el ejército de la revolución. Tuvimos, por esto, un accidentado, un tormentoso periodo de interinidad militar. Y, no habiendo podido cuajar en este período la clase revolucionaria, resurgió automáticamente la clase conservadora. Los "encomenderos" y terratenientes que, durante la revolución de la independencia, oscilaron, ambiguamente, entre patriotas y realistas, se encargaron francamente de la dirección de la república. La aristocracia colonial y monárquica se metamorfoseó, formalmente, en burguesía republicana. El régimen económico-social de la colonia se adaptó externamente a las instituciones creadas por la revolución. Pero las saturó de su espíritu colonial.

Bajo un frío liberalismo de etiqueta, latía en esta casta la nostalgia del virreinato perdido.

El demos criollo o, mejor, limeño, carecía de consistencia y de organicidad. De rato en rato o sacudía la clarinada retórica de algún caudillo insipiente. Mas, pasado el espasmo, caía de nuevo en su muelle somnolencia. Toda su inquietud, toda su rebeldía, se resolvían en el chiste, la murmuración y el epigrama. Y esto es precisamente lo que encuentra su expresión literaria en la prosa socarrona de las "Tradicicnes".

Palma pertenece absolutamente a la mesocracia a la que un complejo conjunto de circunstancias históricas no consintió transformarse en una burguesía. Como esta clase compósita, como esta clase larvada. Palma guardó un latente rencor contra la aristocracia antañona y reaccionaria. La sátira de las "tradiciones" hinca con frecuencia sus agudos dientes roedores en los hombres de la república. Mas, al revés de la sátira reaccionaria de Felipe Pardo y Aliaga no ataca a la república misma. Palma, como el demos limeño, se deja conquistar por la declamación antioligárquica de Piérola. Y, sobre todo, se mantiene siempre fiel a la ideología liberal de la independencia.

El colonialismo, el civismo, por órgano de Riva Agüero y otros de sus portavoces intelectuales, se anexan a Palma, no solo porque esta conexión no presenta ningún peligro para su política sino, principalmente, por la irremedeable mediocridad de su propio elenco literario. Los críticos de esta casta saben muy bien que son vanos todos los esfuerzos por inflar el volúmen de don Felipe Pardo o don José Antonio de Lavalle. La literatura civilista no ha producido sino parvos y secos ejercicios de clasicismo o desvaídos y vulgares conatos románticos. Necesita, por consiguiente, acaparar a Palma para pavonearse, con derecho o no, de un prestigio auténtico.

Pero se debe constatar que no solo el colonialismo es responsable de este equívoco. Tiene parte en él, —como en mi anterior artículo lo observaba,— el "gonzález pradismo". En un "ensayo acerca de las literaturas del Perú de Federico More, que he leído recientemente, hallo el siguiente juicio sobre el autor de las Tradiciones: "Ricardo Palma, representativo, expresador y centinela del Colonismo es un historizante anecdótico, divertido narrador de chascarrillos fichados y anaquelados. Escribe con vistas a la Academia de la Lengua y, para contar los desvaneos y discretos de las marquesitas de palo ensortijado y labios prominentes, quiere usar el castellano del siglo de oro".

More pretende que de Palma quedará solo la "risilla chocarrera".

Esta opinión, para algunos, no reflejará más que una notoria ojeriza de More, a quien todos reconocen poca consecuencia en sus amores, pero a quien nadie niega una gran consecuencia en sus ojerizas. Pero hay dos razones para tomarla en consideración. 1a.—La especial beligerancia que da a More su título de discípulo de González Prada. 2a.—La seriedad del ensayo que contiene estas frases.

En este ensayo More realiza un concienzudo esfuerzo por esclarecer el espíritu mismo de la literatura nacional. Sus aserciones fundamentales, si no íntegramente admitidas, merecen ser atentamente examinadas. More parte de un principio que suscribe toda crítica profunda. "La literatura —escribe— solo es traducción de estado político y social". El juicio sobre Palma pertenece en suma, a un estudio al cual confieren remarcable valer las ideas y las tesis que sustenta; no auna panfletería y volandera disertación de sobremesa. Y esto obliga a remarcarlo y rectificarlo. Pero ai hacer o conviene exponer y comentar las líneas esenciales de la tesis de More. Cosa que dejo para mi próximo artículo.

José Carlos Mariátegui

José Carlos Mariátegui La Chira