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Enseñanza única y enseñanza de clase [Recorte de Prensa]

Enseñanza única y enseñanza de clase

I

Una de las aspiraciones contemporáneas que los organizadores de la Unión Latino-Americana deben incorporar en su programa es, a mi juicio, la de la enseñanza única. En la tendencia a la enseñanza única se resuelven y se condensan todas las otras tendencias de adaptación de la educación pública a las corrientes de nuestra época. La idea de la escuela única no es, como la idea de la escuela laica, de inspiración esencialmente política. Sus raíces, sus orígenes, son absolutamente sociales. Es una idea que ha germinado
en el suelo de la democracia; pero que se ha nutrido de la energía y del pensamiento de las capas pobres y de sus rein vindicaciones.

La enseñanza, en el régimen demo-burgués, se caracteriza, sobre todo, como una enseñanza de clase. La escuela burguesa distingue y separa a los niños en dos clases diferentes. El niño proletario, cualquiera que sea su capacidad, no tiene prácticamente derecho, en la escuela burguesa; sino a una instrucción elemental. El niño burgués, en cambio, también cualquiera que sea su capacidad, tiene derecho a la instrucción secundaria y superior. La enseñanza, en este régimen, no sirve, pues, en ningún modo, para la selección de los mejores. De un lado, sofoca o ignora todas las inteligencias de la clase pobre; de otro lado, cultiva y diploma todas las mediocridades de las clases ricas. El vástago de un rico, nuevo o viejo, puede conquistar, por microcéfalo y estólido que sea, los grados y los brevetes de la ciencia oficial que más le convengan o le atraigan.

Esta desigualdad, esta injusticia, —que no es sino un reflejo y una consecuencia, en el mundo de la enseñanza, de la desigualdad y de la injusticia que rigen en el mundo de la economía— han sido denunciadas y condenadas, ante todo, por quienes combaten el orden económico y burgués en el nombre de un orden nuevo.

Pero han sido también denunciadas y condenadas así mismo por quienes, sin interesarse por la suerte de las reivindicaciones proletarias y socialistas, se preocupan de los medios de renovar el espíritu y la estructura de la educación pública. Los educadores reformistas patrocinan la escuela única.

Y los propios políticos y teóricos de la democracia burguesa la reconocen y proclaman como un ideal democrático. Herriot, por ejemplo; es uno de sus fautores.

Pertenecen a Peguy, un notable y honrado demócrata, estas palabras, inscritas en su programa por los Compagnons de la Universidad Nueva: “Por qué la desigualdad ante la instrucción y ante la cultura; por qué ésta desigualdad social; por qué esta injusticia; por qué esta iniquidad; por qué la enseñanza superior casi cerrada; por qué la alta cultura casi prohibida a los pobres, a los miserables, a los hijos del pueblo? Si solo estuviese monopolizada la segunda enseñanza, no se daría sino un mal menor; pero en Francia y en la sociedad moderna es el casi inevitable camino superior a la alta para ascender a la enseñanza cultura”.

II

En Alemania, donde, como ya he remarcado, la revolución de 1918 inauguró una era de experimentos renovadores en la enseñanza, la escuela única fue Colocada en el primer plano de la reforma. La idea de la escuela única aparecía consustancial y solidaria con la idea de una democracia social. Examinando los principios generales de la reforma escolar en Alemania escribe uno de sus críticos en un libro citado en uno de mis anteriores artículos: “El lema de los reformadores es el de la Einheitschule. Como su nombre lo indica, la Einheitschule es un sistema escolar unitario. La idea democrática no permite mantener en la sociedad compartimentos estancos, castas. Los individuos son libres e iguales y todos tienen el mismo derecho a desarrollarse mediante la cultura. Los niños deben, pues, instruirse juntos en la escuela comunal; no debe haber escuelas de ricos y escuelas de pobres. Al cabo de algunos años de instrucción recibida en común se revelan las aptitudes del niño y debe entonces comenzar una diferenciación y una multiplicación de las escuelas en escuelas primarias superiores, escuelas técnicas y liceos clásicos o modernos. Pero no será por el hecho del nacimiento o de la fortuna por el que se envíe al niño a esta o a la otra especie de escuela; cada uno frecuentará aquella en que, dadas, sus disposiciones naturales, pueda llevar sus facultades al máximun de desenvolvimiento”.

El plan de los reformadoras de la educación pública en Alemania franqueaba los mas altos grados de la cultura a los más capaces. Concebía los estudios primarios y complementarios como un medio de selección. Y, en su empeño de salvar todas las inteligencias acreedoras a un escogido destino, ni aún a esta selección le concedía un valor definitivo. Juzgaban necesario que los alumnos mediocres de la enseñanza secundaria pudiesen ser devueltos, a las escuelas populares. Y que la comunicación de un compartimiento de la enseñanza a otro no estuviese entrabada en ningún sentido.

Mas la fortuna de esta reforma de la enseñanza no era independiente de la fortuna de la revolución política. Los reformadores de la enseñanza en Alemania podían trazar estos planes y esbozar estos sistemas merced a la asunción al poder de los socialistas. Su programa de igualdad en la educación pública conseguía ser actuando gracias a que un partido de masas proletarias, interesado en su ejecución, gobernaba Alemania. La reacción en la política tenía que traer aparejada la reacción en la enseñanza.

III

Los Compagnons de la Universidad Nueva de Francia propugnan también, con gran copia de razones, la democratización de la enseñanza mediante la escuela única, destinada a suprimir los privilegios de clase. La escuela única es la primera y la más esencial de sus reivindicaciones. Pero incurren en el error de suponer que esta reforma, mejor dicho esta revolución, puede cumplirse indiferentemente a la política. Reclaman la escuela única “para mezclar en una misma familia de hermanos la masa de los franceses de mañana, para darles a todos la misma religión social, y también para que la selección de las inteligencias, operación esencial a la vida de una democracia, se ejerza sobre el conjunto de nuestros niños, sin distinción de origen”. Los Compagnons tienen la ingenuidad de creer que la burguesía puede, casi de buen grado, renunciar a sus privilegios en la educación pública.

La historia contemporánea ofrece, entre tanto, demasiadas pruebas de que a la escuela tónica no se llegará sino en un nuevo orden social. Y de que, mientras la burguesía conserve sus actuales posiciones en el poder, las conservará igualmente en la 'enseñanza.

La burguesía no se rendirá nunca a las elocuentes razones morales de los educadores y de los pensadores de la democracia. Una igualdad que no existe en el plano de la economía y de la política no puede tampoco existir en el plano de la cultura. Se trata de una nivelación lógica dentro de una democracia pura, pero absurda dentro de una democracia burguesa. Y estamos enterados de que la democracia pura, es, en nuestros tiempos, una abstracción.

Práctica y concretamente, no es posible ¡hablar sino de la democracia burguesa o capitalista.

Lunatcharsky es el primier ministro de instrucción pública que ha adoptado plenamente el principio de la escuela única. ¿No les dice nada este hecho histórico a los pedagogos que trabajan por el misino principio en las democracias capitalistas? Entre los estadistas de la burguesía, la escuela única encontrará más de un amante platónico. No encontrará ninguno que sepa y pueda desposarla.

IV

En Nuestra América, como en Europa y como en los Estados Unidos, la enseñanza obedece a los intereses del orden social y económico. La escuela carece, técnicamente, de orientaciones netas; pero, si en algo no se equivoca, es en su función de escuela de clases. Sobre todo en los países económica y políticamente menos evolucionados, donde el espíritu de clase suele ser, brutal y medioevalmente, espíritu de casta.

La cultura es en Nuestra América un privilegio mas absoluto aún de la burguesía que en Europa. En Europa el Estado tiene que dar, al menos, una satisfacción formal a los demócratas que le exigen fidelidad a sus principios democráticos. En consecuencia, concede a algunos alumnos de la escuela gratuita y obligatoria de los pobres los medios de escalar las gradas de la enseñanza secundaria y universitaria. En estos países las becas no tienen la misma finalidad. Son exclusivamente un favor reservado a la clientela y a la burocracia del partido dominante.

Los propios pensadores de la burguesía hispano-americana que mas preocupados se muestran por el porvenir cultural del continente no se cuidan de disimular, en cuanto a la enseñanza, sus sentimientos de clase. Francisco García Calderón, en un capítulo de su libro “La Creación de un Continente’’ sobre la educación y el medio, después de ponderar, con mesura francesa, las ventajas y los defectos de una orientación realista y una orientación idealista de la enseñanza y después de balancearse prudentemente entre una y otra tendencia, arriba a esta conclusión: “En síntesis, un doble movimiento de cultura de las clases superiores y de educación popular transformará a las naciones hispano-americanas. La instrucción de la muchedumbre en escuelas de artes y oficios, la superioridad
numérica de ingenieros agricultores y comerciantes sobre abogados y médicos; especialistas en todos los órdenes de la administración, hacendistas de seria cultura, una elite preparada en las universidades, poetas y prosadores resultado de severa selección: tal es el ideal para nuestras democracias”.

Rectifiquemos. Tal es, sin duda, el ideal de la burguesía “ilustrada” de Hispano Americana y de su distinguido pensador. Tal no es, absolutamente, el ideal de la nueva generación iberoamericana. García Calderón, —inequívocamente conservador en su ideología, en su temperamento, en su formación intelectual— quiere que la cultura continúe acaparada, con un poco de mas método, por las “clases superiores”. Para la “muchedumbre” pide solamente un poco de educación popular. La ultima meta de la instrucción del pueblo deben ser, en su concepto, las escuelas de artes y oficios. El autor de "La Creación de un Continente” milita, inconfundiblemente, en las filas enemigas de la escuela unica.

La nueva generación hispano-americana piensa de otro modo. Lo testimonian claramente los núcleos de vanguardia de México, de La
Argentina, del Uruguay, etc. Los acreditan las Universidades Populares y las inquietudes estudiantiles. La equilibrada receta de García Calderón puede servir para un ideario de uso externo de la burguesía conservadora. Es extraña al pensamiento y al espíritu de la juventud de Hispano América.

José Carlos Mariátegui

José Carlos Mariátegui La Chira

Carta de Ramón Alzamora Ríos, 13/12/1929

Santiago, 13 de diciembre de 1929
Señor:
José Carlos Mariátegui
Lima
Estimado camarada:
A los pocos días de mi arribo le dirigí unas cuántas líneas, con las mala suerte de no haber recibido su respuesta hasta este momento.
Mis deseos son, mi bien camarada, que mantengamos intercambio de correspondencia a fin de estar informándonos mutuamente cosas de interés para la causa.
Yo estoy fuera del Congreso; el gobierno prohibió mi asistencia a las sesiones, después de haber actuado por [...]. Los boletines correspondientes se los remito por separado.
[...] llegó este mes; lo expulsaron de México, pasándolas mil y unas a través de su viaje.
Aquí nos encontramos en pleno movimiento electoral. El gobierno ha pasado unas reformas electorales por medio de las que se permite a los organismos gremiales presentar candidaturas; se entiende que sean organismos "legalmente constituidos". Haciendo la lucha por meternos para formar parte de la próxima campaña.
Camarada: como aquí está todo por el suelo la labor cultural de las entidades revolucionarias de antes, yo deseo se agente de Amauta; además, deseo que usted me enviara los siguiente libros:

  • Escena Contemporánea: J. C. Mariátegui
  • Kyra Kyralina: Panait Istrati
  • El libro de la revolución: Upton Sinclair
  • El cemento: Fedor Gladkov
  • El teatro de la revolución: R. Rolland
  • La revolución española - Carlos Marx
  • Máquinas y Cosas: LARISA REISSNER
  • El arte y la vida social: Gueorgui Plejánov
    Usted puede mandarme este envío contra-reembolso o me da el valor para remitírselo.
    Fraternalmente suyo
    R. Alzamora Rios
    (Santos Dumont Nº 787)

Alzamora Ríos, Ramón

La perspectiva política chilena

La perspectiva política chilena

I
En una época, como la nuestra, en que el mundo entero se encuentra mas o menos sacudido y agilitado, la inquietud revolucionaria que fermenta en Chile no constituye, por cierto, un fenómeno solitario y excepcional. Nuestra América no puede aislarse de la corriente histórica contemporánea. Los pueblos de Europa, Asia y África están casi unánimemente estremecidos. Y por América pasa, desde hace algunos años, una onda revolucionaria, que, en algunos pueblos, se vuelve marejada. Con diferencias de intensidad, que corresponden a diferencias de clima social y político, la misma crisis histórica madura en todas las naciones. Crisis que parece ser crisis de crecimiento en unos pueblos y crisis de decadencia en otros; pero, que en todos tiene, seguramente, raíces y funciones solidarias. La crisis chilena, por ejemplo, es, como otras, solo un segmento de la crisis mundial.

En la América indo-española se cumple, gradualmente, un proceso de liquidación de ese régimen oligárquico y feudal que ha frustrado, durante tantos años, el funcionamiento de la democracia formalmente inaugurada por los legisladores de la revolución de la independencia. Los reflejos de los acontecimientos europeos han acelerado; en los últimos años, ese proceso. En la Argentina, verbigracia, la ascensión al poder del partido radical canceló el dominio de las viejas oligarquías plutocráticas. En México, la revolución arrojó del gobierno a los latifundistas y a su burocracia. En Chile, la elección de Alessandri, hace cinco años, tuvo también un sentido revolucionario.

II

Alessandri usó, en su campaña electoral, una vigorosa predicación anti-óligárquica. En sus arengas a “la querida chusma”, Alessandri se sentía y se decía el candidato de la muchedumbre. El pueblo, chileno, fatigado del dominio de la plutocracia “pelucona”, estaba en un estado de ánimo propicio para marchar al asalto de sus posiciones. El proletariado urbano, mas o menos permeado de socialismo y sindicalismo, representaba un vasto núcleo de opinión adoctrinada.

Los efectos de la crisis económica y financiera, de Chile, que amenazaban pesar exclusivamente sobre las clases populares, si el poder continuaba acaparado por la oligarquía conservadora, excitaban, a las masas a la lucha. Todas estas circunstancias concurrieron a suscitar una extensa y apasionada movilización de las fuerzas populares contra el bloque conservador. El bloque de izquierdas, acaudillado, por Alessandri, obtuvo así una tumultuosa victoria electoral. Pero esta victoria de los demócratas y radicales chilenos, por sus condiciones y modalidades históricas, no resolvía la cuestión política chilena. En primer lugar, la solución de esta cuestión política no podía ser, lisa y beatamente, una solución electoral. Luego, la adquisición de la presidencia de la república, no confería al bloque alessandrista todos los poderes del gobierno. Los grupos conservadores, numerosamente representa dos en el parlamento, se preparaban a torpedear sistemáticamente toda tentativa de reforma contraria a sus intereses de clase. Armados de una prensa poderosa, conservaban intactas casi todas las posiciones que un prolongado monopolio del gobierno les había consentido, conquistar. Y, de otro- lado, movilizadas demagógicamente durante las elecciones, las masas populares no estaban dispuestas a olvidar sus reinvindicaciones. Antes bien tendían a precisarlas y extremarlas con ánimo cada vez mas beligerante y programa cada vez más clasista.

La ascensión de Alessandri a la presidencia de la república, por todas estas razones, no marcaba el fin sino el comienzo de una batalla. Tenía el valor de un episodio . La batalla seguía más exasperada y mas violenta.

Alessandri se veía en la imposibilidad de realizar, parlamentariamente, su plan de reformas sociales y económicas. Lo paralizaba la resistencia activa del bloque conservador y la resistencia pasiva de los elementos indecisos o apocados de su propio bloque liberal, conglomerado heteróclito, dentro del cual se constataba la existencia de intereses e ideas encontradas, y contradictorias. Y Alessandri, prisionero de sus principios democráticos, carecía de temperamento y de impulso revolucionarios para actuar dictatorialmente su programa .

III

Los hechos se encargaron de demostrar a los radicales chilenos que los cauces legales no pueden contener una acción revolucionaria. El método democrático de Alessandri, mientras por una parte resultaba impotente para constreñir a los conservadores a mantenerse en una actitud estrictamente constitucional. Amenazada en sus intereses, la plutocracia se aprestaba a reconquistar el poder mediante un golpe de mano.

Vino el movimiento militar. La historia íntima de este movimiento no está aún perfectamente esclarecida. Pero, a través de sus anécdotas, se percibe que el espíritu de la juventud militar no solo repudiaba la idea de una vuelta del antiguo régimen sino que reclamaba la ejecución del programa radical combatido por la coalición conservadora y sabotado por una parte de la misma gente que rodeaba a Alessandri. La juventud militar insurgió en defensa de este programa. Fueron los almirantes y generales, coludidos con los conservadores, quienes deformaron prácticamente las reinvindicaciones del ejército. Los conservadores habían empujado al ejército a la insurrección a fin de recoger de sus manos, después de un intermezzo militar, la. perdida presidencia de la república. Contaban, para el éxito de esta, maniobra, con la colaboración de Altamirano y de la capa superior del ejército, profundamente saturada de una ideología conservadora. Confiaban, además, en la posibilidad de que la, caída de Alessandri quebrantase el bloque de izquierda, cuyas figuras espirituales e ideológicas aparecían evidentes a todos los ojos.

Mas, contrariamente a estas previsiones, el espíritu revolucionario estaba vivo y vigilante. Las izquierdas, en vez de disgregarse, se reconcentraron rápidamente. El pueblo respondió a su llamamiento. La junta de gobierno del general Altamirano, ramplona copia del directorio español, descubrió su burdo juego. Su concomitancia con la plutocracia chilena quedó claramente establecida. Y la juventud militar se dedicó a liquidar el engaño. Un golpe de mano fue rectificado o anulado con otro golpe de mano. (Rudos golpes ambos para los pávidos e ilusos asertores de las legalidad a ultranza).

IV

Ahora la vuelta de Alessandri al poder, plantea aparentemente la cuestión política en los mismos términos que antes. Pero la realidad es otra. No se sale en vano de la legalidad, sea en el nombre de un interés reaccionario, sea en el nombre de un interés revolucionario. Y una revolución no termina hasta que no crea una legalidad nueva. Hacia ese fin se mueven los revolucionarios chilenos. Por eso, se habla de una convocatoria a una asamblea constituyente. Los liberales moderados trabajarán por convertir esta asamblea en una academia de retórica política que revise prudente e inocuamente la constitución pero los elementos de vanguardia tratarán de empujar a la asamblea a un veto y una actitud revolucionarias.

El problema económico de Chile no admite equívocos compromisos entre las derechas y las izquierdas. Una solución conservadora echaría sobre las espaldas de las clases pobres todo el peso de la normalización de la haciendo chilena. Y las clases populares agitadas por las actuales corrientes ideológicas, no se resignan a aceptar esa solución. Sostienen, por esto, a los partidos de la alianza liberal.

Y por el momento han ganado la batalla.

José Carlos Mariátegui

José Carlos Mariátegui La Chira

José Ingenieros

José Ingenieros

Nuestra América ha perdido a uno de sus más altos maestros. José Ingenieros era en el continente uno de los mayores representantes de la Inteligencia y el Espíritu. En Ingenieros, los jóvenes encontraban, al mismo tiempo, un ejemplo intelectual y un ejemplo moral. Ingenieros supo ser, además de un hombre de ciencia, un hombre de su tiempo. No se contentó con ser un catedrático ilustre; quiso ser un maestro. Esto es lo que hace más respetable y admirable su figura.

La ciencia, las letras, están aún en el mundo, demasiado domesticadas por el poder. El sabio, el profesor, muestran generalmente, sobre todo en su vejez, un alma burocrática. Los honores, los títulos, las medallas, los convierten en humildes funcionarios del orden establecido. Otros secretamente repudian y desdeñan sus instituciones; pero, en público, aceptan sin protesta la servidumbre que se les impone. La ciencia tiene siempre un valor revolucionario; pero los hombres de ciencia no. Como hombres, como individuos, se conforman con adquirir un valor académico. Parece que en su trabajo científico agotan su energía. No les queda ya aptitud para concebir o sentir la necesidad de otras renovaciones, extrañas a su estudio y a su disciplina. El deseo de comodidad, en todo caso, opera de un modo demasiado enérgico sobre su conciencia. Y así se da el caso de que un sabio de la jerarquía de Ramón y Cajal deje explotar su nombre por los chambelanes de una monarquía decrépita. O de que Miguel Turró se incorpore en el séquito del general libertino que juega desde hace dos años en España el papel de dictador.

José Ingenieros pertenecía a la más pura categoría de intelectuales libres. Era un intelectual consciente de la función revolucionaria del pensamiento. Era, sobre todo, un hombre sensible a la emoción de su época. Para Ingenieros la ciencia no era todo. La ciencia, en su convicción, tenía la misión y el deber de servir al progreso social.

Ingenieros no se entregaba a la política. Seguía siendo un hombre de estudio, un hombre de cátedra. Pero no tenía por la política, entendida como conflicto de ideas y de intereses sociales, el desdén absurdo que sienten o simulan otros intelectuales, demasiado pávidos para asumir la responsabilidad de una fe y hasta de una opinión. En su “Revista de Filosofía”, que ocupa el primer puesto entre las revistas de su clase de Ibero-América, concedió un sitio principal al estudio de los hechos y las ideas de la crisis política contemporánea y, particularmente, a la explicación del fenómeno revolucionario.

La mayor prueba de la sensibilidad y la penetración históricas de Ingenieros me parece su actitud frente a la post-guerra. Ingenieros percibió que la guerra abría una crisis que no se podía resolver con viejas recetas. Comprendió que la reconstrucción social no podía ser obra de la burguesía sino del proletariado. En un instante en que egregios y robustos hombres de ciencia no acertaban sino a balbucear su miedo y su incertidumbre, José Ingenieros acertó a ver y hablar claro. Su libro “Los Nuevos Tiempos” es un documento que honra a la inteligencia ibero-americana.

En la revolución rusa, la mirada sagaz de Ingenieros vio, desde el primer momento, el principio de una transformación mundial. Pocas revistas de cultura han revelado un interés tan inteligente por el proceso de la revolución rusa como la revista de José Ingenieros y Aníbal Ponce. El estudio de Ingenieros sobre la obra de Lunatcharsky en el comisariato de la educación pública de los Soviets, queda como uno de los primeros y más elevados estudios de la ciencia occidental respecto al valor y al sentido de esa obra.
Esta actitud mental de Ingenieros correspondía al estado de ánimo de la nueva generación. Presenta, por tanto, a Ingenieros, como un maestro con capacidad y ardimiento para sentir con la juventud, que, como dice Ortega Gasset, si rara vez tiene razón en lo que niega, siempre tiene razón en lo que afirma. Ingenieros transformó en raciocinio lo que en la juventud era un sentimiento. Su juicio aclaró la consciencia de los jóvenes, ofreciendo una sólida base a su voluntad y a su anhelo de renovación.

La formación intelectual y espiritual de Ingenieros correspondía a una época que los “nuevos tiempos” venían, precisamente, a contradecir, y rectificar en sus más fundamentales conceptos. Ingenieros, en el fondo permanecía demasiado fiel al racionalismo y al criticismo de esa época de plenitud del orden demo-liberal. Ese racionalismo, ese criticismo, conducen generalmente al escepticismo. Son adversos al pathos de la revolución.

Pero Ingenieros comprendió, sin duda, su caso. Se dio cuenta, seguramente, de que en él envejecía una cultura. Y, consecuentemente, no desalentó nunca el impulso ni la fe de los jóvenes, -llamados a crear una cultura nueva,- con reflexiones escépticas. Por el contrario, los estimuló y fortaleció siempre con palabra enérgica. Como verdadero maestro, como altísimo guía, lo presentan y lo definen estos conceptos: “Entusiasta y osada ha de ser la juventud: sin entusiasmo no se sirven hermosos ideales, sin osadía no se acometen honrosas empresas. Un joven sin entusiasmo es un cadáver que anda; está muerto en vida, para sí mismo y para la sociedad. Por eso un entusiasta, expuesto a equivocarse, es preferible a un indeciso que no se equivoca nunca. El primero puede acertar; el segundo no podrá hacerlo jamás. La juventud termina cuando se apaga el entusiasmo... La inercia frente a la vida es cobardía. No basta en la vida pensar un ideal; hay que aplicar todo el esfuerzo a su realización... El pensamiento vale por la acción social que permite desarrollar”.

En torno de José Ingenieros y de su ideario se constituyó en la República Argentina el grupo “Renovación” que publica el “boletín de ideas, libros y revistas” de este nombre, dirigido por Gabriel S. Moreau, y que sirve de órgano actualmente a la Unión Latino-Americana. I, en general, el pensamiento de Ingenieros ha tenido una potente y extensa irradiación en toda la nueva generación hispano-americana. La Unión Latino-Americana, que preside Alfredo Palacios, aparece, en gran parte, como una concepción de Ingenieros.

No revistemos melancólicamente la bibliografía del escritor que ha muerto, para tejerle una corona con los títulos de sus libros. Dejemos este procedimiento a las notas necrológicas de quienes del valor de Ingenieros no tienen otra prueba que sus volúmenes. Más que los libros importan la significación y el espíritu del maestro.

José Carlos Mariátegui

José Carlos Mariátegui La Chira