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Carta de Franz Tamayo, 13/2/1929

La Paz, 13 de febrero de 1929
Muchas gracias de Franz Tamayo al eminente José Carlos Mariátegui por sus siete Ensayos sobre cosas de nuestra América, libro en que los americanos seguiremos estudiando y aprendiendo muchas cosas de las infinitas de nuestra gran patria continental. Esta vez el guía es magistral y además un hermano de las más queridos.

Tamayo, Franz

Carta de Alcides Arguedas,7/10/1926

7 de octubre de 1926
Señor José Carlos Mariátegui
Casilla 2107
Lima
Estimado escritor:
La Escena Contemporánea es un reflejo profundamente fiel de la agitación política mundial y sorprende como un escritor de nuestros lejanos países pueda, por solo sus lecturas, revelar las tramas ocultas y secretas que dan tanta complejidad a los movimientos sociales de nuestra época turbada y alborotada.
Es usted, entonces, un observador penetrante y un espíritu lúcido casi enamorado de su tiempo.
Le estrecha cordialmente la mano su atto amigo
A. Arguedas.

Arguedas, Alcides

Carta de Miguel Ángel Urquieta, 31/12/1925

[La Paz] 31 de diciembre de 1925
Señor don
José Carlos Mariátegui
Lima
Mi querido compañero:
Con un atraso que sería inexplicable si no estuviese yo en el destierro, recibo esta mañana su carta y, simultáneamente, el precioso regalo de su libro. Aguinaldo de año nuevo, amigo mío. Todo un augurio.
A través de revistas, conocía sólo alguno que otro de los capítulos de La Escena Contemporánea. Casi toda la obra es, pues, para mí, totalmente nueva.
En este admirable panorama de la agitación ideológica moderna, que es su libro, los personajes, las cosas, los lugares, los instantes de la impresión fotográfica, el ambiente en que hombres e ideas se agitan, están burilados rotunda, rápida, justamente, de un solo golpe, con precisión de aguafuertista. Su libro, mi querido Mariátegui, honra nuestro tiempo y nuestro esfuerzo. No es el nuestro, para nosotros, tiempo de molicie, ni es de madrigal nuestro esfuerzo. Nuestro tiempo es de lucha y de sacrificio, porque no en vano va nuestro esfuerzo plasmando el futuro de nuestra América en la más luminosa y tremenda de las epopeyas.
Quisiera complacerle enviándole algún libro mío para su edición por la Editorial Minerva, que tanto bien hará en la urgente y necesaria alfabetización de nuestro Perú, cuya ignorancia es su único y verdadero enemigo. Desgraciadamente es muy poco lo que tengo aquí a la mano. Todo el material que podría servir para dos o tres volúmenes de algún valor ideológico, demoledor y constructivo ––apuntes, originales inéditos, mi labor de seis años de periódico de lucha––, todo está en Arequipa encerrado junto con mi biblioteca. Nunca será tarde, empero, para que mi nombre y algún volumen mío puedan figurar en la Editorial Minerva al lado de La Escena Contemporánea.
Escríbame. Ya sabe usted el especialísimo afecto que, por múltiples motivos, le tengo.
Por sobre este lago y estas montañas que sólo materialmente nos separan, le tiendo mis dos manos fraternales para estrecharlas suyas muy fuertemente.
M. A. Urquieta
P. D. Mis afectuosos saludos a su señor hermano. Si ve a Benavides Gárate, déle un abrazo en nombre mío. Gracias.

Urquieta, Miguel Ángel

El donquijotismo de Tristan Marof

Un Don Quijote de la política y la literatura americanas, Tristan Marof o Gustavo Navarro, como ustedes gusten, después de reposar en Arequipa de su última aventura, ha estado en Lima algunas horas, de paso para La Habana. ¿Dónde había visto yo antes su perfil semita y su barba bruna? En ninguna parte, porque la barba bruna de Tristan Marof es de improvisación reciente. Tristan Marof no usaba antes barba. Esta barba varonil, que tan antigua parece en su cara mística e irónica, lo ayudó a escapar de su confinamiento y a asilarse en el Perú. Ha formado parte de su disfraz; y ahora, en verdad, tiene el aire de pedir que la dejen quedarse donde está. Es una barba espontánea, que no obedece a ninguna razón sentimental y estética, que tiene su origen en una razón de necesidad y utilidad y que, por esto mismo, ostenta una tremenda voluntad de vivir; y resulta tan arquitectónica y decorativa.
La literatura de Tristán Marof –“El Ingenuo Continente Americano”, “Suetonio Pimienta”, “La justicia del Inca”- es como su barba. No es una literatura premeditada, de literato que busca fama y dinero con sus libros. Es posible que Tristan Marof ocupe, más tarde, un sitio eminente en la historia de la literatura de Indo-América. Pero esto ocurrirá sin que él se lo proponga. Hace literatura por los mismos motivos por que hace política; pero es lo menos literato posible. Tiene sobrado talento para escribir volúmenes esmerados; pero tiene demasiada ambición para contentarse con gloria tan pequeña y anacrónica. Hombre de una época vitalista, activista, romántica, revolucionaria, con sensibilidad de caudillo y de profeta, Tristan Marof no podía encontrar digna de él sino una literatura histórica. Cada libro suyo es un documento de su vida, de su tiempo. Documento vivo; y, mejor que documento, acto. No es una literatura bonita, ni cuidada, sino literatura vital, económica, pragmática. Como la barba de Tristan Marof, esta literatura se identifica con su vida, con su historia.
“Suetonio Pimienta” es una sátira contra el tipo de diplomático rastacuero y advenedizo que tan liberalmente produce Sud y Centro-América. Diplomático de origen electoral o “revolucionario” en la acepción sud-americana del vocablo. “La Justicia del Inca” es un libro de propaganda socialista para el pueblo boliviano. Tristan Maroff ha sentido el drama de su pueblo y lo ha hecho suyo. Podía haberlo ignorado, en el sensual y burocrática comodidad de un puesto diplomático o consular. Pero Tristan Marof es de la estirpe romántica y donquijotesca que, con alegría y pasión, se reconoce predestinada a crear un mundo nuevo.
Como Waldo Frank, como tantos otros americanos entre los cuales me incluyo, en Europa descubrió a América. Y renunció al sueldo diplomático para venir a trabajar rudamente en la obra iluminada y profética de anunciar y realizar el destino del mundo nuevo. La policía de su patria, capitaneada por un intendente escapado prematuramente de una novela posible de Tristan Marof, lo condenó al confinamiento en un rincón perdido de la montaña boliviana. Pero así como no se confina una idea, no se confina tampoco a un espíritu expansivo e incoercible como Tristan Marof. La policía paceña podía hacer encerrado a Tristan en un baúl, sin violentarlo, ni fracturarlo, para aparecer en la frontera, con una barba muy negra en la faz pálida. En la fuga, Tristan Marof habría siempre ganado la barba.
A algunos puede interesarlos el literato; a mi me interesa más el hombre. Tiene la figura prócer, aquilina, señera, de los hombres que nacen para hacer la historia más bien que para escribirla. Yo no lo había visto nunca; pero lo había encontrado muchas veces. En Milán, en París, en Berlín, en Viena, en Praga, en cualquiera de las ciudades donde, en un café o un mitin, he tropezado con hombres en cuyos ojos se leía la más dilatada y ambiciosa esperanza. Lenines, Trotskys, Mussolinis de mañana. Como todos ellos, Marof tiene el aire a la vez jovial y grave. Es un Don Quijote de agudo perfil profético. Es uno de esos hombres frente a los cuales no le cabe a uno duda de que darán que hablar a la posteridad. Mira a la vida, con una alegre confianza, con una robusta seguridad de conquistador. A su lado, marcha su fuerte y bella compañera. Dulcinea, muy humana y moderna, con ojos de muñeca inglesa y talla de walkyria.
Le falta a este artículo una cita de un libro de Marof. La sacaré de la “Justicia del Inca”. Escogeré estas líneas que hacen justicia sumaria de Alcides Arguedas; “Escritor pesimista, tan huérfano de observación económica como maniático en su acerba crítica al pueblo boliviano. Arguedas tiene todas las enfermedades que cataloga en su libro: hosco, sin emoción exterior, tímido hasta la prudencia, mudo en el parlamento, gran elogiador del general Montes... Sus libros tienen la tristeza del altiplano. Su manía es la decadencia. La sombra que no lo deja dormir, la plebe. Cuando escribe que el pueblo boliviano está enfermo, yo no veo la enfermedad. ¿De qué está enfermo? Viril, heroico de gran pasado, la única enfermedad que lo carcome es la pobreza”.
Esta es mi bienvenida y mi adiós a Tristan Marof, caballero andante de América.
José Carlos Mariátegui.

José Carlos Mariátegui La Chira

Carta de Omar Estrella, 30/11/1926

La Paz, 30 de noviembre de 1926
Señor José Carlos Mariátegui
Lima- Perú.
Compañero:
Simpatizante con la preciosa revista de su cargo, Amauta, cuyas tendencias reflejan hoy el ideal moderno de todas las juventudes conscientes de América, y entusiasta por la vigorosa campaña revolucionaria que se va realizando desde sus líneas en esa patria hermana, tengo a bien escribirle estos renglones que consultan el pensamiento de los demás compañeros de la Unión Latino-Americana de ésta, con el fin de hacer notoria nuestra unificación idealista, nuestra simpatía por esa juventud que sacrifica sus intereses personales en pro de un interés colectivo y de un bien continental, y nuestro aplauso sincero por los merecidos triunfos que día a día conquistan sus ideales en el alma de la raza.
En vista de que las juventudes de hoy, avanzan ligadas por la fuerza de un solo ideal, de una sola tendencia, nosotros sentimos acá la necesidad de comunicarnos mutuamente y hacer conocer nuestros sentimientos colectivos a los hermanos de todos los pueblos, para que, llegado el momento, formemos la sola voz, el solo acento que haga vacilar las bases de la antigua civilización, cuya ignorancia llena de podredumbre, obstruye con sus semillas de pasadismo el avance vigoroso de la vanguardia revolucionaria actual.
Es tiempo ya, de que todas las juventudes organizadas de América, alcen al unísono su voz enérgica de protesta contra la tiranía y el despotismo de las viejas clases burocráticas; es tiempo de que su brazo demoledor se cierna sobre la patria mezquina de los patrioteros, y construya sobre sus ruinas la Patria grande, inmensa, sin fronteras, sin intereses y sin odios nacionalistas.
Unámonos pues, y de ese modo, engrosaremos y fortaleceremos la más sacra y humanitaria cruzada del siglo presente.
Omar Estrella
Nota.- A continuación, le envío un ‘poema’ para Amauta. Por intermedio suyo, un abrazo fraternal a todos los compañeros de la vanguardia. Mi dirección: La Paz, Casilla 65.
poema
dolor que de puntillas
cruza mi propio sendero
esta noche han anclado todas las naves en mi recuerdo
y tus marineros gritando su dolor
se lanzaron a mi propio sendero
y aplacaron su sed con el licor de mi propio tormento
CAMPAÑERO DOLIENTE
tocaste mucho tiempo mis campanas de tedio
velero anochecido en todos mis mares
emoción amarrada a todos mis puertos
FUISTE
labrador incansable en todas mis eras
y abriste
un surco en mi existencia a todas las esperanzas de la vida
fuiste sol -–mucho tiempo–- y soleaste el paisaje
de un futuro mejor en el alma del tiempo.

Estrella, Omar