Item 1929-11-13 - Las novelas de Leonhard Frank: Karl y Ana

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Código de referencia

PE PEAJCM JCM-F-03-03-3.1-1929-11-13

Título

Las novelas de Leonhard Frank: Karl y Ana

Fecha(s)

  • 1929-11-13 (Creación)

Nivel de descripción

Item

Volumen y soporte

5 hojas (22.7 x 29.7 cm). Soporte papel.

Área de contexto

Nombre del productor

(1894-1930)

Historia biográfica

Nació el 14 de junio de 1894 en el departamento de Moquegua (Perú).
Para conocer más sobre la vida y obra de Mariátegui visitar: www.mariategui.org

Institución archivística

Historia archivística

Origen del ingreso o transferencia

Área de contenido y estructura

Alcance y contenido

I: Karl y Ana
¿Por qué no hablar de “Karl y Ana”, de Leonhard Frank, a propósito de los libros de guerra alemanas? “Karl y Ana”, novela y drama, no es catalogable entre los libros de guerra. Pero como “Siegfried” de Giraudoux, obra con la que se emparenta lejanamente en la historia “Karl y Ana” no podía haber sido escrita sin la guerra. Mi intento de lograr una interpretación poco heterodoxa del caso del profesor “Canella”, corresponde a los días en que leí “Karl y Ana”. Yo buscaba entonces la explicación de este caso, tan indescifrable para la policía Italiana, en la novela de Giraudoux, aunque no fuera sino para decepcionar a las que no creen que yo pueda entender sino marxistamente, y, en todo caso, como una ilustración de la teoría de la lucha de clases “L’apres-midi d’un faune” de Debussy. “Karl y Ana” me confirmaba en la sospechada de que Sigfried era el primer espécimen de una numerosa variedad bélica.
Leonhard no tiene todavía en el público hispano-americano la popularidad que con un libro ha ganado Erich María Remarque. No pienso que esto sea debido exclusivamente a la magnífica maquinaria de réclame de Ullstein cuyo perfecto funcionamiento aseguró a “Sin Novedad en el Frente” un tiraje de 600.00 ejemplares en Alemania. De Leonhard Frank no se ha traducido al español sino una de sus primeras novelas “La Partida de Bandoleros” (Editor Galpe, Traductor Manuel Pedroso). Se trata, sin embargo de uno de los más grandes novelistas de lengua alemana.
El de “Karl y Ana” es generalmente clasificado como un caso pirandelliano. El problema psicológico podría hacer sido del gusto del autor de “Cada uno a su manera”. Pero no se define nada cono colocar “Karl y Ana“ bajo el signo de Pirandello y Freud. Leonhard Frank emplea en esta novela -trasladada con gran fortuna a la escena- la más estricta técnica freudista: verbigracia en la descripción de los sueños. Puede ser que con esto tengan que ver algo Zurich y Viena, ciudades que lo han familiarizado con el psicoanálisis. Pero la realización artística en esta novela, como en todas las suyas, no debe nada a Pirandello ni a Freud: es toda de Leonhard Frank. Pirandello no habría podido dar a “Karl y Ana” ese clima poético, ese todo lírico que Frank obtiene con tan espontáneo don. Karl y Ana habían tenido, en una obra pirandelliana, ese acento de befa y de caricatura de que Pirandello, profundamente italiano en su filiación de autor para marionetas, no puede prescindir. Leonhard Frank emplea, en cambio, en la creación de estos personajes, los matices más puros de la ternura.
Karl y Richard, dos soldados alemanes prisioneros de los Rusos desde el comienzo de la guerra pasan cuatro años en un campo de concentración. Los dos son obreros, los dos tienen la misma edad, la misma talla y la tez morena de los metalúrgicos. Los diferencia el estado civil y la experiencia amorosa. Richard es casado. Hacía poco había desposado a una sólida, intacta y hacendosa muchacha de veintitrés años y se había instalado con ella en un pequeño departamento en la ciudad, cuando la guerra lo llevó al frente oriental. Karl y Richard, durante el verano, labran la tierra. Leonhard Frank nos ahorra la descripción de sus inviernos. Podemos imaginarlos como una larga y aburrida velada en la que las fantasías, los deseos y la sangre de los soldados carecen totalmente de estimulantes. El invierno en una “isba” del confín de la Rusia europea deben ser para dos obreros de usina, jóvenes y ardientes, una morosa noche polar en la que se congelan todos los recuerdos. En primavera, con el deshielo, empiezan a fluir de nuevo. Pero únicamente en verano, el olor y la temperatura de la tierra asoleada les devuelven toda su potencia. Richard, en este tiempo, no ha pasado de hablar a Karl de su mujer. Le ha contado toda su vida con ella. Le ha hecho de ella un retrato meticuloso, al que una evocación animada por el deseo ha dado una plasticidad perfecta y excitante. Poco a poco, Karl ha ido interesándose por esa mujer hasta enamorarse de ella. La ausencia de Ana llena la vigilia y el sueño de los dos hombres. Los dos sientes la nostalgia de su carne lozana, de su temperamento rescatado, de su belleza tranquila y modesta. Karl no ignora nada de Ana. Le basta cerrar los ojos para representársela exactamente. Richard se la ha descrito prolijamente hasta comunicarle agrandada su impaciencia por retornar a ella. Karl sabe que tiene el pecho muy blanco, las caderas y el vientre algo morenos como el cobre claro. El departamento, el menaje le eran también familiares. Sabía cuándo y cómo Richard había comprado cada uno de los enseres. Los muebles habían sido adquiridos a plazos y Ana debería haberse impuesto muchas economías y muchas fatigas para pagarlos. Una ausencia de cuatro años y una camaradería de guerra en la frontera de Asia revelan a un prisionero de toda reserva pudorosa, acerca de su esposa y de su hogar. Karl sabía que el atizador tenía un mango de cobre y Ana “tres pequeños lunares brunos como terciopelo”.
Con el cuarto verano, la confidencia había agotado sus secretos. La nostalgia de los dos prisioneros estaba en su grado extremo de intensidad. Expedido Richard con varios prisioneros a otro lugar, Karl se fuga del campo de concentración. Lo lleva a Alemania el deseo de Ana, la mujer de Richard. No se propone conquistarla con una farsa. “Su naturaleza estaba nostálgicamente tendida hacia un ser para el cual él podía ser la vida y que podía también ser la vida para él. Tenía el mismo oficio, la misma talla, el color de los cabellos y de los ojos, en tinte oscuro propio de los obreros metalúrgicos y aún, como Richard, las cejas particularmente tupidas y arqueadas; pero Karl no recordaba esto sino de manera superficial. Conocía el pasado de Ana acerca de Richard con detalles tan exactos como si lo hubiera vivido. Estaba pleno de esta mujer. Ella se había transformado, en su imaginación, en el país natal, en aquello que todo ser busca al lado de otro ser. Él la amaba”. Y, cuando llega donde Ana, este sentimiento hace invencible y natural su presencia, su entrada en una intimidad de la que nada ignora. Karl ha tomado de Richard, en su luengo coloquio, algo que no es solo psíquico sino físico. Era tan fuerte y vital el sentimiento que lo ponía delante de esta mujer, que Ana no podía resistirle. La escena de este encuentro, de tan rápidas transiciones psicológicas, está escrita con la maestría única de Leonhard Frank. Nada nos sorprende en el desenlace. Todas las palabras, todos los gestos corresponden a los que una profunda intuición nos hace esperar.
“¿Y bien Ana, no me crees?... Y yo que no conozco sino a ti en el mundo... Sobre su sonrisa pasó la corriente cálida de la vida, todas las desgracias y todas las venturas; y la mentira se convirtió para él en la verdad cuando agregó: “Tú eres mi mujer”. Ana sabía que este hombre no decía la verdad y al mismo tiempo presentía en sus palabras un sentimiento verdadero. Con las manos cruzadas sobre el pecho estaba ahí desamparada, puesto que el extraño estaba sentado sobre la silla, no le era absolutamente extraño”.
Una carta de la administración militar había comunicado a Ana que Richard había muerto el 4 de setiembre de 1914. Karl podía destruir esta prueba débil y formal con la convicción serena del que posee la verdad. Cuando en Ana se revelaba tímidamente la razón, el desembarazo y la soltura con que este hombre, impregnado de su intimidad, se movía en su presencia y reconocía todos los objetos, contenía y relajaba su reacción. Dos elementos se combinaban y se alteraban en a función de ambos destinos. Karl no tenía el propósito de triunfar de la resistencia de esta mujer por la simulación. Pero, cuando ella recordó con amor a su marido, a quien no había podido olvidar, los celos se apoderaron de Karl, que empezó a mentir de una manera consciente “empujado por el miedo de perder a esta mujer que creía ya conquistada”.
Karl ocupa sin violencia el lugar de Richard. Todos los impulsos vitales de Ana se rebelan de golpe contra su larga soledad. Karl la conquista con un amor, que en parte es el de Richard. Karl y Ana se aman. Para los vecinos, él es Richard que ha regresado. Y cuando toda ficción es ya innecesaria entre los dos, la verdad de su amor basta para unirlos definitivamente. El regreso de Richard no puede ya nada contra este vínculo de carne y espíritu.
Pero no es sólo en el Siegfied moderno, inverosímil y humorístico de Giraudoux con el que Karl nos hace pensar por abstracta asociación de casos post-bélicos. Benjamin Cremieux se remonta, -en una crítica de “La Nouvelle Revue Francaise” sobre la pieza teatral hasta el Siegfried mitológico. Piensa, asistiendo al drama de Karl, en el más antiguo y clásico Siegfried germano. “Bajo su aspecto modesto y despojado bajo el feldgrau de Karl, percibo a Siegfried -escribe- y esta Ana que él viene a buscar al fondo de la humilde cocina es Brunhilda. El duo del amor que canta es el de Tristán e Isolda y Richard es un irrisorio rey Manrique que ha vertido a Karl en palabras el filtro del amor. Es toda la profunda Germania la que viene a nosotros una vez más, la Alemania a la vez sobrehumanamente pura y espesamente, cósmicamente animal”.

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  • español

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Documento mecanografiado con correcciones a mano realizadas por el mismo autor.

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El documento original se encuentra custodiado por el Archivo José Carlos Mariátegui.

Existencia y localización de copias

Puede obtener el documento en formato JPEG en el siguiente link:
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Nota de publicación

Publicado originalmente en:
-Mariátegui J. C. (13 de noviembre de 1929). Karl y Ana, por Leonhard Frank. Variedades, 25(1132).
-Mariátegui J. C. (1950). El alma matinal y otras estaciones del hombre de hoy. Lima: Biblioteca Amauta.

Área de notas

Notas

-El documento fue compilado por Mariátegui, poco antes de su muerte, para ser publicado en lo que sería su libro "El Alma Matinal y otras estaciones del hombre de hoy.
-Este manuscrito y otros más, fueron encontrados por los hijos de Mariátegui, los cuales sirvieron para la publicación de las Obras Completas por la Empresa Editora Amauta en 1950.

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Completo

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2020-05-22

Idioma(s)

  • español

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