La lucha final [Recorte de prensa]
- PE PEAJCM JCM-F-03-3-3.3-1925-03-20
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- 1925-03-20
Parte deFondo José Carlos Mariátegui
La lucha final
José Carlos Mariátegui La Chira
La lucha final [Recorte de prensa]
Parte deFondo José Carlos Mariátegui
La lucha final
José Carlos Mariátegui La Chira
Parte deFondo José Carlos Mariátegui
La lucha final
I
Magdeleine Marx, una de las mujeres de letras más inquietas y más modernas de la Francia contemporánea, ha reunido sus impresiones de Rusia en un libro que lleva este título: “C’est la lutte finale...” La Frase del canto de Eugenio Pottier adquiere un relieve histórico. “¡Es la lucha final!”
El proletariado ruso saluda la revolución con este grito que es el grito ecuménico del proletariado mundial. Grito multitudinario de combate y de esperanza que Magdeleine Marx ha oído en las calles en las calles de Moscú y que yo he oído en las calles de Roma, de Milán, de Berlín, de París, de Viena y de Lima. Toda la emoción de una época está en él. Las muchedumbres revolucionarias creen librar la lucha final.
¿La libran verdaderamente? Para las escépticas criaturas del orden viejo esta lucha final es sólo una ilusión. Para los fervorosos combatientes del orden nuevo es una realidad. Au dessus de la melée, una nueva y sagaz filosofía de la historia nos propone otro concepto: ilusión y realidad. La lucha final de la estrofa de Eugenio Pottier es, al mismo tiempo, una realidad y una ilusión.
Se trata, efectivamente, de la lucha final de una época y de una clase. El progreso -o el proceso humano- se cumple por etapas. Por consiguiente, la humanidad tiene perennemente la necesidad de sentirse próxima a una meta. La meta de hoy no será seguramente la meta de mañana; pero, para la teoría humana en marcha, es la meta final. El mesiánico milenio no vendrá nunca. El hombre llega para partir de nuevo. No puede, sin embargo, prescindir de que la nueva jornada es la jornada definitiva. Ninguna revolución prevé la revolución que vendrá después, aunque en la entraña porta su germen. Para el hombre, como sujeto de la historia, no existe sino su propia y personal realidad. No le interesa la lucha abstractamente sino su lucha concretamente. El proletariado revolucionario, por ende, vive la realidad de una lucha final. La humanidad, en tanto, desde un punto de vista abstracto, vive la ilusión de una lucha final.
II
La revolución francesa tuvo la misma idea de su magnitud. Sus hombres creyeron también inaugurar una era nueva. La Convención quiso gravar para siempre en el tiempo, el comienzo del milenio republicano. Pensó que la era cristiana y el calendario gregoriano no podían contener a la República. El himno de la revolución saludó el alba de un nuevo día: “le jour de gloire est arrivé”. La república individualista y jacobina aparecía como el supremo desiderátum de la humanidad. La revolución se sentía definitiva e insuperable. Era la lucha final. La lucha final por la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad.
Menos de un siglo y medio ha bastado para que este mito envejezca. La Marsellesa ha dejado de ser un canto revolucionario. El “día de la gloria” ha perdido su prestigio sobrenatural. Los propios factores de la democracia se muestran desencantados de la prestancia del parlamento y del sufragio universal. Fermenta en el mundo otra revolución. Un régimen colectivista pugna por reemplazar el régimen individualista. Los revolucionarios del siglo veinte se aprestan a juzgar sumariamente la obra de los revolucionarios del siglo dieciocho.
La revolución proletaria es, sin embargo, una consecuencia de la revolución burguesa. La burguesía ha creado, en más de una centuria de vertiginosa acumulación capitalista, las condiciones espirituales y materiales de un orden nuevo. Dentro de la revolución francesa se anidaron las primeras ideas socialistas. Luego, el industrialismo organizó gradualmente en sus usinas los ejércitos de la revolución. El proletariado, confundido antes con la burguesía en el estado llano, formuló entonces sus reivindicaciones de clase. El seno pingüe del bienestar capitalista alimentó el socialismo. El destino de la burguesía quiso que ésta abasteciese de ideas y de hombres a la revolución dirigida contra su poder.
III
La ilusión de la lucha final resulta, pues, una ilusión muy antigua y muy moderna. Cada dos, tres o más siglos, esta ilusión reaparece con distinto nombre. Y, como ahora, es siempre la realidad de una innumerable falange humana. Posee a los hombres para renovarlos. Es el motor de todos los progresos. Es la estrella de todos los renacimientos. Cuando la gran ilusión tramonta es porque se ha creado ya una nueva realidad humana. Los hombres reposan entonces de su eterna inquietud. Se cierra un ciclo romántico y se abre el ciclo clásico. En el ciclo clásico se desarrolla, estiliza y degenera una forma que, realizada plenamente, no podrá contener en sí las nuevas formas de la vida. Sólo en los casos en que su potencia creadora se enerva, la vida dormita, estancada, dentro de una forma rígida, decrépita, caduca. Pero estos éxtasis de los pueblos o de las sociedades no son ilimitados. La somnolienta laguna, la quieta palude, acaba por agitarse y desbordarse. La vida recupera entonces su energía y su impulso. La India, la China, la Turquía contemporáneas son un ejemplo vivo y actual de estos renacimientos. El mito revolucionario ha sacudido y ha reanimado, potentemente, a esos pueblos en colapso. El Oriente se despierta para la acción. La ilusión ha renacido en su alma milenaria.
IV
El escepticismo se contentaba con contrastar la irrealidad de las grandes ilusiones humanas. El relativismo no se conforma con el mismo negativo e infecundo resultado. Empieza por enseñar que la realidad es una ilusión; pero concluye por reconocer que la ilusión es, a su vez, una realidad. Niega que existan verdades absolutas: pero se da cuenta de que los hombres tienen que creer en sus verdades relativas como si fueran absolutas. Los hombres han menester de certidumbre. ¿Qué importa que la certidumbre de los hombres de hoy no sea la certidumbre de los hombres de mañana? Sin un mito los hombres no pueden vivir fecundamente. La filosofía relativista nos propone, por consiguiente, obedecer a la ley del mito.
Pirandello, relativista, ofrece el ejemplo adhiriéndose al fascismo. El fascismo seduce a Pirandello porque mientras la democracia se ha vuelto escéptica y nihilista, el fascismo representa una fe religiosa, fanática, en la Jerarquía y la Nación. (Pirandello que es un pequeño-burgués siciliano, carece de aptitud psicológica para comprender y seguir el mito revolucionario). El literato de exasperado escepticismo no ama en la política la duda. Prefiere la afirmación violenta, categórica, apasionada, brutal. La muchedumbre, más aún que el filósofo escéptico, más aún que el filósofo relativista, no puede prescindir de un mito, no puede prescindir de una fe. No le es posible distinguir sutilmente su verdad de la verdad pretérita o futura. Para ella no existe sino la verdad. Verdad absoluta, única, eterna. Y, conforme a esta verdad, su lucha es, realmente, una lucha final.
El impulso vital del hombre responde a todas las interrogaciones de la vida antes que la investigación filosófica. El hombre iletrado no se preocupa de la relatividad de su mito. No le sería dable siquiera comprenderla. Pero generalmente encuentra, mejor que el literato y que el filósofo, su propio camino. Puesto que debe actuar, actúa. Puesto que debe creer, cree. Puesto que debe combatir, combate. Nada sabe de la relativa insignificancia de su esfuerzo en el tiempo y en el espacio. Su instinto lo desvía de la duda estéril. No ambiciona más que lo que puede y debe ambicionar todo hombre: cumplir bien su jornada.
José Carlos Mariátegui
José Carlos Mariátegui La Chira
El éxito mundano de Beltran Masses [Recorte de prensa]
Parte deFondo José Carlos Mariátegui
El éxito mundano de Beltran Masses
I
Llegan hasta esta ciudad sudamericana eventuales ecos del éxito mundano del pintor catalán Federico Beltrán Massés. El público de las revistas limeñas sabe, por esos ecos fragmentarios, que Beltrán Massés ha triunfado en París y en Nueva York. Que nuestro ilustre compatriota Ventura García Calderón es uno de los heraldos de su gloria. Y que Camille Mauclair ha saludado con una enfática aclamación el advenimiento del nuevo genio. Poco le falta, por consiguiente, al público de las revistas limeñas para clasificar mentalmente a Beltrán Massés entre los primeros pintores de España y del mundo y para atribuirle un puesto en la jerarquía de Velásquez y de Goya o, al menos, de Zuloaga.
Beltrán Massés resulta en todo caso —aunque no sea sino a través de algunos artículos y de algunos fotograbados— un pintor conocido de nuestro público. Y, además, un pintor de cuya calidad se ha hecho fiador Ventura García Calderón. No es inoportuno ni es inútil, por ende, enfocar, en esta revista, la personalidad de Beltrán Massés. Puesto que hasta Lima arriba su fama, los que aquí conocemos la obra de Beltrán Massés podemos decir nuestra opinión sobre su mérito.
II
¿Dónde y cuándo he conocido la pintura de Beltrán Massés? En la Exposición Internacional de Venecia de 1920. Beltrán Massés estuvo exuberantemente representado en esa Exposición. La "mostra individuale" de Beltrán Massés, en Venecia, fue, precisamente, el punto de partida de su éxito internacional. Presentó a un mundo cosmopolita veintidós cuadros del pintor mediterráneo, que ocupaban enteramente la V Sala de la Exposición. Entre estos cuadros se contaban la "Maja maldita" y otras majas de decisiva influencia en la reputación de Beltrán Massés.
Visité varias veces la Exposición. Me detuve siempre algunos minutos en la sala de Beltrán Massés. No conseguí nunca que su arte me emocionara o me atrajera. Y cuando un crítico escribió que Beltrán Massés era un Guido da Verona de la pintura, di toda mi adhesión espiritual a este juicio. Sentí concisa y nítidamente formulada mi propia impresión sobre el arte del pintor de estas majas invertebradas y literarias.
La Exposición reunía en Venecia a un egregio conjunto de obras de arte moderno. Cuadros de Paul Cezanne, Ferdinand Hodler, Vicent Van Gogh, Paul Signac, Henri Matisse, Albert Marquet, Antonio Mancini, etc. Esculturas de Alexandre Archipenko. En esta compañía un Beltrán Massés no podía destacarse.
III
En verdad el caso Beltrán Massés y el caso Guido da Verona se parecen extraordinariamente. Son dos casos parejos, dos casos paralelos. Guido da Verona es el Beltrán Massés de la literatura. Como a Beltrán Massés, a Guido da Verona no es posible negarle algunas facultades de artista. (Giovanni Papini y Ferdinando Paolieri, literatos de severo gusto y de honrado dictamen, en su Antología de modernos poetas italianos, han acordado un pequeño puesto a Guido da Verona). Pero el arte de Guido da Verona es de una calidad equívoca, de un valor feble y de un rango menos que terciario. Lo mismo que el arte de Beltrán Massés. Ambos, el literato italiano y el pintor español, representan la libídine perversa de la post-guerra. El deliquio sensual de una burguesía de nuevos ricos. La lujuria lánguida y morbosa de una época de decadencia.
Todo el éxito de Beltrán Massés proviene de que Beltran Massés ha hecho en la pintura las Mismas cosas que Guido da Verona en la literatura.
IV
No se piense siquiera que en Beltrán Massés se condensa o se expresa toda una época de decadencia. No. El arte de Beltrán Massés es sólo un episodio de la decadencia. Es una anécdota trivial de la decadencia de la decadencia. La pintura contemporánea se anarquiza en una serie de estilos bizarros y de escuelas precarias. Más, cada uno de estos estilos, cada una de estas escuelas constituye una búsqueda noble, una "recherche" inteligente. Los pintores de vanguardia, extrañamente poseídos por el afán de descubrir una verdad nueva, recorren austeramente penosos y miserables caminos. Eliminan de su arte todos los elementos sospechosos de afinidad con el gusto banal de una burguesía pingüe y rastacuera. En cambio, Beltrán Massés conforma sus cuadros y su estética a este gusto mediocre. Esta es la razón de su éxito. Éxito que ya he llamado éxito mundano. Y que no es nada más que eso. Éxito de salón. Éxito de boulevard.
V
Las "majas" de Beltrán Massés son unas lánguidas y delicuescentes flores del mal. No se descubre nada hondo, nada trágico, nada humano en estas majas con carne y ánima de "cocottes". Nada hay de común entre las majas de Beltrán y las de Goya. Estas blandas horizontales no son ni pueden ser las protagonistas de ningún drama español. Heroínas de "music-hall", aguardan pasivamente la posesión de un "nuevo rico".
La España de Beltrán Massés es una España enervada, emasculada, somnolienta, en perenne deliquio.
VI
Los personajes de Beltrán Massés viven en la sombra. Tienen probablemente la sensibilidad refinada y enfermiza de las pequeñas almas de Paul Geraldy. Parece que, a media voz, musitan, displicentemente, las mismas cosas:
«Blaisse un peu l'abat jour, veuxtu? Nos serons mieux.
C'est dans l'ombre que les coeurs causent,
et l´on voit beaucoup mieux les yeux
quand on volt un peu moins les choses».
Laxitud mórbida de nervios que no se sienten bien sino en la sombra. La sombra es el contorno natural de las mujeres de Beltrán Massés. En la sombra brillan mejor los ojos, las gemas y los colores excitantes. En la sombra se delinean, con más contagiosa lujuria, los pechos, los vientres, los pubis, las ancas, los muslos. Beltrán Massés administra y dosifica diestramente sus sombras y sus colores. Y así como no ama la plena luz tampoco ama el desnudo pleno. El desnudo es púdicamente casto o salvajemente voluptuoso. La pintura de Beltrán Massés, por consiguiente, no puede crearlo. El semidesnudo, en tanto, encuentra en esta pintura un clima propicio, un ambiente adecuado. Clima de tibia voluptuosidad. Ambiente de lujuria fatigada, cerebral, estéril.
Ventura García Calderón recuerda, a propósito del arte de Beltrán Massés, una frase de Fromentin sobre el arte de Rembrandt: "Con la noche hizo el día". Beltrán Massés adquiere, en la prosa de Ventura García Calderón, el prestigio un poco esotérico de un pintor de la noche. Pero la tentativa de evocar a Rembrandt, ante los cuadros de Beltrán Massés, me parece totalmente vana. La noche de los personajes de Beltrán Massés es una noche lánguida, mediocre, neurasténica. El arte de Beltrán Massés se refugia en la noche porque es demasiado débil y anémico para resistir la luz fecunda y fuerte del día. Sólo en la sombra pueden brillar las luces extrañas de su pirotecnia. El claroscuro ambiguo de la Maja maldita, de Beltrán Massés, no es jamás el claroscuro enérgico de "La Ronda de Noche", de "Lección de Anatomía", de los retratos de Saskia y de los otros potentes cuadros de Rembrandt.
La pintura venérea, la pintura pornográfica de Beltrán Massés, exhala el efluvio mórbido de una época de decadencia.
José Carlos Mariátegui
José Carlos Mariátegui La Chira
Divagaciones sobre el tema de la latinidad [Recorte de prensa]
Parte deFondo José Carlos Mariátegui
Divagaciones sobre el tema de la latinidad
I
José Vasconcelos, en un artículo de su revista "La Antorcha", nos propone que reneguemos del latinismo. Mi pensamiento sobre este tópico coincide casi completamente con el del maestro mexicano. Más de uno de mis artículos bosqueja mi oposición a la tesis de la latinidad de nuestra América. Vasconcelos no enfoca esta tesis. Prefiere, en su escritorio, repudiar netamente todo el espíritu de la civilización y del mundo latinos. Pero quizá habría servido mejor su idea si hubiese empezado por desnudar la ficción de nuestra latinidad. Lo primero que conviene esclarecer y precisar es que no somos latinos no tenemos ningún efectivo parentesco histórico con Roma. Los "supuestos países latinos" de América, como los llama Vasconcelos, necesitan saberse diferentes del mundo latino, extraños al mundo latino, para quererlo y estimarlo un poco menos.
Nos suponemos latinos porque hablamos un idioma latino. España nos inyectó sangre ibera, árabe y hasta goda; pero no sangre latina. Y las corrientes europeas que hemos recibido durante el último siglo tampoco nos la han traído. Existe algún porcentaje de latinidad en Argentina y el Uruguay; mas ese magro porcentaje no nos autoriza a declarar latina a toda nuestra América. Y, sobre todo, ni en la psicología ni en la mentalidad del hombre hispano-americano se descubren los rasgos de la mentalidad y la psicología del hombre Latium.
He sentido, en tierra latina, toda la fragilidad de la mentira que nos anexa espiritualmente a Roma. El cielo azul del Latium, los dulces racimos de los Castillos Romanos, la miel de las abejas de oro de Frascati, la poesía sensual del paisaje de la égloga, embriagaron dionisiacamente mis sentidos; pero mi espíritu se reconoció distante de la euforia y de la claridad de la gens latina. Italia, la maravillosa Italia, me italianizaba un poco; pero no me latinizaba, no me romanizaba. Y un día en que, entre las ruinas, de las termas, de Paolo Emilio, los representantes de todas las sedicentes naciones latinas celebraban en un banquete el Natale de Roma comprendí cuan extranjeros éramos en esa fiesta los hispano americanos. Percibí nítida y precisamente la artificiosidad del arbitrario y endeble mito de nuestro parentesco con Roma. Roma conmemoraba en esa fecha su fundación, su navidad, su nacimiento. Y en el banquete de las termas de Paolo Emilio los representantes de doce o quince pueblos hispanoamericanos declarábamos nuestra esa fecha. Estos pueblos aparecían, en ese cuadro vivo, como descendientes del viejo tronco romano. Remo Rómulo, la loba nodriza, las águilas imperiales y los gansos del Capitolio resultaban formalmente incorporados en nuestra historia. Hispano-América adoptaba la Navidad de Roma como el prólogo de la historia hispano-americana. Roma nos consentía sentirnos y decirnos heredereros de una parte de su gloria. La prosa de Marco Tulio Cicerón, la poesía de Horacio y el genio político y militar de César quedaban insertados en nuestra genealogía. Mi alma, mi consciencia, subitamente iluminadas, se rebelaron desde entonces contra la ficción de nuestra latinidad.
En Hispano-América se combinan varias sangres, varias razas. El elemento latino es, acaso, el más exiguo. La literatura francesa es insuficiente para latinizamos. El "claro genio latino" no está en nosotros. Roma no ha sido, no es, no será nuestra. Y la gente de este flanco de la América Española no sólo no es latina. Es, más bien, un poco oriental, un poco asiática.
II
Espiritual, ideológicamente, los espíritus de vanguardia no pueden, por otra parte, simpatizar con el viejo mundo latino. A las vehementes razones de Vasconcelos se debe agregar otras más actuales.
El fenómeno reaccionario se alimenta de tradición latina. La Reacción busca las armas espirituales e ideológicas en el arsenal de la civilización romana.
El fascismo pretende restaurar el Imperio. Mussolini y sus camisas negras han resucitado en Italia el hacha del lictor, los decuriones, los centuriones, los cónsules, etc. El léxico fascista está totalmente impregnado de nostalgia imperial. El símbolo del fascismo es el "fasciolitorio". Los fascistas saludan romanamente a su César.
Las divagaciones de los teóricos del fascismo, cuando atribuyen a esta facción una mentalidad medioeval y católica, podrían extraviarnos o desorientarnos un poco si, al manifestarnos su odio a la Reforma, el Renacimiento y el liberalismo, no nos condujesen, después de un capcioso rodeo, a la constatación de que el ánima anticristiana del fascismo se siente filocatólica porque encuentra en la Iglesia Católica rasgos evidentes y profundos de romanismo. El Renacimiento es responsable, ante los teóricos fascistas, de haber engendrado la idea liberal, calificada por ellos de idea disolvente. La idea liberal ha destruido el antiguo poder de la jerarquía y de la autoridad, consideradas por los teóricos fascistas como bases perennes del orden social. Y el fascismo se propone la reconstrucción de la jerarquía y la autoridad. Por esto, halla en Roma, en la civilización latina, sus raíces espirituales.
El fascismo, en cuya mentalidad flotaba al principio el anticlericalismo de los manifiestos futuristas, se ha aproximado luego a la Iglesia Católica, no por lo que tiene de cristiana sino de romana. La Iglesia Católica no solo es para el fascismo, una ciudad la del principio de jerarquía y del principio de autoridad. Es, además, una organización conquistadora e imperialista que mantiene y difunde en el mundo, a través de su doctrina, el poder de Roma. Mussolini la ha saludado hace tres años, en un discurso político como una fuerza potente y única de expansión de la italianidad.
III
Pero no es éste el único hecho que acredita la tendencia de la reacción a refugiarse en la ideología de la civilización latina. Otro hecho del mismo sentido histórico es el esfuerzo de la reacción por restablecer en la instrucción las normas y los estudios clásicos.
La reforma Gentile, que ha reorganizado en Italia la enseñanza sobre estas bases, ha sido llamada por Mussolini "la más fascista de todas las reformas fascistas". El fascismo, por medio de esa reforma y de otros actos de su Mítica educacional, quiere restaurar en la enseñanza la influencia de la Iglesia Católica y el espíritu del Imperio Romano. El latinismo tiene hoy en la escuela una función netamente conservadora. La Reacción lo ha comprendido así no sólo en Italia sino también en Francia. La reforma Berard se inspiró en los mismos intereses políticos que la reforma Gentile. Disfrazados de humanistas, los filósofos y literatos de la reacción trabajan, en verdad, por resucitar el decaído prestigio de la jerarquía y la autoridad y atiborrar de latín y de clásicos la inteligencia de las generaciones jóvenes. Se vuelve a los estudios clásicos con fines reaccionarios. Este rumbo de la política burguesa no es totalmente nuevo. Ya Jorge Sorel, en su libro "La ruina del mundo antiguo", denunciaba la inclinación de la política burguesa a "limitar la búsqueda científica y preservar del socialismo la nueva generación, mediante la educación clásica".
IV
La aserción de Vasconcelos de que "directamente de Roma procede el capitalismo moderno", me parece una aserción demasiado absoluta. El imperialismo romano y el imperialismo moderno son dos fenómenos equivalentes. Nada más. El desarrollo del capitalismo no se ha nutrido de la ideología del Imperio. Todo lo contrario. La levadura espiritual del movimiento capitalista han sido la Reforma y el liberalismo. Lo prueba, entre otras cosas, el hecho de que los países donde ambas ideas tienen más antiguo y definido arraigo —Inglaterra, Alemania y Estados Unidos—, sean los países donde el capitalismo ha alcanzado su plenitud. La libre concurrencia, el libre tráfico, etc., han sido indispensables para el desarrollo capitalista. Todas las reivindicaciones humanas formuladas en nombre de la Libertad, que han libertado al individuo de las coacciones del Estado, la Iglesia, etc., han representado, concreta y prácticamente, un interés de la clase burguesa, dueña del dinero y de los instrumentos de producción. El crecimiento del capitalismo y del industrialismo requiere un ambiente de libertad. La jerarquía y la autoridad, fundadas en la fuerza o en la fe, le resultan intolerables. Dentro del régimen capitalista, no caben sino la jerarquía y la autoridad del dinero. Por consiguiente, al renegar el liberalismo y la democracia, la burguesía reniega sus propias raíces espirituales e históricas. La restauración del condottierismo y del cesarismo, que concentra todo el poder en manos de jefes fanáticos, subordina la economía a la política, contrariando los fundamentos del orden capitalista, dentro del cual la política se encuentra subordinada a la economía. Igualmente, la adopción en la enseñanza secundaria y superior de una orientación clásica, es opuesta al interés de la civilización capitalista, cuya potencia no puede ser mantenida sino por generaciones educadas técnica y profesionalmente. La crisis capitalista no encontrará, por cierto, su remedio en el estudio de las Humanidades.
El capitalismo moderno, en suma, no procede del Imperio Romano. Se ha alimentado, durante su crecimiento, de una ideología distinta. La resurrección de las normas y los principios de la civilización latina marcan en la historia del capitalismo moderno un período de decadencia. La Reacción, —desconociendo que la democracia es la forma política del capitalismo—, pugna por revivir una forma política caduca que no puede contenerlo. (La experiencia fascista ilustra ampliamente este concepto). La política reaccionaria y la economía capitalista, en una palabra, se contradicen. En esta contradicción se debaten los Estados occidentales. No resulta, por ende, que la sociedad capitalista provenga del romanismo sino, más bien que muere del romanismo que la ha invadido en su decadencia.
V
¿Qué elementos vitales podemos buscar pues, en la latinidad? Nuestros orígenes históricos no están en el Imperio. No nos pertenece la herencia de César; nos pertenece, más bien la herencia de Espartaco. El método y las máquinas del capitalismo nos vienen, principalmente, de los países sajones. Y el socialismo no lo aprenderemos en los textos latinos.
El III Congreso Científico Pan-Americano nos ha recomendado el estudio obligatorio del latín en la enseñanza secundaria. Este voto de un congreso al mismo tiempo científico y pan-americano engendrará probablemente en nuestra América más de una tropical caricatura de la reforma Berard o de la reforma Gentile que, indigestándonos de humanidades estimulará la reproducción de la copiosa fauna de charlatanes y retores que encuentra en nuestro continente, climas tan favorables y propicios. Pero ni el idioma latino ni la fiesta de la raza conseguirán latinizarnos. Y los hombres nuevos de nuestra América sentirán cada vez más, la necesidad de desertar las paradas oficiales del latinismo.
José Carlos Mariátegui
José Carlos Mariátegui La Chira
Serpentinas [Recorte de prensa]
Parte deFondo José Carlos Mariátegui
Serpentinas
I
Los tres días de neo-carnaval son, en verdad, tres días únicos de educación democrática. Cada pueblo del Perú tiene sus reinas, cada reina sus azafatas, cada azafata sus trovadores. Poco falta para que todos los peruanos se conviertan en reinas y reyes, azafatas y trovadores. La realeza y sus categorías anexas se ponen al alcance del Demos. Las usanzas, los fueros y las coronas de la aristocracia se democratizan.
Esta familiaridad periódica con la realeza esta profusión anual de monarquías, son, seguramente, saludables y pedagógicas. Hacen de la monarquía un artículo de carnaval.
II
El nuevo estilo del carnaval tiene, sin embargo, una desventaja. Las monarquías se vuelven una cosa festiva; pero los carnavales
se vuelven una cosa seria. Lima parece próxima a no tomar en serio la realeza; pero a tomar, en cambio, un poco en serio el carnaval. El carnaval empieza a adquirir la solemnidad de un rito. El humorismo de Lima corre, en este episodio anual, el grave riesgo de ser desmentido. Vamos a constatar, finalmente, que Lima no es una ciudad humorista, sino solo una ciudad un poco maliciosa. Que Lima es, tal vez, algo precoz; pero siempre muy infantil.
III
El neo-carnaval debería consternar a nuestros pasadistas. Los disfraces nos enseñan que el pasado no puede resucitar sino carnavalescamente. El Pasado es una guardarropía. No es posible restaurar el Pasado. No es posible reinventarlo. Es posible, únicamente parodiarlo. En nuestra retina, el Presente es una instantánea; el Pasado es una caricatura.
IV
La vida no readmite el Pasado sino en el carnaval o en la comedia. Únicamente en el carnaval reaparecen todos los trajes del Pasado. En esta restauración festiva precaria no suspira ninguna nostalgia: ríe a carcajadas el Presente.
Iconoclastas no son, por ende, los hombres: iconoclasta es la vida.
V
En el carnaval conviven la moda del Renacimiento y la moda rococó con la moda moderna. El carnaval, en apariencia, anula el tiempo: pero, en realidad, lo contrasta. Un traje de cruzado, que en la Edad Media era un traje dramático, en nuestra edad es un traje cómico.
VI
El carnaval ha reforzado su guardarropía con los disfraces ku-klux-klan. Esta es otra prueba de que el ku_klux-klan pertenece, inequívocamente, al Pasado. El carnaval ha clasificado el traje ku-klux-kl.an como un traje cómico. Como un traje de baile de máscaras. Indudablemente, el carnaval es revolucionario. Parodia y mima un episodio de la Reacción.
VII
La democracia de París se somete de buen grado, en carnaval, al reinado de una dactilógrafa o de una modista. La autoridad de una "midinette'' resulta, en estos días, más efectiva y más extensa que la de una princesa orleanista de la clientela de "L'Action Francaise". El Demos es como aquel personaje de Bernard Shaw –Pigmalion– que gustaba de tratar a una duquesa como si fuera una florista y a una florista como si fuese una duquesa. La revolución rusa, por ejemplo, de más de una duquesa ha hecho una kellnerin. A Clovis –reaccionario convicto– y a mi –revolucionario confeso– nos ha servido el café, en un restaurant de Roma, una de estas kellnerinas.
VIII
Si un traje de la corte de Luis XV es, en nuestro tiempo, un traje de carnaval, una idea de la corte de Luis XV debe ser también una idea de carnaval. ¿Por qué si se admite que han envejecido los trajes de una época, no se admite igualmente que han envejecido sus ideas y sus instituciones? La equivalencia histórica de una enagua de Madame Pompadour y una opinión de Luis XV me parece absoluta. (La influencia de Oswald Spengler es extraña a este juicio).
IX
La monarquía se ha realizado en el Perú, carnavalescamente, un siglo después de la república. Ameno y tardío epílogo del diálogo polémico de los políticos de la revolución de la Independencia.
X
A los nacionalistas a ultranza les tocaría reivindicar los derechos del acuático carnaval criollo. Les tocaría protestar contra este neocarnaval postizo y extranjero. Prefieren probablemente adherirse a la tesis de que el nuevo carnaval es "un progreso de nuestra cultura".
XI
Valdelomar olvidó esta constatación en sus diálogos máximos: —El ático Momo se llama aquí Ño Carnavalón. Los tres días de carnaval son tres días del Demos. La fiesta de carnaval es una fiesta de la calle. Sin embargo, la figura de la Libertad jacobina, de la Libertad del gorro frigio, no se libra de la burla carnavalesca. Síntoma de que la Libertad no es ya una figura moderna, sino, más bien, una figura clásica, anciana, inactual, un poco pasada de moda. Es indicio de un próximo golpe de estado en el carnaval. Este golpe de estado derrocará a la monarquía y proclamará, en los dominios del carnaval, la república. A partir de entonces no se elegirá una reina sino una presidente de la república del carnaval. Las reinas y sus cortes, con gran desolación de los trovadores románticos, resultarán monótonas y anticuadas. El humorista carnaval enriquecerá su técnica con las formas democráticas y republicanas, envejecidas en la política. Ese será el último episodio de la decadencia de la democracia.
José Carlos Mariátegui
José Carlos Mariátegui La Chira
La revisión de la obra de Anatole France [Recorte de prensa]
Parte deFondo José Carlos Mariátegui
La revisión de la obra de Anatole France
I
En los funerales de Anatole France, todos los estratos sociales y todos los sectores políticos quisieron estar representados. La derecha, el centro y la izquierda, saludaron la memoria del ilustre hombre de letras. Los sobrevivientes del pasado, los artesanos del presente y los precursores del porvenir coincidieron, casi unánimes, en este homenaje fúnebre. La vieja guardia del partido comunista francés escoltó por las calles de París los restos de Anatole France. Hubo pocas abstenciones. "Pravda", órgano oficial de la Rusia sovietista, declaró que la persona de Anatole France la vieja cultura tendía la mano a la humanidad nueva.
Pero este casi armisticio que en una época de aguda beligerancia, colocaba la figura de Anatole France por encima de la guerra de clases, no duró sino un segundo. Fue solo la ilusión de un armisticio. Algunos intelectuales de extrema derecha y de extrema izquierda sintieron la necesidad de esclarecer y de liquidar el equívoco. La juventud comunista francesa negó su voto a la gloria del maestro muerto. En un número especial de ''Clarté", cuatro escritores "clartistas" definieron agresivamente la posición anti-francista de su grupo. Y, por su parte, los representantes ortodoxos de la ideología reaccionaria, católica y tradicionalista separándose de Charles Maurras, rehusaron su acatamiento a Anatole France, únicamente a quien no podían perdonar, ni aun "in extrimis" el sentimiento anti-cristiano que constituye la trama espiritual de todo su arte.
De esta revisión de la obra de Anatole France, únicamente las críticas de la extrema izquierda tienen verdadero interés histórico. Que la Aristocracia y el Medioevo ex-comulguen a Anatole France, por su paganismo y su nihilismo, no puede sorprender absolutamente a nadie. Anatole France no fue nunca un literato en olor de santidad católica y conservadora. Su filiación socialista, situaba formalmente a France al lado del proletariado y de la revolución. France era comúnmente designado como un patriarca de los nuevos tiempos. La sola crítica nueva, la sola crítica iconoclasta que se formula contra su personalidad literaria es, por consiguiente, la que le discute y le cancela este título.
II
El documento más autorizado y característico de esta crítica es el panfleto de Clarté. Anatole France, como es notorio, dio su nombre y su adhesión al movimiento clartista. Suscribió con Henri Barbusse los primeros manifiestos de la Internacional del Pensamiento. Se enroló entre los defensores de la Revolución rusa. Se puso al flanco del comunismo francés. Su vejez, su fatiga, su gloria y su arterioesclerosis no le consintieron seguir a Clarté en su rápida trayectoria. Clarté marchaba aprisa, por una vía demasiado ruda, hacia la revolución. La culpa no era de Anatole France ni de Clarté. France pertenecía a una época que concluía; Clarté a una época que comenzaba. La historia, en suma, tenía que alejar a Clarté de Anatole France y de su obra. Hace diez meses, con motivo del jubileo de Anatole France, de "Clarté" estableció la distancia que la separaba del autor de "La Isla de los Pingüinos", unánimamente festejado entonces. Ese artículo preludiaba el juicio sumario de Anatole France que el reciente número especial de "Clarté" contiene. La obra de France encuentra su más severo tribunal en el grupo de intelectuales organizado o bosquejado bajo su auspicio. Esta circunstancia confiere a la crítica de "Clarté" un valor singular.
Marcel Fourrier no cree que se pueda establecer una distinción entre France hombre de letras y France hombre político. "Clarté" no puede pronunciarse sobre una obra, cualquiera que esta obra sea, sin examinarla desde un punto de vista social: "Sobre este plano —escribe— y con pleno conocimiento de causa, nosotros repudiamos la obra de France. Estamos animados en esta revista por una preocupación demasiado viva de probidad intelectual para poder hablar diversamente a un público que aprecia la nuestra franqueza. La obra de France niega toda la ideología proletaria de la cual ha brotado la Revolución Rusa. Por su escepticismo superior y su retórica untuosa, France se halla singularmente emparentado a todo el linaje de socialistas burgueses". Luego estudia Fourrier los móviles y los estímulos de la conducta de France en dos capítulos sustantivos de la historia francesa: la cuestión Dreyfus y la "gran guerra". En ambos instantes, France sostuvo la política de la unión sagrada. Su gaseoso pacifismo capituló ante el mito de la guerra por la Democracia. A este pacifismo no tornó sino después de 1917 cuando Romain Rolland, Henri Barbusse y otros hombres habían suscitado ya una corriente pacifista.
El "oportunismo mundano" de Anatole France es acremente condenado por Jean Bernier. Con mordacidad y agudeza maltrata la estética del maestro, que "ajusta sus frases, combina sus proporciones y carda sus epítetos", perennemente fiel a un gusto mitad preciosista, mitad parnasiano. "El hombre, sus instintos y sus pasiones, sus amores y sus odios, sus sufrimientos y sus esfuerzos, todo esto resulta extraño a esta obra". Bernier se opone, con tanta vehemencia como Fourrier, a toda tentativa de anexar la literatura de Anatole France a la ideología de la revolución.
Otro de los escritores de Clarté, Edouard Berth, discípulo remarcable de Jorge Sorel, ve en Anatole France uno de los representantes típicos del fin de una cultura. Piensa que las dos familias espirituales, en que se ha dividido siempre la Francia burguesa, han tenido en Barres y en Anatole France sus últimos representantes. La cultura burguesa —dice— ha cantado en la obra de ambos escritores su canto del cisne. Observa Berth que nadie ama tanto al maestro como "ciertas mujeres, judías cerebrales, grandes burguesas blasées, a quienes el epicureísmo, aliado a un misticismo florido y perfumado y a un revolucionarismo distinguido, hace el efecto de una caricia inédita; y ciertos curas en quienes el catolicismo es hijo del Renacimiento y de Horacio más que del Evangelio, prelados untuosos, finos humanistas y diplomáticos consumados de la corte romana".
Anatole France ha sido considerado siempre como un griego de las letras francesas. Contra este equívoco insurge Georges Michael, otro escritor, de Clarté, que desnuda la Grecia postiza de los humanistas franceses. La Grecia, que estos helenistas admiran y conocen, es la Grecia de la decadencia. Anatole France como todos ellos, se ha complacido y se ha deleitado en la evocación voluptuosa de la hora decadente, retórica, escéptica, crepuscular, de la civilización helénica.
III
Tales impresiones sobre el arte de Anatole France venían madurando, desde hace algún tiempo en la conciencia de los intelectuales nuevos. Ahora adquieren expresión y precisión. Pero, larvadas, bosquejadas, se difundían en la inteligencia y en el espíritu contemporáneo, especialmente en los sectores de vanguardia, desde el comienzo de la crisis post-bélica. A medida que esta crisis progresaba se sentía en una forma más categórica e intensa que Anatole France correspondía a un estado de ánimo liquidado por la guerra. Malgrado su adhesión a "Claridad" y a la Revolución Rusa, Anatole France no podía ser considerado como un artista o un pensador de la humanidad nueva. Esa adhesión expresaba, a lo sumo, lo que Anatole France quería ser; no lo que Anatole France era.
También de mi alma, como de otras, se borraba poco a poco la primera imagen de Anatole France. Hace tres meses, en un artículo escrito en ocasión de su muerte, no vacilé en clasificar a Anatole France como un literato fin de siglo. "Pertenece —dije— a la época indecisa, fatigada, de la decadencia burguesa. Era sensible al dolor y a la injusticia. Pero le disgustaba que existieran y trataba de ignorarlos. Ponía la tragedia humana la frágil espuma de su ironía. Su literatura es delicada, transparente y ática como el champagne. Es el champagne melancólico, el vino capitoso y perfumado de la decadencia burguesa; no es el amargo y áspero mosto de la revolución proletaria. Tiene contornos exquisitos y aromas aristocráticos. La emoción social, el latido trágico de la vida contemporánea quedan fuera de esta literatura. La pluma de France no sabe aprehenderlos. No lo intenta siquiera. Sus finos ojos de elefante no saben penetrar en la entraña oscura del pueblo; sus manos pulidas juegan felinamente con las cosas y los hombres de la superficie. France satiriza a la burguesía, la roe, la muerde con sus agudos, blancos y malicioso dientes; pero la anestesia con el opio sutil de su erudito y musical para que no sienta demasiado el tormento".
Pienso, sin embargo, que la requisitoria de Clarté es, en algunos puntos, como todas las requisitorias, excesiva y extremada. En la obra de Anatole France es ciertamente, vano y absurdo buscar el espíritu de una humanidad nueva. Pero lo mismo se puede decir de toda la literatura de su tiempo. El arte revolucionario no precede a la revolución. Alejandro Blok; cantor de las jornadas bolcheviques, fue antes de 1917 un literato de temperamento decadente y nihilista, escéptico. Arte decadente también hasta 1917 el de Mayaskowski. La literatura contemporánea no se puede librar de la enfermiza herencia que alimenta sus raíces. Es la literatura de una civilización que tramonta. La obra de Anatole France no ha podido ser una aurora. Ha sido, por eso, un crepúsculo.
José Carlos Mariátegui
José Carlos Mariátegui La Chira
La imaginación y el progreso [Recorte de prensa]
Parte deFondo José Carlos Mariátegui
La imaginación y el progreso
Escribe Luis Araquistain, en un reciente artículo, que "el espíritu conservador, en su forma más desinteresada, cuando no nace de un bajo egoísmo, sino del temor a lo desconocido e incierto, es en el fondo falta de imaginación". Ser revolucionario o renovador es,
desde este punto de vista, una consecuencia de ser más o menos imaginativo. El conservador rechaza toda idea de cambio por una especie de incapacidad mental para concebirla y aceptarla. Este caso es, naturalmente, el del conservador puro, porque la actitud del conservador práctico, que acomoda su ideario a su utilidad y a su comodidad, tiene, sin duda, una génesis diferente.
El tradicionalismo, el conservantismo, quedan así definidos como una simple limitación espiritual. El tradicionalista no tiene aptitud, sino para imaginar la vida como fue. El conservador no tiene aptitud sino para imaginarla como es. El progreso de la humanidad, por consiguiente, se cumple malgrado el tradicionalista y pesar del conservadorismo.
Hace varios años que Óscar Wilde, en su original ensayo "El alma humana bajo el socialismo", dijo que "progresar es realizar utopías". Pensando análogamente a Wilde, Luis Araquistain agrega que "sin imaginación no hay progreso de ninguna especie". Y, en verdad, el progreso no sería posible si la imaginación humana sufriera de repente un colapso.
La historia les da siempre razón a los hombres imaginativos. En la América del Sur, por ejemplo, acabamos de conmemorar la figura y obra de los animadores y conductores de la revolución de la independencia. Estos hombres nos parecen, fundadamente, geniales. ¿Pero cuál es la primera condición de la genialidad? Es, sin duda, una poderosa facultad de imaginación. Los libertadores fueron grandes porque fueron, ante todo, imaginativos. Insurgieron contra la realidad limitada, contra la realidad imperfecta de su tiempo.
Trabajaron por crear una realidad nueva. Bolívar tuvo sueños futuristas. Pensó en una confederación de estados indo-españoles. Sin este ideal, es probable que Bolívar no hubiese venido a combatir por nuestra independencia. La suerte de la independencia del Perú ha dependido, por ende, en gran parte, de la aptitud imaginativa del Libertador. Al celebrar el centenario de la victoria de Ayacucho se celebra, realmente, el centenario de una victoria de la imaginación. La realidad sensible, la realidad evidente, en los tiempos de la revolución de la independencia, no era, por cierto, republicana ni nacionalista. La benemerencia de los libertadores consiste en haber visto una realidad potencial, una realidad superior, una realidad imaginaria.
Esta es la historia de todos los grandes acontecimientos humanos. El progreso ha sido realizado siempre por los imaginativos. La posteridad ha aceptado, invariablemente, su obra. El conservantismo de una época, en una época posterior, no tiene nunca más defensores o prosélitos que unos cuantos románticos y unos cuantos extravagantes. La humanidad, con raras excepciones, estima y estudia a los hombres de la revolución francesa mucho más que a los de la monarquía y la feudalidad entonces abatida. Luis XVI y María Antonieta le parecen a mucha gente, sobre todo, desgraciados. A nadie le parecen grandes.
De otro lado, la imaginación, generalmente, es menos libre y menos arbitraria de lo que se supone. La pobre ha sido muy difamada y muy deformada. Algunos la creen más o menos loca; otros la juzgan ilimitada y hasta infinita. En realidad, la imaginación es asaz modesta. Como todas las cosas humanas, la imaginación tiene también sus confines. En todos los hombres, en los más geniales, como en los más idiotas, se encuentra condicionada por circunstancias de tiempo y de espacio. El espíritu humano reacciona
contra la realidad contingente. Pero precisamente cuando reacciona contra la realidad es cuando tal vez depende más de ella. Pugna por modificar lo que ve y lo que siente; no lo que ignora. Luego, solo son validas aquellas utopías que se podría llamar realistas. Aquellas utopías que nacen de la entraña misma de la realidad. Jorge Simmel escribía una vez que una sociedad colectivista se mueve hacia ideales individualistas y que, inversamente, una sociedad individualista se mueve hacia ideales socialistas. La filosofía hegeliana explica fa fuerza creadora del ideal como una consecuencia, al mismo tiempo, de la resistencia y del estímulo que este encuentra en la realidad. Podría decirse que el hombre no prevé ni imagina sino lo que ya está germinando, madurando, en la entraña oscura de la historia.
Los idealistas necesitan apoyarse sobre el interés concreto de una extensa y consciente capa social. El ideal no prospera sino cuando representa un vasto interés. Cuando adquiere, en suma, caracteres de utilidad y de comodidad. Cuando una clase social se convierte en instrumento de su realización.
En nuestra época, en nuestra civilización, no ha habido nunca utopías demasiado audaces. El hombre moderno no ha conseguido casi predecir el progreso. Hasta la fantasía de los novelistas ha resultado, muchas veces, superada por la realidad en un plazo breve. La ciencia occidental ha ido más de prisa de lo que soñó Julio Verne. Otro tanto ha acontecido en la política. Anatole France vaticinó la revolución rusa para fines de este siglo, pocos años antes de que esta revolución inaugurase un capítulo nuevo de la historia del mundo.
Y justamente en la novela de Anatole France, que intentando predecir el porvenir, formula estos agüeros, –"Sur la pierre blanche"– se constata cómo la cultura y la sabiduría no confieren ningún poder privilegiado a la imaginación. Galion, el personaje de un episodio de la decadencia romana evocado por Anatole France, era un ejemplar máximo de hombre culto y sabio de su época. Sin embargo, este hombre no percibía absolutamente la decadencia de su civilización. El cristianismo se le antojaba una secta absurda y estúpida. La civilización romana a su juicio no podía tramontar, no podía perecer. Galion concebía el futuro como una mera prolongación del presente. Nos aparece, por esto, en sus discursos, lamentable y ridículamente falto de imaginación. Era un hombre muy inteligente, muy erudito, muy refinado; pero tenía la inmensa desgracia de no ser un hombre imaginativo. De ahí que su actitud ante la vida fuese mediocre y conservadora.
Esta tesis sobre la imaginación, el conservantismo y el progreso, podría conducirnos a conclusiones muy interesantes y originales. A conclusiones que nos moverían, por ejemplo, a no clasificar más a los hombres como revolucionarios y conservadores sino como imaginativos y sin imaginación. Distinguiéndolos así, cometeríamos tal vez la injusticia de halagar demasiado la vanidad de los revolucionarios y de ofender un poco la vanidad, al fin y al cabo respetable, de los conservadores. Además, las inteligencias universitarias y metódicas, la nueva clasificación les parecería bastante arbitraria, bastante insólita. Pero, evidentemente, resulta muy monótono clasificar y calificar siempre a los hombres de la misma manera. Y, sobre todo, si la humanidad no les ha encontrado todavía un nuevo nombre a los conservadores y a los revolucionarios es también, indudablemente, por falta de imaginación.
José Carlos Mariátegui
José Carlos Mariátegui La Chira
La civilización y el cabello [Recorte de prensa]
Parte deFondo José Carlos Mariátegui
La civilización y el cabello
El tipo de vida que la civilización produce es, necesariamente, un tipo de vida refinado, depurado, artificioso. La civilización estiliza, cincela y bruñe los hombres y las cosas. Es natural, por ende, que la civilización occidental no ame barbas ni cabellos. El hombre de esta civilización ha evolucionado de la más primitiva exuberancia capilar a una rasuración casi absoluta. Las barbas y los cabellos se encuentran actualmente en decadencia.
El hombre de la civilización occidental era originariamente barbado y melenudo. Carlomagno, el emperador de la barba florida, representa genuinamente la Edad Media desde este y otros puntos de vista. Merovingios y carolingios portaron, como Carlomagno, frondosas barbas. El misticismo y la marcialidad eran en el Medio Evo dos grandes generadores de barbas y cabellos. Ni los anacoretas ni los cruzados tenían disposición espiritual ni física para afeitarse.
El Renacimiento ejerció gran influencia sobre el tocado. La humanidad accidental volvió a los ideales y a los gustos paganos. Después de algunos siglos de sombrío misticismo, rectificó su actitud ante la belleza perecedera. Leonardo de Vinci pasó a la posteridad con una larga y caudalosa barba de astrólogo y el Papa Julio II no pensó en cortarse la suya antes de posar para el célebre retrato de Rafael. Pero con su reivindicación de la estética greco-romana, el Renacimiento ocasionó una crisis de las barbas medioevales. Miguel Angel no pudo dejar de imaginar solemne y taumatúrgicamente barbudo a Moisés; pero, en cambio, concibió a David helénicamente desnudo y barbilampiño. En esto el Renacimiento era coherente con sus orígenes y sus rumbos. La escultura y la pintura griega y romanas no descalificaban totalmente la barba. La atribuían a Júpiter, a Hércules y a otros personajes de la mitología y de la historia. Pero, en Atenas y en Roma, la barba tuvo límites discretos. Jamás llegó a la longitud de una barba carolingia. Y fue más bien un atributo humano que divino. Policleto, Fidias, Praxiteles, etc., soñaron para los dioses más gentiles una belleza totalmente lampiña. A Apolo, a Mercurio, a Dionisio, nadie los ha imaginado nunca barbudos. El Apolo de Belvedere con bigotes y patillas habría sido, en verdad, un Apolo absurdo.
La época barroca no condujo a la humanidad a una restauración de las barbas segadas por el Renacimiento; pero mostró un marcado favor a los excesos capilares. Todo fue exuberante y amanerado en la estética barroca: la decoración, la arquitectura y las cabelleras. Esta estética condujo a la gente al uso de las melenas más largas que registra la historia del tocado.
La estética rococó señaló una nueva reacción contra la barba. Impuso la moda de las pelucas empolvadas. La Revolución, más tarde, dejó pocas pelucas intactas. Y el Directorio, capilarmente muy sobrio, toleró la moda prudente y moderada de la patilla, Las patillas de Napoleón, de Bolívar y de San Martín pertenecen a ese período de la evolución del tocado.
El fenómeno romántico engendró una tentativa de restauración del más arcaico y desmandado uso de las melenas y de las barbas. Los artistas románticos se comportaron muy reaccionariamente. ¿Quién no ha visto en algún grabado, la cabeza melenuda y barbada de Teófilo Gautier? ¿Y a dónde no ha llegado una fotografía del cuadro de Fantin Latour de un cenáculo literario de su época? El parnasianismo debía haber inducido a los hombres de letras a cierto aticismo en su tocado; pero parece que no ocurrió así. Hasta nuestro tiempo, Anatole France, literato de genealogía parnasiana, conservó y cultivó una barba un poco patriarcal.
Pero todas estas restauraciones de bigotes, barbas y cabelleras fueron parciales, transitorias, interinas. La civilización capitalista no las admitía. Las trataba como tentativas reaccionarias. El desarrollo de la higiene y del positivismo crearon, también, una atmósfera adversa a esas restauraciones. La burguesía sintió una creciente necesidad de exonerarse de barbas y cabellos. Los yanquis se rasuraron radicalmente. Y los alemanes no renunciaron del todo al bigote, pero, en cambio, respetuosos al progreso y a sus leyes, resolvieron afeitarse, integralmente la cabeza. Se propagó en todo el mundo la guillete. Esta tendencia de la burguesía a la depilación provocó una protesta romántica de muchos, revolucionarios que, para afirmar su oposición al capitalismo, decidieron dejarse crecer desmesuradamente la barba y el cabello. Las gloriosas barbas de Karl Marx y de León Tolstoy influyeron probablemente en esta actitud estética, sostenida con su ejemplo por Jean Jaurés y otros leaders de la Revolución. Provienen de esos tiempos, del romanticismo capilar de los hombres de la Revolución, la peluca lacia del ex-socialista Briand, el tocado aristocrático de Mac Donald y la barba áspera y procaz de Turati.
La peluca femenina es el último capítulo de este proceso de decadencia del cabello. Las mujeres se cortan los cabellos por las mismas razones históricas que los hombres. Adquieren con retardo este progreso. Pero con retardo han adquirido también otros progresos sustantivos. La civilización occidental, después de haber modificado físicamente al hombre, no podía dejar intacta a la mujer. Es probable que este sea otra aspecto del sino de las culturas. Ya hemos visto cómo la civilización antigua tampoco toleró demasiadas barbas y cabelleras excesivas. Las diosas del Olimpo no llevaban sueltos, ni fluentes, ni largos, los cabellos. El tocado de la Venus de Milo y de todas las otras Venus era, sin duda, el tocado ideal y dilecto de la antigüedad. Alguien observará, malévolamente, que Venus fue una dama poco austera y poco casta. Pero nadie dudará de la honestidad de Juno que, en su tocado, no se diferenciaba de Venus.
La moda occidental ha estilizado, con un gusto cubista y sintetista, el tiaietdei hombre. La silueta del hombre metropolitano es sobria, simple, geométrica como la de un rascacielos. Su estética rechaza, por esto, las barbas y los cabellos boscosos. Apenas si acepta un exiguo y discreto bigote. El estilo de la moda femenina, malgrado algunas fugaces desviaciones, ha seguido la misma dirección. El proceso de la moda ha sido; en suma, un proceso de simplificación del traje y del tocado. El traje se ha hecho cada vez más útil y sumario. Ha sido así que han muerto, para no renacer, las crinolinas, los cangilones, las colas, las frondosidades pretéritas. Todas las tentativas de restauración del estilo rococó han fracasado. La moda femenina se inspira en estéticas más remotas que la estética rococó o la estética barroca. Adopta gustos egipcios o griegos. Tiende a la simplicidad. La peluca nace de esta tendencia. Es un esfuerzo por uniformar totalmente el tocado femenino, el nuevo estilo del traje y de la forma femeninas.
Jorge Simmel, en un original ensayo sostenía la tesis de la arbitrariedad más o menos absoluta de la moda. "Casi nunca —escribía— podemos descubrir una razón material, estética o de otra índole que explique sus creaciones. Así, por ejemplo, prácticamente, se hallan nuestros trajes, en general, adaptados a nuestras necesidades; pero no es posible hallar la menor huella de utilidad en las decisiones con que la moda interviene para darles tal o cual forma»", Me parece que la única arbitrariedad flagrante es, en este caso, la arbitrariedad de la tesis del original filosofo y ensayista alemán. Las creaciones de la moda son inestables y cambiadizas; pero reaparece siempre en ellas una línea duradera, una trama persistente. Contrariamente a lo que aseveraba Jorge Simmel, es posible descubrir una razón material, estética o de otra índole que las explique.
El traje del hombre moderno es una creación utilitaria y práctica. Se sujeta a razones de utilidad y de comodidad, la moda ha adaptado el traje al nuevo género de vida. Sus móviles no han sido desinteresados. No han sido extraños, y mucho menos superiores, a la prosaica realidad humana. Y es por esto, precisamente, que el traje masculino sufre la diatriba y el desdén románticos de muchos artistas. La moda femenina ha tenido un desarrollo más libre de la presión de la realidad. El traje de la mujer puede darse el lujo de ser más ornamental, más decorativo, más arbitrario que el traje del hombre. El hombre ha aceptado la prosa de la vida; la mujer ha preferido generalmente la poesía. Sus modas, por ende, han sacrificado muchas veces la utilidad a la coquetería. Pero, a medida que la mujer se ha vuelto oficinista, electora, política, etc., ha empezado a depender de la misma realidad prosaica que el varón. Este cambio ha tenido que reflejarse en la moda. Una mujer periodista, por ejemplo, no puede usar un traje demasiado mundano y frívolo. Pero no es indispensable que renuncie a la belleza, a la gracia ni a la coquetería. Yo conocí en la Conferencia de Génova a una periodista inglesa que había conseguido combinar y coordinar su traje sastre, sombrero de fieltro y sus gafas de carey con el estilo de su belleza. Ni aun en los instantes en que tomaba notas para su periódico perdía algo de su belleza superior, original rara. No carecía de elegancia. Y era la suya una elegancia personal, nueva, insólita.
Las costumbres, las funciones y los derechos de la mujer moderna codifican inevitablemente su moda y su estética. La peluca, objetivamente considerada, aparece como un fenómeno espontáneo, como un producto lógico de la civilización. A muchas personas la peluca les parece casi un atentado contra la naturaleza. Pero la civilización, no es sino artificio. La civilización es un permanente atentado contra la naturaleza, un continuo esfuerzo por corregirla. Los románticos adversarios de la peluca malgastaron sus energías. La peluca no es una creación fugaz de la moda. Es algo más que una estación de su itinerario. La peluca no conquistará a todo el mundo, pero se aclimatará extensamente en las urbes. Y no será fatal a la belleza ni a la estética. La estética y la belleza son movibles e inestables como la vida. Y, en todo caso, son independientes de la longitud del cabello. La, moda, finalmente, no impondrá a las mujeres transiciones demasiado bruscas. No es probable, por ejemplo, que las mujeres se decidan a rasurarse la cabeza como los alemanes. Las mujeres, después de todo, son más razonables de lo que parece. Y saben ¡que un pozo de pelo será siempre muy decorativo, aunque no sea rigurosamente, necesario.
José Carlos Mariátegui
José Carlos Mariátegui La Chira
La torres de marfil [Recorte de prensa]
Parte deFondo José Carlos Mariátegui
La torre de marfil
En una tierra de gente melancólica, negativa y pasadista, es posible que la Torre de Marfil tenga todavía algunos amadores. Es posible que a algunos artistas e intelectuales les parezca aún un retiro elegante. El virreinato nos ha dejado varios gustos solariegos. Las actitudes distinguidas, aristocráticas, individualistas, siempre han encontrado aquí una imitación entusiasta. No es ocioso, por ende, constatar que de la pobre Torre de Marfil no queda ya, en el mundo moderno, sino una ruina exigua y pálida. Estaba hecha de un material demasiado frágil, precioso y quebradizo. Vetusta, deshabitada, pasada de moda, albergó hasta la guerra a algunos linfáticos artistas. Pero la marejada bélica la trajo a tierra. La Torres de Marfil cayó sin estruendo y sin drama. Y hoy, malgrado la crisis de alojamiento, nadie se propone reconstruirla.
La Torre de Marfil fue uno de los productos de la literatura decadente. Perteneció a una época en que se propagó entre los artistas un humo misantrópico. Endeble y amanerado edificio del decadentismo, la Torre de Marfil languideció con la literatura alojada dentro de sus muros anémicos. Tiempos quietos, normales, burocráticos pudieron tolerarla. Pero no estos tiempos tempestuosos, iconoclastas, heréticos, tumultuosos. Estos tiempos apenas si respetan la torre inclinada de Pisa, que sirvió para que Galileo, a causa tal vez del mareo y el vértigo, sintiese que la Tierra daba vueltas.
El orden espiritual, el motivo histórico de la Torres de Marfil aparecen muy lejanos de nosotros y resultan muy extraños a nuestro tiempo. El "torremarfilismo" formó parte de esa reacción romántica de muchos artistas del siglo pasado contra la democracia capitalista y burguesa. Los artistas se veían tratados desdeñosamente por el Capital y la Burguesía. Se apoderaba, por ende, de sus espíritus una imprecisa nostalgia de los tiempos pretéritos. Recordaban que bajo la aristocracia y la iglesia, su suerte había sido mejor. El materialismo de una civilización que cotizaba una obra de arte como una mercadería los irritaba. Les parecía horrible que la obra de arte necesitase reclame, empresarios, etc., ni más ni menos que una manufactura, para conseguir precio, comprador y mercado. A este estado de ánimo corresponde una literatura saturada de rencor y de desprecio contra la burguesía. Los burgueses eran atacados no como ahora, desde puntos de vista revolucionarios sino desde puntos de vista reaccionarios.
El símbolo natural de esta literatura, con náusea del vulgo y nostalgia de la feudalidad, tenía que ser una torre. La torre es genuinamente medioeval, gótica, aristocrática. Los griegos no necesitaron torres en su arquitectura ni en sus ciudades. El pueblo griego fue el pueblo del "demos", del agora, del foro. En los romanos hubo la afición a lo colosal, a los grandioso, a los gigantesco. Pero los romanos concibieron la mole; no la torre. Y la mole se diferencia sustancialmente de la torre. La torre es una cosa solitaria y aristocrática; la mole es una cosa multitudinaria. El espíritu y la vida de la Edad Media, en cambio, no podían prescindir de la torre y, por esto, bajo el dominio de la iglesia y de la aristocracia, Europa se pobló de torres. El hombre medieval vivía acorazado. Las ciudades vivían amuralladas y almenadas. En la Edad Media, todos sentían una aguda sed de clausura de aislamiento y de incomunicación. Sobre una muchedumbre férrea y pétrea de murallas y corazas no cabía sino la autoridad de la torre. Sólo Florencia poseía más de cien torre. Torres de la feudalidad y torres de la Iglesia.
La decadencia de la torre empezó con el Renacimiento. Europa volvió entonces a la arquitectura y al gusto clásico. Pero la torre durante mucho tiempo defendió obstinadamente su señorío. Los estilos arquitectónicos posteriores al Renacimiento readmitieron la torre. Sus torres eran enanas, truncas, como muñones; pero eran siempre torres. Además, mientras la arquitectura católica se engalanó de motivos y decoraciones paganas, la arquitectura de la Reforma conservó el gusto nórdico y austero de lo gótico. Las torres emigraron al norte, donde mal se aclimataba aún eI estilo renacentista. La crisis definitiva de la torre llegó con el liberalismo, el capitalismo y el maquinismo. En una palabra, con la civilización capitalista.
Las torres de esta civilización son utilitarias e industriales. Lo rascacielos de New York no son torres sino moles. No albergan solitaria y solariegamente a un campanero o a un hidalgo. Son la colmena de una muchedumbre trabajadora. El rascacielo, sobre todo, es democrático, en tanto que la torre es aristocrática.
La torre de cristal fue una protesta al mismo tiempo romántica y reaccionaria. A la plaza, a la usina, a la Bolsa de la democracia los artistas de temperamento reaccionario decidieron oponer sus torres misantrópicas y exquisitas. Pero la clausura produjo un arte muy pobre. El arte, como el hombre y la planta, necesita de aire libre. "La vida viene de la tierra" como decía Wilson. La vida es circulación, es movimiento, es marea. Lo que dice Mussolini de la política se puede decir de la vida. (Mussolini es detestable como condottiere de la Reacción, pero estimable como hombre de ingenio). La vida "no es monólogo". Es un diálogo, es un coloquio.
La torre de marfil no puede ser confundida, no puede ser identificada con la soledad. La soledad es grande, ascética, religiosa; la torre de marfil es pequeña, femenina, enfermiza. Y la soledad misma puede ser un episodio, una estación de la vida; pero no la vida toda. Los actos solitarios son fatalmente estériles. Artistas tan aristocráticos e individualistas como Óscar Wilde han condenado la soledad. "El hombre —ha escrito Oscar Wilde— es sociable por naturaleza. La Tebaida misma termina por poblarse y aunque el cenobita realice su personalidad, la que realiza es frecuentemente una personalidad empobrecida". Baudelaire quería, para componer castamente sus églogas. ''coucher aupres du ciel comme les astrologues". Mas toda la obra de Baudelaire está llena del dolor de los pobres y de los miserables. Late en sus versos una gran emoción humana. Y a estos resultados no puede arribar ningún artista clausurado y benedictino. El "torremarfilismo" no ha sido, por consiguiente, sino un episodio precario, decadente y morboso de la literatura y del arte. La protesta contra la civilización capitalista es en nuestro tiempo revolucionaria y no reaccionaria. Los artistas y los intelectuales descienden de la torre orgullosa e impotente a la llanura innumerable y fecunda. Comprenden que la torre de marfil era una laguna tediosa, monótona enferma, orlada de un flora palúdica y malsana.
Ningún gran artista ha sido nunca extraño a las emociones de su época. Dante, Shakespeare, Goethe, Dowstoiesky, Tolstoi y todos los artistas de análoga jerarquía ignoran la torre de marfil. No se conformaron jamás con recitar un lánguido soliloquio. Quisieron y supieron ser grandes protagonistas de la historia. Algunos intelectuales y artistas carecen de aptitud para marchar con la muchedumbre. Pugnan por conservar una actitud distinguida y personal ante la vida. Romain Rolland, por ejemplo, gusta de sentirse un poco "au dessus de la melée". Mas Romain Rolland no es un agnóstico ni un solitario. Comparte y comprende las utopías y los sueños sociales, aunque repudie, contagiado del misticismo de la no-violencia, los únicos medios prácticos de realizarlos. Vive en medio del fragor de la crisis contemporánea. Es uno de los creadores del teatro del pueblo, uno de los estetas del teatro de la revolución. Y si algo falta a su personalidad y a su obra es, precisamente, el impulso necesario para arrojarse plenamente en el combate.
La literatura de moda en Europa —literatura cosmopolita, urbana, escéptica, humorista— carece absolutamente de solidaridad con la pobre y difunta torre de marfil, y de afición a la clausura. Es, como ya he dicho, la espuma de una civilización ultrasensible y quinta esencia. Es un producto genuino de la gran urbe.
El drama humano tiene hoy, como en las tragedias griegas, un coro multitudinario. En una obra de Pirandello uno de los personajes es la calle. La calle con sus rumores y sus gritos está presente en los tres actos del drama pirandelliano. La calle, ese personaje anónimo y tentacular que la torre de marfil y sus macilentos hierofantes ignoran y desdeñan. La calle o sea el vulgo o sea la muchedumbre. La calle cauce proceloso de la vida, del dolor, del placer, del bien y del mal.
José Carlos Mariátegui
José Carlos Mariátegui La Chira
La inteligencia y el aceite de ricino [Recorte de prensa]
Parte deFondo José Carlos Mariátegui
La inteligencia y el aceite de ricino
El fascismo conquistó, al mismo tiempo que el gobierno y la Ciudad Eterna, la mayoría de los intelectuales italianos. Unos se uncieron sin reservas a su carro y a su fortuna; otros le dieron un consenso pasivo; otros, los más prudentes, le concedieron una neutralidad benévola. La Inteligencia gusta de dejarse poseer por la Fuerza. Sobre todo cuando la fuerza es, como en el caso del fascismo, joven, osada, marcial y aventurera.
Concurrían, además, en esta adhesión de intelectuales y artistas al fascismo, causas específicamente italianas. Todos los últimos capítulos de la historia de Italia —como escribí hace un año en un artículo sobre D'Annunzio— aparecen saturados de d'annunzianismo. "Los orígenes espirituales del fascismo están en la literatura de D'Annunzio. D'Annunzio puede renegar al fascismo. Pero el fascismo no puede renegar a D'Annunzio". El futurismo, —que fue una faz, un episodio del fenómeno d'annunziano— es otro de los ingredientes psicológicos del fascismo. Los futuristas saludaron la guerra de Trípoli como la inauguración de una nueva era para Italia. D'Annunzio fue, más tarde, el condottiere espiritual de la intervención de Italia en la guerra mundial. Futuristas y d'annunzianos crearon en Italia un humor megalómano, anticristiano, romántico y retórico. Predicaron a las nuevas generaciones —como lo han remarcado Adriano Tilgher y Arturo Labriola— el culto del héroe, de la violencia y de la guerra. En un pueblo como el italiano, cálido, meridional y prolífico mal contenido y alimentado por su exiguo territorio, existía una latente tendencia a la expansión. Dichas ideas encontraron por tanto, una atmósfera favorable. Los factores democráticos y económicos coincidían con las sugestiones literarias. La clase media, en particular, fue fácil presa del espíritu d'annunziano. (El proletariado, dirigido y controlado por el socialismo, era menos permeable a tal influencia). Con esta literatura colaboraban la filosofía idealista de Gentile y de Croce y todas las importaciones y transformaciones del pensamiento tudesco y de la "real-politk".
Idealistas, futuristas y d'annunzianos sintieron en el fascismo una obra propia. Aceptaron su maternidad. El fascismo estaba unido a la mayoría de los intelectuales por un sensible cordón umbilical. D'Annunzio no se incorporó al fascismo, en el cual no podía ocupar una plaza de lugarteniente; pero mantuvo con él cordiales relaciones y no rechazó su amor platónico. Y los futuristas se enrolaron voluntariamente en los rangos fascistas. El más ultraísta de los diarios fascistas, "L'Impero" de Roma, está aún dirigido por Mario Carli y Emilio Settimelli, dos sobrevivientes de la experiencia futurista. Ardengo Soffici, otro futurista colabora en "Il Popolo d'Italia", el órgano de Mussolini. Los filósofos del idealismo tampoco se regatearon al fascismo. Giovanni Gentile, esa "bonne a tout faire" de la filosofía y de la cátedra, después de reformar fascísticamente la enseñanza, hizo la apología idealista de la cachiporra. Finalmente, los literatos solitarios, sin escuela y sin capilla, también reclamaron un sitio en el cortejo victorioso del fascismo. Sem Benelli, uno de los mayores representantes de esa categoría literaria, demasiado cauto para vestir la "camisa negra", colaboró con los fascistas, y, sin confundirse con ellos, aprobó su praxis y sus métodos. En las últimas elecciones, Sem Benelli fue unos de los candidatos conspícuos de la lista ministerial.
Pero esto acontecía en los tiempos que aún eran, o parecían, de plenitud y de apogeo de la gesta fascista. Desde que el fascismo empezó a declinar, los intelectuales comenzaron a rectificar su actitud. Los que guardaron silencio ante la marcha a Roma sienten hoy la necesidad de procesarla y condenarla. El fascismo ha perdido una gran parte de su clientela y de su criterio intelectuales. Las consecuencias del asesinato de Matteotti han apresurado las defecciones.
Presentemente se afirma entre los intelectuales esta corriente anti-fascista. Roberto Bracco es uno de los leaders de la oposición
democrática. Benedetto Croce no esconde su pensamiento antifascista, a pesar de compartir con Giovanni Gentile la responsabilidad y los laureles de la filosofía idealista. D'Annunzio que se muestra huraño y mal humorado, ha anunciado que se retira de la vida pública y que vuelve a ser el mismo "solitario y orgulloso artista" de antes. La situación producida por el asesinato de Matteotti no le ha arrancado una declaración espontánea. Pero, según una carta suya a uno de sus confidentes, que discretamente escribió interrogándolo, "lo tiene muy afligido esta fétida ruina". Sem Benelli, en fin, con algunos disidentes del fascismo y del filofascismo, ha fundado la Liga Itálica con el objeto de provocar una revuelta moral contra los métodos de los "camisas negras".
Recientemente, el fascismo ha recibido la adhesión de Pirandello. Pero Pirandello es un humorista, de quien se puede sospechar que se ha hecho fascista porque ya casi nadie quiere serlo. Por otra parte, Pirandello es un pequeño burgués, provinciano y anarcoide, con mucho ingenio literario y muy poca sensibilidad política. Su actitud no puede ser nunca el síntoma de una situación. Malgrado Pirandello, es evidente que lo intelectuales italianos están disgustados del fascismo. El idilio entre la inteligencia y el aceite de ricino ha terminado.
¿Como se ha generado esta ruptura? Conviene eliminar inmediatamente una hipótesis: la de que los intelectuales se alejen de Mussolini porque éste no ha estimado ni aprovechado más su colaboración. El fascismo suele engalanarse de retórica imperialista y disimular su carencia de Principios bajo algunos lugares comunes literarios; pero más que a los artesanos de la palabra ama a los hombres de acción. Mussolini es un hombre demasiado agudo y socarrón para rodearse de literatos y profesores. Le sirve más un estado mayor de demagogos y guerrilleros, expertos en el ataque, el tumulto y la agitación. Entre la cachiporra y la retórica, elige sin dudar la chiporra. Roberto Farinacci, uno de los leaders actuales del fascismo, el principal actor de su última asamblea nacional, no es un solo un descomunal enemigo de la libertad y la democracia sino también de la gramática. Pero estas cosas no son bastantes para desolar a los intelectuales. En verdad, ni los intelectuales esperaron nunca que Mussolini convirtiese su gobierno en una academia bizantina, ni la prosa fascista fue antes más gramatical que ahora. Tampoco para que a los literatos, filósofos y artistas, a la Artecracia como la llama Marinetti, les horroricen demasiado la truculencia y la brutalidad de la gesta de los "camisas negras". Durante tres años las han sufrido sin queja y sin repusa.
El nuevo orientamiento de la inteligencia Italiana es una señal, un indicio de un fenómeno más hondo. No es para el fascismo un hecho grave en si, sino como parte de un hecho mayor. La pérdida o la adquisición de algunos poetas, como Sem Benelli, carece de importancia tanto para la Reacción como para la Revolución. La inteligencia, la artecracia, no han reaccionado contra el fascismo antes que las categorías sociales, dentro de las cuales están incrustadas, sino después de éstas. No son los intelectuales los que cambian de actitud ante el fascismo. Es la burguesía, la banca, la prensa, etc., etc., la misma gente y las mismas instituciones cuyo consenso permitieron hace dos años la marcha a Roma. La inteligencia es esencialmente oportunista. El rol de los intelectuales en la historia resulta, en realidad, muy modesto. Ni el arte ni la literatura, a pesar de su megalomanía, dirigen la política; dependen de ella, como otras tantas actividades menos exquisitas y menos ilustres. Los intelectuales forman la clientela del orden, de la tradición, del poder, de la fuerza, etc, y, en caso necesario, de la cachiporra y del aceite de ricino. Algunos espíritus superiores, algunas mentalidades creadoras escapan a esta regla; pero son espíritus y mentalidades de excepción. Gente de clase media, los artistas y los literatos no tienen generalmente ni aptitud ni elan6 revolucionarios. Los que actualmente osan insurgir contra el fascismo son totalmente inofensivos. La Liga Itálica de Sem Benelli, por ejemplo, no quiere ser un partido, ni pretende casi hacer política. Se define a sí misma como "un vinculo sacro para desenvolver su sacro programa: por el Bien y el Derecho de la Nación Itálica: por el Bien y el Derecho del hombre itálico”. Este programa puede ser muy sacro, como dice Sem Benelli; pero es, además, muy vago, muy gaseoso, muy cándido. Sem Benelli, con esa nostalgia del pasado y ese gusto de las frases arcaicas, tan propios de las poetas mediocres de hoy, va por los caminos de Italia diciendo como un gran poeta de ayer: "¡Pace, pace, pace!". Su impotente consejo llega con mucho retardo.
José Carlos Mariátegui
José Carlos Mariátegui La Chira
Carta a Victoria Ferrer, 22/8/1924
Parte deFondo José Carlos Mariátegui
Miraflores, 22 de agosto de 1924
Victoria:
He recibido tu carta del 11 del presente que me informa de la enfermedad de Gloria. Mucho lo lamento y más todavía el no poder atenderla mejor. No estoy bien aún. Mi convalecencia es lenta y los gastos que mi enfermedad me ha causado y sigue causando innumerables y cuantiosos. Te remito tres libras para lo que requiera el cuidado de Gloria. Si te parece, si crees que Gloria se acostumbraría sin dificultad, puedes mandármela. El clima de Miraflores le haría bien y aquí la vería un especialista. Creo que debes darle Emulsión Scott o Tricalcina.
Caricias a la chica y saludos a ti y a los tuyos
José Carlos
P.D.-A mediados de julio te envié tres y no dos libras. No sé cómo recibiste sólo dos. En mayo, de la clínica, te remití con Beatriz cuatro. Te envío hoy las tres libras en el adjunto cheque No. 398632 para el Banco del Perú y Londres.
José Carlos Mariátegui La Chira
Carta a Victoria Ferrer, 26/5/1925
Parte deFondo José Carlos Mariátegui
Miraflores, 26 de mayo de 1925
Victoria:
Te adjunto el cheque 756969 por cuatro libras, tres correspondientes a la mesada, cinco al colegio y cinco para la medicina que me hablas. Creo que a Gloria le convenga la tricalcina.
Dime como le va a la pequeña en el colegio.
Y dale muchos besos.
Recibe para ti y los tuyos saludos cordiales de
José Carlos
José Carlos Mariátegui La Chira
Carta a Victoria Ferrer, 4/3/1926
Parte deFondo José Carlos Mariátegui
Lima, 4 de marzo de 1926
Victoria:
Te adjunto un cheque por cuatro libras. Media libra corresponde a la matrícula de Gloria. (La otra media libra irá con la próxima mesada).
He esperado a Gloria en estos días. Tú me anunciaste que vendria a [...]
Con muchos besos para Gloria y recuerdos para los tuyos, te saluda afectuosamente.
José Carlos
José Carlos Mariátegui La Chira
La perspectiva política chilena
Parte deFondo José Carlos Mariátegui
La perspectiva política chilena
I
En una época, como la nuestra, en que el mundo entero se encuentra mas o menos sacudido y agilitado, la inquietud revolucionaria que fermenta en Chile no constituye, por cierto, un fenómeno solitario y excepcional. Nuestra América no puede aislarse de la corriente histórica contemporánea. Los pueblos de Europa, Asia y África están casi unánimemente estremecidos. Y por América pasa, desde hace algunos años, una onda revolucionaria, que, en algunos pueblos, se vuelve marejada. Con diferencias de intensidad, que corresponden a diferencias de clima social y político, la misma crisis histórica madura en todas las naciones. Crisis que parece ser crisis de crecimiento en unos pueblos y crisis de decadencia en otros; pero, que en todos tiene, seguramente, raíces y funciones solidarias. La crisis chilena, por ejemplo, es, como otras, solo un segmento de la crisis mundial.
En la América indo-española se cumple, gradualmente, un proceso de liquidación de ese régimen oligárquico y feudal que ha frustrado, durante tantos años, el funcionamiento de la democracia formalmente inaugurada por los legisladores de la revolución de la independencia. Los reflejos de los acontecimientos europeos han acelerado; en los últimos años, ese proceso. En la Argentina, verbigracia, la ascensión al poder del partido radical canceló el dominio de las viejas oligarquías plutocráticas. En México, la revolución arrojó del gobierno a los latifundistas y a su burocracia. En Chile, la elección de Alessandri, hace cinco años, tuvo también un sentido revolucionario.
II
Alessandri usó, en su campaña electoral, una vigorosa predicación anti-óligárquica. En sus arengas a “la querida chusma”, Alessandri se sentía y se decía el candidato de la muchedumbre. El pueblo, chileno, fatigado del dominio de la plutocracia “pelucona”, estaba en un estado de ánimo propicio para marchar al asalto de sus posiciones. El proletariado urbano, mas o menos permeado de socialismo y sindicalismo, representaba un vasto núcleo de opinión adoctrinada.
Los efectos de la crisis económica y financiera, de Chile, que amenazaban pesar exclusivamente sobre las clases populares, si el poder continuaba acaparado por la oligarquía conservadora, excitaban, a las masas a la lucha. Todas estas circunstancias concurrieron a suscitar una extensa y apasionada movilización de las fuerzas populares contra el bloque conservador. El bloque de izquierdas, acaudillado, por Alessandri, obtuvo así una tumultuosa victoria electoral. Pero esta victoria de los demócratas y radicales chilenos, por sus condiciones y modalidades históricas, no resolvía la cuestión política chilena. En primer lugar, la solución de esta cuestión política no podía ser, lisa y beatamente, una solución electoral. Luego, la adquisición de la presidencia de la república, no confería al bloque alessandrista todos los poderes del gobierno. Los grupos conservadores, numerosamente representa dos en el parlamento, se preparaban a torpedear sistemáticamente toda tentativa de reforma contraria a sus intereses de clase. Armados de una prensa poderosa, conservaban intactas casi todas las posiciones que un prolongado monopolio del gobierno les había consentido, conquistar. Y, de otro- lado, movilizadas demagógicamente durante las elecciones, las masas populares no estaban dispuestas a olvidar sus reinvindicaciones. Antes bien tendían a precisarlas y extremarlas con ánimo cada vez mas beligerante y programa cada vez más clasista.
La ascensión de Alessandri a la presidencia de la república, por todas estas razones, no marcaba el fin sino el comienzo de una batalla. Tenía el valor de un episodio . La batalla seguía más exasperada y mas violenta.
Alessandri se veía en la imposibilidad de realizar, parlamentariamente, su plan de reformas sociales y económicas. Lo paralizaba la resistencia activa del bloque conservador y la resistencia pasiva de los elementos indecisos o apocados de su propio bloque liberal, conglomerado heteróclito, dentro del cual se constataba la existencia de intereses e ideas encontradas, y contradictorias. Y Alessandri, prisionero de sus principios democráticos, carecía de temperamento y de impulso revolucionarios para actuar dictatorialmente su programa .
III
Los hechos se encargaron de demostrar a los radicales chilenos que los cauces legales no pueden contener una acción revolucionaria. El método democrático de Alessandri, mientras por una parte resultaba impotente para constreñir a los conservadores a mantenerse en una actitud estrictamente constitucional. Amenazada en sus intereses, la plutocracia se aprestaba a reconquistar el poder mediante un golpe de mano.
Vino el movimiento militar. La historia íntima de este movimiento no está aún perfectamente esclarecida. Pero, a través de sus anécdotas, se percibe que el espíritu de la juventud militar no solo repudiaba la idea de una vuelta del antiguo régimen sino que reclamaba la ejecución del programa radical combatido por la coalición conservadora y sabotado por una parte de la misma gente que rodeaba a Alessandri. La juventud militar insurgió en defensa de este programa. Fueron los almirantes y generales, coludidos con los conservadores, quienes deformaron prácticamente las reinvindicaciones del ejército. Los conservadores habían empujado al ejército a la insurrección a fin de recoger de sus manos, después de un intermezzo militar, la. perdida presidencia de la república. Contaban, para el éxito de esta, maniobra, con la colaboración de Altamirano y de la capa superior del ejército, profundamente saturada de una ideología conservadora. Confiaban, además, en la posibilidad de que la, caída de Alessandri quebrantase el bloque de izquierda, cuyas figuras espirituales e ideológicas aparecían evidentes a todos los ojos.
Mas, contrariamente a estas previsiones, el espíritu revolucionario estaba vivo y vigilante. Las izquierdas, en vez de disgregarse, se reconcentraron rápidamente. El pueblo respondió a su llamamiento. La junta de gobierno del general Altamirano, ramplona copia del directorio español, descubrió su burdo juego. Su concomitancia con la plutocracia chilena quedó claramente establecida. Y la juventud militar se dedicó a liquidar el engaño. Un golpe de mano fue rectificado o anulado con otro golpe de mano. (Rudos golpes ambos para los pávidos e ilusos asertores de las legalidad a ultranza).
IV
Ahora la vuelta de Alessandri al poder, plantea aparentemente la cuestión política en los mismos términos que antes. Pero la realidad es otra. No se sale en vano de la legalidad, sea en el nombre de un interés reaccionario, sea en el nombre de un interés revolucionario. Y una revolución no termina hasta que no crea una legalidad nueva. Hacia ese fin se mueven los revolucionarios chilenos. Por eso, se habla de una convocatoria a una asamblea constituyente. Los liberales moderados trabajarán por convertir esta asamblea en una academia de retórica política que revise prudente e inocuamente la constitución pero los elementos de vanguardia tratarán de empujar a la asamblea a un veto y una actitud revolucionarias.
El problema económico de Chile no admite equívocos compromisos entre las derechas y las izquierdas. Una solución conservadora echaría sobre las espaldas de las clases pobres todo el peso de la normalización de la haciendo chilena. Y las clases populares agitadas por las actuales corrientes ideológicas, no se resignan a aceptar esa solución. Sostienen, por esto, a los partidos de la alianza liberal.
Y por el momento han ganado la batalla.
José Carlos Mariátegui
José Carlos Mariátegui La Chira
Un congreso de escritores hispano-americanos
Parte deFondo José Carlos Mariátegui
Un congreso de escritores hispano-americanos
Edwin Elmore, escritor de inquieta inteligencia y de espíritu fervoroso, propugna la reunión de un congreso libre de intelectuales hispano-americanos. El anhelo de Elmore no se detiene, naturalmente, en la mera aspiración de un congreso. Elmore formula la idea de una organización del pensamiento hispano-americano. El congreso no sería sino un instrumento de esta idea. La iniciativa de Elmore merece ser seriamente examinada y discutida en la prensa. Luis Araquistain ha abierto este debate, en "El Sol" de Madrid, con un artículo en el cual declara su adhesión a la iniciativa. Los comentarios de Araquistain tienden, además, a precisarla y esclarecerla. Elmore habla de un congreso de intelectuales. Araquistain restringe "este equívoco y a veces presuntuoso vocablo a su acepción corriente de hombres de letras"- La adhesión de Araquistain es entusiasta y franca. "El solo encuentro —escribe Araquistain— de un grupo de hombres procedentes de una veintena de naciones, dedicados por profesión a algunas de las formas más delicadas de una cultura a la creación artística o al pensamiento original, y ligados, sobre todo personalismo, por un sentimiento de homogeneidad espiritual, multiforme en sus variedades nacionales e individuales, sería ya un espléndido principio de organización. No hay inteligencia mutua ni obra común si los hombres no se conocen antes como hombres".
En el Perú, la proposición de Elmore, difundida desde hace algunos meses entre los hombres de letras de varios países hispano-americanos, no ha sido todavía debidamente divulgada y estudiada. No he leído, a este respecto, sino unas notas de Antonio G. Garland; —intelectual rehacio por temperamento y por educación a toda criolla "conjuración del silencio",— aplaudiendo y exaltando el congreso propuesto.
Me parece oportuno y conveniente participar en este debate hispano-americano, aunque no sea sino para que la contribución peruana a su éxito, por la pereza o el desdén con que nuestros intelectuales se comportan generalmente ante estos temas, no resulte demasiado exigua. La cuestión fundamental del debate —la organización del pensamiento hispano-americano— reclama atención y estudio, lo mismo que la cuestión accesoria —la reunión de un congreso dirigido a este fin.— A su examen deben concurrir todos los que puedan hacer alguna reflexión útil. No se trata, evidentemente, de un vulgar caso de compilación o de cosecha de adhesiones. Una recolección de pareceres más o menos unánimes y uniformes sería, sin duda, una cosa muy pobre y muy monótona. sería, sobre todo, un resultado demasiado incompleto para la noble fatiga de Edwin Elmore. Que opinen todos los escritores, los que comparten y los que no compartan las esperanzas de Elmore y de los fautores de su iniciativa. Yo, por ejemplo, soy de los que no las comparten. No creo, por ahora, en la fecundidad de un congresos de hombre de letras hispano-americanos. Pero simpatizo con la discusión de este proyecto. Juzgo, por otra parte, que polemizar con una tesis es, tal vez, la mejor manera de estimularla y hasta de servirla. Lo peor que le podría acontecer a la de Elmore sería que todo el mundo la aceptase y la suscribiese sin ninguna discrepancia. La unanimidad es siempre infecunda.
Me declaro escéptico respecto a los probables resultados del Congreso en proyecto. Mi escepticismo no tiene, por supuesto, las mismas razones que el del poeta Leopoldo Lugones (Ha dicho Elmore, quien ha interrogado a muchos intelectuales hispano-americanos, que Lugones se ha mostrado "si no por completo, casi del todo escéptico en cuanto a la idea". Mas tarde, Lugones, en una fiesta literaria del centenario de Ayacucho, nos ha definido explícita y claramente su actitud espiritual —actitud inequívocamente nacionalista, reaccionaria, filofascista— sobre la cual podía habernos antes inducido en error la colaboración del poeta argentino en la Sociedad de las Naciones)
Pienso, en primer lugar, que el sino de estos congresos es el de concluir desnaturalizados y desvirtuados por las especulaciones del ibero-americanismo profesional. Casi inevitablemente, estos congresos degeneran en vacuas academias, esterilizadas por el ibero-americanismo formal y retórico de gente figurativa e historiesca. Cierto que Elmore propone un "congreso libre" y que Araquistain agrega, precisando más el término "libre, es decir, fuera de todo patrocinio oficial". Pero el propio Araquistain sostiene, enseguida que "no estaría de más invitar a las organizaciones de hombres de letras ya existentes: Sociedades de Autores dramáticos, Asociaciones de Escritores, P.E.N, Clubs de lengua castellana y portuguesa, Asociaciones de la Prensa, etc.". La heterogeneidad de la composición del congreso aparece, pues, prevista y admitida desde ahora por los mismo escritores de homogeneidad espiritual". Los cortesanos intelectuales del poder y del dinero invadirían la asamblea adulterándola y mistificándola. Porque ¿cómo calificar, cómo filtrar a los escritores? ¿Cómo decidir sobre su capacidad y título para participar en el Congreso?
Estas no son simples objeciones de procedimientos o de forma. Enfocan la cuestión misma de la posibilidad de actuar, práctica y eficazmente, la iniciativa de Edwin Elmore. Yo creo que esta es la primera cuestión que hay que plantearse. Que conviene averiguar, previamente, antes de avanzar en la discusión de la idea, si existe o no la posibilidad de realizarla. No digo de realizarla en toda su pureza y en toda su integridad, pero sí, al menos, en sus rasgos esenciales. La deformación práctica de la idea del congreso de escritores hispano-americanos traería aparejada ineluctablemente la de sus fines y la de su función. De una asamblea intelectual, donde prevaleciese numérica y espiritualmente la copiosa fauna de grafómanos y retores tropicales y megalómanos, que tan propicio clima encuentra en nuestra América, podría salir todo, menos un esbozo vital de organización del pensamiento hispano-americano. Medítelo Edwin Elmore, a quien estoy seguro que el fin preocupe mucho más que el instrumento.
Viene luego, otra cuestión: la de la oportunidad. Vivimos en un periodo de beligerancia ideológica. Los hombres que representan una fuerza renovación no pueden concertarse ni confundirse, y aún eventual o fortuitamente, con los que representan una fuerza de conservación o de regresión. Los separa un abismo histórico. Hablan un lenguaje diverso y tienen una intuición común de la historia. El vínculo intelectual es demasiado frágil y hasta un abstracto. El vínculo espiritual es, en todo caso, mucho más potente y válido.
¿Quiere decir esto que yo no crea en la urgencia de trabajar por la unidad de Hispano-América? Todo lo contrario. En un artículo reciente, me he declarado propugnador de esa unidad. Nuestro tiempo —he escrito— ha creado en la América Española una comunicación viva y extensa: la que ha establecido entre las juventudes la emoción revolucionaria. Mas bien espiritual que intelectual esta comunicación recuerda la que concerto a la generación de la independencia.
Pienso que hay que juntar a los afines, no a los dispares. Que hay que aproximar a los que la historia quiere que estén próximos. Que hay que solidarizar a los que la historia quiere que sean solidarios. Esta me parece la única coordinación posible. La sola inteligencia con un preciso y efectivo sentido histórico.
Hablar vaga y genéricamente de la organización del pensamiento hispano-americano es, hasta cierto punto, fomentar un equívoco. Un equívoco análogo al de ese ibero-americanismo de uso externo que todos sabemos tan artificial y tan ficticio; pero que muy pocos nos negamos explícitamente a sostener con nuestro consenso. Creando ficciones y mitos, que no tienen siquiera el mérito de ser una grande, apasionada y sincera utopía, no se consigue, absolutamente, unir a estos pueblos. Más probable es que se consiga separarlos, puesto que se nubla con confusas ilusiones sus verdadera perspectiva histórica.
Conviene considerar estos temas con un criterio más objetivo, más realista. Por haber sido tratados casi siempre superficial o románticamente, apenas están desflorados. Dejo para otra día, la cuestión de la posibilidad y de la necesidad de organizar el pensamiento hispano-americano. Creo indispensable, ante todo, formular una interrogación elemental. ¿Existe ya un pensamiento característicamente hispano-americano? He aquí un punto que debe esclarecer este debate.
José Carlos Mariátegui
José Carlos Mariátegui La Chira
Parte deFondo José Carlos Mariátegui
José Carlos Mariátegui La Chira
Carta a Victoria Ferrer, 12/11/1924
Parte deFondo José Carlos Mariátegui
Miraflores, 12 de noviembre de 1924
Victoria:
Te incluyo un cheque para el Banco del Perú y Londres por tres libras. Te ruego acusarme recibo y darme noticias de Gloria.
Después de una última pequeña operación a que fui sometido a Miraflores, mi restablecimiento ha proseguido y he reanudado, dentro de lo posible, mis trabajos.
Transmite mis recuerdos a los tuyos, besa a mi nombre a la pequeña y recibe, como siempre, mis saludos.
José Carlos
José Carlos Mariátegui La Chira
Carta a Victoria Ferrer, 4/4/1920
Parte deFondo José Carlos Mariátegui
Roma, 4 de abril de 1920
Victoria:
Me ha llegado ayer una carta tuya de 2 de marzo que voy a contestar enseguida porque es la carta que ha batido el "récord" de velocidad, entre todas las que me han sido escritas hasta, y quiero, por este motivo, ver si la respuesta tiene la misma suerte y si el "récord" resulta doble. Generalmente las cartas no tardan menos de cuarenta días.
Cuando te envié mi primera remesa lo hice sin conocer el tipo de cambio y en días en que este era muy inestable. Por esto no recibiste sino veinticinco soles en vez de cincuenta.
Mis tres posteriores remesas han sido directas; pero creo que desde la próxima, que será el mes venidero, tendrán que ser nuevamente por intermedio de Falcón, pues a causa de las medidas adoptadas para detener la baja de la moneda italiana, hay grandes dificultades para girar a América.
Una asignación en Lima no es posible porque requiere muchos trámites y justificaciones. A mí me pagan por medio del Consulado de Génova. Pero no te alarmes. No soy capaz de embrollarte. Además, me propongo demostrarte que sé ser severo conmigo mismo: respetaré religiosamente la suma que te he señalado cualesquiera que sean las tentaciones de la vida europea.
Mi carta del 24 de diciembre fue escrita, naturalmente, antes de que arribase a mis manos la carta de tu mamá anunciándome la aparición en escena de la señorita Gloria María. De otra manera te hubiera hablado de Gloria y te hubiera encargado para ella mi primer lejano beso.
Lamento demasiado que Gloria esté enferma y hago votos porque su malestar no sea importancia.
¿Ha ido Santillana? ¿Has hecho ya bautizar a la pequeña? ¿La quieres mucho? ¿Es simpática? ¡Imparcialmente! ¿Ah?
Hasta mi próxima me despido de ti afectuosamente, rogándote que creas en mi fidelidad a mis obligaciones y en la lealtad de mi recuerdo y rogándote, así mismo, que beses en mi nombre a la "petite".
José Carlos
Srta. Victoria Ferrer.
Lima
José Carlos Mariátegui La Chira
Carta a Victoria Ferrer, 18/3/1920
Parte deFondo José Carlos Mariátegui
Roma, 18 de marzo de 1920
Victoria:
No me ha venido ninguna nueva tuya. Te escribo hoy para enviarte otra remesa destinada a resarcirte un poco de tus últimas estrecheces. Habría querido indemnizarte mejor; pero no me ha sido posible. La vida aquí es demasiado cara para los extranjeros. Y más para los extranjeros que, como yo, tienen que satisfacer, junto con las necesidades de la vida física, las necesidades no menos imperiosas de la vida intelectual.
Conforme a tu deseo, he escrito a Santillana. Aguardo su respuesta. No creo que tenga inconveniente para aceptar su designación.
Me interesa saber si te han llegado oportuna y prontamente mis anteriores remesas y mis varias cartas. Por mis simples cartas me preocupo menos naturalmente. Sé que no te pueden ser gratas y queridas como te habían sido en otros tiempos. Pero siempre me disgustaría que alguna de ellas se hubiera extraviado o rezagado.
El cheque es por doce libras esterlinas (Twelve pounds sterlings). Girado en la misma forma que los precedentes.
Dame muchas noticias de María Gloria. (¿Porqué no María Gloria en vez de Gloria María?). Dame también noticias de tu salud que anhelo hayas recuperado plenamente.
Cuida de acusarme recibo de todas mis cartas indicándome, por supuesto, sus fechas.
Saluda a los tuyos expresándoles mi buen recuerdo.
Con muchos besos para la bambina y uno para ti —si tú gustas— se despide de ti hasta la próxima, muy afectuosamente
José Carlos
P.D. Con la anterior te remití unas postales. Que Beatricita, a quien renovarás mis recuerdos, excuse la molestia de cobrar el cheque.
Vale.
José Carlos Mariátegui La Chira
Mensaje de solidaridad por la clausura de la revista Amauta, 13/6/1927
Parte deFondo Sociedad Editora Amauta
Mensaje de solidaridad por la clausura de la revista Amauta.
El documento presente firmas de escritores, diplomáticos y periodistas argentinos. Asimismo, se puede observar firmas de redactores de las siguientes revistas: Última Hora, Crítica, Vanguardia, Telegráfica.
El tenor del documento es el siguiente:
"Clausurada la revista "Amauta" —alta tribuna del pensamiento americano— y apresado su director, el notable escritor peruano José Carlos Mariátegui por orden del gobierno del Perú, los abajo suscritos acuerdan hacer pública condena de ese atropello a la libertad del pensamiento, así como afirmar su adhesión espiritual al ideólogo renovador que, mutilado y enfermo, sin cejar un instante en su prédica idealista, constituye hermoso ejemplo de un heroico sacerdocio intelectual. Expresan, también, su simpatía a las poetisas Magda Portal y Blanca Luz Brum de Parra del Riego, así como a sus compañeros de infortunio, victimas de la misma injusticia. Buenos Aires, 13 de junio de 1927."
Palacios, Alfredo
Carta de A. Tinajeros, 17/10/1928
Parte deFondo Sociedad Editora Amauta
Arequipa, 17 de octubre de 1928
Sr. José Carlos Mariátegui,
Lima
Mi estimado compañero:
Aprovecho del viaje a esa del camarada Burstein para dirigirle la presente, saludándole muy afectuosamente y anhelando que su salud no sufra más quebrantos.
A los pocos días del arribo del amigo antes nombrado, en respuesta a su carta le manifestaba en la mía que los amigos Rodríguez, Pastor, Rivera, Núñez V. me ofrecieron enviar directamente a Ud. sus colaboraciones para "Amauta", algunas de las cuales supongo que ya se encuentren en su poder. Así lo espero.
De todo lo que ocurre en esta le pondrá al tanto Burstein. Desde luego no hay nada de importancia, solo el hecho de la prisión de cinco obreros a raiz de la aparición de unos volantes en contra de la comitiva que fue al Cuzco. Se asegura que pronto serán puestos en libertad.
De la cuestión universitaria supongo que tenga una amplia información, particularmente del amigo Nuñez Valdivia Jorge, que esta vez ha tenido una actuación más simpática, aunque con reservas aprecio yo ésta, por contrastar con la que tuvo el año pasado en la huelga, en la cual el interés de círculo y de familia le puso contra nuestra causa justa.
Nuestra revista "Amauta", N° 17, que ha llegado con mucha tardanza ,está recién vediéndose. Hay tanta desidia en el público para la lectura que da ganas de proferir epítetos. Ud no puede creer que aquí solo hay un puñado de lectores asiduos, los demás son por casualidad, por curiosidad o de "gorra” . Para esto la campaña clerigalla es activa, secundada por los servidores del poder.
Sírvase hacer presente al Administrador Martínez de la Torre que mi cuenta y la remesa le enviaré dentro de unos 4 días, pues los libreros me están embrollando con "mañana" y mañana, como ha podido ver Burstein. Asimismo le agradeceré que la Administración sea más celosa de su misión. Y digo esto porque cuando solicité los primeros números de la edición fina, "amigos de Amauta", y los últimos, se contentó con enviarme creo los N° 8 y 9, guardando silencio respecto de los demás. Y cuando recibo la remesa de cada nuevo Nº, no sé cuantos ejemplares me manda, pues unas veces viene menos de cien y otras un poco más; lo que se esclarecería, para una mejor cuenta corriente, con una aviso franqueada junto con la remesa.
Si es que ya salido sus "Ensayos", sírvase indicar a la Administración que me remese unos 15 ejmplares.
Es portador el compañero Burstein, a la par que la presente dos números de "Chirapu", que son los últimos que el compañero Antero Peralta V. me indicó le enviara antes de ausentarse a su tierruca: Oyolo, prov. de Parinacochas, depto. de Ayacucho.
Le estrecha la mano fraternalmente.
A Tinajeros.
Tinajeros, A.
Carta de Enrique Bustamante y Ballivián, 29/1/1927
Parte deFondo Sociedad Editora Amauta
Montevideo, 29 de enero de 1927
Mi querido Mariátegui:
Tiempo hace que no tengo noticias directas suyas lo que bien me explico por sus labores recargadas con Amauta. Recibí los últimos números. De La Cruz del Sur me dicen que sólo han recibido el tercero. Hay que ser exactos con los canjes. Oribe me dice lo mismo, que sólo recibió el N° 3. —Yo recibí El Nuevo Absoluto que me mandó Veguitas. Lo han buscado en las librerías algunos amigos y no ha llegado. Su Escena aquí se ha leído y se ha vendido y ha hecho buena labor para los otros libros. Es necesario que vengan. Inútil es decir que estoy aquí para todo lo que quiera hasta fines de abril, salvo mejor acuerdo de las cosas. La Ibarbourou me dio unos inéditos que iba a repartir entre usted y Veguitas, pero me acaba de mandar decir que los ha corregido y que me espere la nueva copia. Son de una forma que acusa evolución hacia lo moderno. Irán por el próximo correo. He escrito a Roberto A. Ortelli que le mande algunos ejemplares de mis Anti-Poemas a Minerva para que ustedes se encarguen de la venta. Ese contacto puede aprovecharse para que ustedes entren en relación con la editorial Inca que da muchas cosas nuevas e interesantes argentinas que no llegan a Lima. En correo pasado le mandé mi libro, y en el mismo paquete un ejemplar para Bazán, que le pido haga llegar a sus manos.
Perdone esta carta telegráfica e incoherente y reciba el afectuoso saludo de su amigo,
Bustamante
Carta de Alberto Hidalgo, 26/12/1926
Parte deFondo Sociedad Editora Amauta
Buenos Aires, 26 de diciembre de 1926
Querido Mariátegui:
Aquí tiene Ud. la carta que le prometí. Muchas gracias por la suya. Veo, y lo lamento, que ha juzgado Ud. mi poema a Lenin con ideología de comunista. Es un error al que me veo comúnmente ligado, pues son varios los que me han hecho el reparo de la melena garçon y el seno Salomé. Mi intención fue otra. En todo el poema, creo que ello es visible, hay un fervor de admiración por Lenin —a quien yo amo porque después de haber estudiado a fondo su vida, he visto que no es sino un anárquico, no un anarquista, o mejor, un anarquista en permanente lucha con sus instintos tiránicos: fue siempre un caudillo —y hay también un tono de burla por algunas de sus obras, especialmente por el comunismo. En fin, esto es cosa de larga conversación.
Aquí le mando mi contribución a su empresa. Va un artículo y un poema rigurosamente inéditos. Sólo han sido leídos, hace tiempo, en la revista oral. Le ruego que el poema no lo publique hasta que no pueda disponer de una página entera para él. El asunto de las pausas me interesa grandemente. Haga Ud. que se conserve entre verso y verso, tal como lo indica el original, un espacio acomodado a la posibilidad. También me gustaría que se hiciera en letra negrita. Hay quien opina que eso es lo mejor que yo he escrito. De ahí quizá el afán con que lo he mantenido inédito, no obstante el acoso de solicitaciones. Pero por Amauta, por Ud., por el Perú... Tengo un ardoroso deseo de conocer a la gente nueva de allí. Veo que hay, que empieza a haber una juventud inquieta, si bien muy mal orientada. No tolere, Mariátegui, que so pretexto de modernidad, se haga y diga disparates. ¡Guerra al disparate, guerra a la imagen simplemente visual! He visto también algo de injusticia. Veo que se atribuye a alguien que no soy yo el haber tirado la primera piedra. ¿Y las fechas estampadas en las carátulas de mis libros? ¿Y mi campaña aquí? ¿Y la juventud de Buenos Aires que ha crecido a mi lado? ¿Por qué, Mariátegui, tanta injusticia? ¿Antipatía personal?
He pedido colaboración para Amauta, y puedo asegurarle que en un otro correo, tendrá Ud. allí lo mejor de la Argentina.
Aplausos por su obra, por su revista, por su espíritu, y que si la distancia y los años de ausencia nos han separado, la distancia y la ausencia mismas creen nuestra vieja amistad, tonificada de recuerdos.
Alberto Hidalgo
Hidalgo, Alberto
Carta de Reis Siqueiros, 24/7/1930
Parte deFondo Sociedad Editora Amauta
(Brasil) São Paulo 24 de julho de 1930
Camaradas de "Amauta" - Lima - Perú
Recentemente acabo de receber vossa carta des 27-5-1920 e aijunto rtes ejemplares de "Amauta", desde ja me congratula com os camarada periano pela publicaçao de uma das revistas revolucionarios mais importantes que se publicam en lingua espanhola.
Aquí a obra de Mariátegui, e quasi adsolutamente desconhecida em consequencia do falta de intercambio entre o movimento revolucionario do Perú e Brasil, é não [...] a de Mariategui assim como toda a obra do proletariado do Perú, somente e conhecida atravez de artigos raros mas publicações da C.S.L.A e do S.S do J.C.
Para aos camaradas me enviem, sendo possivel, todas as obras de Mariátegui que estejam ao nosso alcance, assim como a colleção de "Amauta", pelo menos desde o segumda etapa, temos em nosso poder os numeros 27-28 e 30.
Sobre os numeros que salgam no futuro, devido a meu situação economica porque atravesamos em esta, peço-lhes me mandenpor enquanto 5 ejemplares cada numero. Junto aos pacotes que enviem a correspondente factura para enviar-lhe o [...] a volta de correio.
En meu nome, e em nome dos camaradas de São Paulo, nos enviamos nossos mais sentidos pézames, pela morte do grande Mariategui, sua obra deve ser defendida por todoas as formas, pois pertenece, como perteneceu nossa vida, a classe proletaria.
Mariategui e um symbolo não sé do Perú mais sim de todo a America Latina!
Esperando nossas breves noticas, enviamo-nos nossas mais fraternaes saudaçoês revolucionarios.
Reis Siqueiros
Reis Siqueiros
Carta de Robert Cahen Salaberry, 11/9/1929
Parte deFondo Sociedad Editora Amauta
Buenos Aires, 11 de setiembre de 1929
R. Cahen Salaberry, corresponsal del Mercure de France, y en misión especial de estudio, mucho agradecería a U. el envío de su muy estimada revista, y desde ya les presenta las gracias por su atención.
Bs. Aires 11/9/29.
Cahen Salaberry, Robert
Carta de María Mejías, 7/1/1927
Parte deFondo Sociedad Editora Amauta
Nueva York, 7 de enero de 1927
Sr. Don José Carlos Mariátegui,
Director Amauta,
Lima, Perú.
Muy señor nuestro:
Acaba de llegar a esta oficina el número 4 de su importante revista Amauta. Hemos puesto dicha revista en nuestra lista de canjes, y mucho nos agradaría que nos la remitieran regularmente como canje también. Si fuese posible obtener los tres primeros números, también lo agradeceríamos mucho.
Felicitamos a Ud. por la importante revista que ha sacado Ud. a la luz pública, y esperamos que tenga un gran éxito. Si en algo podemos servirle, estamos a sus órdenes.
Attos. y SS. SS.,
La Nueva Democracia
Por: Depto. Edit.
María Mejías
Mejías, María
Carta de Stephen Naft ,4/11/1926
Parte deFondo Sociedad Editora Amauta
[New York], 4 de noviembre dc 1926
Sr. Don José Carlos Mariátegui
Director del Amauta
Casilla 2107
Lima. Perú.
Estimado Compañero:
Le estoy muy agradecido por haberme mandado su muy interesante revista Amauta. Le mandamos incluso un billete americano de $2.–– para la suscripción. Mándenos todos los números que habrán aparecido desde el primer número.
Siento mucho que Ud. no nos ha repuesto a nuestra carta pidiéndole su colaboración y particularmente un artículo sobre las aspiraciones y el movimiento de los indígenas. Vd. en Lima también me ha prometido mandarme estos números del Mundial en los que aparecen o aparecieron sus artículos.
Le ruego mandarme un recibo para la contabilidad.
Esperando de tener sus noticias en poco tiempo, le saludo fraternalmente
S. Naft
Director Sección Latino Americana
Naft, Stephen
Carta de Fernando Binvignat, 1929
Parte deFondo Sociedad Editora Amauta
La Serena, Chile, 1929
Señor
José Carlos Mariátegui,
Lima
Compañero:
Le envío un poema para Amauta. También por paquete postal La Luna de Oro, mi pequeño libro de 1926. Le agradeceré el envío de su revista.
Reciba mi cordialidad
Binvignat
Casilla 79
La Serena - Chile
Binvignat, Fernando
Carta de Manuel Llinas Vilanova, 3/1/1929
Parte deFondo Sociedad Editora Amauta
Buenos Aires, 3 de enero de 1929
Camarada José Carlos Mariátegui:
Hace tiempo que soy lector asiduo de la valiente revista Amauta que con tanto acierto usted dirige.
Amauta cumple una doble misión en nuestro continente: la de exponer los valores de vanguardia que se van manifestando en la América Latina en general y en el Perú en particular y la de acercamiento de las juventudes intelectuales de esta misma América Latina por el conocimiento de los problemas que les son comunes.
Por tal motivo cúmpleme felicitarle sinceramente y hago votos para que Amauta pueda vivir muchos años sin desviarse de la ruta izquierdista que hasta ahora ha seguido.
Aprovecho la oportunidad para saludarlo atentamente.
M. Llinás Vilanova
Pavón 3536 - Buenos Aires
Llinas Vilanova, Manuel
Carta de Flavio de r. Carvalho, 2/10/1930
Parte deFondo Sociedad Editora Amauta
São Paulo
2 octubro 1930
Presado Sr. Mariategui.
Junto a esta lhe envío a minha tese "a cidade do homem nu" lida no IV congresso panamericano do architectos no Rio. Sabendo as tendencias do seu jornal pensei que puderose lhe interessar para publicaçao.
agradecendo,
sinceramente
Flavio de Carvalho
Flávio de R. Carvalho
Tarjeta postal enviada por la dirección de Le Monde Nouveau, 14/4/1927
Parte deFondo Sociedad Editora Amauta
Paris, le 14.IV.27
Monsieur l'Administrateur de Amauta
Sagástegui 669
Casilla 2107
Lima
Pérou
Monsieur et cher Confrère,
C’est avec le plus vif plaisir que nous avons lu la lettre par laquelle vous voulez bien nous proposer un échange entre nos deux publications.
Nous nous empressons de vous inscrire sur nos listes d’adresses, et saisissons cette occasion pour vous exprimer notre espoir que nos relations, ne se bornant pas à un simple échange, deviendront, dans un avenir prochain, des plus confidentielles.
Veuillez agréer, Monsieur et cher Confrère, l’assurance de nos sentiments très dévoués.
Le Monde Nouveau
Carta de Carlo Suarès, 20 de marzo de 1929
Parte deFondo José Carlos Mariátegui
Paris, le 20 mars 1929 [1930]
Monsieur,
Nous avons le plaisir de vous envoyer ci-joint le texte de notre grande consultation internationale. Nous voulons constituer un document qui mette face à face les consciences mondiales les plus élevées.
Notre volume sur "l'Inquietude Contemporaine" fait déja l'objet de Comités organisés aux Etats-Unis, en Angleterre, Allemagne, Italie, Pays Scandinaves, Paus Balkaniques, Indes, etc... Ce volume para traduit en autant de langues qu'il sera nécessaire pour que le lien s'etablisse, et publié dans les différents pays.
Nous nous efforçons de consulter naturellement les esprits les mieux éclairés dans tous les pays de langue espagnole, pays qui semblent devoir introduire dans les échanges internationaux des valeurs toutes nouvelles, et c’est pourquoi nous attachons une si grande importance à votre réponse.
Nous espérons donc que vous consentirez à nous envoyer quelques pages, ou, au moins, quelques lignes, sur les questions qui vous intéressent le plus, et que nous vous prions très vivement de bien vouloir nous expédier dans le courant du mois de Mai car nous désirons paraître avant les vacances.
Veuillez d’avance recevoir nos remerciements les plus vifs et agréer. Monsieur, nos meilleures‘salutations.
Pour la Rédaction
C. Suares
Suarès, Carlo
Carta de Pierre Naville, 23/1/1929
Parte deFondo Sociedad Editora Amauta
Paris, le 23 Janvier 1929
Rédaction de AMAUTA
Lima. Perou
Chers camarades
Nous avons bien reçu votre paquet de livres et de revues et nous vous en remercions beaucoup.
Voulez-vous remercier les camarades Mariategui, Martinez de la Torre, Valcarcel, ainsi que tous les camarades qui collaborent à Amauta et Labor.
Tout ce qui touche au mouvement d'emancipation de l'Amérique Latine par la force populaire nous intéresse extrèmement; et nous regrettons beaucoup de n ’avoir pu jusqu’à présent lui faire la place nécéssaire dans notre revue. Mais vous connaissez notre position dans le mouvement ouvrier en Europe, et vous savez que nos conceptions divergeantes de celles de la III Internationale actuelle nous obligent à un travail qui n'est pas aussi libre que nous le voudrions.
Nous vous enverrons toujours notre revue tan-t qu’elle paraîtra, ainsi que le journal hebdomadaire que nous voulons publier, et j’espère que vous nous ferez toujours parvenir votre revue.
Avec notre salut frate
P. Naville
Naville, Pierre
Carta a Juan Marinello, 16/3/1930
Parte deFondo José Carlos Mariátegui
Lima, 16 de marzo de 1930
Sr. D. Juan Marinello.
La Habana.
Muy estimado compañero:
Ud. me excusará el retardo con que contesto su grata carta de fines de diciembre último, al saber que al habitual desequilibrio entre mi salud y mi trabajo se ha agregado en los últimos meses una temporada de playa y sol en la Herradura que me ha impedido ocuparme en mi más cara correspondencia.
La función de vinculador que Waldo Frank ha tenido en su viaje, entre algunos núcleos de nuestra América, corresponde bien a la calidad e intención de su mensaje. Frank ha dejado en Lima amigos entusiastas. Yo no tengo talvez más título a su distinción que el de haber sido el primero en comentar en el Perú sus libros y en señalar, ante todo, el valor de Nuestra América, en el artículo del que 1929 tomó un párrafo.
Le envío, con los últimos números de Amauta, un ejemplar de mis 7 Ensayos.— Le debo la expresión de mi reconocimiento por la generosa cita que de mi obra hace en su interesantísima respuesta a la encuesta de Cahiers de l’Etoile. Este ensayo ha sido reproducido por un diario de Lima. Le mando el recorte.
También le acompaño dos colaboraciones para el número peruano de 1930. El próximo correo le llevará un ensayo mío.
Estas líneas no se proponen sino establecer la correspondencia iniciada por su carta —magnífico mensaje de amistad.
Preparo mi viaje a Buenos Aires, donde espero resolver con el problema de mi movilidad, mediante una aplicación ortopédica, el de mi salud. Nuestro querido Glusberg es el auspiciador de este viaje, al cual me anima, también, resueltamente, Waldo Frank. Amauta continuará publicándose en Lima; pero si al ausentarme yo le crearan dificultades, la trasladaría a Buenos Aires.
Lo abraza, con simpatía y estimación profundas, su devotísimo compañero.
José Carlos Mariátegui La Chira
Carta de Miguel Ángel Urquieta, 12/1/1929
Parte deFondo Sociedad Editora Amauta
La Paz, 12 de enero de 1929
Señor don José Carlos Mariátegui,
Lima.
Mi querido Mariátegui:
El viaje que tuve que hacer a Lima y la gravísima enfermedad de uno de mis hijos, que me obligó a interrumpir mi permanencia allí, no dándome siquiera tiempo para detenerme en Arequipa y arreglar intereses abandonados desde hace casi cinco años, han desequilibrado seriamente mi presupuesto. Solo ahora empiezo a ponerlo de nuevo en orden. Le ruego, mi buen amigo, indicar a la administración de "Amauta” que espere unas pocas semanas más el arreglo de mi cuenta con ustedes. Le pido esto, porque he recibido ya dos cartas muy insistentes, la última sobre todo, en la que se me anuncia, incluso, que el nuevo agente aquí es el joven Nerval "porque yo he dicho que iba a ausentarme de La Paz definitivamente”. Alguna menuda intriga de los apristas de Bolivia, sin duda, porque a nadie dije nunca tal cosa. Cuando hablé con usted por teléfono, estando ya con el pie en el estribo, le manifesté que regresaba a La Paz y que todo, con respecto a la revista, podía seguir como siempre. Eso fue todo
Recibí su libro, tan admirable, y de él me he ocupado en uno de mis artículo de impresiones sobre el Perú y cuyo recorte le envié en diciembre.
Muy agradecido por el favor que le pido y reiterándole mi adhesión personal y mi afecto, le estrecho las dos manos.
Miguel Ángel Urquieta
Urquieta, Miguel Ángel
Carta de Miguel Ángel Urquieta, 4/2/19127
Parte deFondo Sociedad Editora Amauta
La Paz, 4 de febrero de 1927
Señor don
José Carlos Mariátegui,
Lima.
Mi querido Mariátegui:
El programa mínimo, usted se habrá dado cuenta exacta, no contiene toda nuestra ideología ni todos nuestros propósitos. Es nada más que eso: un programa mínimo. He tenido que transigir en mucho a fin de hacerlo viable dentro de una propaganda discreta que nos suscito recelos oficiales. Es una exposición de doctrina que no va contra ningún interés político personal. La cuestión federal va involucrada, porque sin ella difícilmente se ganaría opinión en los sectores juveniles del sur del Perú, que solo quieren saber de federación y descentralización. Es decir, he combinado, hasta donde me ha sido posible, la ideología de izquierda nuestra con el anhelo federal. De aquí que haya resultado un programa político-social. Por otra parte, creo que la federación podrá ser, no una fórmula definitiva para el Perú, pero sí un ensayo de reforma, un paso seguro para ir a una organización mejor, más completa, más libre y más justa. Desde luego, en la organización federal habría que procurar que el gamonalismo no acreciente su poder absorción y extorsión, para evitar lo que usted tan sagazmente teme. Del procedimiento dependería al que el gamonalismo no se hiciera más peligroso para el país. Creo que dentro nuestra modalidad actual y dentro de las ideas nuevas, avasalladoras hoy, el programa ha condensado lo más inmediato y realizable. Su objeto principal es la propaganda y la incitación a que nuestra juventud de avanzada sistematice sus ideas y las vacíe en una acción disciplinada. De aquí que comentar y discutir el programa tenga gran valor para nuestra causa. Yo espero que usted diga algo en Amauta. A Víctor Raúl le he enviado el programa, pero ignoro si esté de nuevo en Londres, a donde le he dirigido mi correspondencia. Si usted le escribe, le rogaría hacérselo saber.
En mi carta anterior, le advertía que para evitar sorpresas, cualquier colaboración que usted reciba de La Paz deberá ir, siempre que sea yo quien se la envíe, con algunas letras mías. Lo de ese joven Omar Estrella, me llama la atención, pues no lo conozco y averiguando a raíz de la carta de usted, sé que es un pobre diablo, turco de nacionalidad. Yo solo le he mandado hasta hoy versos de O'Connor y de Cerruto.
Si aún es tiempo, le ruego añadir a la carilla 6 del original que la envié certificado en el correo anterior, los dos párrafos que van marcados con lápiz rojo en la copia adjunta. Mil gracias. Creo que es necesario hacer campaña para que se depuren las filas de izquierda literaria, por lo menos entre nosotros. A esto va enderezado mi artículo de respuesta a los Andamios de Vida, de Magda Portal. Lamento haberlo escrito con bastante prisa, para alcanzar el número 6 de Amauta, pues de otro modo habría dado más precisión a mis conceptos. En todo caso, es un tema que puede ampliarse.
Junto con estas líneas recibirá usted una liquidación por venta de la revista. Quedan en la librería diez ejemplares, algunos de ellos separados, pero cuyo valor en dinero aún no me han liquidado. Usted se enterará por el detalle, que espero lo encuentre conforme, acusándome recibo, así como del cheque que va incluido.
Con alguna dificultad he podido encontrar a Gustavo Adolfo Otero. El periódico que el dirige –periódico del gobierno– está en gresca constante con "La Razón" en que yo trabajo y que lo dirige Gustavo Carlos Otero, primo del otro. Me dice que los cincuenta ejemplares de "Escena Contemporánea" que usted le envió, se han vendido y que pronto va escribirle al respecto. Le sugerí girarle el dinero; pero me dice que prefiere mandarle obras de escritores de aquí.
Con mucho gusto le serviré a usted con la representación de las ediciones de "Minerva". Puede usted enviarme los libros editados, diez o quince ejemplares de cada uno, para empezar. No se olvide, eso sí, de indicarme el precio neto de venta, a fin de señalar yo una comisión a los libreros y evitar inconvenientes como algunos he tenido a último momento con la venta de "Amauta", cuya liquidación querían hacerme no a 40 centavos peruanos por ejemplar, sino a cuarenta centavos bolivianos.
La colección "Amigos de Amauta" la recibí solo antes de ayer. Dos de los ejemplares están en mal estado. El número 5, por ejemplo, tiene dos páginas rotas de la mitad; posiblemente falla de la encuadernación. En la próxima liquidación le enviaré el valor de esta suscripción mía.
Con un fuerte abrazo, quedo como siempre, su amigo y compañero.
Miguel Ángel Urquieta.
Urquieta, Miguel Ángel
Carta de Omar Estrella, 30/11/1926
Parte deFondo Sociedad Editora Amauta
La Paz, 30 de noviembre de 1926
Señor José Carlos Mariátegui
Lima- Perú.
Compañero:
Simpatizante con la preciosa revista de su cargo, Amauta, cuyas tendencias reflejan hoy el ideal moderno de todas las juventudes conscientes de América, y entusiasta por la vigorosa campaña revolucionaria que se va realizando desde sus líneas en esa patria hermana, tengo a bien escribirle estos renglones que consultan el pensamiento de los demás compañeros de la Unión Latino-Americana de ésta, con el fin de hacer notoria nuestra unificación idealista, nuestra simpatía por esa juventud que sacrifica sus intereses personales en pro de un interés colectivo y de un bien continental, y nuestro aplauso sincero por los merecidos triunfos que día a día conquistan sus ideales en el alma de la raza.
En vista de que las juventudes de hoy, avanzan ligadas por la fuerza de un solo ideal, de una sola tendencia, nosotros sentimos acá la necesidad de comunicarnos mutuamente y hacer conocer nuestros sentimientos colectivos a los hermanos de todos los pueblos, para que, llegado el momento, formemos la sola voz, el solo acento que haga vacilar las bases de la antigua civilización, cuya ignorancia llena de podredumbre, obstruye con sus semillas de pasadismo el avance vigoroso de la vanguardia revolucionaria actual.
Es tiempo ya, de que todas las juventudes organizadas de América, alcen al unísono su voz enérgica de protesta contra la tiranía y el despotismo de las viejas clases burocráticas; es tiempo de que su brazo demoledor se cierna sobre la patria mezquina de los patrioteros, y construya sobre sus ruinas la Patria grande, inmensa, sin fronteras, sin intereses y sin odios nacionalistas.
Unámonos pues, y de ese modo, engrosaremos y fortaleceremos la más sacra y humanitaria cruzada del siglo presente.
Omar Estrella
Nota.- A continuación, le envío un ‘poema’ para Amauta. Por intermedio suyo, un abrazo fraternal a todos los compañeros de la vanguardia. Mi dirección: La Paz, Casilla 65.
poema
dolor que de puntillas
cruza mi propio sendero
esta noche han anclado todas las naves en mi recuerdo
y tus marineros gritando su dolor
se lanzaron a mi propio sendero
y aplacaron su sed con el licor de mi propio tormento
CAMPAÑERO DOLIENTE
tocaste mucho tiempo mis campanas de tedio
velero anochecido en todos mis mares
emoción amarrada a todos mis puertos
FUISTE
labrador incansable en todas mis eras
y abriste
un surco en mi existencia a todas las esperanzas de la vida
fuiste sol -–mucho tiempo–- y soleaste el paisaje
de un futuro mejor en el alma del tiempo.
Estrella, Omar
Carta de Sixto E. Miguel, 14/1/1927
Parte deFondo Sociedad Editora Amauta
Jauja, enero 14 de 1927
Señor director de "Amauta".
Lima.
Muy señor mío:
Aprovecho la feliz oportunidad para dirigirle la presente. Deseo que en la revista mensual que dignamente dirige Ud. pueda publicarse el aviso que le adjunto. Se servirá indicarme la suma que debo de pagar por su inserción, por el curso de un medio año, o un año.
Su atto. y S.S.S
Sixto E. Miguel
Miguel, Sixto E.
Fotografía de Laura Rodig Pizarro
Parte deFondo José Carlos Mariátegui
Fotografía Laura Rodig Pizarro, artista plástica chilena, con una dedicatoria para José Carlos Mariátegui.
Rodig, Laura
La pobreza de la biblioteca nacional
Parte deFondo José Carlos Mariátegui
La pobreza de la biblioteca nacional
No se escribe frecuentemente sobre la Biblioteca Nacional. El público está enterado de que existe desde hace muchos años. De que sus ilustres elzevires y otros viejos volúmenes fueron salvados de la rapacidad de los invasores chilenos por don Ricardo Palma. Y de que por su dirección han pasado eminentes hombres de letras del país.
No es esto, sin embargo, todo lo que hay que decir de la Biblioteca Nacional. Los intelectuales tienen el deber de destruir la cómoda ilusión de que el Perú posee una Biblioteca Nacional más o menos válida como instrumento de estudio y de cultura. No tengo una idea de la cultura peruana; pero creo que la Biblioteca Nacional no puede ser considerada como uno de los órganos o de los resortes sustantivos de su progreso. La Biblioteca Nacional es, actualmente, paupérrima. Me parece que todos los que nos interesamos por la cultura del país debemos declararlo con honradez y con franqueza.
La Biblioteca Nacional no corresponde a su categoría ni a su título. No tendría, en otro país, más valor que el de una biblioteca de barrio o el de una biblioteca particular. Su capital de libros, revistas y periódicos es insignificante para una Biblioteca Nacional. Lo incrementan lentamente algunos exiguos lotes de libros modernos y algunos donativos de bibliografía oficial o de autores mediocres. No llega a la Biblioteca ni un solo gran diario europeo. No llegan sino unas cuantas revistas: el “Mercure de France”, la “Revue de Genéve”, “Scientia”. Ningún hombre de estudio puede encontrar en la Biblioteca los medios de conocer o explorar alguno de los aspectos de la vida intelectual contemporánea. Para ningún estudio científico, literario o artístico ofrecen los anaqueles de la Biblioteca Nacional una bibliografía suficiente. Ni siquiera sobre tópicos tan modestos y tan nuestros como la literatura peruana es posible obtener ahí una documentación completa.
De la Biblioteca Nacional no se puede decir, como de la Universidad, que vive anémica o atrasadamente. La Biblioteca Nacional no vive casi. A su único salón de lectura concurren, en las tardes, unas cuantas personas. Y sus salones interiores tienen una magra clientela, a la que abastecen, generalmente, de materiales de investigación histórica. Se respira en todos los salones una atmósfera mucho más enrarecida que en un museo de antigüedades. No son estos salones, como debían ser, un cálido hogar de libros y de ideas. Dan la sensación de bostezar aburridos, desganados, somnolientos. La Biblioteca Nacional no existe para los hombres de estudio. No existe casi para la cultura y la inteligencia del país.
La Biblioteca de la Universidad ha logrado ya superarla. Es mucho más orgánica, más cabal, más viva. Tiene más lectores, más clientes. Ha recibido, en los últimos tiempos, notables contingentes de escogidos libros. Publica un boletín bibliográfico. No importa que su capital sea aparentemente más pequeño; es, en cambio, más activo y más moderno. El volumen de la Biblioteca Nacional resulta prácticamente un volumen ficticio. La cifra de los libros que en la Biblioteca Nacional se depositan no constituye un dato de su valor real. Seguramente, más del ochenta por ciento de esos libros duerme, en perennes e inmóviles rangos, en los anaqueles. Un enorme porcentaje de libros y folletos inútiles infla artificialmente dicha cifra, dentro de la cual se computa una inservible literatura oficial o privada que, en muchos casos, nadie ha desflorado todavía. Todo un pesado lastre que puede ser sacrificado sin que ningún interés de la cultura peruana se resienta absolutamente. (Nada perjudicaría tanto la reputación de la cultura peruana como la creencia de que tales libros y folletos representan a esta en alguna forma).
En defensa de la fama y el mérito de la Biblioteca Nacional, sería vano desempolvar el prestigio de sus viejas ediciones y de sus ancianos “bouquins”. Una biblioteca pública no es un relicario; es un órgano vivo de estudio y de investigación. Una colección abigarrada e inorgánica de libros antiguos no basta siquiera a la curiosidad limitada de un “bouquineur”. La Biblioteca Nacional no es un instrumento de cultura moderna, ni es tampoco un instrumento de cultura clásica. No tiene en nuestra vida intelectual ni aún la función de un docto asilo de humanistas.
La responsabilidad de esta situación no pertenece a los presentes ni a los pasados funcionarios de la Biblioteca Nacional. Nada en este artículo, claro y preciso, suena a requisitoria o a reproche contra las personas que, mal remuneradas, trabajan ahí honesta y oscuramente. La Biblioteca Nacional es la Cenicienta del Presupuesto de la República. Todas sus dificultades provienen de la pobreza extrema de su renta. El Estado destina al sostenimiento de la máxima biblioteca pública del país una suma ínfima. La Biblioteca no puede, por esto, efectuar mayores adquisiciones. No puede, por esto, abonarse a diarios y revistas que la comuniquen con las grandes corrientes de la vida contemporánea. No puede, por esto, sostener un boletín bibliográfico. El catálogo es un proyecto eternamente frustrado por la miseria crónica de su presupuesto.
En los cuarenta años transcurridos desde 1885, la nación se ha desarrollado apreciablemente. El presupuesto nacional y los presupuestos locales han crecido con más o menos seguridad y más o menos prisa. La Biblioteca ha sido, tal vez, la sola excepción en este movimiento unánime de progreso. Después de cuarenta años, continúa vegetando lánguida y anémicamente dentro de los mismos estrechos confines de su restauración postbélica. En cuarenta años, la filosofía, la ciencia y el arte occidentales se han renovado o se han transformado totalmente. De esta transformación la Biblioteca no guarda sino algunos documentos, algunos ecos dispersos. Nadie podría estudiar en sus libros este período de la historia de la civilización. Faltan en la Biblioteca libros elementales de política, de economía, de filosofía, de arte, etc.
La organización de una verdadera biblioteca pública constituye, en tanto, una de las necesidades más perentorias y urgentes de nuestra cultura. El Perú vive demasiado alejado del pensamiento y de la historia contemporáneas. Su importación de libros es ínfima. El esfuerzo privado, en este terreno, no ha organizado nada. No tenemos un ateneo bien abastecido de libros y de revistas. El hombre de estudio carece de los elementos primarios de comunicación con la experiencia y la investigación extranjeras. La documentación que aquí puede reunir sobre un tópico cualquiera es inevitablemente una documentación incompleta. La Biblioteca Nacional no lo provee casi nunca, oportunamente, de un libro nuevo o actual. Obras, ideas y hombres archinotorios en otras partes, adquieren, por eso, entre nosotros, tardíamente, relieves de novedad extraordinaria. Revistas y periódicos que representan enteros sectores de la inteligencia occidental no arriban nunca a este país, donde abundan, sin embargo, individuos que se suponen muy bien enterados de lo que se siente y de lo que se piensa en el mundo. Y este aislamiento, esta incomunicación, favorecen las más lamentables mistificaciones. A su sombra medra una ramplona dinastía de falsas reputaciones intelectuales.
Una enérgica campaña de los escritores peruanos en todos los diarios y todas las revistas, podría obtener un largo y próvido aumento de la renta de la Biblioteca. En caso de un resultado negativo o mediocre, podría solicitar una suscripción nacional. Yo no escribo este artículo para suscitar o iniciar esa campaña. Lo escribo porque siento, individualmente, el deber de declarar esa campaña. Lo escribo porque siento, individualmente, el deber de declarar lo que es, a mi juicio la Biblioteca Nacional de Lima. Demasiado mío, demasiado personal, este artículo no es una invitación ni es una circular al periodismo. Es una constatación individual. Es una opinión crítica.
José Carlos Mariátegui.
José Carlos Mariátegui La Chira
Carta de Miguel Ángel Urquieta a Enrique Bustamante Ballivián, 8/4/1928
Parte deFondo José Carlos Mariátegui
8 de abril de 1928
Señor don
Enrique Bustamente y Ballivián
Distinguido amigo:
En una interview que le ha hecho EL DIARIO, llama usted a José Carlos Mariátegui "el Cristo, el apóstol de la juventud peruana". Conozco de sobra la serenidad mental de usted y su integridad de hombre de letras, para que tal certera apreciación me cause sorpresa alguna. Me produce, sí, complacencia, y de las mas intensas y cordiales.
Usted y yo vamos por distintos caminos. Pero no paralelos, que no se juntarían nunca ni se cruzarían siquiera. Ni divergentes, que acabarían por separarse mas uno del otro, hasta perdernos recíprocamente de vista. Vamos por distintos caminos que acabaran, mas tarde o más pronto, por reunirse en un mismo punto de llegada. La peruanidad de usted y la peruanidad mía, ríos conducen a ambos al mismo anhelo de fuerte y recio nacionalismo, un nacionalismo integral que lo abarque todo, desde el armazón cultural de nuestra patria, hasta su estructura económica. Usted, como yo, sabe que lo primero que hace falta en nuestro Perú es el alma nacional. Un pueblo sin alma nacional, no es casi mas que un cadáver que tarda en podrirse porque está embalsamado en su propia inconsciencia, suerte de coma colectivo con atonía total. Usted, como yo, sabe que ante todo debe estar lo nuestro, lo nacionalmente nuestro. Después lo de los demás y lo que con los demás pueda unirnos por afinidad racial, por geografía, por tantos y tan complejos intereses diversos. Ese hispanoamericanismo que tan líricamente se propugna, solo puede ser viable y se concibe como suma de nacionalismos coexistentes. Individualmente definidos y vigorosos, con personalidad propia, inconfundible. Conjuntamente mas de finidos y fuertes todavía.
De aquí, poeta y amigo, que el brevísimo juicio de usted sobre José Carlos Mariátegui —la mas alta figura intelectual de este momento de Inquietud, premonitorio de una época verdaderamente nueva, pródromo de una renovación de cultura política y social—, tenga para mí un valor de excepción. El juicio de usted en labios o en pluma de otro, en pluma nuestra, por ejemplo, de los que hacemos piña con Mariátegui, carecería de fuerza justiciera, le faltaría serenidad. En usted, por el contrario, tiene el mérito extraordinario de ser absolutamente imparcial, espontáneo, frío, si se quiere, fallo ecuánime desprendido de toda contemporización. Por venir de usted lo recojo y se lo agradezco. Cuanto se refiere a Mariátegui, atañe a todos los que con él estamos.
José Carlos Mariátegui es el apóstol del más puro peruanismo. El Cristo, como usted le llama, del nuevo evangelio nacional. Gracias por mí y por cuantos acompañamos a Mariátegui en esta sacrificada lucha nacionalista que muy pocos comprenden y muchos interpretan mal cuando no calumnian. Ya era tiempo de que en el extranjero una voz como la de usted calificase a Mariátegui sin pasión, sin odio ni amor, simplemente serena, y justipreciase su obra con una sola frase que equivale a la mas completa definición de nuestro insigne idealista.
Mariátegui, al honrar a! Perú, nos honra a todos, incluso a los propios que no se lo reconocen. Que usa la tralla sobre espaldas mercaderes? Y que! Cristo usó el látigo. Que ama a los humildes y ampara a los desheredados? Sí. Cristo murió por ellos. Y yo puedo afirmar que Mariátegui se dejaría matar antes que arriar sus convicciones, flameantes como banderas al frente de nuestras juventudes de vanguardia. Equivocado o exacto, sólo sé que Mariátegui tiene un alto espíritu incorruptible, sincero hasta el heroísmo, y el coraje apostólico que solo se da en los predestinados.
A Mariátegui le anima la misma fe que a usted, la misma fe que a mí. Tiene el Perú los vicios, las taras raciales comunes a todos nuestros pueblos indioespañoles de educación deficiente y de voluntad embrionaria, engendrados por la codicia de España en la mansedumbre borrega de los autóctonos. Pero tiene también una inmensa, una prodigiosa cantera de virtudes, intacta casi, de la que es posible extraer los sillares para la gran nación del porvenir. Nada significan para el destino de un pueblo, pare la espiral de su evolución, tres siglos de colonia y cien años de vida emancipada, apenas dos círculos de su espiral.
Ya verá usted, poeta y amigo, cómo nuestros caminos tienden converger, cómo nuestra peruanidad, llena de fe, nos juntará a la larga, aunque por vías diferentes.
A tout seigneur, tout honneur, dicen los franceses. Usted, alto señor de las letras, eleva y afirma su probidad intelectual al honrar gran Mariátegui, gran señor de la idea.
La estrecha la mano, desde la otra orilla, afectuosamente.
Miguel A. Urquieta
Urquieta, Miguel Ángel
Carta de Enrique Mendez Calzada, 11/8/1927
Parte deFondo José Carlos Mariátegui
Buenos Aires, 11 de agosto de 1927
Sr.
D. Fernán Cisneros (hijo)
Ciudad.
Colega y amigo:
Contesto a su atenta de anteayer.
No he tenido oportunidad de leer muy asiduamente la revista "Amauta". Eso sí: cuando he tenido a mano algún número, lo he leído con el más vivo interés. He podido así formarme la idea de que era —o es— una de las mejores publicaciones de la América española en su género, esto es, como revista de vanguardia literaria y como órgano de discusión y de difusión de los nuevos hechos y de las nuevas ideas. Lo poco que yo sé acerca del actual movimiento literario peruano, lo sé por "Amauta", publicación que honraría a cualquier país culto y que, sin duda alguna, ha hecho mucho bien al Perú fuera del Perú. Deben ser muchos, efectivamente, los escritores argentinos y de otros países de la América española que se encuentran en mi caso.
Añadiré que mi simpatía por la personalidad y mi interés por la obra de Mariátegui no son de hoy. Lo que de él he leído, —y particularmente las correspondencias europeas que recopiló en "La escena contemporánea",— me ha llevado a la convicción de que el fundador y director de "Amauta" es uno de los escritores americanos que más cabalmente saben comprender e interpretar las inquietudes que en lo social como en lo estético, en lo económico como en lo político, agitan la conciencia de la Humanidad actual.
Le estrecha la mano su afectísima.
Enrique Méndez Calzada
Méndez Calzada, Enrique
La novela y la vida. Parte 19 y 20 [Recorte de Prensa]
Parte deFondo José Carlos Mariátegui
La novela y la vida
Sigfried y el profesor Canella
19
La Villa Canella era un asilo seguro para el amor conyugal. Durante doce años había guardado, inexpugnable, la esperanza y la fidelidad de Giulia Canella. Ahora celaba su felicidad dolorosa y romántica. Pero si a Giulia Canella le bastaba su destino de esposa, su marido tenía que reivindicar, además, su destino de profesor. Mientras la justicia rehusase reconocerlo como Giulio Canella, no podía regresar a sus funciones ni a sus clases; no podía siquiera sentirse legalmente esposo de la señora Canella. Los doce años de sustitución de Mario Bruneri, en el uso de su nombre, de su oficio y de su esposa, no habían trascurrido en vano. No habían sido suficientes para llegar a transformarlo definitivamente en Mario Bruneri; pero se interponían hoy entre él y su antigua personalidad alegando derechos formalmente irrecusables. Era sin duda, el profesor Giulio Canella; pero durante doce años había sido Mario Bruneri. Y esta segunda existencia, que había dejado grabadas sus huellas digitales en los archivos de la policía de Turín, no le permitía continuar su primera existencia sino en sus hábitos conyugales y domésticos. El drama de la señora Canella había entrado en su desenlace; el del profesor de humanidades, respetuoso de la ley y del orden, la opinion de los cuestores y de los psiquiatras, es mucho más que una opinión autorizada. El profesor Canella no se podía sentir él mismo , mientras que, legal y jurídicamente, siguiese siendo Mario Bruneri. El juicio del Estado, del público, de la sociedad, era el juicio de la historia. Históricamente, él no era el profesor Canella, en legítima posesión de su mujer, de su villa y de su biblioteca, exonerado solo de su cátedra; era el tipógrafo Mario Bruneri, en ilícito goce de todas estas cosas. Era un esposo adúltero, de imprescriptibles antecedentes penales, amante de una viuda que lo mantenía. Romántica, la señora Canella se contentaba con la verdad subjetiva de su amor clásico. ¿Qué podía importarle el juicio del mundo y de la ley? Tenía a su lado a su esposa, después de doce años de espera. Lo tenía, después de haberlo disputado a otra mujer, a la justicia, a sus pretores, médicos y alguaciles. El profesor Canella, en cambio, necesitaba absolutamente una verdad objetiva, acordaba con la ley, digna de sus colegas. La señora Canella podía vivir solo para su amor; el profesor Canella, no. Académico, ortodoxo en todas sus opiniones, creía que el amor no encuentra su orden y su expresión sino en el matrimonio. En su caso, existía el amor; pero, legalmente, faltaba el matrimonio. Toda su vida no debía trascurrir dentro de los muros de la villa Canella. Tanto como la vida de un hombre casado, era la vida de un profesor de segunda enseñanza. Su mujer lo había reconocido sin hesitación desde el primer momento; pero sus colegas, cortados por la opinión de la justicia y del "Corriere
della Sera'', habían rehusado reconocerlo. Algunos privadamente, habían reanudado su amistad con él; todos, públicamente, estaban obligados a ignorarlo, mientras pesase sobre él la extraña interdicción que le habían ocasionado sus impresiones digitales, registradas en Turín como las de Mario Bruneri.
20
La señora Canella se estimó generosamente recompensada por sus penas, al dar a luz una niña. ¿Cuál será el nombre de esta niña? —se preguntaba la murmuración, solícitamente informada de este suceso, en todas las esquinas— ¿Bruneri o Canella?. Desde su lecho, la señora Canella adivinó esta curiosidad callejera y decidió darle respuesta por la prensa. Era necesario que Italia entera, que conocía su drama, conociese ahora su ventura. Tenía razones únicas para dirigirse a su pueblo, como una reina, anunciándoles su maternidad.
Lo hizo en esta carta, que l aprensa calificó de vibrante:
"Proclamo con el más grande orgullo, aunque sea dueña de mí misma y no tenga la obligación de dar satisfacción de mis actos a nadie, que he ofrecido hoy a mi segunda Patria adorada una nueva hija, una hija del dolor, una hija del martirio, una hija de una madre probada en las formas más crueles por una serie de desventuras, soportadas siempre con cristiana resignación, de una madre, que durante 12 años vivió y se mantuvo fiel al esposo lejano, con la esperanza de que el padre de sus hijos volvería en el corazón, conservándose pura, hasta con el pensamiento, para el esposo que Dios le había dado y que regresó a sus brazos perfectamente, integralmente suyo, digan lo que digan todos aquellos que en buena o mala fe se lo disputan, ciegos por sus teorías que se desvanecen como la niebla al sol ante una, no diré convicción absoluta sino absoluta certeza".
"Estoy segura, en mi perfecta integridad moral y física, de que mi criatura es hija del héroe de Monastir, de mi Giulio, que ha sacrificado a la más grande Italia, su posición y su salud y que Dios me ha restituido pobre, con la traza de largos sufrimientos. Es hija de Giulio Canella, a quien los hombres quieren arrancarme no sé por qué razón, pero que yo sostendré con la ayuda de Dios, del Dios de los justos y de los buenos, hasta la última gota de mi sangre".
"Vendrá un día en el cual aquellos que hoy me estorban y contrastan serán deslumbrados por la luz de la verdad, esa verdad que no puede dejar de venir. Entonces yo preguntaré a las almas equilibradas, a los que serenamente razonan, quiénes fueron los sugestionados; si yo con mis leales sostenedores o los (...)
José Carlos Mariátegui
José Carlos Mariátegui La Chira
La novela y la vida. Parte 14, 15 y 16 [Recorte de Prensa]
Parte deFondo José Carlos Mariátegui
La novela y la vida
Sigfried y el profesor Canella
14
La señora Canella vivía tan segura de que un día leería en un periódico la noticia de que su marido regresaba de un aventuroso viaje a América o Australia o de que, sin anuncio ninguno, entraría de pronto Canella en su estancia y la abrazaría, silencioso y tierno, que no se asombró demasiado la tarde en que encontró su retrato en la página 11 de "La Doménica del Corriere". Lo reconoció a primera vista, a pesar de que en este retrato el profesor Canella carecía casi de ese aire de dignidad magistral, de optimismo docente, que tenía en sus retratos veroneses. Y cuando leyó, en algunas líneas de breviario, que era el retrato de un amnésico, asilado en el Manicomio de Colegno, y que el director, satisfecho del tratamiento empleado, esperaba que esta publicación le descubriera su familia y sus antecedentes, tampoco se emocionó con exceso. Tuvo, más bien, la impresión de que era así aproximadamente como ella se había imaginado alguna vez recuperar a su esposo. Este había perdido la memoria; pero no la razón. Y esta pérdida, sin más importancia que la de la llave de la villa, había sobrevenido quizá para que ella, en vez de aguardar pasivamente el retorno del esposo, partiese loca de amor a su reconquista.
El director del Manicomio de Colegno la recibió con simpatía y curiosidad. No tenía, en apariencia, esa mirada de desconfianza y espionaje ni ese lenguaje de "tests" de los psiquiatras. No se sorprendió siquiera de que el anuncio de "La Domenica del Corriere" lo pusiese delante de la esposa de un profesor. Había sospechado siempre que el anónimo enfermo no era una persona totalmente vulgar y oscura. Mostró a la señora Canella, después de decírselo, la fotografía original; la impresión podía haber alterado algunos rasgos fisonómicos, quizá hasta causar un error. La señora Canella tomó en sus manos la fotografía como si tomase ya una parte de su esposo mismo. Canella, sin cuello, con una camisa de alienado, no estaba del todo decente en este retrato entre policial y terapéutico. Pero su mirada era serena e inocente como la de un niño. La fotografía de este hombre sin cuello se parecía extrañamente a las fotografías de los niños desnudos, de las que el candor excluye toda posible indecencia. Era tan visible la felicidad de la señora Canella, que el director se abstuvo de preguntarle si se confirmaba en el reconocimiento. Sentía ya prisa por producir el encuentro de los dos esposos. El director estaba seguro de que la amnesia del marido iba a desvanecerse con la prontitud con que se deshace un bloque de hielo bajo un sol ardiente. El sol del Brasil brillaba en los ojos de la señora Canella, como en los mediodías de Sao PauIo.
15
La villa Canella, en Verona, albergaba al día siguiente a dos esposos felices. Canella había reconocido primero a su esposa, más tarde su villa, y finalmente, en la biblioteca, su edición florentina de Petrarca. De reconocimiento en reconocimiento, sus primeras doce horas en la villa Canella habían bastado para restituirlo plenamente a su personalidad de doce años antes. La señora Canella para evitarle una transición demasiado brusca, no había advertido su regreso sino a dos parientes íntimos, que a su vez no había vacilado en reconocerle. En la adopción de la personalidad y la esposa, de Mario Bruneri, Canella había avanzado con la lentitud del que sube una cuesta cuya gradiente y cuya altura no le son familiares; en su restitución a su personalidad y a su esposa propias, avanzaba, en cambio con la velocidad del que desciende de una montaña por cuyos declives ha resbalado una parte de su vida. El abrazo de la esposa pazza di amore, borraba de la memoria restaurada de Canella las huellas de todos los abrazos que en doce años habían tratado inútilmente de alejarlo de su verdadero destino.
16
Pero en Turín había ahora otra esposa que esperaba: la señora Bruneri. Su espera no tenía la poesía ni la pasión de la espera de la señora Canella, quizá por no ser legítima ni romántica, acaso porque Turín no posee la tradición sentimental de Verona. Era la espera de que hace una antesala demasiado larga. La señora Bruneri había visto como la señora Canella la fotografía de su marido en "La Domenica del Corriere"; pero menos pronta y apta para el viaje se había contentando con escribir al director del Manicomio de Colegno, afirmándole que el enfermo desconocido era su esposo, el tipógrafo Mario Bruneri, y adjuntándole un pequeño retrato de este.
Sabiendo a su esposo en desgracia, sin memoria otra vez, no podía mantener un juicio muy severo sobre su infidelidad y su fuga. Se sentía impulsada, mas bien, a la preparación sentimental de la indulgencia y el perdón. Y recordaba, remendando presurosa y diestra la ropa blanca del ausente, —la noticia de la "Domenica del Corriere" decía que había sido recogido desnudo de un camino— los días felices de su matrimonio
La señora Bruneri ignoraba que estos días felices habían retornado para dos esposos de Verona. La ropa blanca estaba ya lista, cuando una carta de Colegno vino a comunicárselo. El director del Manicomio le escribía que el enfermo, curado ya de su amnesia, era el profesor Giulio Canella de Verona, y que había dejado ya el establecimiento dirigiéndose a Verona con su esposa. Pero que siendo extraordinario, absoluto, el parecido del profesor Canella con la persona del retrato, el tipógrafo Mario Bruneri, le rogaba trasladarse a Colegno para esclarecer el misterio.
José Carlos Mariátegui
José Carlos Mariátegui La Chira
La novela y la vida. Parte 12 y 13 [Recorte de Prensa]
Parte deFondo José Carlos Mariátegui
La novela y la vida
Sigfried y el profesor Canella
12
¿Qué distancia había recorrido Milán desde los días de Stendhal? El ex-profesor Canella se abandonaba a esta preocupación, en los instantes en que el Castillo Sforza o la Cena de Leonardo da Vinci o la Iglesia de San Lorenzo lo sustraían a una preocupación personal aflictiva. Su entrada a Milán no había tenido ninguna semejanza con la de Stendhal, Goethe o Herr Karl Baedecker. Canella llegaba a Milán casi fugitivo. Huía de Turín, después de haber perdido su trabajo y su reputación. En verdad, había perdido el trabajo y la reputación de Mario Bruneri. Pero, inconsciente aún de su evasión, Canella lo ignoraba. A mitad del camino de Verona, y de sí mismo, ignoraba su trayectoria. Se evadía no de Turín y de la señora Bruneri, celosa, ofendida, desagradable, sino del destino de Mario Bruneri, pero sin tener consciencia aún de la dirección y del alcance de esta fuga. En su evasión, le había sido indispensable comprometer el buen nombre del tipógrafo 'Mario Bruneri, irreparablemente manchado ahora por un juicio de estafa, inscrito en los registros de la policía turinesa, fichado con antecedentes penales de los que no podría ya redimirse. Pero, inconsciente de que la reputación y Ia honestidad que había sacrificado no eran las suyas, el ex-profesor Canella no se compadecía de Mario Bruneri, sino de sí mismo que seguía llevando este nombre. ¿Qué distancia había recorrido Milán desde los días de Stendhal? Ni siquiera esta interrogación al parecer desinteresada era extraña a su íntimo drama, a su propia aventura. La preocupación de la distancia que podía haber recorrido Milán desde los días de Stendhal era, subconscientemente, la preocupación de la distancia que podía haber recorrido él mismo desde los días de Verona. La palabra Stendhal sustituía a la palabra Verona, recuerdo que no podía aún reaparecer abiertamente en el espíritu de Canella.
Sentado delante de un helado de café, en una terraza, reconstituía con elementos de la biografía de Milán su autobiografía. "ll Corriere della Sera'' traía en su última edición, como en el tiempo que pugnaba por regresar a su consciencia, un artículo de Luigi Einaudi. ¿Quién era Luigi Einaudi? En Turín, este nombre no le había recordado nada. Ahora, en Milán, regresaba a su memoria no sabía de dónde, extrañamente asociado al de Ludovico Sforza, al de Stendhal, al del alcalde Carrara, como el de un antiguo conocido. Era, simplemente, el nombre de un economista liberal, senador del Reino, que seguía escribiendo sobre finanzas, cambio, producción, aduanas, como varios años antes. ¿Cuántos años antes? Canella se sentía incapaz de precisarlo. Solo le era posible pensar que entre los antiguos artículos de Luigi Einaudi y el que leía hoy en la terraza de un bar, sorbiendo un helado, estaban sin duda la guerra, la Constitución del Carnaro, las elecciones de 1919, la ocupación de las fábricas, "Il Popolo, d,Italia", los "fasci di combatimento" y la marcha a Roma. Estaba todavía algo más. Sí; algo que no era solamente la conversión de Papini. Algo que tocaba seguramente más de cerca a su destino individual. Algo que le pareció estar buscando a tientas, con las manos, cuando sacó de su cartera dos liras sucias, ásperas, para pagar su consumo. En la cartera, con las últimas liras, algunos papeles de Mario Bruneri, le recordaron violenta, dolorosamente, la Questura de Turín, la oficina dactiloscópica, el arresto, el proceso, la absolución por falta de pruebas, su condición de tipógrafo sin trabajo vigilado por la policía. Y, en marcha otra vez, sintió que estos papeles estaban demás en su cartera, en su bolsillo, en su vida y que eran la única prueba de un pasado deshonroso. ¿Porqué no liberarse de ellos, como se había liberado de Turín, de su mujer, la señora Bruneri, y de su amante la rubia Julieta? Milán podía, quizá, cambiar su destino. Julieta. se lo había dicho alguna vez antes de que rompieran. (No era turinesa; estaba en Turín porque la había llevado allí un agente viajero; el Parque del Valentino no ejercía sobre ella ninguna atracción sentimental; apetecía, sin saberlo exactamente, una ciudad industrial; con muchos más Bancos, almacenes, cafés, tranvías y turistas). Y se llamaba, seriamente, Julieta. ¿ Porqué se llamaba Julieta? Canella se hacía también por primera vez esta interrogación, sin poder responderse. El recuerdo de Julieta, aunque mezclado a los sucesos que lo habían llevado a la Questura, para dejar ahí sus huellas digitales, no le pesaba. Era. a pesar de sus complicaciones judiciales, un recuerdo ligero, tierno, matinal. Le pensaban, en cambio, los papeles. Empezaron a posarle tanto, que se detuvo agobiado. Había llegado a un canal pintado en un cuadro de Pettoruti. Un resorte falló de repente en su consciencia, roto por la tensión de este peso excesivo. Y no quedó ya en él nada que resistiera al deseo repentino, desesperado, de arrojar estos papeles en las aguas grises, sólidas, calladas.
13
Ahora, libre de este lastre, el ritmo de la evasión se aceleraba. Un policía se había acercado a Canella con pasos lentos, pesados, de plomo; pero seguros, terribles, implacables. ¿Qué podía querer de él? Ante todo, sus papeles. Desde que los había dejado caer en el canal, habían trascurrido algunas horas. Canella no había cesado de marchar. Estaba en un suburbio. Y había adquirido en este tiempo un aire evidente, visible a él mismo, de fugitivo. Su voluntad de evasión se hizo más desesperada ante este policía que se acercaba. Y había echado entonces a correr furiosamente, como solo loco podía correr. Canella se evadía de la razón, en esta carrera patética.
Cuando después de haber corrido rabiosamente hasta el agotamiento, rodó exhausto, Milán estaba distante. Pero la desatada fuerza de evasión continuaba operando en su espíritu. Canella sintió; con lucidez terrible, una sola cosa. que llegaba al final de su fuga: la evasión de la vida.
La policía, lo encontró, una hora después, herido ensangrentado. Con una gastada navaja de afeitar, había tratado de degollarse, cuando ya todas sus fuerzas lo habían abandonado. Más tarde, en el hospital, lo interrogaron en vano. No recordaba nada. No sabía nada. Había perdido, de nuevo, la memoria. Pero, en verdad, había alcanzado la meta hacia la cual todos sus impulsos tendían. Su evasión había concluido. Del hospital pasó al manicomio, sin nombre, sin papeles, sin antecedentes, sin recuerdos o era ya Mario Bruneri. Todos sus deseos centrífugos habían cesado. Como en Panait Istrati, la tentativa de suicidio no había sido sino un extremo, desesperado esfuerzo de continuación y renacimiento.
José Carlos Mariátegui
José Carlos Mariátegui La Chira
Reseña bibliográfica de la revista Letras de Chile, por José Diez Canseco [Manuscrito]
Parte deFondo Sociedad Editora Amauta
Reseña bibliográfica de la revista Letras. Mensuario de Arte y Literatura (Santiago de Chile) hecha por el escritor peruano José Diez Canseco.
Diez Canseco, José
Sentido heroico y creador del socialismo [Recorte de prensa]
Parte deFondo José Carlos Mariátegui
Sentido heroico y creador del socialismo
Todos los que como Henri de Man predican y anuncian un socialismo ético, basado en principios humanitarios, en vez de contribuir de algún modo a la elevación moral del proletariado, trabajan inconscientemente, paradójicamente, contra su afirmación como una fuerza creadora y heroica, vale decir, contra su rol civilizador. Por la vía del socialismo “moral”, y de sus pláticas anti-materialistas, no se consigue otra cosa que recaer en el más estéril y lacrimoso romanticismo humanitario, en la más decante apologética del “paria”, en el más inepto plagio de la frase evangélica de los “pobres de espíritu”.
Y esto equivale a retroceder al socialismo a su estación romántica, utopista, en que sus reivindicaciones se alimentaban, en gran parte, del resentimiento y la divagación de esa aristocracia que. después de haberse entretenido idílica y dieciochescamente en disfrazarse de pastores y zagalas y en convertirse a la enciclopedia y el liberalismo, soñaba con acaudillar bizarra y caballerescamente una revolución de descamisados y de ilotas. Obedeciendo a una tendencia de sublimación de su resentimiento, este género de socialistas, —al cual nadie piensa en negar sus servicios y en el cual descollaron a gran altura espíritus extraordinarios y admirables— recogía del arroyo los clisés sentimentales y las imágenes demagógicas de una epopeya de “sans culottes”, destinada a instaurar en el mundo una edad paradisiacamente rousseauniana.
Pero, como sabemos desde hace mucho tiempo, no era ese absolutamente el camino de la revolución socialista. Marx descubrió y enseñó que había que empezar por comprender la fatalidad de la etapa capitalista y, sobre todo, su valor. El socialismo, a partir de Marx, aparecía como la concepción de una nueva clase, como una doctrina y un movimiento que no tenían nada, de común con el romanticismo de quienes repudiaban, cual una abominación, la obra capitalista. El proletario sucedía a la burguesía en la empresa civilizadora. Y asumía esta misión, consciente de su responsabilidad y su capacidad —adquiridas en la acción revolucionaria y en la usina capitalista— cuando la burguesía, cumplido su destino, cesaba de ser una fuerza de progreso y cultura. Por esto, la obra de Marx tiene cierto acento de admiración de la obra capitalista, y “El Capital”, al parque las bases de una ciencia socialista, es la mejor versión de la epopeya del capitalismo, (algo que no escapa exteriormente a la observación de Henri de Man, pero sí en su sentido profundo)...
El socialismo ético, pseudocristiano, humanitario, que se trata anacrónicamente de oponer al socialismo marxista, puede ser un ejercicio más o menos lírico e inocuo de una burguesía fatigada y decadente, pero no la teoría de una clase que ha alcanzado su mayoría de edad superando los más altos objetivos de la clase capitalista. El marxismo es totalmente extraño y contrario a estas mediocres especulaciones altruistas y filantrópicas. Los marxistas no creemos que la empresa de crear un nuevo orden social, superior al orden capitalista, incumba a una amorfa masa de parias ni de oprimidos, guiada por evangélicos predicadores del bien. La energía revolucionaria del socialismo no se alimenta ni de compasión ni de envidia. En la lucha de clases, donde residen todos los elementos de lo sublime y heroico de su ascensión, el proletariado debe elevarse a una “moral de productores”, muy distante y distinta de la “moral de esclavos” de que oficiosamente se empeñan en proveerlo sus gratuitos profesores de moral, horrorizados de su materialismo. Una nueva civilización no puede surgir de un triste y humillado mundo de ilotas y de miserables, sin más título ni más aptitud que la de su ilotismo y su miseria. El proletariado ingresa en la historia, como clase nueva, en el instante en que descubre su misión de edificar con los elementos allegados por el esfuerzo humano, moral o amoral, justo o injusto, un orden social superior. Y a esta capacidad no ha arribado por milagro. La adquiere situándose sólidamente en el terreno de la economía, de la producción. Su moral de clase depende de la energía y heroísmo conque opere en este terreno y de la amplitud conque domine y trascienda la economía burguesa.
De Man roza, a veces, esta verdad; pero en general se guarda de adoptarla. Así, por ejemplo, escribe: “Lo esencial en el socialismo es la lucha por él. Según la fórmula de un representante de la “Juventud Socialista” alemana, el objeto de nuestra existencia no es paradisiaco sino heroico”. Pero no es esta precisamente la concepción en que se inspira el pensamiento del revisionista belga quien, algunas páginas antes, confiesa: “Me siento más cerca del práctico reformista que del extremista y estimo en más una alcantarilla nueva en un barrio obrero o un jardín florido ante una casa de trabajadores que una nueva teoría de la lucha de clases”. De Man critica, en la primera parte de su obra, la tendencia a idealizar al proletario como se idealizaba al campesino, al hombre primitivo y simple, en la época de Rousseau. Y esto indica que su especulación y su práctica se basan casi únicamente en el socialismo humanitario de los intelectuales.
No hay duda de que este socialismo humanitario anda hasta hoy no poco propagado en las masas obreras. “La Internacional”, el himno de la revolución, se dirige en su primer verso a “los pobres del mundo”, frase de cierta reminiscencia evangélica. Si se recuerda que el autor de estos versos es un poeta popular francés de pura estirpe bohemia y romántica, la veta de su inspiración aparece clara. La obra de otro francés, el gran Henri Barbusse, se presenta impregnada del mismo, sentimiento de idealización de las masas, de la masa intemporal, eterna, sobre la que pesa opresora la gloria de los héroes y el fardo de las culturas. Masa-cariátide. Pero la masa no es el proletariado moderno; y su reivindicación genérica no es la reivindicación revolucionaria y socialista.
El mérito excepcional de Marx consiste en haber, en este sentido, descubierto al proletariado. Como escribe Adriano Tilgher, “ante la historia, Marx aparece como el descubridor y diría, casi el inventor del proletariado: él, en efecto, no solo ha dado al movimiento proletario la consciencia de su naturaleza, de su legitimidad y necesidad histórica, de su ley interna, del último término hacia el cual se encamina y ha infundido así en el proletariado aquella consciencia que antes le faltaba, sino ha creado; puede decirse, la noción misma, y tras la noción, la realidad del proletariado como clase esencialmente antitética de la burguesía, verdadera y sola portadora del espíritu revolucionario en la sociedad industrial moderna”.
Y a esta concepción, a este descubrimiento, debe el socialismo su potencia política, a la vez que su emoción religiosa. Y el proletariado la capacidad moral e intelectual a que está subordinada la realización del socialismo.
José Carlos Mariátegui
José Carlos Mariátegui La Chira
Parte deFondo Sociedad Editora Amauta
París, marzo de 1928
Querido Mariátegui
Le agradecería publicara juntos y por orden de fecha los tres poemas que le envío.
Espero tener mejor suerte esta vez que las anteriores. Amauta nos interesa doblemente en Europa; hasta ahora he estado un poco desconectado de Amauta, cuestión de la distancia.
Vi que Marinetti se metió por sorpresa en el último número, ¡hay tanto más de nuestro lado!
Espero que nos comuniquemos.
Le saluda afectuosamente,
César Moro
P.S. Cuide s.v.p. las fechas y la exactitud en la reproducción de los poemas. Gracias.
Vale.
Moro, César
Idealismo y decadentismo [Recorte de Prensa]
Parte deFondo José Carlos Mariátegui
Idealismo y decadentismo
Las clases que se han sucedido en el dominio de la sociedad, han disfrazado siempre sus móviles materiales con una mitología que abonada largamente el idealismo de su conducta. Como el socialismo, consecuente con sus premisas filosóficas, renuncia a este indumento anacrónico; todas las supersticiones espiritualistas se amotinan contra él, en un cónclave del fariseísmo universal, a cuyas sagradas decisiones sienten el deber de mostrarse atentos, sin reparar en su sentido reaccionario, intelectuales pávidos y universitarios ingenuos.
Pero, porque el pensamiento filosófico burgués, ha perdido esa seguridad, ese estoicismo conque quiso caracterizarse en su época afirmativa y revolucionaria, ¿debe el socialismo imitarlo en su retiro al claustro tomista, o en su peregrinación a la pagoda del Budha viviente, siguiendo el itinerario parisién de Jean Cocteau o turístico de Paúl Morand? ¿Quiénes son más idealistas, en la acepción superior abstracta de este vocablo, los idealistas del orden burgués o los materialistas de la revolución socialista? Y si la palabra idealismo está desacreditada y comprometida por la servidumbre de los sistemas que ella designa a todos los pasados intereses y privilegios de clase, ¿qué necesidad histórica tiene el socialismo de acogerse a su amparo? La filosofía idealista, históricamente, es la filosofía de la revolución liberal y del orden burgués. Y ya sabemos los frutos que desde que la burguesía se ha hecho conservadora, da en la teoría y en la práctica. Por un Benedetto Croce que, continuando lealmente esta filosofía, denuncia la enconada conjuración de la cátedra contra el socialismo, como idea que surge del desenvolvimiento del liberalismo, ¡cuántos Giovanni Gentile, al servicio de un partido cuyos ideólogos, fautores sectarios de una restauración espiritual del Medio Evo, repudian en bloque, la modernidad? La burguesía, historicista y evolucionista dogmática y estrechamente, en los tiempos en que, contra el racionalismo y el utopismo igualitarios, le bastaba la fórmula: “todo lo real es racional”, dispuso entonces de casi la unanimidad de los “idealistas”. Ahora que no sirviéndole ya los mitos de la Historia y la Evolución para resistir al socialismo, deviene anti-historicista, se reconcilia con todas las iglesias y todas las supersticiones, favorece el retorno a la trascendencia y a la teología y adopta los principios de los reaccionarios que mas sañudamente la combatieron cuando era revolucionaria y liberal, otra vez encuentra en los sectores y en las capillas de una filosofía idealista “bonne a tout faire”, —neo-kantistas, neo-pragmatistas, etc.—solícitos proveedores, ora dandys y elegantes como el conde Keyserling, ora panfletarios y provinciales a lo León Bloy como Domenico Giulxiotti, de todas las prédicas útiles al remozamiento de los más viejos mitos.
Es posible que universitarios vagamente simpatizantes de Marx y Lenin, pero sobre todo de Jaurés y Mac Donald, echen de menos una teorización o una literatura socialista, de fervoroso espiritualismo, con abundantes citas de Keyserling, Scheler, Stammler y aún de Steiner y Krishnamurti. Entre estos elementos, ayunos a veces de una seria información marxista, es lógico que el revisionismo de Henri de Man, y hasta otro de menor cuantía, encuentre discípulos y admiradores. Pocos entre ellos, se preocuparán de averiguar si las ideas de “Más allá del marxismo” son al menos originales o si, como lo certifica el propio Vandervelde, no agregan nada a la antigua crítica revisionista.
Tanto Henri de Man como Max Eastman, extraen sus mayores objeciones de la crítica de la concepción materialista de la historia formulada hace varios años por el profesor Brandenburg en los siguientes términos: “Ella quiere fundar todas las variaciones de la vida en común de los hombres en los cambios que sobrevienen en el dominio de las fuerzas productivas; pero ella no puede, explicar porqué éstas últimas deben cambiar constantemente y por qué este cambio debe necesariamente efectuarse en la dirección del socialismo”. Bukharin responde a esta crítica en un apéndice a “La theorie du materialisme historique”. Pero más fácil y cómodo es contentarse con la lectura de Henri de Man que indagar sus fuentes y enterarse de, los respectivos argumentos de Bukharin y el profesor Brandenburg, menos difundidos por los distribuidores de novedades.
Peculiar y exclusiva de la tentativa de espiritualización del socialismo de Henri de Man es, en cambio, la siguiente proposición: “Los valores vitales son superiores a los materiales, y entre los vitales, los más elevados son los espirituales. Lo que en el aspecto eudomonológico podría expresarse así: en condiciones iguales, las satisfacciones más apetecibles son las que uno siente en la conciencia cuando refleja lo más vivo de la realidad del yo y del medio que lo rodea”. Esta arbitraria categorización de los valores no está destinada a otra cosa que a satisfacer a los pseudo-socialistas deseosos de que se les provea de una fórmula equivalente a la de los neo-tomistas: “primacía de lo espiritual”. Henri de Man no podría explicar jamás satisfactoriamente en qué se diferencian los valores vitales de los materiales. Y al distinguir los valores materiales de los espirituales tendría que atenerse al más arcaico dualismo.
En el apéndice ya citado de su libro sobre el materialismo histórico, Bukharin enjuicia así la tendencia dentro de la cual se clasifica de Man: "Según Marx las relaciones de producción son la base material de la sociedad. Sin embargo, en numerosos grupos marxistas (o más bien, pseudo-marxistas), existe una tendencia irresistible a espiritualizar esta base material. Los progresos de la escuela y del método psicológico en la sociología burguesa no podían dejar de "contaminar" los medios marxistas y semi-marxistas. Este fenómeno marchaba a la par con la influencia creciente de la filosofía académica idealista. Se pusieron a rehacer la construcción de Marx, introduciendo en su base material la base psicológica "ideal", la escuela austriaca (Bohm-Bawark), L. Word y tutti quanti. En este menester, la iniciativa volvió al austro-marxismo, teóricamente, en decadencia. Se comenzó a tratar la base material en el espíritu del Pickwick Club. La economía, el modo de producción, pasaron a una categoría inferior a la de las reacciones psíquicas. El cimiento sólido de lo material desapareció del edificio social".
Que Keyserlingy Spengler, sirenas de la decadencia, continúen al margen de la especulación marxista. El más nocivo sentimiento que podría turbar al socialismo, en sus actuales jornadas, es el temor de no parecer bastante intelectualistas y espiritualista a la crítica universitaria, "Los hombres que han recibido una educación primaria —escribía Sorel en el prólogo de Reflexiones sobre la Violencia— tienen en general la superstición del libro y atribuyen fácilmente genio a las gentes que ocupan mucho la atención del mundo letrado; se imaginan que tendrían mucho que aprender de los autores cuyo nombre es citado frecuentemente con elogio en los periódicos; escuchan con un singular respeto los comentarios que los laureados de los concursos vienen a aportarles. Combatir estos prejuicios no es cosa fácil; pero es hacer obra útil. Consideramos este trabajo como absolutamente capital y podemos llevarlo a buen término sin ocupar jamás la dirección del mundo obrero. Es necesario que no le ocurra al proletariado lo que les sucedió a los germanos que conquistaron el imperio romano: tuvieron vergüenza e hicieron sus maestros a los rectores de la decadencia latina, pero no tuvieron que alabarse de haberse querido civilizar". La admonición del hombre de pensamiento y de estudio que mejor partido sacó para el socialismo de las enseñanzas de Bergson, no ha sido nunca tan actual como en estos tiempos interinos de estabilización capitalista.
José Carlos Mariátegui
José Carlos Mariátegui La Chira
Rasgos y espíritu del socialismo belga [Recorte de prensa]
Parte deFondo José Carlos Mariátegui
Rasgos y espíritu del socialismo belga
Vandervelde, máximo líder del socialismo belga, opera como amigable componedor entre las fracciones socialistas de la República Argentina. Su visita a Buenos Aires, en misión diplomática de la IIa. Internacional, es una ocasión de considerar algunos aspectos y personas del más céntrico y típico de los partidos europeos de esta Internacional, a la que su último congreso de Bruselas ha tratado de rejuvenecer un poco.
Bélgica es el país de Europa con el que se identifica más el espíritu de la IIa. Internacional. En ninguna ciudad encuentra mejor su clima que en Bruselas, el reformismo occidental. Berlín, París, significarían una sospechosa y envidiada hegemonía de la social-democracia alemana o de la S. F. I. O. La IIa. Internacional ha preferido habitualmente para sus asambleas Bruselas, Ámsterdam, Berna. Sus sedes características son Bruselas y Ámsterdam. (El Labour Party británico, ha guardado en su política mucho de la situación insular de Inglaterra).
Vandervelde, De Brouckere, Huysman, han hecho temprano su aprendizaje de funcionarios de la IIa. Internacional. Este trabajo les ha comunicado, forzosamente, cierto aire diplomático, cierto hábito de mesura y equilibrio, fácilmente asequibles a su psicología burocrática y pequeño-burguesa de socialistas belgas.
Porque Bélgica no debe a su función de hogar de la IIa. Internacional el tono menor de su socialismo. Desde su origen el movimiento socialista un propietario de Bélgica, se resiente del influjo de la tradición pequeño-burguesa de un pueblo católico y agrícola, apretado entre dos grandes nacionalidades rivales, fiel todavía en sus burgos a los gustos del artesanado, insuficientemente conquistado por la gran industria. Sorel no ahorra, en su obra, duros sarcasmos sobre Vandervelde y sus correligionarios.
“Bélgica-escribe en ’'‘Reflexiones sobre la Violencia” es uno de los países donde el movimiento sindical es más débil; toda la organización del socialismo está fundada sobre la panadería, la pulpería y la mercería, explotadas por comités del partido; el obrero, habituado largo tiempo a una disciplina clerical, es siempre un “inferior” que se cree obligado a seguir la dirección de las gentes que le venden los productos de que ha menester, con una ligera rebaja, y que lo abrevan con arengas sea católicas, sea socialistas. No solamente encontramos el comercio de especias erigido en sacerdocio, sino que es de Bélgica de donde nos vino la famosa teoría de los servicios públicos, contra la cual Guesde escribió en 1883 un tan violento folleto y que Deville llamaba al mismo tiempo, una deformación belga del colectivismo. Todo el socialismo belga tiende al desarrollo de la industria de Estado, a la constitución de una clase de trabajadores-funcionarios, sólidamente disciplinada bajo la mano de hierro de los jefes que la democracia aceptaría”. Max, juzgaba a Bélgica el paraíso de los capitalistas.
En la época de tranquilo apogeo de la social-democracia lassalliana y jauresiana, estos juicios no eran, sin duda, muy populares. Entonces, se miraba a Bélgica como al paraíso de la reforma, más bien que del capital. Se admiraba el espíritu progresista de sus liberales, alacres y vigilantes defensores de la laicidad; de sus católico-sociales, vanguardia del Novarum Rerum; de sus socialistas, sabiamente abastecidos de oportunismo lassalliana y de elocuencia jauressiana. Eliseo Reclus, había definido a Bélgica como “el campo de experiencia de Europa”. La democracia occidental sentía descansar su optimismo en este pequeño Estado en que parecían dulcificarse todos los antagonismos de clase y de partido.
El proceso de la guerra quiso que en esta beata sede de la IIa. Internacional, la política de la “unión sagrada” llevara a los socialistas al más exacerbado nacionalismo. Los líderes del internacionalismo, se convirtieron en excelentes ministros de la monarquía. A esto se debe, evidentemente, en gran parte, la desilusión de Henri de Man respecto al internacionalismo de los socialistas. Sus inmediatos puntos de referencia están en Bruselas, la capital donde Jaurés, pronunciara inútilmente dos días antes del desencadenamiento de la guerra, su última arenga internacionalista.
En su erección nacionalista, Bélgica mostró mucho más grandeza y coraje que en su oficio pacifista e internacional. “El sentimiento de la falta de heroísmo -afirma Piero Gobetti- nos debe explicar los improvistos gestos de dignidad y de altruismo en este pueblo utilitarista y calculador que, en 1830 como en 1914, en todos los grandes cruceros de su historia sabe comportarse con desinterés señorial”. Para Gobetti, a quien no se puede atribuir el mismo tumor de polémica con Vandervelde que a Sorel, la vida normal de Bélgica sufre de la falta de sublime y de heroico. Gobetti completa la diagnosis sorelliana. “La fuerza de Bélgica -observa- está en el equilibrio realizado entre agricultura, industria y comercio. Resulta de esto la feliz mediocridad de las tierras fértiles y cerradas. Las relaciones con el exterior son extremadamente delicadas; ninguna audacia le es consentida impunemente; todas las crisis mundiales repercuten con gran sensibilidad en su comercio, en su capacidad de expansión, amenazando a cada rato constreñirlo en las posiciones seguras, pero insoportables, de su equilibrio casero. Bélgica es un pueblo de tipo casero y provincial, empujado por la situación absurda y afortunada, a jugar siempre un rol superior a sus fuerzas en la vida europea.” A las consecuencias de la tradición y la mecánica de la vida belga, no podía escapar el movimiento obrero y socialista. “La práctica de la lucha de clases -apunta Gobetti- no era consentida por las mismas exigencias idílicas de una industria experimental y de una agricultura que acerca y adapta a todas las clases. La mediocridad es también enemiga de la desesperación. Un país en el cual se experimenta no puede, no, cultivar la discreción de los gestos, la quietud modesta y optimista. Además, aunque del 1848 al 1900 han desaparecido casi completamente en Bélgica los artesanos y la industria a domicilio, el instinto pequeño burgués ha subsistido en el operario de la gran industria, que a veces es contemporáneamente agricultor y obrero y siempre, habitando a treinta o cuarenta kilómetros de la fábrica, se substrae a la vida y a la psicología de la ciudad, escuela de socialismo intransigente”. A juicio de Gobetti, los líderes del socialismo belga, “han conducido a los obreros de Bélgica a la vanguardia del cooperativismo y del ahorro, pero los han dejado sin un ideal de lucha. Después de treinta años de vida política se hallan de representantes naturales de un socialismo áulico y oligárquico, y continuador de las funciones conservadoras”.
La consideración de estos hechos nos explica no solo la entonación general de la larga obra de Vandervelde, el actual huésped del socialismo argentino, sino también la inspiración del libro derrotista y desencantado de Henri de Man, que poco antes de la guerra fundara una “central de educación” de la que proceden justamente los animadores del primer movimiento comunista belga. Henri de Man, como él mismo lo dice en su libro, no pudo acompañar a sus amigos, en su trayectoria heroica. Malhumorado y pesimista, regresa, por esto, al lado de Vandervelde, que lo acoge con sus más zalameros y comprometedores elogios.
José Carlos Mariátegui.
José Carlos Mariátegui La Chira