Desigualdad Social

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Código

05.03.05

Nota(s) sobre el alcance

  • SOCIEDAD

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  • OECD Macrothesaurus

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El Burgués

La novela de la guerra alemana, en boga en nuestros días, no será nunca inteligible en todos sus detalles a los lectores que conozcan mal la psicología de la burguesía de la Alemania contemporánea. Leonhard Frank, autor de uno de los primeros libros de guerra, nos puede servir de guía en uno de los sectores de esta indagación. Su novela “El Burgués” es una de sus obras maestras, tiene las más genuinas cualidades de biografía espiritual, de croquis psíquico de la burguesía alemana en su edad crítica.
No es esta una burguesía balzaciana, de franceses de sangre impetuosa y juicio equilibrado; no es una burguesía ibseniana de protestantes heroicos y mujeres apasionadas. Jurgen Kolbenreiher tiene un vago pero cierto parentesco con Jimmy Herf, el protagonista de “Manhattan Transfer”. El burgués novelesco, el burgués espécimen de nuestra época, no es el conformista, el normal, que cumple su misión capitalista de acumulación con perfecta salud moral y seguro equilibrio físico. Este género enrarece, a medida que se acentúa el declinio de la burguesía. La literatura, al menos ha agotado casi la descripción de sus variedades. Tenemos millares de acabadas biografías de industriales, banqueros, funcionarios que emplean sin drama interior su voluntad de potencia. La burguesía en tanto es cada vez menos dueña de su propio espíritu. Están muy relajados los resortes de su mecanismo mental. Le es humanamente difícil retener en sus rangos a los individuos de mayor impulso. Una clase que ha cumplido su misión histórica, y a la que ninguna empresa heroicamente creadora promete ya su futuro, no dispone de los elementos intelectuales y psicológicos necesarios para preservarse de una superproducción de “no conformistas”. El “no conformismo” en tiempos de regular crecimiento capitalista, prestaba a la salud burguesa servicios de reactivo. Tenía por objetos estimular su energía moral e intelectual como una secreción excitante. Henry Thoreau, rebelándose con extremo individualismo contra el pago de impuestos, no pone mínimamente en peligro el equilibrio de una sociedad liberal y puritana; es un signo de vitalidad y de juventud de individualismo de la futura democracia de Roosevelt y Hoover.
Jurgen Kolbenreiher, en el comienzo de la novela, es un tímido alumno de liceo que, en el umbral de una librería, con el dinero en las manos, no osa entrar a adquirir el volumen de filosofía que ha escogido en la vitrina. Sobre Kolbenreiher pesa una opresora educación burguesa que reprime todas sus inquietudes instintivas. Vigilan su adolescencia su padre, burgués implacable, y una hermana de este que exagera su ortodoxia de clase con rutina engañona de tía vieja y soltera. La gravedad contemplativa de Jurgen, su aire distraído, sus salidas heréticas disgustan y preocupan a su padre. Los Kolbenreiher pertenecen a una antigua familia burguesa que en el siglo XV dio a su ciudad un burgomaestre. La inquietud absurda de Jurgen, adolescente de optimismo prematuramente insidiado por la filosofía atenta contra una sólida tradición de adustos negociantes. El viejo Kolbenreiher ha decidido dedicar a su hijo a una carrera administrativa. Un joven de buena familia, inepto para los negocios, no puede aspirar a otra cosa. Jurgen será un pequeño juez de provincia, de humor oscuro y descontento. Para la tía, tutora de Jurgen a la muerte de su padre, esta es la más sagrada de las disposiciones testamentarias. La tía se impone la tarea de velar por la educación de Jurgen de modo que nada lo desvía de su destino de juez de paz. A esta tarea se consagra con el mismo rigor monótono que al crochet y a la administración de sus fincas y valores.
Leonhard Frank sigue en páginas sagaces y concisas el curso de esta adolescencia torturada y difícil. Podría ensayarse útiles confrontaciones entre la adolescencia de Jurgen Kolbenreiher y la del protagonista de Ernst Glaesse. Leonhard Frank desde “La Patria de Bandoleros” se revela biógrafo extraordinariamente penetrante de la juventud alemana. Todo lo que la pedagogía seca y ciega de una tía soltera y rígida, fiel a su tradición burguesa, puede hacer por deformar y anular un alma adolescente, está reflejado en el relato de la juventud de Jurgen. Juventud ensombrecida por la larga e inexorable pesadilla de su conflicto con esta educación de punto crochet que se propone aprehenderlo en propia individualidad.
Jurgen se revela contra esta tía, que intenta dictar a su existencia una regla y un horario estrictos, fijar sus horas de sueño, proscribir poco a poco de sus lecturas y de su ocio la filosofía y los ideales. Pero la rebelión contra la tía y su horrible crochet cotidiano no es posible sino como rebelión contra todo el orden social que representa esta vieja, sus principios y sus casas de alquiles. Jurguen no puede emanciparse de su gris destino de juez de paz y de parsimonioso administrador de su renta, sin emanciparse de toda la tradición de los Kolbenreiher. Desde el liceo, Jurguen se había preguntado ¿Por qué el mejor alumno de su clase, por ser hijo de un cartero, impedido por su pobreza de continuar sus estudios, tendría que empujar una carretilla de mano o recoger boñiga de la calle? ¿Por qué, desde los catorce años hasta su muerte, los mil setecientos obreros del señor Homes, están obligados a trabajar de la mañana a la tarde en su fábrica de papel, mientras millares de muchachos y muchachas que trabajan poco o nada, que se visten bien y se cuidan, pueden pasearse todos los días? Jurguen se había planteado la cuestión de la desigualdad social a sus interrogaciones cuando su impulso centrífugo lo lleva al estudio del ingeniero socialista, licenciado de la fábrica de uno de sus condiscípulos, por sus principios subversivos. El ingeniero es el líder del movimiento socialista local. Jurgen asiste a las reuniones obreras. En las asambleas, en la redacción del periódico socialista halla a Catherine Lenz, otra rebelde de su generación y de su clase, que ha roto con su familia y ha abandonado su hogar para vivir según su propio sentido de la vida. Jurgen deja también su casa y sus odiosos deberes. Conoce la ventura de amar a una mujer que siente y piensa como él, se une a Catherine, más fuerte, más neta que él, heroína modesta y anónima, de la fuerte estirpe de Rosa de Luxemburgo y de Larissa Reisner. Y ya no le será posible olvidar en su vida “esa mañana en que por la primera vez, ha sentido la tranquila seguridad de no estar ya violentado por nada extraño a él y de ser el amo absoluto de su vida sentimental”.
Pero Jurgen no es sino un joven idealista, en el que las raíces de su clase no pueden desaparecer fácilmente. Para militar gozosa y perseverantemente en el movimiento socialista le falta la disciplina del obrero, confinado desde su origen dentro de los límites de su existencia proletaria. Le falta la voluntad firme, el instinto seguro de Catherine Lenz. Jurguen no resiste a la dura prueba de la miseria y la estrechez de una vida de agitador. Es, en el fondo, un egocéntrico, un romántico que no puede imaginarse sino de protagonista de una escena brillante. Su lastre sentimental le impide darse hasta el fin a su nuevo destino, forjarse una nueva existencia como Catherine. Sus más secretos impulsos lo conminan a la deserción, a la fuga. Por esta vía llega a una tentativa de suicidio. En el instante decisivo, se aferra a la vida. Pero desde ese instante se inicia a su retorno a cuanto ha abandonado; bienestar, confort. Una condiscípula de Catherine, inteligente, hermosa, sin prejuicios, rebelde también a su manera, que lo ama acicateada por un sentimiento de curiosidad y admiración, es una tentación a la que inconscientemente sucumbe. Desesperado, después de una escena dolorosa con Catherine busca fugitivo la muerte en los rieles de un tranvía. Cuando se despierta, dos días más tarde, en la alcoba de su tía, vendadas la cabeza y las piernas, Elisabeth, la hija del banquero, vela a su cabecera.
Es así como Jurgen regresa a la existencia a la que ha querido escapar. Ya no será juez de paz. Su rebelión ha tornado a la tía complaciente. Se casará con Elisabeth y reemplazará a su suegro en la banca. Transcurren algunos años. Pero Jurgen no logra ya restituirse, reintegrarse espiritualmente a la clase de la que en su época romántica y juvenil ha desertado. Ni Elisabeth ni los placeres, ni su colección de objetos de arte, bastan a su equilibrio espiritual. Elisabeth es una mujer egoísta y banal que lo engaña para distraerse del aburrimiento de una existencia burguesa. Y, poco a poco, el joven Jurgen reivindica sus derechos, retorna a su vez exigente y acusador. El conflicto entre los dos Kolbenreiher estalla violento, implacable. El banquero Kolbenreiher confronta su caso con el de las gentes que la circundan. “No importa -se dice- el hecho es que sin objeto, sin idea, sin razones de existencia, yo no puedo continuar viviendo. No puedo soportarlo. Es un estado simplemente intolerable. Es en esto que tú te distingues del burgués puro. Este soporta admirablemente tal estado. ¿No es su objeto poseer, poseer, poseer, poseer siempre más? Y él se mantiene generalmente en buena salud. ¿Cómo puede un hombre renunciar a existir hasta el punto de aceptar necesariamente un destino como el que la vieja tía ha soñado siempre para el último Kolbenreiher? La explicación es fácil: “Más del noventa y nueve por ciento de sus contemporáneos que charlan incesantemente sobre el “alma” no son absolutamente incomodados por la suya”. Este conflicto empuja a Kolbenreiher con velocidad vertiginosa hacia la locura. ¿No está ya loco el banquero Kolbenreiher? Ninguno de sus familiares lo duda, al escucharle frases incoherentes, frases absurdas como esta: “Mi villa, mis tres inmuebles de alquiler, toda mi cartera, mi situación, mi crédito, la consideración de que yo disfruto, os doy todo a cambio de esto: yo”. Su vecino, un anticuario sonríe: “Compra de ideales bien conservados. Estilo Luis XVI”. Jurgen huye. Viaja desatentada, desesperadamente, en busca de su yo perdido. Parece que la última estación de su vida va a ser la locura. Los manicomios del siglo veinte albergan muchos Jurgen. Pero Jurgen recorre al final de este viaje, al camino de su primera evasión. Se encamina al barrio de los obreros. Entra al local, donde escuchara en su juventud al ingeniero y donde escuchara a sí mismo, razonando marxistamente. En la puerta, un adolescente de 14 años ofrece a Jurgen un folleto.
“¿Quién habla esta tarde?”
“Mi madre, la camarada Lenz”.
“... Temblando, él mira al hijo de Catherine, cuyo exterior recuerda exactamente al alumno de liceo Jurgen, que, delante de la librería, no tenía valor de entrar a comprar el volumen”.
Leonhard Frank no hace propaganda. Su novela es una pura creación artística. La emoción de su relato no suena jamás a falso. Y todo transcurre en ese tiempo alucinante, suprarrealista, poético, de sus novelas tan densas de humanidad, de misterio.

José Carlos Mariátegui La Chira

Carta de Francisco Chuqiwanqa Ayulo, 6/2/1927

Lampa, 6 de febrero de 1927
Señor José Carlos Mariátegui.
Director de Amauta. Lima.
Al escribirle, quiera U. honrarme con su amistad. Como siempre en espera ansiosa de Amauta, ayer he recibido el N° 5, de Enero ppdo. Y al leerlo ávidamente, me he encontrado con “El caso Chuquihuanca Ayulo”. Naturalmente es pues indecible mi gratitud por las bondadosas líneas que me dedica y la publicación de mi oficio de 15 de agosto de 1926 dirigido a la Corte de Puno. No es un asunto personal que sostengo, sino una cuestión de principios dentro de las mismas leyes que nos rigen hoy; y no busco sino un átomo de equidad, no digo de justicia. Pero creo que ni éste lo obtendré.
He leído “González Prada y Urquieta” por Miguel Ángel Urquieta. Es el mismo artículo que publicara en El Diario con el epígrafe “Ideas y hombres del Perú” aunque, según recuerdo de dicho artículo, cuyo recorte se lo di a Mostajo, lo ha variado en algunas partes. Así, en ése no se hacía la menor alusión a Mostajo; y éste me dijo que le iba a escribir a Miguel Ángel, haciéndole presente que ese programa del Partido Liberal, lo había formulado él solo, si bien la comisión de redacción fue nombrada de tres. Allí tampoco había la imprecación de los “catones que se alquilan” dirigida a González Prada, que al contestarle no habría dejado de referirme a ella. La copia que le incluyo, de la cartita que remití a Miguel Ángel, la remití por la vía Nueva York a La Paz, por la inseguridad del correo de Maldonado. Sé que sólo últimamente llegó a manos del señor González; y no se ha publicado. Si U. creyera oportuno publicarla, se lo agradecería en homenaje a la causa. No he querido alterarla, pero como es extensa por las copias q’ hago, U. mi bondadoso noble amigo, tiene carta blanca en el asunto.
Sin tiempo para más, por la premura del correo, quedo muy sinceramente suyo
Chuqiwanqa Ayulo

Chuqiwanqa Ayulo, Francisco

Carta de Pedro P. Salcedo, 31/5/1927

Puno, 31 de mayo de 1927
Sr. Director de Amauta,
Una multitud de indígenas del distrito de Cabanillas, de la provincia de Lampa, se ha presentado a la Secretaría de esta Federación, para pedir que se haga presente ante la prensa de la capital, el hecho de que hace pocos días , atribuyéndosele a Silverio Cajia y a Mariano Cahuana, ser agentes o promotores de posibles sublevaciones, se ha allanado la casa del primero, por el subprefecto don Ernesto Latorre, el Gobernador David Vásquez, el Mayordomo de la hacienda Pinaya - de sangrientos recuerdos - llamado Gregorio Esmelmas, dos gendarmes i once personas armadas de fusiles, quienes encabezados por la autoridad citada, extrajeron la cantidad de doscientos treintiseis soles m.n., como si solo se cumpliera con los deberes de una santa investigación policiaria. La queja por parte del damnificado se ha presentado ante el Sr. Prefecto del Departamento. Los reclamantes quieren recordar al Sr. Francisco Torres Belón, que cayó en Onolulo, que el Sr. Latorre, subprefecto, parece tener mandamiento de prisión por un juicio que se le sigue. Se hace esta alusión por tratarse de una autoridad de Lampa, de que el referido Sr. Torres es diputado.
El Tiempo, en el editorial de la edición que apareció en esa capital, el 30 de abril del pte. año decía: "La impunidad de que tradicionalmente gozan las autoridades políticas, está haciendo daño enorme a la Patria. Está socavando traidoramente las firmes bases de nuestro patriotismo; está infiltrando en el alma de los pueblos el virus disolvente del escepticismo i de la falta de fe en nuestros destinos trascendentales."
"Mientras los crímenes i tropelías que a diario perpetran las malas autoridades , no sean severa i ejemplarmente castigadas, todo esfuerzo moralizador, todo intento de depuración será baldío i contraproducente".
Ojalá que los representantes se convenzan de esta verdad, para no insinuar nombres de compadres, ahijados o parientes, para ser favorecidos con un cargo que desgraciadamente deshonran.
Por lo que toca al robo que ha sufrido Cajia i a las persecuciones de son objeto, tanto él como Cahuana, protestamos enérgicamente, esperando que haya sanción.

Por la Federación de Campesinos.

Salcedo, Pedro P.