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Carta de César Moro,3/1928

París, marzo de 1928
Querido Mariátegui
Le agradecería publicara juntos y por orden de fecha los tres poemas que le envío.
Espero tener mejor suerte esta vez que las anteriores. Amauta nos interesa doblemente en Europa; hasta ahora he estado un poco desconectado de Amauta, cuestión de la distancia.
Vi que Marinetti se metió por sorpresa en el último número, ¡hay tanto más de nuestro lado!
Espero que nos comuniquemos.
Le saluda afectuosamente,
César Moro
P.S. Cuide s.v.p. las fechas y la exactitud en la reproducción de los poemas. Gracias.
Vale.

Moro, César

Carta de Javier Bueno, 6/12/1928

[Genève], 6 de diciembre de 1928
Sr. J. Carlos Mariátegui,
Director de Amauta,
Lima - Perú.
Mi querido amigo y compañero:
Por correo aparte recibirá Ud. un ejemplar del estudio sobre las condiciones de vida y de trabajo que acaba de publicar esta Oficina internacional. No escapará a Ud. el interés del tema, pues de todos los trabajadores intelectuales, acaso los más necesitados de protección sean los periodistas. La nueva prueba de actividad de la Organización internacional del Trabajo será seguramente secundada por Ud. en Amauta, y aunque Ud. o uno de sus colaboradores habrá de hacer un examen más detenido, me permito enviarle con el ejemplar una nota resumen cuya inserción le agradecería.
Espero sus noticias y si al fin se decide a venir a Europa, no deje de advertírmelo pues ya sabe cuánto placer tendría en abrazarle.
Un saludo muy cordial de su incondicional amigo y compañero.
Javier Bueno

Bueno, Javier (Antonio Azpeitua)

Tarjeta Postal a Alfonso De Silva, 28/2/1927

Lima, 28 de febrero de 1927
Querido Silva:
Cuando le envié un ejemplar del número de Amauta en que se publicaba su lied, le escribí algunas líneas pidiéndole nueva colaboración.— He sabido últimamente que ha estado Ud. delicado de salud. Querría que la noticia no fuera cierta. En todo caso, formulo votos porque esté Ud. ya bien. Yo he seguido sufriendo constantes fallas en mi salud. Pero, afortunadamente, me restablezco ahora.
Envíeme para Amauta versos o música. Le mando la revista regularmente a la Legación.
Cordialmente suyo
José Carlos Mariátegui

José Carlos Mariátegui La Chira

Reproducción de un óleo "Paisaje de Nakano"

Reproducción fotográfica del óleo "Paisaje de Nakano" del artista y poeta peruano César Moro.
A la espalda de la fotografía se lee: "París 1927. Paisaje de Nakano. Óleo de César Moro"
Tiene sello del Estudio de Fotografía Detbo.

Moro, César

[Factura por la compra de Maquina Guillotina L2]

Factura por la compra de Guillotina L 2 (Placa Nº 11266) por el monto de 11,000 (expresado en liras).
A nombre de: Julio César Mariátegui
Fecha: 12 de marzo de 1925
Valor del Seguro: 15400 (expresado en liras)

Nebiolo & Comp. - Torino (Fonderia di Caratteri e Fabbrica di Macchine)

[Factura por la compra de Máquina Tipográfica Export 6]

Factura por la compra de Máquina Tipográfica con entintado cilíndrico "Export 6" (Placa Nº 9836) por el monto de 49, 368.00 (expresado en liras).
A nombre de: Julio César Mariátegui
Fecha: 12 de marzo de 1925
Valor del Seguro: 15400 (expresado en liras)

Nebiolo & Comp. - Torino (Fonderia di Caratteri e Fabbrica di Macchine)

Carta a Artemia G. de Falcón, 3/2/1920

Querida Madre:

Acabo de recibir tus cartas del 21, 26 y 30 de noviembre y del 20 de diciembre, asó como las adjuntas de mis hermanos. No he querido aplazar por más de una mi respuesta, y en el acto he cogido la pluma para escribirte.

La noticia de la muerte de Juan me ha llenado de tristeza. No podría esperarla jamás. Creía que ya se encontrase restablecido y , por eso, en mis cartas anteriores te he encargado saludos para él.

Tu no puedes imaginarte como nos hace sufrir una noticias semejante cuando estamos solo, en una ciudad extraña, rodeados de personas indiferentes, incapaces de solidarizarse ni con el más pequeño de nuestros dolores. Por esto he sufrido doblemente. Tú sabes que, a fuerza de quererlo, lo consideraba como un hermano.

Tanto como esa noticia me ha afligido la de tus padecimientos. Me habría gustado conocer la primera para saber, al mismo tiempo, que habías sufrido mucho. Se que una desgracia, por pequeña que sea, no puede pasar junto a ti sin arrancarte lágrimas. Pero, ya pasado el triste suceso, es necesario que te sobrepongas y que trates de cuidarte lo mejor posible, tanto por ti como por nosotros. Ya ves que te lo pido también por nosotros, por mis hermanos y por mí mismo que no aceptaría permanecer aquí un mes más, aunque en Lima me esperasen momentos desagradables de lucha y de pobreza, si supiese que mi ausencia te hace sufrir.

Tu sabes que nunca he hecho nada contra tu voluntad y que siempre me he preocupado, sobre todo, tu tranquilidad y tu bienestar, aunque la suerte, desgraciadamente, no me haya permitido nunca proporcionártelos en la amplitud de mi deseo. Hoy sigo queriendo proceder en la misma forma. Si tu quieres que vuelva, dímelo y renunciaré enseguida y volveré junto a ti. En mi voluntad manda más tu deseo que el mío propio.

Con gran sentimiento me he enterado de tus estreceches económicas. No necesitabas puntualizármelas. Tenía por fuerza que darme cuenta de tu situación.

La distancia que nos separa me imposibilita para atender inmediatamente a tus demandas. Comprendiéndolo así, te dejé asegurada la pensión en esa y cuyo primer cobro habrás efectuado ya. No conté, irme pesa en el alma, con una desgracia tan grande como la que acaba de ocurrirnos. Créeme que ahora me parece que he derrochado estúpidamente hasta el dinero que he gastado en comer. Tú sabes que te lo habría dado todo.

Las circunstancia me fuerzan a resignarme. Tu también, cuya situación tiene que haber […] a la fecha, debes olvidar los sufrimientos pasados y preocuparte ahora solo de vivir lo mejor posible.

En el ministerio debes cobrar, mensualmente, veinticinco libras. No sé cuanto te pagará Ruíz Braco, pero supongo que, en ningún caso ser menos de cinco libras mensuales. Todo esto hace un total de treinta libra que debes recibir, con seguridad, todo los meses.

Te suplico que de esta suma le entregues a Del Aguila, para que satisfaga un favor que he pedido, cuatro libras mensuales. Tres repártecelas a mis hermanos y el saldo, los veintitrés restantes, gástalas en la casa. No creo, por supuesto, que con tal cantidad puedan vivir espléndidamente, mas te doy todo lo que tengo. Sin embargo, si aun es demasiado pequeña esa renta, dímelo y yo, de mi pensión, aunque es bien exigua pues solo me quedo con veinte libra, te mandaré algo más.

Espero, por otra parte, poder cobrar también los artículos que mando a "El Comercio". Voy a escribirle en este sentido y lo que me den haré que te lo entreguen a tu por intermedio de Del Águila. Si consigo esto y Ruíz Bravo te paga más de cinco libras, solo te pido que en lugar de cuatro le des cinco libras todos los meses a Del Águila.

Si mis hermanos, Alicia, Antonieta y Teresa principalmente pueden mandarme todos los meses, por un giro, la cantidad que les corresponda en las tres libras, […] claramente lo que quieren que les compre aquí. Yo lo haré con mucho gusto y con toda puntualidad y llegaré hasta poner, si faltasen, algunas pesetas, no muchos desde luego.

De tu pequeña renta puede dedicar una y media o dos libras a pagar una criada de servir o una cocinera, satisfaciendo hoy el justo, muy justo y cariñoso deseo de Alicia.

De tal manera me parece a mí que puedes organizar modestamente tu casa y vivir tranquila. Por supuesto, cuento para proponértelo con que tú lo que quieras así. En todo caso debes proceder como te parezca más conveniente, que a mí siempre me parecerá bien.

Lo importante es tu tranquilidad. Quiero que estés alegre y contenta y que tus próximas cartas no me cuenten tantos sufrimientos como las que acabo de recibir.

Osores, según me he enterado en los periódicos de Lima, ha salido del ministerio a fines de enero. Espero que antes te haya concedido la beca a Humberto. Si no ha sido así escríbemelo para ver que gestiones puedo hacer por conseguirla.

Yo paso buenos días en Madrid. Es una ciudad alegre y hermosa. Ya tengo algunos amigos y con ellos, personas muy inteligentes y de gran renombre, estoy en las tarde y en las noches.

Ahora me dedico a trabajar. Estoy escribiendo, como te dije en carta anterior un libro y voy a escribir algunos artículos para los periódicos. Todo esto, como tú comprenderás, me reporta una gran reputación, pero ningún dinero. Y yo no sé hasta cual de las dos cosas debemos preferir.

Tus cartas me llegan con mucho retraso. Ponles esta dirección a ver si llegan con más prontitud.

César Falcón
Consulado General del Perú
Madrid España
Vía Panamá- Nueva York

Puede ser que por esta vía consiga recibirlas siquiera en un mes.

Si Jorgito, a quien te encargo besar especialmente, necesita respirar aire marino, me parece que mejor sería que te fueses a vivir a un balneario próximo a Lima. Tú resolverás.

Abraza en mi nombre a todos mis hermanos, saluda a Del Águila y agradécele por mí los bondadosos servicios que te presta y tú recibe un beso y un abrazo de tu hijo.

César.

Madrid, 3 febrero de 1920.

P.D ¿Te has encargado de mandarme el cuento "Mi hermana Jacoba"? Dile a Alicia que me escriba en papel de carta y fino, como el que yo uso.

Falcón, César

Carta a Humberto del Águila, 3/2/1920

Mi querido Humberto:

Cartas de mi madre me dan noticias puntuales de los servicios que les ha prestado usted desde su llegada a la casa y particularmente, la triste ocasión de la muerte de Juan. Yo le estoy, por todo ello, muy agradecido. Nunca dudé de su afecto ni de su sinceridad. Pero las deferencias extraordinarias de usted para mi madre me obligan a creerlas más y a sentirme siempre a su absoluta disposición.

Mi pobre madre, cuyo sentimiento por la muerte de Juan la […] en toda su intensidad, se […] de al entierro de Juan no hayan asistido sus amigos. Yo, querido Humberto, casi no me sorprendo de esto. Me parece una cosa característica de Lima. Lo mismo habría pasado si, en lugar de ese pobre muchacho que no tuvo en vida sino su bondad sin límites, hubiese sido yo el muerto. En nuestra ciudad - ¡Cuánto me aflige decirlo! - no hay afecto. Jamás olvidaré que al embarcarme, después de escribir diez años en los periódicos durante los cuales usted sabe cuanto hice y cuánto serví, solo fueron a despedirme usted y dos amigos más, compañeros de última hora y sin nada personal que agradecerme. En cambio, muchos periodistas madrugaron para despedir a uno de sus camaradas de prostitución en los fumadores de opio.

No quisiera recordar nada de esto. Pero lo hago para resaltar a mis propios ojos la noble actitud de usted y obligarme a mayor agradecimiento.

Su silencio me ha contrariado un poco. Hubiera querido, anhelaba tanto recibir carta suya que, al llegar al correo sin ella, me he sentido —créalo usted—espiritualmente desorientado.

Le suplico escribirme con frecuencia.

En carta reciente le digo a mi madre que, una vez organizada su renta, le de a usted cuatro o cinco libras mensuales. Le encargo entregárselo a Beatriz. Si necesita dinero, como suele acontecer, pídalo en mi casa. Ahora mismo le escribo a mi madre para que se lo proporcione y, a fin de que esté siempre en disponibilidad de hacerlo escribiré más artículos para los periódicos de esa.

¿Qué ocurre en el Barrio Latino? No tengo ninguna noticia desde hace dos meses.

Salude cariñosamente a Fernández y a las pocas personas que conoce como amigos nuestros.
Afectuosamente lo abraza
César Falcón

Madrid, 7 de febrero de 1920

P.D. Vea usted a Valle a quien encargo gestionar de "El Comercio" el pago de mis artículos y enviar el dinero a mi madre por intermedio de usted.

Falcón, César

Carta a Artemia G de Falcón, 10/1/1921

A Doña Artemia G de Falcón

en Lima

Querida madre:

Acabo de recibir tus cartas del veintiseis de noviembre y del dos de diciembre.

Me alegro, aunque lo siento por él, que Del Águila y su madre se marchado de la casa. Creo que sola estarás más tranquila. Del propio Del Águila, su hubiera vivido solo, creo que habría conseguido fácilmente un mejor comportamiento. Viviendo con la madre era imposible. Me alegro, te repito, que no tengas ya esos motivos del disgusto.

He recibido los retratos de tus padres y el tuyo. Ya te he dicho que los están haciendo las ampliaciones. Te los mandaré en cuantos los terminen.

Quisiera que me mandases uno tuyo, actual, y otros de mi padre para mandarlas ampliar también. Si puedes, mándamelos todos.

En cuanto regrese a Roma compraré un juego de té de mayólica —son los más bonitos que he visto— y te los mandaré convenientemente embalado para que no se rompa. Allí irá la pelota para Humberto. Espero que mis hermanas hayan recibido ya lo que los mandé de Madrid.

Para los demás, espera mi regreso a Madrid. Es cuestión de pocos días el regreso. En los primeros del mes entrante.

Dime que resultado ha obtenido la carta de Osores.

He pasado seis días en esta ciudad a la que he venido para asistir al Congreso Socialista. Es una ciudad muy clara, luminosa y tiene un bellísimo paseo a la ribera del Mar Mediterráneo.

Mañana me voy a Milán por Génova. En Milán pasará unos días antes de regresar a Roma.

No te olvides de informarme que has resuelto en el asunto de Alicia del que tan largamente te hablé en mi carta anterior.

Muchos abrazos para todos mis hermanos. Para ti uno muy especial. y muy cariñoso.
César.

Livorno, 18 de enero de 1921.

Falcón, César

Carta a Artemia G de Falcón, 9/4/1921

A Doña Artemia G de Falcón

en Lima

Querida madre:

Tengo ya tu carta del siete de mayo, llegada a mí con rapidez poco común.

Me alegro muchísimo de la mejoría de Alicia y del resultado de los exámenes de Humberto. A la […] Alicia debe estar completamente restablecidos, según lo deseo con toda el alma.

La primera noticia, después de la muy […] publicada en los periódicos, sobre el decreto suprimiendo las pensiones en el extranjero, ha sido la tuya. Te agradezco mucho la diligencia con que has averiguado mi situación. Hasta ahora no se nada concretamente.

No puedo dudar que tu habrás logrado saber ya […] fijo cuanto me concierne o que me lo comunicarás en carta que recibiré antes que esta llegue a tus manos. Por esto, me limito a hacerte una indicación. Si me han suspendido el sueldo, sería conveniente que vieses a Alfredo Piedra. Él puede conseguir que me sigan pagando la orden al cónsul en Barcelona para que me de pasaje de vuelta. Mas me conviene, claro está, que continúen pagándome, pero , si no puede ser, quiero que me manden el pasaje para regresar inmediatamente. Una vez allá hablaremos y trataré de arreglarme lo mejor posible.

Me alegro que le hayan gustado a mis hermanas los regalos. El próximo contingente será para ti únicamente. Me parece que es justo.

Sigo trabajando mucho. Tengo recortados mas de cuarenta o cincuenta artículos publicados en "El Liberal" que voy a mandártelos para que los leas.

Es posible que dentro de algunos días me vaya a pasar una corta, muy corta temporada en Andalucía. Estaré dos o tres semanas entre Granada o Sevilla.

Me olvida decirte que quien te puede dar informaciones exactas sobre lo del decreto es César Elguera.

Muchos besos para mis hermanos y para ti un abrazo y un beso fuertes, muy fuertes de tu hijo.

César.

Madrid, 9 de mayo de 1921

P.D. Como esta carta llegará por la fecha de tu cumpleaños, te envío, anticipadamente, mi más cariñosa felicitación, sin perjuicio de hacerlo también ese día y de todo él, como siempre, pensar en ti.

César.

Falcón, César

Carta a Artemia G de Falcón, 9/5/1921

A Doña Artemia G de Falcón

en Lima

Querida madre:

Me han alegrado las noticias que me das en tu carta del 24 de mayo. La esperaba impacientemente, tanto por conocer el resultado de tus gestiones sobre mi situación después del último decreto, cuanto y sobre todo por sabe de ustedes.

Tengo mucho gusta que Alicia se case. Espero que un novio —quien hasta ahora no conozco ni de nombre—será una persona digna de ella y que la hará feliz. Yo se lo deseo con toda mi alma. Se lo diría directamente a ella, si ella me lo hubiese comunicado o, por lo menos, hubiera respondido a mi carta de Florencia. Creo que no lo haya hecho por su enfermedad. De todos modos, por intermedio de ti, le mando las felicitaciones de mi corazón y mis mejores votos.

Me preocuparé, claro está, de enviarle también un regalo y de contribuir al tuyo. Espero que tus nuevas cartas próxima me den más detalles para proceder.

Te felicito a ti también por el madrinazgo. Deseo que tengas buenas nuevas. Y, lo que es más importante, que pronto lo seas de mis demás hermanos. Yo he perdido ya el entusiasmo. Por esto, no te comprometo para que amadrines el mío, Creo que me quedaré para vestir santos.

Agradece a Piedra en mi nombre su ofrecimiento. Dile que yo prefiero quedarme algún tiempo más aquí, en la misma situación, porque estoy escribiendo en "El Liberal" uno de los más importantes diarios de España, como escritor de fondo, y en ningún instante ni en ningún puesto puedo prestarle al Perú mejor servicio que un artículo oportuno en dicho diario. Además, estoy trabajando libros para una casa editora. En esta situación no podría aceptar un puesto de canciller en un consulado, si ello me obligase a vivir fuera de Madrid, en un pueblo y a sujetarme a la jefatura del cónsul. No, esto no. Prefiero regresar al Perú. Mariátegui, a pesar de no estar en la misma situación que yo, tampoco lo aceptaría.

Dile esto, discretamente, a Piedra. Además, si dice que no puede conseguir la permanencia de mi puesto, agrégale que Bedoya está en la misma situación que yo, y sin embargo el ministerio ha dado orden a Barcelona que le sigan pagando. Es decir, que no lo han suprimido.

Todo esto harás, si tienes la seguridad, adquirida en la caja cuando te notifiquen que no te pagan más, de que me han suprimido. En otro caso, limítate a ver a Piedra y a saludarlo y agradecerle en mi nombre.

El juego de té irá uno de estos días desde Italia. Espero tu retrato y el de mi padre. Yo te mandaré el mío muy pronto.

Caricias, besos y abrazos para todos mis hermanos y otros especiales, de todo corazón, para ti.

César.

Córdoba, 9 de mayo de 1921.

P.D. Felicita a Humberto por su inglés. ya sabe más que yo. Yo, en cambio, de francés, italiano y alemán. Cuando vaya procuraré saber también inglés para conversar con él.

Falcón, César

Carta a Artemia G de Falcón, 30/7/1921

A Doña Artemia G. de Falcón

En Lima

Querida madre:

Solo después de varios días puedo contestar a tus dos cartas últimas recibidas, a pesar del tiempo que las separa, casi simultáneamente. La notica de lo ocurrido a Alicia me ha entristecido mucho, sobretodo porque me doy cuenta de lo que estareis sufriendo tú y ella.

Día y noche he pensado en eso, sin encontrarte una solución clara por mi parte. ¿Qué puedo hacer yo a tan larga distancia? Casi sin decir nada. No sé cómo estarán las cosas cuando esta carta llegue a tus manos, pero me parece que de un modo u otro, no debes continuar interviniendo. Tus datos me han dado muy mala impresión de aquel hombre y de su honradez. Yo creo que Alicia no debe esperar nada de él, y en este caso no es posible permitir que vaya a la casa ni tenga trato ninguno contigo ni con mis hermanos.

Alicia es la llamada a decidir. Yo te escribí una carta en favor de ella sin conocer las verdaderas relaciones que quería normalizar. Si las hubiese conocido, no te habría escritos. En esta oportunidad, no puedo decirte nada.

Yo creo que nuestro deber es amparar a Alicia, solo a ella, exclusivamente a ella, desvinculada por completo de toda relación equivocada. De otra manera, intervendríamos en una forma indigna, cosa que no podemos hacer.

No sé si lo ocurrido después de tu cartas hacen inoportunas estas palabras. Espero nuevas noticias y entonces te escribiré más clara y terminantemente, y con mejor ánimo.

Pero, arreglado o no, lo ocurrido debe servirte de experiencia. En mucho se debe a la mala organización de nuestra vida. Desde la muerte de mi padre todos hemos vivido a costa de tus desvelos, de tus dolores y de tus sufrimientos. Ninguno nos hemos sentido obligado más que a esperar de ti el sostenimiento de la casa. Y de este modo ha sido posible que Alicia desoyera y menospreciara tus advertencias y hoy se encuentre sin recursos propios para defenderse.

Ahora es necesario, […]. imprescindible modificar en el día semejante régimen. Todos, cada cual en su medida, debe comprender que está obligado al sostenimiento común. Es preciso que mis hermanas y mis hermanos en cuanto sea oportuno, hagan una vida honesta y ordenada de trabajo. Tú debes decirle esto de una manera clara e inequívoca. Y debes, de acuerdo con ella, ver el modo en que comiencen a trabajar en el día con provecho efectivo para la casa.

Ha llegado el momento de vivir en verdadera armonía y esto no puedo conseguirse sino de manera que te indico. Si ellas, que ya son unas mujeres, insisten en vivir como hasta hoy, sin ningún respeto por ti y con pretensiones y prejuicios estúpidos, la vida en común es imposible. Yo haría entonces un esfuerzo y te traería conmigo. Gano muy poco todavía aquí, pero siempre me alcanzaría para sostenerte.

Espero, como te he dicho, nuevas cartas tuyas para escribirte con más precisión.

Estoy aquí de paso para Alemania. Voy a pasar unos días en Berlín. Pronto regresaré a Madrid.

Recuerdos para mis hermanos.
Te abraza y te besa con todo su cariño.
César.

Barcelona: 30-VII-1921

Falcón, César

Carta a Artemia G de Falcón, 12/8/1921

A Doña Artemia G. de Falcón

En Lima

Querida madre:

He recibido tu carta del cinco de julio.

No te preocupes con tanto empeño en averiguar mi situación. Elguera, efectivamente, no sabe ni puede hacer nada. Mientras a ti te paguen con la relativa puntualidad con que te han pagado hasta hoy, no hagas gestión ninguna. Solo cuando te notifiquen que no te pagarán más, dirígete a Piedra que es el único que puede servirte. Ya en este caso, le dirás que yo quiero quedarme en Madrid, porque aquí estoy trabajando con muy buena fortuna y que él consiga que me quede como han dejado a Bedoya. Yo no aceptaría de ninguna manera otro puesto fuera de España ni podría regresar a Lima tan pronto. Tengo adquirido un compromiso con el "El Liberal" y debo cumplirlo.

Si ves a Piedra dile, como cosa tuya, que he publicado un libro de novelas y que voy a escribir otro libro político sobre el Perú para una casa editora. Supongo que habrás recibido ya los dos ejemplares de mi libro que te mandé de Madrid.

La situación de Alicia me preocupa y me aflige desde que la conocí. No creo posible arreglarla como tú deseas. Tengo la impresión que se trata de un hombre sin ninguna moralidad. Y no tendrás más remedio de proceder como te indico en mi carta. Pero, al romper definitivamente con él, si Alicia quiere, debiera entregarle su hija para que supiera por lo menos el castigo de atender el solo a su crianza y educación. De todos modos, dile a Alicia que me escriba. Ya ha debido hacerlo.

Hace dos meses el consulado de Barcelona no me paga mis sueldos, porque no tiene entradas. Yo estoy viviendo de lo que me paga "El Liberal". Si esta situación se prolonga voy a pedir que te paguen todo a ti para que tú me gires mensualmente, por cable, la cantidad que me corresponde.

Yo estoy aquí de paso para Berlín. He llegado hoy y marcharé mañana. A Madrid regresaré dentro de algunos días.

Muchos y muy cariñosos recuerdos para mis hermanos.
Te envío mi mejor abrazo.

César.

París: 12-VIII-1921

P.D. Dime que has resuelto sobre lo que te dije en mi carta de Barcelona. Hazme el favor de enviarme todos los artículos sobre mi libro. Ya te he mandado la encomienda con el juego de té.

Falcón, César

Carta a Artemia G de Falcón, 8/5/1922

A Doña Artemia G de Falcón

en Lima

Mi querida madre:

Hace dos días ha partido Mariátegui para el Perú. Te mando con él un juego de té. Habría querido comprarte uno más fino, pero no he tenido dinero y, casi casi, ni tiempo para buscarlo.

La legación en Londres me ha escrito una carta y me ha hecho dos telegramas ,confiándome a embarcarme en el […]. Yo le [he] contestado diciéndole que me quedo en Europa. Tú conoces ya mis proyectos. Es necesario que todos trabajemos con fe para reunirnos lo más pronto posible en España. Con Mariátegui, que irá a verte a penas llegue, te digo cuánto pienso. Trátalo con confianza y sírvete de él sin escrúpulo para conseguir que te paguen en el Ministerio y para cuantas gestiones oficiales tengas que realizar.

También, como ya te lo he dicho, le he hablado a Osores para que te sirva en cuánto necesites. Me ha ofrecido hacerlo con la mejor voluntad.

Si te es posible, ofrécele a Mariátegui que vaya a vivir en casa con su mujer y su hijo. Él no ha querido ir desde primer momento, porque le parecía muy violento presentarse en casa sin conocerte bien. Pero lo aceptaría, tal vez, si se lo ofrecieras. A ti te serviría mucho tenerlo en casa. Porque lo tendrías cerca para todo lo que necesites, y además, unos a otros, podrías ayudarse recíprocamente.

Muchos saludos a todos mis hermanos. Y un abrazo muy cariñoso para ti.

César.

Génova: 8.V.1922

Falcón, César

Carta a Artemia G de Falcón, 17/7/1922

[A Doña Artemia G de Falcón]

en Lima

Mi querida madre:

En este mismo correo despacho el tercer artículo para el "El Comercio". Te adjunto la carta para Óscar Miró Quesada. Llévala tú misma. Creo que podrás arreglar con él que me publique un número regular de artículos y te los paguen allá. Tú me dirás el resultado.

También escribo a Salomón y a Elguera sobre el asunto de mis sueldos. Me parece conveniente que los veas. Con Villanueva no debes tener entrevista ninguna ni hacerle el menor caso. Yo pensé en el primer momento escribirle una carta diciéndole lo que se merece. Pero me parece inútil. Ya mejor no ocuparse en él.

Me [ha] parecido muy bien la idea de hacer de mis hermanas maestras de escuela. Esto les proporciona en cierto modo una categoría profesional. Si se aplican y continúan estudiando lograrán conseguir una nueva situación. Es lo mejor que podías haber hecho.

Todavía no he recibido tus noticias sobre el resultado de sus exámenes. Espero que […] sido muy satisfactorio. Y que la ya habrán comenzado a ejercer.

Noto un gran progreso en la letra y la ortografía de Humberto. Ha progresado como en dos años de estudios. Se advierte que ya ha dejado el estúpido colegio de […].

Te repito lo que te [he] dicho en mis cartas anteriores. Mi propósito es que nos reunamos todos en España lo más pronto posible y nos radiquemos allí por siempre. Pero es necesario que todos trabajemos entusiastamente hasta conseguirlo. Yo no tengo ninguna esperanza en el Perú. Allí no puedo encontrar, no digo una situación ventajosa, ni siquiera la manera de vivir seguramente. Esto que es Europa podré conseguir dentro de poco tiempo.

Ahora de regreso de Hungría, estoy pasando unos pocos días en Berlín y luego marcharé a París. En París estaré también poco tiempo. Iré a pasar el verano en un pueblo de la frontera española y luego a Madrid. Tenía el propósito de ir a Rusia con el director de "El Liberal". Pero no nos han despachado hasta ahora nuestros pasaportes. Y tendré por esto que aplazar el viaje hasta el año próximo.

Muchos cariñosos recuerdos para todos mis hermanos y un abrazo y un besos efusivo para ti de tu hijo.

César

Berlín? 17.VII.1922

P.D. Arregla con Miró Quesada la cantidad de artículos mensuales que le hecho enviar y cuánto me paga por ellos. Dile que yo te he autorizado para publicarlos y cobra lo que ya se han publicado.

Falcón, César

Carta a Artemia G de Falcón, 7/91922

Trafalgar, 36

A Doña Artemia G de Falcón

en Lima

Mi querida madre:

En estos dos últimos días he recibido tres cartas tuyas. Se debe a que la reciente huelga de empleados de correos ha entorpecido el despacho de la correspondencia. Es posible que aun reciba otra carta más. No puedo decirte las fechas de tus cartas, porque no las tienen. Solo una está fechada. Y es del dieciocho de julio.

No es cierto que haya olvidado escribirte el día de tu cumpleaños. Te escribí desde Génova, donde estuve hasta mediado [de] marzo. Quizá se haya perdido la carta, cosa muy posible dada la gran confusión postal que la conferencia produjo. Pero de todos modos te repito que ese día te tuve presente y que hice muchos votos por tu felicidad. Los mismos votos que hago constantemente.

He tenido un gran gusto al conocer la noticia de la colocación de Alicia. Me parece que sus esfuerzos han logrado la mejor recompensa. Es lo mejor que podía obtener. Solo falta ahora que Teresa se coloque en la misma forma.

Me ha alegrado mucho también que Salomón te haya conseguido, tan atenta y amistosamente, la confirmación de la renta por este año. Yo no tenía ya ninguna expectativa. Es de agradecerle su desinterés mas aun cuando los que se llamaban amigos míos se han portado tan amablemente.

Yo, efectivamente no necesito el sueldo por [ilegible] vir. Pero esto no quire decir que gane mucho y que esté en una magnífica situación. Ya te lo he dicho otras veces. Apenas gano lo indispensable, lo estrictamente indispensable. Y si logro sostenerme es porque hago una vida muy modesta, muy ordenada y me privo de muchas cosas.

Ahora estoy trabajando en varias […] que no sé si me darán resultado. No puedo tener muchas esperanzas. Este es un país pobre donde la gente apenas gana para sostenerse. Es mucha fortuna que yo haya conseguido lo que tengo. Si logro mis propósitos, lograré algunas pesetas más y, claro es, te enviaré una parte de ella. Pero esto no es seguro ni puede ser permanente. Para proporcionarte una pequeña renta allá le escribí esa carta a Miró Quesada, cuyo resultado ya debes conocer tú. Supongo que no habrá sido negativo. Yo escribiré puntualmente los artículos para El Comercio y espero que el producto de ellos te sirvan para el alquiler de la casa siquiera. Lo que yo te de será todo lo que pueda conseguir allá. El mes próximo irá Mariátegui. El tiene el encargo de conseguirme un sueldo en el periódico para el que trabaje o en otro. Este sueldo será para ti. Y con este y con lo que ganen mis hermanas podrás asegurar los gastos de la casa hasta que podamos reunirnos todos.

En el asunto del banco no cabe reclamación ninguna. Yo me equivoqué al calcularlo el cambio porque me dijeron aquí que la libra peruana estaba a diecinueve pesetas, estando a veintrés. He perdido dinero. Pero es por causa de haberme pagado en Londres. Yo no podía evitarlo.

Estoy procurando hacer un libro con algunos de mis artículos. Así podrás leerlos reunidos. Creo que es lo único, si no mejora mi situación, que podré mandarte de lo que me has pedido.

Tu retrato me ha causado una gran alegría. Estás muy […] y muy guapa. Y, además, muy elegante. Te felicito y me felicito.

Lo de tus padres los tengo conmigo. Voy a mandar a hacer las ampliaciones.

Muchos saludos para todos mis hermanos —para Jorgito principalmente cuya mejoría deseo mucho— y un beso y un abrazo para ti.

César

Madrid: 7. IX.1922

Falcón, César

Carta a Artemia G de Falcón, 21/3/1923

Trafalgar, 36

Querida madre:

Apenas he recibido tu última carta me he puesto a trabajar el artículo que te adjunto para Mundial. Me parece de algo te servirán las cuatro libras mensuales por los dos artículos y no me paro a discutir más. Como le digo a Aramburú en la carta que uno a este, acepto la propuesta, aunque, a la verdad, dos libras es muy poco por cada artículo. Supongo que será una cosa permanente.

Creo además, que Mariátegui me habrá conseguido ya otra colaboración sea en El Comercio o en otro día cualquiera. En este caso, muy pronto podrás recoger una cantidad apreciable de dinero todos los meses y tal vez hasta subvencionarme.

Todavía no he recibido respuesta ninguna sobre mi demanda de pasajes. Dile a Mariátegui que no descuide las gestiones pues ese dinero nos hace mucho falta.

Espero que la ayuda de Mariátegui esté gestionando los destino para Teresa y Humberto.

Hasta ahora no tengo noticias del viaje de Mariátegui ni de su llegada a esa. Y, naturalmente, las espero con impaciencia.

Dile a Aramburú que uno de estos días le mandaré el otro artículo del mes. Lo cierto es que entre los artículos para allá y los de aquí me obligan a trabajar sin descanso. Pero no importa, si al fin conseguimos algún alivio económico.

Cariñosos recuerdos para mis hermanos y un beso y un abrazo para ti.

César

Madrid: 21-3-1923

Falcón, César

Carta a Artemia G de Falcón, 10/5/1923

Madrid - Trafalgar, 36

Querida madre:

Estoy un poco sorprendido del comportamiento de Mariátegui Todavía no tengo ninguna noticia suya. Lo único que sé me lo has dicho tú en tu carta del doce de abril. En otra, recibida muy simultáneamente con la tuya, Machiavello me dice que a él sí le ha escrito, diciéndole, entre otras cosas, que se ocupa en el asunto de mis pases. Yo no quiero pensar todavía nada malo. espero que su lentitud se deban a las cortapisos que oponen en los ministerios y a la indolencia de los funcionarios, mas de ningún modo a falta [de] interés por mis cosas. Pero una espera tan prolongada me tiene intranquilo. El dinero de los pasajes, como tú sabes, lo tengo destinado a satisfacer nuestras necesidades más urgentes. Yo también tengo aquí la imperiosa urgencia de ese dinero, pues aun no he logrado arreglar mi situación económica. Hasta ahora solo tengo expectativas, que según mis cálculos, se resolverán pronto. Mas no puedo contarlas como cosas ciertas. En cambio, estos últimos meses he tenido que contraer deudas con la certeza, claro es, de recibir pronto ese dinero. Su demora me causa, por consiguiente, un gran trastorno. Además, el saber que tú le necesitas con igual o mayor necesidad me preocupa mucho. Si hubiera podido dirigirme por carta o telegrama al gobierno, pidiéndole los pasajes, lo habría hechos. Pero no dispongo del dinero necesario para telegrafiar y una carta me ha parecido, y sigue pareciéndome, que llegaría demasiado tarde. En fin, me hago la ilusión que en estos días recibiré, por lo menos, una noticia concreta. Tú conoces que mi propósito apenas reciba el dinero mi primer acto será girarte telegráficamente. No te recomiendo que […] a Mariátegui, porque estoy seguro de que tú no lo descuidarás un instante y harás cuanto esté a tú alcance por conseguir de él la mayor actividad y eficacia en sus gestiones.

Como te digo más adelante, mis asuntos periodísticos de […] no se han resuelto todavía. Estoy tratando mi ingreso en El Imparcial. Pero el director ha tenido que marchar estos días fuera de Madrid y esto me ha impedido ultimar el trato. No sé, pues, si lograré ingresar en este periódico o tendré que orientarme hacia otro sitio.

En cuanto a las cosas que me encargas, comprenderás que mi situación actual no me permite ofrecerte nada. Si consiguiera mejorarla pronto, desde luego haría un esfuerzo por enviarte, si no pudieran ser todas, algunas de ellas. Yo te informaré puntual y frecuentemente del giro de mis asuntos. Entretanto, no te preocupes por mí. Mal o bien, yo procuraré salvar mi crisis lo más rápidamente posible. Solo quisiera resolverlo de modo que me permitiese acudir en tu auxilio.

Supongo que ya te habrán pagado los primeros artículos de Mundial. Yo sigo mandándoles con absoluta puntualidad. A Mariátegui le encargué también —ya lo sabes— que me gestionara colaboración en El Comercio o en cualquier otro diario. El resultado lo sabrás tú antes que yo.

Recibí los periódicos. Muchas gracias. No dejes de escribirme con la mayor frecuencia.

Muchos cariños y saludos para todos mis hermanos y un abrazo y un beso para ti.

César

10-V-1923

Falcón, César

Carta a Artemia G de Falcón, 24/6/1923

Madrid - Trafalgar, 36

Querida madre:

Apenas recibí tus cartas del diez de mayo, como aún no sabía nada de mis pasajes, me dirigí a la legación de Londres, pidiéndole noticias, y Machiavello, rogándole que telegrafiara a Mariátegui. Hasta ahora solo me ha contestado Machiavello. Le ha hecho, según me dice, el telegrama a José Carlos. Pero yo sigo sin saber nada de los pasajes. Sospecho de la malquerencia que me tienen las gentes del ministerio o de un descuido en la transmisión de la orden. No creo que el ministro te ya escrito una inexactitud. Como sea, me parece que en antes de fin de mes sabré algo. Tú debes haber supuesto también que no las he recibido, puesto que no te girado nada. Tan prono me lleguen, te haré el giro. Esta será el mejor anuncio.

Sin embargo, si ha surgido algún entorpecimiento, espero que entre tú y Mariátegui habreis procurado reenviarlo enseguida. Ya dudo de todo. Es posible que al llegarte esta aun no haya recibido yo nada. Será así, si antes no recibes el giro. En este caso ve a José Carlos y, juntos, haced las gestiones oportunas, procurando, sobre todo, que transmitan la orden por cable. Yo espero impaciente y necesitado.

He seguido enviado artículos a Mundial. No lo he hecho por contacto tuyo, para evitarte la molestia de llevarlas. Pero creo que los habrán publicado y pagado puntualmente, aunque todavía no he recibido ninguno de ellos, ni siquiera el que me anuncias en tu carta. Supongo que esto te servirá de algo.

Yo continúo vacante. Las gestiones que he hecho no han terminado aún. En mi próxima espero darte mejores noticias.

Dile a Mariátegui que me escriba muy frecuentemente. Hasta ahora solo he recibido de él una carta.

Hago los mejores augurios por el próximo empleo de Humberto. Es posible, como tú dices, que Salomón pueda colocarlo mejor que Lorente. Y él, sin duda, cumplirá satisfactoriamente sus deberes. Ya es un hombre y, de seguro, continuará tan serio y formal como de pequeño.

En cuanto a Jorge, espero que con lo que yo te envíe, apenas reciba los pasajes, puedas matricularlo y no pierda el año. Dile de mi parte que él debe corresponder a tus esfuerzos, aplicándose al estudio.

¿Qué hacen mis hermanas? ya no me escribe ninguna. Supongo que Alicia estará ocupada en su trabajo. Pero y Antonieta y Teresa?

Aunque no me escriban, salúdala a todos cariñosamente en mi nombre. Tú recibe un abrazo y un beso de tu

César

24.IV.1923

Falcón, César

Carta a Artemia G de Falcón, 4/12/1923

Madrid - Trafalgar, 36

Querida madre:

He logrado un arregle con El Sol para marchar de su corresponsal en Londres. Se trata de una cosa transitoria. Las condiciones económicas en que voy no van muy favorables. Pero yo las he aceptado como un ensayo con el propósito de experimentarlas cinco o seis meses y, si me resuelvo a desempeñar el cargo permanentemente, pedir que me las mejoren. En este momento salgo a tomar el tren. Esto me impide escribirte más extensión. Lo haré desde Londres.

No olvido ninguno de tus encargos. Los cumpliré en la medida que me lo permita mi situación económica.

Desde Inglaterra seguiré enviado los artículos para Mundial. Espero que les gustará más y que te los pagarán mejor.

Sigue escribiéndome a Madrid. Desde aquí me enviarán puntualmente tus cartas y todo lo que me envíes.

Abrazos para mis hermanos y uno muy cariñoso y un beso para ti.

César.

4.XII.1923

Os deseo muy felices pascuas y año nuevo

Falcón, César

Carta a Artemia G de Falcón, 3/1/1924

Londres. 10, Oxford terrace
Hyde Park, W.2

Querida madre:

Aquí te mando otro artículo. Esta es una prueba de que seguiré enviándoteles con la regularidad que te he prometido.

En un número de Mundial de noviembre he visto publicado un artículo que hace mucho tiempo les mande. Ya sé que no se puede hacer nada contra los retrasos en la publicación. Por esto, no te digo que hagas gestión ninguna. Menos mal si al fin los publican y te los pagan. Yo espero que ahora publicarán los dos mensuales y que te los pagarán puntualmente. Además, Mariátegui me ha ofrecido el pago puntual de mis artículos. Que hay de la revista de Mariátegui? Salió ya? La última carta de José Carlos que he recibido es de octubre. Sospecho que mis cartas a él y las suyas a mí las roban en el correo. Pregúntales si ha recibido los artículos que le he mandado y una carta extensa sobre el comité.

Yo he pasado la navidad y año nuevo muy aburridos. Como lo habeis pasado vosotros?.

De Madrid te van a mandar estos días un poco de turrón. Es una cosa agradable. No te lo han mandado antes, en mucho, por culpa mía. Tú sabes como soy de olvidadizo. Varias veces me he olvidado de enviar tu dirección.

Muchos recuerdos y saludos para todos mis hermanos y un abrazo y un beso para ti.

César.

3-1-1924

Falcón, César

Carta a Artemia G de Falcón, 26/3/1924

71, Highbury New Park, London, N.5

Querida madre:

Este mes me ha ocurrido casi una catástrofe financiera. La peseta bajó extraordinariamente en los primeros días del mes y me ocasionó una pérdida bastante sensible en mi exiguo presupuesto. Esto me ha impedido enviarte alguna cosa. Pero ya han mejorado los cambios y dentro pocos días que reciba la liquidación del mes de abril te haré un pequeño giro. Adjuntos te envío dos artículos. El enorme trabajo que tengo no me ha permitido mandártelos antes. Pero, como te lo tengo ofrecido, hasta que consigamos otra fuente de recursos, te mandaré puntualmente los dos artículos para Aramburú.

He visto en Variedades artículos sobre mí. A esa gente es a la única de Lima que le debo siquiera un cariñoso recuerdo. Los demás no hacen sino dejarme ver entre líneas su malquerencia. Afortunadamente no me importa nada que estos me quieran bien o mal.

Dentro de unos días le voy a escribir una carta a Alicia recomendándole nueva y directamente la cuestión de la casa. No es posible que una familia pobre esté pagando estúpidamente un alquiler tan subido. Yo espero que Alicia atenderá mi recomendación y conseguirás que tanto ella como las otras modifiquen su manera de pensar.

Estoy esperando impacientemente el resultado de la gestión para destinar a Humberto. Como ya te lo he dicho, Delgado me aseguró que Thol lo atendería. Es posible que estas horas tú lo sepas. Comunícamelo enseguida.

No me olvido de ninguno de tus encargos. Solo espero estar en condiciones de cumplirlos. En cuanto pueda no necesitaré que me lo recuerdes.

Supongo que ya habrás recibido los dulces. Tengo interés en saberlo para darme cuenta de las seguridades que ofrece ese medio de envío. ¿Qué hay de la revista de Mariátegui? mañana o pasado le voy a [escribir ] él y a Guzmán.

Muchos recuerdos para mis hermanos y un beso y un abrazo para ti.

César.

26-III-1924

Falcón, César

Carta a Artemia G de Falcón, 12/9/1924

12 - IX - 1924. Madrid

Querida madre:

Acabo de regresar a Madrid. He pasado el mes de agosto en Portugal, que es un país muy bello y donde he podido librarme del horrible calor de España. Aquí, en Madrid, he encontrado tus dos últimas cartas. He tenido mucho gusto en saber la mejoría de Mariátegui. Hoy mismo he recibido otra carta de Roe en la que me cuenta todo el proceso de la enfermedad y lo grave que ha estado. Espero que ya esté completamente restablecido. Yo le escribo unas cuantas líneas.

En estos días estoy preparándome para regresar a Londres. Creo que no podré marchar hasta los primeros de octubre y, posiblemente, regresaré a España para navidad. También me preparo para ir a Lima el año próximo, como te lo he prometido. Desde luego, estoy sujeto al dinero. Tú sabes ya lo que cuesta un viaje tan largo. Pero tengo la esperanza de conseguirlo oportunamente.

No he podido formarme idea de vuestro traslado al Barranco. Supongo que lo habreis pensado bien y que será una cosa convenientes. Después de todo, falta poco tiempo para que yo vaya y entonces podremos arreglarlo todo de común acuerdo.

Te adjunto los tres artículos del mes. Ya te he dicho que no dejaré de enviártelos con regularidad. Este mes me he retrasado unos días porque he tenido que ir de un sitio a otro sin pararme en ninguno.

Creo que todavía no [ha] salido de Londres para el Perú el señor de quien te hable en mi carta anterior.

Muchos saludos para todos mis hermanos y un beso y un abrazo para ti.

César.

Te mando la hoja del número de El Sol en la que se reprodujo mi retrato.

Falcón, César

Carta a Artemia G de Falcón, 14/10/1924

71, Highbury New Park, London, N.5

14 de octubre de 1924

Querida madre:

Ya estoy nuevamente en Londres. Mi propósito es permanecer aquí hasta diciembre y luego ir por unos cuantos días a España. Después, si mis proyectos pueden cumplirse puntualmente, regresaré a Inglaterra hasta el momento de embarcarme para el Perú.

He recibido al fin la primera carta de Mariátegui. Me cuenta su desventura en la misma forma en que tú ha ido relatándomela. Por lo que él y tú me habeis dicho, a esta hora debe estar completamente restablecido. Es, por lo menos, lo que yo deseo.

Supongo que la enfermedad de las pequeñas no habrá sido gran cosa. Tu carta me lo deja entrever. Hazles muchas caricias en mi nombre.

To te escribo siempre en respuesta a cartas tuyas. Muchas veces te he pedido que me escribas más a menudo. Ahora te lo pido nuevamente. Así podremos acortar un poco la distancia que nos separa.

En estos días tengo un trabajo excesivo y demasiado poco dinero. Sin embargo, a pesar del trabajo, no he querido redactar mis dos artículos. Te envío los tres. Me sorprende no ver nunca publicados en Mundial los que te mando para esta revista. Pero no me importa. Al contrario, si te los pagan, me hace un favor no publicándolos. Tú preocúpate nada más que de cobrarlos.

Sigo, naturalmente, con el propósito de ir a verte el año próximo. Espero conseguir la manera de hacerlo en la fecha convenida.

Dile a mis hermanas que aun estoy esperando la fotografía de ellas. También espero que me escriban con más frecuencia.

Te adjunto una carta para Mariátegui. Muchos recuerdos para todos mis hermanos y un beso y un abrazo para ti.

César

Falcón, César

Carta a Artemia G. de Falcón, 27/11/1919

París, 27 de noviembre de 1919

Querida madre:

Desde el viernes último estoy en París. Llegué a las once y media de la noche. Tomé un cuarto en un hotel vecino a la estación, me acosté enseguida.

He llegado a París después de navegar once días en el Atlántico. El sexto y séptimo días nos tocó un mar tempestuoso; pero a bordo de nuestro buque el "Sajonia", no ocurrió nada particular, como no sea el mareo de unas cuantos pasajeros. En general la navegación fue buena, salvo las molestias que nos ocasionaron varios migrantes italianos, turcos, griegos y moros, enriquecidos en Nueva York, que regresaban a sus patrias. Toda esta gente ha podido reunir en Estados Unidos muchos miles de dólares, pero no ha logrado alcanzar el más […] grado de educación.

París está en crisis. Todo, hasta lo más insignificante, cuesta cientos de francos. Por un terno piden trescientos francos, por un par de zapatos cien y así por lo demás. Los artículos para mujeres están caros como los de los hombres.

Hay una gran escasez de carbón. Todos los cafés y restaurantes se cierran a las doce de la noche. Después de esta hora no hay donde tomar ni una taza de té.

Sin embargo, en la ciudad hay una alegría desbordante. Cientos de muchachos, empleados y obreristas, pasan todas las tardes por los boulevares cantando entusiasmadamente. Aquí no se puede estar triste. Hasta quien insulta lo hace con alegría.

Mañana voy a recorrer las tiendas para adquirir algunos regalos para ti y mis hermanos. No sé todavía lo que pueda comprarles. He visto los apuntes de ustedes y para comprar sus encargaos necesitaría dos mil francos. Pero no se entristezcan. Hoy les mandaré un regalito insignificante. Pero más tarde, de Madrid, les enviaré otros de más importancia.

Supongo que a la fecha ya habrás arreglado con Ruiz Bravo y me habrás escrito a Madrid dándome informes cabales del arreglo. Tú no puedes olvidar que este punto me interesa grandemente.

No puedes imaginarte la ansiedad que tengo por llegar a España para recibir carta tuya. Aunque el cálculo de la distancia y los itinerarios de los correos me dicen que solo puedo encontrar una o dos, me hago la ilusión que son más y me desespero por leerlas.

La semana entrante, posiblemente el lunes, partiré para Madrid. Podría llegar en un día, pero tengo que detenerme en un pueblo del camino para visitar a Pío Baroja. De todos modos, el miércoles o jueves estaré allí y no me moveré de Madrid en menos de dos meses.

Abraza cariñosamente a todos mis hermanos, saluda a Juan y a Del Águila, y tú recibe un beso y un abrazo cordiales de tu hijo.

César

Falcón, César

Carta a Artemia G de Falcón, 24/1/1924

Londres, 24 de enero de 1924

Querida madre:

Te adjunto un artículo para Mundial. Supongo que habrán publicado los anteriores y que te los habrán pagado puntualmente. Yo no descuidaré mandarte los dos que debo escribir cada mes.

No hagas caso de lo que te digan sobre mi situación en Europa. Nadie la conoce mejor que yo y si algo me ocurriera, a ti sería la primera que se lo diría. Aquí no se vive como en el Perú. No se deporta así no más a nadie ni yo doy motivo para que lo hagan conmigo. Eso que te ha dicho Mariátegui es una tontería. Está perfectamente tranquila y creo que en cuanto pueda, creo que no será más allá del año próximo, iré a Lima, aunque no sea más que a pasar uno o dos meses contigo.

En estos días he leído en los diarios que han estallado cuatro bombas ante el palacio de gobierno. También dicen que han apresado a más de doscientas personas. No sé si entre estás estará Mariátegui y Valle y si uno de los periódicos que han suspendido es la revista que ellos se proponían publicar. Espero nuevas noticias.

Me parece una tontería de Alicia querer tomar una casa de alquiler superior a nuestros recursos. Es necesario que se convenza, ella y todos mis hermanos, de que nosotros somos muy pobres y debemos vivir de acuerdo con nuestra pobreza. Busca en el día un departamento barato y limpio, que cueste lo que puedas pagar, y múdate. Es preferible vivir en una casa pobre y tranquila a aparentar estúpidamente una situación que en realidad no es la nuestra. Estas cosas no debía ni decírtelas. Espero que ninguno de mis hermanos insistirá en su propósito.

Todavía no ha llegado el café.
Muchos recuerdos para todos mis hermanos y un beso y un abrazo muy cariñosos para ti.

César.

Averigua en el correo por mis cartas, porque después de la fecha que tú dices yo te [he] escrito varias veces, certificadas o no. Me resisto a creer que se roben las cartas que te dirijo. Pero si ocurre así, tomaré inmediatamente las medidas necesarias para evitarlo. Dime enseguida lo que haya en este asunto.

Falcón, César

Interpretación de Roma. Las tres Romas.

En la Ciudad Eterna, con su Baedecker en la mano, el peregrino busca a Roma. Como Hipólito Taine, nuestro peregrino visita primero el Coloseo, luego San Pedro, después el Foro. En su ruta encuentra cosas que Taine no encontró. El monumento a Víctor Manuel. El Palacio de Justicia. Estas cosas que presumen de grandes, no existían en los tiempos de Taine. Y nuestro peregrino, que no es un hombre vulgar, a pesar de que pasea por la Ciudad Eterna con su Baedecker en la mano, no querrían que existiesen tampoco ahora. Este monumento y este palacio tienen un aire de nuevos ricos. Su “toilette” burguesa no es del gusto de nuestro peregrino. Y, sobre todo, este monumento y este palacio complican demasiado el panorama y el espíritu de la Ciudad Eterna. El peregrino los desearía más simples. Es un hombre que ha leído a Goethe, a Stendhal, a Taine. (Ha leído también a Madame Stael, aunque no acostumbre a recordarlo). Y le contaría que, por culpa de un monumento y de un palacio nuevos, las impresiones de Goethe, de Stendhal y de Taine no pueden ser ya total y absolutamente válidas para un viajero un poco romántico. El peregrino, algo desencantado, renuncia entonces a buscar a Roma en esta urbe un poco vieja y un poco nueva, por cuya calzada rueda desacompasadamente su “vettura”.
II.
Este viaje en “vettura” no sería sin embargo infructuoso. El peregrino acabará por comprender que su Roma -Roma una- no existe. Pero que, en cambio, existen tres Romas: La Roma de los Césares, la Roma de los Papas y la Roma de Víctor Manuel. (La Roma de Remo y Rómulo está demasiado lejana, demasiado borrada. No ha existido tal vez nunca. Pertenece a la pre-historia, a la mitología). Después de Stendhal, de Goethe y de Taine, ha nacido una Roma nueva. Esta Roma de Víctor Manuel y del Risorgimento -garibaldiana, liberal y masónica en su origen- es aún muy joven, muy incipiente, muy informe. Pero domina oficialmente la Ciudad Eterna. La gobierna políticamente. Se llama la Terza Roma.
Nuestro peregrino aprenderá, a costa de algunas ilusiones y de algunas liras, que en la Ciudad Eterna hay tres ciudades superpuestas. Tres ciudades que no logran mezclarse, que no logran fundirse en una sola, no obstante que el tiempo ha entreverado tanto sus elementos. La ciudad papal se halla poblada de vestigios de la ciudad pagana. Los templos católicos contienen muchas columnas, muchos frisos, muchos mármoles, de los templos paganos. Sin embargo, se siente uno y otro estilo, que una y otra época, no consiguen identificarse y fusionarse. En la Ciudad Eterna se distinguen siempre diversas ciudades, como en un corte geológico se distinguen netamente diversos terrenos.
III.
Pero la Roma que predomina todavía, en el plano y en el estilo de la Ciudad Eterna, es la misma que constataron Goethe, Stendhal y Taine. (Es probable que nuestro Peregrino -a quien el lector y yo abandonaremos desde este instante en su peripecia- se regocije y se satisfaga de esta constatación. Dejémoslo explorar, por su cuenta y a su guisa, el misterio de la unidad y de la trinidad de la Ciudad Eterna.
La coexistencia de tres Romas resulta, en el fondo, ficticia. La Roma del Imperio es, desde hace mucho tiempo, una cosa muerta. La Roma de Víctor Manuel es -malgrado su presuntuoso monumento- una cosa larvada. Entre una y otra, ocupa hasta ahora el mayor puesto, un poco derrotada, un poco decaída, pero viviente aún, la Roma del Papado. La Roma del Papado tiene sobre la Roma del Risorgimento la ventaja de haber realizado su personalidad plenamente. Le pertenece, por ende, la mayoría de los monumentos y de las piedras. Su realidad, es para el viajero, para el turista, más sensible que la realidad de la Roma del Risorgimento.
La Roma de los Papas desciende legítimamente de la Roma de los Césares. Esto es muy cierto. El sentimiento asiático, oriental, del primitivo cristiano no conservó en Roma su pureza sino durante el periodo de las catacumbas. Luego, se confundió y se consubstanció con el sentimiento pagano. Pero entre una ciudad y otra se siente límites muy marcados y muy presentes. En la Roma papal renacieron muchos elementos, muchos matices de la Roma pagana. Mas renacieron con una nueva ánima, en una nueva edad. La Roma papal se construyó sobre las ruinas de la Roma pagana. No hubo continuidad de una ciudad a otro. El renacimiento no habría podido enlazar fuertemente el estilo de la Roma pagana con el estilo de la Roma papal. La falta de monumentos góticos que señala la historia del Medio Evo facilitaba en Roma la unificación. Por muy complejas razones, el Renacimiento no quiso, empero, cumplir esta función. El estilo renacentista se convirtió muy pronto en Roma en el estilo barroco. Perdió rápidamente su mesura clásica, su serenidad greco-latina. El Papado edificó una ciudad barroca.
Entre la Roma papal y la Terza Roma los límites no están demarcados. La Terza Roma no ha destruido a la Roma papal. Ha crecido a su flanco.
No ha pretendido reemplazarla en la historia. Se ha conformado con sustituirla en la política. La ha dejado intacta. Ha querido vivir en buenas relaciones de vecindad con el Papado. La Terza Roma, por ende, se deja sentir muy poco. La Monarquía de los Saboya no tiene una casa propia. Se alberga en el Quirinal, en un palacio barroco de los Papas. Todo esto se explica muy bien. El catolicismo fue un fenómeno ecuménico, un movimiento humano. El Risorgimento, en tanto, ha sido un fenómeno local, un movimiento italiano. Ha representado un ideal burgués, un ideal nacional del siglo diecinueve. Es lógico, pues, que la Roma del Risorgimento no se afirme con la misma potencia que la Roma del catolicismo. Es lógico que carezca de su fuerza destructiva. La Monarquía de Saboya. La historia contemporánea de Italia nos ofrece numerosas señales de adaptación de la Terza Roma al ambiente del Quirinal y del borgho. Tres hechos elocuentes se eslabonan en esta dirección en la política post-bélica: la colaboración de los católicos como partido político, en el gobierno de Italia. La abdicación de la democracia liberal ante el fascismo antiliberal y antidemocrático. El restablecimiento, por el fascismo, de la influencia de la Iglesia en la enseñanza.
El Papado, prisionero en el Vaticano, no es un vencido del Quirinal. No lo ha sido nunca, ni ha perdido su poder espiritual. Ha hecho concesiones más bien aparentes que reales al espíritu de la época. Presentemente, recupera muchas posiciones abandonadas en discurso de medio siglo demo-masónico. El fascismo se declara filo-católico. Mussolini mira en la Iglesia una fuerza de difusión de la italianidad en el mundo. La ideología imperialista y reaccionaria del fascismo encuentra en la Iglesia un instrumento adecuado a sus fines.
La historia de la política explica el panorama de la Ciudad Eterna mejor que la historia del arte. Las piedras de Roma no tienen origen puramente estético. (Mientras su cerebro no se acomode a esta visión de la realidad, el peregrino deambulará desorientado, sin brújula, por el borgho tortuoso.)
En la Ciudad Eterna hay tres ciudades superpuestas; pero hay una que predomina: la ciudad papal. La Roma de la civilización romana no es sino un resto arqueológico. Y la Terza Roma no es, hasta ahora, sino una expresión política.

José Carlos Mariátegui La Chira

"Europe"

Entre las revistas francesas de mayor autoridad y de mayor prestigio se encuentra, desde hace algún tiempo, la revista “Europe”. El rápido éxito de Europe se explica perfectamente. Fundada por tres escritores de la calidad de Albert Cremieux, Paul Colín y René Arcos, “Europe” es un órgano de la inteligencia europea. Detrás de esta revista está una gran casa de ediciones: F. Rieder et Cie. Y, sobre todo, en la plana mayor de colaboradores de “Europe” figuran varios grandes europeos: Unamuno, Sternheim, Gorki, Boris Pilniak, Sigfred Unset, Kasimir Edschmidt, Pirandello, Thilgher, etc. “Europe” se presenta como una “revista francesa de cultura internacional”.
Se reconoce claramente en su programa la misma aspiración de Romain Rolland preocupado en toda su obra por el servicio de la unidad moral de la civilización “Europe”, como Romain Rolland, se coloca “au dessus de la melée”.
Y así como se defiende de todo nacionalismo, “Europe” se defiende también de toda escuela y hasta de toda doctrina. En su elenco se juntan lo nombres de Henri Barbusse y de Henri de Motherland. Tiene, sin embargo, una personalidad. La personalidad que le imprime el rollandismo. Romain Rolland y sus amigos, Georges Duhamel, René Arcos, Paul Colín, Charles Vildrac, Pierre Hamp, etc., dan el tono a la revista.
Uno de los sucesos más resonantes de la vida de “Europe” fue la sensacional publicación de un extracto del diario del fallecido diplomático Georges Louis. Las notas de Georges Louis -director de negocios políticos del Ministerio del Exterior, embajador de Francia en Saint Petersburgo hasta la ascensión de Poincaré a la Presidencia de la República- constituye una gravísima revelación respecto a las responsabilidades de la guerra. Georges Louis, diplomático de fina inteligencia y de espíritu pacifista, había anotado en su carnet, día a día, sus conversaciones con estadistas y diplomáticos de Francia, Inglaterra, Rusia, Italia, etc. Estas conversaciones, anteriores casi todas a la guerra, desnudaban de toda hipocresía la política pre-bélica de Poincaré. Proyectaban, sobre todo, una luz muy viva en la sombría interioridad de la política intrigante de la Rusia de los zares, descubriendo las maquinaciones y los maquiavelismos de sus dos más conspicuos agentes, Sazonof e Isvolsky. Poincaré, defendiéndose de los cargos categóricos de Georges Louis pretendió insinuar que sus carnets, antes de ser publicados en Francia, habrían sufrido una especial manipulación en Alemania. Pero la viuda de Georges Louis desmintió netamente esta especia, declarando que los papeles del ex-embajador no había salido jamás de Francia ni habían estado en otro poder que en el suyo. “Europe” publicó, de otro lado, una fotografía de la página del carnet y demostró que este estaba escrito de puño y letra de Georges Louis. El estruendo de la revelación, que siguió al documentado y vigoroso libro de Alfred Fabre Luce, “La Victoire” -atrajo sobre “Europe”la atención mundial.
Las ediciones de F. Rieder et Cie. coinciden con el programa y el espíritu de “Europe”. En su valiosa colección “Cristianismo”, la Casa Rieder ha publicado en francés el último libro de don Miguel de Unamuno “La Agonía del Cristianismo”. En su colección de “prosadores extranjeros modernos” ha editado obras de los norte-americanos Henri Thoreau, Waldo Frank, Theodore Dreiser, de los alemanes Gottfried Keller y René Schikelé, etc. Rieder y “Europe” han revelado a Francia al desconcertante artista rumano Panait Istrati. Los tres libros de Istrati han aparecido en una selectísima biblioteca de Rieder, dirigida por uno de los más puros y altos representantes de la literatura francesa: Jean Richard Bloch.

José Carlos Mariátegui La Chira

"L'Action Francaise", Charles Maurras, Leon Daudet, etc.

"L'Action Francaise", Charles Maurras, Leon Daudet, etc.

Enfoquemos otro núcleo, otro sector reaccionario: la facción monárquica, nacionalista, guerrera, anti-semita que acaudillan Charles Maurras y León Daudet y que tiene su hogar y su sede en la casa de “L’Actión Francaise”. Las extremas derechas están de moda. Sus capitanes juegan sensacionales roles en la tragedia de Europa.
En tiempos de normal proceso republicano, la extrema derecha francesa vivía destituida de influencia y de autoridad. Era una bizarra secta monárquica que evitaba a la Tercera República el aburrimiento y la monotonía de un ambiente unánime y uniformemente republicano. Pero en estos tiempos, de crisis de la democracia, la extrema derecha adquiere una función. Los elementos agriamente reaccionarios se agrupan bajo sus banderas, refuerzan su contenido social, actualizan su programa político. La crisis europea ha sido para la senil extrema derecha una especie de senil operación de Voronof. Ha actuado sobre ella como una nueva glándula intersticial. La ha reverdecido, la ha entonado, le ha inyectado potencia y vitalidad.
La guerra fue un escenario propicio para la literatura y la acción de Maurras, de Daudet y de sus mesnadas de “camelots du roi”. La guerra creaba una atmósfera marcial, jingoísta, que resucitaba algo del espíritu y la tradición de la Europa pretérita. La “unión sagrada” hacía gravitar a derecha la política de la Tercera República. Los reaccionarios franceses desempeñaron su oficio de agitadores y excitadores bélicos. Y, al mismo tiempo, acecharon la ocasión de torpedear certeramente a los políticos del radicalismo y a los leaders de la izquierda. La ofensiva contra Caillaux, contra Painlevé, tuvo su bullicio y enérgico motor en “L’Actión Francaise”.
Terminada la guerra, desencadenada la ola reaccionaria, la posición de la extrema derecha francesa se ha ensanchado, se ha extendido. La fortuna del fascismo ha estimulado su fe y su arrogancia. Charles Maurras y León Daudet, condottieri de esta extrema derecha, no provienen de la política sino de la literatura. Y sus principales documentos políticos son sus documentos literarios. Sus gustos estéticos igual que sus gustos políticos, están fuertemente impregnados de reaccionarismo y monarquismo. La literatura de Maurras y de Daudet confiesa, más enfática y nítidamente que su política, una fobia disciplinada y sistemática del último siglo, de este siglo burgués, capitalista y demócrata.
Maurras es un enemigo sañudo del romanticismo. El romanticismo no es para Maurras el simple fenómeno literario y artístico. El romanticismo no es únicamente los versos de Musset, la prosa de Jorge Sand y la pintura de Delacroix. El romanticismo es una crisis integral del alma francesa y de sus más genuinas virtudes: la ponderación, la mesura, el equilibrio. América ama a la Francia de la enciclopedia, de la revolución y del romanticismo. Esa Francia jacobina de la Marsellesa y del gorro frigio la indujo a la insurrección y a la independencia. Y bien. Esa Francia no es la verdadera Francia, según Maurras. Es una Francia turbada, sacudida por una turbia ráfaga de pasión y de locura. La verdadera Francia es tradicionalista, católica, monárquica y campesina. El romanticismo ha sido como una enfermedad, como una fiebre, como una tempestad. Toda la obra de Maurras es una requisitoria contra el romanticismo, es una requisitoria contra la Francia republicana, demagógica y tempestuosa, de la Convención y de la Comuna, de Combes y de Caillaux, de Zola y de Barbusse.
Daudet destesta también el último siglo francés. Pero su crítica es de otra jerarquía. Daudet no es un pensador sino un cronista. El arma de Daudet es la anécdota, no es la idea. Su crítica del siglo diecinueve no es, pues, ideológica sino anecdótica. Daudet ha escrito un libro panfletario, “El estúpido siglo diecinueve”, contra las letras y los hombres de esos cien años ilustres. (Este libro estruendoso agitó la París más que la presencia de Einstein en la Sorbona. Un periódico parisién solicitó la opinión de escritores y artistas sobre el siglo vituperado por Daudet. Maurice Barrés, orgánicamente reaccionario también, pero más elástico y flexible, dijo en esa encuesta que el estúpido siglo diecinueve había sido algo adorable.)
El caso de esta extrema derecha resulta así singular e interesante. La decadencia de la sociedad burguesa la ha sorprendido en una actitud de protesta contra el advenimiento de esta sociedad. Se trata de una facción idéntica y simultáneamente hostil al Tercero y Cuarto Estado, al individualismo y al socialismo. Su legitimismo, su tradicionalismo la obliga a resistir no sólo al porvenir sino también al presente. Representa, en suma, una prolongación psicológica de la Edad Media. Una edad no desparece, se hunde en la historia, sin dejar a la edad que le sucede ningún sedimento espiritual. Los sedimentos espirituales de la Edad Media se han alojado en los dos únicos estratos donde podía asilarse, la aristocracia y las letras. El reaccionarismo del aristócrata es natural. El aristócrata personifica la clase despojada de sus privilegios por la revolución burguesa. El reaccionarismo del aristócrata es, además, inicuo, porque el aristócrata consume su vida aislada, ociosa y sensualmente. El reaccionarismo literario, o del artista, es de distinta filiación y de diversa génesis. El literato y el artista, en cuyo espíritu persistía aún el recuerdo caricioso de las cortes medioevales, ha sido frecuentemente reaccionario por repugnancia a la actividad práctica de esta civilización. Durante el siglo pasado, el literato a satirizado y ha motejado agrazmente a la burguesía. La democracia se ha asimilado, poco a poco, a la mayoría de los intelectuales. Su riqueza y su poder le han consentido crearse una clientela de pensadores, de literatos y de artistas cada vez más numerosa. Actualmente, además, una vanguardia brillante marcha a lado de la revolución. Pero existe todavía una numerosa minoría contumazmente obstinada en su hostilidad al presente y al futuro. En esa minoría, rezago mental y psicológico de la Edad Media, Maurras y Daudet tienen un puesto conspicuo.
Pero penetremos más hondamente en la ideología de los monarquistas de “L’Action Francaise”. Los revolucionarios miran en la sociedad burguesa un progreso respecto de la sociedad medioeval Los monarquistas franceses la consideran simplemente un error, una equivocación El pensamiento monarquista es utopista y subjetivo. Reposa en consideraciones éticas y estéticas. Más que a modificar la realidad, parece dirigido a ignorarla, a desconocerla, a negarla. Por eso ha sido hasta ahora alimento exclusivo de un cenáculo intelectual. La muchedumbre no ha escuchado a quienes abstrusa y míticamente le afirman que desde hace siglo y medio la humanidad marcha extraviada. La predicación monárquica de “La Acción Francesa” no ha tenido eco, antes de hoy, sino en una que otra alma bizarra, en una que otra alma solitaria. Su actual brillo, su actual resonancia, es obra de circunstancias externas, es futo del nuevo ambiente histórico. Es un efecto de la gesta de las camisas negras y de los somatenes. Los artífices, los conductores de la contrarrevolución europea no son Maurras ni Daudet, sino Mussolini y Farinacci. No son literatos disgustados, malcontentos y nostálgicos, sino oportunistas capitanes procedentes de la escuela demagógica y tumultuaria. Los hierofantes de “La Acción Francesa” se someten, se adhieren humildemente a la ideología y a la praxis de los caudillos fascistas. Se contentan con tener a su lado un rol de ministros, de tinterillos, de cortesanos Maurras, selecto y aristócrata, aprueba el uso del aceite de castor.
Todo el caudal actual de la extrema derecha viene de la polarización de las fuerzas conservadoras. Amenazadas por el proletariado, la aristocracia y la burguesía se reconcilian La sociedad medioeval y la sociedad capitalista se funden y se identifican. Algunos pensadores, Walter Rathenaur por ejemplo, dicen que dentro de una clase revolucionaria conviven mancomunados y confundidos estratos sociales que más tarde se separarán y se enemistarán. Del mismo modo, dentro de las clases conservadoras, se amalgaman capas sociales antes adversarias. Ayer la burguesía mezclada con el estado llano, con el proletariado, destronaba a la aristocracia. Hoy se junta con ella para resistir el asalto de la revolución proletaria.
Pero la Tercera República no se resuelve todavía a conferir demasiadas autoridades a los fautores del rey. Recientemente dio a Jonnart un asiento en la Academia, ambicionado por Maurras. Entre un personaje burocrático del régimen burgués y el pensador de la corte de Orleans, optó por el primero, sin miedo a los silbidos de los camelots du roi. La Tercera República se conduce prudentemente en las relaciones con la facción monarquista. Sus abogados y sus burócratas, sus Poincaré, sus Millerand, sus Tardieu, etc., flirtean con Maurras y con Daudet, pero se reservan avaramente la exclusiva de los primeros puestos.
¿Organizarán Maurras y Daudet, como organizó Mussolini, un ejército de cien mil camisas negras para conquistar el poder? No es probable ni es posible. Francia es un país de burgueses y campesinos, cautos, económicos y prácticos, poco dispuestos a seguir a los capitanes del rey.
“L’Action Francaise” y sus hombres son un elemento de agitación y de agresión; no son un elemento de gobierno. Son una fuerza destructiva, negativa; no son una fuerza constructiva, positiva. El futuro se construye sobre la base de los materiales ideológicos y físicos del presente. “L’Action Francaise” intenta resucitar el pasado, del cual no restan sino exiguos residuos psicológicos. Quiere que la política francesa de hoy sea la misma de hace quinientos o mil años. Que Alemania sea aniquilada, talada, subyugada.
En siglo y medio de civilización capitalista, el mundo se ha metamorfoseado totalmente. La vida humana se ha internacionalizado. El destino, el progreso, la mentalidad, la costumbre de los pueblos se han tornado misteriosa y complejamente solidarios. La humanidad marcha, consciente o subconscientemente, a una organización internacional. Este rumbo ha generado la ideología revolucionaria de las internacionales obreras y la ideología burguesa de la Sociedad de Naciones. Para los camelots du roi este nuevo panorama humano es nulo, inexistible. La humanidad actual no es la misma de la época merovingia. Y Europa puede aún ser feliz bajo el cetro de un rey borbón y bajo la bendición de un pontífice Borgia.

José Carlos Mariátegui La Chira

Política alemana

La prolongada y exasperante crisis ministerial, resuelta en Alemania, después de una serie de maniobras y de fintas de los grupos parlamentarios, con un feble ministerio Luther, ha venido, casi enseguida de una análoga crisis francesa, a ratificar todo lo que ya sabíamos de la crisis del parlamentarismo. En Alemania, para obtener la mediocre y precaria solución Luther ha sido preciso que el mariscal Hindemburg, con esta admonición, ha dado a entender demasiado claramente su inclinación, prudente y mesurada pero firme, por el segundo término.
El parlamento no puede producir en Alemania un ministerio sostenido por una sólida mayoría. El bloque de derechas que llevó a Hindemburg a la presidencia del imperio está en minoría en el Reichstag. El bloque democrático y republicano que opuso la candidatura centrista de Marx a la candidatura derechista de Hindemburg, se encuentra desde hace algún tiempo roto, a consecuencia de un progresivo y lógico viraje a derecha de los partidos demócrata y católico. Por consiguiente, la única fórmula ministerial posible es la que ha producido penosamente esta crisis. Un ministerio de tipo más burocrático que político, salido de una combinación, no muy segura, de las derechas moderadas (partido popular alemán y partido popular bávaro) y de las izquierdas burguesas (partido demócrata y centro católico).
Este ministerio más o menos centrista no tiene mayoría en el Reichstag. Pero, en cambio, no tiene tampoco una oposición compacta. Sus adversarios se reparten entre las dos alas extremas de la cámara. Son, a la derecha, los nacionalistas y los fascistas; a la izquierda, los socialistas y los comunistas. I estas dos, o cuatro, oposiciones consideran los problemas y los negocios del Estado alemán desde diversos y opuestos puntos de vista.
La vida de un ministerio minoritario se explica por esta pluralidad y este antagonismo de las fuerzas adversarias. El ministerio vive del perenne desacuerdo entre las dos extremas. Su política consiste en buscar, en unos casos, el apoyo de la derecha y, en otros casos, el de la izquierda. Es una política de balancín y de equilibrio que debe esquivar a toda costa el riesgo de una votación en que las dos extremas puedan encontrarse, en algún modo, de acuerdo en el sí o en el no, aunque partan, como es natural, de principios radicalmente adversos.
Luther cree contar con los nacionalistas para la aprobación de su política interna y con los socialistas para la de su política exterior. Sobre este cálculo reposa toda la combinación ministerial que preside y dirige. Su política debe ser, con una curiosa equidad, reaccionaria dentro, democrática fuera. (Nada más alemán que esto -observarán socarronamente los franceses).
Pero este mecanismo de péndulo es, en la práctica, excesivamente delicado. La menor arritmia puede malograrlo. El gabinete es una nave que navega entre dos filas de arrecifes y que, para evitarlos, debe virar con precisión matemática unas veces a la derecha y otras veces a la izquierda. El menor golpe de timón equivocado, encallará a un lado o a otro.
El régimen parlamentario se ha salvado una vez más en Alemania; pero esta vez, en verdad, se ha salvado en una tabla. El tono y los bigotes militares de Hindemburg no permiten, además, hacerse demasiadas ilusiones sobre su seguridad en las futuras tempestades. La primera tempestad que turbe demasiado sus nervios puede decidir a Hindemburg a echarlo por la borda.
Los partidarios del parlamentarismo tienen razón para mostrarse melancólicos. Su sistema funciona todavía, regularmente, en la Gran Bretaña. Pero también ahí, cuando la amenaza de una huelga de mineros constriñe al gobierno conservador a una concesión de laborismo, el rol decisivo de la mayoría parlamentaria aparece asaz desmedrado y disminuido.
Hasta hace poco los partidarios del parlamentarismo se mantenían optimistas sobre el porvenir del régimen. Constatando los efectos del sistema de la representación proporcional, decían que había terminado la época de los gobiernos de partido y que había empezado la época de los gobiernos de coalición. Eso era todo. Pero los gobiernos de coalición funcionan cada día peor y menos. No solo es excesivamente difícil mantenerlos. Más difícil todavía, si cabe, es componerlos. La alquimia de las coaliciones y de las amalgamas no ha encontrado hasta ahora una fórmula siquiera aproximada.
La experiencia de los años post-bélicos ha probado la imposibilidad de constituir coaliciones homogéneas y duraderas. Como lo observa en Francia un diputado reaccionario, Mr. Mandel, las coaliciones no son realizables sino “por un juego de concesiones recíprocas, de ventajas descontadas que invalida la doctrina, disminuyen el valor combativo de los partidos, los solidarizan el uno al otro, en un renunciamiento mutuo y una política negativa”. El método de coalición se resuelve en un método de parálisis y de impotencia. Y la inestabilidad de los ministerios, acaba, de otro lado, por exasperar a la opinión, por ascendrada que sea su educación democrática, hasta persuadirla de la necesidad de una dictadura.
El remedio está para muchos en el abandono del sistema de la representación proporcional. Pero esta solución es de un simplismo extremo. La democracia, el parlamento, conducen fatalmente a la representación proporcional. La representación proporcional es una consecuencia, es un efecto. No se llega a ella por voluntad de los legisladores sino por necesidad del parlamentarismo. Y, en la presente estación del parlamentarismo, no se puede renunciar a la representación proporcional sin renunciar al propio régimen parlamentario. Como lo acaba de recordar Hindemburg a la democracia alemana, no hay modo de escapar al dilema: parlamento o dictadura.
En Alemania se observa, desde hace algún tiempo, un movimiento de concentración burguesa. Los partidos democráticos de la burguesía se han separado del partido socialista. Del gabinete presidido por Luther, forma parte Marx, el opositor de Hindemburg en las elecciones presidenciales. Marx, ministro de Hindemburg. He ahí, sin duda, un síntoma de que las diversas fuerzas burguesas se reconcilian. Todavía los demócratas y los católicos se sienten demasiado lejos de los nacionalistas, esto es de la extrema derecha. Pero, de toda suerte, las distancias se han acortado sensiblemente. Pero este camino se puede llegar a la constitución de un frente único de la burguesía.
Pero no se vislumbra, ni aún por este camino, la solución de la crisis del régimen parlamentario. Porque su vida no depende solo de que crea en él la burguesía sino, sobre todo, de que crea en él la clase trabajadora. En cuanto el parlamento aparezca como un órgano típico del dominio de la burguesía, el socialismo reformista cederá totalmente el campo al socialismo revolucionario. O sea al socialismo que no espera nada del parlamente.
José Carlos Mariátegui.

José Carlos Mariátegui La Chira

H.G. Wells y el fascismo

El juicio sobre el presente de un hombre diestro en traducir el pasado y en imaginar el porvenir, tiene siempre un interés conspicuo. Sobre todo si este hombre es Mr. H. G. Wells, a quien no hay talvez en el mundo quien no conozca como metódico explorador de la historia y la utopía. H. G. Wells, desde su gabinete de historiador y novelista, se ha puesto ha observar “cómo marcha el mundo” y a comunicar al público, por medio de artículos, sus impresiones. Uno de los artículos más comentados hasta hoy, de esta serie, es el que se propone absolver la pregunta: ¿qué es el fascismo?
Wells se ha decidido a enjuiciar y definir al fascismo cuando ha creído ya disponer de materiales abundantes para este examen. Mas prisa y menos prudencia tuvo para estudiar la revolución bolchevique. El experimento sovietista y el escenario moscovita lo atrajeron, más, probablemente por sus romancescos mirajes de utopía. Y, de otro lado, su libro de impresiones sobre la Rusia de Lenin, releído a cierta distancia, le debe haber revelado la diferencia que existe entre sus especulaciones habituales de historiador y novelista y la excepcional empresa de comprender y juzgar una revolución, su espíritu y sus hombres.
El fascismo no es ya la misma nebulosa que en los días de la marcha a Roma, cuando abdicaban ante él muchos eminentes liberales tenidos seguramente en gran estima por el autor de “The Outline of History”. El trabajo de estudiarlo, se presenta, pues, bastante facilitado. Se encuentra hoy con un nutrido acopio de conceptos que definen los diversos factores de la formación del fascismo. El experimento gubernamental del fascismo ha llegado a su cuarto aniversario. El juicio de Wells se mueve, así, sobre una base amplia y segura.
No contiene talvez por esto, proposiciones originales respecto a los orígenes del movimiento fascista. H. G. Wells, en este estudio sigue, más o menos el mismo itinerario que otros críticos del fascismo. Encuentra las raíces espirituales de este en el d’annunzianismo y el futurismo clasificados ya como fenómenos solidarios.
Y lógicamente, tampoco en sus conclusiones, Wells ofrece ninguna originalidad. Su actitud, es la actitud característica, de un reformista, de un demócrata, aunque atormentado por una serie de “dudas sobre la democracia” y de inquietudes respecto a la reforma. El fascismo le parece algo así como un cataclismo, más bien que como la consecuencia y el resultado la de quiebra de la democracia burguesa y de la derrota de la revolución proletaria. Evolucionista conocido, Wells, no puede concebir el fascismo, como un fenómeno posible dentro de la lógica de la historia Tiene que entenderlo como un fenómeno de excepción. Para Wells, el fascismo es un movimiento monstruoso, teratológico, dable solo en un pueblo de educación defectuosa, propenso a todas las exuberancias de la acción y de la palabra. Mussolini, dice Wells: “es un producto de Italia, un producto mórbido”. Y el pueblo italiano, un pueblo que no ha estudiado debidamente la geografía ni la historia universales.
En esta, como en casi todas las actitudes intelectuales de H. G. Wells, se identifica fácilmente las cualidades y los defectos del pedagogo, el evolucionista y el inglés.
Acusa al pedagogo, no solo el corte didáctico de la exposición sino el fondo mismo de su juicio. Wells, piensa que una de las causas del fascismo es el deficiente desenvolvimiento de la enseñanza secundaria y superior en la nación italiana. Las malas escuelas, los insuficientes colegios, han sido a su juicio el primer factor del sentimiento fascista. Pero este concepto no tiene el sentido general que necesitaría para ser admitido y sancionado. Wells parece (...)

José Carlos Mariátegui La Chira

El caso Daudet

El caso Daudet

No sé si entre las fobias del espíritu reaccionario y anti-moderno de León Daudet, figure la del teléfono. Pero sabemos, en cambio, hasta qué punto Daudet detesta y condena “el estúpido siglo diecinueve” contra el cual ha escrito una fogosa requisitoria. Se puede chicanear todo lo que se quiera respecto al alcance de este odio del exuberante panfletario de “L’Action Francaise”. No será posible, empero, repudiar del siglo diecinueve el pensamiento o la literatura -liberalismo, democracia, socialismo, romanticismo- para aceptar y usufructuar, sin ninguna reserva, su ingente patrimonio material o físico. En ningún caso, la crónica puede dejar de registrar el hecho de que el factor capital de la fuga de León Daudet de la cárcel ha sido el teléfono o, lo que es lo mismo uno de los instrumentos que forman parte de la herencia del “estúpido siglo diecinueve”.
Esta fuga constituye el lance más ruidoso de la aventurera existencia parisina de León Daudet. La excomunión de “L’Action Francaise”, el diario monarquista y católico de Daudet y Maurras, interesó mucho menos al mundo y a la propia Francia, donde ahora parece que el cinematográfico golpe de escena de los “camelots du roi” ha sacudido las mismas bases del ministerio. La política de la Tercera República exhibe en este periodo toda su puerilidad presente. Unos cuantos muchachos monarquistas y un teléfono incógnito bastan para conmoverla, comprometiendo irreparablemente el prestigio de sus cárceles, la seriedad de sus alcaides y la reputación de su sistema judicial y penitenciario.
León Daudet no cumplía en la cárcel de la Santé una condena política. Su prisión, como es sabido, no se debía a un accidente de trabajo propio de su carrera de panfletista político. Tenía su origen en las acusaciones lanzadas por Daudet contra el funcionario de policía que intervino en el descubrimiento del suicidio de su hijo Felipe. Como se recordará, Felipe Daudet que fugó de su hogar turbado por una oscura crisis de consciencia apareció muerto de un balazo en un taxi. La crispada mano del atormentado adolescente empuñaba un revólver. El suicidio, según todos los datos, era evidente. Mas León Daudet pretendió que su hijo había sido asesinado. El crimen, a su juicio, había sido planeado en una asombrosa conjuración de anarquistas y policías. Daudet sostuvo esta acusación ante los jueces llamados a investigar el hecho y esclarecer su responsabilidad. El fallo del tribunal le fue adverso. De este segundo proceso, salió condenado a cuatro meses de cárcel.
Su prisión se presenta, por tanto, como un incidente de su vida privada, más bien que por su lucha política. Pero en la biografía de un político es sumamente difícil separar lo personal, lo particular, de lo político y de lo público. Daudet, condenado, encontró la solidaridad de “L’Action Francaise” y de la “Liga Monarquista”. Los más ardorosos de sus amigos se aprestaron a resistir por la fuerza a la policía. El local de “L’Action Francaise” se convirtió en una barricada. Daudet acabó, siempre, por ser aprehendido. Mas, a poco tiempo, los “camelots du roi” se han dado maña para sacarlo de la cárcel. Es probable que a la carrera política de Daudet conviniera más el cumplimiento moral de la condena. El prestigio popular de un condottiere se forja en la prisión mejor que en otras fraguas inocuas. Hoy como ayer, no se puede cambiar un orden político sin hombres resueltos a resistir la cárcel o el destierro .Este es, por ejemplo, el criterio del Partido Comunista francés, que no se manifiesta excesivamente interesado en ahorrar a su Secretario General, Pierre Semard, libertado por la treta monarquista al mismo tiempo que León Daudet, los meses de cárcel a que ha sido condenado a consecuencia de su propaganda revolucionaria.
El hecho de que los “camelots du roi” no sean capaces de la misma actitud demuestra hasta qué punto estos buenos y bravos muchachos, y su propio capitán, son políticamente negligibles y anacrónicos. Para un revolucionario -Semard, Cachin, Marté, etc.-, una prisión es simplemente un “accidente del trabajo”; para León Daudet es, más bien, una aventura, efecto y causa de otras aventuras. Toda la historia del acérrimo monarquista asume el carácter de una gran aventura, más literaria o periodística que política. Es una gran aventura romántica.
Porque León Daudet que, mancomunado con Charles Maurras, abomina el romanticismo y de sus consecuencias políticas e ideológicas, no es en el fondo otra cosa que un romántico, un superstite rezagado del propio romanticismo que reniega y repudia. Ese romanticismo, a su tiempo, representó la creencia en la revolución liberal, en la República, etc. Pero, al envejecer o degenerar, cuando estos ideales aparecieron realizados, cambió esta creencia vigente o válida aún, por la pasada y caduca del rey y la monarquía. El nuevo romanticismo, el nuevo misticismo, aporta otros mitos, los del socialismo y del proletariado. Ya he dicho alguna vez que si a Francia le aguarda un periodo fascista, los condottieri de esta reacción no serán, ciertamente, ni Charles Maurras, ni León Daudet. Los directores de “L’Action Francaise” tendrían que contentarse, en la historia del hipotético fascismo de Francia, con el rol de precursores literarios o a lo sumo espirituales -asignado, verbigratia a D’Annunzio o Marinetti, en la historia del fascismo de Italia-. Casi seguramente, el fascismo en Francia se acomodará a la República del mismo modo que en Italia se ha acomodado a la Monarquía. Los servicios de Daudet y Maurras a la causa de la reacción no ganarían demasiado en categoría. Por lo pronto, el embrionario fascismo francés que tiene su promotor o capitán en George Valois, se presenta en abierta disidencia con los monarquistas de “L’Action Francaise”, a los que, por otra parte, la Iglesia no había excomulgado si existiera alguna razón para el catolicismo y la monarquía asociasen en Francia sus destinos.
El rabelaisiano y bullicioso panfletista de “L’Action Francaise”, a pesar de este y otros episodios y aventuras, no muestra mucha aptitud de cumplir en Francia una considerable función histórica. Es un hombre de mucho humor y bastante ingenio a quien, bajo la tercera república, no le ha sido muy difícil echar pestes contra la democracia y pasar por un terrible demoledor. No le ha faltado en su aventura periodística y literaria el viático de opulentas duquesas y graves abates. Su declamación panfletaria se ha acogido a los más viejos principios de orden, de tradición y de autoridad. Y, en su prisión, lo que más lo ha afligido, -si mantenemos la preocupación de Madame Daudet- ha sido la deficiencia del menú, la parvedad de la mesa Por mucho que se trate de idealizar la figura, ciertamente pintoresca y bizarra, Daudet resulta, en último análisis, un pequeño burgués gordo y ameno, de tradición un poco bohemia y un mucho romántica, descendiente de esos cortesanos liberales y heréticos del siglo dieciocho, que se desahogaban en la charla salaz y en la mesa copiosa su vivacidad tumultosa, incapaz de ninguna rebeldía real contra el rey ni la Iglesia.

José Carlos Mariátegui La Chira

El parlamento de Primo de Rivera

La dictadura española ha querido celebrar su cuarto aniversario con la convocatoria a la asamblea nacional tantas veces prometida por Primo de Rivera desde que, conchabado con don Alfonso XIII, restauró en España, con especiosos disfraces, la monarquía absoluta. Esta asamblea debía haber sido, conforme al ambicioso designio de Primo de Rivera, cuando enfáticamente anunciaba la inauguración de un nuevo régimen destinado a rehacer España -una asamblea con poderes de constituyente. Pero en estos cuatro años los planes de la dictadura han sufrido más de una metamorfosis. La idea de la asamblea nacional ha encontrado, según se ha dicho, no poca resistencia en la propia monarquía, temerosa de dar un paso excesivo, superior a sus mediocres y achulado oportunismo borbónico. Varias veces la convocatoria a la asamblea ha parecido inminente; otras tantas la ha frustrado el desgano de Alfonso para esta gruesa jugada. Y en esta difícil gestación, la asamblea se ha achicado a tal punto que ahora que nos la enseñan nacida, casi no la reconocemos. No porque la esperásemos más o menos apta y válida, sino porque no es la misma de que Primo de Rivera, con jactanciosa paternidad, nos había anticipado el diseño.
La asamblea de Primo de Rivera, conforme a la descripción que nos ofrece de todas sus piezas y funciones en decreto de convocatoria, es modesto instrumento de legislación, de facultades muy restringidas, que recibe solo el encargo de elaborar el anteproyecto de la reforma constitucional. El personal, de elección real, pretenderá representar nada menos que a la nación; pero, en verdad, no representará en su gran mayoría, sino a la clientela de la dictadura. La representación subsidiariamente acordada a algunas categorías del trabajo intelectual o manual no alcanzará a conferir una autoridad siquiera aparente a este parlamento larvado.
Habría sido bastante comprometedor para la monarquía española el confiar a una asamblea designada por el rey la reforma de la Constitución. Por esto, la facultad de la asamblea ha quedado reducida a la mera confección del proyecto respectivo. La reforma resulta así aplazada al menos por tres años fijados como término a la asamblea. Este plazo de tres años es también el que provisoriamente se señala a si misma la dictadura para continuar su experimento.
Desde su aparición, esta dictadura se ha presentado modestamente como un gobierno a plazo fijo. No ha osado atribuirse la misión de reorganizar por si misma el Estado español. Primo de Rivera ha comprendido siempre que debía renovar periódicamente a sus compatriotas la garantía de su interinidad. El lenguaje de su gobierno, hasta en sus más fanfarronas proclamas, es íntimamente el de un gobierno provisorio.
Esta es una de las cosas que más profundamente diferencias a la dictadura de Primo de Rivera de la de Mussolini. El fascismo no conoce la preocupación del plazo. Se siente definitivo y perdurable. Emprende sus reformas, directas e inmediatamente. Tiene una idea mística de su función histórica. Además de todo lo que personal e intelectualmente separa a Mussolini de Primo de Rivera, los distingue y distancia, desde un punto de vista político, el hecho de que el primero tiene tras de sí un partido fuertemente organizado mientras el segundo se apoya en un séquito precario de elementos sin cohesión, congregados eventualmente en torno suyo por el influjo del poder.
Primo de Rivera tiene siempre el aire de pedir permiso para seguir. Mussolini obra como si estuviera totalmente seguro del consenso indefinido de su pueblo. El general juerguista ignora todavía la magnitud de su aventura. Teme mucho los riesgos de exagerarla. Puede ser que ambicione la duración ilimitada de su poder. Pero se propone ganarla por prórrogas sucesivas, como una suma de interinidades.
Basta este rasgo para juzgar la incurable mediocridad de la dictadura española, cuya subsistencia se explica únicamente como el resultado de un conjunto de circunstancias y elementos negativos: la descomposición de los viejos partidos constitucionales; el descrédito del régimen parlamentario; la insolvencia popular de los líderes liberales o reformistas; la inmadurez del proletariado cuya educación revolucionaria ha sufrido de una parte la influencia enervante del socialismo domesticado y de otra parte el efecto disolvente del sindicalismo anarquista.
La esperanza de los políticos desalojados del gobierno y del parlamento por el golpe de estado de Primo de Rivera se ha alimentado hasta ahora de la confianza en la incapacidad constructiva de la dictadura, sin tener en cuenta su propia insolvencia en este plano. En vez de una activa y combatiente, han preferido oponerle una expectación pasiva y expectante. Licenciados por el rey, no han sabido rebelarse contra la monarquía desleal al pacto del cual emana su autoridad. Hoy mismo, la convocatoria de esta asamblea, que cancela sus ilusiones, -porque dentro de tres años el desamparo de los viejos políticos será más grande aún que ahora- en vez de empujarlos a una acción de resulta defensa de los principios liberales contra la monarquía les inspira apenas el gesto inocuo e impotente de retirarse a la vida privada o de reprochar, melancólicamente al rey una infidelidad que están, sin embargo, dispuestos a perdonarle apenas el badulaque lo solicite. El único documento serio, entre los que recogen la protesta o la queja de los políticos despedidos del servicio real, parece ser la carta de Sánchez Guerra que recuerda a Alfonso XIII que su familia reina en España no por ser haber representado el principio de la monarquía constitucional en oposición al principio de la monarquía absoluta encarnado por el carlismo.
Si esta tesis hubiese sostenida por todos los líderes de los grupos constitucionales en una forma beligerante y agresiva, es probable que Alfonso XIII, a quien no se conocen aún rasgos audaces de héroe sino modestas habilidades de mundano, no había autorizado a Primo de Rivera a esta continuación de su aventura.
José Carlos Mariátegui.

José Carlos Mariátegui La Chira

Anti-reforma y fascismo

Anti-reforma y fascismo

Pertenece a Paul Morand esta observación, que prueba cómo un novelista de la decadencia, puede tener un sentido más realista y concreto de la defensa de occidente que un metafórico de la reacción. “Massis, -dice Morand- ha examinado el problema con su inteligencia aguda y abstracta, pero después de una exposición muy brillante ha arribado a una solución católica, jurídica, romana y medioeval del universo, que es preciso respetar puesto que es su fin, pero que no me parece una evidente imposibilidad en 1927- En la hora actual, el Occidente no es verdaderamente defendido sino por las sociedades puritanas y anglosajonas, los bolchevistas no se han equivocado en este punto y, por mi parte, cada vez que yo me he hallado en los confines del mundo blanco, California, México, lo he fuertemente sentido. Ahora bien, Massís, no solamente lo dice, sino que en dos palabras ejecuta a la Reforma; a la Reforma, madre de Inglaterra y de Estados Unidos. Ve uno de los orígenes de la decadencia occidental en quien sostiene todavía efectivamente nuestro mundo blanco. Pero esta ejecución sumaria de la Reforma no es exclusiva de Massis. La encontramos también en los más autorizados y explícitos documentos de teorización fascista. En su discurso de la Universidad de Perugia, el Ministro Rocco, imputó a la Reforma así la responsabilidad del liberalismo y de la democracia como del socialismo. “el pensamiento político moderno, -afirma Rocco-, ha estado hasta ayer, en Italia y fuera de Italia, bajo el dominio absoluto de aquellas doctrirnas que tuvieron su origen próximo en la Reforma protestante, encontraron su desarrollo con los jus-naturalistas de los siglo XVII y XVIII fueron consagrados, por la Revolución Inglesa, la Americana y la Francesa y, con diversas formas, a veces contrastantes entre sí, han caracterizado todas las teorías políticas y sociales de los siglos XIX y XX hasta el fascismo”. Este discurso constituyó, en primer término, una severa requisitoria contra la era liberal burguesa de la civilización occidental, denunciada como una poco menos absurda elaboración del espíritu protestante. La tendencia a unimismar en este espíritu todos los movimientos anteriores al fascismo, condujo a Rocco a atribuir al socialismo la concepción atomística o individualista del Estado, propia del liberalismo. ¿Cómo había podido generarse el fascismo, definido no sólo como antítesis del liberalismo sino como una negación radical de la modernidad? Para explicar su génesis, Rocco se acoge a una presunta continuación autónoma del pensamiento italiano contra las filtraciones y obstáculos de la modernidad, a través de una cadencia de geniales renovadores de la tradición romana que va de Maquiavelo a Vico y a Cuoco, para rematar, probablemente, en el propio Rocco. El Patrimonio espiritual del romanismo, celosa y activamente conservado por Italia, representaría la milagrosa y excepcional reserva que le consiente afrontar con mejor fortuna que ninguna otra nación, la crisis de la civilización occidental.
El parentesco espiritual de Rocco, Federzoni, Corradini y otros nacionalistas italianos, con Maurras, Daudet y otros monarquistas de “L’Actión Francaise” que profesan notoriamente la fórmula simplista de la Anti-Reforma, no daría íntegra la clave de esta artificiosa destilación del pensamiento fascista si el mismo Mussolini, tan poco sospechoso de escolasticismo, no hubiese aceptado tácitamente los puntos de vista de Rocco en un telegrama de congratulación por el discurso de Perugia. Tanto por su formación intelectual como por su método empírico y realista, Mussolini no puede adherir a una condena sumaria de la modernidad. Menos todavía a suponer la premisa cardinal del fascismo. Esta adhesión lo coloca en abierto conflicto con lo que precisamente pensaba poco tiempo atrás. “Si por relativismo debe entenderse -escribía entonces- el desprecio de las categorías fijas por los hombres que se creen los portadores de una verdad objetiva inmortal, por los estáticos que se acomodan, en vez de renovarse incesantemente, entre los que se jactan de ser siempre iguales a sí mismos; nada es más relativista que la mentalidad y la actividad fascistas. Si el relativismo y movilismo universal equivalen, nosotros los fascistas hemos manifestado siempre nuestra despreocupada independencia por los nominalismos en los cuales se clava -como murciélagos a las vigas- los gazmoños de los otros partidos; nosotros somos verdaderamente los relativistas por excelencia y nuestra acción se reclama directamente de los más actuales movimientos del pensamiento europeo”. ¿Qué entendimiento cabe entre este relativismo que franquea el camino de todas las herejías y el dogmatismo de los nacionalistas franceses o italianos que nada reprochan tanto al pensamiento como su movilidad y su pluralidad? Los metafísicos tomistas dedican sus más acres ironías al empirismo anglo-sajón al cual desdecían ante todo por su filiación protestante. (¿No ha execrado una vez León Daudet al Kaiser Guillermo como una encarnación del espíritu luterano, sin acordarse, como le objetaron luego sus críticos, que los Hohenzollern eran calvinistas?). El hecho es que, indiferente al tamaño de su contradicción, el Dux del fascismo ha otorgado su venia y su aplauso al ministro, por el arte con que enlaza la doctrina fascista con la ortodoxia romana.
Es cierto que en la manifestación del espíritu fascista intervienen intelectuales como Giovanni Gentile que no pueden renegar del difamado pensamiento moderno sin renegar de sí mismo. Gentiles para los escolásticos de la reacción debe ser siempre el propagador del idealismo hegelianos, filosofía de inconfundible estirpe herética y protestante hacia la cual no puede moverlos a la indulgencia ni aún su mérito de valla contra el materialismo positivista. Además, Gentile propugna la tesis de que el fascismo desciende espiritual y aún doctrinariamente de la Diestra histórica del Risorgimento, sin cuidarse mucho de la parentela liberal y protestante que el fascismo se vería entonces obligado a reconocer, dado que los hombres de la famosa derecha del Risorgimento, fieles a la idea del Estado Unitario o Estado épico, como lo ha estudiado Mario Missireli, tendieron francamente a la ruptura con la Iglesia romana. Y otros exégetas, avanzando mucho más en la tentativa de relacionar el fascismo con el pensamiento moderno, señalan la influencia de Bergson, James y Sorel en la preparación espiritual de este movimiento, inexplicable según ellos sin una fecunda asimilación de las corrientes pragmatista, activista y relativista.
Pero, con excepción de Gentile, que insiste en la genealogía liberal del fascismo -liberal no democrática, ya que si la democracia contiene liberalismo, este solo la antecede- no son estos intelectuales, empeñados en atribuir al fascismo una esencia absolutamente moderna, quienes le dan entonación y fisionomía doctrinales. Son, más bien, los que, como Rocco, o con mayor ultraísmo, arremeten contra la Reforma y en general contra la modernidad, verbigracia, Curzio Suckert, autor de la fórmula “Fascismo igual Anti-reforma”. Y Ardengo Soffici que mira en el romanticismo un movimiento de puro origen protestante. El ex-compañero de Marinetti coincide con Maurrás en el odio al romanticismo y lo excede en el esfuerzo de repudiarlo como un producto genuinamente germano.

José Carlos Mariátegui La Chira

La heterodoxia de la tradición

He escrito al final de mi artículo “la reivindicación de Jorge Manrique”: Con su poesía tiene que ver la tradición, pero no los tradicionistas. Porque la tradición es contra lo que desean los tradicionalistas viva y móvil. La crean los que la niegan para renovarla y enriquecerla. La matan los que la quieren muerta y fija, prolongación de un pasado en un presente sin fuerzas, para incorporar en ella su espíritu y para meter en ella su sangre.
Estas palabras merecen ser solícitamente replicadas y explicadas. Desde que las he escrito me siento convidado a estrenar una tesis revolucionaria de la tradición. Hablo, claro está de la tradición entendida como patrimonio y continuidad histórica.
¿Es cierto que los revolucionarios la reniegan y la repudian en bloque? Esto es lo que pretenden quienes se contentan con la gratuita fórmula: revolucionarios iconoclastas. Pero, ¿no son más iconoclastas los revolucionarios? Cuando Marinetti invitaba a Italia a vender sus museos y sus monumentos, quería solo afirmar la potencia creadora de su patria demasiado oprimida por el peso de un pasado abrumadoramente glorioso. Habría sido absurdo tomar al pie de la letra su vehemente extremismo. Toda doctrina revolucionaria actúa sobre la realidad por medio de negaciones intransigentes que no es posible comprender sino interpretándolas en su papel dialéctico.
Los verdaderos revolucionarios, no proceden nunca como si la historia empezara con ellos. Saben que representan fuerzas históricas, cuya realidad no les permite complacerse con la ultraísta ilusión verbal de inaugurar todas las cosas. Marx extrajo del estudio completo de la economía burguesa, sus principios de política socialista. Toda la experiencia industrial y financiera del capitalismo está en su doctrina anticapitalista. Proudhon, de quien todos conocen la frase iconoclasta, mas no la obra prolija, cimentó sus ideales en un arduo análisis de las instituciones y costumbres sociales, examinando desde sus raíces hasta el suelo y el aire de que se nutrieron. Y Sorel, en quien Marx y Proudhon, se reconcilian, se mostró profundamente preocupado no solo de la formación de la consciencia júrica del proletariado, sino de la influencia de la organización familiar y de sus estímulos morales, así el mecanismo de la producción como en el entero equilibrio social.
No hay que identificar a la tradición con los tradicionalistas. El tradicionalismo -no me refiero a la doctrina filosófica sino a una actitud política o sentimental que se resuelve invariablemente en fuero conservantismo- es en verdad el mayor enemigo de la tradición. Porque se obstina interesadamente en definirla como un conjunto de reliquias inertes y símbolos extintos. Y en compendiarla en una receta escueta y única.
Hay tradición, en tanto se caracteriza precisamente su resistencia a dejarse aprehender en una fórmula hermética. Como resultado de una serie de experiencias, esto es de sucesivas transformaciones de la realidad bajo la acción de un ideal que la supera consultándolas y la modela obedeciéndola. La tradición es heterogénea y contradictoria en su composición. Para reducirla a un concepto único es preciso contentarse con su esencia, renunciando a sus cristalizaciones.
Los monarquistas franceses construyen toda su doctrina, sobre la creencia de que la tradición de Francia, es fundamentalmente aristocrática y monárquica, idea concebible únicamente por gentes enteramente hipnotizadas por la imagen de la Francia de Carlo Magno. René Johannet, reaccionario también, pero de otra extirpe, sostiene que la tradición de Francia es, absolutamente burguesa y que la nobleza, en la que depositan su recalcitrante esperanza Maurras y sus amigos, está descartada como clase dirigente desde que, para subsistir ha tenido que aburguesarse. Pero el cimiento social de Francia son sus familias campesinas, su artesanado laborioso. Está averiguando el papel de los descamisados en el período culminante de la revolución burguesa. De manera que si en la praxis del socialismo francés entrará a declamación nacionalista, el proletariado de Francia podría también descubrirle a su país sin demasiada fatiga una cuantiosa tradición obrera.
Lo que esto nos revela es que la tradición aparece particularmente invocada y aun facticiamente acaparada por los menos aptos para recrearla. De lo cual nadie debe asombrarse. El pasadista tiene siempre el paradójico destino de entender el pasado muy inferiormente futurista. La facultad de pensar la historia y la facultad de hacerla y crearla, se identifican. El revolucionario, tiene del pasado una imagen un poco subjetiva acaso, pero animada y viviente, mientras que el pasadista es incapaz de representársela en su inquietud y su fluencia. Quien no puede imaginar el futuro, tampoco puede imaginar el pasado.
No existe, pues, un conflicto real entre el revolucionario y la tradición, sino para los que conciben la tradición como un museo o una momia. El conflicto es efectivo solo con el tradicionalista. Los revolucionarios encarnan la voluntad de la sociedad de no petrificarse en un estadio, de no inmovilizarse en una actitud. A veces la sociedad pierde esta voluntad creadora paralizada por una sensación de acabamiento o desencanto. Pero entonces se constata, inexorablemente, su envejecimiento y su decadencia.
La tradición de esta época la están haciendo los que parecen a veces negar, iconoclastas, toda tradición. De ellos, es, por lo menos, la parte activa. Si ellos, la sociedad acusaría el abandono, la abdicación de la voluntad de vivir renovándose, superándose incesantemente.
Maurice Barrés, legó a sus discípulos una definición algo fúnebre de la Patria. “La Patria es la tierra y los muertos”. Barrés mismo era un hombre de aire fúnebre y mortuorio, que, según Valle Inclán semejaba físicamente un cuervo mojado. Pero las generaciones post-bélicas están frente al dilema de enterrar con los despojos de Barrés su pensamiento de labriego solitario dominado por el culto excesivo del suelo de sus difuntos o de resignarse a ser enterrada ella misma después de haber sobrevivido sin un pensamiento propio nutrido de su sangre y de su esperanza. Idéntica es su situación ante el tradicionalismo.
No he hablado hasta aquí del tradicionalismo peruano en particular sino de tradición y de tradicionalismo en general. Me sobra el tema para un próximo artículo.
José Carlos Mariátegui

José Carlos Mariátegui La Chira

Guillermo Ferrero y la Terza Roma

El historiógrafo de Roma antigua deviene, en su ancianidad, el novelista de Roma moderna. La serie de novelas que con el título de “La Terza Roma” ha comenzado a publicar (“Le Due Veritá”, “La Rivolta del Figlio”, A. Mondadori, Milano, 1927) nos introducen en la vida romana, en los últimos años de la administración de Francesco Crispi, cuando se entrevé ya el fracaso de la aventura colonial de Abisinia. Zola, en una de sus tentaculares novelas, intentó aprehender en un solo volumen el espíritu de esta misma Roma. Pero, encontrando todavía demasiado frágil y exigua la Roma del Risorgimento, esbozó más bien un cuadro de la Roma pontificia. Sus pasos buscaron el ánima compleja y múltiple de Roma en el tortuoso “borgho” transteverino y en los umbrosos palacios eclesiásticos. I por este lado no iban mal encaminados. Mas Roma les escapó siempre. Cerrado el volumen se advierte enseguida que la Roma del Vaticano y del Quirinal no está en la enorme anécdota urdida por Zolá para capturarla.
Guglielmo Ferrero sigue otro derrotero. Nos introduce en Roma por la puerta de un palacio que aloja en sus suntuosos y antiguos salones la alianza de la prepotente y alacre burguesía de Milán y la conquistadora y cultivada aristocracia del Piamonte. En este palacio, en el cual los nuevos amos de la Ciudad Eterna han sucedido a la decaída nobleza romana, se respira el ambiente oficial de la Italia crispiana, que empieza su acercamiento al mundo vaticano, bajo el auspicio de la catolicidad de doña Eduvigis Alamanni.
La figura del senador Alamanni, hijo de un plebeyo, más aún, de un siervo enriquecido, que se hacer perdonar su origen por la aristocracia mediante su unión con una patricia empobrecida, es en los dos primeros tomos de “La Terza Roma” la figura central de la novela. Alamanni tiene en su juventud la dureza, el ímpetu, los dotes de comando y potencia de los grandes burgueses. Capitán de finanza y de industria, posee el genio de los negocios. La acumulación de capitales es, en su teoría y en su práctica, la vía de la posesión del mundo. Siente un desprecio altanero de plebeyo victorioso por la nobleza desmonetizada y parasitaria. Pero en los cuarenta años, el enlace con doña Eduvigis, -a quien Guglielmo Ferrero generoso con los vencidos, caballeresco con el pasado, concede todas las cualidades y virtudes de la nobleza cristiana,- domestica su voluntad agresiva. Alamanni se enamora insensiblemente de los hábitos y de los gustos de la aristocracia. Reconoce a la tradición y a la estirpe el valor que antes les había negado. Se deja ganar por los sentimientos de la aristócrata gentil y delicada a la cual sus millones le han permitido llegar. La psicología de la época es propicia a este cambio. “La Monarquía, la Aristocracia y una parte, la más ambiciosa y la más fina, de la Riqueza no blasonada todavía había comenzado, desde hacía un ventenio, en toda Europa, a atrincherarse en el acrópolis de la sociedad contra la Democracia y la llanura; y a fin de que la trinchera fuese alta y sólida, cada uno aportaba lo que podía que todo servía: la cultura, la gloria, la potencia, el blasón, el valor, la elegancia y las bellas maneras, la riqueza y el lujo y el arte, antiguo patrimonio de los grandes y los humildes; y quien no poseía otra cosa, frivolidad, ignorancia y disipación”. El dinamismo de la idea liberal, generadora del Risorgimento, inquietaba a los espíritus. En las masas prendía la idea socialista, catastrófica y mesiánica. La política de Francesco Crispi tendía a dar al orden el cimiento de la tradición, sofocando las consecuencias lógicas de los principios del Risorgimento. Contra esta política, se alzaban en el parlamento, además de los tribunos socialistas, los hombres de izquierda del liberalismo. Cavalloti y Rudini preparaban con sus requisitorias contra la administración crispiana el advenimiento de la era de Giolitti. Alamanni, que había gastado su impulso original en la creación de una gran fortuna, y que había suavizado su soberbia de nuevo rico en un sedante palacio romano, se sentía un soporte de orden. Intuitivo, práctico, pesimista, no abría en su espíritu un excesivo crédito de confianza a los dotes del presunto Bismarck italiano. Pero sus sentimientos y móviles de conservador lo constreñían a sostener esta política, contra todas las amenazas tormentosas del sufragio y de la plaza. Los paladines de la izquierda demo-liberal, Cavalloti, Di Rudiní, Giolitti, le parecía peligrosos demagogos. Prefería a su victoria, el compromiso directo entre la plutocracia y el socialismo, entre el poder el proletariado, conforma a la praxis bismarckiana. Mas estas ideas eran de naturaleza absolutamente confidencial, privada. Alamanni no era un político; era solo un plutócrata. Daba al orden el apoyo de sus millones, de su riqueza, en cambio de las garantías que le otorgaba para acrecentarlos. Su campo era la economía, no la política ni la administración. Vagamente percibía el peso muerto de la política y de sus funcionarios y doctrinas en el libre juego de los intereses económicos. Los políticos, le parecían costosos y embarazantes intermediarios. Estaba ligado al conservantismo de Crispi por todos los vínculos de su ambición y de su riqueza. Crispi lo había hecho marqués. El despreciador de títulos y blasones, había gestionado solícitamente esta merced, que lo igualaba formalmente con su mujer en la jerarquía mundana.
Pero el argumento de “La Terza Roma” no es la vida misma de un hombre. Ferrero le antepone una intriga de sabor folletinesco, que si nos conduce a la entraña de algunos aspectos de la vida social de la época, se apropia demasiado, con sus episodios, de las páginas de la obra y del espíritu del narrador. El novelista, se impone, con prepotencia de diletante y debutante, al historiógrafo. I, al cerrar al segundo volumen, -“La Rivolta del Figlio”- la impresión de que la Terza Roma está escapando también a Ferrero, nos trae el recuerdo de la frustrada tentativa de Zola. El conflicto sentimental y moral del hijo del senador Alamanni, que parte al África en vísperas del desastre de Adua, acapara demasiado la obra y el novelista. Esperemos que este, en el descanso que ha seguido a “La Rivolta del Figlio”, tenga tiempo y voluntad de advertirlo.
José Carlos Mariátegui.

José Carlos Mariátegui La Chira

La vida de Disraeli por Andre Maurois

(...) tenía excesiva fantasía para ser un hombre de negocios. No pudo se un Rotschild. Participó del interés de la Inglaterra de su época por la América Española; pero perdió siempre en las especulaciones sobre valores hispano-americanos. Jugó a la baja, cuando aún no era tiempo; jugó al alza, cuando ya no era el momento. Pero esta fantasía resultaba insuficiente en la novela. Disraeli escribía novelas porque las circunstancias no le dejaban actuar. Su temperamento lo empujaba de preferencia a la acción y, únicamente después de haber perdido un negocio o una elección, intentó en su juventud buscar la inmortalidad en la literatura. Si Disraeli, en su juventud, hubiese ganado especulando con valores sud-americanos, una fabulosa fortuna, ¿habría escrito novelas y poemas? I, si sus novelas hubiesen merecido clasificarse al lado de las de Sir Walter Scott, ¿habría llegado a ser diputado y líder tory? La biografía de André Maurois, nos impone estas preguntas, a fuerza de insistir en el dandysmo, en la inseguridad, en la “nonchalance” de Disraeli político.
La subconciencia política de esta biografía, como la de otras, en las que no por aprensión se descubre el empeño de rebajar el héroe, tiene a presentar la obra del hombre de Estado como algo que se puede hacer casi por azar, sin convicción, sin principios. Del mismo modo que se intenta la teorización de un arte deportivo, se ensaya el elogio de una política deportiva. Quizá en la Inglaterra victoriana y ochocentista, no se podía ya actuar una política conservadora sino con una íntima indiferencia por los principios torys. Esto podría explicar el éxito de Disraeli, primer ministro de la Reina Victoriana. Pero, sin duda, lo que André Maurois se propone vagamente es, más bien, la apología de una escuela que la interpretación de un hecho.
Disraeli pone en boca de un personaje de una de sus novelas palabras que no nos permiten suponerlo tas escéptico, como Maurois se obstina en verlo. “El destino es nuestra voluntad y nuestra voluntad es la naturaleza. Todo su misterio, pero solo un esclavo se niega a luchar y para penetrar en el miste(...).

José Carlos Mariátegui La Chira

Piero Gobetti

No hemos sido afortunados ni solícitos en el conocimiento y estimación de los valores de la cultura italiana moderna. Y he tenido oportunidad de apuntarlo, comentando un libro de Prezzolini y ocupándome en la averiguación de la influencia italiana en la literatura y el pensamiento hispano-americanos contemporáneos.
En el preludio de la presentación del ensayista Piero Gobetti, muerto cuando aún no había alcanzado la sazón de la treintena, tengo que insistir en este motivo, que se presta a muchas variaciones.
La deficiencia de nuestra asimilación de la mejor Italia, la irregularidad de nuestro trato con su más sustanciosa cultura, no es ciertamente una responsabilidad específica de nuestras Universidades, revistas y mentores. El Perú no tiene, por razones obvias, relación directa y constante sino con dos literaturas europeas: la española y la francesa. Y España hoy mismo que sus distancias con la Europa moderna se han acortado considerablemente no es una intermediaria muy exacta ni muy atenta entre Italia e Hispano-América. La “Revista de Occidente” que registra en su haber un persistente esfuerzo por incorporar a España en la cultura occidental, no ha acordado a la literatura y al pensamiento italianos sino un lugar secundario. Los mejores trabajos de divulgación de los hombres e ideas de la Italia contemporánea son, en los últimos años, los debidos a Juan Chabás que aprovechó excelentemente su estancia en Italia. La obra de Unamuno acusa un reconocimiento serie, -y en algún punto que ya tendré oportunidad de señalar hasta cierto influjo de Benedetto Croce-. Pero, en general, la transmisión española de las corrientes intelectuales y artísticas de Italia ha sido irregular, insegura y defectuosa. Croce, por ejemplo, me parece aún hoy, insuficientemente estudiado y comprendido en España. Y, en Hispano-América, si no le ha faltado expositores y comentadores fragmentarios, no ha encontrado todavía un expositor inteligente y enterado de su obra total. A este respecto está en lo cierto el argentino M. Lizondo Borda que, en un reciente estudio publicado en “Nosotros”, afirma que la filosofía de Croce no ha sido todavía muy entendida en su país, agregando que “igual cabe decir de otros países, inclusive europeos”.
Actualmente, la coquetería reaccionaria de algunos intelectuales españoles con el fascismo, propicia la vulgarización, y aún la imitación en España de los ensayistas y literatos de la Italia fascista, a expensas del conocimiento de valores más esenciales, pero desprovistos de los títulos caros al gusto y al humor propagados en un clima benévolo a la dictadura. Curzio Malaparte, a quien yo cité aquí primero hace cinto años, cuya obra empieza a ser traducida al español, encabeza el elenco de escritores jóvenes de Italia a quienes la política asegura admiradores y partidarios en ciertos equipos sedicentes vanguardistas de la intelectualidad hispánica. La reacción, la dictadura, han menester de teorizantes y no escasean en la juventud letrada quienes, a base de argumentos de “L’Action Francaise”, Meritain, Massis, Valois, Rocco, del Conde Keyserlin, Spengler, Gentile, etc., están dispuestos a asumir ese papel. La política no se mezcla nunca tanto a la literatura y a las ideas como cuando se trató de decretar la moda de un autor extranjero. Papini debe a su conversión al catolicismo, en el mundo hispánico, la difusión que el no había ganado con su obra anterior a la “Historia de Cristo”. Y no sería raro que quieres encuentran abstrusamente hegeliano a Croce, propaguen con entusiasmo la obra de Giovanni Gentile, bonificada por la adhesión de este filósofo, sin duda más hegeliano que Croce en punto a abstractismo, a la política mussoliniana.
Curzio Malaparte es, sin duda, uno de los escritores de la Italia contemporánea. Pero tendría una información muy incompleta de esta misma Italia, en cuanto a críticos y polemistas, quien bien abastecido de frases y anécdotas de Curzio Suckert, (Malaparte en literatura) ignorase en materia de ensayo político y filosófico a Mario Missirolo, Adriano Tilgher, Piero Gobetti y otros. Los críticos y escritores españoles que flirtean con el fascismo y sus gacetas, difícilmente se ocuparán en exponer a estos ensayistas. Y los católicos que tan tiernamente secundan la fama del Papini de post-guerra, sin la menor noticia en muchos casos del Papini de “Pragmatismo” y de “Polemiche Religiose”, no dirán una palabra sobre el católico Guido Miglioli, líder del agrarismo cristiano social de Italia, ex-diputado del Partido Popular y autor de “Il Villagio Soviético”, y ni siquiera sobre Luigi Sturzo, uno de cuyos libros políticos apareció en la editorial que dirigía en Turín, Piero Gobetti, el escritor que precisamente motiva este artículo.
Si Benedetto Croce no ha sido aún debidamente explicado y comentado en nuestra Universidad, -en la que en cambio ha gozado de particular resonancia el mediano renombre de diversos secundarios Guidos de las Universidades italianas- es lógico que Piero Gobetti, muerto en la juventud en ardiente batalla, permanezca completamente desconocido. Piero Gobetti era una filosofía un crociano de izquierda y en política, el teórico de la “revolución liberal” y el mílite de “L’Ordine Nuovo”. Su obra quedó casi íntegramente por hacer en artículos, apuntes, esquemas, que después de su muerte un grupo de editores e intelectuales amigos ha compilado, pero que Gobetti, combatiente esforzado, no tuvo tiempo de desarrollar en los libros planeados mientras fundaba una revista, imponía una editorial, renovaba la crítica e infundía un potente aliento filosófico en el periodismo político.
He leído los cuatro primeros volúmenes de la obra de Piero Gobetti (“Risorgimento”, “senza eroi”, “Paradiso dello spirito russo”, “Opera Critica. Parte Prima” y “Opera Critica. Parte Seconda”, Edizioni del Baretti, Turín), y he hallado en ellos una originalidad de pensamiento, una fuerza de expresión, una riqueza de ideas que están muy lejos de alcanzar, en libros prolijamente concluidos y retocados, los escritores de la misma generación a quienes la política gratifica con una fácil reputación internacional. Un sentimiento de justicia, una acendrada simpatía por el hombre y la obra, un leal propósito de contribuir al conocimiento de los más puros y altos valores de la cultura italiana, me mueven a exponer algunos aspectos esenciales de la obra de este ensayista, a quien no se podría juzgar en toda su singular significación por uno de sus volúmenes ni por un determinado grupo de estudios, porque su genio no logró una expresión acabada ni sus ideas una exposición sistemática en ninguno y hay que buscar la viva y profunda modernidad de uno y otras en el sugestivo conjunto de sus actitudes.
El escritor italiano Santino Caramella, que con fraterna devoción y ponderado juicio prologa la obra de Gobetti dice, en el prefacio del tercer volumen: “La unidad viva e íntima viene de la figura de Piero Gobetti crítico y periodista, polemista y ensayista, que se descubrirá aquí al lector en toda su magnitud y en los más variados aspectos de su actividad: una figura, a la cual toda sus obras le son en cierto sentido inferiores, mientras este volumen servirá en cambio para refrescarla en la memoria de cuantos la admiraron y amaron, como encarnación cotidiana del gran animador de ideas y de obras”. Es esta unidad la que intentaré traducir en un próximo capítulo reconstruyéndolo con los elementos que me ofrecen los cuatro nutridos y preciosos volúmenes de su obra completa, aunque el mérito de Gobetti, más que en la coherencia y originalidad de su pensamiento central, está en los magníficos hallazgos a que lo condujo por la ruta atrevida e individual de sus varias inquisiciones.

José Carlos Mariátegui La Chira

Invitación para Sturm-Ball

Invitación al "Einladung zum Sturm=Ball (Ball der expresionnisten)" para José Carlos Mariátegui con fecha del 3 de febrero de 1923.

Festausschuss des Sturm-Balls

Factura de compra de libros en Librería L'Humanité

Factura de compra de la Librería L'Humanité a nombre de José Carlos Mariátegui por los siguientes títulos:

  • La russie sovietique
  • Bibliographie
  • Le onze mai
  • L'economia capitaliste
  • Explication de get tenoesç
  • Esquise de l'histoire nouvelle

Librería L'Humanité

La crisis de la democracia en Francia

En Francia no ha prosperado ninguna de las tentativas de fascismo, más o menos directamente inspiradas en el modelo italiano. Los equipos de “L’Action Francaise” han sufrido sucesivas derrotas. El estado francés ha reprimido sus más belicosas efervescencias, aplicando el código a León Daudet; la Iglesia romana ha puesto a Charles Maurras en el “index” de los autores heréticos. Las patrullas fascistas de George Vaulois y del renegado Gustavo Nervé no han tenido más fortuna. Las derechas, en busca de un dictador, han creído encontrarlo, por momentos, en un general: Castelnau el católico, Lyautey el africano; pero todos estos preludios de fascitización de la Tercera República han durado poco y han tenido un final chafado y pobre.
La reacción, el fascismo, como movilización de todas las fuerzas del Estado y de la burguesía contra la agitación revolucionaria, sin embargo, no ha cesado de ganar terreno. Los fascistas de estilo netamente escuadrista y dictatorial han fracasado en sus empeños; pero el fascismo, -un fascismo francés, leguleyo, poincarista, que ha hablado siempre el lenguaje de la legalidad aunque por esto no haya blandido menos rabiosamente el bastón reaccionario- ha conquistado lentamente al gobierno, instalando en el ministerio del interior a André Tardieu, el lugarteniente de Clemenceau, el negociador de Versailles, el reaccionario bochado en las elecciones del 11 de Mayo reintegrado al Palacio Borbón por una elección suplementaria, apenas desencadenada la contra-ofensiva de las derechas. Desde el momento en que el cartel de izquierdas, dirigido por Herriot, se reveló incapaz de actuar el programa victorioso en las urnas eleccionarias del 11 de Mayo, la restauración de Poincaré, aunque realizada con algunas concesiones a los radicales-socialistas, era evidente este “ricorso”. El gabinete del franco no era otra cosa que un retorno al bloque nacional, a una política de concentración burguesa, actuando conforme a los principios de Poincaré y Clemenceau bélicos. La Tercera República no se avenía a que la crisis del régimen demo-liberal y parlamentario le impusiera una dictadura personal y facciosa: se conformaba, por el momento, con una dictadura de clase, de estilo estrictamente legal y republicano, amparada por una mayoría parlamentaria. Las invocaciones reaccionarias no habías llevado el poder al Dictador, aguardado con impaciencia por la burguesía tomista y católica a nombre de la cual René Johannet escribió su “Elogio del burgués francés”. Regresaba al gobierno Poincaré, un político de tradición netamente parlamentaria, aferrado a la convenciones jurídicas y republicanas, con obstinación y ergotismo de abogado. La estabilización capitalista, en Francia como en otros países, aportaba formalmente la estabilización democrática. Pero, bajo este ropaje, se inauguraba en verdad una política cerradamente reaccionaria, enderezada a la represión fascista del proletariado. Con Poincaré, llegaba al gobierno André Tardieu, el más agresivo y ambicioso líder de las derechas.
Esta fisionomía y esta práctica reaccionarias se han acentuado con el gabinete Briand-Tardieu, ministro del interior, se esmera en la ofensiva anti-proletaria. Emplea contra la organización y propaganda comunista una especie de fascismo policial, en el que los polizontes hacen el trabajo de los “Camisas negras”, con menos estridencia y alaridos que estos. Pero con los mismos objetivos. Briand, a quien su vejez no ha ahorrado ninguna claudicación, ni aún la de su laicismo de parlamentario de escuela demo-masónica, suscribe y auspicia esta política con su eterno escepticismo. Está demasiado habituado a las contradicciones de su destino, para que su función de presidente de un ministerio derechista le cause algún disgusto. Teorizante de la huelga general en su debut de abogado socialista, le tocó reprimir una gran huelga en el gobierno. El más intransigente y celoso prefecto de Francia no lo hubiese superado en el método. Briand, además, ocupa la presidencia del consejo, pero es, sobre todo, en el gabinete precario que encabeza, un ministro de negocios extranjeros. ¿Qué política interna, por otro parte, se le podría pedir? Briand nunca ha tenido ninguna. La de Tardieu, como ministro del interior, no se diferencia sustancialmente de la de Sarrault. Briand está pronto a suscribir cualquiera: la que las circunstancias y la mayoría parlamentaria consientan.
Los radicales-socialistas, según los cablegramas de los últimos días, se aprestan a la batalla parlamentaria contra este gabinete. El partido radical-socialista es de un humor perennemente “frondeur”, cuando se sienta en los bandos de la oposición. Bajo este aspecto, sus preparativos de combate no tienen por qué suscitar excepcional preocupación. Pero la tendencia a coaligar otra vez los votos parlamentarios del partido radical socialista y del partido socialista, reanudando el experimento del cartel de izquierdas, coincide con la presión reaccionaria por aumentar los poderes de Tardieu hasta colocar en sus manos la dirección misma del gobierno. Los socialistas pudieron llevar a las últimas consecuencias, hace cinco años, la táctica colaboracionista que consintió la constitución del cartel de izquierdas. No se sabe, exactamente, qué misterioso pudor o qué ambicioso cálculo detuvo entonces, al líder de los socialistas Leon Blum, en la antesala de la colaboración ministerial. Blum no admitía que el Partido Socialista fuese más allá de la política de apoyo parlamentario de un gabinete radical-socialista. El partido debía reservar sus hombres para la hora, que Blum anunciaba próxima, en que conquistada la mayoría parlamentaria asumiese íntegramente el poder. El vaticinio de este augur escéptico, comentador agudo de Sthendal sirena asmática del reformismo, no se ha cumplido aún. El Labour Party británico ha precedido a sus colegas del socialismo reformista francés en la asunción total del gobierno, vemos ya con qué resultados. La social-democracia alemana encabeza un ministerio de coalición, en el que más que rectora resulta prisionera de la aleatoria mayoría que preside. I, en el actual parlamento francés, las fuerzas del cartel de izquierdas son menores que en el parlamente del 11 de mayo. -La ofensiva radical-socialista bien podría tener como desenlace el apresuramiento de un gabinete Tardieu.
La persecución policial del comunismo es la nota dominante de la política gubernamental francesa desde hace algún tiempo. Pero, acaso por esto mismo, el tema de la revolución es más debatido que nunca. Comentando un último escrito de André Chamson, escribe Jean Guehenno: “Estamos obsedidos por la Revolución. Desde hace seis meses, los escritores no hablan en París sino de ella. Esto no quiere decir que la harán ellos, sino a lo más que temen que se haga sin ellos, lo que sería igualmente lesivo para su amor propio. Chamson está obsedido como todo el mundo. Se quiere revolucionario, pero no llega a ser sin dificultades”. I Jean Richard Bloch, en todo desencantado y pesimista, constata la paganización del pensamiento moderno y ve a Francia encaminarse a grandes pasos hacia la situación dictatorial de Italia, España y otros países, entre los cuales Bloch incluye a Rusia, que con la estabilización stalinista del régimen soviético ha dejado de representar para él, abstractista y romántico, el mito revolucionario.
José Carlos Mariátegui.

José Carlos Mariátegui La Chira

El duelo de la política de Locarno o de la Sociedad de las Naciones

Los estadistas, los parlamentarios más conspicuos de Occidente han despedido a su colega el Dr. Gustavo Stresseman con palabras emocionadas. El elogio de Stresseman ha desbordado del protocolo. Stresseman era un hombre de Estado que desempeñaba con arte y fortuna la gerencia de la política exterior de Alemania. Sus colegas lo estimaban, sinceramente, por la valoración solidaria de su éxito y de su habilidad. Existe cierto sentimiento gremial, cierta solidaridad profesional entre los ases, entre los “virtuosos” de la política y el gobierno. I el duelo tiene en la política una fina y compleja gradación sentimental. La muerte de otros grandes ministros del Reich, -Erzberger, Rathenau- causó una condolencia menos viva en el areópago político de Occidente capitalista. Erzberger, Rathenau, caían asesinados por la bala de un reaccionario y, por consiguiente, de modo más dramático. Pero eran hombres, sobre todo Rathenau, de los que el instinto burgués de las potencias occidentales desconfiaba un poco. Rathenau profesaba ideas algo heterodoxas y bizarras de reforma social. Estaba en este estado de ánimo, sospechoso a la ortodoxia burguesa, proclive a la aventura y a la desventura, del alemán resentido y humillado de post-guerra. Si su “Defensa de Occidente” hubiese sido escrita a tiempo para enjuiciarlo, Henri Massis no habría dejado de señalarlo como un signo de orientalismo, de asiatismo de una Alemania disolvente e inmanentista. Rathenau había firmado en Rapallo, al margen de la conferencia de Génova, con Chicheri: y Rakovsky, ese tratado ruso-alemán, en virtud del cual Alemania, acosada por los aliados de Versailles, se volvía hacia la Rusia bolchevique. Stresseman, en tanto, es uno de los ministros de la estabilización capitalista, uno de los diplomáticos de Locarno y Ginebra, uno de los artífices de la política que ha restituido al Occidente, después de la escapada de Rapallo, la fidelidad y la cooperación de Alemania. I ha caído, agotado y congestionado por un violento esfuerzo por dominar a una asamblea de partido, en la que todavía se agitaba irreductible el resentimiento de una Alemania subconscientemente revanchista y militar. Los estadistas, los parlamentarios de Occidente sienten la muerte de Stresseman por este carácter patético de accidente del trabajo, mucho más viva y entrañablemente de lo que le habría sentido en otras circunstancias. Stresseman es la víctima de un género eminente y raro de riesgo profesional. Y con Stresseman la burguesía occidental pierde a uno de los más grandes y sagaces realizadores de sus planos de estabilización y economía.
Líder del Volkspartei, el Dr. Gustavo Stresseman representaba en la política alemana los intereses de la burguesía industrial y financiera. Su partido había sido también el de Hugo Stinnes y el de la “Deutsche Allgemeine Zeitung”. Partido de derecha que, piloteado por Stresseman con estrategia de diestro oportunista, no habría seguido a los nacionalistas en la empresa de restauración de la monarquía, sino en caso de que esta restauración hubiese sido exigida por razones reales y posibilidades concretas de la política alemana. Mientras la dirección de la República estuvo en manos de los partidos de Weimar, mientras entre estos partidos, el de la social-democracia no parecía aún bastante resistente al fermento revolucionario, el Volkspartei se mantuvo próximo a los nacionalistas, en una actitud de conservantismo transaccional y realista. Pero desde que se mostró evidente que la estabilización capitalista necesitaba en Alemania las formas democráticas y parlamentarias, para asegurarse la colaboración o, por lo menos, la pasividad de la social-democracia, Stresseman se convirtió en uno de los más disciplinados sostenedores de la República de Weimar. Cierto que la República de Weimar, con el correr de los años, se había transformado también en la República de Hindemburg. Pero, de toda suerte, imponía inexorable y duramente la liquidación de la impaciente esperanza monárquica de las derechas. La burguesía alemana tenía que aceptar los hechos consumados no solo en la vida doméstica sino también en la vida internacional. Stresseman comprendió la necesidad de colaborar, dentro con la República y la social-democracia, fuera con las potencias de la Entente y ante todo con Francia. El para el Volkspartei ni para Stresseman esta colaboración importaba un sacrificio. La burguesía contemporánea no es liberal ni conservadora, no es monárquica ni republicana. Stresseman, monárquico bajo el Imperio, anexionista durante la guerra, republicano con Hindemburg, pacifista después de la ocupación del Ruhr, es un representante típico del posibilismo burgués, del excepticismo operoso de una clase a la que preocupa la salvación de una sola institución y un solo principio: la propiedad.
Alemania no ha sobresalido nunca por su diplomacia. El arte de los tratados, de los entendimientos, de las reservas, de los apartes se ha mostrado un poco inasequible a sus políticos. Stresseman, en el ministerio de negocios extranjeros del Reich, adquiría por esto el relieve de una figura de excepción. En poco tiempo, entonó perfectamente su labor al espíritu de Locarno: espíritu de tregua y compromiso, revestido de elocuencia pacifista. No le costó ningún trabajo aconsejar a sus compatriotas la reconciliación con Francia y aún con Poincaré, el ministro de la ocupación de Ruhr. I, bajo este aspecto, su principal labor de diplomático y de componedor es la realizada en el Reichstag, en Alemania. Un ministro de la social-democracia, un ministro del partido demócrata y hasta un ministro del centro católico, aunque no hubiese sido más flexible que Stresseman, habría encontrado siempre crítica excesiva, vigilancia desconfiada en la Alemania conservadora y nacionalista. Contra Stresseman mismo, se han amotinado a veces las derechas. Pero a él sus antecedentes de hombre de derecha lo preservaban de las sospechas que habrían despertado las transacciones de un hombre de otro sector político. La Alemania conservadora y nacionalista, burguesa y pequeño-burguesa, sabía muy bien que su actitud, en la política extranjera del Reich, se inspiraba estrictamente en los intereses del orden capitalista. El Volkspartei es el partido de la industria. I tiene, por esto, una visión más realista, moderna y práctica de la política y la economía que el otro partido de derecha, el “deutsche national”, representante de la nobleza y la gran propiedad agraria.
Stresseman, político de clase, estaba dotado de un sentido preciso de los intereses capitalistas. Toda su obra, toda su personalidad tienen el estilo de expresiones acabadas del espíritu burgués de nuestro tiempo. Desembarazado de principios, Stresseman lo mismo que como ministro de la paz y la reconciliación habría podido sobresalir como Canciller de Guillermo II y de su imperialismo agresivo.
José Carlos Mariátegui.

José Carlos Mariátegui La Chira

Las novelas de Leonhard Frank: Karl y Ana

I: Karl y Ana
¿Por qué no hablar de “Karl y Ana”, de Leonhard Frank, a propósito de los libros de guerra alemanas? “Karl y Ana”, novela y drama, no es catalogable entre los libros de guerra. Pero como “Siegfried” de Giraudoux, obra con la que se emparenta lejanamente en la historia “Karl y Ana” no podía haber sido escrita sin la guerra. Mi intento de lograr una interpretación poco heterodoxa del caso del profesor “Canella”, corresponde a los días en que leí “Karl y Ana”. Yo buscaba entonces la explicación de este caso, tan indescifrable para la policía Italiana, en la novela de Giraudoux, aunque no fuera sino para decepcionar a las que no creen que yo pueda entender sino marxistamente, y, en todo caso, como una ilustración de la teoría de la lucha de clases “L’apres-midi d’un faune” de Debussy. “Karl y Ana” me confirmaba en la sospechada de que Sigfried era el primer espécimen de una numerosa variedad bélica.
Leonhard no tiene todavía en el público hispano-americano la popularidad que con un libro ha ganado Erich María Remarque. No pienso que esto sea debido exclusivamente a la magnífica maquinaria de réclame de Ullstein cuyo perfecto funcionamiento aseguró a “Sin Novedad en el Frente” un tiraje de 600.00 ejemplares en Alemania. De Leonhard Frank no se ha traducido al español sino una de sus primeras novelas “La Partida de Bandoleros” (Editor Galpe, Traductor Manuel Pedroso). Se trata, sin embargo de uno de los más grandes novelistas de lengua alemana.
El de “Karl y Ana” es generalmente clasificado como un caso pirandelliano. El problema psicológico podría hacer sido del gusto del autor de “Cada uno a su manera”. Pero no se define nada cono colocar “Karl y Ana“ bajo el signo de Pirandello y Freud. Leonhard Frank emplea en esta novela -trasladada con gran fortuna a la escena- la más estricta técnica freudista: verbigracia en la descripción de los sueños. Puede ser que con esto tengan que ver algo Zurich y Viena, ciudades que lo han familiarizado con el psicoanálisis. Pero la realización artística en esta novela, como en todas las suyas, no debe nada a Pirandello ni a Freud: es toda de Leonhard Frank. Pirandello no habría podido dar a “Karl y Ana” ese clima poético, ese todo lírico que Frank obtiene con tan espontáneo don. Karl y Ana habían tenido, en una obra pirandelliana, ese acento de befa y de caricatura de que Pirandello, profundamente italiano en su filiación de autor para marionetas, no puede prescindir. Leonhard Frank emplea, en cambio, en la creación de estos personajes, los matices más puros de la ternura.
Karl y Richard, dos soldados alemanes prisioneros de los Rusos desde el comienzo de la guerra pasan cuatro años en un campo de concentración. Los dos son obreros, los dos tienen la misma edad, la misma talla y la tez morena de los metalúrgicos. Los diferencia el estado civil y la experiencia amorosa. Richard es casado. Hacía poco había desposado a una sólida, intacta y hacendosa muchacha de veintitrés años y se había instalado con ella en un pequeño departamento en la ciudad, cuando la guerra lo llevó al frente oriental. Karl y Richard, durante el verano, labran la tierra. Leonhard Frank nos ahorra la descripción de sus inviernos. Podemos imaginarlos como una larga y aburrida velada en la que las fantasías, los deseos y la sangre de los soldados carecen totalmente de estimulantes. El invierno en una “isba” del confín de la Rusia europea deben ser para dos obreros de usina, jóvenes y ardientes, una morosa noche polar en la que se congelan todos los recuerdos. En primavera, con el deshielo, empiezan a fluir de nuevo. Pero únicamente en verano, el olor y la temperatura de la tierra asoleada les devuelven toda su potencia. Richard, en este tiempo, no ha pasado de hablar a Karl de su mujer. Le ha contado toda su vida con ella. Le ha hecho de ella un retrato meticuloso, al que una evocación animada por el deseo ha dado una plasticidad perfecta y excitante. Poco a poco, Karl ha ido interesándose por esa mujer hasta enamorarse de ella. La ausencia de Ana llena la vigilia y el sueño de los dos hombres. Los dos sientes la nostalgia de su carne lozana, de su temperamento rescatado, de su belleza tranquila y modesta. Karl no ignora nada de Ana. Le basta cerrar los ojos para representársela exactamente. Richard se la ha descrito prolijamente hasta comunicarle agrandada su impaciencia por retornar a ella. Karl sabe que tiene el pecho muy blanco, las caderas y el vientre algo morenos como el cobre claro. El departamento, el menaje le eran también familiares. Sabía cuándo y cómo Richard había comprado cada uno de los enseres. Los muebles habían sido adquiridos a plazos y Ana debería haberse impuesto muchas economías y muchas fatigas para pagarlos. Una ausencia de cuatro años y una camaradería de guerra en la frontera de Asia revelan a un prisionero de toda reserva pudorosa, acerca de su esposa y de su hogar. Karl sabía que el atizador tenía un mango de cobre y Ana “tres pequeños lunares brunos como terciopelo”.
Con el cuarto verano, la confidencia había agotado sus secretos. La nostalgia de los dos prisioneros estaba en su grado extremo de intensidad. Expedido Richard con varios prisioneros a otro lugar, Karl se fuga del campo de concentración. Lo lleva a Alemania el deseo de Ana, la mujer de Richard. No se propone conquistarla con una farsa. “Su naturaleza estaba nostálgicamente tendida hacia un ser para el cual él podía ser la vida y que podía también ser la vida para él. Tenía el mismo oficio, la misma talla, el color de los cabellos y de los ojos, en tinte oscuro propio de los obreros metalúrgicos y aún, como Richard, las cejas particularmente tupidas y arqueadas; pero Karl no recordaba esto sino de manera superficial. Conocía el pasado de Ana acerca de Richard con detalles tan exactos como si lo hubiera vivido. Estaba pleno de esta mujer. Ella se había transformado, en su imaginación, en el país natal, en aquello que todo ser busca al lado de otro ser. Él la amaba”. Y, cuando llega donde Ana, este sentimiento hace invencible y natural su presencia, su entrada en una intimidad de la que nada ignora. Karl ha tomado de Richard, en su luengo coloquio, algo que no es solo psíquico sino físico. Era tan fuerte y vital el sentimiento que lo ponía delante de esta mujer, que Ana no podía resistirle. La escena de este encuentro, de tan rápidas transiciones psicológicas, está escrita con la maestría única de Leonhard Frank. Nada nos sorprende en el desenlace. Todas las palabras, todos los gestos corresponden a los que una profunda intuición nos hace esperar.
“¿Y bien Ana, no me crees?... Y yo que no conozco sino a ti en el mundo... Sobre su sonrisa pasó la corriente cálida de la vida, todas las desgracias y todas las venturas; y la mentira se convirtió para él en la verdad cuando agregó: “Tú eres mi mujer”. Ana sabía que este hombre no decía la verdad y al mismo tiempo presentía en sus palabras un sentimiento verdadero. Con las manos cruzadas sobre el pecho estaba ahí desamparada, puesto que el extraño estaba sentado sobre la silla, no le era absolutamente extraño”.
Una carta de la administración militar había comunicado a Ana que Richard había muerto el 4 de setiembre de 1914. Karl podía destruir esta prueba débil y formal con la convicción serena del que posee la verdad. Cuando en Ana se revelaba tímidamente la razón, el desembarazo y la soltura con que este hombre, impregnado de su intimidad, se movía en su presencia y reconocía todos los objetos, contenía y relajaba su reacción. Dos elementos se combinaban y se alteraban en a función de ambos destinos. Karl no tenía el propósito de triunfar de la resistencia de esta mujer por la simulación. Pero, cuando ella recordó con amor a su marido, a quien no había podido olvidar, los celos se apoderaron de Karl, que empezó a mentir de una manera consciente “empujado por el miedo de perder a esta mujer que creía ya conquistada”.
Karl ocupa sin violencia el lugar de Richard. Todos los impulsos vitales de Ana se rebelan de golpe contra su larga soledad. Karl la conquista con un amor, que en parte es el de Richard. Karl y Ana se aman. Para los vecinos, él es Richard que ha regresado. Y cuando toda ficción es ya innecesaria entre los dos, la verdad de su amor basta para unirlos definitivamente. El regreso de Richard no puede ya nada contra este vínculo de carne y espíritu.
Pero no es sólo en el Siegfied moderno, inverosímil y humorístico de Giraudoux con el que Karl nos hace pensar por abstracta asociación de casos post-bélicos. Benjamin Cremieux se remonta, -en una crítica de “La Nouvelle Revue Francaise” sobre la pieza teatral hasta el Siegfried mitológico. Piensa, asistiendo al drama de Karl, en el más antiguo y clásico Siegfried germano. “Bajo su aspecto modesto y despojado bajo el feldgrau de Karl, percibo a Siegfried -escribe- y esta Ana que él viene a buscar al fondo de la humilde cocina es Brunhilda. El duo del amor que canta es el de Tristán e Isolda y Richard es un irrisorio rey Manrique que ha vertido a Karl en palabras el filtro del amor. Es toda la profunda Germania la que viene a nosotros una vez más, la Alemania a la vez sobrehumanamente pura y espesamente, cósmicamente animal”.

José Carlos Mariátegui La Chira

Waldo Frank en Lima

Contra mi hábito, quiero comenzar este artículo con una nota de intención autobiográfica. Hace más de cuatro años que escribí mi primera presurosa impresión sobre Waldo Frank. No había leído hasta entonces sino dos de sus libros, “Nuestra América” y “Rahab” y algunos artículos. Este eco sudamericano de su obra, no habría sido advertido por Frank sin la mediación acuciosa de un escritor desaparecido: Adalberto Varallanos. Frank recibió en New York con unas líneas de Varallanos el número del “Boletín Bibliográfico de la Universidad” en que se publicó mi artículo y me dirigió cordiales palabras de reconocimiento. Empezó así nuestra relación. De entonces a hoy, los títulos de Frank a mi admiración se han agrandado. He leído con interés excepcional cuanto de él ha llegado a mis manos. Pero lo que más ha aproximado a él es cierta semejanza de trayectoria y de experiencia. La razón íntima, personal, de mi simpatía por Waldo Frank reside en que, en parte, hemos hechos el mismo camino. En este artículo que es, en parte, mi bienvenida, no hablaré de nuestras discrepancias. Su tema más espontáneo y sincero es esta afinidad. Diré de qué modo Waldo Frank es para mí un hermano mayor.
Como él, yo no me sentí americano sino en Europa. Por los caminos de Europa, encontré el país de América que yo había dejado y en el que había vivido casi extraño y ausente. Europa me reveló hasta qué punto pertenecía yo a un mundo primitivo y caótico; y al mismo tiempo me impuso, me esclareció el deber de una tarea americana. Pero de esto, algún tiempo después de mi regreso yo tenía una consciencia clara, una noción nítida. Sabía que Europa me había restituido, cuando parecía haberme conquistado enteramente, al Perú y América; mas no me había detenido a analizar el proceso de esta reintegración. Fue al leer en agosto de 1926 en “Europe” las bellas páginas en que Waldo Frank explicaba la función de su experiencia europea en su descubrimiento del Nuevo Mundo que medité en mi propio caso.
La adolescencia de Waldo Frank transcurrió en New York en una encantada nostalgia de Europa. La madre del futuro escritor amaba la música. Beethoven, Wagner, Schubert, Wolf, etc eran los genios familiares de sus veladas. De esta versión musical del mundo que presentía y amaba, nace tal vez en Frank el gusto de concebir y sentir su obra como una sinfonía. La biblioteca paterna era otra escala de esta evasión. Frank adolescente interrogaba a los filósofos de Alemania y Atenas con más curiosidad que a los poetas de Inglaterra. Cuando, muy joven aún, niño todavía, visitó Europa, todos sus paisajes le eran familiares. La oposición de un hermano mayor frustró su esperanza de estudiar en Heidelberg y lo condenó a los cursos y al clima de Yale. Más tarde, emancipado por el periodismo, Frank encontró, finalmente, en París todo lo que Europa podía ofrecerle. No solo se sintió satisfecho sino colmado. París, “ciudad enorme, llena de gentes dichosas, de árboles y de jardines; ciudad indulgente a todos los humores, a todas las libertades”. Para el periodista norte-americano que cambiaba sus dólares en francos, la vida en París era plácida y confortable. Para el joven artista de cultura cosmopolita, París era la metrópolis refinada donde hallaban satisfacción todas sus aficiones artísticas.
Pero la savia de América estaba intacta en Waldo Frank. A su fuerza creadora, a su equilibrio sentimental, no bastaba el goce fácil de Europa. “Yo era feliz-escribía Frank en esa confesión, en la que estaban ya los motivos de su primera conferencia de Lima-, no era necesario. Me nutría de lo que otros, en el curso de los siglos, habían creado. Vivía en parásito; este es al menos el efecto que yo me hacía”. En esta frase profunda, exacta, terriblemente cierta: “yo no era necesario”, Frank expresa el sentimiento íntimo del emigrado al que Europa no puede retener. El hombre ha menester, para el empleo gozoso de su energía, para alcanzar su plenitud, de sentirse necesario. El americano al que no sean suficientes espiritualmente el refinamiento y la cultura de Europa, se reconocerá, en París, Berlín, Roma, extraño, diverso, inacabado. Cuanto más intensamente posea a Europa, cuanto más sutilmente la asimile, más imperiosamente sentirá su deber, su destino, su vocación de cumplir en el caos, en la germinación del Nuevo Mundo, la faena que los europeos de la Antigüedad, del Medioevo, del Renacimiento, de la Modernidad nos invitan y nos enseñan a realizar. Europa misma rechaza al creador extranjero al disciplinarlo y aleccionarlo para su trabajo. Hoy, decadente y fatigada, es todavía asaz rigurosa para exigir de cada extraño su propia tarea. La hastían las rapsodias de su pensamiento y de su arte. Quiere de nosotros, ante todo, la expresión de nosotros mismos.
De regreso a los veintitres años a New York, Waldo Frank inició, bajo el influjo fecundo de estas experiencias, su verdadera obra. “De todo corazón -dice. Me entregué a la tarea de hacerme un sitio en un mundo que parecía marchar muy bien sin mi”. Cuando, años después, tornó a Europa, ya América había nacido en él. Era ya bastante fuerte para las audaces jornadas de su viaje de España. Europa saludaba en él al autor de “Nuestra América”, al poeta de “Salvos”, al novelista de “Rahab”, “City Block”, etc. Estaba enamorado de una empresa difícil, pensando en la cual exclamaba con magnífico entusiasmo: “¡Podemos fracasar, pero tal vez acertaremos!”. Al embarcarse para New York, Europa quedaba esta vez detrás de él”.
No es posible entender todo el valor de esta experiencia, sino al que, parcial o totalmente, la ha hecho. Europa para el americano, -como para el asiático- no es solo un peligro de desnacionalización y de desarraigamiento; es también la mejor posibilidad de recuperación y descubrimiento del propio mundo y del propio destino. El emigrado no es siempre un posible “deraciné”. Por mucho tiempo, el descubrimiento del Nuevo Mundo es un viaje para el cual habrá que partir de un puerto del Viejo continente. Waldo Frank tiene el impulso, la vitalidad del norte-americano; pero en Europa ha hecho, como lo digo de mi mismo en el prefacio de mi libro sobre el Perú, su mejor aprendizaje. Su sensibilidad, su cultura, no serían tan refinadamente modernas si no fuesen europeas. ¿Acaso Walt Withman y Edgard Poe no era más comprendidos en París que en New York, cuando Frank se preguntaba, en su juventud, quienes eran los “representative men” de Estados Unidos? El unanimismo francés frecuentaba amorosamente la escuela de Walt Withman, en una época en que Norte-América tenía aún que ganar, que conquistar a su gran poeta.
En la formación de Frank, mi experiencia me ayuda a apreciar un elemento: su estación de periodista. El periodismo puede ser un saludable entrenamiento para el pensador y el artista. Ya ha dicho alguien que más de uno de esos novelistas o poetas, que miran al escritor de periódicos con la misma fatuidad con que el teatro miraba antes al cine, negándole calidad artística, fracasarían lamentablemente en un reportaje. Para un artista que sepa emanciparse de él a tiempo, el periodismo es un estadio y un laboratorio, en el que desarrollará facultades críticas que, de otra suerte, permanecerían tal vez embotadas. El periodismo es una prueba de velocidad. Terminaré esta impresión desordenada y subjetiva, con una interrogación de periodista: ¿Del mismo modo que solo un judío, Disraelí llegó a sentir en toda su magnificencia, con lujo y fantasía de oriental, el rol imperial de Inglaterra, en la época victoriana, no estará reservada a un judío, antes que a un puritano, la ambiciosa empresa de formular la esperanza y el ideal de América, en esta edad cosmopolita?
José Carlos Mariátegui.

José Carlos Mariátegui La Chira

"Allen", por Valery Larbaud

Si Francia estuviera bajo el régimen fascista, con León Daudet y Charles Maurrás como mentores, este libro de Valery Larbaud no habría tal vez originado la repetición, en otra escena y con otros actores, del diálogo sobre “Strapaescu” y “Stracitta” que en Italia dividió en dos campos, a raíz de la aparición de “900”, la literatura fascista. Ninguna duda es posible, respecto a la posición en que este diálogo, menos amical y académico que el de “Allen”, habría tenido Valery Darbaud. No obstante su amor por el Ducado, el autor de A. O. Barnabooth habría estado obligado por su gusto y comercio cosmopolitas a tomar la posición de Bontempelli.
En la propia elección del título de la obra entra la preocupación cosmopolita. “Allen”, este elogio de la provincia natal, el Bourbonnais, no es una palabra francesa. Es la divisa escogida por el duque Luis II de Borbón para los caballeros del Escudo de oro, a quienes arengó, al condecorarlos por haber liberado de los ingleses doce plazas de su Ducado, con estas palabras; “Allons tous ensemble au service de Dieu et soyons tous ung en la deffense de nos pays et lá ou nous pourrons trover et conquester honneur par fait de chavalerie”. La palabra “allen”, todos, condensa este lema. Pero Valery Larbaud nos dice que ha “elegido Allen sin hesitación, a causa de su carácter a la vez enigmático y preciso, de la bella anécdota histórica con que se relaciona, del discurso caballeresco de Luis II y del sonido que, pronunciado a la francesa, produce la palabra; y también porque su aspecto y su etimología la enlazan a la vida europea: Allen, dice algo a un tercio de los habitantes de nuestro continente y de las Américas; es un pasaporte para Alemania, una carta de introducción para la Gran Bretaña, los Estados Unidos y Australia”. Y no menos que el elogio del Bourbonnais, el tema del libro es la cuestión de la provincia. ¿Cuál es el sentido de la oposición entre la capital, y la provincia? ¿En el conjunto de cosas que constituye la provincia, a cuál se debe acordar la primicia? ¿Hay que creer más en la provincia sórdida e indolente que en la provincia política y sabia? Valery Larbaud ha descrito un diálogo en el que, recorriendo un automóvil la carretera que conduce de París al Bourbonnais, se voltejea alrededor de estos tópicos. Cinco amigos, el autor, el Editor, el Bibliófilo, el Amateur, discurren elegante y sutilmente sobre la provincia, en viaje por una Francia añeja y tradicional, en el automóvil del último de los interlocutores, el que lo es menos, tal vez porque en sus manos está la responsabilidad del volante. Para que sus amigos discutan y contemplen beatamente el problema y el paisaje, el Amateur modera el tren de la carrera. En automóvil, a cuarenta kilómetros por hora se puede conversar con la misma fluidez y acompasamiento que en el salón inmóvil de un hotel o en el salón viajero de un transatlántico. Hay ideas que no toleran una velocidad mayor en el diálogo. Y casi todas, a más de cien kilómetros, prefieren el monólogo.
Y Valery Larbaud no quería monologar en esta carrera suave y cómoda a la provincia ideal. Tenía que admitir en este examen de la cuestión “capital y provincia” ideas cuya responsabilidad necesitaba abandonar a sus interlocutores. Para esto le convenía admirablemente el diálogo, el diálogo a la manera de Fontenelle, W. S. Landor y Luciano, pero modernizado, adecuado de la movilidad de los tiempos, de los espíritus, arreglado a la velocidad del automóvil. Bajo este aspecto, una obra comprueba que ningún género literario ha envejecido lo bastante para no ser susceptible de feliz manejo, de acertada y natural inserción en la modernidad. El diálogo, instrumentalmente, como elemento de la novela o del teatro, no había podido decaer nunca, pero específicamente, en su autonomía de forma artística, había sufrido cierto relegamiento. El pensamiento, el discurso moderno, son, sin embargo, absolutamente dialécticos, polémicos. Y el diálogo, en su tipo clásico, encuentra razones de subsistir y prosperar. El diálogo, sobre todo, logra mejor su desarrollo y su atmósfera con el excitante de la velocidad. El mismo diálogo clásico es siempre algo peripatético.
Las ideas de la provincia se esclerosan y endurecen por sedentarias. Las ideas de la ciudad o, mejor de la capital, son activas, operosas, viajeras. El secreto de la expansión y del poder de la urbe, está en su función de eje de un sistema de movimiento. Valery Larbaud, con una vieja ciudadanía en la capital, no puede ya restituirse íntegramente a la provincia. La visita y la restaura algo en turista, con amigos de París, desilusionados respecto a la poesía de la vida provincial, convictos de estar y moverse más a su gusto, de sentirse más en su casa, en cualquier capital del extranjero, que en una ciudad de provincia. Los libros, la prensa, la cultura y su estilo, marcan en Londres, París, Berlín, Roma, etc. La misma temperatura, señalan la misma hora. En la ciudad provinciana, se siente que todos los relojes están atrasados. “Casi a las puertas de París, la literatura, la pintura y la música francesas contemporáneas son menos conocidas que en Barcelona, Varsovia, Buenos Aires o Salzburg”. La provincia se apropia de la gente que se le reintegra aún después de una larga y perfecta educación citadina y metropolitana. Le impone su yugo, su horario, sus límites, sus hábitos. Uno de los interlocutores de Allen cuenta un caso: “He visto hace tiempo la rápida provincialización de su paraje de buenos burgueses parisienses, primos míos, que se había ido a visitar una pequeña ciudad del Centro-Oeste. Verdaderamente, un descanso, una decadencia como la que producen las drogas o el abuso de somníferos. Nuestro parentesco, razones de conveniencia, me obligaban a hacerles una visita anual; y he visto como se dejaban invadir por la rusticidad de su nuevo medio; como locuciones y pronunciaciones viciosas, al principio adoptadas por ellas por burla y que empleaban como entre comillas, se les hicieron naturales; y cómo sus maneras se modificaron a tal punto que era penoso comer con ellos en su mesa. El marido luchó durante algún tiempo; el fue, los dos primeros años, al parisién de Sain-Machin-sur-Chose y sostuvo la idea de que ahí se guardaba de un Parisién. Pero la mujer se dejó en seguida arrastrar. Se descuidaba; pronto me costó trabajo conocer en ella una mujer joven y elegante que había acompañado a conciertos, a exposiciones. Caía en una especie de puritanismo horrible, sin motivos religiosos, sin otra razón de ser que el temor de una opinión pública extraviada por la hipocresía y la envidia... Al cabo de cuatro años, los hallé a los dos al mismo nivel: rudos, hoscos, embebidos de un fastidio contagioso”.
El debate de estas cosas anima un diálogo que se propone ser un elogio del país natal del autor. Porque en este diálogo, como advierte Valery Larbaud, hay una tesis debatida, no sostenida. “En realidad, -escribe,- hay tesis, antítesis y síntesis, esta última dejada en parte al juicio y a la imaginación del lector”. Valery Larbaud, como muchos espíritus de su tiempo, que enamorados de la modernidad, rehúsan aceptarla con todas sus consecuencias, siente en nuestro tiempo cierta vaya y elegante nostalgia de su feudalidad en que la unidad de Europa estaba hecha de la individualidad de sus regiones, de sus comarcas. El Bourbonnais, en su sentimiento, más bien que una provincia es un pequeño Estado. La Nación ha sacrificado quizá excesivamente a un principio, a una medida algo abstractas, la personalidad y los matices de sus partes. Asistimos a un crepúsculo suave del nacionalismo en un espíritu cosmopolita, viajero, con muchas relaciones internacionales, con amigos en Londres, Buenos Aires, Melburne, Florencia, Madrid. Allen es el reflejo de esta crisis sin sacudidas y sin estremecimientos, a cuarenta kilómetros de velocidad, en un auto último modelo. Crisis que apacigua el optimismo burgués de una esperanza de moda en el ideal de Briand: los Estados Unidos de Europa.

José Carlos Mariátegui La Chira

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