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Descripción archivística
Revista Mundial América Latina
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La literatura peruana por Luis Alberto Sánchez

No es posible enjuiciar aún íntegramente el trabajo de Luis Alberto Sánchez, en esta historia de “La Literatura Peruana”, concebida con un “derrotero para una historia espiritual del Perú”, por la sencilla razón de que no se conoce sino el primer volumen. Este volumen expone las fuentes bibliográficas de Sánchez, el plan de su trabajo, el criterio de sus valoraciones; y estudia los factores de la literatura nacional: medio, raza, influencias. Presenta, en suma, los materiales y los fundamentos de la obra de Sánchez. El segundo tomo nos colocará ante el edificio completo.
Sánchez, desde sus “Poetas de la Colonia”, se ha entregado a esta labor de historiógrafo y de investigador con una seriedad y una contradicción muy poco frecuentes entre nosotros. El escritor peruano tiende a la improvisación fácil, a la divulgación brillante y caprichosa. Nos faltan investigadores habituados a la disciplina del seminario. La universidad no los forma todavía; la atmósfera y la tradición intelectuales del país no favorecen en desenvolvimiento de las vocaciones individuales. En la generación universitaria de Sánchez -lo certifican los trabajos de Jorge Guillermo Leguía, Jorge Basadre, Raúl Porras Barrenechea, Manuel Abastos,- aparece, como una reacción, ese ascetismo de la biblioteca que en los centros de cultura europeos alcanza grados tan asombrosos de recogimiento y concentración. Esto es, sin duda, algo anotado ya justicieramente en el haber de la que, de otro lado, puede llamarse, en la historia de la Universidad, “generación de la Reforma”.
Desde un punto de vista de hedonismo estético, de egoísmo crítico, no es muy envidiable la fatiga de revisar la producción literaria nacional y sus apostillas y comentarios. Mis más tesoneras lecturas de este género corresponden, por lo que respecta, a los años de rabioso apetito de mi adolescencia, en que un hambre patriótico de conocimiento y admiración de nuestra clásica y romántica literatura me preservaba de cualquier justificado aburrimiento. Después, no he frecuentado gustoso esta literatura, sino cuando el acicate de la indagación política e ideológica me ha consentido recorrer sin cansancio sus documentos representativos. Mi aporte a la revisión de nuestros valores literarios -lo que yo llamo mi testimonio al proceso de nuestra literatura-, está en la serie de artículos que sobre autores y tendencias he publicado en esta misma sección de “Mundial”, y que, organizados y ensamblados, componen uno de los “7 ensayos de interpretación de la realidad peruana”, que dentro de pocos días entregaré al público.
Porque, descontado el goce de la búsqueda, hay poco placer crítico y artístico en este trabajo. La historia literaria del Perú consta, en verdad, de unas cuantas personalidades, algunas de las cuales, -de Melgar a Valdelomar- no lograron su expresión plena, mientras otras, como don Manuel González Prada, se desviaron de la pura creación artística, solicitadas por un deber histórico, por una exigencia vital de agitación y de polémica políticas. Este parece ser un rasgo común a la historia literaria de toda Hispano-América. “Nuestros poetas, nuestros escritores, -apunta un excelente crítico. Pedro Henríquez Ureña- fueron las más veces, en parte son todavía, hombres obligados a la acción, la faena política y hasta la guerra y no faltan entre ellos los conductores e iluminadores de pueblos”. La materia resulta, por tanto, mediocre, desigual, escasa, si el crítico no renuncia ascéticamente a sus derechos de placer estético. I no todos tienen la fuerza de este renunciamiento que es casi una penitencia. Para afanarse en establecer, con orden riguroso, la biografía y la calidad de uno de nuestros pequeños clásicos y de nuestros pequeños románticos, precisa -haciéndose tal vez cierta violencia a si mismo- persuadirse previamente de su importancia, hasta exagerarla un poco.
La historia erudita, bibliográfica y biográfica, de nuestra literatura como la de todas las literaturas hispano-americanas, tiene, por esto, el riesgo de aceptar cierta inevitable misión apologética, con sacrificio del rigor estimativo y de la verdad crítica. La crítica artística, y por tanto la historia artística, -ya que como piensa Benedetto Croce se identifican y consustancian- son subrogadas por la crónica y la biografía. Las cumbres no se destacan casi de la llanura, en un panorama literario minucioso y detallado. No cumple así la historia su función de guiar eficazmente las lecturas y de ofrecer al público una jerarquía sagaz y justa de valores. Henríquez Ureña, ante este peligro, se pronuncia por una norma selectiva: “Dejar en la sombra populosa a los mediocres; dejar en la penumbra a aquellos cuya obra pudo haber sido magna, pero quedó a medio hace tragedia común en nuestra América. Con sacrificios y hasta injusticias sumas es como se constituyen las constelaciones de clásicos en todas las literaturas. Epicarmo fue sacrificado a la gloria de Aristófanes; Gorgias y Protágoras a las iras de Platón. La historia literaria de la América española debe escribirse alrededor de unos cuantos nombres centrales: Bello, Sarmiento, Montalvo, Martí, Darío, Rodó”.
El género mismo de las historiografías literarias nacionales, se encuentra universalmente en crisis, reservado a usos meramente didácticos y cultivado por críticos secundarios. Su época específica es la de los Schlegel, Mme Stael, Chateaubriand, De Sanctis, Taine, Brunetiere, etc. La crítica sociológica de la literatura de una época culmina en los seis volúmenes de las “Corrientes principales de la literatura del siglo diecinueve” de George Brandes. Después de esta obra, cae en progresiva decadencia. Hoy el criterio de los estudiosos se orienta por los ensayos que escritores como Croce, Tilgher, Prezzolini, Gobetti en Italia, Kerr en Alemania, Benjamin Cremieux, Albert Thibaudet, Ramón Fernández, Valery Larbaud, etc en Francia, han consagrado al estudio monográfico de autores, obras y corrientes. I respecto a una personalidad contemporánea, se consulta con más gusto y simpatía el juicio de un artista como André Gide, André Suarez, Israel Zangwill, y aún de un crítico de partido como Maurrás o Massis, que de un crítico profesional como Paul Souday. Se registra, en todas partes, una crisis de la crítica literaria, y en particular de la crítica como historia por su método y objeto. Croce, constatando este hecho, afirma que “la verdadera forma lógica de la historiografía literario-artística es la característica del artista singular y de su obra e la correspondiente forma didascalica del ensayo y la monografía” y que “el ideal romántico de la historia general, nacional o universal sobreviene solo como un ideal abstracto; y los lectores corren a los ensayos y a las monografías o se limitan a estudiarlas consultarlas como manuales”.
Pero en el Perú donde tantas están cosas por hacer, esta historia general no ha sido escrita todavía; y, aunque sea con retardo, es necesario que alguien se decida a escribirla. Y conviene felicitarse de que asuma esta tarea un escritor de la cultura y el talento de Luis Alberto Sánchez, apto para apreciar corrientes y fenómenos no ortodoxos, antes que cualquier fastidioso y pedante seminarista, amamantado por Cejador.
Esperemos con confianza, el segundo tomo de la obra de Sánchez, que contendrá su crítica propiamente dicha, y por tanto su historia propiamente dicha, de obras y personalidades. Del mérito de esta crítica, depende la apreciación del valor y eficacia del método adoptado por Sánchez y explicado en el primer tomo. La solidez del edificio será la mejor prueba de la bondad de los andamios.
En tanto, tengo que hacer una amistosa rectificación personal a Sánchez. Al referirse a mi “proceso de la literatura peruana”, deduce mis fuentes de mis citas y aún eso incompletamente. Cuando conozca completo, y en conjunto, mi estudio, comprobará que, con el mismo criterio con que enjuicio solo los valores-signos, en lo que concierne a la crítica y a la exégesis comento los documentos representativos y polémicos. No tengo, por supuesto, ninguna vanidad de erudito ni bibliógrafo. Soy, por una parte, un modesto autodidacta y por otra parte, un hombre de tendencia o de partido, calidades ambas que yo he sido el primero en reivindicar más celosamente. Pero la mejor contribución que puedo prestar al rigor y a la exactitud de las referencias de la obra de Sánchez, es sin duda la que concierne a la explicación de mí mismo.
José Carlos Mariátegui.

José Carlos Mariátegui La Chira

La polémica del azucar

El tono asaz agrio y estridente que usa la Sociedad Nacional Agraria en su polémica con los periódicos que ha hecho observaciones, muy moderadas por cierto, al memorial sobre la crisis de la industria azucarera, trasluce cierta nostalgia de tiempos en que, intacto el poder del civilismo, el comité de esa industria era, en último análisis, el gobierno mismo de la nación. De entonces a hoy, la economía y la política del país se han modificado. Han surgido nuevos intereses, nuevas industrias: el azúcar ha pasado a tercer y cuarto término en la estadística de nuestras exportaciones; el grupo económico y política de los azucareros ha visto decaer, en el mismo grado, su potencia; otras categorías lo han sustituido en el predominio. Mientras duraron las buenas cotizaciones, o la esperanza de que retornaran, la “industria azucarera”, como a si misma se llama, pudo vivir de su pasado. Hoy, esfumada esa esperanza, y colocada en el trance de solicitar el subsidio del Estado, le es imposible disimular su mal humor. La difícil represión de su disgusto, es seguramente la causa de ese aire ofendido con que responde a sus interlocutores.
Los azucareros pretenden que el Estado los subvencione para afrontar airosamente una crisis que los sorprende impreparados, por culpa en no pequeña parte de su gestión técnica y financiera. Para esta demanda, alegan razones que, dentro de su criterio económico, son sin duda atendibles. Pero quieren, además, que no sean públicamente controvertidas. Y porque no ocurre así, su personero se muestra acérrimamente fastidiado.
Los dineros que la industria azucarera pide que sean empleados en su servicio son, sin embargo, los dineros públicos. Los más modestos contribuyentes, los más humildes ciudadanos, tienen incontestable derecho a exponer, sobre ese empleo, las consideraciones que les parezcan de su conveniencia. No hablemos ya de los periódicos, a los que hay que suponer representantes de corrientes, de tendencias de la opinión. He aquí algo que para cualquiera que gestione un subsidio fiscal, debería ser obvio.
Para quienes estén familiarizados con los aspectos de nuestra psicología social y política, el tono ácido y perentorio de los azucareros no puede, empero, ser motivo de sorpresa. Corresponde, perfectamente, al arrogante estilo de hacendados que este grupo de latifundistas ha acostumbrado siempre en sus relaciones con sus compatriotas.
Pero esta no es sino la parte formal de la cuestión y, aunque se presta a muy entretenido psicoanálisis, no puedo restar, por el momento, mayor lugar a la atención que debemos a la parte sustancial.
La industria azucarera, como conjunto de empresas privada, confiesa tácitamente su quiebra. No le es posible subsistir sin el subsidio del Estado. Su demanda de asistencia, plantea esta cuestión: ¿Existen suficientes razones de interés colectivo para sostener a esta industria, en sus actuales condiciones, a costa de un cuantioso gravamen al tesoro público? Los azucareros están quizá demasiado habituados a hablar a nombre de la agricultura nacional. Pero desde hace algún tiempo, los hechos se oponen a este hábito. El azúcar, desde 1922, ha perdido el primer puesto en la estadística de nuestras exportaciones agrícolas. El algodón lo ha sustituido en ese puesto; y, si se tiene en cuenta el crecimiento de algodón a expensan de la caña, el desplazamiento parece definitivo. No es, pues, junto con las perspectivas pesimistas del mercado azucarero, el caso de presentar la crisis de los azucareros como la crisis de nuestra economía agraria. El algodón y el azúcar son solo los productos de exportación de la agricultura costeña. La agricultura provee, ante todo, al consumo de la población. Esa no es la producción registrada puntualmente por las estadísticas, no la representación por los hacendados de la Sociedad Nacional Agraria; pero es la más importante. La estabilidad de nuestras importaciones, demuestra que por sustancias alimenticias pagamos anualmente al extranjero más de cuatro millones de libras, esto es aproximadamente lo mismo que nos reporta la venta del azúcar en el exterior. Y esto quiere decir que en un desarrollo de la agricultura y la ganadería, y las industrias anexas, dirigido a la satisfacción de las necesidades de nuestro consumo actual, podemos encontrar la compensación de cualquier baja en la exportación de azúcar. No estamos en presencia, bajo ningún punto de vista, de la crisis de una industria a la que se pueda estimar como una base insustituible de nuestra economía.
Que esa industria, no obstante el favor de que por notorias razones políticas sociales ha gozado y los años de prosperidad que ha conocido durante el período bélico, no ha sabido organizarse técnica y financieramente en modo de resistir a una crisis como la que hoy confronta, es un hecho que, aunque sea displicente y aburridamente, tienen que admitir los propios azucareros. Las posibilidades de concurrencia, con otros centros productores, en distantes mercados de consumo, han residido, -residen todavía- en el bajo costo de producción, léase en los salarios ínfimos, en el miserable standard de vida de las masas trabajadoras de nuestra hacienda. La cuestión del aprovechamiento de los sub-productos está intacta. El consejo de que se busque en su solución uno de los medios de asentar la industria azucarera en cimientos estables, ha sido recibido por el Señor Basombrío casi como una recomendación hostil e impertinente. I si la industria azucarera está en riesgo de quedar reducido, como extensión a los límites de los valles de La Libertad, donde las dos grandes son las de “Casa Grande” y “Cartavio”, centrales de beneficio, resulta que las negociaciones nacionales se han dejado batir en toda la línea por sus competidoras extranjeras.
En estas condiciones, ¿qué interés nacional, que razón económica puede existir para mantener, mediante subsidios del fisco, esto es mediante un sacrificio de los contribuyentes, la gestión privada de la industria azucarera? Si esta industria está muy lejos de representar el bienestar de la población trabajadora a la que debe sus utilidades pasadas; si en su periodo de crecimiento y prosperidad no ha manifestado aptitud para resolver sus problemas técnicos y financieros; si ahora mismo tomando las objeciones y el debate de demanda de subsidio como una enfadosa intervención de la curiosidad pública en asuntos de su fuero exclusivo, acusa lo poco que ha revolucionado la mentalidad de sus dirigentes, no se ve la conveniencia que puede haber en concederle, sin la garantía de que será suficiente para ayudarla a superar su crisis, la subvención que solicita. Ha llegado, más bien, el caso de que se considere una cuestión más amplia y seria: la de la oportunidad de ir a la nacionalización de esa industria, como único medio seguro y racional de evitar que sus vicisitudes futuras de reflejen dañosamente en la economía general del país. El Estado tiene suficiente solvencia para una empresa de esta magnitud.
José Carlos Mariátegui.

José Carlos Mariátegui La Chira

Carta de Jorge E. Nuñez Valdivia, 28/11/1926

Arequipa, noviembre 28 de 1926
Señor don
José Carlos Mariátegui.
Lima,
Querido amigo y compañero:
Acabo de recibir su comunicación de 20 de los corrientes. Usted no puede comprender el entusiasmo de los muchachos de Studium, al leer su reveladora carta.
No me equivoqué , amigo Mariátegui, al escribir en mi artículo de "Pacha", que era Ud. uno de nuestros críticos. He admirado siempre su profundo espíritu. Goza Ud. de la preciosa facultad de penetrar en el quid de los problemas y de las corrientes.
Respecto a la tendencia nacionalista, no creo que no esté acorde con los ideales de la época. Deseo, anhelo, fervientemente, que la nueva juventud examine de cerca el nacionalismo. En verdad que no se trata de un nacionalismo imperialista. No, en ningún caso, no. el nacionalismo que proclamo no es esa índole. Al afecto, redacté hace algún tiempo, una especie de mensaje, para varios amigos del Perú y de fuera, a quienes interesaba los problemas sociológicos. Yo, como aprecio su personalidad, le remití una copia. Temeroso de que se haya extraviado, le adjunto una nueva copia. Le ruego darme su opinión. Considero, como usted lo indicó en sus artículos de "Mundial", que el problema capital de la nueva peruanidad es el problema indígena. También le adjunto una copia de un trabajito que estoy preparando. Le envío sólo un bosquejo inicial. Pienso integrarla con el estudio de las opiniones de Ud., de Valcárcel, De Albújar, Orrego, etc, etc, Por eso, le agradeceré enviarme sus puntos de vista, a fin de consignarlos en el referido trabajo.
Esta es la tendencia nacionalista que pretendo reforzar. Es imperialista?. No me parece. Mi nacionalismo no odia a ningún pueblo, ni a ningún hombre, porque, - como lo decía en un artículo, cada cual tiene su virtualidad, que puede cambiarse, si no está conforme con el ideal social, o debe ampararse, cuando está de acuerdo con el nuevo espíritu de la época. Me he preocupado siempre de los movimientos sociales. Es verdad que el espíritu de occidente está en decadencia. Ese espíritu debe ser arrojado de América. La técnica a que se refiere Ud. puede servir a América. Yo me refiero solo al espíritu. El Perú debe reformar su espíritu. Solo pueden intentarlo los honrados, los sinceros. Gusto de los nuevos problemas. Admiro las nuevas orientaciones; pero no estoy con el método proclamado por algunos exagerados. Lucha de clases?. Habrá sinceridad?. Me pregunto esto por la experiencia que se adquiere en algunas regiones del espíritu. Mientras no reformemos nuestro estúpido espíritu, mientras no esclarezcamos nuestro yo interno, toda revolución será ineficiente. Deseo que la juventud sea religiosa. Que tenga creencias. Que no pierda la fe. Cuando uno aniquila sus esperanzas y se encuentra solo en el tiempo, inicia su decadencia. Pero para esto pido, siempre lo he pedido, mucha sinceridad. Por eso lo aprecio y por eso lo admiro. No soy partidario de las guerras violentas y las luchas de clases. Porque tengo fe en la nueva juventud, en sus maestros y sus directores, es que deseo que no les guíe métodos de fuerza. Predicamos amor, solicitamos bondad. Bueno, muy bueno. Pero debemos practicar esos ritos y esas idealidades. Creemos, amigo Mariátegui, la escuela de la perfección interior. Salvará el materialismo decadentista. Hacer de cada hombre, un cristiano: sana labor de los jóvenes directores de masas juveniles y obreras. No perdamos nuestra esperanza. A menos a los hombres; la máxima labor del hombre es esparcir la bondad, predicar la unión de los hombres. Pero he apreciado el panorama peruano: su aspecto político, su problema económico, indígena, etc, me han convencido de realizar esa labor en nuestro medio. La historia peruana es un retazo de la historia mundial. No puede escindírsela. A eso va mi nacionalismo: resolver mi problema indígena; laborar por la independencia de la economía peruana. Es imperialista?. No lo sé. Es anti-humanista. No puedo apreciarlo. Solo sé que contribuiré al progreso de la nueva humanidad. Será algo. Pero algo, al fin. Quiere acompañarme en esa labor. En posteriores comunicaciones, concretaremos nuestro plan de acción. Formularemos acciones. Auspiciaremos idealidades. Observaremos nuestra realidad nacional y seremos verdaderos nacionalista.
No se olvide de su amigo.
Hasta pronto y en espera de sus noticias y producciones, con fuerte apretón de manos, se despide su cordial amigo
[Firma de Jorge E. Núñez Valdivia]
P.D. Me permito rogarle, me indique cual es el estado cultural actual del Centro "Ariel"; así como si tiene usted datos sobre la sinceridad de Augusto Villa de la Tapia y Sebastián Vega, Secretario y Presidente respectivamente, del Centro Ariel, fundado hace poco en Arequipa. Deseo conocer su posición intelectual a fin de auspiciar labor de "Ariel". Corren voces entre los amigos de Arequipa de su campaña política. Ud. conocerá su cariz intelectual. Gracias.
[Núñez]

Nuñez Valdivia, Jorge E.

Carta de Héctor A. Herrera, 2/6/1930

Morococha, 2 de junio de 1930
Sr.
Ricardo Martínez de la Torre,
Lima
Muy señormío:
Aun cuando no quisiera molestarlo me veo en el caso muy enojoso para mi de tener que referirme nuevamente a las revistas del Centro Social. No se si habrá saludo este año algún No. de Ciudad y Campo; pero lo cierto es que no recibimos un solo número desde Enero 15 de 1930. Variedades: - Hace diez días más o menos que recibimos el No. 1158 sin antes haber recibido los números 1154, 1155, 1156 y 1157. Mundial: - Nos faltan los números 514, 515, 516. El número 517 que recibimos tiene fecha de la primera semana del mes pasado. Blanco y Negro no recibimos ningún número desde el mes de febrero de 1930. No sé a que se deba esta irregularidad en los envíos. Si acaso usted pudiera hacer algo por normalizar esta situación créame que le quedaría bastante agradecido. No hay nada que me mortifique más que no tener que contestar a los socios del Centro cuando me preguntan sobre las revistas.
Recibí la copia de la carta que ha enviado usted a Sovero. Como este señor creo que no tiene intención de entregarme un solo centavo, creo que sería conveniente protestar la letra y hacer que la pague por las vías coactivas. Ud. me dirá lo que debo hacer sobre el particular.
Suplicándole nuevamente que haga algo por normalizar el envío de las revistas, lo saluda a su amigo y compañero.
H. A. Herrera

Herrera, Héctor A.

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