Mostrar 229 resultados

Descrição arquivística
Documentos Primarios
Opções de pesquisa avançada
Previsualizar a impressão Hierarchy Ver:

222 resultados com objetos digitais Mostrar resultados com objetos digitais

Carta de Samuel Glusberg, 1/11/1927

Buenos Aires, 1° de noviembre de 1927
Sr. D. José Carlos Mariátegui
Mi querido compañero:
Mil gracias por su carta y los libros. Ya conocía La Escena Contemporánea. De ahí saqué precisamente su estudio sobre el “Semitismo y el antisemitismo” para los Cuadernos literarios de Oriente y Occidente. Supongo que ya está en sus manos el primer número. Pronto le mandaré el cuaderno dedicado a Heine. Lamento no tener un retrato suyo y algunas noticias concretas sobre vida para hacer una nota periodística. De cualquier modo diré dos palabras en el próximo cuaderno. Mándeme algún artículo referente a su persona. He visto varios en Repertorio Americano; pero muy poco informados. Aquí se le aprecia mucho y de venir usted a Buenos Aires se encontraría con numerosos amigos.
Waldo Frank me escribió últimamente que el Sr. Garro le pidió autorización para traducir algunas novelas suyas y que él le indicó que se dirigiera a mí puesto que yo tenía reservados los derechos con prioridad. No he recibido ninguna carta del Sr. Garro; pero si usted cree que dicho señor puede traducir a conciencia los libros de Frank mucho me gustaría que lo hiciera. En cuanto al pago no le puedo ofrecer de inmediato una suma de dinero. Puedo, sí asegurarle que a medida que se venda el libro le giraré lo que le corresponda. Frank tiene interés en que no se traduzca solamente sus libros de ensayos. Por eso ante mi empeño en publicar Our America él me pide que también le haga traducir una novela. Me gustaría que fuera Holiday por su asunto y por su corta extensión. Hágame pues el bien de ponerme en relación con Garro siempre que Ud. lo crea capaz de hacer a conciencia una traducción de Frank. Que Garro me envíe cuanto antes Nuestra América; yo le haré llegar un prólogo especial de Frank. Y perdóneme la molestia que le ocasiono. Pero tengo entendido que Ud. es amigo de Garro.
No recibí los números de Amauta que me anuncia. Me faltan los números 1, 2, 5 y 9 para la colección. Pídame los ejemplares de Babel que le ofrezcan algún interés.
Quedo como siempre a sus órdenes. Mientras lo saludo muy cariñosamente.
Glusberg

Glusberg, Samuel

Carta a Emilio Roig de Leuchseuring, 10/10/1927

Lima, 10 de octubre de 1927
Señor
Emilio Roig de Leuchsenring.
La Habana.
Muy estimado compañero:
Algo tardíamente, por una ausencia de Lima, a que me obligó mi salud, he leído el No. de julio de Social. Por él me he enterado del telegrama enviado generosamente por Ud. y otros compañeros del grupo Minoritario, reclamando mi libertad y la de los demás intelectuales presos. Tanto este telegrama, como las nobles palabras del editorial de su revista comprometen mi gratitud y la de mis camaradas de Amauta.
Me preparo a reanudar la publicación de mi revista. La solidaridad alerta de los buenos intelectuales de América me ayuda a reivindicar mi derecho a mantener Amauta. Y hoy más que nunca quiero que sea una tribuna americana. Y reclamo, por esto, el intercambio de originales entre los grupos vanguardistas de La Habana y Lima.
Deseo que tenga Ud. la representación de Amauta en La Habana. Podemos establecer, si Ud. Io desea, el intercambio de una cantidad equivalente de ejemplares de Social y Amauta.
Le adjunto para su revista un artículo mío y algunos poemas inéditos de Armando Bazán, poeta de vanguardia que acaba de ser puesto en libertad después de cuatro meses de prisión en la Isla de San Lorenzo.
Me interesa conseguir el No. de Social en que se publicó mi artículo sobre el poeta Eguren. ¿Le sería posible enviármelo?
Le ruego transmitir mi agradecimiento al maestro Varona y a todos los firmantes del telegrama al presidente Leguía por su generosa actitud; y con los más devotos sentimientos me repito su afectísimo amigo y compañero.
José Carlos Mariátegui
P.D.- Envíeme sus noticias con esta dirección: Librería Minerva, Sagástegui 669.

José Carlos Mariátegui La Chira

Carta a Emilio Pettoruti, 10/10/1927

Lima, 10 de octubre de 1927
Caro Pettoruti:
A pesar del severo tamiz de la censura, he recibido unas líneas de recuerdo y solidaridad de Ud. y un recorte del diario en que se publicó mi carta. No sé si Ud. me habrá escrito otra vez en este lapso; pero presumo que no, porque sus líneas me advertían que esperaba Ud. antes, noticias mías. Yo no he podido dárselas por haber estado sufriendo un molesto ataque de artritismo reumático que me obligó a dejar Lima para cumplir una cura de sol, prescrita por el médico. El invierno de Lima húmedo y enervante es particularmente insoportable para un individuo como yo que está obligado a moverse en una silla de ruedas sin salir de su casa.
Le he enviado, por correo certificado, con dos ejemplares el último número de Amauta, que no sabía yo si le habría mandado antes, algunas fotografías de cuadros de Camilo Blas, nuestro muy interesante pintor. El número 3 de Amauta publicó, con algunas fotografías, una nota de Sabogal. Puede Ud. consultarla si quiere Ud. dar esas fotografías en su sección de Crítica Magazine. Camilo Blas es un discípulo de Sabogal; pero desde antes de serlo, había revelado ya personalidad y estilo, en diversos dibujos y cuadritos.
Tiene tan honda vocación de artista que desertó la carrera de abogado cuando llevaba ya concluidos sus estudios. Camilo Blas es un seudónimo. Nuestro hombre se apellida Sánchez Urteaga. Es un formidable intérprete de la sierra criolla. Su rasgo esencial es su humorismo, que como todo humorismo auténtico y profundo no está desprovisto de fondo lírico. Recuerda, no ciertamente por su estilo, sino por su temperamento, a los alegres maestros holandeses que pintaban kermesses y cantinas. Si no entran en su sección de Crítica, trasfiéralas Ud. a La Gaceta del Sábado cuyos directores me escribieron pidiéndome colaboración y que les designase un corresponsal en Lima. Yo les mandé algunas noticias y les indiqué al poeta Armando Bazán; pero, con mejor acuerdo, las autoridades remitieron a éste a la Isla de San Lorenzo, de donde acaba de salir. Solo he recibido dos números de La Gaceta y, como nadie ha visto en Lima ningún otro, sospecho que su publicación se haya interrumpido, a pesar de parecer organizada sobre sólidas bases económicas.
Voy a hacer una tentativa para reanudar la publicación de Amauta en Lima. Si fracasara, me dedicaré a preparar mi viaje a Buenos Aires, porque me resultará de todo punto intolerable permanecer aquí sofocado espiritual y materialmente. En Buenos Aires reorganizaría la revista que tiene adquirida extensa circulación continental, a pesar de no haber aparecido sino 9 números y de haberme sido difícil estabilizarla económicamente.
Escríbame con esa dirección: Ana María Chiappe, Washington izquierda 544. Comunique esta dirección a Hidalgo, a quien envié también certificados los últimos números de Amauta y a quien no he acusado hasta ahora recibo de su último libro por los incidentes, sobre el quebranto de mi salud, que me han impedido ocuparme de mi correspondencia.
Infórmeme respecto a sus planes y sobre la posibilidad de que aún lo encuentre en Buenos Aires si decido mi viaje para enero o febrero. Estoy sometido a un tratamiento que me habilitará para lograr cierta movilidad; y espero que no me estorbe ningún nuevo amago reumático.
El poeta Bazán le manda muchos saludos. Ya sabe Ud. que casi todos mis compañeros de Amauta lo conocen y estiman. Y yo lo abrazo muy cordialmente.
José Carlos Mariátegui

José Carlos Mariátegui La Chira

Sergio Essenin

El poeta ruso Sergio Essenin debe una buena parte de su fama en el Occidente a la extraordinaria artista Isadora Duncan. Su matrimonio con Essenin constituyó la última gran aventura de la vida de esta mujer que acaso habría podido reivindicar para sí el derecho de llamarse d’annunzianamente “la aventura sin ventura”. Essenin clasificado entre los poetas de la revolución a pesar de ser un lírico de pura sangre, desposó a la Duncan en plena epopeya bolchevique. Pero su renombre europeo no arranca de los días en que su bizarra esposa lo paseaba por Berlín, París y New York. La novela de Essenin y la Duncan empezó a propagarse más o menos folletinescamente complicada por las revistas ilustradas, cuando se conoció el suicidio de Essenin en diciembre de 1925 divorciado hacía ya tiempo. La exportación del hombre precedió a la del poeta. Y tenía además, que ser más duradera.
Sació su arte bajo el signo sangriento de la guerra. Hacía pico que se había encendido este cundo Essenin arribó a Petrogrado, proveniente de su aldea de Rjazan. Tenía 18 años. Había escrito algunos versos que no acusaban aún una personalidad original. Cantaba con voz dulce los aires de su región. No sospechaba todavía su destino de poeta iconoclasta y escandaloso. Conservaba una idea respetuosa y campesina del “padrecito Zar”. Es así como lo recuerda Zenaida Hippius, la mujer de Mjereskosky a cuya tertulia literaria acudían los debutantes como a un rito de su iniciación.
No es posible, pues, sorprenderse del tono apocalíptico frecuente en la poesía de Essenin. Su temperamento de “primitivo” se desarrolló en un clima de tragedia. La sicología de guerra encontró en este infante rústico una naturaleza espontáneamente inclinada a la violencia y a la jacquerie. Essenin se afilió a una escuela poética que tomaba su nombre y una parte de su inspiración de la vieja secta rura de los “chlysti” que esperaba nuevas encarnaciones de Jesús. El mesianismo blasfemo, el misticismo inverecundo de Essenin procede sin duda de la asociación de la “sicología de la guerra” con la mitología de una secta que por traducir una de las típicas reacciones primitivas del alma rusa ante el cristianismo encontró fácilmente resonancia en el espíritu agreste del poeta de Rjazan.
Uno de los poemas de Essenin que han sido traducidos y citados con mayor insistencia por sus críticas de occidente, el titulado “Inonia” es una de los productos característicos de esta tendencia con lo que se combina el gusto por la manera bíblica y el gesto profético. En su epígrafe se lee.
“Os prometo la Ciudad Inonia
donde habita el Dios de los Vivos”.
Y luego así prosigue:
“No temeré la muerte
ni lanzas ni lluvias de flechas.
Así habla según la Biblia
el profeta Sergio Essenin”.
Este mismo poema nos descubre otro elemento esencial del arte de Essenin; un exasperado individualismo que conduce al poeta a esa exaltación megalómena que constantemente encontramos en muchos artistas de esta época en quienes termina aunque ellos no se reconozcan esta genealogía la estirpe romántica. La imagen antropomórfica, tan usada en la poesía moderna tiene evidentemente su origen síquico en ese agocentrismo megalómeno que en último análisis, no es sino puro individualismo, vale decir puro romanticismo. Desde Khlebikov, otro campesino turbulento y genial la metáfora antropomórfica ha caracterizado el imaginismo ruso. Según he leído en Pasternak, de un verso de Khlebikov. “El mar se ha puesto su calzón azul desciende seguramente el título de uno de los primeros libros del futurista o constructivista Mayakovsky: “La nuve es pantalón”. En Essenin, la exaltación megalómena tiene notas como estas:
“Quiero trasquilas el firmamento
como una oveja sarnosa”.
“Alzaré las manos hacia la luna
como una nuez la partiré con los dientes;
no quiero cielos sin escalas
no quiero que caiga la nieve
Hoy con la mano elástica
podría derribar todo el mundo...”
La atmósfera moral y física de los primeros años de la revolución era como lo observa Ilya Ehrenburg, favorable a la superproducción y a la hipertrofia poética. El “pathos” revolucionario creaba una consciencia apocalíptica, propicia a todas las hipérbolas épicas y líricas. “Electrizaremos al mundo entero” decía uno de los anuncios luminoso del bolchevismo encendido sobre las ciudades famélicas que gastaban en este alarde el único combustible de que disponían para su calefacción. Por otra parte como dice Ehremburg, “la prosa requiere tiempo y dinero: ambas cosas faltaban. Los poetas recitaban sus versos en las asambleas o los escribían en las paredes. La revolución rusa creó el “poema mural”, “el poema affiche”. Me he enterado también de que la revista oral es una invención rusa. (Es probable que nuestro querido y brillante Alberto Hidalgo solo lo haya sabido después de su experimento bonaerense”. En ese tiempo de caos o poesía Essenin, igual que Mayakovsky, aunque representando otra cara del alma rusa, avanzó por el camino de la violencia verbal y de la estridencia lírica, más allá de su propia meta. Cultivó un “ismo” personal: el “escandalismo”. Su amor a la pendencia y al vagabundaje no halló vallas molestas en una época de tempestad revolucionaria. Y lo indujo a rotular uno de sus libros “Confesión de un granuja”.
Pero la revolución no pudo alimentarse indefinidamente del poesías y apocalipsis. El genio realista de Lenin inauguró el “nuevo curso” vino el periodo de la “nep” (nueva política económica). Período de trabajo prosaico: reorganización de la industria y el comercio. En el orden de la vida cultural el panorama también es otro. Surgen editoriales del Estado y editoriales privadas. Se dispone de más tiempo y de más dinero. El apogeo de los poetas sucede el de los novelistas. Ehrenburg dice: “el nacimiento de la nueva prosa rusa ha coincidido con el cambio de ritmo de la revolución. Un cierto escepticismo ha reemplazado al reciente entusiasmo incondicional. He aquí que comenzó la reducción del personal de los gastos, de los proyectos, de la fantasía”. Essenin que en un ambiente henchido de electricidad, había alcanzado una extrema tensión no podía adaptarse al cambio. El conflicto entre su individualismo y el comunismo de un estado social al cual había adherido sin comprenderlo enteramente -no lo graba como antes disfrazarse y disimularse en el torbellino de una consciencia aturdida. Un poema de esta época traducida al italiano por Ettore Le Gatto, Essennin nos cuenta su regreso a la aldea después de 8 años de ausencia. Su pueblo transformado por la revolución no es el mismo. Essenin sufre una desilusión que expresa con nostalgia melancolía. “En los ojos de nadie encuentra refugio. En mi pueblo soy un extranjero”. Mi poesía aquí no sirve más.
El equilibrio no solo se había roto entre Essenin y el mundo exterior. Se había roto, sobre todo, en el propio poema. Dentro de un mundo en laboriosa organización, el poema, “escandilista” y quedaba desocupado. A pesar de sus cantos revolucionarios no era el poeta de la Revolución.
Troszky en una emocionada despedida al gran poeta define así su caso: “Essenin era un ser interior, tierno lírico la Revolución es “pública” “épica”. El poeta ha muerto porque no era de la misma naturaleza de la Revolución, pero en nombre del porvenir la Revolución lo adoptará para siempre”. “El poeta ha muerto; vive la poesía. Indefenso, un hijo de los hombres rodado al abismo; viva la vida creadora en la que Sergio Essenin, hasta el último momento, entretejía sus hilos de oro”.
Los cróticos de la emigración, no obstante su rabioso antibolchevismo, reconocen el genio de Serio Essenin. No le disputan ni pueden disputarle, su puesto en la historia de la poesía rusa. Se da un caso curioso remarcado inteligentemente por Victor Serge: la Revolución recibió la adhesión de los poetas: -Block, Briussev, Balmont, Mayakovsky, Biely, Essenin encontró en cambio hostiles a los novelistas. Y de novelistas cróticos historiografos, está compuesto la plana mayor de los “emigrados”. La poesía votó por la Revolución.
Y la revolución por la boca de uno de sus grandes capitanes que al revés de la mayor de los estadistas de la burguesía, es un hombres capaz de juzgar con la misma inteligencia una cuestión económica que una cuestión filosófica o artística, le dice ahora su reconocimiento.

José Carlos Mariátegui La Chira

Carta de Luis Carranza, 12/5/1927

Piura, 12 de mayo de 1927
Sr. José Carlos Mariátegui
Lima
Mi estimado amigo y cofrade:
Recibí recién su muy estimada del 25 de abril, que me apresuro a contestar. Crea Ud. que para mí uno de sus mayores éxitos, consiste precisamente en la poca salud de que se goza y que no obstante, trabaja Ud. intelectualmente, más que ningún otro escritor limeño. Este es un ejemplo y una excepción en los hábitos de pereza, de que adolecemos los criollos generalmente. No necesita Ud. excusarse.
Estoy en todo conforme, con su concepto sobre el indigenismo, que me expresa en su referida carta, y creo como Ud. que tenemos todavía intelectual y sentimentalmente, conceptos muy errados, sobre nuestro valor y el concepto de moralidad. Cuestión de tradición y de ambiente, que precisa combatir mesuradamente, porque de los falsos conceptos se derivan muchos fracasos que en aquéllos tienen sus raíces. Los debates en el Perú son muy difíciles de establecer dentro del ambiente de cultura en que deben enmarcarse, y muy pocas veces, dejan de degenerar en polémica personalista, mal evidente.
Su obra editora de Amauta, merece toda mi estimación y de mi parte, haré lo que aquí sea posible, por conseguirle cooperación eficaz. Anoto el error en el valor de las acciones.
No creo que mis trabajos de índole exclusivamente periodística y adaptados sólo al medio, puedan contribuir a la campaña de Amauta, no obstante ser uno de los más acerbos partidarios, de la culturización del indio, pero, como no deseo, que atribuya Ud. esto a una excusa, le envío mi pensamiento actual sobre tal asunto, en el articulillo incluso, autorizándole desde luego, para hacer de él lo que mejor le parezca.
He hablado con López Albújar y me dice, que sus ocupaciones judiciales, no le permiten por ahora intervenir en la cuestión indigenista, pero que tiene la mejor intención de hacerlo. En cuanto a Castro Pozo, ya sabrá Ud. a la hora que ésta llegue a sus manos, que él las tiene atadas.
Muy agradecido por todos sus conceptos para su amigo y compañero, le saluda fraternalmente, su
Afmo. amigo
L. Carranza

Carranza, Luis

Carta de Alfredo Mario Ferreiro, 12/5/1927

Montevideo, 12 de mayo de 1927
Señor
José Carlos MARIÁTEGUI,
Lima
De mi mayor consideración:
Jaime L. Morenza ha pedido, para usted, colaboraciones al grupo de “La Cruz del Sur”. Yo, que soy un audaz, he resuelto iniciar la que me corresponde. He pensado hacer una galería de intelectuales uruguayos. Nada de libros, nada de crítica literaria. La exterioridad del personaje. Tal como yo lo veo. La sección se titulará:— “Acabo de ver a:” y los nombres se irán cambiando.—
Comienzo con Morenza. Morenza es el alma de “La Cruz” y el causante de la publicación de mi libro autobusesco. Por otra parte, como intelectual, Morenza bien merecido se tiene iniciar la galería que proyecto.—
Le seguirán:— Alberto Lasplaces, Álvaro Guillot Muñoz, Fernán Silva Valdés, Gervasio Guillot Muñoz, Juana de Ibarbourou, etcétera. ¡Hasta yo me voy a mirar en un espejo para retratarme en su estimada Amauta!—
Desearía que usted me diera su consentimiento. Le mando la primera colaboración junto con esta carta. ¿Recibió mi libro? ¿Y recibió los diez ejemplares que le envié por intermedio de Bustamante y Ballivián?
Suyísimo
A.M. Ferreiro
s/c Defensa, 101, Montevideo.

Ferreiro, Alfredo Mario

Carta de Fernando Márquez Miranda, 10/5/1927

Buenos Aires, 10 de mayo de 1927
Señor José Carlos Mariátegui.
Lima. Perú.
Personal.
Querido amigo y compañero:
Creo que habrá recibido Ud., en su oportunidad, la “comunicación oficial” de la declaración oficial de la U.L.A. con respecto a Amauta. Sé, además, que Palacios le escribió enviándole un recorte del Telégrafo de ésta, en donde se hacía referencia de tales cosas. A mi vez he demorado en escribirle particularmente, porque sus amables líneas envolvían, sin duda alguna, un pedido imperioso de colaboración. Deseaba enviarle algo nuevo, vale decir inédito, pero quehaceres siempre importunos y absorbentes me lo impiden por ahora. Sin embargo, más adelante irá. Amauta está cada vez mejor. Este número 7, que su amabilidad ha hecho llegar hasta mí, es magnífico, desde el destructor editorial universitario, hasta las notas críticas, de la bibliografía.
Sin embargo, y como no me resigno a no colaborar en Amauta por ahora, después de sus bondadosas palabras ofertorias, le envío mi “Escorzo de Romain Rolland”, que acaba de ver la luz en Estudiantina, revista de estudiantes del Colegio Nacional de La Plata, editada como homenaje a Rolland y cuyo número íntegro, creo que habrá Ud. recibido oportunamente. Dada su extensión, no me hubiera permitido enviárselo, a no mediar la circunstancia de que, precisamente en el número 7 de Amauta, publica Ud. un trabajo de Honorio F. Delgado, sobre interpretación freudiana de los sueños, que excede, presuntivamente, de la extensión de mi ensayo. Otro motivo de zozobra y de duda, antes de enviárselo, ha sido para mí el no saber si Ud. habría tratado ya este asunto en su célebre Escena Contemporánea, libro inencontrable en ésta, por cuya razón he temido enviar mi titubeante ensayo a quien quizás haya tratado este personaje, con el esplendor habitual en él.
Ud. sabrá, pues, mi querido Mariátegui, disculpar —si éste es el caso—, que yo no le cite en mi texto y encontrar, en estas inquietas líneas, la sugestión del envío de su Escena, si es el caso de que posee aún algún ejemplar de libro tan importante como poco conocido.
Esperando que Ud. sepa acoger, con su simpatía tan característica, a mi pobre “Escorzo”, en las páginas del próximo número de Amauta, le ruego acepte el fuerte apretón de manos con que rubrico mi sincera amistad.

F. Márquez Miranda

P.D. Este trabajo no es inédito, pero como si lo fuera. Nadie irá a leerlo a las páginas de Estudiantina, salvo los alumnos del Colegio Nacional. Ud. podrá salvarlo de una ineditez efectiva, que quizás no merezca. Perdone la extensión de esta carta, que parece diario de a bordo, por lo larga. Vale.

Márquez Miranda, Fernando

Carta de José Ruíz Huidobro, 7/5/1927

Huarás, 7 de mayo del 1927
Sr. José Carlos Mariátegui
Lima
Muy señor mío:
He leído en el Nº 8 de Amauta el llamamiento que formula Ud. con el fin de obtener que una impactante revista crezca y de listos sus frutos. Me sumo cordialmente a tal propósito con el que simpatizo vivamente y ruego a Ud. considerarme como suscritor a una acción de LP 10. Para cubrir el importe de la mitad de dicha acción o sea Lp. 5 sírvase Ud. extenderme un giro a cargo mio a orden de los señores Angeles Hnos. i cualquier otro comerciante enviando al mismo tiempo el certificado o comprobante de la acción. Inmediatamente que llegue enviaré la referida suma.
ya que tengo el agrado de dirigirme a Ud. me permite preguntarle si ha llegado o no a sus manos mi ejemplar de mi libro "Aquel panfletario" (cuentos) que tuve el gusto de enviarle hace varias semanas. Llamo la atención de Ud. hacia los cuentos "El cura y su mujer" "El niño enfermo" y hacia los relatos "Una noche en la quebrada honda" u "El Abandonado" y no sé si quisiera Ud. discreparme la atención de reproducir algunos de esos artículos en Amauta, "El Abandonado" por ejemplo. Hago esta solicitación a Ud. por la consideración de que "Amauta" en una revista en la que se [...] acogida a la literatura netamente nacional y por lo mismo espero a que mi labor, o mejor dicho algo de ella tenga la suerte de ser elevada a Amauta.
Reciba Ud. aceptar los sentimientos de especial simpatía con su [...] como su amigo y admirador.
J. Ruíz Huidrobo.

Ruiz Huidobro, José

Carta de Juan Mantovani, 5/5/1927

Bueno Aires mayo 5, 1927
Señor José Carlos Mariátegui
Lima.
Estimado Señor.
El amigo Gabriel del Mazo le enviará algunos ejemplares de los números 1 y 2 de este año de "Nueva Era", órgano de la Sección Argentina de la Liga Internacional de la nueva Educación. En el número de abril último, se publica una carta de su compatriota Víctor Raúl Haya de la Torre.
Los pocos compañeros que formamos "Nueva Era", conocemos los prestigios de Ud. como intelectual y revolucionario, a través de sus frecuentes publicaciones de "Amauta", y por su libro "Escena Contemporánea" muy difundido entre nosotros.
Fácilmente se explicará Ud. el interés especial que tenemos en publicar en "Nueva Era" algunas páginas suyas, su fuera posible con un tema educacional o que tenga relaciones con la educación nueva.
Conociendo la amistad que une a Ud. con Haya de la Torre y con Gabriel del Mazo, ambos amigos míos también, a quiénes les dispenso los mejores afectos, me he permitido dirigirle estas líneas a nombre de todo el pequeño grupo de compañeros que en "Nueva Era" trabaja por propagar ideales y prácticas de una nueva educación en consonancia con los nuevos tiempos.
Saludo a Ud. con el mayor aprecio y consideración.
Juan Montovani
Calle Bustamante 313
2 Piso. F
Buenos Aires

Montovani, Juan

Miguel Arzibachev

El autor de “Sanin” y “El Límite”, - que hace un mes se extinguió en Varsovia- era desde hacía varios años un sobreviviente de su época, de su obra y de sí mismo. La cróniza registrará entre los datos particulares de su defunción, el que muere en el exilio. Pero el ostracismo de Arzibachev era, en verdad, mucho más absoluto, mucho más total de aquel a que podía condenarlo la revolución bolchevique. Archibachev no muere solo exiliado de la tierra rusa, sino de la historia, de las letras y de la vida rusa, de la literatura rusa contemporánea, su nombre estaba ausente hace tiempo. No se le citaba casi entre los nombres de los “emigrados”. Arzibachev debe haber sentido que lo trágico no es vivir -como pensaban sus neuróticos personajes- sino sobrevivir.
Arzibachev señaló con dos novelas célebres un momento no solo de la literatura rusa sino de la vida rusa. “Sanin” y “El Límite” debieron su difusión mundial a su valor de documentos psicológicos más que a su valor de documentos de creaciones artísticas. Arzibachev gozaba fuera de Rusia de renombre desproporcionado, si le compara con el de sus más significativos contemporáneos, Feodor Sogolub, por ejemplo, es apenas [conocido] en español, a pesar de que en la literatura rusa del novecientos ocupa un puesto diez veces más conspicuo que Arzibachev.
El mundo de Arzibachev es generalmente menos atormentado y patético que el de Andreyev, pero tiene la misma filiación histórica. Su sensibilidad se emparenta, a sí mismo, bajo algunos aspectos, con la de Andreyev. Escéptico y nihilista, Arzibachev resume y expresa un estado de ánimo desolado y negativo. Sus personajes parecen invariablemente condenados al suicidio. Suicidas larvados y suicidas latentes, hasta los del coro mismo de sus obras. El destino del hombre es, en este mundo lívido, ineluctablemente igual. El símbolo de la Rusia agoniosa, una hora.
Esta literatura refleja la Rusia de la reacción sombría que siguió a la derrota de la revolución de 1905. Estudiantes tuberculosos; judíos alucinados, intelectuales reprimidos, componían la escuálida y monótona teoría que desfila por las novelas de Arzibachev bajo, la sonrisa sarcástica de algún nietzchano de similor que acabará también suicidándose.
Se dice que “Sanin” que extremaba y exasperada la tragedia rusa hasta lo indecible, produjo una reacción oportuna. Muchos jóvenes revolucionarios se reconocieron estremecidos en los retratos de Arzibachev. Después de sentirse impulsados enfermizamente hacia la muerte y la nada, las almas volvieron a sentirse impulsadas hacia la vida y el mito.
La Rusia Lívida las dos novelas de Arzibachev no era, además, toda la Rusia de ese tiempo. El movimiento de 1905 no había sido solo una derrota; había sido también una extra-ordinaria experiencia. La derrota había desecho muchos espíritus débiles y hesitantes, pero había templado al mismo tiempo muchos espíritus fuertes y seguros. Precisamente los que, años más tarde, en 1917, debían desplegar victoriosa, sobre el Kremlim, la bandera de la revolución.
Pero este otro lado, esta otra faz de Rusia, no podía ser conocida ni entendida por Arzibachev, cuando pretendió crear un héroe, su imaginación de pequeño-burgués individualista inventó a Sanin, su super-Hombre de provincia que no sostiene ninguna lucha -ni siquiera una auténtica agonía interior- y que exhibe como única prueba de superioridad las victoriales de su instinto fuerte y su cuerpo lozano de animal de presa.
Las obras de Arzibachev, posteriores a estas novelas, no tuvieron la misma fortuna en el mercado mundial de las letras. El instante asido por los nervios de Arzibachev había pasado. Se estaba incubando un mundo nuevo cuyo mensaje le era ininteligible. Escribió Arzibachev, en su nueva jornada, tres obras de teatro, en las que se concretó casi a su tema predilecto: la cuestión sexual. Por la tesis aparanete de estos dramas fue procesado sensacionalmente. Este proceso, que tuvo una vocinglera galería femenina, prolongó por un algún tiempo su popularidad. Las novelas que escribió después, son casi señaladas por la crítica de este período de la literatura rusa.
Arzibachev era un representante de la “intelighentsia”, como se llama en Rusia, más que a una “elite” o una generación, a un ciclo, a una época de la literatura nacional. La “intelighentsia” era confusa y anárquicamente subversiva más bien que revolucionaria. Se nutría de ideales humanitarios, de utopías filantrópicas y de quimeras nihilistas. Cuando la revolución vino, la “intelighentsia” no fue capaz de comprenderla. No era la revolución vagamente soñada en los salones de Madame Zenaida Zipius entre la musitación exquisita de un poeta simbolista y las fantasías helenizantes de un humanista erudito.
El pobre Arzibachev, como otros representantes de la “intelighentsia” se apresuró a protestar. Con un ardimiento de pequeño-burgués desencantado, combatió la revolución que llegaba armada de dos fuerzas que Arzibachev no conoció nunca y negó siempre: la ilusión y la esperanza. Por esto, sobreviviente de sí mismo, exilado de la historia, le ha tocado morir melancólicamente en Varsovia. Sobre le etapa rusa no se dibuja ya como antes el perfil de siete horcas.

José Carlos Mariátegui La Chira

Carta de Palmiro Macchiavello, 14/4/1927

Génova, 14 de abril de 1927
Mi querido Mariátegui:
Acabo de recibir la suya del 5 de Marzo.
Le concedo desde luego, sobrada razón para quejarse de mí. Y no per tagliar corto sino por la vergüenza que me produce tan involuntario silencio, en vez de disculpas prefiero enviarle mi arrepentimiento bien sentido con igual demanda de perdón. Y todo esto, naturalmente, acompañado de formal promesa de enmienda para el futuro.
Debo acusarme, asimismo, de no haberle mandado una sola traducción en los cuatro últimos meses. Pero crea usted que tampoco aquí llevo mayor culpa... Desde mediados de Diciembre no he tenido tregua. Molestias y trabajo se han dado el más riguroso turno contra mi persona. Primero fue la epidemia de gripe, que hizo víctima a toda la familia y se convirtió la casa en un hospital durante dos meses. Y seguido vino el movimiento de fin de año, esta vez más duro porque, deseando pedir licencia, era preciso salir cuanto antes de la memoria consular y del trabajo especial que nos encomienda una flamante disposición ministerial. Afortunadamente, todo ello ha marchado ya para Lima. Su citada me coge justo en vías de elevar ese pedido de licencia el cual, casi seguro, saldrá a las patas de la presente (No sé porqué, en todas mis cartas cae siempre a tono eso de patas. Comprendo que se trata de una coincidencia, al menos tal es mi speranziella; pero la cosa no deja de inquietarme, lo confieso. Y tanto que estoy decidido a leerme todos esos folletos, estudios, ensayos y libros escritos a la sombra según parece por algunos de los sabihondos de nuestra tierra que si bien la distancia con Europa no les ha permitido hacer llegar su fama hasta acá, no por ello dejaron de escribir desde el banco mismo de la escuela... Puede que en alguna de esas publicaciones halle, encuentre, trovi o me tope con un argomento del genere).
César ha recibido sin retardo sus dos últimas cartas. Le he escrito instándole a que conteste rápidamente. Pero mi apremio no es justificado. En efecto, yo le sé muy atareado ahora con el nuevo encargo de El Sol, por cuya cuenta acaba de inaugurar un servicio cablegráfico diario. Además, andamos en grandes andanzas con lo de Historia Nueva. Es muy probable que dentro de dos meses aparezca el primer libro de la Empresa, que será una obra de Unamuno. Se ha debido principiar por aquí a causa de la imposibilidad material de comenzar con el semanario. Ya le enteraré de lo que vayamos haciendo.
Celebro su nuevo proyecto sobre Amauta (que, entre paréntesis sia detto no me llega desde el tercer número; precisamente le pido a César en mi carta de hoy que me preste los suyos). Encuentro magnífico lo de la Sociedad Editora; y en prueba de ello me suscribo desde ahora con 4 acciones, cuyo importe íntegro hallará usted en un cheque anexo. Le doy la facultad, desde luego, por si lo hallase usted conveniente, de suscribir esa suma para 8 acciones; en este caso yo efectuaré los pagos que me correspondan a medida que usted lo indique, hasta cubrir el total.
He seguido con gran atención sus artículos en Mundial, gozando como un energúmeno con la respuesta a Sánchez. No tengo el gusto de conocer personalmente a éste, que, a través de sus escritos, me ha parecido siempre interesante. Pero, quand même, y aun precisamente por esto, le cae de perlas aquello de tenerse que ‘desabrochar’. Antes que posturas, declaraciones; aquí no es cuestión de orden. Es muy cómodo dictar cátedra, especialmente cuando no ha sido preciso decir previamente de qué lado se queda. Y si nada importa que un cualquiera lo haga, tratándose de un hombre como Sánchez es una necesidad y un bien partir por aquí. Por eso me ha agradado la forma en que usted lo ha situado.
No tengo nuevas que transmitirle de acá. Como no sea una carta recibida en estos días de Haya, quejándose de juicios u opiniones mías sobre su programa e ideas. Con la referida carta me manda una serie de publicaciones... pa que m’entere, un matalotaje de robba de lo que ha publicado últimamente. En verdad, se trata de una conversación con un primo de él. Ignoro lo que habrá entendido Haya o lo que le habrán hecho entender. Por mi parte recuerdo esto, que es lo único que puedo haber dicho porque es lo único que siento: para mí, además de estar padeciendo aún de super-rusismo, Haya quiere ser un Lenin spinto, Lenin a su modo tal vez, pero spintissimo. Nada que le coloque fuera de la posición de centro absoluto de todo; muy amigos, muy compañeros los que le obedecen ciegamente, o que simplemente le obedecen; el resto, si no ha de estar bajo de él, debe desaparecer y le combate. Su programa, repito, no lo conozco, pero me basta saber del latinoamericanismo en nombre del cual actúa para quedar poco entusiasta. Aquí está todo. Recuerdo haber dicho lo primero, y así se lo declararé; lo segundo, en cambio, es una impresión que no he transmitido a nadie, como tampoco he transmitido ni expresado en forma alguna la de la palabrería hueca y desordenada que me produjo esa colaboración aparecida en Amauta.
Pronto le escribiré de nuevo. Estoy en tratos con la casa Vallecchi para una cosa interesante: la publicación anual de una obra peruana, traducida, por cuenta de este editor; aún no estamos de acuerdo sobre las condiciones; él trata de obtener una promesa de compra, aunque sea por un número reducido de ejemplares, y yo de sacar la cosa adelante por el solo ofrecimiento de apoyar la difusión en el Perú, para lo cual he dado el nombre y dirección de usted. Insisto en mi fórmula que parece una tontería, porque sé que Vallecchi cuenta con apoyos del gobierno italiano para emprender esta clase de propaganda enderezada a estrechar las relaciones con Latinoamérica...
Muchos saludos para su mujer y caricias para los niños, también de parte de los míos.
Ud. reciba un abrazo fraterno
Palmiro
Anexo: 1 cheque por L. 14.

Macchiavello Gonzales, Palmiro

George Brandes

Casi simultáneamente nos llegan los ecos de dos funerales europeos: el de George Brandes el de Rainer María Rilke. Los dos, el crítico danés y el poeta alemán, pertenecían a la estirpe, cara a Goethe y a Nietzche, de los buenos europeos. George Brandes, sobre todo, puso su mayor empeño en adquirir y merecer este título. El estudio de la obra de Ibsen, que fue uno de los primeros en explicar a Europa, le reveló lo difícil que es para un escritor superar las barreras de su idioma, cuando este no es un idioma muy difundido. Brandes resolvió escapar a esas barreras, escribiendo en alemán. Dominaba el alemán, el francés y el inglés como su lengua propia. Del francés decía que sería siempre para él la lengua de los artistas y de los hombres libres. Protestó siempre contra las limitaciones de todo nacionalismo.
No se le define, sin embargo, cuando se le llama internacionalista. Más que internacionalista era antes un europeista. El internacionalismo del siglo diecinueve -, y Brandes se sintió siempre un hijo de su siglo- tuvo sus fronteras, que si no fueron, precisamente, las de un continente, fueron las de una raza: la raza blanca. Lo que descubrió este siglo no fue la solidaridad de todos los pueblos, sino la solidaridad de los pueblos blancos. El sello occidental o blanco del internacionalismo de esos tiempos está impreso hasta en la práctica de las internacionales obreras.
Judío, Brandes procedía de una raza que parece predestinada para empresas universales y ecuménicas y a la que los nacionalismos europeos miran con encono por esta aptitud o destino. Pero Brandes se mantuvo a cierta distancia del mesianismo mundiales. Estaba demasiado enamorado de Occidente y, más que de Occidente, de Europa, para que lo atrajeran dormidas culturas y aletargadas razas.
Los rasgos esenciales de George Brandes son su individualismo y su racionalismo. Bajo este aspecto, fue también un hijo de su siglo. No entendió nunca el demos, ni amó jamás la masa. El culto de los héroes ocupó perenne y ardientemente su espíritu. Le tocó, sin embargo, pensar y obrar como un representante de un siglo de democracia burguesa y liberal. Pero no aceptó el título de demócrata, sin vacilaciones y sin escrúpulos, provenientes de su convicción de que ninguna gran idea, ninguna gran iniciativa habían emanado nunca de las masas. “El gran hombre -afirmaba- no es el resumen de la civilización ya existente, es la fuente y el origen de un estado nuevo de civilización”. Por eso prefería titularse radical. Su famoso estudio sobre Nietzche, de quien fue grande y devoto amigo, se subtitulaba “Ensayo sobre el aristocratismo radical”.
Por su individualismo y por su racionalismo, George Brandes no podía amar este siglo, contra el cual empezó a malhumorarse de la propagación desde la filosofía bergsoniana. En una entrevista con Federico Lefevre, de hace dos años, recordaba el mismo una frase suya, pronunciada dos años atrás en su conferencia en Londres: “La intuición, he aquí una cualidad que hay que dejar a los admiradores de MR. Bergson”. Su racionalismo ochocentista, reaccionaba agriamente contra toda tentativa de disminuir el imperio de la razón. El freudismo era una de las corrientes de este siglo que más le disgustaba. No obstante el vínculo racial del judaísmo, -que juntó sus hombres en el comité de dirección de “La Revue Juive”- Brandes trataba con pocas consideraciones a Freud, cuyas teorías calificó una vez de “fantasías obscenas e inhumanas”. Así como la intuición debía ser dejada a los admiradores de Bergson, el psico-análisis debía abandonarse a sus cultivadores de América. Para Brandes, el hombre de pensamiento más grande de hoy era, sin disputa, Einstein. ¿Por qué? No es difícil adivinarlo. Porque en Einstein reconocía, ante todo, un representante del racionalismo. Todas sus conclusiones -decía- son verificables.
George Brandes no podía, absolutamente, comprender esta época, que repudiaba en bloque. Su criticismo ochocentista, descendiente en parte del de Renán, -sobre escribió fervorosas e inteligentes páginas, en sus buenos tiempos,- se había tornado un pesimismo negativo, no menos radical que su antiguo aristocratismo. El bolchevismo y el fascismo eran para Brandes fenómenos totalmente ininteligibles. El naufragio de sus viejos y caros ideales lo hacía pensar que no quedaban más ideales en el mundo ni en Europa. Al periodista norteamericano Clair Price, que lo entrevistó poco antes de su muerte, le confesó todo su desencanto, más que crepuscular, apocalíptico. “¡Europa! ¿Existe aún la idea de Europa?” Brandes no hablaba como si con él se acabara una época, sino como si con [él] se acabara Europa.
No hay que sorprenderse, pues, de que los intelectuales de hoy lo mirasen con un sobreviviente del siglo XX. Extremando este juicio, o asimilando al del propio Brandes, Clair Price lo llamaba “un europeo que ha sobrevido a Europa”. Otros escritores contemporáneos, más distantes de su espíritu y de su mentalidad, -porque repudian por herético cuando no por estúpido el siglo diecinueve. Pareció a los hiperbóreos la síntesis terinitaria de Voltaire-Taine-Heine. Hizo carrera como revelador y apóstol de Ibsen, Nietzche, Strindberg, etc., pero no consiguió jamás descubrirse a sí mismo y los últimos apóstoles de su gloria danesa reblandecer solo”.
Papini cometía la más grande injusticia, en este juicio sumario al confinar la figura y la obra de Brandes dentro de los confines de Dinamarca. Desterrado en su juventud de su país, donde su radicalismo chocaba con los residuos del fariseismo conservador, en su vejez le faltado también a la gloria de Brandes la ratificación de la mayoría de los suyos. Nacionalistas y revolucionarios lo declaran distante y extraño a ellos.
Pero el nombre de Brandes queda, de toda suerte, escrito honrosamente en el escalofón intelectual del siglo diecinueve. Su obra capital, seis volúmenes sobre las grandes corrientes de este siglo, -aunque no abarcan, propiamente, sino su primera mitad- le asegura un puesto de honor en su tiempo. Y tiene, además, Brandes un mérito que nadie puede contestarle: su intransigente y apasionada fidelidad a sus ideales. En esta época en que ante la novedad reaccionaria, abdican tantos viejos representantes del pensamiento demo-burgués, ese mérito hace particularmente respetable la figura de Brandes, el “buen europeo” que no quiso jamás renegar este título.

José Carlos Mariátegui La Chira

Carta de Luis Varela Orbegoso (Clovis), 15/3/1927

Su Casa, 15 de marzo de [1927]
Señor D. José Carlos Mariátegui
Mi querido amigo:
Recibí su carta y los artículos de Vallecito.
Tomo con mucho gusto los artículos, abonando por ellos cinco libras que es lo mismo que di a Vallecito por otros dos que me envió y publiqué en el Boletín.
Pero, el pago no puedo hacerlo en el acto por que el número del 31 de marzo está ya en prensa y los artículos de Vallecito no podían aparecer sino en el número de junio y la Universidad sólo paga a la aparición del artículo. Tal vez podríamos hacer algo en favor de Vallecito, pero esto no podrá ser sino en los primeros días de mayo.
Suyo, con todo mi afecto
Luis Varela Orbegoso

Varela y Orbegoso, José Luis

Carta de Francisco Chuqiwanqa Ayulo, 6/2/1927

Lampa, 6 de febrero de 1927
Señor José Carlos Mariátegui.
Director de Amauta. Lima.
Al escribirle, quiera U. honrarme con su amistad. Como siempre en espera ansiosa de Amauta, ayer he recibido el N° 5, de Enero ppdo. Y al leerlo ávidamente, me he encontrado con “El caso Chuquihuanca Ayulo”. Naturalmente es pues indecible mi gratitud por las bondadosas líneas que me dedica y la publicación de mi oficio de 15 de agosto de 1926 dirigido a la Corte de Puno. No es un asunto personal que sostengo, sino una cuestión de principios dentro de las mismas leyes que nos rigen hoy; y no busco sino un átomo de equidad, no digo de justicia. Pero creo que ni éste lo obtendré.
He leído “González Prada y Urquieta” por Miguel Ángel Urquieta. Es el mismo artículo que publicara en El Diario con el epígrafe “Ideas y hombres del Perú” aunque, según recuerdo de dicho artículo, cuyo recorte se lo di a Mostajo, lo ha variado en algunas partes. Así, en ése no se hacía la menor alusión a Mostajo; y éste me dijo que le iba a escribir a Miguel Ángel, haciéndole presente que ese programa del Partido Liberal, lo había formulado él solo, si bien la comisión de redacción fue nombrada de tres. Allí tampoco había la imprecación de los “catones que se alquilan” dirigida a González Prada, que al contestarle no habría dejado de referirme a ella. La copia que le incluyo, de la cartita que remití a Miguel Ángel, la remití por la vía Nueva York a La Paz, por la inseguridad del correo de Maldonado. Sé que sólo últimamente llegó a manos del señor González; y no se ha publicado. Si U. creyera oportuno publicarla, se lo agradecería en homenaje a la causa. No he querido alterarla, pero como es extensa por las copias q’ hago, U. mi bondadoso noble amigo, tiene carta blanca en el asunto.
Sin tiempo para más, por la premura del correo, quedo muy sinceramente suyo
Chuqiwanqa Ayulo

Chuqiwanqa Ayulo, Francisco

Carta de Felix del Valle, 30/1/1927

Madrid, 30 de enero de 1927
Querido Mariátegui:
Jamás me he encontrado en una situación de miseria como la que estoy pasando. Rada y Gamio me ha suprimido la asignación, súbitamente, en pleno invierno europeo, haciéndome pasar los días con hambre y con frío. Este mes de Enero, el más terrible de Madrid, no lo olvidaré nunca. Vivo peor que el más abandonado de los hombres. En un cuarto en que no me es posible siquiera escribir porque las manos se me entumecen de frío; almorzando, cuando puedo, un solo plato. No tengo a quien pedirle nada; además, en Europa, Ud. lo sabe, no hay quien dé nada. La lucha por la vida es cada vez más horrible y está cada vez más cruelmente planteada.
El año anterior fui a París: Una enfermedad al estómago que, para colmo de mis infortunios, ha reaparecido ahora, debido a las malas y deficientes alimentaciones, exigió tal viaje. Los médicos de Madrid consideraban indispensable una operación; los amigos me aconsejaban que fuera a París, donde un especialista famoso. Y fui. Éste me curó, apurando, además, que era innecesaria la operación y que para evitarla definitivamente, precisaba que me sometiera, durante mucho tiempo, a un régimen estricto. Suponga Ud. lo que ha significado económicamente ese viaje. A Belmonte, que es aquí, mejor que un hermano para mí, le debo tal vez mi salvación. Ya no le puedo pedir más. Por otra parte siempre está viajando y es difícil verlo. Antes como tenía teléfono la casa en que yo vivía me llamaba a menudo, ahora no le he dado siquiera la dirección de mi cuarto porque me parecería demasiado deberle más de lo que le debo.
Con El Sol estoy mal, aunque es posible que en estos días transija y Ortega me arregíe uno o dos artículos al mes. Esto no resuelve nada tampoco. Pagan una miseria. En Prensa Gráfica tendré que colaborar, a pesar de que ello es mal visto. Pagan tres duros por artículo, cuando pagan, y tienen todas las plazas ocupadas. Gratis es fácil colaborar en todos los periódicos. Pero ello, como Ud. comprende, no es aliciente para mí que no pretendo regresar ‘triunfante’ a ninguna parte. Quiero únicamente vivir de mi trabajo.
La actitud de Alfredo Piedra me desconcierta. Eduardo Leguía, el ministro del Perú aquí, le ha hecho un cable. Yo, otro. A mi familia le ha dicho que no puede hacer nada por mí. No le creo. Si está mal con Rada está bien con el Presidente y la pensión que a mí me enviaban no grava un presupuesto. Sobre todo cuando aquí mismo hay dos propagandistas que no conocen a nadie ni saben nada percibiendo ochenta libras uno y cuarenta y cinco, otro.
Alfredo no ha contestado a ninguno de esos cables. A mí no me extraña ya nada, querido Mariátegui. Lo siento más que por mí, aunque no esté en edad de soportar miserias, por mis pobres hermanas huérfanas. Piedra al salir de El Comercio me dijo que se hacía responsable de mi porvenir. Bastante me ha servido, pero no lo suficiente, para dejarme en un estado de perfección. En el momento en que más lo necesito, cuando sano ya, libre de la tara que en mí dejó el vicio, cuando es el momento de estudiar y de aprovechar siquiera dos años más de Europa, me abandona. Véalo Ud., si puede, y expóngale mi situación. Ud. sabía hablarle; yo, ahora, no sé ni cómo le escribo.
Dígale que no me haga pasar por la humillación de pedirle algo a El Comercio. Si ve Ud. que nada se puede conseguir de él, le ruego, querido Mariátegui, que busque a Óscar Miró Quesada y le pida a mi nombre seis u ocho libras mensuales, seguras, firmes, por dos o tres artículos al mes para El Comercio. Creo que Óscar y don Aurelio me quieren. De aquél tengo recibidas numerosas pruebas de afecto y del hijo de don Aurelio, a quien tuve el gusto de pasear en Madrid, también.
A este recurso sólo acudirá Ud. en último extremo, cuando se cerciore de que Alfredo no quiere hacer nada por mí.
Mientras tanto le envío 6 crónicas escritas todas en un mismo día, aquí y allá, donde me lo ha permitido el frío y el hambre. Véndalas Ud. lo mejor que pueda. A Vegas dígale que le pague bien y que me insinúe qué es lo que quiere que le envíe, siempre por intermedio de Ud. Desde ahora, querido Mariátegui, le encargo a Ud. que me coloque mis crónicas. Hay mucha informalidad en Lima. El pobre Vallejo pasa en París miserias sin cuento y si no fuera por una beca que tiene aquí, en la Facultad de Jurisprudencia, y que le da 300 o 400 pesetas mensuales, se moriría de hambre: estaría como yo.
Por eso le ruego otra vez que venda enseguida las crónicas que le mando. Si saca Ud. por ellas más de diez libras avíseme por cable la remisión del dinero en esta forma: Valle Lipria, Madrid. Recoja.
No necesita Ud. firmar. Ya sabría de lo que se trataba. Elija Ud. el Banco Alemán siempre. 200 o 300 pesetas remitidas inmediatamente, a los dos o tres días de que estas crónicas estén en su poder, equivale a que no me echen del cuarto en que vivo y a que coma unos cuantos días. Entonces podré escribir, sobre todo para Amauta, que es una revista formidable. Aquí le consideran mucho. Guillermo de Torre me ha pedido su libro, La Escena Contemporánea, para escribir sobre él. Yo no le conozco personalmente, pero se lo he enviado con un amigo de ambos. La Libertad se ha ocupado de Amauta y, en general, tiene ambiente, en este pequeñísimo ambiente intelectual de Madrid, donde Sassone ‘triunfa’...!
Con Falcón nos escribimos a menudo. Sé que estuvo últimamente en París y Vallejo, en su último viaje, me dijo que iba a sacar allí una revista. Falcón trabaja mucho y se ha hecho. Es hoy un estupendo periodista. Me ha invitado a pasar un mes en su casa, en Londres... ¡Qué ironía!...
Al Perú no pienso regresar por ahora, aunque tampoco me quedaría otro invierno aquí. No tengo fuerzas físicas para ello. Me convendría estudiar, vivir alejado de lo que en Lima tanto daño me hizo, dos o tres años más. Que lo consiga depende del interés que Ud. se tome por mí. Si Ud. me asegura, a cambio de artículos, diez o quince libras mensuales permanacería aquí un par de años, escribiendo para ésa cuanto fuera necesario. Hágalo Ud., Mariátegui, hablando con quienes Ud. crea que son nuestros amigos en los periódicos o fuera de ellos.
A mis hermanas no podré ya darles nada. Les escribo diciéndoles que vayan a vivir con el hermano Amado, que también vive en la miseria. Qué caos, querido Mariátegui.
En fin, no quiero cansarle más. Sé que a Ud., tan ocupado, le impongo una tarea que le robará tiempo. Ya veré la forma de pagarle. Ud. siempre me ha sabido perdonar y yo siempre le he sabido querer.
Perdóneme Ud., una vez más, y reciba un fuerte abrazo de su amigo y compañero que tanto le extraña.
Félix del Valle
P.D. No creo que ninguno de estos artículos sirvan para Amauta. Le enviaré más adelante un artículo mensual para su gran revista.
Ahora venda Ud. los 6. Colóquelos y por cable gíremelos. Espero tener lo que sea a fines de Febrero. Es lo único con que cuento. Después me escribirá sobre lo que debo hacer para sumar, fijamente, las diez o quince libras mensuales que pretendo. Si puede Ud. conseguir algún adelanto sobre futuras crónicas englóbelo al giro.—V.
Habría querido dialogar con Ud., pero estoy sólo para monólogos vulgares. Una crónica puede Ud. venderla a Varela, la mona Clovis, para la Universidad.

Valle, Félix del

Carta de Enrique Bustamante y Ballivián, 29/1/1927

Montevideo, 29 de enero de 1927
Mi querido Mariátegui:
Tiempo hace que no tengo noticias directas suyas lo que bien me explico por sus labores recargadas con Amauta. Recibí los últimos números. De La Cruz del Sur me dicen que sólo han recibido el tercero. Hay que ser exactos con los canjes. Oribe me dice lo mismo, que sólo recibió el N° 3. —Yo recibí El Nuevo Absoluto que me mandó Veguitas. Lo han buscado en las librerías algunos amigos y no ha llegado. Su Escena aquí se ha leído y se ha vendido y ha hecho buena labor para los otros libros. Es necesario que vengan. Inútil es decir que estoy aquí para todo lo que quiera hasta fines de abril, salvo mejor acuerdo de las cosas. La Ibarbourou me dio unos inéditos que iba a repartir entre usted y Veguitas, pero me acaba de mandar decir que los ha corregido y que me espere la nueva copia. Son de una forma que acusa evolución hacia lo moderno. Irán por el próximo correo. He escrito a Roberto A. Ortelli que le mande algunos ejemplares de mis Anti-Poemas a Minerva para que ustedes se encarguen de la venta. Ese contacto puede aprovecharse para que ustedes entren en relación con la editorial Inca que da muchas cosas nuevas e interesantes argentinas que no llegan a Lima. En correo pasado le mandé mi libro, y en el mismo paquete un ejemplar para Bazán, que le pido haga llegar a sus manos.
Perdone esta carta telegráfica e incoherente y reciba el afectuoso saludo de su amigo,
Bustamante

Carta a Mario Nerval, 14/1/1927

Lima, 14 de enero de 1927
Señor Mario Nerval
Oruro
Estimado compañero y amigo:
Le ruego perdonarme el retardo con que le escribo. Mi excesivo trabajo, agravado por una salud inestable, me impide casi completamente atender a mi correspondencia que, con motivo de la aparición de Amauta, se ha hecho excepcional. Su carta, como otras muchas de análogo valor, me complacen grandemente, porque me prueban que el esfuerzo que cumplimos en el Perú algunos intelectuales tiene extensa resonancia.
Tenía ya noticias de Ud. Sus cartas completan nuestro conocimiento. Espero y reclamo ahora su colaboración en las páginas de Amauta. Nuestra revista debe representar el pensamiento de todos los intelectuales que asumen análoga actitud renovadora.
Amauta ha sido entusiastamente recibida en todo el Perú. Su economía está calculada sobre la base de una circulación mínima de 4000 ejemplares, pues queremos mantenerla al alcance del pueblo. Del número 5 hemos hecho un tiraje de 3500 ejemplares. Espero, pues fundadamente que pronto la existencia de la revista pueda quedar asegurada.
Desde el número 3 le hemos enviado diez ejemplares. Y encargué al amigo Urquieta de La Paz que le remitiera diez ejemplares del N° 2, ya que parecía que no había colocado todos los que se le enviaron. Por este correo recibirá Ud. además su colección de la edición “Amigos de Amauta”, en la que sólo falta el número 1, próximo a reimprimirse.
Con cordial sentimiento de amistad, me es grato suscribirme de Ud. afmo. compañero
José Carlos Mariátegui

José Carlos Mariátegui La Chira

Carta de Camilo Blas, 30/12/1926

Kosko, 30 de diciembre de 1926
Amigo Mariátegui:
He sido muy gratamente sorprendido de recibir su gentil envío del ejemplar de Amauta que reproduce algunos cuadros míos, junto con su atenta carta que me trae su generoso y cordial mensaje e invitación para colaborar en dicha revista. Por todo ello reciba Ud. mis más sinceros agradecimientos, y cuente desde hoy con mi amistad y mi concurso modesto para la obra de Amauta que merece toda mi simpatía y cuya trascendencia aquilato.
Por lo pronto no me es posible cumplir con lo que me solicita, pero procuraré hacerlo pronto. Nuestro amigo el pintor Sabogal puede proporcionarle, mientras tanto, reproducciones fotográficas de algunos de mis trabajos últimos que Ud. juzgue aprovechables.
Reciba Ud. la expresión de mi mayor aprecio.
Su amigo
Camilo Blas

Blas, Camilo

Carta de Max Jiménez, 28/12/1926

28 de diciembre de 1926
Señor don José Carlos Mariátegui
Lima
Muy señor mío:
Me permito incluirle copia de un artículo que he entregado al maestro García Monge; y espero con sus opiniones.
Le ruego contarme entre los suscriptores de Amauta y si no es de su desagrado le enviaré uno que otro trabajito.
Su atento seguro servidor.
Max Jiménez

Jiménez, Max

Carta de César Vallejo, 10/12/1926

París, 10 de diciembre de 1926.
Mi querido compañero:
Agradezco a usted en lo que vale el bondadoso juicio que me envía publicado en Mundial, relativo a mi labor literaria. Varios pasajes de su cariñoso ensayo llevan tal voluntad de comprensión y logran interpretarme con tan penetrativa agilidad, que leyéndolos me he sentido como descubierto por la primera vez y como revelado en modo concluyente. Su ensayo, sobre todo, está lleno de buena voluntad y de talento. Le agradezco, querido compañero, por ambas cosas.
He recibido Amauta. Sigo con fraternal y fervorosa simpatía los trances y esfuerzos culturales de nuestra generación, a cuya cabeza está usted y están otros espíritus sinceros como el suyo. En estos días enviaré a usted con todo cariño algún trabajo para Amauta, cuyo éxito y acción renovatriz en América celebro de corazón, puesto que ella es, como usted me dice, “nuestro mensaje”. Creo que esta resonancia ha de crecer, contribuyendo así a densificar más y más la sana inspiración peruana de nuestra acción ante el continente y ante el mundo.
Próximamente le escribiré acerca del libro que me pide para la Editorial Minerva. Pueda ser que ese libro esté listo muy en breve.
Un afectuoso saludo para todos los buenos amigos de Amauta y para usted un estrecho abrazo de su devoto compañero.
César Vallejo

Vallejo, César

Krassin

Krassin

La figura de Leonidas Borisovitch Krassin era, seguramente, la más familiar al Occidente entre todas las figuras de la Rusia Sovietista. El motivo de esta familiaridad es demasiado notoria. Krassin, comisario de comercio exterior, resultaba el más conspicuo agente viajero de los soviets. Intervino en las negociaciones de Brest Litowsk. Y desde entonces representó a los soviets en casi todas sus transacciones con la Europa Occidental. Suscribió en 1920 el tratado comercial entre Rusia y Suecia. Negoció en 1921 el primer convenio comercial entre Inglaterra y los Soviets. Concurrió a las conferencias de Génova y La Haya. Representó, en fin, a Rusia como embajador en Inglaterra y Francia.

Agente comercial, más que agente diplomático, Krassin ponía al servicio de la revolución rusa su capacidad y experiencia en los negocios. Rusia no habla en Occidente en nombre de ideales comunes sino de intereses recíprocos. Esto es lo que diferencia y caracteriza fundamentalmente a su diplomacia. Un embajador de Rusia en Londres, París, o New York, no necesita ser diplomático sino en la medida en que necesita serlo, por ejemplo, un banquero. En su servicio diplomático, a los soviets no les hacen falta literatos ampulosamente elocuentes ni pisaverdes encantadoramente imbéciles. Les hacen falta técnicos de comercio y finanzas.

La prestancia de Krassin, en este campo era extraordinaria. Krassin, uno de los más notables ingenieros rusos, provenía de la más alta jerarquía técnica e industrial. Había llegado a ocupar, con la guerra, la dirección de los negocios y establecimientos rusos de la poderosa firma alemana Siemens Shuckert.

Pero solo esta capacidad técnica no lo habilitaba naturalmente para pasar a un puesto de compleja responsabilidad en el gobierno socialista de Rusia. Antes que ingeniero y financista, Krassin era un revolucionario. Toda su historia lo atestiguaba. Salido de una familia burguesa, Krassin desde su juventud dio su adhesión al socialismo. Muchas veces la persecución de la policía zarista le forzó a interrumpir sus estudios. Su inquietud espiritual, su sensibilidad moral, no le permitían clausurarse egoísta y cómodamente dentro de los confines de una profesión. Por esto, consagró todas sus energías a la propaganda revolucionaria. Y, más tarde, cuando sus aptitudes lo señalaron entre los más brillantes ingenieros de Rusia, Krassin mantuvo su fe y su filiación revolucionarias. Tal como antes comprometieron sus estudios, esta filiación, esta fe, comprometían entonces su carrera. Krassin, sin embargo, continuaba trabajando por la revolución. A la represión zarista estuvo siempre sindicado como un conspirador, vinculado a los más peligrosos enemigos del orden social. Únicamente su eminente situación profesional, sus potentes relaciones industriales pudieron salvarlo de la deportación permanente a que estaban condenados virtualmente los líderes bolcheviques.

Krassin representa un caso poco frecuente en la burguesía profesional. En el ambiente de los negocios, es raro que un hombre conserve un amplio horizonte humano, un vasto panorama mental. Por lo general, muy pronto lo aprisionan y lo encierran los muros de un profesionalismo tubular o de un egoísmo utilitario y calculador. Para saltar estas barreras, hay que ser un espíritu de excepción. Krassin lo era incontestablemente. En un período de victorioso despotismo reaccionario, cuyas encrucijadas sombrías o cuyos dorados mirajes desviaban a los espíritus hesitantes y apocados, Krassin conservó intacta su esperanza en el triunfo final del proletariado y del socialismo.

Por eso Lenin, cuando este triunfo vino, llamó a Krassin a ocupar a su lado uno de los puestos de más responsabilidad en el gobierno revolucionario. El gran caudillo de la Revolución rusa sabía que Krassin no era solo un técnico idóneo sino también un idóneo socialista.

Lenin, como lo recuerdan sus biógrafos, no se mostró nunca embarazado en su acción ni en sus decisiones por sentimientos de puritanismo estrecho ni por prejuicios de moral burguesa. Pero exigió siempre en los conductores de la revolución una historia de intachable fidelidad a este respecto. Su respuesta a un ex-socialista revolucionario alemán, enriquecido deshonestamente durante la guerra, que solicitó su permiso para volver a su puesto en el movimiento proletario: “No se hace la revolución con las manos sucias”.
No es posible pretender ciertamente que los adversarios naturales de la revolución tributen a las cualidades superiores de un hombre como Krassin el homenaje de respeto que no les regatea ninguna inteligencia libre y clara. Pero, al menos, hay derecho para exigirles que ante los despojos de un hombre cuya vida heroica y noble queda definitivamente incorporada en la historia, sepan comportarse con dignidad y altura polémicas. Complacerse en esta ocasión en pueriles evocaciones del frac, la camisa y la vajilla del Embajador -porque no quiso prestarse a los juegos y diversiones estragadas de la burguesía occidental convirtiéndose, con ridícula cursilería demagógica, en el personaje pintoresco de los salones diplomáticos- es mostrarse incapaces de entender y apreciar el valor, el espíritu y el idealismo del Hombre. Los que sin duda han leído a Plutarco podrían tener una actitud más discreta.

Un hombre fuerte, puro, honrado -que ha servido abnegadamente una gran idea humana- ha cumplido su jornada. Su vida queda como una lección y como un ejemplo. Su nombre está ya no solo escrito en la historia de su patria sino en la historia del mundo. No es fácil decir lo mismo de todos los que inciensan pródiga e inocuamente, en sus féretros, la prosa hiperbólica de las necrologías periodísticas.

José Carlos Mariátegui

José Carlos Mariátegui La Chira

Carta de César Falcón, 3/12/1926

26, Bellevue Road.
West Ealing,
London, W.13.
3 de diciembre de 1926
Querido José Carlos:
Quería, como te ofrecí, enviarte un ensayo sobre los indios y el indianismo. Pero aún no lo he terminado y quiero ir pensándolo bien. Ahora te envío este estudio sobre la cuestión minera ingle­sa. Puedes publicarlo, si te parece mejor, en dos números o, si lo prefieres, en uno. Constantemente te mandaré artículos.
Todavía no recibo carta ninguna tuya. Escríbeme. Dame noticias de todo. De tu salud particularmente.
Continúo la organización de Historia Nueva. Como ya habrás visto, es una organización muy vasta y morosa. Pero avanza seguramente. Necesito la lista de colaboradores peruanos. No sólo escritores, sino hombres de distintas actividades. Enviámela pronto, en el día, porque ya me hace falta publicarla. Ya tengo casi todas.
Pronto te enviaremos el cuadro.
Con recuerdos míos y de mi mujer para los tuyos, te abraza fraternalmente.
César.

Falcón, César

Carta de Stephen Naft ,4/11/1926

[New York], 4 de noviembre dc 1926
Sr. Don José Carlos Mariátegui
Director del Amauta
Casilla 2107
Lima. Perú.
Estimado Compañero:
Le estoy muy agradecido por haberme mandado su muy interesante revista Amauta. Le mandamos incluso un billete americano de $2.–– para la suscripción. Mándenos todos los números que habrán aparecido desde el primer número.
Siento mucho que Ud. no nos ha respuesto a nuestra carta pidiéndole su colaboración y particularmente un artículo sobre las aspiraciones y el movimiento de los indígenas. Vd. en Lima también me ha prometido mandarme estos números del Mundial en los que aparecen o aparecieron sus artículos.
Le ruego mandarme un recibo para la contabilidad.
Esperando de tener sus noticias en poco tiempo, le saludo fraternalmente
S. Naft
Director Sección Latino Americana

Naft, Stephen

Eugenio V. Debs

Eugenio V. Debs

Eugenio V. Debs, el viejo Gene, como lo llamaban sus camaradas norteamericanos, tuvo el alto destino de trabajar por el socialismo en el país donde más vigoroso y próspero es el capitalismo y donde, por consiguiente, más sólidas y vitales se presentan sus instituciones y sus tesis. Su nombre llena un capítulo entero del socialismo norteamericano, que contra lo que creen, probablemente, muchos, no ha carecido de figuras heroicas. Daniel de León, marxista brillante y agudo que dirigió durante varios años el Socialist Labour Party y John Reed, militante de gran envergadura, que acompañó a Lenin en las primeras jornadas de la revolución rusa y de la Primera Internacional, comparten con Eugenio Debs la cara y sombría gloria de haber sembrado la semilla de la revolución en los Estados Unidos.

Menos célebre que Henry Ford cuya fama pregonan en el mundo millones de automóviles y affiches, Eugenio Debs, de quien el cable nos ha hablado en ocasión de su muerte como de una figura “pintoresca”, era un representante del verdadero espíritu, de la auténtica tradición norteamericana. La mentalidad y la obra del desnudo y modesto agitador socialista influyen en la historia de los Estados Unidos cien mil veces más que la obra y los millones del fabuloso fabricante de automóviles. Esto naturalmente no son capaces de comprenderlo quienes se imaginan que la civilización es solo fenómeno material. Pero la historia de los pueblos no se preocupa, por fortuna, de la sordera y la miopía de esta gente.

Debs entró en la historia de los Estados Unidos en 1901, año en que fundó con otros líderes el partido socialista norteamericano. Dos años más tarde este partido votó por Debs para la presidencia de la República. Este no era por supuesto sino un voto romántico. El socialista norteamericano no miraba en las elecciones presidenciales sino una coyuntura de agitación y propaganda. El candidato venía a ser únicamente el líder de la campaña.

El partido socialista adoptó una táctica oportunista. Aspiraba a devenir el tercer partido de la política yanqui, en la cual, como se sabe, hasta las últimas elecciones no eran visibles sino dos campos, el republicano y el demócrata. Para realizar este propósito el partido transigió con el reformismo mediocre y burocrático de la Federación Americana del Trabajo, sometida al cacicazgo de Samuel Gompers. Esta orientación era la que correspondía a la mentalidad pequeño-burguesa de la mayoría del partido. Pero Debs, personalmente, se mostró siempre superior a ella.

Cuando la guerra mundial produjo en los Estados Unidos una crisis del socialismo, por la adhesión de una parte de sus elementos al programa de reorganización mundial en el nombre del cual Wilson arrojó a su pueblo a la contienda, Debs fue uno de los que sin vacilaciones ocupó su puesto de combate.

Por su propaganda anti-bélica, Debs, encarcelado y procesado como derrotista, resultó finalmente condenado a diez años de cárcel. Mientras la censura se lo permitió, (…).

José Carlos Mariátegui La Chira

Carta a Emilio Roig de Leuchsenring, 24/10/1926

Lima, 24 de octubre de 1926
Señor Emilio Roig de Leuchsenring
Habana
Estimado compañero:
Cuando Oliverio Girondo estuvo en La Habana me escribió que contaba con Ud. y sus amigos del grupo minoritario o renovador para la realización de su proyecto de intercambio y vinculación de los grupos de vanguardia de América. La fundación de la revista Amauta, que debe Ud. haber recibido, me ofrece la oportunidad de dirigirme a Ud. para que se cumpla ese intercambio entre los escritores vanguardistas de Cuba y el Perú. Yo le mandaré originales de los peruanos; Ud. me enviará textos de los cubanos, conforme al plan al cual me comunicó Girondo que Uds. habían dado su adhesión. Amauta se ha permitido ya considerarlo en el elenco de sus colaboradores. Y para iniciar el intercambio le envío unos apuntes míos sobre Eguren.
Le ruego comunicar mi invitación a Jorge Mañach, Agustín Acosta y demás compañeros y aceptar el cordial testimonio de mi amistad y estimación.
José Carlos Mariátegui

José Carlos Mariátegui La Chira

Carta de Honorio F. Delgado, 19/10/1926

Magdalena, 19 de octubre de 1926
Muy apreciado señor Mariátegui:
No puedo dejar sin expresar mi gratitud por la nota que ha publicado U. en su hermosa revista "Amauta" , relativa a la manera halagadora como el Prof. Dr. Morselli considera mi labor en el campo del Psicoanálisis.
Aprecio tanto más este gesto suyo, cuanto que ha obrado U. solo por un impulso generoso, por un bello movimiento de su espíritu, verdaderamente heteróclito entre nosotros, que al mismo tiempo que suscita mi agradecimiento, acrecienta mi simpatía hacia su personalidad.
Sinceramente suyo.
H. Delgado

Delgado, Honorio

Carta de José Uriel García, 25/9/1926

Cuzco, 25 de setiembre de 1926
Sr. don José Carlos Mariátegui.
Lima.
Muy estimado amigo:
Disculpe Ud. que recién le envíe el artículo de colaboración ofrecido para su magnífica Revista Amauta, que acabo de conocerla–– el primer número. Sin duda es la mejor publicación editada en ésa, en los últimos tiempos, por su resplandor de modernidad y su altura ideológica, sin llegar al reseco tono académico de ciertas revistas especializadas. Por ello le doy mis sinceras felicitaciones.
El artículo que le mando es un capítulo de un trabajo que estoy preparando, como le dije en mi anterior, sobre El espíritu incaico y la cultura colonial. Ruego a Ud. quiera hacerme el bien de corregir las pruebas con interés, siempre que tenga Ud. por conveniente su publicación.
Veo que su Revista ha sido bastante aceptada por la juventud serrana; parece que hay buena demanda por adquirirla. Lo que nos place a quienes aplaudimos su labor y más que todo la orientación que le ha dado Ud.
Un cordial saludo y un fuerte apretón de manos de su amigo
J. Uriel García

García, José Uriel

Bernard Shaw

Bernard Shaw

Su jubileo ha encontrado a Bernard Shaw en su ingénita actitud de protesta. No ha tenido Shaw en su máximo aniversario honores oficiales como en su patria los ha tenido en menor ocasión el futurista e iconoclasta Filipo Tomaso Marinetti. A su diestra no se ha sentado en el banquete de sus amigos el jefe del gobierno, Mr. Baldwin, sino un viejo camarada de la Fabian Society, Ramsay Mac Donald. El gobierno inglés se ha limitado a impedir la trasmisión radiofónica del discurso del glorioso dramaturgo.
Esta es quizá la más honrosa consagración a que podía aspirar un hombre genial al que la gloria no ha domesticado. Hasta en su jubileo Shaw tenía que ser un revolucionario, un heterodoxo. Bernard Shaw, es uno de los pocos escritores que da la sensación de superar su época. De él no se podrá decir como de Renán que “ne depasse pas la doute”. Shaw es un escéptico del escepticismo. Toda la experiencia, todo el conocimiento de su época están en su obra, pero en ella están también el anhelo y el ansia de una fe, de una revelación nueva. Shaw se ha alimentado de media centuria de cientificismo y de positivismo. Y sin embargo ningún escritor de su tiempo siente tan hondamente como él la limitación del siglo XIX. Pero este siglo XIX no es para Bernard Shaw, como para León Daudet, estúpido por revolucionario ni por romántico, sino por burgués y materialista. Bernard Shaw, aprecia y admira precisamente todo lo que en él ha habido de romántico y de revolucionario. Aprecia y admira a Marx, por ejemplo, que no es la tesis sino la antítesis de ese siglo de capitalismo.
Shaw más bien que un escéptico es un relativista. Su relativismo representa precisamente su rasgo más peculiar de pensador y dramaturgo del Novecientos. La actitud relativista es tan cabal en Bernard Shaw que cuando se divulgó la teoría de Einstein lo único que le asombró fue que se considerase como un descubrimiento. A Archibald Henderson le ha dicho que halló “que Einstein podía ser calificado más justamente de refutador de la relatividad que descubridor de ella”.
Medio siglo de positivismo y de cientificismo ochentista impide a Bernard Shaw pertenecer íntegramente al siglo veinte. A los setenta años Shaw compendia y resume primero toda la filosofía occidental y, luego la traspasa, la desborda. Anti-racionalista a fuerza de racionalismo, físico a fuerza de materialismo, Shaw conoce toda la meta del pensamiento contemporáneo. A pesar del handicap que le imponen sus setenta años, las ha dejado ya atrás. Sus coetáneos le han dado fama de hombre paradójico. Pero esta fama yo no sé por qué me parece un interesado esfuerzo por descalificar la seriedad de su pensamiento. Para no dar excesiva importancia a su sátira y a su ataque, la burguesía se empeña en convencernos de que Bernard Shaw es ante todo un humorista. Así después de haber asistido a la representación de una comedia de Shaw, la conciencia de un burgués no siente ningún remordimiento.
Mas un minuto de honesta reflexión en la obra de Shaw, basta para descubrir que a este hombre le preocupa la verdad y no el chiste. La risa, la ironía, atributos de la civilización, no constituyen lo fundamental sino lo ornamental en su obra. Shaw no quiere hacernos reír sino hacernos pensar. Él, por su parte, ha pensado siempre. Su obra no nos permite dudarlo.
Esta obra se presenta tan cargada de humor y de sátira porque no ha podido ser apologética sino polémica. Pero no es polémica exclusivamente, porque Shaw tenga un temperamento de polemista. La preferencia de Shaw por el teatro nos revela, en parte, que este es su pensamiento. Shaw no ama la novela; ama en cambio, el teatro. Y en el teatro debe sentirse bien todo temperamento polémico, porque el teatro dramatiza el pensamiento. El teatro es contradicción, conflicto, contraste. La potencia creadora del polemista depende de estas cosas. Shaw ha superado a su época por haberla siempre contrastado. Todo esto es cierto. Mas en la obra de Shaw se descubre el deseo, el ideal de llegar a ser apologética. Shaw, piensa que “el arte no ha sido nunca grande cuando no ha facilitado una iconografía para una religión viva”.
Su tesis sobre el teatro moderno reposa íntegramente sobre este concepto. Shaw denuncia lo feble, lo vacío del teatro moderno, no desprovisto de dramaturgos brillantes y geniales como Ibsen y Strindberg; pero sí de dramaturgos religiosos capaces de realizar en esta época lo que los griegos realizaron en la suya. A esta conclusión le ha conducido su experiencia dramática propia: “Yo escogí, dice, como asuntos, el propietarismo de los barrios bajos, el amor libre doctrinario (seudo-ibsenismo) la prostitución, el militarismo, el matrimonio, la historia, la política corriente, el cristianismo natural, el carácter nacional e individual, las paradojas de la sociedad convencional, la caza de marido, las cuestiones de conciencia, los engaños e imposturas profesionales, todo ello elaborado en una serie de comedias de costumbres a la manera clásica que entonces estaba muy fuera de moda, siendo de rigor en el teatro los ardides “mecánicos” de las construcciones parisinas. Pero esto aunque me ocupó y me conquistó un lugar en mi profesión no me constituyó en iconógrafo de la religión de mi tiempo para completar así mi función natural como artista. Yo me daba perfecta cuenta de todo eso, pues he sabido siempre que la civilización necesita una religión, a todo trance, como cuestión de vida o muerte”.
La ambición de Shaw es la de un artista que se sabe genial y sumo: crear los símbolos del nuevo espíritu religioso. La evolución creadora es a su juicio, una nueva religión. “Es en efecto -escribe- la religión del siglo XX, surgida nuevamente de las cenizas del seudocristianismo, del mero escepticismo y de las desalmadas afirmaciones y ciegas negaciones de los mecanicistas y neo-darwinistas. Pero no puede llegar a ser una religión popular hasta que no tenga sus leyendas, sus parábolas, sus milagros”. De esta alta ambición han nacido dos de sus más sustanciosas obras: “Hombre y Super-hombre”, en 1901, y “Volviendo a Matusalen”, en 1902. Pero el genio de Shaw vive un drama tremendo. Su lúcida conciencia de un arte religioso, no le basta para realizar este arte. Sus leyendas demasiado intelectuales, no puedes ser populares, no me parece que logren expresar los mitos de una nueva edad. Hay en su obra una distancia fatal entre la intención y el éxito. El intelectual, el artista, en este periodo histórico no tiene casi más posibilidad que la protesta. Un nuevo agónico, crepuscular, no puede producir una mitografía nueva.

José Carlos Mariátegui La Chira

Carta de José Uriel García, 2/9/1926

Cuzco, 2 de setiembre de 1926
Sr. don José Carlos Mariátegui.
Lima.
Muy estimado compañero y amigo:
Sean bienvenidas sus letras. Me proporciona Ud. la ocasión para colmar un deseo vehemente que tenía de ser su amigo, su amigo, diré, explícito o revelado de palabra, que en espíritu ya dialogaba cordialmente con sus pensamientos, idealidades y orientaciones. También he de agradecer la simpática solicitud del amigo Rado.
Mucho le agradezco por su llamada a colaborar en su obra de alta cultura nacional, tanto en la empresa editora que Ud. dirige como en su revista. A pesar de mis limitadas posibilidades, soy todo fervor para secundarle. Casualmente, me tiene Ud. empeñado en un trabajo de valoración histórica, de una etapa de nuestro pasado, interesante para nosotros los serranos; trabajo y lema ideológico que titulo El espíritu incaico y la cultura colonial, juzgado desde puntos de vista que los creo propios. Por ello no me juzgará Ud. de tradicionalista, pues yo vuelvo al pasado únicamente para valorizarlo y sobre esta base afirmar el futuro, no menos que el presente. En cuanto le dé fin–– casualmente estoy en este empeño–– escribiré a Ud., aprovechando su invitación, pues me sería satisfactorio publicarlo en su empresa.
La labor que estoy realizando espero sea la expiación de faltas cometidas en mis trabajos anteriores, que no han tenido otras miras que las de simple vulgarización. Por eso le pido disculpas por no haberle enviado mi libro La ciudad de los incas, en donde a más de mis errores propios, los hay, creo más abundantes, los del cajista .Ya en una otra edición haré mi enmienda–– ya la estoy haciendo.
En cuanto a la colaboración para Amauta, en un correo próximo le enviaré un artículo, tomándolo de uno de los capítulos (de entre los que tengo ya confeccionados) de la obra del que le hablo. Habrá tiempo, puesto que ha de ser para el segundo número.
Quiera Ud. contarme como un sincero amigo y devoto admirador de su obra literaria.
Le estrecha la mano cordialmente
J. Uriel García

García, José Uriel

Tarjeta a Artemia G. de Falcón, 21/8/1926

José Carlos Mariátegui saluda a la señora Artemia G. de Falcón y le ruega enviarle los artículos de César sobre la huelga minera, que no ha sido posible publicar en Lima, y que pierden cada día su actualidad, a fin de ver si cabe aprovecharlos. Al menos en parte, en "Amauta", la revista que tiene en preparación y uno de cuyos colaboradores es César. "amauta" no podrá por el momento remunerar las colaboraciones, pero hará una excepción con la que César le enviará, para sus próximos números, directa y especialmente. Anticipadas gracias de su respetuoso amigo y S.Sç
José Carlos Mariátegui
Lima 21de agosto de 1926
Con afectuoso y devoto recuerdo.

José Carlos Mariátegui La Chira

Carta de Waldo Frank, 25/7/1926

Bailey Island. Me., 25 de julio de 1926
Dear Friend,
I have nor written you, since I received your book and since you sent your so penetrating and so generous discussion of Rahab. I was happy to read your Escena Contemporanea and to learn from it how close and parallel our awareness of life and our approach to our epoch’s problems are. I feel, that I have won, in distant Peru, a true deep friend and I am grateful.
Tell me, do you read English? If so, I should like to send you books of mine which have not as yet appeared in translation. I feel that I have the right to call on you to read me fully. On the other hand if you are not familiar with English, please tell me, in order that I may henceforth to write you in French (I read Spanish, but I fear I am not at home enough in that language to write a letter in it, without horrible mistakes).
I have read with greatest interest the two issues of El Sembrador sent me by Ramirez i Castillo. How refreshing it is, to learn that there are bodies in South America with such clear, strong purposes. How I wish I could more actually join you! That is the misery of our time: it is so incredibly hard to turn vision and our right impulse into Act. A Union of Latin America— that would be the best thing not alone for all of you, but for us too. If we in the U.S. could realise the existence, south of us, of a mature, integrated world, it would help to sober us from the insane and unchallenged madness of our material success.
You must realise ––all of yo–– that I am with you in spirit. The America I am concerned with is one that can only consider your own America in the light of an equal. And as to you, personally, dear Mariategui, I am happy that you have been moved by my work to write as you have written: I am happy that you are there, at work like myself in the great adventure of making of America a new world indeed. I hope that our realisations will grow closer. I salute you, with deep gratitude and thanksgiving and joyousness.
yours
Waldo Frank
Address:
c/O Boni & Liveright
61 West 48 Street
New York

Frank, Waldo

Carta a Ricardo Vegas García, [7,1926]

[Lima, julio de 1926]
Querido Vegas:
Creo que esta semana habrá que ocuparse de la nueva crisis francesa. Es el tema obligado. Pero si Ud. cree que hay que descamar un poco de política y parlamento, nos ocuparemos de las actitudes actuales del suprarrealismo. Le adjunto los retratos de los cuatro leaders. Si no, éste quedará para la semana próxima. Dígame por teléfono su parecer. ¿Recibió El Nuevo Absoluto?
Suyo afmo.
José Carlos

José Carlos Mariátegui La Chira

James Joyce

El caso Joyce se presenta con la misma repentina y urgente resonancia del caso Proust o del caso Pirandello. James Joyce nació hace cuarenticuatro años. Pero hasta hace pocos años su existencia no había logrado aún revelarse a Europa. Su descomunal novela “Ulysses”, perseguida en Inglaterra por un puritanismo inquisitorial, apareció en París en 1922. El manuscrito de “Dedalus” está fechado en Trieste en 1914. Joyce vivía en ese tiempo en Trieste como profesor de lenguas extranjeras. De Trieste escribía al escritor italiano Carlos Linati sobre su “Ulysses” antes de conseguir verlo impreso: “Es la epopeya de dos razas (Israel-Irlanda) y, al mismo tiempo, el ciclo del cuerpo humano, y también la pequeña historia de una jornada... Hace siete años que trabajo en este libro! Es igualmente una obra de enciclopedia. Mi intención es interpretar el mito sub especie temporis nostri permitiendo que cada aventura (esto es cada hora, cada órgano, cada arte conexa y consustanciada con el esquema del todo) cree su propia técnica. Ningún impreso inglés ha querido imprimir una palabra de esta obra. En Norte América, la revista que la ha publicado ha sido suprimida cuatro veces. Ahora se prepara un gran movimiento contra su publicación por parte de puritanos, imperialistas e ingleses, republicanos, irlandeses y católicos. ¡Qué alianza!”
La divulgación de Joyce en el mundo latino empezó hace dos años en la traducción francesa de “Dedalus” (Editions de la Sirene. París) y la traducción italiana de “Exiles” (Ed. Convengo. Milán). Pero la notoriedad de su nombre era ya extensa. Esta notoriedad se alimentaba, ante todo, del escándalo suscitado por “Ulysses”. Y, en segundo lugar, del estrépito con que descubrían a Joyce algunos críticos cosmopolitas, pescadores afortunados de novedades extranjeras. Valery Larbaud, uno de estos críticos, decía: “Mi admiración por Joyce es tal que yo no temo afirmar que si de todos los contemporáneos uno solo debe pasar a la posteridad, será Joyce”.
He aquí que hoy llega Joyce al español con menos retardo de que España nos tiene habituados a sufrir en la traducción de los libros contemporáneos. Y está bien entrar en James Joyce por el laberinto de “Dedalus”. “Dedalus” es la mejor introducción posible en “Ulysses”. Ahí está ya, sin dunda, -aunque larvada todavía,- la técnica del artista. No aparece aún el “monólogo interior”, con su complicado caos de imágenes, palabras, símbolos, sin puntos ni pausas. Pero en “Dedalus” el, artista, en el fondo, monologa únicamente. No se comenta; se retrata. La sola imagen que encontramos en la novela es, verdaderamente, la suya. Las demás imágenes no hacen sino reflejarse en ella como para contrastar su existencia y, sobre todo, su desplazamiento. Valery Larbaud escribe, apologéticamente, que “Dedalus” es un gran libro y Joyce “toda la literatura inglesa en este momento”. Y, con entusiasmo exaltado, agrega: “En verdad, Yeats no será considerado mañana sino como la más grande figura del Renacimiento irlandés antes de Joyce. “Dedalus” es de la estirpe de “L’Educatión sentimentale” y de la trilogía de Valles. Es la historia del esfuerzo del espíritu por superarse, por superar su medio social, su educación y aún su nacionalidad. Y es por esto que, siendo profundamente irlandés, Joyce es también un gran europeo Él es comparable a los santos intelectuales de la antigua Irlanda que ha jugado un rol tan grande en la cristiandad.”
Joyce, en esta novela, nos conduce por los intrincados caminos de su adolescencia. Uno de los más logrados intentos del libro me parece el de enseñarnos las estaciones y las jornadas de esta dolescencia reviviéndolas, con su música íntima, con su armonía subjetiva, en toda su virginidad, sin que se sienta el viaje. El artista nos descubre su pasado como nos descubriría su presente. No se mezcla a los acontecimientos ningún elemento que delate que lo actual en el relato ha dejado de ser actual en la vida. Ningún elemento de crítica o de opinión con sabor retrospectivo. Las impresiones de la adolescencia de Stephen Dedalus conservan intacta su inocencia.
Stephen Dedalus estudia en un colegio de Jesuitas. Y la novela no deforma ni al estudiante ni al colegio ni a los jesuitas. Todas las cosas, todos los tipos nos son presentados con candor. El artista no los juzga. Stephen Dedalus, buscándose a sí mismo, conoce el pecado y el arrepentimiento, conoce la fe y la duda. Pero, finalmente, las supera. En su peregrinación descubre el arte. El arte no es aún una meta, sino sólo una evasión.
Joyce nos da una versión, única acaso en la literatura, de la crisis de conciencia de un adolescente, con su espíritu religioso y sensibilidad acendrada en un colegio católico. El capítulo en que su adolescencia, con el sabor del pecado carnal en los labios íntimos, pasa por la prueba de unos “ejercicios espirituales”, es un capítulo maravilloso. Joyce da la impresión de conducirnos con lentitud por este atormentado y proceloso episodio. Los hechos transcurren con una morosidad deliberada. Las pláticas del “retiro” están puntualmente y minuciosamente repetidas. Y sin que falte ni una palabra, ni un gesto del predicador. Y, sin embargo, no hay nada demás en el relato. Como lo observa el distinguido crítico español Antonio de Maricharlar, este episodio que fluye en el mismo tiempo que ocuparía en la realidad, “conserva su misma naturaleza”.
Y no todo es lentitud y minucia en “Dedalus”. Las últimas jornadas del viaje están servidas en comprimidos. Las cosas pasan a prisa. Joyce reproduce las notas de un diario que no aprehende sino su esencia. He aquí una muestra de su procedimiento: “22 de marzo. En compañía de Lynch, seguido de una enfermera voluminosa. Iniciativa de Lynch. Abomino esto. Dos flacos lebreles famélicos detrás de una ternera”.
Y dejamos así a Joyce en la estación en que, evadiéndose de su adolescencia, como de un laberinto, se embarca en el tren de las aventuras. Es un viaje sin itinerario, lo aguardaba en Trieste, antesala de su celebridad, un oscuro pupitre de profesor de idiomas extranjeros.

José Carlos Mariátegui La Chira

"Dedalus" o la adolescencia de James Joyce

"Dedalus" o la adolescencia de James Joyce

Ya tenemos en español una parte de James Joyce. No solo una parte de su obra, que no es muy voluminosa, sino una parte de su vida. Una parte del propio James Joyce. Porque “Dedalus”, esta novela que acaba de traducir al español la Biblioteca Nueva, es un “retrato del artista de joven”. “A Portrait of the Artist a Young Man”.

El caso Joyce se presenta con la misma repentina y urgente resonancia del caso Proust o del caso Pirandello. James Joyce nació hace cuarenticuatro años. Pero hasta hace pocos años su existencia no había logrado aún revelarse a Europa. Su descomunal novela “Ulysses”, perseguida en Inglaterra por un puritanismo inquisitorial, apareció en París en 1922. El manuscrito de “Dedalus” está fechado en Trieste en 1914. Joyce vivía en ese tiempo en Trieste como profesor de lenguas extranjeras. De Trieste escribía al escritor italiano Carlos Linati sobre su “Ulysses”, antes de conseguir verlo impreso: “Es la epopeya de dos razas (Israel-Irlanda) y, al mismo tiempo, el ciclo del cuerpo humano, y también la pequeña historia de una jornada... . Hace siete años que trabajo en este libro! Es igualmente una obra de enciclopedia. Mi intención es interpretar el mito sub specie temporis nostri permitiendo que cada aventura (esto es cada hora, cada órgano, cada arte conexa y consustanciada con el esquema del todo) cree su propia técnica. Ningún impresor inglés ha querido imprimir una palabra de esta obra. En Norteamérica, la revista que la ha publicado ha sido suprimida cuatro veces. Ahora se prepara un gran movimiento contra su publicación de parte de puritanos, imperialistas ingleses, republicanos, irlandeses y católicos. ¡Qué alianza!”

La divulgación de Joyce en el mundo latino empezó hace dos años con la traducción francesa de “Dedalus” (Editions de la Sirene. París) y la traducción italiana de “Exiles” (Ed. Convegno. Milán). Pero la notoriedad de su nombre era ya extensa. Esta notoriedad se alimentaba, ante todo, del escándalo suscitado por “Ulysses”. Y, en segundo lugar, del estrépito con que descubrían a Joyce algunos críticos cosmopolitas, pescadores afortunados de novedades extranjeras. Valery Larbaud, uno de estos críticos, decía: “Mi admiración por Joyce es tal que yo no temo afirmar que si de todos los contemporáneos uno solo debe pasar a la posteridad, será Joyce”.

He aquí que hoy llega Joyce al español con menos retardo del que España nos tiene habituados a sufrir en la traducción de los libros contemporáneos. Y está bien entrar en James Joyce por el laberinto de “Dedalus”. “Dedalus” es la mejor introducción posible en “Ulysses”. Ahí está ya, sin duda, —aunque larvada todavía,— la técnica del artista. No aparece aún el “monólogo interior”, con su complicado caos de imágenes, palabras, símbolos, sin puntos ni pausas. Pero en “Dedalus” el artista, en el fondo, monologa únicamente. No se comenta; se retrata. La sola imagen que encontramos en la novela es, verdaderamente, la suya. Las demás imágenes no hacen sino reflejarse en ella como para contrastar su existencia y, sobre todo, su desplazamiento. Valery Larbaud escribe, apologéticamente, que “Dedalus” es un gran libro y Joyce “toda la literatura inglesa en este momento”. Y, con entusiasmo exaltado, agrega: “En verdad, Yeats no será considerado mañana sino como la más grande figura del Renacimiento Irlandés antes de Joyce. “Dedalus” es de la estirpe de “L, Education sentimentale” y de la trilogía de Vallés. Es la historia del esfuerzo del espíritu por superarse, por superar su medio social, su educación y aún su nacionalidad. Y es por esto que, siendo profundamente irlandés, Joyce es también un gran europeo. El es comparable a los santos intelectuales de la antigua Irlanda que han jugado un rol tan grande en la cristiandad”.

Joyce, en esta novela, nos conduce por los intrincados caminos de su adolescencia. Uno de los más logrados intentos del libro me parece el de enseñarnos las estaciones y las jornadas de esta adolescencia reviviéndolas, con su música íntima, con su armonía subjetiva, en toda su virginidad, sin que se sienta el viaje. El artista nos descubre su pasado como nos descubriría su presente. No se mezcla a los acontecimientos ningún elemento que delate que lo actual en el relato ha dejado de ser actual en la vida. Ningún elemento de crítica o de opinión con sabor retrospectivo. Las impresiones de la adolescencia de Stephen Dedali conservan intacta su inocencia.

Stephen Dedalus estudia en un colegio de Jesuitas. Y la novela no deforma ni al estudiante ni al colegio ni a los jesuitas. Todas las cosas, todos los tipos nos son presentados con candor. El artista no los juzga. Stephen Dedalus, buscándose a sí mismo, conoce el pecado y el arrepentimiento, conoce la fe y la duda. Pero, finalmente, las supera. En su peregrinación descubre el arte. El arte, que no es aún una meta, sino sólo una evasión.

Joyce nos da una versión, única acaso en la literatura, de las crisis de conciencia de un adolescente, con espíritu religioso y sensibilidad acendrada en un colegio católico. El capítulo en que su adolescencia, con el sabor del pecado carnal en los labios tímidos, pasa por la prueba de unos “ejercicios espirituales”, es un capítulo maravilloso. Joyce da la impresión de conducirnos con lentitud por este atormentado y proceloso episodio. Los hechos transcurren con una morosidad deliberada. Las pláticas del “retiro” están puntualmente y minuciosamente repetidas. Y sin que falte ni una palabra, ni un gesto del predicador. Y, sin embargo, no hay nada demás en el relato. Como lo observa el distinguido crítico español Antonio de Marichalar este episodio, que fluye en el mismo tiempo que ocuparía en la realidad, "conserva su misma naturaleza".

Y no todo es lentitud ni minucia en “Dedalus”. Las últimas jornadas del viaje están servidas en comprimidos. Las cosas pasan a prisa. Joyce reproduce las notas de un diario que no aprehende sino su esencia. He aquí una muestra de su procedimiento: “22 de marzo. En compañía de Lynch, seguido una enfermera voluminosa. Iniciativa de Lynch. Abomino esto. Dos flacos lebreles famélicos detrás de una ternera".

Y dejamos así a Joyce en la estación en que, evadiéndose de su adolescencia, como de un laberinto, se embarca en el tren de la aventura. En su viaje sin itinerario, lo aguardaba en Trieste, antesala de su celebridad, un oscuro pupitre de profesor de idiomas extranjeros.

José Carlos Mariátegui

José Carlos Mariátegui La Chira

Carta de Waldo Frank, 5/1926

Mayo de 1926
Sr. Don José Carlos Mariátegui
Lima, Perú.
My friend:
Señor Llanos has sent me the review containing your splendid and generous article on —I will not say my work— but on my intentions, at least. I do not know how to thank you for this tribute. I have already read work of yours in various periodicals; and my respect for you makes me the more humble before this gracious salute from South America. I cannot feel, that I have altogether failed, when this kind of thing is given me. Life here in “Yanquilandia” is very very hard for the artist, for the man who deliberately sets himself against the most stupendously successful materialistic movement in all history. But life is not hopeless. Such words as yours are the Manna which enable me to survive in what I often, when I am weary and disheartened, feel to be the Desert of our age. Thank... Deeply, deeply, my thanks...
yours
Waldo Frank
PS Would it be possible for me to have two more copies of this article?

Frank, Waldo

Farinacci

Farinacci

Farinacci ha dado su nombre, su tono y su estilo a una tensa y acre jornada de la campaña fascista. Después de catorce meses de agresiva campaña, ha dejado el puesto de secretario general del partido fascista, al cual fuera llamado cuando Mussolini, convencido de que la “variopinta” oposición del Aventino no era capaz de la insurrección, resolvió pasar a la ofensiva, inaugurando una política de rígida represión de las campañas de la prensa y de tribuna de sus muchos y muy enconados pero heterogéneos y mal concertados adversarios.

Fascista de la primera hora. Farinacci procede de la pequeña burguesía y del socialismo. Fue en 1914 uno de los disidentes socialistas que predicaron la intervención. En esta falange a la que, por diversos caminos, arribaban sindicalistas revolucionarios como Corridoni, socialistas tempestuosos como Mussolini y socialistas reformistas y parlamentarios como Bissolati, era Farinacci un milite oscuro y terciario. No lo destacaban siquiera el ánimo “ardito”, osado, ni la actitud temeraria, demagógica. Amigo y adepto del diputado Bissolati, líder de un grupo de socialistas colaboracionistas, Farinacci tenía una franca posición reformista y democrática. La guerra exaltó su temperamento y cambió su filiación. El gregario del reformismo bissolatiano se convirtió en un ardiente secuaz de Mussolini.

En el fascismo, Farinacci encontró su camino y descubrió su personalidad, que no eran, -contrariamente a lo que hasta entonces podía haberse pronosticado,- los de un pávido y mesurado funcionario social-democrático, sino los de un frenético y encendido agitador fascista. El opaco ferroviario, se sintió elegido para jugar un rol en la historia de Italia.

Fue el organizador y el animador del fascismo en la provincia de Cremona, una de las provincias septentrionales donde prendió más tempranamente el fuego mussoliniano. Esta actuación le franqueó en las elecciones de 1921 las puertas de la Cámara. Le tocó a Farinacci ser uno de los fascistas que ingresaron entonces al Parlamento para enunciar tumultuariamente, con los puños más que con los conceptos, la praxis del anti-parlamentarismo.

Desde esa época, Farinacci, se caracterizó como el más genuino representante del espíritu y la mentalidad “escuadristas” del fascismo. El “escuadrismo” es la acción directa y tundente de las guerrillas o “escuadras” de camisas negras. Es la cachiporra, es la bomba de mano, es el asalto. El período de movilización y entrenamiento del fascismo fue, como se dice en italiano, exquisitamente escuadrista. Y bien, este “escuadrismo” tiene en Farinacci su traductor y su caudillo.

La ascensión de Mussolini al poder abrió un período de desarme. El primer gabinete fascista nacía de un compromiso. Era un gabinete de coalición, en el que colaboraban con el fascismo los populares y los liberales. Mussolini debía el gobierno a la abdicación de la mayor parte de la burguesía liberal. Su retomado oportunismo tuvo, por consiguiente, que evitar todo gesto que pudiese chocar demasiado a los “railliés”. Farinacci, distanciado de la dirección del partido, se arrinconó en un extremismo intransigente, en un altruismo acérrimo. Pero su influencia no se anuló en veinticuatro horas. Al día siguiente de la marcha sobre Roma un telegrama suyo torpedeó certeramente las negociaciones en curso para conseguir que del gabinete de coalición, encabezado por el Duce, formase parte Gino Baldesi, líder reformista de la Confederación General del Trabajo.

La crisis causada por el asesinato de Matteoti restauró el prestigio de Farinacci dentro del fascismo. En los días de turbación y de desconcierto que siguieron al crimen, cuando el propio Mussolini, forzado a mostrarse sagaz y cauto, lo denunciaba como un acto estúpido y antifascista, Farinacci fue uno de los pocos fascistas que se sintieron dispuestos a justificarlo. El ex-ferroviario, -que de los lauros de la marcha a Roma se había servido para ganar fascisticamente el grado de doctor en derecho,- se ofreció a defender ante sus jueces a Amérigo Dumini, el principal acusado. Y emprendió una violentísima campaña de periódico y de comicio contra el Aventino. Los editoriales de su periódico “Cremona Nuova” amenazaban cotidianamente a los partidos del Aventino con una segunda oleada fascista. La prensa fascista, excepción hecha del altruista y delirante “Impero”, no osaba solidarizarse con el fascista cremonense, sobre cuya cabeza llovían los vituperios y los anatemas de los entonces innumerables diarios de oposición. Pero desde que el fascismo inició su contra-ofensiva -a continuación de un famoso discurso de Mussolini en la cámara, asumiendo toda la responsabilidad histórica y política de la violencia fascista y desafiando al bloque del Aventino a acusarlo categóricamente de culpabilidad en el asesinato de Matteoti,- Farinacci resultó designado fatalmente por la situación y los acontecimientos para ocupar el puesto de mando. La elección de Farinacci como secretario general del fascismo correspondió al nuevo humor escuadrista de los “camisas negras”.

Esta designación era, más aún que el discurso de Mussolini del 3 de enero, una enfática declaratoria de guerra sin cuartel. Y no de otro modo sonó en los oídos y en los ánimos de los diputados del Aventino que, en seis meses de vociferación antifascista, habían consumido su energía y perdido la oportunidad de derrocar al fascismo.

Durante más de un año, el puño y la frase crispadas del terrible ferroviario de Cremona han marcado el compás de la política fascista. Los elementos templados y discretos del fascismo han tenido que sufrir, resignadamente, durante todo este tiempo, su implacable dictadura y su pésima sintaxis. Un seco y agrio úkase de Farinacci, a poco de su asunción de la secretaría general, expulsó del fascismo, marcándolo a fuego como un traidor, a uno de los más significados entre estos elementos, Aldo Oviglio, ex-ministro de justicia del régimen fascista.

Pero un año de represión policial y de movilización escuadrista ha bastado al fascismo para liquidar al bloque del Aventino y para sentar las bases de una legislación fascista que radicalmente modifica el estatuto de Italia. Otras ofensivas escuadristas serán, sin duda, necesarias en lo porvenir. Mas, por ahora, el fascismo puede hacer reposar sus cachiporras. El juicio Matteotti ha concluido con la absolución de los responsables, y hace año y medio era para el propio Duce del fascismo un crimen nefando. En la audiencia de Chieti, Farinacci ha hecho no la defensa, sino más bien la apología, de Amerigo Dumini y de sus secuaces. Después de este último golpe de “manganello”, no le quedaba a Farinacci nada que hacer en la jefatura del fascismo donde, pasada la tempestad, su virulencia y su belicosidad habían empezado a volverse embarazantes. Farinacci en 1925 era el jefe lógico del fascismo; en 1926, su misión ha concluido. Mussolini, que, buen conocedor de la psicología de su gente, usa fórmulas solemnemente sibilinas, condensa el programa fascista para este año en estas dos palabras: silencio y trabajo. Estas palabras, según el lenguaje del “Popolo d’Italia”, definen el estilo fascista en 1926.

Los alalás de Farinacci no se compadecían con el nuevo estilo fascista. Por esto, - licenciado o no por Mussolini,- Farinacci ha dejado el comando del partido. Desde hace algún tiempo se señalaba y se comentaba su sordo disenso, su silenciosa lucha con Federzoni. El ministro del interior, con Rocco, Meraviglia, y otros, “nacionalistas”, representa el sector moderado, tradicional, derechista del fascismo. Y por el momento, esta es la gente que debe dar el tono al régimen. El escuadrismo, momentáneamente, se retira a Cremona.

José Carlos Mariátegui

José Carlos Mariátegui La Chira

Carta a Ricardo Vegas García, [3/1926]

[Lima, marzo de 1926]
Querido Vegas:
El tema obligado de la semana me parece la crisis francesa. Como no será posible conocer el miércoles todas sus proyecciones–– y tal vez ni siquiera su conclusión–– escribiré un artículo sobre Briand cuya carrera política llega a su más decisiva estación. Yo creo que a la última.–– Para la semana próxima, la nueva literatura rusa. He leído cosas muy buenas de Babel, Ehrenburg, etc. Y tengo varias fotografías de una revista italiana.
Le adjunto un artículo de Antenor Orrego sobre La Escena Contemporánea. Si le es posible, publíquelo en Variedades. Si no, consígame su publicación en La Crónica. No me interesa ––Ud me conoce–– como reclame personal, sino del libro que aún resta, en gruesa cantidad, en los depósitos de mi hermano.
Reclamo una nota bibliográfica de Ud para “Libros y Revistas”.
Y en espera de su visita lo abrazo cordialmente
José Carlos

José Carlos Mariátegui La Chira

Paul Morand

El rasgo más notorio de la literatura de Paul Morand es su cosmopolitismo. Hija del siglo de la geografía y de la “compañía de los grandes expresos europeos”, esta literatura tiene la composición pluricolor y un poco licenciosa de un helado napolitano. Paul Morand no es internacionalista, pero sí internacional. Es un producto de diversos climas, diversas latitudes, diversas lenguas. El proceso de su cosmopolitismo empieza en sus antepasados. Morand procede de una familia de franceses en Rusia. En un reportaje de Federico Lefevre, hablándonos de su estirpe y de su formación, Morand nos dice que la familia de su padre era una familia de franceses de Rusia desde 1846. Su abuelo dirigió la Fundición Imperial de Petrogrado. En esta ciudad nació su padre. En París, la infancia de Paul Morand se desenvolvió en un “entourage” de ingleses y un ambiente de anglofilia. Por consejo de Lord Alfred Douglas, Morand fue enviado a estudiar a Oxford. Más tarde, la carrera diplomática confirmó su sino.
Pero este cosmopolitismo no borra en Paul Morand al francés. El acento de su libro es un acento inconfundible parisién. Morand piensa que la vida en el extranjero pone al hombre en un plano superior que lo revela más completamente a sí mismo. “Todos los que han marcado una época -observa refiriéndose a las letras francesas- son nobles desertores: Chateaubriand para el principio el siglo diecinueve; Stendhal para 1880; Claudel para 1900; en nuestros días, Gobineau, Lautreamont, Rimbaud”.
El cosmopolitismo de su literatura nace del internacionalismo de su vida. Paul Morand es una “rana viajera” del género de Julio Camba. De la rana, tiene el espíritu noctivago y lunar. Pero, para ser una rana perfecta, le sobra dandismo. Morand es demasiado elegante y diplomático. En su literatura se descubre siempre, más o menos disimulado, al adjunto de la embajada. Tampoco se le puede llamar vagabundo. El vagabundo viaja al azar y con fatiga. Su vida es una sucesión de partidas y de andanzas. El hombre cosmopolita como Paul Morand, en cambio, no da casi ninguna impresión de movimiento. Se desplaza con tanta velocidad que no parece que se moviera de su sitio. (La obra de Paul Morand, entre otras cosas, es algo así como una prueba de la relatividad del espacio). Además, el hombre cosmopolita no es en ninguna parte un extranjero. Tiene todas las nacionalidades.
Los primeros poemas de Paul Morand descubrieron a un poeta de espíritu y técnica ultra-modernos. En la poesía de “Lampes a arc” estaban ya esbozados el dandismo y el cosmopolitismo que debían construir después los elementos fundamentales de la literatura Morand. Pero en esa poesía había al mismo tiempo un exquisito imaginismo, un lirismo muy puro. No solo valían los versos por esas metáforas visuales y esas imágenes fotogénicas de que tan buen gustador es Guillermo de Torre.
En uno de los poemas de “Lamper a arc”, después de ofrecernos un cuadro cabal y vivo del hotel de lujo, a la ora del “diner”, Paul Morand tiene esta honda nota lírica:
“Mais voici qu’ inmobiles aux fenetres maintenant obscures
laissant choir leur fatigue et leur dégout
permi le linge fripé et les ecrins vides,
les Domestiques
comme un betail noir
viennent poser leur joues
contre l’acier de la nuit”.
Pero la poesía pura no bastaba en este coleccionista de noches, de paisajes y de ciudades. Paul Morand no se conformaba con dar su miel a unos pocos elegidos. Quería ofrecerse al público, no en una preciosa edición de “Au Sans Pareil” sino en centenares de ediciones de la “Nouvelle Revue Francaise” de Bernard Grasset. El diablo lo ayudó en esta empresa. En las novelas de “Ouvert la Nuit”, Paul Morand descubrió el secreto de aderezar con sus imágenes un manjar del gusto del público. “Ouvert la Nuit” colocó a Paul Morand entre los primeros escritores de su generación. (Es incontestable que Paul Morand reúne para ocupar un puesto entre los mejores grandes dotes de estilo, de imaginación, de sensibilidad, etc.) La primera serie de “noches” pasó en poco tiempo de la edición centésima. Y la segunda serie –“Fermé la Nuit”- no se hizo esperar mucho tiempo ni alcanzó menos fortuna.
Vino después de estos libros de cuentos de cuentos, una novela: “Lewis et Irene”. Esta vez, Paul Morand no dio en el blanco. El público encontró el plato un poco insípido. La historia del matrimonio de Lewis e Irene, diluida en varios episodios cinematográficos, del mismo corte de las “noches”, carecían de tensión. El estilo y la técnica Morand se prestan más a la novela corta.
Y, talvez, por eso, en su último libro, “L’Europe galante”, Paul Morand vuelve al cuento. En “L’Europe galante”, nos pasea como en su noche, por un mundo fatigado, hiperestético, mórbido. Pero los aciertos de la psicología y de estilo han disminuido los defectos de “Ouvert la Nuit” y de “Fermé la Nuit”, en cambio, se han acentuado. Morand sufre de embriaguez del éxito editorial. El primer cuento del volumen, “La glace a trois faces”, es un cuento de tema pirandelliano. Tres mujeres amantes de un mismo hombre, nos dan tres versiones absolutamente diversas de él. El personaje es uno solo; el espejo de las tres lunas refleja tres personalidades distintas. Como en Pirandello: negación del carácter, negación de la personalidad. Pero mientras Pirandello es todo fuerza. Morand es todo languidez. En “Les Plaisiris Rhenans”, Morand nos sirve algunos finos atisbos de psicología femenina. Los tres personajes de la aventura están muy bien diseñados. Mas no es esto todo lo que se quiere y se exige de un literato famoso.
Esta literatura es, inequívocamente, una literatura de decadencia. Paul Morand se complace en presentarnos, unos tras otros, sus casos de neurosis. La fauna de sus novelas es una fauna elegante y mundanamente teratológica. Como los artistas del circo, los personajes de Morand han menester de la luz de las lámparas de arco. Su escenario es la noche. Paul Morand los hace vivir en la temperatura tibia de sus noches, como se hace vivir a cultivos de gérmenes en las estufas de los laboratorios.
El propio Paul Morand siente que su obra, su arte y su alma corresponden a una decadencia, a un crepúsculo. En uno de los cuentos de “L’Europe galante” nos habla de “la familia capitalista, a la cual no se es ya orgulloso pero, a pesar de todo, bastante feliz de pertenecer”.

José Carlos Mariátegui La Chira

Tarjeta de Carlos Manuel Cox, 1926

[1926]
Caro José Carlos:
Le adjunto el reportaje que le he hecho a Luis E. Valcárcel. Espero enviarle más cosas para Amauta. He recibido, y está en venta el 3° N°. La policía me está fastidiando y no sé si los visite antes del tiempo que me proponía hacerlo.
Si no, haré un viaje al Cusco, de donde espero sacar muchas sugestiones. A Castillo le escribo por este mismo correo, bajo la dirección de Alania.— Lo abraza afectuosamente su amigo y compañero
Carlos Manuel

Cox, Carlos Manuel

Carta de Idelfonso Pereda Valdés, 1926

[Montevideo, 1926]
Señor José Carlos Mariátegui
Estimado compañero:
Por indicación de Blanca Luz tengo el placer de enviarle colaboración inédita para Amauta, revista que para honra del Perú, existe, pues sin ella recogeríamos siempre una impresión del Perú, a través de los Gálvez, Ureta, Clemente Palma y otras erratas. Por suerte, existe Amauta, y aún más, Ud., Lora, Vallejo, Orrego. No sé si le agradará o no que lo incluya en este grupo. Mándeme la Revista y si hay que suscribirme, dígalo.
Saludos para todos los amigos del Perú y Ud. reciba mi felicitación y la amistad de
Ildefonso Pereda Valdés
S/c Yaguarón 1519
Montevideo

Pereda Valdés, Idelfonso

Carta a Ricardo Vegas García, 23/11/1925

Lima, 23 de noviembre de 1925
Querido Vegas García:
Le adjunto la carta para López Albújar.
Mañana le mandaré a Bustamante la carta-memorándum y tres o cuatro ejemplares de mi libro que saldrá, sin falta, esta semana. Pasado mañana recibirá Ud. su ejemplar.
Sánchez me habló por teléfono. Me prometió venir el sábado. No ha cumplido. Hoy lo he llamado a Mundial sin conseguir hablar con él.––Roberto Valdelomar no me ha dado ninguna noticia de su persona.––Beingolea, en cambio, con quien ya he conversado, se ha comprometido a reunir en ocho días sus originales. Publicaremos primero una selección de sus cuentos. Después vendrá su novela.Valcárcel me ha escrito ofreciéndome dos libros: Tempestad en los Andes, estudio sobre el problema indígena y apologética serrana que llevará un prólogo mío, y Cuentos y Leyendas Inkas.––He hablado por teléfono por Iberico respecto a un libro de ensayo que comprenderá uno que tiene en preparación o casi terminado: El sentimiento religioso en Dostoyevsky.––Dentro de pocos días tendremos un programa completo.
Le ruego conseguirme de Patroni un aviso en Variedades sobre La Escena Contemporánea. Le adjunto el texto. Me parece que el argumento de que se trata casi completamente de una colección de artículos de Variedades —manejado por un sagaz abogado como Ud.— nos servirá para obtener del Gerente la mayor largueza posible.
El tema ––si no viene mañana ninguna noticia sobre la solución de la crisis francesa— serán las literaturas europeas de vanguardia. Le devuelvo el número de Martín Fierro con el retrato Torre. Llámeme mañana por teléfono, después de la salida de la edición de la tarde, para ver si reemplazamos o no este tema por el de la política francesa que no vale la pena tratar sino sobre la base de la solución de la crisis, ya que las características generales de la situación están consideradas en mi último artículo. Para la semana próxima: Pettoruti y los gráficos de su última exposición. No se olvide de mandar oportunamente al fotógrafo para que fotografíe el cuadro.
Muy cordialmente lo abraza su amigo y compañero.
José Carlos

José Carlos Mariátegui La Chira

José Ingenieros

José Ingenieros

Nuestra América ha perdido a uno de sus más altos maestros. José Ingenieros era en el continente uno de los mayores representantes de la Inteligencia y el Espíritu. En Ingenieros, los jóvenes encontraban, al mismo tiempo, un ejemplo intelectual y un ejemplo moral. Ingenieros supo ser, además de un hombre de ciencia, un hombre de su tiempo. No se contentó con ser un catedrático ilustre; quiso ser un maestro. Esto es lo que hace más respetable y admirable su figura.

La ciencia, las letras, están aún en el mundo, demasiado domesticadas por el poder. El sabio, el profesor, muestran generalmente, sobre todo en su vejez, un alma burocrática. Los honores, los títulos, las medallas, los convierten en humildes funcionarios del orden establecido. Otros secretamente repudian y desdeñan sus instituciones; pero, en público, aceptan sin protesta la servidumbre que se les impone. La ciencia tiene siempre un valor revolucionario; pero los hombres de ciencia no. Como hombres, como individuos, se conforman con adquirir un valor académico. Parece que en su trabajo científico agotan su energía. No les queda ya aptitud para concebir o sentir la necesidad de otras renovaciones, extrañas a su estudio y a su disciplina. El deseo de comodidad, en todo caso, opera de un modo demasiado enérgico sobre su conciencia. Y así se da el caso de que un sabio de la jerarquía de Ramón y Cajal deje explotar su nombre por los chambelanes de una monarquía decrépita. O de que Miguel Turró se incorpore en el séquito del general libertino que juega desde hace dos años en España el papel de dictador.

José Ingenieros pertenecía a la más pura categoría de intelectuales libres. Era un intelectual consciente de la función revolucionaria del pensamiento. Era, sobre todo, un hombre sensible a la emoción de su época. Para Ingenieros la ciencia no era todo. La ciencia, en su convicción, tenía la misión y el deber de servir al progreso social.

Ingenieros no se entregaba a la política. Seguía siendo un hombre de estudio, un hombre de cátedra. Pero no tenía por la política, entendida como conflicto de ideas y de intereses sociales, el desdén absurdo que sienten o simulan otros intelectuales, demasiado pávidos para asumir la responsabilidad de una fe y hasta de una opinión. En su “Revista de Filosofía”, que ocupa el primer puesto entre las revistas de su clase de Ibero-América, concedió un sitio principal al estudio de los hechos y las ideas de la crisis política contemporánea y, particularmente, a la explicación del fenómeno revolucionario.

La mayor prueba de la sensibilidad y la penetración históricas de Ingenieros me parece su actitud frente a la post-guerra. Ingenieros percibió que la guerra abría una crisis que no se podía resolver con viejas recetas. Comprendió que la reconstrucción social no podía ser obra de la burguesía sino del proletariado. En un instante en que egregios y robustos hombres de ciencia no acertaban sino a balbucear su miedo y su incertidumbre, José Ingenieros acertó a ver y hablar claro. Su libro “Los Nuevos Tiempos” es un documento que honra a la inteligencia ibero-americana.

En la revolución rusa, la mirada sagaz de Ingenieros vio, desde el primer momento, el principio de una transformación mundial. Pocas revistas de cultura han revelado un interés tan inteligente por el proceso de la revolución rusa como la revista de José Ingenieros y Aníbal Ponce. El estudio de Ingenieros sobre la obra de Lunatcharsky en el comisariato de la educación pública de los Soviets, queda como uno de los primeros y más elevados estudios de la ciencia occidental respecto al valor y al sentido de esa obra.
Esta actitud mental de Ingenieros correspondía al estado de ánimo de la nueva generación. Presenta, por tanto, a Ingenieros, como un maestro con capacidad y ardimiento para sentir con la juventud, que, como dice Ortega Gasset, si rara vez tiene razón en lo que niega, siempre tiene razón en lo que afirma. Ingenieros transformó en raciocinio lo que en la juventud era un sentimiento. Su juicio aclaró la consciencia de los jóvenes, ofreciendo una sólida base a su voluntad y a su anhelo de renovación.

La formación intelectual y espiritual de Ingenieros correspondía a una época que los “nuevos tiempos” venían, precisamente, a contradecir, y rectificar en sus más fundamentales conceptos. Ingenieros, en el fondo permanecía demasiado fiel al racionalismo y al criticismo de esa época de plenitud del orden demo-liberal. Ese racionalismo, ese criticismo, conducen generalmente al escepticismo. Son adversos al pathos de la revolución.

Pero Ingenieros comprendió, sin duda, su caso. Se dio cuenta, seguramente, de que en él envejecía una cultura. Y, consecuentemente, no desalentó nunca el impulso ni la fe de los jóvenes, -llamados a crear una cultura nueva,- con reflexiones escépticas. Por el contrario, los estimuló y fortaleció siempre con palabra enérgica. Como verdadero maestro, como altísimo guía, lo presentan y lo definen estos conceptos: “Entusiasta y osada ha de ser la juventud: sin entusiasmo no se sirven hermosos ideales, sin osadía no se acometen honrosas empresas. Un joven sin entusiasmo es un cadáver que anda; está muerto en vida, para sí mismo y para la sociedad. Por eso un entusiasta, expuesto a equivocarse, es preferible a un indeciso que no se equivoca nunca. El primero puede acertar; el segundo no podrá hacerlo jamás. La juventud termina cuando se apaga el entusiasmo... La inercia frente a la vida es cobardía. No basta en la vida pensar un ideal; hay que aplicar todo el esfuerzo a su realización... El pensamiento vale por la acción social que permite desarrollar”.

En torno de José Ingenieros y de su ideario se constituyó en la República Argentina el grupo “Renovación” que publica el “boletín de ideas, libros y revistas” de este nombre, dirigido por Gabriel S. Moreau, y que sirve de órgano actualmente a la Unión Latino-Americana. I, en general, el pensamiento de Ingenieros ha tenido una potente y extensa irradiación en toda la nueva generación hispano-americana. La Unión Latino-Americana, que preside Alfredo Palacios, aparece, en gran parte, como una concepción de Ingenieros.

No revistemos melancólicamente la bibliografía del escritor que ha muerto, para tejerle una corona con los títulos de sus libros. Dejemos este procedimiento a las notas necrológicas de quienes del valor de Ingenieros no tienen otra prueba que sus volúmenes. Más que los libros importan la significación y el espíritu del maestro.

José Carlos Mariátegui

José Carlos Mariátegui La Chira

Edwin Elmore

I.
Era Edwin Elmore un hombre nuevo y un hombre puro. Esto es lo que no toca decir a los que en la generación apodada “futurista”, vemos una generación de hombres espiritual e intelectualmente viejos y a los que nos negamos a considerar en el escritor solamente la calidad de la obra, separándola o diferenciándola de la calidad del hombre.
Elmore supo conservarse joven y nuevo al lado de sus mayores. Lo distinguían y lo alejaban cada vez de estos su elan y su ser juveniles. El espíritu de Elmore no se conformaba con antiguas y prudentes verdades. Su inteligencia se negaba a petrificarse en los mismos mediocres moldes en que se congelaban las de los pávidos doctores y letrados que estaban a su derecha. Elmore quería encontrar la verdad por su propia cuenta. Toda su vida fue una búsqueda, un peregrinaje. Interrogaba a los libros, interrogaba a la época. Desde muy lejos presintió una verdad nueva. Hacia ella Elmore se puso en marcha a tientas y sin guía. Ninguna buena estrella encaminó sus pasos. Sin embargo, extraviándose unas veces, equivocándose otras, Elmore avanzó intrépido.
Llegó así Elmore a ser un hombre y un escritor descontento de su clase y de su ambiente. El caso no es raro. En las burguesías de todas las latitudes hay siempre almas que se rebelan y mentes que protestan.
II.
Se explica perfectamente, el que Elmore no alcanzase como escritor el mismo éxito, la misma notoriedad, que otros escritores de su tiempo. Para el gusto y el interés de las gentes inclinadas a admirar únicamente una retórica engolada y cadenciosa, una erudición solemne y arcaica o un sentimentalismo frívolo y musical, los temas y las preocupaciones de Elmore carecían en lo absoluto de valor y de precio. Elmore, como escritor, resultaba desplazado y extraño. Las saetas del superficial humorismo de un público empeñado en ser ante todo elegante y escéptico, tenía un blanco en el idealismo de este universitario que predicaba el evangelio de don Quijote a un auditorio de burocráticos Pachecos y académicos Sanenos.
El conservantismo de los viejos -viejos a pesar, muchas veces, de sus mejillas rosadas y tersas- miraba con recelo y con ironía el afán de Elmore de encontrar una ruta nueva. La inquietud de Elmore le parecía a toda esta gente una inquietud curiosamente absurda. El optimismo panglossiano y adiposo de los que perennemente se sentían en el mejor de los mundos posibles no podía comprender el vago pero categórico deseo de renovación que movía a Elmore. ¿Para qué inquietarse, -se preguntaba- por qué agitarse tan bizarramente?.
Procedente de una escuela conservadora y pasadista, Elmore tenía la audacia de examinar con simpatía nuevas ideas. No propugnaba abiertamente el socialismo: pero lo señalaba y estudiaba ya como el ideal y la meta de nuestro tiempo. Elmore se colocaba por si mismo fuera de la ortodoxia y del dogma de la plutocracia.
III.
El conflicto de la vida de Edwin Elmore era este. Elmore -como otros intelectuales- se obstinan en la ilusión y en la esperanza de hallar colaboradores para una renovación en una generación y una clase natural e íntimamente hostiles a su idealismo. Se daba cuenta de su egoísmo y de la superficialidad de sus mayores; pero no se decidía a condenarlos. Pensaba que “la ley del cambio es la ley de Dios”; pero pretendía comunicar su convicción a los herederos del pasado, a los centinelas de la tradición. Le faltaba idealismo.
En el fondo, su mentalidad era típicamente liberal. Una burguesía inteligente y progresista habría sabido conservarlo en su seno. Elmore temía demasiado al sectarismo. Era un liberal sincero, un liberal amplio, un liberal probo. Y, por consiguiente, comprendía el socialismo; pero no su disciplina ni su intransigencia. En este punto la ideología revolucionaria se mantuvo inasequible e ininteligible a Elmore. Y en este punto, por ende, se situó casi siempre el tema de mis conversaciones con él. Yo me esforzaba que el idealismo social para ser práctico, para no agotarse en un esfuerzo romántico y anti-histórico, necesita apoyarse concretamente en una clase y en sus reivindicaciones. Y yo sentí que su espíritu, prisionero aún de un idealismo un poco abstracto, pugnaba por aceptar plenamente la verdad de su tiempo. Su último trabajo “El nuevo Ayacucho”, publicado en el número de “Mundial” del centenario, es un acto de fe en su generación.
IV.
En los libros de Unamuno aprendió quijotismo. Elmore era uno de los muchos discípulos de Unamuno, como profesor de quijotismo, tiene en nuestra América. Sus predilecciones en el pensamiento hispánico -Unamuno, Alomar, Vasconcelos- reflejan y definen su temperamento. Elmore trabajaba noblemente por un nuevo ibero-americanismo. Concibió la idea de un congreso libre de intelectuales ibero-americanos. Y, como era propio de su carácter, puso toda su actividad al servicio de esta idea. Tenía una fe exaltada en los destinos del mundo y de la cultura hispánicas. Había adoptado el lema: “Por mi raza hablará el espíritu”. Repudiaba todas las formas y todos los disfraces del ibero-americanismo oficial.
Su ibero-americanismo se alimentaba de algunas ilusiones intelectuales, como tuve ocasión de remarcarlo en mis comentarios sobre la idea del congreso de escritores del idioma; pero, gradualmente, se precisaba cada día más como un sentimiento de juventud y vanguardia.
Ante su cadáver, hablemos y pensemos con alteza y dignidad. Puesto que Elmore fue un enamorado del sueño de Bolivar, digamos la frase bolivariana. “Se ha derramado la sangre del justo”. Callemos lo demás.
Su muerte decide su puesto en la historia y la lucha de las generaciones. Edwin Elmore, asertor de la fe de la juventud, pertenece al Perú nuevo. Solidario con Elmore en esa fe, yo saludo con respeto y con devoción su memoria. Sé que todos los hombres de mi generación y de mi ideología se descubren, con la misma emoción, ante la tumba de este hombre nuevo y puro.

José Carlos Mariátegui La Chira

El idealismo de Edwin Elmore

I.
El mejor homenaje que podemos rendir a Edwin Elmore quienes lo conocimos y estimamos es, talvez, es de revelarlo. Su firma era familiar para todos los que entre nosotros tienen el que Valery Larbad ruiseñamente llama “ce vice impuni, la lecture”. Pero Elmore pertenecía al número de aquellos escritores de quienes se dice que no han “llegado” al público. El público ignora en estos casos las ideas, las actitudes del escritor; pero ignora un poco al escritor mismo. Edwin Elmore no había buscado ninguno de los tres éxitos que en nuestro medio recomiendan a un intelectual a la atención pública: éxito literario, éxito universitario, éxito periodístico. I en su obra dispersa e inquieta, no está toda su personalidad. Su personalidad no ha sacudido fuertemente al público sino en su muerte.
Digamos sus amigos, sus compañeros, lo que sabemos de ella. Todos nuestros recuerdos, todas nuestras impresiones honran, seguramente, la memoria del hombre y del escritor. Lo presentan como un intelectual que sentía la necesidad de dar a su pensamiento y a su acción una meta generosa y elevada.
Personalidad singular, y un poco extraña, en este pueblo. Se reconocía en Elmore los rasgos espirituales de su estirpe anglo-sajona. Tenía de los anglo-sajones el liberalismo. El espíritu religioso y puritano. El temperamento mas bien ético que estético. La confianza en el poder del espíritu.
II.
Este hombre de raza anglo-sajona quiso ser un vehemente asertor de ibero-americanismo. “El genio ibero, la raza ibera, -decía- renace entre nosotros se renueva entre América”.
Pensaba que la cultura del porvenir debía ser una cultura ibérica. Mas aún. Creía que este renacimiento hispánico estaba ya gestándose.
Yo le demandaba las razones en que se apoyaba su creencia, mejor dicho su predicción. Yo quería hechos evidentes, signos contrastables. Pero la creencia de Elmore no necesitaba de los hechos ni de los signos que yo le pedía. Era una creencia religiosa.
-Usted tiene la fe del carbonero- de dije una vez
Y el me respondió convencido que sí.
Su fe era, en verdad, una fe mística. Pero, precisamente, por esto, era tan fuerte y honda. En sus ojos iluminados leí la esperanza de que la fe obraría el milagro.
III.
Como mílite de esta fe, como cruzado de esta creencia, Edwin Elmore servía la idea de la celebración de un congreso de intelectuales ibero-americanos. No lo movía absolutamente, -como podían suponer los malévolos, los hostiles- ninguna ambición de notoriedad internacional de su nombre. Lo movía más bien, como en todas las empresas de su vida, la necesidad de gastar su energía por una idea noble y alta.
En nuestras conversaciones sobre el tema del congreso comprendí lo acendrado de su liberalismo. Elmore no sabía ser intolerante. Yo le sostenía que el congreso, para ser fecundo, debía ser un congreso de la nueva generación. Un congreso de espíritu y de mentalidad revolucionarias. Por consiguiente, había que excluir de él a todos los intelectuales de pensamiento y ánimos conservadores.
Elmore rechazaba toda idea de exclusión.
-Ingenieros- me decía- piensa como Usted. Quiere un congreso casi sectario. Yo creo que debemos oír a todos los hombres aferrados a la tradición y al pasado. Antes de repudiarlos, antes de condenarlos, debemos escucharlos una última vez.
Había instantes en que admitía la lógica de mi intransigencia. Pero, luego, su liberalismo reaccionaba.
IV.
Edwin Elmore no podía concebir que un individuo, una categoría, un pueblo, viviesen sin ideal. La somnolencia criolla y sensual del ambiente lo desesperaba. “¡No hacemos nada por salir del marasmo!”- exclamaba. I mostraba todos los días, en sus palabras y en sus actos, el afán de “hacer algo”.
La gran jornada del 23 de mayo le descubrió al proletariado. Elmore empezó entonces a comprender a la masa. Empezó entonces a percibir en su oscuro seno la llama de un ideal verdaderamente grande. Sitió que el proletariado, además de ser una fuerza material, es también una fuerza espiritual. En los pobres encontró lo que acaso nunca encontró en los ricos.
V.
Lo preocupaban todos los grandes problemas de la época. Sus estudios, sus inquietudes no son bastante conocidos. Elmore se dirigía muy poco al público. Se dirigía generalmente a los intelectuales. Su pensamiento está más en sus cartas que en sus artículos. Se empeñaba en recordar a los intelectuales los deberes del servicio del Espíritu. Esta era su ilusión. Este era su error. Por culpa de esta ilusión y de este error, la mayor parte de su obra y de su vida queda ignorada. Elmore pretendía ser un agitador de intelectuales. No reparaba en que para agitar a los intelectuales, hay que agitar primero a la muchedumbre.
VI.
Por invitación suya escribí, en cinco artículos, una “introducción al problema de la educación pública”. Elmore trabajaba por conseguir una contribución sustanciosa de los intelectuales peruanos al debate o estudio de los temas de nuestra América planteado por la Unión Latinoamericana de Buenos Aires y por “Repertorio Americano” de Costa Rica. Dichos artículos han merecido el honor de ser reproducidos en diversos órganos de la cultura americana. Quiero, por esto, dejar constancia de su origen. I declarar que los dedico a la memoria de Elmore.
Recuerdo que en una de nuestras conversaciones me dijo:
-He resuelto mi problema personal, el problema de mi felicidad, casándome con la mujer elegida. Ahora me siento frente al problema de mi generación.
Yo traduje así su frase:
-Mi vida ha alcanzado sus fines individuales. Ahora debe servir un fin social.
Estoy pronto.
Estaba, en verdad, pronto para ocupar su puesto de combate. Cuando le ha tocado probarlo, ha dado su vida entera.
José Carlos Mariátegui.

José Carlos Mariátegui La Chira

El sumo cicerone del foro romano

Para conocer algún lado, algún perfil de la figura de Giacomo Boni no es indispensable haber visitado Roma y, por ende, el Foro con un ticket de la Agencia Cook. Basta haber leído la novela de Anatole France “Sobre la piedra blanca”. Giacomo Boni es uno de los personajes del diálogo de Anatole France. Y el escenario o el motivo del diálogo es el Foro Romano. Boni pasará, acaso, a la posteridad sentado, filosófica y taciturnamente sobre la “Piedra Blanca” de France. Lo cual inducirá a la posteridad a un error muy grave acerca del verdadero color de la gloria de Boni. Porque, realmente, la fama de Boni proviene, ante todo, del descubrimiento del Lapis Niger que es una piedra negra. El Lapis Niger, según la leyenda, señalaba el lugar donde había sido sepultado Rómulo. Y Boni, en sus búsquedas en el suelo del Foro, encontró una piedra negra que si no es auténticamente la lápida de Rómulo merece serlo. El hallazgo de esta piedra negra ha significado para Roma algo así como el hallazgo de su primera piedra. La posteridad, por consiguiente, acusará talvez a Anatole France de haber pretendido escamotearle a la gloria de Boni el Lapis Niger.
Giacomo Boni sentía en el Foro toda la historia de Roma. Sus búsquedas y sus hallazgos demostraron que el Foro no debía ser considerado y admirado como una superficie cubierta de vestigios ilustres sino como varias superficies superpuestas. En un estrato, está la Roma de Augusto y de Trajano; en un estrato más profundo está la Roma de Marco Curzio; en un estrato más profundo aún, está la Roma de Rómulo y del Lapis Niger. El descubrimiento de la piedra negra fue de Boni la satisfacción de una necesidad espiritual perentoria. Sobre esta piedra quería reposar su inteligencia y su ánima.
Boni ha muerto en el Foro. Era este un derecho que no podía negársele. Había vivido en el Foro veintisiete años. Durante estos veintisiete años no había dejado el Foro ni aún para visitar su Venecia natal. El Foro era su hogar, su oficina, su mundo. La mayor parte de las piedras del Foro han sido identificadas, clasificadas, catalogadas por este cicerone de cicerones. Se puede así decir que Boni ha descubierto el Foro. El turista no podía concebir el Foro sin Boni. El estado ha tenido que reconocer a sus restos el derecho a ser sepultados en el Palatino bajo un ciprés o un mirto plantado por sus propias manos. (Por orden y cuidado de Boni, en el Palatino y en el Foro se ha restaurado la clásica flora romana: laureles, mirtos, rosas y cipreses).
Procedía Boni de la escuela de Ruskin. En los libros de Ruskin aprendió Boni a amar y entender las piedras. Su nacimiento y su ruskinismo lo designaban sin duda para restaurar y conservar Venecia. Pero su destino o trasplantó a Roma. Veintisiete años de vida arqueológica en el Foro y el Palatino, hicieron de Boni un romano. Pero no un romano moderno sino un romano antiguo. Boni se impregnó totalmente de antigüedad romana. No frecuentó nunca el “píccolo mondo moderno” de los hoteles de la Via Vittorio Veneto. No se abonó jamás a la ópera ni al drama. Ignoró absolutamente los restaurantes rusos. Ha muerto probablemente sin conocer el cinematógrafo, las carreras de caballos, el sleeping-car, el cabaret y el jazz-band. Daba la impresión de ser el hombre más antiguo de la edad moderna.
El aspecto más interesante de su biografía es su metamorfosis no sólo espiritual sino también fisiológica. Boni no nació hombre antiguo: se metamorfoseó en hombre antiguo. Sustituyó gradualmente su personalidad nativa de veneciano con una personalidad completamente clásica y latina de senador o de arúspice de Roma. Todo en su vida estaba dirigido a la restauración del antiguo romano. Hugo Oietti cuenta que en un almuerzo ofrecido por Boni a Anatole France el menú era, rigurosamente, en menú del Imperio. France, desolado, se declaró iconoclasta y moderno en materia de cocina.
No obstante su consustanciación con Roma y sus ruinas Giacomo Boni guardó siempre, en el fondo de su alma, la nostalgia de Venecia. En sus serenos ojos vénetos no se borró hasta la muerte la imagen del puente de Rialto ni la de la isla de San Jorge el Mayor. Se leía en sus ojos que no había nacido bajo el cielo del Latium. -Tenía un alma de gondolero o de mosaísta: un alma ni lacustre ni marítima, un alma un poco ambigua como las aguas palúdicas del Gran Canal. -Muerto Ruskin, Giacomo Boni lo sucedió en la apología y la defensa de Venecia. Yo recuerdo haberlo oído discurrir una vez, en la Iglesia de Santa Fancesca Romana sobre su tema dilecto.
Papini y Gioliotti tratan muy mal a Giacomo Boni en “Diccionario del Hombre Selvático” que aspira a ser una especie de enciclopedia del nuevo cruzado cristiano. Lo catalogan o lo clasifican así: Giacomo Boni (1860). Hombre que vive entre los escombros, de los cuales es “cicerone autorizado” para los grandes de la tierra y de la literatura. Necrófilo y violador de tumbas, sale del silencio sólo cuando le sube a la garganta algún bufido de retórica liviana o cesariana”. Este juicio se explica. Papini y Gioliotti no pueden perdonarle a Giacomo Boni su paganismo, ni siquiera en gracia a que este paganismo, tácito y no confeso, estaba atenuado y hasta absuelto por la amistad de Papas y Cardenales. Si Boni hubiese permanecido toda su vida fiel a Venecia y a Ruskin, si en vez de convertirse en cicerone de las ruinas del paganismo se hubiese mantenido ruskiniano y prerrafaelista, el “Diccionario del Hombre Selvático” lo habría juzgado diversamente.
Pero Boni, cualquiera que sea la opinión que su vida merezca a Papini, no era ciertamente un cicerone ni un arqueólogo vulgar. Le había tocado guiar por los caminos del Foro y del Palatino a los grandes de la tierra y de la literatura: reyes, multimillonarios, primeros ministros, premios Nobel, etc. Mas, exceptuado el conocimiento de algún literato humanista o de un cardenal erudito y epicúreo, es probable que el trato fugaz de un monarca o de una princesa no le haya importado nunca nada a Giacomo Boni. A este hombre, instalado en el proscenio y en el ombligo de muchos siglos de historia universal, las figuras de nuestra época no podían interesarle de veras. Boni tenía que sentirse amigo o un cliente de Julio César, de Marco Aurelio o de Appio Claudio. Bajo el Arco de Tito dialogaba tal vez de tarde en tarde con el alma de Plutarco o de Cicerón, que es imposible que alguna vez no le hayan hecho compañía en su tramonto.

José Carlos Mariátegui La Chira

Carta a Ricardo Vegas García, 30/9/1925

Lima, 30 de setiembre de 1925
Querido Vegas:
Le recuerdo su promesa de conseguirme dos ejemplares del número de Variedades del 25 de abril donde se publicó el artículo de Pribish sobre Pettoruti. Le agradecería también que me consiguiese, nada más que prestado para hacer copiar mi artículo sobre el renacimiento judío, el número del 27 de junio.
La semana próxima el tema puede ser Las Literaturas Europeas de Vanguardia de Guillermo de Torre o la Santa Juana de Bernard Shaw.
No se olvide de enviar el libro de López Albújar a Sagitario, donde, en ese caso, se reproducirá probablemente, como nota bibliográfica, mi artículo de Mundial.
Cordialmente lo abraza su amigo y compañero.
José Carlos Mariátegui

José Carlos Mariátegui La Chira

Resultados 101 a 150 de 229