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Carta de Luis E. Valcárcel, 20/2/1929

Balneario de Jesús, Arequipa, 20 de febrero de 1929

Querido compañero J. C.

En vísperas de salir del Cusco escribí a Ud., contestando su última carta.
Aquí estoy hace más de quince días, haciendo cura mineral y de reposo.
Releí su gran libro y las anotaciones que me sugirió resérvolas para una serie de artículos. Envié más bien a García Monge una síntesis expositiva de 7 Ensayos. Tengo que decirle otra vez que su reciente obra es fundamental para el estudio de nuestros problemas.
Apenas llegado, le envié una crónica sobre la obra artística de Tupayachi.
En Arequipa compré el n° 20 de Amauta, cuyo interés sobrepasa toda expectativa.
Le recomiendo muy especialmente la lectura de un magnífico proyecto pedagógico de la Escuela Hogar Indígena, debido a dos buenos maestros de Sicuani: Julio C. Acurio y María Judith Arias. Está inserto en el Boletín de Enseñanza de diciembre último que puede Ud. conseguir en la Dirección General de idem. Valdría la pena de acogerlo, en todo o en parte, en Amauta. Si acepta usted lo insinuado, le mandaré después un comentario que se lo merece apologético la feliz iniciativa.
Me preocupa hondamente la economía de Amauta, y desearía estar en posibilidades de ayudar pecuniariamente; por desgracia, lejos estoy de toda holgura económica, atenido a honorarios reducidos como abogado y a haberes exiguos como profesor.
Salvados algunos compromisos urgentes, supongo que Oyague estará ya en disposición de girar cuando menos Lp 10, como me ofreció. Velasco está atingido de deudas —¡la librería es un fracaso en el Cuzco!— y pide todavía que lo esperemos.
A partir del próximo número, voy a optar por vender Amauta al contado, sin darlo ya a comisión, por el mal éxito que ésta tiene. Tengo mucho interés en leer el libro de Abelardo Solís sobre la Cuestión Agraria. ¿Puede Ud. conseguirme un ejemplar? En el comienzo de estas vacaciones cumplí con don Rafael Larco Herrera con proporcionarle todo el material gráfico y artístico para su Gran Álbum del Cusco que editará a todo lujo en Europa. Si, como se prevé, la edición sale perfecta, tendremos un poderoso medio de propaganda de nuestras riquezas arqueológicas y naturales.
Del Cuzco le enviaré una crónica sobre Francisco González Gamarra, con algunas reproducciones de sus magníficas aguafuertes. Es el pintor del Inkario. Está actualmente pintando óleos de gran formato que reproducen escenas brillantes del Imperio.
Hace dos años que soy rotario, más por curiosidad y compromiso. ¿Qué opinión le merece el Rotarismo? Precisamente en 2 y 3 de marzo voy a asistir en Arequipa a la 2a. Conferencia Nacional. Plantearé tres cosas:
1) ¿Qué tiene que hacer Rotary con la Masonería? (concomitancias de que le acusa el clero).
2) ¿Qué relación guarda con el imperialismo yanqui?
3) ¿Qué actitud asume el Rotary ante el Socialismo? (Se le acusa de defender a la burguesía).
Ya conseguí en Arequipa y estoy leyendo los dos tomos del Diario de Viaje de un filósofo, de Keyserling. Desgraciadamente, no encontré un solo ejemplar de El Espectro de Europa.
Con un afectuoso apretón de manos, soy su leal camarada
Luis E. Valcárcel

Valcárcel, Luis E.

Carta Postal de María Clemencia López Pombo, 11/5/1929

Bs. Aires 1929-12- 5
Sr. José Carlos Mariátegui:
Le envíe junto con esta un grabado en "linoleum" para su revista "Amauta" rogándole sírvase enviarme un número de dicha revista en caso de publicarlo.
Saluda a Ud. atte.
María Clemencia López Pombo
s/e Charcas 2185

López Pombo, María Clemencia

En torno a la polémica del criollismo de Xavier Abril [Manuscrito]

Artículo mecanografiado titulado "En tono a la polémica del criollismo" firmado por Xavier Abril en 1929.

Transcripción:

RICARDO PALMA es el árbol genealógico de la zamba litera­tura peruana. En esa palma está comprendido el criollismo amancaes del champus limeño, tan agradable al paladar literario, iba a decir cerebral, de los propugnadores de la "jarana”. Si hay algo que se debe terminar con rigurosidad específicas, es el criollismo y decadencia moral de la colonia. El criollismo es la síntesis de la mediocridad y de las bajas pasiones. Debido a nuestro criollismo, existe en el Perú, una dolorosa or­ganización de la pereza en la apreciación de los valores mora­les. Debido a nuestro criollismo, tenemos que ningún "valor" de ese movimiento puede cruzar con aires universales, que es lo que exige en los pasaportes últimos el canal de Panamá, para el libre transito. Tenemos, por último, que no tenemos moral, que es de lo que se trata primero de indagar para la organización de un pueblo. Lo curioso, lo anecdótico, lo espectacular y colorista del criollismo, no tiene después de un riguro­so análisis sociológico, sicológico y étnico, más que los mismos valores que se encuentran en las tribus de Africa. Si es que con el criollismo se pretende entretener la gastada y decadente burguesía del Perú, es na­tural entonces, su fervorosa dedicación de hembra.

Aconsejar el criollismo - viejo o nuevo, que sería siempre la misma anécdota del caballo de paso espiritual - es querer la vu­elta, el retorno, a la incertidumbre nacional, que significa lo criollo dentro del concepto étnico. Ningún arte se puede conseguir ya sino es con la base del socialismo ecuménico. Lo otro - la investigación y el credo criollo, por sentimiento americano,- no obedece sino a una reacción puramente de origen fascista y literario.

1929

Xavier Abril

Abril de Vivero, Xavier

El balance de Suprarrealismo. A propósito del último manifiesto de André Bretón [Recorte de prensa]

El balance de Suprarrealismo. A propósito del último manifiesto de André Bretón

Ninguno de los movimientos literarios y artísticos de vanguardia de Europa occidental ha tenido, contra lo que baratas apariencias pueden sugerir la significación ni el contenido histórico del suprarrealismo. Los otros movimientos se han limitado a la afirmación de algunos postulados estéticos, a la experimentación de algunos principios artísticos.

El “futurismo” italiano ha sido, sin duda, una excepción de la regla Marinetti y sus secuaces pretendían representar no solo artística sino también política, sentimentalmente, una nueva Italia. Pero el “futurismo'’ que, considerado a distancia, nos hace sonreír por este lado de su megalomanía histrionesca quizás más que por ningún otro, ha entrado hace ya algún tiempo en el orden y la academia; el “fascismo” lo ha digerido sin esfuerzo, lo que no acredita el poder digestivo del régimen de las camisas negras sino la inocuidad fundamental de los futuristas. El futurismo ha tenido también, en cierta medida, la virtud de la persistencia. Pero, bajo este aspecto, el suyo ha sido un caso de longevidad, no de continuación ni desarrollo. En cada reaparición, se reconocía al viejo futurismo de anteguerra. La peluca, el maquillaje, los trucos, no impedían notar la voz cascada, los gestos mecanizados. Marinetti, en la imposibilidad de obtener una presencia continua, dialéctica. del futurismo, en la literatura y la historia italianas, lo salvaba del olvido, mediante ruidosas “rentrées”. El futurismo, en fin, estaba viciado originalmente por ese gusto de lo espectacular, ese abuso de lo histriónico, -tan italianos, ciertamente, y esta sería tal vez la excusa que una crítica honesta le podría conceder- que lo condenaban a una vida de proscenio, a un rol hechizo y ficticio de declamación. El hecho de que no se pueda hablar del futurismo sin emplear una terminología teatral, confirma este rasgo dominante de su carácter.

El “suprarrealismo” tiene otro género de duración. Es, verdaderamente, un movimiento, una experiencia. No está hoy ya en el punto en que lo dejaron, hace dos años, por ejemplo, los que lo observaron hasta entonces con la esperanza de que se desvaneciera o se pacificara. Ignora totalmente al suprarrealismo quien se imagina conocerlo y entenderlo por una fórmula o una definición de una de sus etapas. Hasta en su surgimiento, el suprarrealismo se distingue de las otras tendencias o programas artísticos y literarios. No ha nacido armado y perfecto de la cabeza de sus inventores. Ha tenido un proceso. Dadá es el nombre de su infancia. Si se sigue atentamente su desarrollo, se le puede descubrir una crisis de pubertad. Al llegar a su edad adulta, ha sentido su responsabilidad política, sus deberes civiles, y se ha inscrito en un partido, se ha afiliado a una doctrina.

Y, en este plano, se ha comportado de modo muy distinto que el futurismo. En vez de lanzar un programa de política suprarrealista, acepta y suscribe el programa de la revolución concreta, presente: el programa marxista de la revolución proletaria. Reconoce validez en el terreno social, político, económico, únicamente, al movimiento marxista. No se le ocurre someter a la política a las reglas y gustos del arte. Del mismo modo que en los dominios de la física, no tiene nada que oponer a los datos de la ciencia, en los dominios de la política y la economía juzga pueril y absurdo intentar una especulación original, basada en los datos del arte. Los suprarrealistas no ejercen su derecho al disparate, al subjetivismo absoluto, sino en el arte: en todo lo demás, se comportan cuerdamente y esta es otra de las cosas que los diferencian de las precedentes escandalistas variedades revolucionarias o románticas de la historia de la literatura.

Pero nada rehúsan tanto los suprarrealistas como confinarse voluntariamente en la pura especulación artística. Autonomía del arte, sí; pero, no clausura del arte. Nada les es más extraño que la fórmula del arte por el arte. El artista que, en un momento dado, no cumple el deber de arrojar al Sena a un “flic” de M. Tardieu o de interrumpir con una interjección un discurso de Briand, es un pobre diablo. El suprarrealismo le niega el derecho de ampararse en la estética para no sentir lo repugnante, lo odioso del oficio de Mr. Chiappe o de los anestesiantes orales del pacifismo de los Estados Unidos de Europa. Algunas disidencias, algunas defecciones han tenido, precisamente, su origen en esta concepción de la unidad del hombre y el artista. Constatando el alejamiento de Robert Desnos, que diera en un tiempo contribución cuantiosa a los cuadernos de “La Revolution Surrealiste”, André Breton dice que “él creyó poder entregarse impunemente a una de las actividades más peligrosas que existan, la actividad periodística, y descuidar en función de ella de responder a un pequeño número de intimaciones brutales frente a las cuales se ha hallado el suprarrealismo avanzando en su camino: marxismo o antimarxismo, por ejemplo”.

A los que en esta América tropical se imaginan el suprarrealismo como un libertinaje, les costará mucho trabajo, les será quizás imposible admitir esta afirmación: que es una difícil, penosa disciplina. Puedo atemperarla, moderarla, sustituyéndola por una definición escrupulosa: que es la difícil, penosa búsqueda de una disciplina. Pero insisto, absolutamente, en la calidad rara -inasequible y vedada al snobismo, a la simulación,- de la experiencia y del trabajo de los suprarrealistas.

“La Revolution Surrealiste” ha llegado a su número XII y a su año quinto. Abre el No. XII un balance de una parte de sus operaciones de André Breton que el autor titula: “Segundo Manifiesto del Suprarrealismo”. Prometo a los lectores de VARIEDADES un comentario de este manifiesto y de una “Introducción a 1930”, publicada en el mismo número por Louis Aragon. Antes he querido fijar, en algunos acápites, el alcance y el valor del suprarrealismo, movimiento que he seguido con una atención que se ha reflejado más de una vez, y no solo episódicamente, en mis artículos de VARIEDADES. Esta atención, nutrida de simpatía y esperanza, garantiza la lealtad de lo que escribiré polemizando con los textos e intenciones suprarrealistas. A propósito del No. XII, agregaré que su texto y su tono confirman el carácter de la experiencia suprarrealista y de la revista que la exhibe y traduce. Un número de “La Revolution Surrealiste” representa casi siempre un examen de consciencia, una interrogación nueva, una tentativa arriesgada. Cada número acusa un nuevo reagrupamiento de fuerzas. La misma dirección de la revista, en su sentido funcional o personal, ha variado algunas veces, hasta que la ha asumido, imprimiéndole continuidad; André Breton. Una revista de esta índole no podía tener una regularidad periódica, exacta, en su publicación. Todas sus expresiones deben ser fieles a la línea atormentada, peligrosa, desafiante de sus investigaciones y sus experimentos.

José Carlos Mariátegui

José Carlos Mariátegui La Chira

El segundo manifiesto del Suprarrealismo (1) [Recorte de prensa]

El segundo manifiesto del Suprarrealismo (1)

André Breton hace, en el segundo manifiesto del suprarrealismo, el proceso de los escritores y artistas que habiendo participado en este movimiento, lo han renegado más o menos abiertamente. Bajo este aspecto, el manifiesto tiene algo de requisitoria y no ha tardado en provocar contra el autor y sus compañeros de equipo violentas reacciones. Pero en esta requisitoria hay lo menos posible de cuestión personal. El proceso a las apostasías y a las deserciones tiende, sobre todo, en esta pieza polémica, a insistir en la difícil y valerosa disciplina espiritual y artística a que conduce la experiencia suprarrealista. “Es remarcable -escribe Breton- que abandonados a ellos mismos, y a ellos solo, los hombres que nos han puesto un día en la necesidad de prescindir de su compañía han perdido pie enseguida y han debido enseguida recurrir a los expedientes más miserables para retornar en gracia cerca de los defensores del orden, grandes partidarios todos del nivelamiento por la cabeza. Es que la fidelidad sin desfallecimiento a los empeños del suprarrealismo supone un desinterés, un desprecio del riesgo, un rehusamiento a la conciliación, de los que pocos hombres se revelan a la larga capaces. Aunque no quedara ninguno de todos aquellos que primero han medido en él su “chance"’ de significación y su deseo de verdad, el suprarrealismo viviría”.

Los disidentes notorios y antiguos del movimiento apenas si son mencionados por Breton en este manifiesto que, en cambio, examina con rigor la conducta de los que se han apartado del suprarrealismo en los últimos tiempos. Breton extrema la agresión personal contra Pierre Naville, que tan marcadamente se señaló, al lado de Marcel Fourrier, en la liquidación de “Clarté” y en su sustitución por “La Lutte des Classes”. Naville es presentado como el hijo arribista de un banquero millonario, en desesperada búsqueda de notoriedad, a quien el demonio de la ambición ha guiado en su viaje de la dirección de la revista del suprarrealismo a “La Lutte des Classes”, “La Vérité” y la oposición trotskysta. Me parece que en Naville hay algo mucho más serio. Y no excluyo la posibilidad de que Breton se rectifique más tarde acerca de él -si Naville corresponde a mi propia esperanza-, con la misma nobleza con que, después de una larga querella, ha reconocido a Tristán Tzara la persistencia en el empeño atrevido y en el trabajo severo.

La misma honradez, el mismo escrúpulo se constaba en apreciaciones como las que nos introducen en este balance del suprarrealismo, precisando que “no ha tendido a nada tanto como a provocar, desde el punto de vista intelectual o moral, una crisis de consciencia de la especie más general y más grave y que solo la obtención o la no-obtención de este resultado puede decidir de su logro o de su fracaso histórico”. “Desde el punto de vista intelectual -dice Breton- se trataba, se trata todavía de probar por todos los medios y de hacer reconocer a todo precio el carácter facticio de las viejas antinomias destinadas hipócritamente a prevenir toda agitación insólita de parte del hombre, aunque sea dándole una idea indigente de sus medios, desafiándolo a escapar en una medida válida a la coacción universal’'. No se puede aprobar, justamente por las razones por las que se adhiere a esta definición, a este precisamiento del suprarrealismo como una experiencia, a las frases que siguen: “Todo mueve a creer que existe un punto del espíritu, desde el cual la vida y la muerte, lo real y lo bajo, cesan de ser percibidos contradictoriamente. Y bien, en vano se buscaría a la actividad suprarrealista otro móvil que la esperanza de determinación de este punto.”

El espíritu y el programa del suprarrealismo no se expresan en estas ni otras frases ambiciosas, de intención epatante y ultraísta. El mejor pasaje tal vez del manifiesto es aquel otro en que, con un sentido histórico del romanticismo mil veces más claro del que alcanzan en sus indagaciones a veces tan banales los eruditos de la cuestión romanticismo-clasicismo, André Breton afirma la filiación romántica de la revolución suprarrealista. “En la hora en que los poderes públicos, en Francia, se aprestan a celebrar grotescamente con fiestas el centenario del romanticismo, (nosotros decimos que ese romanticismo del cual queremos históricamente pasar hoy por la cola, -pero la cola a tal punto prénsil- por su esencia misma reside en 1930 en la negación de esos poderes y de esas fiestas. Que tener cien años de existencia es para él estar en la juventud y que lo que se ha llamado equivocadamente su época heroica no puede ser considerada sino como el vagido de un ser que comienza solamente a hacer conocer su deseo a través de nosotros y que, si se admite que lo que ha sido pensado antes de él -“clásicamente"- era el bien, quiere incontestablemente todo el mal.”

Pero las frases de gusto dadaísta no faltan en el manifiesto, que tiene en esos pasajes -“yo demando la ocultación profunda, verdadera del suprarrealismo”, “ninguna concesión al mundo”, etc.,- una entonación infantil que en el punto a que ha llegado históricamente este movimiento, como experiencia e indagación, no es ya posible excusarle.

José Carlos Mariátegui

José Carlos Mariátegui La Chira

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