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José Carlos Mariátegui La Chira Europa Testo Spagnolo
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Notas de la octava conferencia

[Transcripción completa]

  • Los grandes grupos políticos alemanes son: pangermanistas, populistas, católicos, demócratas, socialistas, comunistas. Organización Cónsul, Organización Escherish, fascismo bávaro de Hitler y Ludendorf.

  • Antecedentes de la situación actual: La caida del gabinete Wirth. La constitución del gabinete Cuno. -Retorno al gobierno de los populistas de Hugo Stinnes. Posición de los socialistas frente a este gobierno. Efectos de la ocupación del Ruhr en la política alemana. La crisis alemana actual no es sino la exasperación de la crisis política originada por el fracaso de la colaboración de la social-democracia con la burguesía. -La renuncia de Cuno. El gabinete Stressemann. Hilferding, ministro de finanzas.

  • El separatismo renano. Las fracciones separatistas de Smeets y Doreen. Su agitación y su próxima fusión. El auspicio francés.

  • Las consecuencias de la ocupación del Ruhr en la economía alemana. La catástrofe del marco. Imposibilidad de que Alemania, mutilada, fraccionada, se reorganice. Una nación constituye un organismo vivo. No es posible lesionarlo ni herirlo ni trastornar, sin desordenar su funcionamiento. La ocupación del Ruhr condena a Alemania a la ruina, a la miseria. Pero una Alemania arruinada significa un agravamiento de la crisis económica europea. No pueden coexistir naciones moribundas, naciones hambrientas y naciones vitales, naciones pletóricas. El organismo económico del mundo se ha hecho demasiado solidario para que esto ocurra. Una nación primitiva, insignificante, poco evolucionada económicamente puede caer en la miseria sin afectar sensiblemente a las demás naciones del continente. Pero una nación de un dinamismo internacional tan complejo y tan vasto no puede ser abatida y destruida sin daño mortal para sus vecinos. Los problemas de la paz han descubierto esta solidaridad de vencedores y vencidos que impide a los primeros aplastar a los segundos.

  • Las causas verdaderas de la ocupación del Ruhr. Los chauvinistas, los nacionalistas, quieren el aniquilamiento de Alemania. Tienen la pesadilla de la reconstrucción alemana, de la revancha alemana. Los metalúrgicos aspiran a la posesión del carbón alemán. La prensa de los metalúrgicos explota el patriotismo de las clases pequeno-burguesas. El bloc nacional, el bloc de izquierdas y los comunistas.

  • El programa de Stinnes: la supresión de la jornada de ocho horas, la reducción del personal del Estado, la entrega de los ferrocarriles a empresas privadas. En una palabra, la abolición, la derogación de todas las conquistas del programa mínimo socialista. Una coalición burguesa carece de fuerza para actuar este plan.

  • La disensión en la social-democracia. La tendencia de derecha y la tendencia de izquierda. El temor a la concurrencia comunista.

  • La política de los comunistas alemanes. Los consejos de fabrica. El frente único proletario. El gobierno obrero. La estatización del 51 por ciento de las empresas, bajo el control de los trabajadores. Los social-democráticos y sus aprensiones y miedos.

  • El fenómeno nacionalista. El pauperismo de las clases medias y pequeño-burguesas. -La miseria de los intelectuales. -Radek propone que se combata al fascismo no solo con armas bélicas sino también con armas políticas. -La clase media, dominada por el recuerdo de su pasado bienestar, tiende al restablecimiento del antiguo régimen. Le falta una mentalidad de clase, una consciencia de clase. Un gobierno de la clase media no puede desenvolver sino una política capitalista. La clase media necesita incorporarse en la clase capitalista o en la clase asalariada. No cabe para ella una posición media ni independiente.

  • ¿Cuáles son las perspectivas de la hora presente?. -No es probable una rectificación inmediata de la política francesa. La ocupación del Ruhr seguirá, pues, desorganizando, empobreciendo y arruinando a Alemania. Se habla de la posibilidad de que los industriales alemanes y los industriales franceses se coordinen y se arreglen. Esta alianza del capitalismo francés con el capitalismo alemán no se haría sino a expensas de la clase trabajadora. Ya ha habido preludios de una inteligencia de esta naturaleza: el convenio Loucheur-Lubersac. Esta inteligencia inquietaría a Inglaterra. La industria alemana y la industria francesa constituirían un formidable bloc continental. Igualmente se habla de la posibilidad de que Inglaterra proponga la constitución de un conglomerado anglo-franco-alemán. Mussolini finalmente suena con un bloc continental: Alemania, Francia e Italia. -Pero todos estos proyectos tropiezan con la dificultad de los egoísmos nacionalistas. Cada potencia suspira por una alianza dentro de la cual le toque la parte del león. La atmósfera dejada por la guerra es una atmósfera emponzoñada y asfixiante. Está envenenada por odios rencores y pasiones egoístas. El razonamiento de que el sentido común, el interés común, predominará en la mentalidad de los diversos grupos capitalistas de Europa, es un razonamiento que desconoce la influencia oscura y misteriosa, pero decisiva que tienen en la marcha de la historia los factores psicológicos.

José Carlos Mariátegui La Chira

En torno a las elecciones inglesas – factores del proceso político de la Gran Bretaña [Recorte de prensa]

En torno a las elecciones inglesas – factores del proceso político de la Gran Bretaña

Reanudemos la indagación de los factores históricos de la actual situación política británica. Las elecciones próximas, con las cuales esa situación entrará en una nueva etapa, hacen de la Gran Bretaña el centro de la atención mundial. El escrutinio influirá en los destinos europeos, vale decir en los destinos mundiales. Una mayoría conservadora reforzaría y prolongaría, probablemente, la era de temporal estabilización capitalista que ha seguido a la agitación revolucionaria de los primeros años de post-guerra. Una mayoría laborista, a pesar acaso de algunos líderes del laborismo, aceleraría el curso de este período, apresurando una segunda etapa revolucionaria. La imposibilidad de cualquier mayoría, -laborista, conservadora o liberal- restablecería, como una fatalidad, a la que cada vez resulta más penoso adaptarse, la fórmula forzosa de los ministerios de coalición, como la consiguiente agudización de la crisis del parlamento.

Desde que los Estados Unidos han alcanzado la plenitud de su desarrollo económico, la historia del imperio británico ha dejado de ofrecérsenos como el máximo experimento capitalista. La revolución liberal no liquidó en Inglaterra la monarquía ni otras instituciones del régimen aristocrático. Su carácter esencialmente industrial y urbano, le permitió una gran largueza con la nobleza terrateniente. La economía capitalista creció cómodamente, sin necesidad de sacrificar la decoración capitalista, el cuadro monárquico del Imperio. Para el primer imperio capitalista, dueño de inmensas colonias, dominador de los mares, la economía agraria pasaba a un plano secundario. Su producción industrial, su poder financiero, sus empresas transoceánicas y coloniales, lo colocaban en aptitud de abastecerse ventajosamente en los más distantes mercados de los productos agrícolas necesarios para su consumo. La Gran Bretaña podía costearse, sin ningún esfuerzo excesivo el lujo de mantener una aristocracia refinada, con sus caballos, perros, parques y cotos. Esto, bajo cierto aspecto, admite ser definido como un rasgo general de la sociedad burguesa que, ni aún en los países de más avanzado republicanismo, ha logrado emanciparse de la imitación de los arquetipos y del estilo aristocrático. El “burgués gentilhombre” es actual hasta ahora. La última aspiración de la burguesía, consumada su obra, es parecerse o asimilarse a la aristocracia que desplazó y sucedió. El propio capitalismo yanqui que se ha desenvuelto en un clima tan indemne de supersticiones y privilegios, y que ha producido en sus tipos de capitanes de empresa una jerarquía tan original de jefes, no ha estado libre de esta imitación, ni ha resistido a la sugestión de los títulos y los castillos de la decaída nobleza europea. El noble se sentía y sabía la culminación de una cultura, de un orden; el burgués no. Y acaso, por esto, el burgués ha conservado un respeto subconsciente por la corte, el ocio, el gusto y el protocolo aristocráticos.

Y no hay en esto solo una cuestión psicológica social y política. La conciliación de la economía capitalista y consecuencias económicas: Inglaterra la política democrática con la tradición monárquica, tiene hoy concretas se encuentra en la necesidad de afrontar un problema agrario, que Estados Unidos ignora, que Francia resolvió con su revolución. El lujo de sus tierras improductivas está en estridente contraste con la economía de una época de depresión industrial y dos millones de desocupados. Estos dos millones de desocupados, cuya miseria pesa sobre el presupuesto y el consumo domésticos de la Gran Bretaña, pertenecen a una población esencialmente industrial y urbana. Los oficios y las costumbres citadinas de esta gente, estorban la empresa de emplearla en los más prósperos dominios británicos: Canadá, Australia, donde el obrero y el empleado inmigrantes tendría que transformarse en labriegos.
El empirismo y el conservantismo, el hábito de regirse por los hechos, con prescindencia y aún con desdén de las teorías, han permitido a la Gran Bretaña cierta insensibilidad respecto a las incompatibilidades entre las instituciones y privilegios nobiliarios, respetados por su evolución, y las consecuencias de su economía liberal y capitalista. Pero esa insensibilidad, esta negligencia que en tiempos de pingüe prosperidad capitalista y de incontrastable hegemonía mundial, ha podido ser un lujo y un capricho británicos, en tiempos de desocupación y de concurrencia, a la vez que devienen onerosas con exceso, engendran contradicciones que, amenazan seriamente el ritmo del evolucionismo inglés.

La concentración industrial y urbana aseguran la preponderancia final del partido laborista. El socialismo no conoce casi en la Gran Bretaña el problema de la difícil conquista de un campesino de rol decisivo en la lucha social. Las bases políticas y económicas de la nación son sus ciudades y sus industrias. La política agraria del socialismo no ha menester, como en Francia y Alemania, de complicadas concesiones a una gran masa de pequeños propietarios, ligados fuertemente al orden establecido. Dirigida contra los landlords es, más bien, una válida arma de ataque contra los intereses de la clase conservadora.

La marcha al socialismo está asegurada por las condiciones objetivas del país. Lo que falta al movimiento socialista inglés es, fundamentalmente, ese racionalismo, que los revisionistas encuentras exorbitante en otros partidos socialistas europeos. El proletariado inglés está dirigido por pedagogos y funcionarios, obedientes a un evolucionismo, a un pragmatismo, de fondo rigurosamente burgués. El crecimiento del poder político del laborismo ha ido mucho más a prisa que la esperanza y la adaptación de sus parlamentarios. No en balde, estos parlamentarios se hallan todavía bajo el influjo de la atmósfera intelectual y espiritual de un gran imperio capitalista. La aristocracia obrera de Inglaterra, por razones peculiares de la historia inglesa, es la más enfeudada mentalmente a la burguesía y a su tradición. Se siente obligada a luchar contra la burguesía con la misma moderación con que esta se comportara, -Cronwell y su política exceptuadas- con la aristocracia y sus privilegios. Los neo-revisionistas no parecen propensos a nada como a regocijarse de que así ocurra. “La social-democracia alemana -escribe Henri de Man- se consideró en sus comienzos como encarnación de las doctrinas revolucionarias y teológicas del marxismo intransigente; como consecuencia, la tendencia creciente de su política hacia un oportunismo conservador de Estado aparece ante sus elementos jóvenes y extremistas como una renunciación gradual de la social-democracia a sus fines tradicionales. Por el contrario, el partido obrero británico, el Labour Party, es el tipo del movimiento de mentalidad “causal”, refractario por esencia a formular objetivos remotos en forma de una teología a priori. Solo movido por la experiencia es como se ha desenvuelto llegando desde una representación muy moderada de intereses profesionales hasta constituir un partido socialista. Parece, pues, que el progreso del movimiento alemán aleja a este de su finalidad, mientras que el del inglés lo aproxima a la suya. La consecuencia práctica de esta diferencia es que el grado de desarrollo correspondiente a una tendencia progresiva en la vida intelectual del socialismo inglés contrasta con una tendencia regresiva en la vida intelectual de la social-democracia alemana. El movimiento inglés, cuyos fines impulsan, por decirlo así, día por día la experiencia de una lucha por objetivos inmediatos, pero justificados por móviles éticos, anima de este modo todo objetivo parcial y ensancha la acción de ese impulso en la medida en que este extiende el campo de su práctica reformista. De ahí que el partido obrero británico, pese a su mentalidad fundamentalmente oportunista y empírica, ejerza una atracción creciente entre los elementos más accesibles a los móviles éticos y absolutos: la juventud y los intelectuales en primer término.

Fácil es demostrar que esta presunta ventaja queda ampliamente desmentida por la relación entre el poder objetivo y los factores subjetivos de la acción laborista. El Labour Party se ha desarrollado en número con mayor rapidez que en espíritu y mentalidad. Y, por esto mismo, su caso es muy interesante. En Inglaterra nadie podrá acusar al socialismo de romanticismo revolucionario. Por consiguiente, si ahí se llega al gobierno socialista, será indudablemente no porque se lo hayan propuesto, forzando la historia, los teorizantes y los políticos del socialismo, sino porque el curso mismo de los acontecimientos ha hecho violencia sobre ellos.

José Carlos Mariátegui.

José Carlos Mariátegui La Chira

La derrota de los conservadores en Inglaterra [Recorte de prensa]

La derrota de los conservadores en Inglaterra

El Labour Party ha logrado, en las últimas elecciones, la revancha que pacientemente preparaba desde que el Partido Conservador, ganando con el auxilio del falso documento de Zinovieff una mayoría, puso término en noviembre de 1924, al breve experimento del primer ministerio laborista. Los laboristas, en esas elecciones, no obtuvieron menor número de votos que en las de abril del mismo año. Perdieron puestos por la concentración de los votos de la burguesía, antes divididos entre dos partidos, a favor de los candidatos conservadores, en todos los distritos electorales donde no había otro medio de hacer frente a los candidatos laboristas; pero, numéricamente, su electorado aumentó, continuando, por consiguiente, el partido su ascensión en la estadística eleccionaria de la Gran Bretaña. Y mayor derrota sufrió, sin duda, en tal ocasión, el Partido Liberal que, como consecuencia de un fenómeno de polarización de la burguesía y la pequeña burguesía británicas alrededor de la bandera conservadora, perdía definitivamente su rol tradicional en el parlamento y la política inglesas. Mas, el Labour Party, en noviembre de 1924, no había ido a las elecciones simplemente para mantener y acrecentar sus posiciones eleccionarias, sino para ganar la mayoría. Y el electorado concedió esta mayoría a los conservadores, asegurándoles cinco años de gobierno sólidamente garantizados contra la agitación parlamentaria. El Labour Party, en minoría en el parlamento por el voto adverso de los liberales, había consultado al país si contaba o no con su confianza para continuar en el poder; con efectiva facultad de administrar. Y la mayoría había respondido votando por los conservadores.

Sin duda, el Labour Party había llegado al poder prematura y accidentalmente. La primera votación de 1924 no había dado la mayoría a los laboristas, sino la había negado a todos los partidos, y en primer lugar al que ejercía el poder, el conservador. Aunque los conservadores retenían el primer lugar en el parlamento, el escrutinio significaba la censura. Los laboristas, que por primera vez ocupaban el segundo lugar en el parlamento, fueron llamados, conforme a la práctica inglesa, a constituir el gobierno. Pero los laboristas no podían mantenerse en el poder, sin los votos de los liberales. La duración del experimento gubernamental del Labour Party, dependía del consenso parlamentario de un partido de principios diversos e intereses propios, poco dispuesto a admitir que el desplazamiento de las fuerzas electorales tuviese un carácter definitivo, propenso a intentar de nuevo la prueba electoral, dirigido por un político esencialmente oportunista como Lloyd George de humor un tanto versátil y afición un tanto aventurera. Lloyd George y su hueste parlamentaria en servicio de sus propios principios e intereses, sostuvieron el ministerio laborista el tiempo necesario para que, con asuntos de ordinaria administración, resolviera la cuestión del presupuesto. El criterio hacendario del laborismo coincidía en este apunto con el de los liberales. Todos los factores eran adversos a la prolongación del experimento laborista. El mismo Labour Party no tenía motivos para sentirse muy seguro y cómodo en el poder, antes de haber confirmado su avance en una nueva votación.
Durante los cinco años de administración conservadora trascurridos desde entonces, el Labour Party no ha llegado a adoptar una nueva línea política, decidida y segura. El personal de intelectuales y funcionarios que sigue a Mc Donald y Thomas, ha desenvuelto su actividad bajo el influjo de dos opuestas preocupaciones: la de ganarse a las capas fluctuantes del electorado, reacias a suscribir un programa insuficientemente evolucionista y británico; y la de anular los efectos de la crítica de los elementos de izquierda del partido en las masas obreras, cuyos intereses de clase reclaman del laborismo una dirección más explícitamente antiburguesa y proletaria. Los líderes laboristas, obsecuentes a un criterio electoral y parlamentario, han tendido a hacer las mayores concesiones a la primera imprecisa y aleatoria clientela. Pero, esta estrategia, por una parte comprometía la unidad de acción y doctrina del Labour Party, con el engrosamiento de la corriente Cox-Maxton y la justificación de sus cargos contra el grupo dirigente y por otra parte, disminuía la energía combativa del laborismo y sus medios morales y programáticos de agitar vigorosamente a la opinión media, resolviéndola a un cambio. El Labour Party se presentaba casi asustado de la gravedad de sus objetivos y de la trascendencia de sus principios. Y no era este, ciertamente, el mejor modo de infundir al pueblo confianza en su voluntad y aptitud de solucionar los problemas vitales de Inglaterra. La concurrencia de un político tan diestro como Lloyd George en el arte de impresionar a la opinión, resultaba, no obstante la visible decadencia teórica y práctica del liberalismo singularmente inoportuna.

La estruendosa derrota sufrida por el Partido Conservador, a pesar de todas estas circunstancias, demuestra la evidencia absoluta del fracaso de la política de Baldwin. Los laboristas no han necesitado sino insistir en la mediocridad gubernamental de los conservadores frente a la crisis económica e industrial de la Gran Bretaña, para afirmarse como partido de oposición pronto para confrontar, con mejor éxito, las dificultades del gobierno. Cinco años de administración, han debilitado al Partido Conservador, con más eficacia quizá que el crecimiento natural y la madurez histórica del partido del proletariado. La crisis de la industria y el comercio ingleses, que causa la desocupación de millón y medio de hombres, onerosa y enervante para el fisco y la producción, se ha manifestado superior a la técnica conservadora. La crisis de la economía británica es una crisis de capitalismo; y es lógico que la autoridad y el crédito de las fuerzas y teorías de gobierno de este sistema se resientan con su prolongamiento y complicaciones. El pueblo inglés empieza a desconfiar de la eficiencia política y administrativa del capitalismo. No es tiempo todavía de que conceda un crédito firme al socialismo. Pero se inclina ya a favorecer el ensayo de sus métodos, muy atenuados por supuesto en la solución de los problemas nacionales. Los líderes reformistas del Labour Party han hecho, además, muy poco por conseguir un consenso más decidido para la política socialista.

El partido liberal sale, por segunda vez, de las elecciones, reducido a un elemento de equilibrio y de combinación. Está en la situación adjetiva, secundaria, del Partido Laborista, antes de que entrara en su mayor edad, con la diferencia de que se encuentra en ella por envejecimiento. El tiempo no trabaja a su favor, como en el caso del Labour Party, cuando, vivo aún en Inglaterra el sistema bipartito, la juventud del laborismo significaba por si sola una esperanza. Baldwin ha experimentado una gran derrota; pero Lloyd George no ha experimentado una derrota menor.

A los liberales les toca votar en el nuevo parlamento contra Baldwin. No serían coherentes de otro modo con su campaña eleccionaria. El Labour Party reasumirá el poder. ¿Qué actitud tomarán entonces los liberales? Una inmediata disolución del parlamento, una segunda consulta al sufragio universal, no sería, por ningún motivo, favorable a los liberales. Lloyd George y su facción afrontarían la prueba con menos elementos que nunca. La lucha sería un duelo entre laboristas y conservadores. A los liberales no les interesa precipitar ese duelo.

Las izquierdas recobran, en Europa, con el triunfo del Labour Party, el terreno que han parecido perder incesantemente desde que comenzó con una fuerte marejada reaccionaria, el actual período de estabilización capitalista. Después de cinco años de política conservadora, Inglaterra retorna, con más convicción que en 1924, al experimento laborista. Muy pronto sabremos a qué atenernos respecto a la duración y alcances de este segundo tiempo de reforma.

José Carlos Mariátegui.

José Carlos Mariátegui La Chira

Un libro de Emile Vandervelde [Recorte de prensa]

Un libro de Emile Vandervelde

El sumo líder de la social-democracia belga Emile Vandervelde, en su reciente libro "Le marxisme a-t-il fait faillite" que reúne varios estu­dios, algo dispares, sobre teoría y po­lítica socialistas, examina principal­mente la tesis expuesta por Henri de Man en su notorio volumen (que en su edición alemana tiene el título me­surado de "Zur Psychologie des Sozialismus" y en su menos notoria conferencia a los estudiantes socialis­tas de París.

Vandervelde, que como ya lo he re­cordado, participó temprano en el re­visionismo, comienza por rememorar, no sin cierta intención irónica, la an­tigüedad de la tendencia a fáciles y apresuradas sentencias a muerte del socialismo. Cita la frase del académi­co Reybaud, después de las jornadas de junio de 1848: “El Socialismo ha muerto; hablar de él, es pronunciar su oración fúnebre”. Mezcla, a renglón seguido, con evidente fin confusionis­ta, las críticas de Menger y Andler con las de Sorel. Opone, en cierta for­ma, la tentativa revisionista también, de Nicholson, que prudentemente se contenta con anunciar el renovamiento del marxismo, a la tentativa de Henri de Man, que proclama su li­quidación, Pero, después de un capí­tulo en que deja a salvo su propio revisionismo, se declara en desacuer­do con ciertos jóvenes e impresiona­bles lectores que han creído ver en la obra de Henri de Man la revelación de una doctrina nueva. La reacción del autor de “Más allá del Marxismo”, en general, le parece excesiva.

Si se tiene en cuenta que la propa­ganda del libro de Henri de Man ha explotado el juicio de Vandervelde so­bre esta obra, considerada por él co­mo la más importante que se ha pu­blicado después de la guerra sobre el socialismo, sus reservas y sus críti­cas cobran una oportunidad y un va­lor singulares. Vandervelde, en el cur­so de su carrera política, ha abandonado reiteradamente la línea marxista. En su época de teorizante, su posición fue la de un revisionista; y en sus tiempos de parlamentario y ministro lo ha sido mucho más. Todos los argumentos del revisionismo viejo y nuevo le son familiares. En caso de que de Man hubiera encontrado, efectivamente, los principios de un nuevo socialismo no marxista o post-marxista, Vandervelde, por mil razones especulativas, prácticas y sentimentales, no habría dejado de regocijarse. Pero de Man no ha descubierto nada, ya que no se puede tomar como un descubrimiento los resultados de un ingenioso, y a veces feliz, empleo de la psicología actual en la indagación de algunos resortes psíquicos de la acción obrera. Y Vandervelde, advertido y cauteloso, debe tomar tiempo sus preocupaciones, contra cualquier súper-estimación exorbitante de la tesis de su compatriota. Reconoce así, de modo categórico, que no hay “nada absolutamente de esencial en el libro de de Man que no se encuentre ya, al menos en germen, en Andler, en Merger, en Jaurés y aun en ese buen viejo Benoit MalIon”. Y esto equivale a desautorizar, a desvanecer completamente, por parte de quien más importancia ha atribuido al libro de Henri de Man, la hipótesis de su novedad u originalidad.

Mas Vandervelde contribuye con varios otros argumentos a la refutación de Henri de Man. El esquema del estado afectivo de la clase obrera industrial que Henri de Man ofrece, y que lo conduce a un olvido radical del fondo económico de su movimiento, no prueba absolutamente, con sus solos elementos psicológicos, lo que el revisionista belga se imagina probar. “Yo puedo admitir— escribe Vandervelde a este respecto— que el instinto de clase es anterior a la consciencia de clase, que no es indispensable que los trabajadores hayan dilucidado el problema de la plusvalía para luchar contra la explotación y la dominación de que son víctimas, que no es únicamente el “instinto adquisitivo” lo que determina sus voliciones sociales; pe­ro en definitiva, después de haber dado con él un rodeo psicológico, interesante del resto, regresamos a lo que, desde el punto de vista socialista, es verdaderamente esencial en
el Marxismo: es decir la primacía de lo económico, la importancia primordial del progreso de la técnica, el desarrollo autónomo de las fuerzas productivas, en el sentido de una concentración que tiende a eliminar o a subordinar las pequeñas empresas, a acrecentar el proletariado, a transformar la concurrencia en monopolio y a crear finalmente una contradicción ostensible entre el carácter social de
la producción y el carácter privado de la apropiación capitalista.” La afirmación de Henri de Man de que “en último análisis, la inferioridad social de las clases laboriosas no reposa en una injusticia política, ni en un prejuicio económico, sino en un estado psíquico”, es para Vandervelde una “enormidad”. De Man ha superpuesto la psicología a la economía, en un trabajo realizado sin objetividad científica, sin rigor especulativo, con el propósito extra y anti-científico de escamotear la economía. Y Vandervelde no tiene más remedio que negar que "su interpretación psicológica del movimiento obrero cambie algo que sea esencial en lo que hay de realmente sólido en las concepciones económicas y sociales del Marxismo".

Paralelamente al libro de Henri de Man, Vandervelde examina la “Theorie du Materialisme historique" de Bukharin. Y su conclusión comparativa es la siguiente: "Si hubiese que caracterizar con una palabra —excesiva por lo demás— las dos obras que acaban de ser analizadas, talvez se podría decir que Bukharin descarna al marxismo so pretexto de depurarlo , en tanto que de Man lo desosa, le quita su osamenta económica, so capa de idealizarlo." De esta comparación Bukharin sale, sin duda, mucho mejor parado que de Man, aun­ que todas las simpatías de Vandervelde sean para este último. Sobre todo si se considera que la “Theorie du
Materialisme historique” es un manual popular, un libro de divulgación, en el que por fuerza el marxismo debía quedar reducido a un esquema elemental. El marxismo descarnado, esquelético de Bukharin, se manten­dría siempre en pie, llenando el ofi­cio didáctico de un catecismo, como esas osamentas de museo que dan una idea de las dimensiones, la estructura y la fisiología de la especie que representan, mientras el marxis­mo desolado de Henri de Man, inca­paz de sostenerse un segundo, está condenado a corromperse y disgregar­se, sin dejar un vestigio duradero.

Henri de Man resulta, pues, descalificado por el reformismo, por boca de quien entre sus corifeos se sentía, ciertamente, más propenso a tratarlo con simpatía. Y esto es perfectamente lógico, no solo porque una buena parte de “Más allá del Marxismo” constituye una crítica disolvente de las contradicciones y del sistema reformista, sino porque la base económica y clasista del marxismo no es menos indispensable, prácticamente, a los reformistas que a los revolucionarios. Si el socialismo, reniega, como pretende de Man, su carácter y su función clasistas, para atenerse a las revelaciones inesperadas de los intelectuales y moralistas, dispuestos a prohijarlo o renovarlo, ¿de qué resortes dispondrían los reformistas para encuadrar en sus marcos a la clase obrera, para movilizar en las batallas del sufragio a un imponente electorado de clase y para ocupar, a título distinto de los varios partidos burgueses, una fuerte posición parlamentaria? La social democracia no puede suscribir absolutamente las conclusiones del revisionista belga, sin renunciar a su propio cimiento. Aceptar, en teoría, la caducidad del materialismo económico, sería el mejor modo de servir toda suerte de maniobras fascistas y reaccionarias. Vandervelde, interesado como el que más en apuntalar la democracia, es todo lo cauto que hace falta para comprenderlo.

José Carlos Mariátegui

José Carlos Mariátegui La Chira

La lucha de la India por la independencia nacional [Recorte de prensa]

La lucha de la India por la independencia nacional

El más fácil pronóstico sobre las perspectivas de 1930 es el de que este año señalará una etapa culminante del movimiento nacionalista hindú. La reunión del Congreso Nacional Hindú está rodeada de la más grande expectación mundial por la gravedad de las decisiones que esta vez le tocará tomar. Desde hace dos años la lucha por la emancipación nacional de la India ha entrado en una fase de decisiva aceleración.

Las deliberaciones del Congreso Nacional reunido en Madras en diciembre de 1927 tuvieron un acentuado tono revolucionario. Malgrado la resistencia abierta o disfrazada de líderes moderados, propugnadores de una política transaccional, el Congreso se pronunció en esa oportunidad a favor de la completa independencia de la India. Aprobó también el Congreso una moción de solidaridad con los revolucionarios chinos y con la Liga Mundial contra el Imperialismo, en cuyo segundo congreso, celebrado en Francfort en Julio de 1929, las masas revolucionarias hindúes han estado conspicuamente representadas.

El año de 1928 se caracterizó por la agitación del proletariado industrial de Calcuta y Bombay, focos de la acción sindical hindú. Centenares de miles de obreros de las fábricas de tejidos reafirmaron en las jornadas de 1920 un programa clasista. Este proletariado es, sin duda, el que desde el primer congreso sindical pan-hindú de octubre de 1928 comunica un sentido de clase, un fondo social y económico al movimiento nacionalista de la India.

El gobierno de Baldwin encargó a una comisión parlamentaria, en el mismo año, el estudio de la cuestión hindú y la proposición de las medidas que la Gran Bretaña debe adoptar. El nombramiento de esta comisión significa el reconocimiento de la insuficiencia y del fracaso de la reforma con que la Gran Bretaña creyó cumplir en 1919 las promesas hechas a la India, como a todas sus colonias, durante la guerra, para asegurarse su cooperación y obediencia. Los organismos nacionalistas acordaron el boycott de esta comisión, de la que la India no podía esperar sino una morosa encuesta y algunas tardías sugestiones. La comisión Simon fue recibida con demostraciones hostiles, trágicamente selladas por la muerte del gran líder nacionalista Lala Lajpat Rai, a consecuencia de los maltratos sufridos en manos de la policía inglesa.

Lala Lajpat Rai, o Lalaji como se le llamaba usualmente, a los 63 años, con una foja de servicios políticos eminentes de cuarenta años, podía haberse abstenido de concurrir personalmente a las protestas de su pueblo contra la nueva maniobra del imperialismo británico. Pero hombre de acción ante todo, tenía que entregar a la causa de la libertad hindú sus últimas energías. Participó en persona en la manifestación con que el pueblo recibió a Mr. John Simon y sus acompañantes en la estación de Labore el 30 de Octubre de 1928. Los golpes de los policías ingleses causaron su muerte el 17 de Noviembre. Todos los adalidos de la India lo despidieron con emocionadas y reverentes frases de reconocimiento de su obra. Rabindranath Tagore, Mahatma Gandhi, Motilal Nehru, tradujeron con elocuencia concisa el sentido del pueblo hindú.

El Congreso Nacional Hindú, cuyas resoluciones son aguardadas esta vez con tanta ansiedad, no ha surgido, como se sabe, directamente de la agitación de las masas nacionalistas. Durante largos años, prevaleció en él un espíritu favorable a los intereses de la Gran Bretaña. Era una asamblea de la burguesía hindú, que tenía su origen en los sentimientos del sector liberal de esta, pero a la que el Imperio Británico, cuyo poder en la India se apoyaba en la colaboración de las castas privilegiadas y de la riqueza, pudo mirar por mucho tiempo sin aprehensión.

Pero, a medida que la corriente nacionalista empezó a acentuarse y precisarse, y a movilizar a las masas, la actitud del Congreso Nacional Hindú frente a la dominación británica cambió completamente. En 1918 el Congreso tomó una posición revolucionaria. En los años siguientes, siguió la política de Gandhi y adoptó la fórmula de la no cooperación. Las fallas de este programa, en cuya aplicación retrocedió el propio Gandhi, alarmado por los actos de violencia de la multitud, han demostrado luego a las masas la absoluta necesidad de una línea nueva. Al ensancharse las bases del Congreso, que representa en cada reunión un número mayor de sufragios, las reivindicaciones de las masas han comenzado a pesar cuantiosamente en sus deliberaciones. El partido obrero y campesino, organizado en los dos años últimos, y cuya fuerza es un índice del declinamiento del gandhismo, actúa activamente en el seno del Congreso. La derecha colaboracionista, pierde terreno y autoridad fatalmente, a pesar de que Gandhi y sus partidarios, mediando entre los dos sectores extremos, prolongan la táctica de compromiso y la esperanza en las concesiones británicas. Precisamente en el Congreso de Calcuta, hace un año, la tendencia derechista hizo un esfuerzo por predominar, con un proyecto que establecía la autonomía dentro del Imperio. Pero los partidarios de la independencia total insurgieron vigorosamente contra esta maniobra. Y la derecha tuvo que limitar el alcance de su propuesta, fijando un plazo de un año para su realización.

En estas condiciones, se reúne hoy el Congreso. El año previsto ha trascurrido. La comisión Simon no ha hecho conocer aún sus conclusiones. Una declaración del Virrey de la India anunciando el propósito del Gobierno de conceder a la India el régimen de un Dominio, ha provocado la protesta de liberales y conservadores, que acusan aI gobierno laborista de proceder como si no existiera la comisión Simon. Los laboristas se han visto obligados a atenuar al mínimum la declaración de Lord Irwin. La Gran Bretaña les regatea a los hindúes el estatuto del Dominio, en plena creciente del movimiento nacionalista por la emancipación completa. En las labores preparatorias del Congreso, Gandhi ha reasumido un rol ponderador. Pero esta vez la existencia en el Congreso de una fuerza revolucionaria compacta, apoyada en las masas obreras y campesinas, y el desprestigio de las fórmulas conciliadoras, están destinados a imprimir un nuevo curso a los debates. El primer voto del Congreso lo evidencia.

José Carlos Mariátegui.

José Carlos Mariátegui La Chira

El balance de Suprarrealismo. A propósito del último manifiesto de André Bretón [Recorte de prensa]

El balance de Suprarrealismo. A propósito del último manifiesto de André Bretón

Ninguno de los movimientos literarios y artísticos de vanguardia de Europa occidental ha tenido, contra lo que baratas apariencias pueden sugerir la significación ni el contenido histórico del suprarrealismo. Los otros movimientos se han limitado a la afirmación de algunos postulados estéticos, a la experimentación de algunos principios artísticos.

El “futurismo” italiano ha sido, sin duda, una excepción de la regla Marinetti y sus secuaces pretendían representar no solo artística sino también política, sentimentalmente, una nueva Italia. Pero el “futurismo'’ que, considerado a distancia, nos hace sonreír por este lado de su megalomanía histrionesca quizás más que por ningún otro, ha entrado hace ya algún tiempo en el orden y la academia; el “fascismo” lo ha digerido sin esfuerzo, lo que no acredita el poder digestivo del régimen de las camisas negras sino la inocuidad fundamental de los futuristas. El futurismo ha tenido también, en cierta medida, la virtud de la persistencia. Pero, bajo este aspecto, el suyo ha sido un caso de longevidad, no de continuación ni desarrollo. En cada reaparición, se reconocía al viejo futurismo de anteguerra. La peluca, el maquillaje, los trucos, no impedían notar la voz cascada, los gestos mecanizados. Marinetti, en la imposibilidad de obtener una presencia continua, dialéctica. del futurismo, en la literatura y la historia italianas, lo salvaba del olvido, mediante ruidosas “rentrées”. El futurismo, en fin, estaba viciado originalmente por ese gusto de lo espectacular, ese abuso de lo histriónico, -tan italianos, ciertamente, y esta sería tal vez la excusa que una crítica honesta le podría conceder- que lo condenaban a una vida de proscenio, a un rol hechizo y ficticio de declamación. El hecho de que no se pueda hablar del futurismo sin emplear una terminología teatral, confirma este rasgo dominante de su carácter.

El “suprarrealismo” tiene otro género de duración. Es, verdaderamente, un movimiento, una experiencia. No está hoy ya en el punto en que lo dejaron, hace dos años, por ejemplo, los que lo observaron hasta entonces con la esperanza de que se desvaneciera o se pacificara. Ignora totalmente al suprarrealismo quien se imagina conocerlo y entenderlo por una fórmula o una definición de una de sus etapas. Hasta en su surgimiento, el suprarrealismo se distingue de las otras tendencias o programas artísticos y literarios. No ha nacido armado y perfecto de la cabeza de sus inventores. Ha tenido un proceso. Dadá es el nombre de su infancia. Si se sigue atentamente su desarrollo, se le puede descubrir una crisis de pubertad. Al llegar a su edad adulta, ha sentido su responsabilidad política, sus deberes civiles, y se ha inscrito en un partido, se ha afiliado a una doctrina.

Y, en este plano, se ha comportado de modo muy distinto que el futurismo. En vez de lanzar un programa de política suprarrealista, acepta y suscribe el programa de la revolución concreta, presente: el programa marxista de la revolución proletaria. Reconoce validez en el terreno social, político, económico, únicamente, al movimiento marxista. No se le ocurre someter a la política a las reglas y gustos del arte. Del mismo modo que en los dominios de la física, no tiene nada que oponer a los datos de la ciencia, en los dominios de la política y la economía juzga pueril y absurdo intentar una especulación original, basada en los datos del arte. Los suprarrealistas no ejercen su derecho al disparate, al subjetivismo absoluto, sino en el arte: en todo lo demás, se comportan cuerdamente y esta es otra de las cosas que los diferencian de las precedentes escandalistas variedades revolucionarias o románticas de la historia de la literatura.

Pero nada rehúsan tanto los suprarrealistas como confinarse voluntariamente en la pura especulación artística. Autonomía del arte, sí; pero, no clausura del arte. Nada les es más extraño que la fórmula del arte por el arte. El artista que, en un momento dado, no cumple el deber de arrojar al Sena a un “flic” de M. Tardieu o de interrumpir con una interjección un discurso de Briand, es un pobre diablo. El suprarrealismo le niega el derecho de ampararse en la estética para no sentir lo repugnante, lo odioso del oficio de Mr. Chiappe o de los anestesiantes orales del pacifismo de los Estados Unidos de Europa. Algunas disidencias, algunas defecciones han tenido, precisamente, su origen en esta concepción de la unidad del hombre y el artista. Constatando el alejamiento de Robert Desnos, que diera en un tiempo contribución cuantiosa a los cuadernos de “La Revolution Surrealiste”, André Breton dice que “él creyó poder entregarse impunemente a una de las actividades más peligrosas que existan, la actividad periodística, y descuidar en función de ella de responder a un pequeño número de intimaciones brutales frente a las cuales se ha hallado el suprarrealismo avanzando en su camino: marxismo o antimarxismo, por ejemplo”.

A los que en esta América tropical se imaginan el suprarrealismo como un libertinaje, les costará mucho trabajo, les será quizás imposible admitir esta afirmación: que es una difícil, penosa disciplina. Puedo atemperarla, moderarla, sustituyéndola por una definición escrupulosa: que es la difícil, penosa búsqueda de una disciplina. Pero insisto, absolutamente, en la calidad rara -inasequible y vedada al snobismo, a la simulación,- de la experiencia y del trabajo de los suprarrealistas.

“La Revolution Surrealiste” ha llegado a su número XII y a su año quinto. Abre el No. XII un balance de una parte de sus operaciones de André Breton que el autor titula: “Segundo Manifiesto del Suprarrealismo”. Prometo a los lectores de VARIEDADES un comentario de este manifiesto y de una “Introducción a 1930”, publicada en el mismo número por Louis Aragon. Antes he querido fijar, en algunos acápites, el alcance y el valor del suprarrealismo, movimiento que he seguido con una atención que se ha reflejado más de una vez, y no solo episódicamente, en mis artículos de VARIEDADES. Esta atención, nutrida de simpatía y esperanza, garantiza la lealtad de lo que escribiré polemizando con los textos e intenciones suprarrealistas. A propósito del No. XII, agregaré que su texto y su tono confirman el carácter de la experiencia suprarrealista y de la revista que la exhibe y traduce. Un número de “La Revolution Surrealiste” representa casi siempre un examen de consciencia, una interrogación nueva, una tentativa arriesgada. Cada número acusa un nuevo reagrupamiento de fuerzas. La misma dirección de la revista, en su sentido funcional o personal, ha variado algunas veces, hasta que la ha asumido, imprimiéndole continuidad; André Breton. Una revista de esta índole no podía tener una regularidad periódica, exacta, en su publicación. Todas sus expresiones deben ser fieles a la línea atormentada, peligrosa, desafiante de sus investigaciones y sus experimentos.

José Carlos Mariátegui

José Carlos Mariátegui La Chira

El segundo manifiesto del Suprarrealismo (1) [Recorte de prensa]

El segundo manifiesto del Suprarrealismo (1)

André Breton hace, en el segundo manifiesto del suprarrealismo, el proceso de los escritores y artistas que habiendo participado en este movimiento, lo han renegado más o menos abiertamente. Bajo este aspecto, el manifiesto tiene algo de requisitoria y no ha tardado en provocar contra el autor y sus compañeros de equipo violentas reacciones. Pero en esta requisitoria hay lo menos posible de cuestión personal. El proceso a las apostasías y a las deserciones tiende, sobre todo, en esta pieza polémica, a insistir en la difícil y valerosa disciplina espiritual y artística a que conduce la experiencia suprarrealista. “Es remarcable -escribe Breton- que abandonados a ellos mismos, y a ellos solo, los hombres que nos han puesto un día en la necesidad de prescindir de su compañía han perdido pie enseguida y han debido enseguida recurrir a los expedientes más miserables para retornar en gracia cerca de los defensores del orden, grandes partidarios todos del nivelamiento por la cabeza. Es que la fidelidad sin desfallecimiento a los empeños del suprarrealismo supone un desinterés, un desprecio del riesgo, un rehusamiento a la conciliación, de los que pocos hombres se revelan a la larga capaces. Aunque no quedara ninguno de todos aquellos que primero han medido en él su “chance"’ de significación y su deseo de verdad, el suprarrealismo viviría”.

Los disidentes notorios y antiguos del movimiento apenas si son mencionados por Breton en este manifiesto que, en cambio, examina con rigor la conducta de los que se han apartado del suprarrealismo en los últimos tiempos. Breton extrema la agresión personal contra Pierre Naville, que tan marcadamente se señaló, al lado de Marcel Fourrier, en la liquidación de “Clarté” y en su sustitución por “La Lutte des Classes”. Naville es presentado como el hijo arribista de un banquero millonario, en desesperada búsqueda de notoriedad, a quien el demonio de la ambición ha guiado en su viaje de la dirección de la revista del suprarrealismo a “La Lutte des Classes”, “La Vérité” y la oposición trotskysta. Me parece que en Naville hay algo mucho más serio. Y no excluyo la posibilidad de que Breton se rectifique más tarde acerca de él -si Naville corresponde a mi propia esperanza-, con la misma nobleza con que, después de una larga querella, ha reconocido a Tristán Tzara la persistencia en el empeño atrevido y en el trabajo severo.

La misma honradez, el mismo escrúpulo se constaba en apreciaciones como las que nos introducen en este balance del suprarrealismo, precisando que “no ha tendido a nada tanto como a provocar, desde el punto de vista intelectual o moral, una crisis de consciencia de la especie más general y más grave y que solo la obtención o la no-obtención de este resultado puede decidir de su logro o de su fracaso histórico”. “Desde el punto de vista intelectual -dice Breton- se trataba, se trata todavía de probar por todos los medios y de hacer reconocer a todo precio el carácter facticio de las viejas antinomias destinadas hipócritamente a prevenir toda agitación insólita de parte del hombre, aunque sea dándole una idea indigente de sus medios, desafiándolo a escapar en una medida válida a la coacción universal’'. No se puede aprobar, justamente por las razones por las que se adhiere a esta definición, a este precisamiento del suprarrealismo como una experiencia, a las frases que siguen: “Todo mueve a creer que existe un punto del espíritu, desde el cual la vida y la muerte, lo real y lo bajo, cesan de ser percibidos contradictoriamente. Y bien, en vano se buscaría a la actividad suprarrealista otro móvil que la esperanza de determinación de este punto.”

El espíritu y el programa del suprarrealismo no se expresan en estas ni otras frases ambiciosas, de intención epatante y ultraísta. El mejor pasaje tal vez del manifiesto es aquel otro en que, con un sentido histórico del romanticismo mil veces más claro del que alcanzan en sus indagaciones a veces tan banales los eruditos de la cuestión romanticismo-clasicismo, André Breton afirma la filiación romántica de la revolución suprarrealista. “En la hora en que los poderes públicos, en Francia, se aprestan a celebrar grotescamente con fiestas el centenario del romanticismo, (nosotros decimos que ese romanticismo del cual queremos históricamente pasar hoy por la cola, -pero la cola a tal punto prénsil- por su esencia misma reside en 1930 en la negación de esos poderes y de esas fiestas. Que tener cien años de existencia es para él estar en la juventud y que lo que se ha llamado equivocadamente su época heroica no puede ser considerada sino como el vagido de un ser que comienza solamente a hacer conocer su deseo a través de nosotros y que, si se admite que lo que ha sido pensado antes de él -“clásicamente"- era el bien, quiere incontestablemente todo el mal.”

Pero las frases de gusto dadaísta no faltan en el manifiesto, que tiene en esos pasajes -“yo demando la ocultación profunda, verdadera del suprarrealismo”, “ninguna concesión al mundo”, etc.,- una entonación infantil que en el punto a que ha llegado históricamente este movimiento, como experiencia e indagación, no es ya posible excusarle.

José Carlos Mariátegui

José Carlos Mariátegui La Chira

Rasgos y espíritu del socialismo belga [Recorte de prensa]

Rasgos y espíritu del socialismo belga

Vandervelde, máximo líder del socialismo belga, opera como amigable componedor entre las fracciones socialistas de la República Argentina. Su visita a Buenos Aires, en misión diplomática de la IIa. Internacional, es una ocasión de considerar algunos aspectos y personas del más céntrico y típico de los partidos europeos de esta Internacional, a la que su último congreso de Bruselas ha tratado de rejuvenecer un poco.

Bélgica es el país de Europa con el que se identifica más el espíritu de la IIa. Internacional. En ninguna ciudad encuentra mejor su clima que en Bruselas, el reformismo occidental. Berlín, París, significarían una sospechosa y envidiada hegemonía de la social-democracia alemana o de la S. F. I. O. La IIa. Internacional ha preferido habitualmente para sus asambleas Bruselas, Ámsterdam, Berna. Sus sedes características son Bruselas y Ámsterdam. (El Labour Party británico, ha guardado en su política mucho de la situación insular de Inglaterra).

Vandervelde, De Brouckere, Huysman, han hecho temprano su aprendizaje de funcionarios de la IIa. Internacional. Este trabajo les ha comunicado, forzosamente, cierto aire diplomático, cierto hábito de mesura y equilibrio, fácilmente asequibles a su psicología burocrática y pequeño-burguesa de socialistas belgas.

Porque Bélgica no debe a su función de hogar de la IIa. Internacional el tono menor de su socialismo. Desde su origen el movimiento socialista un propietario de Bélgica, se resiente del influjo de la tradición pequeño-burguesa de un pueblo católico y agrícola, apretado entre dos grandes nacionalidades rivales, fiel todavía en sus burgos a los gustos del artesanado, insuficientemente conquistado por la gran industria. Sorel no ahorra, en su obra, duros sarcasmos sobre Vandervelde y sus correligionarios.

“Bélgica-escribe en ’'‘Reflexiones sobre la Violencia” es uno de los países donde el movimiento sindical es más débil; toda la organización del socialismo está fundada sobre la panadería, la pulpería y la mercería, explotadas por comités del partido; el obrero, habituado largo tiempo a una disciplina clerical, es siempre un “inferior” que se cree obligado a seguir la dirección de las gentes que le venden los productos de que ha menester, con una ligera rebaja, y que lo abrevan con arengas sea católicas, sea socialistas. No solamente encontramos el comercio de especias erigido en sacerdocio, sino que es de Bélgica de donde nos vino la famosa teoría de los servicios públicos, contra la cual Guesde escribió en 1883 un tan violento folleto y que Deville llamaba al mismo tiempo, una deformación belga del colectivismo. Todo el socialismo belga tiende al desarrollo de la industria de Estado, a la constitución de una clase de trabajadores-funcionarios, sólidamente disciplinada bajo la mano de hierro de los jefes que la democracia aceptaría”. Max, juzgaba a Bélgica el paraíso de los capitalistas.

En la época de tranquilo apogeo de la social-democracia lassalliana y jauresiana, estos juicios no eran, sin duda, muy populares. Entonces, se miraba a Bélgica como al paraíso de la reforma, más bien que del capital. Se admiraba el espíritu progresista de sus liberales, alacres y vigilantes defensores de la laicidad; de sus católico-sociales, vanguardia del Novarum Rerum; de sus socialistas, sabiamente abastecidos de oportunismo lassalliana y de elocuencia jauressiana. Eliseo Reclus, había definido a Bélgica como “el campo de experiencia de Europa”. La democracia occidental sentía descansar su optimismo en este pequeño Estado en que parecían dulcificarse todos los antagonismos de clase y de partido.

El proceso de la guerra quiso que en esta beata sede de la IIa. Internacional, la política de la “unión sagrada” llevara a los socialistas al más exacerbado nacionalismo. Los líderes del internacionalismo, se convirtieron en excelentes ministros de la monarquía. A esto se debe, evidentemente, en gran parte, la desilusión de Henri de Man respecto al internacionalismo de los socialistas. Sus inmediatos puntos de referencia están en Bruselas, la capital donde Jaurés, pronunciara inútilmente dos días antes del desencadenamiento de la guerra, su última arenga internacionalista.

En su erección nacionalista, Bélgica mostró mucho más grandeza y coraje que en su oficio pacifista e internacional. “El sentimiento de la falta de heroísmo -afirma Piero Gobetti- nos debe explicar los improvistos gestos de dignidad y de altruismo en este pueblo utilitarista y calculador que, en 1830 como en 1914, en todos los grandes cruceros de su historia sabe comportarse con desinterés señorial”. Para Gobetti, a quien no se puede atribuir el mismo tumor de polémica con Vandervelde que a Sorel, la vida normal de Bélgica sufre de la falta de sublime y de heroico. Gobetti completa la diagnosis sorelliana. “La fuerza de Bélgica -observa- está en el equilibrio realizado entre agricultura, industria y comercio. Resulta de esto la feliz mediocridad de las tierras fértiles y cerradas. Las relaciones con el exterior son extremadamente delicadas; ninguna audacia le es consentida impunemente; todas las crisis mundiales repercuten con gran sensibilidad en su comercio, en su capacidad de expansión, amenazando a cada rato constreñirlo en las posiciones seguras, pero insoportables, de su equilibrio casero. Bélgica es un pueblo de tipo casero y provincial, empujado por la situación absurda y afortunada, a jugar siempre un rol superior a sus fuerzas en la vida europea.” A las consecuencias de la tradición y la mecánica de la vida belga, no podía escapar el movimiento obrero y socialista. “La práctica de la lucha de clases -apunta Gobetti- no era consentida por las mismas exigencias idílicas de una industria experimental y de una agricultura que acerca y adapta a todas las clases. La mediocridad es también enemiga de la desesperación. Un país en el cual se experimenta no puede, no, cultivar la discreción de los gestos, la quietud modesta y optimista. Además, aunque del 1848 al 1900 han desaparecido casi completamente en Bélgica los artesanos y la industria a domicilio, el instinto pequeño burgués ha subsistido en el operario de la gran industria, que a veces es contemporáneamente agricultor y obrero y siempre, habitando a treinta o cuarenta kilómetros de la fábrica, se substrae a la vida y a la psicología de la ciudad, escuela de socialismo intransigente”. A juicio de Gobetti, los líderes del socialismo belga, “han conducido a los obreros de Bélgica a la vanguardia del cooperativismo y del ahorro, pero los han dejado sin un ideal de lucha. Después de treinta años de vida política se hallan de representantes naturales de un socialismo áulico y oligárquico, y continuador de las funciones conservadoras”.

La consideración de estos hechos nos explica no solo la entonación general de la larga obra de Vandervelde, el actual huésped del socialismo argentino, sino también la inspiración del libro derrotista y desencantado de Henri de Man, que poco antes de la guerra fundara una “central de educación” de la que proceden justamente los animadores del primer movimiento comunista belga. Henri de Man, como él mismo lo dice en su libro, no pudo acompañar a sus amigos, en su trayectoria heroica. Malhumorado y pesimista, regresa, por esto, al lado de Vandervelde, que lo acoge con sus más zalameros y comprometedores elogios.

José Carlos Mariátegui.

José Carlos Mariátegui La Chira

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