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La libertad y el Egipto

Despedida de algunos pueblos de Europa, la Libertad parece haber emigrado a los pueblos de Asia y de África. Renegada por una parte de los hombres blancos, parece haber encontrado nuevos discípulos en los hombres de color. El exilio y el viaje no son nuevos, no son insólitos en su vida. La pobre Libertad es, por naturaleza, un poco nómade, un poco vagabunda, un poco viajera. Está ya bastante vieja para los europeos. (Es la Libertad jacobina y democrática, la Libertad del gorro frigio, la Libertad de los derechos del hombre). Y hoy los europeos tienen otros amores. Los burgueses aman a la Reacción, su antigua rival, que reaparece armada del hacha de los lictores y un tanto modernizada, trucada, empolvada, con un tocado a la moda, de gusto italiano. Los obreros han desposado a la Igualdad. Algunos políticos y capitanes de la burguesía osan afirmar que la Libertad ha muerto. “A la Dea Libertad -ha dicho Mussolini- la mataron los demagogos”. La mayoría de la gente, en todo caso, la supone valetudinaria, achacosa, domesticada, deprimida. Sus propios escuderos actuales Herriot, Mac Donald, etc., se sienten un poco atraídos por la Igualdad, la dea proletaria, la nueva dea; y su último caballero, el Presidente Wilson, quiso imponerle una disciplina presbiteriana y un léxico universitario completamente absurdos en una Libertad coqueta y entrada en años.

Probablemente, lo que más que todo resiente a la vieja dama es que los europeos no la consideren ya revolucionaria. El caso es que se propone, ostensiblemente, demostrarles que no es todavía estéril ni inocua. Una gran parte de la humanidad puede aún seguirla. Su seducción resulta vieja en Europa; pero no en los continentes que hasta ahora no la han poseído o que la han gozado incompletamente. Ahí la pobre divorciada encontrará fácilmente quien la despose. ¿No ha sido acaso, en su nombre, que las democracias occidentales han combatido, en la gran guerra, contra la gente germana, nibelunga, imperialista y bárbara?
La Libertad jacobina y democrática no se equivoca. Es, en efecto, una Libertad vieja; pero en la guerra las democracias aliadas tuvieron que usarla, valorizarla y rejuvenecerla para agitar y emocionar al mundo contra Alemania. Wilson la llamaba la Nueva Libertad. Ella, musa inagotable y clásica, inspiró los catorce puntos. Y más puntos les hubiera dado a los aliados si más puntos hubiesen necesitado estos para vencer. Pero solo catorce, todas variaciones del mismo motivo, -libertad de los mares, libertad de las naciones, libertad de los Dardanelos, etc.- bastaron al presidente Wilson y a las democracias aliadas para ganar la guerra. La Libertad, después de alcanzar su máxima apoteosis retórica, comenzó entonces a tramontar. Las democracias aliadas pensaron que la Libertad, tan útil, tan buena en tiempos de guerra, resultaba excesiva e incómoda en tiempos de paz. En la conferencia de Versailles le dieron un asiento muy modesto y, luego, en el tratado intentaron degollarla, tras de algunas fórmulas equívocas y falaces.

Pero la Libertad había huido ya a Egipto. Viajaba por el África, el Asia y parte de América. Agitaba a los hindúes, a los persas, a los turcos, a los árabes. Desterrada del mundo capitalista, se alojaba en el mundo colonial. Su hermana menor, la Igualdad, victoriosa en Rusia, la auxiliaba en esta campaña. Los hombres de color la aguardaban desde hacía mucho tiempo. Y ahora, la amaban apasionadamente. Maltratada en los mayores pueblos de Europa, la anciana Libertad volvía a sentirse, como en su juventud, aventurera, conspiradora, carbonaria, demagógica.

Este es uno de los dramas del post-guerra. No solo acontece que Asia y África, como dice Gorky, han perdido su antiguo, supersticioso respeto a la superioridad de Europa, a la civilización de Occidente. Sucede también que los asiáticos y los africanos han aprendido a usar las armas y los mitos de los europeos. No todos condenan místicamente, como Gandhi, la “satánica civilización europea”. Todos, en cambio, adoptan el culto de la Libertad y muchos coquetean con el Socialismo.

Inglaterra es, naturalmente, la nación más damnificada por esta agitación. Pero es, también, la que con más astutos medios defiende su imperio. A veces se desmanda en el uso de métodos marciales, crueles y sangrientos; pero vuelve, invariablemente, a sus métodos sagaces. La vía del compromiso es siempre su vía predilecta. Las colonias inglesas no se llaman hoy colonias; se llaman dominios. Inglaterra les ha concedido toda la autonomía compatible con la unidad imperial. Les ha consentido dejar el imperio como vasallos para volver a él como asociados. Mas no todas las colonias británicas se contentan con esta autonomía. El Egipto, por ejemplo, lucha, esforzadamente por reconquistar su independencia. Y no la quiere relativa, aparente, condicionada.

Hace más de cuarenta años que los ingleses se instalaron militarmente en tierra egipcia. Algunos años antes habían desembarcado ya en el Egipto sus funcionarios, su dinero y sus mercaderías. Inglaterra y Francia habían impuesto en 1879 a los egipcios su control financiero. Luego, la insurrección de 1882 había sido aprovechada por Inglaterra para ocupar marcialmente el valle del Nilo.
El Egipto siguió siendo, formalmente, un país tributario de Turquía; pero, prácticamente, se convirtió en una colonia británica. Los funcionarios, las finanzas y los soldados británicos mandaban en su administración, su política y su economía. Cuando vino la guerra, los últimos vínculos formales del Egipto con Turquía, quedaron cortados. El khedive fue depuesto. Lo reemplazó un sultán nombrado por Inglaterra. Se inauguró un período de franco y marcial protectorado británico. Conseguida la victoria, Inglaterra negó al Egipto participación en la Paz. Zagloul Pachá debía haber representado a su pueblo en la conferencia; pero Inglaterra no aceptó la fastidiosa presencia de los delegados egipcios. Deportado a la isla de Malta, Zagloul Pacha debió aguardar mejor coyuntura y mejores tiempos. El Egipto insurgió violentamente contra la Gran Bretaña. Los ingleses reprimieron duramente la insurrección. Mas comprendieron la urgencia de parlamentar con los egipcios. La crisis post-bélica desgarraba Europa. Los vencedores se sentían menos arrogantes y orgullosos que en los días de embriaguez del armisticio. Una misión de funcionarios británicos desembarcó en diciembre de 1919 en el Egipto para estudiar las condiciones de una autonomía compatible con los intereses imperiales. El pueblo egipcio la boycoteó y la aisló. Pero, algunos meses después, llamados a Londres, los representantes del nacionalismo egipcio debatieron con el gobierno británico las bases de un convenio. Las negociaciones fracasaron. Inglaterra quería conservar el Egipto bajo su control militar. Sus condiciones de paz eran inconciliables con las reivindicaciones egipcias.

Gobernaban entonces el Egipto, acaudillados por Adly Pachá, los nacionalistas moderados, que eran impotentes para dominar la ola insurreccional. Hubo, por esto, una tentativa de entendimiento entre estos y los nacionalistas integrales de Zagloul Pachá. Pero la colaboración aparecía inasequible. Adly Pachá continuó tratando solo con los ingleses, sin avanzar en el camino de un acuerdo. La agitación, después de un compás de espera, volvió a hacerse intensa y tumultuosa. Varias explosiones nacionalistas provocaron, otra vez, la represión y Zagloul Pachá, que había regresado al Egipto, aclamado por su pueblo, sufrió una nueva deportación. A principios de 1922 una parte de los nacionalistas egipcios pareció inclinada a adoptar los métodos gandhianos de la no-cooperación. Eran los días de plenitud del gandhismo. Inglaterra insistió, sin éxito, en sus ofrecimientos de paz.

Así arribó el conflicto a las últimas elecciones egipcias en las cuales una abrumadora mayoría votó por Zagloul Pachá. El sultán tuvo que llamar al gobierno al caudillo nacionalista. Su victoria coincidía aproximadamente, con la del Labour Party en las elecciones inglesas. Y las negociaciones entraron, consecuentemente, en una etapa nueva. Pero esta etapa ha sido demasiado breve. Zagloul Pachá ha estado recientemente en Londres, y ha conversado con Mac Donald. El diálogo entre el laborista británico y el nacionalista egipcio no ha podido desembocar en una solución. Se ha efectuado en días en que el gobierno laborista estaba vacilante. Zagloul Pachá ha vuelto, pues a su país con las manos vacías. La cuestión sigue integralmente en pie.

No puede predecirse, exactamente; su porvenir. Es probable que, Zagloul Pachá no consigue prontamente la independencia del Egipto, su ascendiente sobre las masas decaiga. Y que prosperen en el Egipto corrientes más revolucionarias y enérgica que la suya. El poder ha pasado en el Egipto a tendencias cada vez más avanzadas. Primero lo conquistaron los nacionalistas moderados. Más tarde, tuvieron estos que cederlo a los nacionalistas de Zagloul Pachá. La última palabra la dirán los obreros y los “fellahs”, en cuyas capas superiores se bosqueja un movimiento clasista.

La suerte del Egipto está vinculada a los acontecimientos políticos de Europa. De un gobierno laborista podrían esperar los egipcios concesiones más liberales que de cualquier otro gobierno británico. Pero la posibilidad de que los laboristas gobiernen, plenamente, efectivamente, Inglaterra, no es inmediata. Les queda a los egipcios el camino de la insurrección y la violencia. ¿Elegirá esta vía Zagloul Pachá? Será difícil, ciertamente, que el Egipto se decida a la guerra, antes que Inglaterra a la transacción. Sin embargo, las cosas pueden llegar a un punto en que la transacción resulte imposible. Esto sería una lástima para el clásico método del compromiso. ¿Pero acaso la crisis contemporánea no es una crisis de todo lo clásico?

José Carlos Mariátegui

José Carlos Mariátegui La Chira

El sentido histórico de las elecciones inglesas

El sentido histórico de las elecciones inglesas

El experimento gubernamental del laborismo ha terminado. Las elecciones últimas han arrojado del poder a los hombres de la Fabian Society y del Labour Party. La mayor parte, de la burguesía saluda exultante este acontecimiento. Alborozada por los resultados del escrutinio, no se cuida de averiguar su precio.

Pero seria y objetivamente consideradas, las elecciones inglesas son un hecho histórico mucho más trascendente, mucho más grave que una mera victoria de los viejos "tories". Significan la liquidación definitiva del secular sistema político de los "wiggs" y los "tories". Este sistema bipartito funcionó, más o menos rítmicamente, hasta la guerra mundial. El post-guerra aceleró el engrosamiento del partido laborista y produjo, provisoriamente, un sistema tripartito. En las elecciones de 1923 ninguno de los tres partidos consiguió mayoría parlamentaria. Llegaron así los laboristas al poder que han ejercido controlados no por una sino por dos oposiciones. Su gobierno ha sido un episodio transitorio dependiente de otro episodio transitorio: el sistema tripartito.

Con las nuevas elecciones no es sólo el gobierno lo que cambia en Inglaterra. Lo que cambia, sobre todo, íntegramente, es el argumento y el juego de la política británica. Ese argumento y ese juego no son ya, una dulce beligerancia y un cortés diálogo entre conservadores y liberales. Son ahora un dramático conflicto y una acérrima polémica entre la burguesía y el proletariado. Hasta la guerra, la burguesía británica dominaba íntegramente la política nacional, desdoblada en dos bandos, en dos facciones. Hasta la guerra se dio el lujo de tener dos ánimas, dos mentalidades y dos cuerpos. Ahora ese lujo, por primera vez en su vida, le resulta inasequible. Estos terribles tiempos de carestía la constriñen a la economía, al ahorro, a la cooperación.

Los que actualmente tienen derecho para sonreír son, por ende, los críticos marxistas. Las elecciones inglesas confirman las aserciones de la lucha de clases y del materialismo histórico. Frente a frente no están hoy, como antes, dos partidos sino dos clases.

El vencido no es el socialismo sino el liberalismo. Los liberales y conservadores han necesitado entenderse y unirse para batir a los laboristas. Pero las consecuencias de esté pacto las han pagado los liberales. A expensas de los liberales los conservadores han obtenido una mayoría parlamentaria que les consentirá acaparar solos el gobierno. Los laboristas han perdido diputaciones que los conservadores y liberales no les han disputado esta vez separada sino mancomunadamente. El conchabamiento de conservadores y liberales ha disminuido su poder parlamentario; no su poder electoral. Los liberales, en tanto, han visto descender junto con el número de sus diputados el número de sus electores. Su clásica potencia parlamentaria ha quedada prácticamente anulada. El antiguo partido liberal ha dejado de ser un partido de gobierno. Privado hasta de su leader Asquith, es actualmente una exigua y decapitada patrulla parlamentaria, casi cuatro veces menor que el joven partido laborista.

Este es, evidentemente, el sino del liberalismo en nuestros tiempos. Donde el capitalismo asume la ofensiva contra la revolución, los liberales son absorbidos por los conservadores. Los liberales británicos han capitulado hoy ante los "tories" como los liberales italianos capitularon ayer ante los fascistas. También la era fascista se inauguró con el consenso de la mayoría del liberalismo de Italia La burguesía deserta en todas partes del liberalismo.

La crisis contemporánea es una crisis del Estado demo-liberal. La Reforma protestante y el liberalismo han sido el motor espiritual y político de la sociedad capitalista. Quebrantando el régimen feudal, franquearon el camino a la economía capitalista, a sus instituciones y a sus máquinas. El capitalismo necesitaba para prosperar que los hombres tuvieron libertad de conciencia y libertad individual. Los vínculos feudales estorbaban su crecimiento. La burguesía abrazó, en consecuencia, la doctrina liberal. Armada de esta doctrina abatió la feudalidad y fundó la democracia. Pero la idea liberal es esencialmente una idea crítica, una idea revolucionaria. El liberalismo puro tiene siempre alguna nueva libertad que conquistar y alguna nueva revolución que proponer. Por esto, la burguesía, después de haberlo usado contra la feudalidad y sus tentativas de restauración, empezó a considerarlo excesivo, peligroso e incómodo. Mas el liberalismo no puede ser impunemente abandonado. Renegando la idea liberal, la sociedad capitalista reniega sus propios orígenes. La reacción conduce como en Italia a una restauración anacrónica de métodos medievales. El poder político, anulada la democracia, es ejercido por condotieres y dictadores de estilo medieval. Se constituye, en suma, una nueva feudalidad. La autoridad prepotente y caprichosa de los condottieres, –que a veces se sienten cruzados, que son en muchos casos gente de
mentalidad, mística, aventurera y marcial– no coincide, frecuentemente, con los intereses de la economía capitalista. Una parte de la burguesía, como acontece presentemente en Italia, vuelve con nostalgia los ojos a la libertad y a la democracia.

Inglaterra es la sede principal de la civilización capitalista. Todos los elementos de este orden social han encontrado ahí el clima más conveniente a su crecimiento. En la historia de Inglaterra se conciertan y combinan, como en la historia de ningún otro pueblo, los tres fenómenos solidarios o consanguíneos, capitalismo, protestantismo y liberalismo. Inglaterra es el único país donde la democracia burguesa ha llegado a su plenitud y donde la idea liberal y sus consecuencias económicas y administrativas han alcanzado todo desarrollo. Más aún. Mientras el liberalismo sirvió de combustible del progreso capitalista, los ingleses eran casi unánimemente liberales. Poco a poco, la misma lucha entre conservadores y liberales perdió su antiguo sentido. La dialéctica de la historia había vuelto a los conservadores algo liberales y a los liberales algo conservadores. Ambas facciones continuaban chocando y polemizando, entre otras cosas porque la política no es concebible de otro modo. La política, como dice Mussolini, no es un monólogo. El gobierno y la oposición son dos fuerzas y dos términos idénticamente necesarios. Sobre todo, el partido liberal alojaba en sus rangos a elementos de la clase media y de la clase proletaria, espontáneamente antitéticos de los elementos de la clase capitalista reunidos en el partido conservador. En tanto que el partido liberal conservó este contenido social, mantuvo su personalidad histórica. Una vez que los obreros se independizaron, una vez que el Labour Party entró en su mayor edad, concluyó la función histórica del partido liberal. El espíritu crítico y revolucionario del liberalismo trasmigró del partido liberal al partido obrero. La facción, escindida primero, soldada después, de Asquith y Lloyd George, dejó de ser el vaso o el cuerpo de la esencia inquieta y volátil del liberalismo. El liberalismo, como fuerza critica, como ideal renovador, se desplazó gradualmente de un organismo envejecido a un organismo joven y ágil. Ramsay Mac Donald, Sydney Webb, Philip Snowden, tres hombres sustantivos del ministerio laborista que acaba de caer, proceden espiritual e ideológicamente de la matriz liberal. Son los nuevos depositarios de la potencialidad revolucionaria del liberalismo. Prácticamente los liberales y los conservadores no se diferencian casi en nada. La palabra liberal, en su acepción y en su uso burgueses, es hoy una palabra vacía. La función de la burguesía no es ya liberal sino conservadora. Y, justamente por esta razón, los liberales ingleses no han sentido ninguna repugnancia para conchabarse con los conservadores. Liberales y conservadores no se confunden y uniforman al azar, sino porque entre unos y otros han desaparecido los antiguos motivos de oposición y de contraste.

El antiguo liberalismo ha cumplido su trayectoria histórica. Su crisis se manifiesta con tanta evidencia y tanta intensidad en Inglaterra, precisamente porque en Inglaterra el liberalismo ha arribado a su más avanzado estadio de plenitud. No obstante esta crisis, no obstante el gobierno conservador que acaba de darse, Inglaterra es todavía la nación más liberal del mundo. Inglaterra es aún el país del libre cambio. Inglaterra es, en fin, el país donde las corrientes subversivas prosperan menos que en ninguna parte por falta de resistencia y de persecución. Los más incandescentes oradores comunistas ululan contra la burguesía en Trafalgar Square y en Hyde Parck en la entrada de Londres. La Reacción en una nación de este grado de democracia no puede vestirse como la reacción italiana ni puede pugnar por la vuelta de la feudalidad con cachiporra y "camisa negra". En el caso británico, la reacción es tal no tanto por el progreso adquirido que anula como por el progreso naciente que frustra o retarda.

El experimento laborista, en suma, no ha sido inútil, no ha sido estéril. Lo será, acaso, para los beocios que creen que una era socialista se puede inaugurar con un decreto. Para los hombres de pensamiento no. El fugaz gobierno de Mac Donald ha servido para obligar a los liberales y a los conservadores a coaligarse y para liquidar, por ende, la fuerza equívoca de los liberales. Los obreros ingleses, al mismo tiempo, se han curado un poco de sus ilusiones democráticas y parlamentarias. Han constatado que el poder gubernamental no basta para gobernar un país. La prensa es, por ejemplo, otro de los poderes de que hay que disponer. Y, como lo observaba hace pocos años Caillaux, la prensa rotativa es una industria reservada a los grandes capitales. Los laboristas, durante estos meses, han estado en el gobierno; pero no han gobernado. Su posición parlamentaria no les ha consentido actuar sino algunos propósitos preliminares de la política de reconstrucción europea compartidos o admitidos por los liberales.

Los resultados administrativos del experimento han sido escasos; pero los resultados políticos han sido muy vastos. La disolución del partido liberal predice, categóricamente, la suerte de los partidos intermedios, de los grupos centristas. El duelo, el conflicto entre la idea conservadora y la idea revolucionaria, ignora y rechaza un tercer término. La política, como la electricidad, tiene únicamente dos polos. Las fuerzas que están haciendo la historia contemporánea son también solamente dos.

José Carlos Mariátegui

José Carlos Mariátegui La Chira

El debate política en Inglaterra

El debate política en Inglaterra

Se está librando hoy en Inglaterra una gran batalla parlamentaria, que precede, seguramente, a una gran batalla electoral. El partido conservador, -empujado por el extremistas que han conseguido obligar a Baldwin a adoptar sus puntos de vista más reaccionarios,- ha iniciado una ofensiva de vastas proyecciones contra el laborismo.

Esta ofensiva, venía siendo propugnada con impaciencia creciente por la extrema derecha inglesa casi desde que el partido conservador ganó las últimas elecciones. En Europa, arreciaba entonces la tempestad reaccionaria que parece haber galvanizado todas las energías del capitalismo, tan relajadas y agónicas después del período bélico. La extrema derecha inglesa quiso uniformarse al estilo fascista, predicando destempladamente una campaña contra la organización obrera de la cual extrae su fuerza política el Labour Party.

Pero al principio prevaleció en el partido un criterio más o menos moderado. Baldwin, aparentemente, no se mostraba dispuesto a ceder a la presión extremista. Los conservadores habían ganado las elecciones con plataformas a las que era extraño el plan de limitar el poder y la acción de los sindicatos. El gabinete necesitaba empezar su labor dentro de una atmósfera de confianza pública.
La derrota sufrida por los obreros en la huelga general de mayo pasado, mudó la situación. Los reaccionarios, a partir de ese suceso, ganaron terreno en el partido y el Gobierno. La huelga general había permitido a la burguesía inglesa, apreciar experimentalmente, al mismo tiempo, la debilidad y la fuerza del movimiento obrero. Se había visto claramente que la lucha sindical se habría transformado en una lucha revolucionaria, si su comando no hubiese estado en manos de los jefes reformistas. Socavada cada vez más la autoridad de esos jefes, se registraba un progresivo orientamiento revolucionario del Labour Party que no consentía dudas, respecto a su futura política.

La posición política de los conservadores favoreció la corriente y la tesis reaccionarias. El Gobierno conservador, después de la huelga de mayo, no había conseguido solucionar la cuestión de las minas. La rendición final de los obreros no había tenido más alcance que el de la aceptación de una tregua forzosa. Lloyd George, con su fino oportunismo y su sagaz perspicacia, había aprovechado la ocasión para asestar un golpe a la hegemonía conservadora, y rehabilitar en algunos sectores de la opinión la esperanza de ensayar una vez más en el gobierno la doctrina liberal. Era lógico que a los conservadores no les quedase más camino que el de una política netamente reaccionaria.

Baldwin no ha tenido más remedio que decidirse por tal camino. Hoy está empeñado a fondo en esta política. ¿Por qué? Por la sencilla razón de que el partido conservador no puede hacer otra cosa. Frente a Rusia, frente a China, frente al Labour Party, su actitud no puede ser distinta.

El envío de una nota agresiva al gobierno de los Soviets, el despacho de barcos y soldados a los puertos chinos y la presentación en el parlamento de un bill anti-laborista, son tres actos congruentes, tres maniobras afines de una misma política. El capitalismo británico conducido por el mesurado Baldwin toma la ofensiva en todos los frentes. Emplea por ahora la manera fuerte. Sin perjuicio, naturalmente de su libertad de reemplazarla, según sus resultados, por el método del compromiso, llamando de nuevo al servicio a Mr. Lloyd George que aguarda su momento con una sonrisa.

Los conservadores necesitan acentuar en la opinión burguesa y pequeño-burguesa la consciencia de los peligros revolucionarios, para desviarla de las proposiciones de Lloyd George que trabaja por atraer a los laboristas a una política de colaboración con el liberalismo. En las próximas elecciones les tocará colocar frente a frente el capitalismo y el socialismo, en términos de irreductible oposición. De sus actuales operaciones depende la suerte de la política conservadora en la batalla electoral inevitable.

Esta política se propone minar las bases electorales del Labour Party, aboliendo la cuota política de los obreros a la caja del laborismo. Tal abolición tiene por objeto dejar al Labour Party en una situación desventajosa en las elecciones. Hasta hoy su fondo político le ha permitido afrontar en las elecciones elevados gastos de propaganda.

Bernard Shaw, en el interesantísimo discurso que pronunció en el banquete de su jubileo, denunciaba e ilustraba el alcance político del monopolio por y para la burguesía, de la comunicación radiográfica. El radio ponía a los defensores del capitalismo en condiciones de una gran superioridad respecto de los propagandistas del socialismo. Cómodamente instalados en sus poltronas, los candidatos burgueses pueden dirigirse a la vez a millones de votantes, para acusar a los laboristas de abrigar los más terribles propósitos contra la civilización, la patria, la familia, etc.

El bill anti-laborista del partido conservador, que declara la ilegalidad de la huelga general y ataca el fondo político del Labour Party, demuestra que los conservadores van mucho más lejos de lo que Bernard Shaw suponía, en su plan de desarmar al proletariado en su lucha con el capitalismo.

José Carlos Mariátegui

José Carlos Mariátegui La Chira

En torno a las elecciones inglesas – factores del proceso político de la Gran Bretaña [Recorte de prensa]

En torno a las elecciones inglesas – factores del proceso político de la Gran Bretaña

Reanudemos la indagación de los factores históricos de la actual situación política británica. Las elecciones próximas, con las cuales esa situación entrará en una nueva etapa, hacen de la Gran Bretaña el centro de la atención mundial. El escrutinio influirá en los destinos europeos, vale decir en los destinos mundiales. Una mayoría conservadora reforzaría y prolongaría, probablemente, la era de temporal estabilización capitalista que ha seguido a la agitación revolucionaria de los primeros años de post-guerra. Una mayoría laborista, a pesar acaso de algunos líderes del laborismo, aceleraría el curso de este período, apresurando una segunda etapa revolucionaria. La imposibilidad de cualquier mayoría, -laborista, conservadora o liberal- restablecería, como una fatalidad, a la que cada vez resulta más penoso adaptarse, la fórmula forzosa de los ministerios de coalición, como la consiguiente agudización de la crisis del parlamento.

Desde que los Estados Unidos han alcanzado la plenitud de su desarrollo económico, la historia del imperio británico ha dejado de ofrecérsenos como el máximo experimento capitalista. La revolución liberal no liquidó en Inglaterra la monarquía ni otras instituciones del régimen aristocrático. Su carácter esencialmente industrial y urbano, le permitió una gran largueza con la nobleza terrateniente. La economía capitalista creció cómodamente, sin necesidad de sacrificar la decoración capitalista, el cuadro monárquico del Imperio. Para el primer imperio capitalista, dueño de inmensas colonias, dominador de los mares, la economía agraria pasaba a un plano secundario. Su producción industrial, su poder financiero, sus empresas transoceánicas y coloniales, lo colocaban en aptitud de abastecerse ventajosamente en los más distantes mercados de los productos agrícolas necesarios para su consumo. La Gran Bretaña podía costearse, sin ningún esfuerzo excesivo el lujo de mantener una aristocracia refinada, con sus caballos, perros, parques y cotos. Esto, bajo cierto aspecto, admite ser definido como un rasgo general de la sociedad burguesa que, ni aún en los países de más avanzado republicanismo, ha logrado emanciparse de la imitación de los arquetipos y del estilo aristocrático. El “burgués gentilhombre” es actual hasta ahora. La última aspiración de la burguesía, consumada su obra, es parecerse o asimilarse a la aristocracia que desplazó y sucedió. El propio capitalismo yanqui que se ha desenvuelto en un clima tan indemne de supersticiones y privilegios, y que ha producido en sus tipos de capitanes de empresa una jerarquía tan original de jefes, no ha estado libre de esta imitación, ni ha resistido a la sugestión de los títulos y los castillos de la decaída nobleza europea. El noble se sentía y sabía la culminación de una cultura, de un orden; el burgués no. Y acaso, por esto, el burgués ha conservado un respeto subconsciente por la corte, el ocio, el gusto y el protocolo aristocráticos.

Y no hay en esto solo una cuestión psicológica social y política. La conciliación de la economía capitalista y consecuencias económicas: Inglaterra la política democrática con la tradición monárquica, tiene hoy concretas se encuentra en la necesidad de afrontar un problema agrario, que Estados Unidos ignora, que Francia resolvió con su revolución. El lujo de sus tierras improductivas está en estridente contraste con la economía de una época de depresión industrial y dos millones de desocupados. Estos dos millones de desocupados, cuya miseria pesa sobre el presupuesto y el consumo domésticos de la Gran Bretaña, pertenecen a una población esencialmente industrial y urbana. Los oficios y las costumbres citadinas de esta gente, estorban la empresa de emplearla en los más prósperos dominios británicos: Canadá, Australia, donde el obrero y el empleado inmigrantes tendría que transformarse en labriegos.
El empirismo y el conservantismo, el hábito de regirse por los hechos, con prescindencia y aún con desdén de las teorías, han permitido a la Gran Bretaña cierta insensibilidad respecto a las incompatibilidades entre las instituciones y privilegios nobiliarios, respetados por su evolución, y las consecuencias de su economía liberal y capitalista. Pero esa insensibilidad, esta negligencia que en tiempos de pingüe prosperidad capitalista y de incontrastable hegemonía mundial, ha podido ser un lujo y un capricho británicos, en tiempos de desocupación y de concurrencia, a la vez que devienen onerosas con exceso, engendran contradicciones que, amenazan seriamente el ritmo del evolucionismo inglés.

La concentración industrial y urbana aseguran la preponderancia final del partido laborista. El socialismo no conoce casi en la Gran Bretaña el problema de la difícil conquista de un campesino de rol decisivo en la lucha social. Las bases políticas y económicas de la nación son sus ciudades y sus industrias. La política agraria del socialismo no ha menester, como en Francia y Alemania, de complicadas concesiones a una gran masa de pequeños propietarios, ligados fuertemente al orden establecido. Dirigida contra los landlords es, más bien, una válida arma de ataque contra los intereses de la clase conservadora.

La marcha al socialismo está asegurada por las condiciones objetivas del país. Lo que falta al movimiento socialista inglés es, fundamentalmente, ese racionalismo, que los revisionistas encuentras exorbitante en otros partidos socialistas europeos. El proletariado inglés está dirigido por pedagogos y funcionarios, obedientes a un evolucionismo, a un pragmatismo, de fondo rigurosamente burgués. El crecimiento del poder político del laborismo ha ido mucho más a prisa que la esperanza y la adaptación de sus parlamentarios. No en balde, estos parlamentarios se hallan todavía bajo el influjo de la atmósfera intelectual y espiritual de un gran imperio capitalista. La aristocracia obrera de Inglaterra, por razones peculiares de la historia inglesa, es la más enfeudada mentalmente a la burguesía y a su tradición. Se siente obligada a luchar contra la burguesía con la misma moderación con que esta se comportara, -Cronwell y su política exceptuadas- con la aristocracia y sus privilegios. Los neo-revisionistas no parecen propensos a nada como a regocijarse de que así ocurra. “La social-democracia alemana -escribe Henri de Man- se consideró en sus comienzos como encarnación de las doctrinas revolucionarias y teológicas del marxismo intransigente; como consecuencia, la tendencia creciente de su política hacia un oportunismo conservador de Estado aparece ante sus elementos jóvenes y extremistas como una renunciación gradual de la social-democracia a sus fines tradicionales. Por el contrario, el partido obrero británico, el Labour Party, es el tipo del movimiento de mentalidad “causal”, refractario por esencia a formular objetivos remotos en forma de una teología a priori. Solo movido por la experiencia es como se ha desenvuelto llegando desde una representación muy moderada de intereses profesionales hasta constituir un partido socialista. Parece, pues, que el progreso del movimiento alemán aleja a este de su finalidad, mientras que el del inglés lo aproxima a la suya. La consecuencia práctica de esta diferencia es que el grado de desarrollo correspondiente a una tendencia progresiva en la vida intelectual del socialismo inglés contrasta con una tendencia regresiva en la vida intelectual de la social-democracia alemana. El movimiento inglés, cuyos fines impulsan, por decirlo así, día por día la experiencia de una lucha por objetivos inmediatos, pero justificados por móviles éticos, anima de este modo todo objetivo parcial y ensancha la acción de ese impulso en la medida en que este extiende el campo de su práctica reformista. De ahí que el partido obrero británico, pese a su mentalidad fundamentalmente oportunista y empírica, ejerza una atracción creciente entre los elementos más accesibles a los móviles éticos y absolutos: la juventud y los intelectuales en primer término.

Fácil es demostrar que esta presunta ventaja queda ampliamente desmentida por la relación entre el poder objetivo y los factores subjetivos de la acción laborista. El Labour Party se ha desarrollado en número con mayor rapidez que en espíritu y mentalidad. Y, por esto mismo, su caso es muy interesante. En Inglaterra nadie podrá acusar al socialismo de romanticismo revolucionario. Por consiguiente, si ahí se llega al gobierno socialista, será indudablemente no porque se lo hayan propuesto, forzando la historia, los teorizantes y los políticos del socialismo, sino porque el curso mismo de los acontecimientos ha hecho violencia sobre ellos.

José Carlos Mariátegui.

José Carlos Mariátegui La Chira

La lucha de la India por la independencia nacional [Recorte de prensa]

La lucha de la India por la independencia nacional

El más fácil pronóstico sobre las perspectivas de 1930 es el de que este año señalará una etapa culminante del movimiento nacionalista hindú. La reunión del Congreso Nacional Hindú está rodeada de la más grande expectación mundial por la gravedad de las decisiones que esta vez le tocará tomar. Desde hace dos años la lucha por la emancipación nacional de la India ha entrado en una fase de decisiva aceleración.

Las deliberaciones del Congreso Nacional reunido en Madras en diciembre de 1927 tuvieron un acentuado tono revolucionario. Malgrado la resistencia abierta o disfrazada de líderes moderados, propugnadores de una política transaccional, el Congreso se pronunció en esa oportunidad a favor de la completa independencia de la India. Aprobó también el Congreso una moción de solidaridad con los revolucionarios chinos y con la Liga Mundial contra el Imperialismo, en cuyo segundo congreso, celebrado en Francfort en Julio de 1929, las masas revolucionarias hindúes han estado conspicuamente representadas.

El año de 1928 se caracterizó por la agitación del proletariado industrial de Calcuta y Bombay, focos de la acción sindical hindú. Centenares de miles de obreros de las fábricas de tejidos reafirmaron en las jornadas de 1920 un programa clasista. Este proletariado es, sin duda, el que desde el primer congreso sindical pan-hindú de octubre de 1928 comunica un sentido de clase, un fondo social y económico al movimiento nacionalista de la India.

El gobierno de Baldwin encargó a una comisión parlamentaria, en el mismo año, el estudio de la cuestión hindú y la proposición de las medidas que la Gran Bretaña debe adoptar. El nombramiento de esta comisión significa el reconocimiento de la insuficiencia y del fracaso de la reforma con que la Gran Bretaña creyó cumplir en 1919 las promesas hechas a la India, como a todas sus colonias, durante la guerra, para asegurarse su cooperación y obediencia. Los organismos nacionalistas acordaron el boycott de esta comisión, de la que la India no podía esperar sino una morosa encuesta y algunas tardías sugestiones. La comisión Simon fue recibida con demostraciones hostiles, trágicamente selladas por la muerte del gran líder nacionalista Lala Lajpat Rai, a consecuencia de los maltratos sufridos en manos de la policía inglesa.

Lala Lajpat Rai, o Lalaji como se le llamaba usualmente, a los 63 años, con una foja de servicios políticos eminentes de cuarenta años, podía haberse abstenido de concurrir personalmente a las protestas de su pueblo contra la nueva maniobra del imperialismo británico. Pero hombre de acción ante todo, tenía que entregar a la causa de la libertad hindú sus últimas energías. Participó en persona en la manifestación con que el pueblo recibió a Mr. John Simon y sus acompañantes en la estación de Labore el 30 de Octubre de 1928. Los golpes de los policías ingleses causaron su muerte el 17 de Noviembre. Todos los adalidos de la India lo despidieron con emocionadas y reverentes frases de reconocimiento de su obra. Rabindranath Tagore, Mahatma Gandhi, Motilal Nehru, tradujeron con elocuencia concisa el sentido del pueblo hindú.

El Congreso Nacional Hindú, cuyas resoluciones son aguardadas esta vez con tanta ansiedad, no ha surgido, como se sabe, directamente de la agitación de las masas nacionalistas. Durante largos años, prevaleció en él un espíritu favorable a los intereses de la Gran Bretaña. Era una asamblea de la burguesía hindú, que tenía su origen en los sentimientos del sector liberal de esta, pero a la que el Imperio Británico, cuyo poder en la India se apoyaba en la colaboración de las castas privilegiadas y de la riqueza, pudo mirar por mucho tiempo sin aprehensión.

Pero, a medida que la corriente nacionalista empezó a acentuarse y precisarse, y a movilizar a las masas, la actitud del Congreso Nacional Hindú frente a la dominación británica cambió completamente. En 1918 el Congreso tomó una posición revolucionaria. En los años siguientes, siguió la política de Gandhi y adoptó la fórmula de la no cooperación. Las fallas de este programa, en cuya aplicación retrocedió el propio Gandhi, alarmado por los actos de violencia de la multitud, han demostrado luego a las masas la absoluta necesidad de una línea nueva. Al ensancharse las bases del Congreso, que representa en cada reunión un número mayor de sufragios, las reivindicaciones de las masas han comenzado a pesar cuantiosamente en sus deliberaciones. El partido obrero y campesino, organizado en los dos años últimos, y cuya fuerza es un índice del declinamiento del gandhismo, actúa activamente en el seno del Congreso. La derecha colaboracionista, pierde terreno y autoridad fatalmente, a pesar de que Gandhi y sus partidarios, mediando entre los dos sectores extremos, prolongan la táctica de compromiso y la esperanza en las concesiones británicas. Precisamente en el Congreso de Calcuta, hace un año, la tendencia derechista hizo un esfuerzo por predominar, con un proyecto que establecía la autonomía dentro del Imperio. Pero los partidarios de la independencia total insurgieron vigorosamente contra esta maniobra. Y la derecha tuvo que limitar el alcance de su propuesta, fijando un plazo de un año para su realización.

En estas condiciones, se reúne hoy el Congreso. El año previsto ha trascurrido. La comisión Simon no ha hecho conocer aún sus conclusiones. Una declaración del Virrey de la India anunciando el propósito del Gobierno de conceder a la India el régimen de un Dominio, ha provocado la protesta de liberales y conservadores, que acusan aI gobierno laborista de proceder como si no existiera la comisión Simon. Los laboristas se han visto obligados a atenuar al mínimum la declaración de Lord Irwin. La Gran Bretaña les regatea a los hindúes el estatuto del Dominio, en plena creciente del movimiento nacionalista por la emancipación completa. En las labores preparatorias del Congreso, Gandhi ha reasumido un rol ponderador. Pero esta vez la existencia en el Congreso de una fuerza revolucionaria compacta, apoyada en las masas obreras y campesinas, y el desprestigio de las fórmulas conciliadoras, están destinados a imprimir un nuevo curso a los debates. El primer voto del Congreso lo evidencia.

José Carlos Mariátegui.

José Carlos Mariátegui La Chira