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El ministerio de concentración republicana de Poincaré

El ministerio de concentración republicana de Poincaré

El drama del franco ha decidido a la burguesía francesa a reconciliarse. Este gabinete de concentración republicana que encabeza Poincaré se reduce, en último análisis, a un gabinete de concentración burguesa. Todos los cuerpos y todos los líderes burgueses de la cámara están ahí. El bélico Tardieu y el ambiguo Briand, el opaco Leygues y el pávido Painlevé, el anodino Barthou y el desventurado Herriot, han aceptado la jefatura de Poincaré en un ministerio que pretende tener el aire de un ministerio de unión sagrada. Fuera de este gabinete, solo están, a la derecha la minúscula patrulla monarquista y a la izquierda, algunos radicales-socialistas, los socialistas y los comunistas.

¿Qué ha pasado en el parlamento francés, dividido antes -sin contar las dos extremas, monarquista y comunista,- en dos campos, en dos coaliciones aparentemente inconciliables, el bloque nacional y el cartel de izquierdas?

La cámara nacida de las elecciones de 11 de Mayo es, materialmente, por su composición y su estructura, la misma que ahora preside Raoul Peret y que se dispone a acordar al hombre de la ocupación del Ruhr los votos de confianza que necesite su política de estabilización del franco. Pero, psicológica y espiritualmente, no es ya la Cámara que, encontrando insuficiente el licenciamiento del ministerio de Poincaré, reclamó y obtuvo en mayo de 1924 la renuncia de Millerand, presidente de la república. En dos años, de los más tormentosos de la política parlamentaria francesa, se ha cumplido, con éxito negativo, el experimento político propugnado por la mayoría del 11 de mayo. El cartel de izquierdas, vencedor en las elecciones, roído desde su nacimiento por un mal insidioso y congénito, se ha disgregado gradualmente en estos dos años. Desde mucho antes de la caída del primer gabinete Herriot, asistimos al proceso dramático de su disolución. El último gabinete Herriot ha sido una postrera tentativa por mantener aún a flote por algún tiempo la esperanza y la ficción de un gobierno de las izquierdas. Hoy, naufragada en pocas horas esta tentativa tímida y tardía, vemos a una parte del cartel reunida al antiguo bloque nacional, mientras la otra parte -el partido socialista- se siente de nuevo casi sola en la oposición.

El retorno de Poincaré representa simplemente un fracaso del reformismo. Pero no únicamente, -como querrán hacer creer los enemigos a ultranza de la idea socialista- un fracaso del reformismo socialista, sino también, y sobre todo, del reformismo burgués. El cartel de izquierdas -coalición de los partidos avanzados de la burguesía, radical-socialista y republicano-socialista, con el partido moderado de la clase obrera- era una fórmula reformista. Se combinaban y entendían en esta fórmula dos evolucionismos: el de la burguesía y el del proletariado. Ninguna crítica de buena fe podía identificar lealmente al cartel de izquierdas como una fórmula revolucionaria. Los comunistas franceses, antes y después del 11 de mayo, denunciaron incansablemente el verdadero carácter del cartel.

La quiebra de esta híbrida alianza no es, pues, una derrota de la revolución sino tan solo una derrota de la democracia. Con el cartel naufraga exclusivamente la reforma. Los excelentes y optimistas burgueses que, guiados por un risueño retor, se creyeron capaces el 11 de mayo de combatir a fondo por la democracia, contra su propia clase, regresan ahora, desilusionados y maltrechos, bajo la bandera equívoca de una concentración republicana, a la teoría y la práctica de la unión sagrada de la burguesía. El partido socialista, por su parte, -liquidado desastrosamente el experimento reformista,- vuelve a asumir, en el parlamento, su función de partido del proletariado.

No hay otra cosa sustancial en la solución de la última crisis ministerial francesa. El éxito personal de Poincaré es una cosa adjetiva. Si Herriot, Painlevé, etc., se han visto obligados a aceptar la dirección del “gran lorenés”, no es menos cierto que este, a su turno, se ha visto obligado a aceptar la colaboración de esos políticos que, en mayo de 1924, lo arrojaron estrepitosamente del poder, achacándole casi toda la responsabilidad de la situación de Francia en la post-guerra. El bloque nacional poincarista no puede suprimir definitivamente al radicalismo o, mejor dicho, al reformismo, sino a costa de digerirlo y asimilarlo.

De otro lado, es absurdo aguardar de Poincaré una obra de taumaturgo. El drama del franco comenzó al día siguiente de la victoria francesa. Poincaré cayó en mayo de 1924, precisamente por haberse mostrado impotente para resolverlo. Antes que los precarios ministerios que se han sucedido del 11 de mayo a la fecha, trató de reordenar las finanzas francesas un sólido ministerio del bloque nacional dirigido por Poincaré. Los resultados de su gestión son demasiado notorios.

Poincaré no tiene un programa propio de restauración del franco. Su programa toma en préstamo algo a todos los programas del parlamento. El “gran lorenés” no posee siquiera dotes de dictador. Crecido y formado en la atmósfera parlamentaria de la Tercera República, no puede romper con sus “inmortales” principios. Tiene la mentalidad y el espíritu de la pequeña burguesía francesa. Y es por esto que la pequeña burguesía lo adora.

Espíritu de clase media, impregnado de todos los prejuicios del parlamentarismo, Poincaré sabe muy bien que no es a él, en todo caso, a quien le tocará jugar en Francia el rol de dictador o condotiere. León Blum lo ha definido agudamente en una interview. “Poincaré, -ha dicho- ha menester de sentir en torno suyo el afecto y la devoción de los hombres. Para obtenerlos usa, en lo privado, la afabilidad y hasta la coquetería. Pero hay en él algo que detiene el impulso de los otros: una sequedad íntima, una meticulosidad excesiva y desconfiada, un amor propio siempre herido. Lo tiene a punto de que cuando toma una resolución, piensa en el artículo que escribirá Tardieu al día siguiente y de que su resolución es influenciada por este pensamiento. Hay en él algunos lados imprevistos. Así, por ejemplo, la fuerza física lo atrae. Una alta estatura lo impresiona, le da miedo. No busquéis en otra cosa la extraña influencia que ejerce sobre él Maginot. Su ascendiente es exactamente el mismo que el gigante Gastón Bonvalot ejercía sobre el pobre Lemaitre”. Blum completa su juicio, reconociendo a Poincaré grandes cualidades -orden, potencia intelectual y vasta cultura-, pero negándole el sentido de lo real, de la aplicación concreta, y declarando que sería admirable en el papel de segundo de un hombre de genio”.

El dinero, la burguesía, han dado a Poincaré, para el ministerio que acaba de constituir, un crédito de confianza. He ahí toda la clave de su ascensión al poder en traje de salvador de la patria.

José Carlos Mariátegui

José Carlos Mariátegui La Chira

La agitación revolucionaria en España

La agitación revolucionaria en España

Las noticias cablegráficas sobre el abortado movimiento contra la dictadura de Primo de Rivera, son insuficientes para comprender y juzgar exactamente la nueva fase en que parece haber entrado la política española. Con tan sumarios y oscuros elementos de juicio no se puede todavía apreciar el verdadero valor de la tentativa revolucionaria en la que, según la represión policial, resultan mezclados hombres tan diversos como Weyler y Marañón, Marcelino Domingo y el conde de Romanones.

La participación de Weyler, de Aguilera y de otros militares de alta jerarquía en el movimiento contra Primo de Rivera demuestran que a la dictadura le faltan cada día más el consenso de una gran parte del ejército.

Este hecho, -del cual se sintió la evidencia desde la primera hora del régimen militar- se conforma absolutamente con la tradición del militarismo español. Desde los más lejanos episodios de la batalla liberal, los militares se presentan en España divididos en liberales y reaccionarios. España careció en el período de su revolución burguesa de grandes figuras civiles. Los que más eficazmente acaso combatieron por el liberalismo y la constitución fueron bizarros caudillos militares del tipo de El Empecinado. Fundadamente piensan algunos hombres de estudio contemporáneos que la revolución liberal y burguesa de España se actuó en América, se resolvió en la revolución de la independencia hispano-americana. La clase civil, el espíritu burgués, no lograron su plenitud sino en las colonias, debido a las circunstancias económicas e históricas que propiciaban su emancipación. España ha sufrido la tragedia de no tener una burguesía orgánica, vigorosa y revolucionaria. Por esto, ha subsistido en España, apenas atenuado por la constitución, el antiguo poder de la monarquía y la aristocracia. Las constituciones no han constituido sino oportunistas concesiones de la monarquía. “El pueblo -escribe Eduardo Ortega Gasset en un reciente artículo de la revista “Europe”- estuvo siempre sometido a una dura tutela que ha debido su supervivencia al hecho de que supo siempre transigir cada vez que se vio en peligro. Entonces los reyes, con la perfidia tradicional de los Borbones de España, sabían fingir que aceptaban las conquistas del pueblo sin renunciar jamás a su poder personal. A la agitación, a la cólera de la opinión pública, la política ha opuesto siempre las resistencias reales seguidas de aparentes concesiones”. En este accidentado proceso de formación del feble régimen constitucional, herido de muerte por el golpe de estado de Primo de Rivera, el militarismo liberal ha jugado un rol activo, sobre todo cuanto ha sido más sensible la ausencia de fuertes figuras civiles.

Pero si la tradición del ejército en el último siglo, ha sido en parte liberal, en cambio ha sido casi invariablemente monárquica. La idea republicana no ha prendido nunca seriamente en el espíritu militar español. Y la monarquía como es natural, ha cultivado celosamente el sentimiento monárquico en el ejército. “Todos los esfuerzos de Palacio -dice Eduardo Ortega y. Gasset,- han tendido siempre a hacer del ejército no una fuerza nacional sino una fuerza monárquica”.

La responsabilidad de Alfonso XIII en el desastre de Annual, más acaso que su complicidad asombrosa en la gestación de la dictadura, ha debilitado sin duda el prestigio personal del rey en la parte más sana y consciente del ejército. Pero no es probable que haya afectado a la monarquía misma.

Por consiguiente, es indudable que el movimiento abortado, no obstante la intervención de elementos calificadamente izquierdistas y republicanos, estaba dirigido solo contra la dictadura. Su programa se detenía en el restablecimiento de la constitución. No llegaba, ni siquiera en principio a la abolición de la monarquía. La presencia del conde de Romanones entre los conspiradores confirma los propósitos meramente restauradores de este frustrado contra-golpe.

El viejo liberalismo, el antiguo constitucionalismo, dominaban inequívocamente, en el movimiento que, tal vez por esta razón, ha sido batido. El estudio de las circunstancias que engendraron el régimen de Primo de Rivera y Martínez Anido prueba hasta la saciedad que el pueblo español no necesita una tímida restauración, sino una revolución verdadera y auténtica. No es ya tiempo de reconstruir un régimen monárquico-constitucional, que no solo la crisis mundial de la democracia capitalista sino, ante todo, su particular experiencia de tantos años, condena definitivamente a la bancarrota y al tramonto.

Claro está que no se debe olvidar que todas las grandes revoluciones han tenido generalmente un principio muy modesto. La revolución rusa nació de un movimiento de la burguesía “cadete” y de la nobleza liberal. Pero en Rusia existía, además de una profunda agitación del pueblo, un partido revolucionario, conducido por un genial hombre de acción, de miras claras y netas.
Esto es lo que falta presentemente en España. El partido socialista sigue a hombres dotados de estimables condiciones de inteligencia y probidad, pero desprovistos de efectivo espíritu revolucionario. El partido comunista, demasiado joven, no constituye aún sino una fuerza de agitación y propaganda. Los intelectuales del Ateneo -que han sido, seguramente, los animadores originales de la tentativa- representan conspicuamente un nuevo pensamiento científico y hasta filosófico; pero no representan específicamente un nuevo pensamiento político. Y una revolución política no puede ser obra sino de un pensamiento político también.

Pero nada de esto disminuye el interés de los últimos acontecimientos. Tiende solo a fijar sus reales alcances. La tartarinesca dictadura de Primo de Rivera y Martínez Anido se ha exhibido, al tambalearse, en toda su miseria intelectual y material. España ha entrado otra vez en la era un poco romántica de los pronunciamientos y de las conspiraciones. Sus grotescos dictadores no podrán ya dormir tranquilos.

José Carlos Mariátegui

José Carlos Mariátegui La Chira

El "Dizionario dell'omo salvatico" de Papini y Giulotti

El "Dizionario dell'omo salvatico" de Papini y Giulotti

En este libro polémico, agresivo -cuyo primer volumen acaba de ser traducido al español-Giovanni Papini continúa su batalla católica. Colabora con Papini en este trabajo, un escritor toscano, Domenico Giulotti, que, en un libro lleno de pasión y ardimiento, “La Hora de Barrabás”, asumió hace tres años la mística actitud de cruzado tomada por el autor de “La Historia de Cristo”.
El “Diccionario del Hombre Selvático” no es un libro de apologética. Es, más bien, un libro de ataque. Según las palabras del prefacio, mueve a los autores “la esperanza de hacer reflexionar a aquellas almas desviadas pero no perdidas, ofuscadas pero no cegadas, lejanas pero no podridas, sobre las cuales pesan los fuliginosos vapores de cinco siglos de pestilencias espirituales”. Este “diccionario” es absolutamente un documento de la época. No tiene ninguna afinidad de espíritu ni de género con los “diccionarios” de Bayle, de Voltaire ni de Flaubert. La única obra con la cual su parentesco espiritual resulta evidente, es la “Exegese des Lieux Comuns” de León Bloy. El bizarro, brillante y violento León Bloy revive en Papini y Giulotti. Como el de León Bloy, el catolicismo de Papini y Giulotti es un catolicismo beligerante, combatiente, colérico.

Papini y Giulotti repudian y condenan en bloque la modernidad. El espíritu moderno cuyos primeros elementos aparecen con el Renacimiento, se presenta hoy como causa y efecto a la vez de esta civilización industrialista y materialista. Se llama humanismo, protestantismo, liberalismo, ateísmo, socialismo, etc. Papini y Giulotti nos predican, como otros espiritualistas reaccionarios, el retorno al Medio Evo.

Su rencor contra la modernidad se traduce por ejemplo en una acérrima diatriba contra América. “La América -dice el Diccionario- es la tierra de los tíos millonarios, la patria de los trusts, de los rascacielos, del tranvía eléctrico, de la ley de Lynch, del insoportable Washington, del aburrido Emerson, del pederasta Walt Whitman, del vomitivo Longfellow, del angélico Wilson, del filántropo Morgan, del indeseable Edison y de otros grandes hombres de la misma pasta. En compensación nos ha venido de América el tabaco que envenena, la sífilis que pudre, el chocolate que harta, las patatas pesadas para el estómago y la Declaración de la Independencia que engendró, algunos años después, la Declaración de los Derechos del Hombre. De lo que se deduce que el descubrimiento de América -aunque realizado por un hombre que tuvo lados de santidad- fue querido por Dios en 1492 como una punición represiva y preventiva de todos los otros grandes descubrimientos del Renacimiento: esto es la pólvora de cañón, el humanismo y el protestantismo”.

La frenética requisitoria contra América define la posición anti-histórica de Papini y Giulotti. Claro que no todas sus razones deben ser tomadas al pie de la letra. Encolerizarse contra América por haber dado al mundo la patata, tiene que parecerle a todos un mero exceso de exaltación verbal. La patata está justificada y defendida por el plebiscito de toda Europa. Un escritor francés un tanto próximo a Papini en el espíritu -Joseph Delteil- ha hecho en su “Juana de Arco” -libro que tal vez sea adoptado por la nueva apologética que el Diccionario propugna y augura- el elogio de la patata. Delteil la declara alimento intelectual por excelencia. Entre otras virtudes le atribuye la de mantener la agilidad de espíritu y conferir el gusto del diálogo.

Pero dejemos a América y la patata y, volviendo a las sugestiones esenciales del Diccionario, constatamos que el caso de Papini, convertido al catolicismo, no es un caso solitario y único en la inteligencia contemporánea. El caos moderno angustia y aterra a los intelectuales. Todos sienten la necesidad de un orden, de una fe. Los que no son capaces de adherir a un orden nuevo, buscan con frecuencia su refugio en Roma. La Iglesia Católica les ofrece un asilo contra la duda. Estas adhesiones de intelectuales desencantados no robustecen históricamente al catolicismo; pero restauran los gastados prestigios de su literatura. Tenemos en el campo filosófico una escuela neo-tomista. La escolástica es desempolvada por escritores y artistas que hasta ayer representaron un nihilismo, un escepticismo, a veces blasfemos.

Papini, extremista orgánico, tenía que reaccionar contra el caos moderno adhiriendo a la revolución o a la tradición. Su psicología y su mentalidad de toscano no eran propensas al misticismo oriental del bolchevismo. Nada hay de raro ni de ilógico en que lo hayan conducido a la tradición romana, al orden latino. Pero, ¿será esta la última estación de su viaje? Giuseppe Prezzolini que lo conoce y admira como nadie, se lo pregunta con incertidumbre. “¿Permanecerá católico? ¿Tendrá tiempo de ensangrentar aún sus pies por ásperos caminos, lo veremos todavía correr tras de una nueva quimera, o quedará encerrado en la cristalización de las fórmulas religiosas y del éxito material?” Aunque tratándose de Papini es arriesgado hacer predicciones, lo último me parece lo más probable. Ya he dicho por qué.

José Carlos Mariátegui

José Carlos Mariátegui La Chira

La escena portuguesa

La escena portuguesa

Sería injusto pensar, a propósito del reciente golpe de estado portugués, que el Portugal está imitando a la España de Primo de Rivera y Martínez Anido. Al Portugal no se le puede negar el mérito de ser, en este siglo, bastante más original que España en su política y sus instituciones. Mientras los republicanos españoles no han sabido ni han podido hacer nada mejor que transigir con la monarquía borbónica, los republicanos portugueses han logrado, primero, fundar su república y, enseguida, defenderla contra la nostalgia de la dinastía de los Braganza. España, por germanofilia de la monarquía, no quiso salir de la neutralidad. El Portugal, por aliadofilia de la república, intervino en la guerra.

Estos contrastes no son en sí mismos, evidentemente, una prueba de progresismo del Portugal y de conservantismo de España. Una república, muchas veces, no vale más que una monarquía. No es raro que valga aún menos. Y la participación en la gran guerra ha dejado de ser considerada como una benemerencia desde que se fueron a pique, tragadas por los vórtices de los imperialismos, los beatos principios del Presidente Wilson.

Pero aquí no se trata sino de constatar el derecho del Portugal a sentirse diferente de España. Los antecedentes del reciente golpe militar -dirán con razón los portugueses- no están en la gesta del general Primo de Rivera sino en la propia historia del Portugal. Todos los cambios de gobierno que ha experimentado el Portugal desde el derribamiento de la monarquía en 1910, han reposado en un pronunciamiento militar. En solo los años 1920 y 1921 se realizaron en el Portugal tres golpes de mano militares. La renovación del gobierno ha dependido casi siempre de la decisión de un manípulo de belicosos oficiales. Y los oficiales se han presentado divididos en republicanos y monarquistas y subdivididos en varias filiaciones menores, más o menos contingentes y accidentales.

El último pronunciamiento se distingue, empero, de los anteriores, aunque no sea sino formalmente. Esta vez el ejército no ha puesto el peso de sus armas del lado de una de las facciones políticas. Ha establecido una dictadura marcial que, por su lenguaje al menos, no carece de parecido con la de España. Este régimen, por otra parte, se declara por encima de todos los partidos y se atribuye la representación de los intereses nacionales. Y aquí el parentesco de las dos dictaduras aparece incuestionable. Las dos pertenecen incontestablemente a la misma familia histórica.

No sabemos todavía si, como es característico en todo movimiento fascista, los autores del golpe de estado del Portugal achacan todas las desgracias de la patria a la política y al parlamentarismo. En el Portugal las quejas contra el parlamentarismo, en los labios de los oficiales, serían festivamente injustas. Pues en el Portugal, de la inestabilidad de los gobiernos el más responsable no ha sido nunca el parlamento sino, en todo caso, el ejército. Nadie puede pretender que en el Portugal haya habido un parlamentarismo excesivo. (Aunque si se quiere confrontar este aspecto de la política de uno y otro país, resulta que tampoco en España existió parlamentarismo ni excesivo ni verdadero. Y que en España la vida de los gabinetes encontró frecuentemente en las deliberaciones de las “juntas de defensa” mayor amenaza que en los debates del parlamento. La liquidación de la empresa de Marruecos, reclamada por el pueblo, ¿no fue siempre estorbada por el temor al ejército?)

La guerra dejó al Portugal graves problemas financieros. No todo fue laureles y honores. El comercio de sardinas y de vinos obtuvo, durante la guerra, pingües beneficios; pero el Estado, embarcado en una serie de empréstitos consumidos en la costosa aventura, quedó completamente exangüe. La república, responsable de la intervención, se vio amenazada a consecuencia del malcontento nacido de la crisis económica. Los partidarios de la monarquía intentaron explotar el mal humor popular. El gabinete se encontró frente a un intrincado haz de problemas financieros y políticos. El presupuesto no conseguía balancearse. Los déficits se acumulaban. La moneda se desvalorizaba a causa de la inflación y de la deuda pública. Y en esta atmósfera se incubaban sucesivas conspiraciones.

El golpe de estado militar demuestra que la crisis subsiste. Es en sus lineamientos esenciales la misma crisis en que desde la guerra se debate el mundo occidental. Y ya sabemos que en ningún país la dictadura, más o menos marcial o más o menos fascista, ha sido una solución. Al gobierno de Primo de Rivera todas sus fanfarronadas y todas sus violencias no le han servido para resolver ninguno de los viejos problemas españoles. Apenas si le han bastado para crear algunos problemas nuevos. El del régimen, verbigracia. Ningún liberal español honrado puede perdonar a la monarquía su complicidad con Primo de Rivera. Los políticos y escritores exiliados plantean abiertamente, como una cuestión básica, la cuestión del régimen. Afirman que con Primo de Rivera debe echarse a Alfonso XIII.

En el Portugal la historia no puede ser distinta. De otro lado, en el Portugal la inestabilidad, la interinidad, parece desde hace mucho tiempo la característica sustantiva de todos los gobiernos. Ahí los malos gobiernos tienen siempre la ventaja de ser siempre breves. Un amigo un poco humorista que, justificando su indiferencia por la prensa, sostenía la posibilidad de suponer aproximadamente todas las novedades del cable, me decía una vez: -Apuesto que la novedad de hoy es un golpe de estado en el Portugal.- Yo hubiera querido contradecirlo para defender mi costumbre de leer los diarios. Pero, desgraciadamente, lo que mi amigo suponía era esa vez cierto.

José Carlos Mariátegui

José Carlos Mariátegui La Chira

"Dedalus" o la adolescencia de James Joyce

"Dedalus" o la adolescencia de James Joyce

Ya tenemos en español una parte de James Joyce. No solo una parte de su obra, que no es muy voluminosa, sino una parte de su vida. Una parte del propio James Joyce. Porque “Dedalus”, esta novela que acaba de traducir al español la Biblioteca Nueva, es un “retrato del artista de joven”. “A Portrait of the Artist a Young Man”.

El caso Joyce se presenta con la misma repentina y urgente resonancia del caso Proust o del caso Pirandello. James Joyce nació hace cuarenticuatro años. Pero hasta hace pocos años su existencia no había logrado aún revelarse a Europa. Su descomunal novela “Ulysses”, perseguida en Inglaterra por un puritanismo inquisitorial, apareció en París en 1922. El manuscrito de “Dedalus” está fechado en Trieste en 1914. Joyce vivía en ese tiempo en Trieste como profesor de lenguas extranjeras. De Trieste escribía al escritor italiano Carlos Linati sobre su “Ulysses”, antes de conseguir verlo impreso: “Es la epopeya de dos razas (Israel-Irlanda) y, al mismo tiempo, el ciclo del cuerpo humano, y también la pequeña historia de una jornada... . Hace siete años que trabajo en este libro! Es igualmente una obra de enciclopedia. Mi intención es interpretar el mito sub specie temporis nostri permitiendo que cada aventura (esto es cada hora, cada órgano, cada arte conexa y consustanciada con el esquema del todo) cree su propia técnica. Ningún impresor inglés ha querido imprimir una palabra de esta obra. En Norteamérica, la revista que la ha publicado ha sido suprimida cuatro veces. Ahora se prepara un gran movimiento contra su publicación de parte de puritanos, imperialistas ingleses, republicanos, irlandeses y católicos. ¡Qué alianza!”

La divulgación de Joyce en el mundo latino empezó hace dos años con la traducción francesa de “Dedalus” (Editions de la Sirene. París) y la traducción italiana de “Exiles” (Ed. Convegno. Milán). Pero la notoriedad de su nombre era ya extensa. Esta notoriedad se alimentaba, ante todo, del escándalo suscitado por “Ulysses”. Y, en segundo lugar, del estrépito con que descubrían a Joyce algunos críticos cosmopolitas, pescadores afortunados de novedades extranjeras. Valery Larbaud, uno de estos críticos, decía: “Mi admiración por Joyce es tal que yo no temo afirmar que si de todos los contemporáneos uno solo debe pasar a la posteridad, será Joyce”.

He aquí que hoy llega Joyce al español con menos retardo del que España nos tiene habituados a sufrir en la traducción de los libros contemporáneos. Y está bien entrar en James Joyce por el laberinto de “Dedalus”. “Dedalus” es la mejor introducción posible en “Ulysses”. Ahí está ya, sin duda, —aunque larvada todavía,— la técnica del artista. No aparece aún el “monólogo interior”, con su complicado caos de imágenes, palabras, símbolos, sin puntos ni pausas. Pero en “Dedalus” el artista, en el fondo, monologa únicamente. No se comenta; se retrata. La sola imagen que encontramos en la novela es, verdaderamente, la suya. Las demás imágenes no hacen sino reflejarse en ella como para contrastar su existencia y, sobre todo, su desplazamiento. Valery Larbaud escribe, apologéticamente, que “Dedalus” es un gran libro y Joyce “toda la literatura inglesa en este momento”. Y, con entusiasmo exaltado, agrega: “En verdad, Yeats no será considerado mañana sino como la más grande figura del Renacimiento Irlandés antes de Joyce. “Dedalus” es de la estirpe de “L, Education sentimentale” y de la trilogía de Vallés. Es la historia del esfuerzo del espíritu por superarse, por superar su medio social, su educación y aún su nacionalidad. Y es por esto que, siendo profundamente irlandés, Joyce es también un gran europeo. El es comparable a los santos intelectuales de la antigua Irlanda que han jugado un rol tan grande en la cristiandad”.

Joyce, en esta novela, nos conduce por los intrincados caminos de su adolescencia. Uno de los más logrados intentos del libro me parece el de enseñarnos las estaciones y las jornadas de esta adolescencia reviviéndolas, con su música íntima, con su armonía subjetiva, en toda su virginidad, sin que se sienta el viaje. El artista nos descubre su pasado como nos descubriría su presente. No se mezcla a los acontecimientos ningún elemento que delate que lo actual en el relato ha dejado de ser actual en la vida. Ningún elemento de crítica o de opinión con sabor retrospectivo. Las impresiones de la adolescencia de Stephen Dedali conservan intacta su inocencia.

Stephen Dedalus estudia en un colegio de Jesuitas. Y la novela no deforma ni al estudiante ni al colegio ni a los jesuitas. Todas las cosas, todos los tipos nos son presentados con candor. El artista no los juzga. Stephen Dedalus, buscándose a sí mismo, conoce el pecado y el arrepentimiento, conoce la fe y la duda. Pero, finalmente, las supera. En su peregrinación descubre el arte. El arte, que no es aún una meta, sino sólo una evasión.

Joyce nos da una versión, única acaso en la literatura, de las crisis de conciencia de un adolescente, con espíritu religioso y sensibilidad acendrada en un colegio católico. El capítulo en que su adolescencia, con el sabor del pecado carnal en los labios tímidos, pasa por la prueba de unos “ejercicios espirituales”, es un capítulo maravilloso. Joyce da la impresión de conducirnos con lentitud por este atormentado y proceloso episodio. Los hechos transcurren con una morosidad deliberada. Las pláticas del “retiro” están puntualmente y minuciosamente repetidas. Y sin que falte ni una palabra, ni un gesto del predicador. Y, sin embargo, no hay nada demás en el relato. Como lo observa el distinguido crítico español Antonio de Marichalar este episodio, que fluye en el mismo tiempo que ocuparía en la realidad, "conserva su misma naturaleza".

Y no todo es lentitud ni minucia en “Dedalus”. Las últimas jornadas del viaje están servidas en comprimidos. Las cosas pasan a prisa. Joyce reproduce las notas de un diario que no aprehende sino su esencia. He aquí una muestra de su procedimiento: “22 de marzo. En compañía de Lynch, seguido una enfermera voluminosa. Iniciativa de Lynch. Abomino esto. Dos flacos lebreles famélicos detrás de una ternera".

Y dejamos así a Joyce en la estación en que, evadiéndose de su adolescencia, como de un laberinto, se embarca en el tren de la aventura. En su viaje sin itinerario, lo aguardaba en Trieste, antesala de su celebridad, un oscuro pupitre de profesor de idiomas extranjeros.

José Carlos Mariátegui

José Carlos Mariátegui La Chira

La protesta de la inteligencia en España

La protesta de la inteligencia en España

Cada día se exaspera más en España el conflicto entre la dictadura y la inteligencia. Desde el confinamiento de don Miguel de Unamuno y de Rodrigo Soriano en la isla de Fuerte Ventura, los ataques de la dictadura de Primo de Rivera a la libertad de pensamiento no han reconocido ningún límite. No le basta al dictador de España la supresión de la libertad de prensa y de tribuna o sea de los medios de expresión del pensamiento. Parece decidido a obtener la supresión del pensamiento mismo.

Es probable que a Primo de Rivera y a sus edecanes les parezca que este es nada menos que un modo de regenerar a España. Un general que ha mostrado públicamente más respeto por una cortesana que por un filósofo no puede darse cuenta de que casi los únicos valores españoles que se cotizan aún en el mundo son sus valores intelectuales y espirituales. Los ibero-americanos sobre todo, no creeríamos viva a España -,viva en la civilización y en el espíritu- sin el testimonio de Unamuno y de Franco y sin el testimonio de los que, en el castillo de Montjuich o en otra cárcel de esta inquisición marcial, dan fe de que no ha perecido la estirpe de don Quijote.

La dictadura de Primo de Rivera y de Martínez Anido, en tanto, carece para la historia contemporánea hasta del interés de constituir un fenómeno original de reacción o de contrarreforma. Esta dictadura militar no es, como lo ha dicho Unamuno, sino una caricatura de la dictadura fascista. Entre el Marqués de la Estrella y Benito Mussolini la diferencia de categoría es demasiado evidente. Uno y otro representan la Reacción. Pero mientras Mussolini es un caso de condotierismo o cesarismo italianos, Primo de Rivera es apenas un caso de pretorianismo sud-americano, con todas las consecuencias y características históricas de una y otra clasificación.

Jiménez de Asúa, confinado en las islas Chafarinas por haber protestado contra este régimen desde su cátedra de la Universidad de Madrid, es uno de los representantes de la inteligencia española que Hispano-América más conoce y admira. Este solo título debía haber hecho respetable su persona. España no tiene hoy otra efectiva continuación en América que la que le aseguran su ciencia y su literatura.

Las universidades hispano americanas, que han recibido a Jiménez de Asúa como un embajador de la inteligencia española, han saludado en él a la España verdadera. Por sus claustros habría pasado, en cambio, sin ningún eco una galoneada y condecorada figura oficial.

Y uno de los méritos de Jiménez de Asúa es, precisamente, la honrada franqueza con que ha dicho a las juventudes hispanoamericanas su opinión sobre la dictadura de Primo de Rivera y el encendido optimismo con que les ha afirmado su esperanza en la revolución española. Jiménez de Asúa no será uno de los conductores de esta revolución. No es un hombre de acción; es solo un hombre de ciencia. Su ideología política me parece imprecisa. Está nutrida de abstracciones más que de realidades. Pero revela, en todo caso, al intelectual honesto, al cual nada puede empujar a una tolerancia cómplice con el mal.
El acta de acusación de Jiménez de Asúa, le atribuyen en primer lugar, una campaña de descrédito de España en los países de Hispano-América. Pero, desgraciadamente, para Primo de Rivera los llamados a fallar sobre este punto, somos nosotros los hispano-americanos. Y nosotros certificamos, por el contrario, que en estos países Jiménez de Asúa no ha dicho ni hecho nada que no merezca ser juzgado como dicho y hecho en servicio de España. Y del único ibero-americanismo que tiene existencia real en esta época.

La deportación de Jiménez de Asúa, según las entrecortadas noticias cablegráficas de España, forma parte de una extensa ofensiva contra la inteligencia. Don Miguel de Unamuno ha sido reemplazado en su cátedra de Salamanca, medida que determinó, justamente, la protesta de Jiménez de Asúa, reprimida con su reclusión en una isla de lúgubre historia. J. Alvarez del Vayo, el inteligente periodista a quien acaba de dar sonora notoriedad su honrado testimonio sobre la situación rusa, ha sido apresado. Sánchez Rojas, culpable a lo que parece de una conferencia sobre la personalidad de Unamuno, ha sido confinado en Huelva. Y la lista de prisiones y deportaciones de intelectuales es seguramente mucho más larga. No la conocemos íntegramente por el celoso empeño de la dictadura de encerrar a España dentro de sus fronteras. Pero las palabras que nos han llegado de una protesta de los más esclarecidos y acrisolados escritores y artistas de España, indican una múltiple y sañuda represión del pensamiento.
La inteligencia hispano-americana tiene que sentirse solidaria, sin duda, con la española, en este período de inquisición. Abundan ya las expresiones de esta solidaridad. No en balde Unamuno es uno de los más altos maestros de la juventud hispano-americana.
Pero la condenación histórica del régimen de Primo de Rivera y Martínez Anido no debe fundamentarse sustantivamente en su menosprecio ni en su hostilidad a los intelectuales. Este menosprecio, esta hostilidad no son sino una cara, una expresión de la política reaccionaria. El sentido histórico de esta política se juzga, ante todo, por los millares de oscuros presos del proletariado, que han pasado hasta ahora por las cárceles de Barcelona y Madrid.

José Carlos Mariátegui

José Carlos Mariátegui La Chira

Las nuevas jornadas de la revolución china

Las nuevas jornadas de la revolución china

He escrito dos veces en “Variedades” sobre la China. La primera vez bosquejando a grandes trazos el proceso de la revolución. La segunda vez, examinando la agitación nacionalista contra los diversos imperialismos que se disputan el predominio en el territorio y la vida chinas.

El cuadro general no ha cambiado. En el distante, inmenso y complejo escenario de la China, continúa su accidentado desarrollo una de las más vastas luchas de la época. Pero las posiciones de los combatientes se presentan temporalmente modificadas. Los últimos episodios señalan una victoria parcial de la contra-ofensiva reaccionaria e imperialista.

La agitación revolucionaria y nacionalista adquirió hace algunos meses una extensión insólita. El espíritu anti-imperialista de Cantón, sede de la China republicana y progresista del Sur, arraigó y prosperó en Pekín, centro de una burocracia y una plutocracia intrigantes y cortesanas. Las huelgas anti-imperialistas de Shanghai repercutieron profundamente en Pekín, donde los estudiantes organizaron enérgicas manifestaciones de protesta contra los ataques extranjeros a la independencia china.

Bajo la presión del sentimiento popular, se constituyó en Pekín un ministerio de coalición, en el cual estaba fuertemente representado el partido Kuomingtan, esto es el sector de izquierda. El Presidente de la República Tuan Chui Yi -cuya dimisión nos acaba de anunciar el cable- no representaba nada. El poder militar se encontraba en manos del general protestante Feng Yu Hsiang quien, ganado por el sentimiento popular, se entregaba cada día más a la causa revolucionaria.

El problema de la China asumió así una gravedad dramática precisamente en un período en que, diseñado un plan de reconstrucción capitalista, el Occidente sentía con más urgencia que antes la necesidad de ensanchar y reforzar su imperio colonial. Las potencias interesadas en la colonización de la China discutían desde hacía algún tiempo, con creciente preocupación, los medios de entenderse y concertarse para una acción mancomunada. La marejada nacionalista de 1925 vino a colmar su impaciencia. Inglaterra, sobre todo, se mostró exasperada. Y, sin ningún reparo, usó con la China un lenguaje de violenta amenaza. Las potencias que, como principio supremo de la paz, habían proclamado el derecho de las naciones a disponer de si mismas y que más tarde, habían declarado enfática y expresamente su respeto a la independencia de la China, hablaban ahora de una intervención marcial que renovase en el viejo imperio los truculentos días del general Waldersee.

El gobierno de Pekín fue acusado, como antes el gobierno de Cantón, de ser un instrumento del bolchevismo contra el occidente y la civilización. Karakhan, embajador de los Soviets en Pekín fue denunciado como el oculto empresario y organizador de las protestas anti-imperialistas.

Si se tiene en cuenta todas estas cosas, se comprende fácilmente el sentido de los últimos acontecimientos. Chang-So-Lin, el dictador de la Manchuria, y Wu Pei Fu, el ex-dictador de Pekín, son dos personajes demasiado conocidos de la China. Se ve claramente la mano que los mueve. La reconquista de Pekín representa inequívocamente una empresa imperialista y reaccionaria.
Chan-So-Lin, déspota de la China feudal del Norte, que hace varios años proclamó su independencia del resto del Imperio, es un notorio aliado del Japón. Hace aproximadamente un año y medio, arrojó de Pekín a Wu Pei Fú, amigo y servidor de Inglaterra, que aspiraba al restablecimiento de la unidad china, sobre la base de un régimen centralista sedicentemente democrático. Después de colocar a Tuan Chui Yi en la presidencia de la república, el dictador manchú se retiró a Mukden. Pero en el China el presidente de la república es solo un personaje decorativo. Por encima del presidente, está siempre un general. El general protestante Feng Yu Hsiang fue quien efectivamente ejerció el poder, como hemos visto, bajo la presidencia de Tuan Chui Yi.

Cuando el peligro de Feng Yu Hsiang empezó a parecer excesivo para todos, Chang So Lin y Wu Pei Fu convergieron sobre Pekín. Esta vez no para lazarse el uno contra el otro sino para eliminar un enemigo común. El éxito de su campaña es lo que ahora tenemos delante en el intrincado tablero chino.

No hace falta saber más para darse cuenta de que estamos asistiendo al desenlace de solo un episodio de la guerra civil en la China. Chang So Lin y Wu Pei Fu pueden coincidir frente a Feng Yu Hsiang y contra el movimiento Kuomintang. Pero, una vez recuperado Pekín, su solidaridad termina. Chang So Lin se sentirá de nuevo el aliado del Japón; Wu Pei Fu, el aliado de Inglaterra. Estados Unidos, rival en la China de Inglaterra y del Japón, movilizará contra uno y otro a un “tuchun” ambicioso. Y de otro lado, el partido Kuomitang, que domina en Cantón, no se desarmará absolutamente. Los desmanes imperialistas le darán muy pronto una ocasión de reasumir la ofensiva.

La responsabilidad del caos chino aparece, pues, ante todo, como una responsabilidad de los imperialismos que en el viejo imperio ora se contrastan, ora se entiende, ora se combaten, ora se combinan. Si estos imperialismos dejaran realizar libremente al pueblo chino su revolución, es probable que un orden nuevo se habría ya estabilizado en la China. El dinero del Japón, de Inglaterra, de los Estados Unidos, alimenta incesantemente el desorden. La aventura de todo “tuchun” mercenario está siempre subsidiada por algún imperialismo extranjero.

En un país como la China, de enorme población e inmenso territorio, donde subsiste una numerosa casta feudal, la empresa de mantener viva la revuelta no resulta difícil. Actúa, en primer lugar, la fuerza centrífuga y secesionista de los sentimientos regionales de provincias que se semejan muy poco. En segundo lugar, la omnipotencia regional de los jefes militares (tuchuns) prontos a mudar de bandera. Un tuchun potente basta para desencadenar una revuelta.

La república, la revolución, no son sólidas sino en la China meridional, donde se apoyan en un vasto y fuerte estrato social. Cantón, la gran ciudad industrial y comercial del sur, es la ciudadela del Kuomingtan. Su proletariado, su pequeña burguesía son devotamente fieles a la doctrina revolucionaria del doctor Sun Yat Sen. Esta es la fuerza histórica que, cualesquiera que sean los obstáculos que el capitalismo occidental le amontone en el camino, acabará siempre por prevalecer.

José Carlos Mariátegui

José Carlos Mariátegui La Chira

La nueva Rusia y los emigrados

La nueva Rusia y los emigrados

Hace tres años que Herriot, de regreso de una visita a los soviets, certificó en su libro "La Russie Nouvelle”, el deceso de la vieja Rusia zarista. “La vieja Rusia ha muerto para siempre”, declaró Herriot categórica y rotundamente. Su testimonio no era recusable ni sospechoso para la familia demócrata. Provenía de uno de sus más voluminosos y autorizados líderes. Próximo al gobierno, cauto y ponderado por temperamento, no podía suponerse a Herriot capaz de una aserción imprudente respecto a Rusia.

En el discurso de estos tres años la Rusia nueva ha seguido creciendo. Después del de Herriot, otros testimonios burgueses han confirmado su vitalidad.

Para reanimar su decaída campaña de prensa contra los soviets, la plutocracia francesa ha recurrido a un novelista y polemista, el señor Henri Beraud. Los novelistas no tienen ordinariamente más imaginación que los políticos. Pero, aunque parezca imposible, tienen casi siempre menos escrúpulos. El señor Beraud, digno espécimen de una categoría venal y arribista, lo ha demostrado con un libro mendaz sobre Rusia, en cuya capital el obeso autor del “Martyr de l’Obese” ha pasado unos pocos días que le han parecido suficientes para fallar inapelablemente sobre la gran revolución.

Pero el propio libro del señor Beraud -a cuyo testimonio amoral podemos oponer el honesto testimonio de Julio Álvarez del Vayo- no se atreve a negar la nueva Rusia. (No se propone sino deformarla y difamarla). Y, por supuesto, menos aún se atreve a creer en la supervivencia o en la resurrección de la vieja Rusia de los grandes duques.

Los únicos seres que osan, a este respecto, negar la evidencia, son los “emigrados” rusos. Claro está, que todos no. La mayoría se ha resignado, finalmente, con su derrota. La sabe definitiva desde hace mucho tiempo. Es una minoría de políticos desalojados y licenciados la que, inocua y dispersamente, protesta todavía contra el régimen establecido por la revolución de octubre.

Esta minoría se fracciona en diversas corrientes y obedece a distintos caudillos. El frente anti-bolchevique es abigarradamente pluricolor y heteróclito. Se compone de zaristas ortodoxos, liberales monárquicos, demócratas constitucionales o “cadetes”, mencheviques, socialistas revolucionarios, anarquistas, etc. Agrupadas estas facciones según sus afinidades teóricas, la oposición resulta dividida en tres tendencias: una tendencia que aspira a la restauración del zarismo, una tendencia que sueña con una monarquía constitucional y una tendencia que propugna una república más o menos social-democrática.

La más desvaída y gastada de estas fuerzas, la monárquica, es la que ha adunado recientemente en París a sus corifeos. Sus deliberaciones no tienen ninguna trascendencia. El mismo lenguaje tartarinesco de este congreso de mayordomos y tinterillos de los primos y tíos del último zar, carece absolutamente de novedad. Los residuos del zarismo se han reunido muchas veces en análogas asambleas para discurrir bizarramente sobre los destinos de Rusia. La amenaza de una expedición decisiva contra los soviets ha sido pronunciada con idéntico énfasis desde muchos otros escenarios.

Los “emigrados” no logran engañarse, seguramente, a sí mismos. No es probable que logren engañar tampoco a los banqueros de New York que, según sus planes, deben financiar la campaña. El pobre gran duque Nicolás que anuncia su intención de marchar marcialmente a Rusia, no ha tenido ánimo para marchar burguesamente a Paris a asistir a la asamblea. El cable dice que corría el peligro de ser asesinado por los agentes del bolchevismo. Pero el bolchevismo no tiene probablemente interés en suprimir a un personaje tan inofensivo y estólido.

Los soberanos y los banqueros de Occidente, que han armado contra los soviets en el período 1918-1923 una serie de expediciones, conocen demasiado a esta gente. Conocen, sobre todo, su incapacidad y su impotencia. Se dan cuenta clara de que lo que los ejércitos de Denikin, Judenitch, Kolchak, Wrangel, Polonia, etc., bien abastecidos de armas y de dinero, no pudieron conseguir en días más propicios, menos todavía puede conseguirlo ahora un ejército del gran duque Nicolás.

El caso Boris Savinkov esclarece muy bien el drama de los emigrados. (De los únicos emigrados que es dable tomar en cuenta), Savinkov, ministro del gobierno de Kerensky, socialista revolucionario, con una larga foja de servicios de conspirador y terrorista, fue el adversario más frenético y encarnizado de los soviets. Desde la primera hora luchó sin tregua contra el bolchevismo. Participó en todas las conspiraciones y todos los complots anti-sovietistas. Organizó atentados contra los jefes del régimen. Colaboró con monarquistas y extranjeros. Pero en estas campañas y fracasos acumuló una dolorosa experiencia. Y, después de obstinarse mil veces en su rencor rabioso contra los soviets, acabó por reconocer que estos representaban realmente los dos ideales de su larga vida de conspirador: la Revolución y la Patria. Temerario, intrépido, Boris Savinkov no se contentó con una constatación melancólica de su error. Quiso repararlo heroicamente. Y se presentó en Rusia. Sabía que en Rusia no podía encontrar sino la muerte. Mas su destino lo empujaba implacablemente.

El proceso de Savinkov es uno de los episodios más emocionantes y dramáticos de la revolución. El jefe terrorista, el líder revolucionario, confesó a sus jueces todas sus responsabilidades. Pero reivindicó su derecho a renegar su error, a abjurar su herejía: “Ante el tribunal proletario de los representantes del pueblo ruso -dijo- yo declaro que me equivocaba. Yo reconozco el poder de los soviets. Yo digo a todos los emigrados: el que ame al pueblo ruso debe reconocer su gobierno. Esta declaración me es más penosa de lo que me será vuestro veredicto. He comprendido que el pueblo está con vosotros no ahora, cuando los fusiles me apuntan, sino hace un año, en París. Espero una condena a muerte. No demando piedad. Vuestra conciencia revolucionaria os recordará que fui revolucionario”. El tribunal condenó a muerte a Savinkov, pero gestionó, enseguida, la conmutación de la pena. El gobierno la conmutó por diez años de reclusión. Luego, convencido de la sinceridad de la conversión de su adversario, le acordó el indulto. Mas a Savinkov esto no le bastaba. Su vida de revolucionario incansable se resistía a concluir pasiva y oscuramente en la inacción. Savinkov se había sentido siempre nacido para servir a la revolución social. Si la revolución lo repudiaba, ¿para qué quería su perdón? La amnistía, el olvido, eran un castigo peor que la muerte. Demasiado impetuoso, demasiado impaciente para esperar silencioso o inerte, Boris Savinkov se suicidó en la cárcel.

La vida romancesca y tormentosa de este personaje compendia y resume el drama de la contra-revolución. Las bufas balandronadas de los grandes duques son solo su anécdota cómica.

José Carlos Mariátegui

José Carlos Mariátegui La Chira

Farinacci

Farinacci

Farinacci ha dado su nombre, su tono y su estilo a una tensa y acre jornada de la campaña fascista. Después de catorce meses de agresiva campaña, ha dejado el puesto de secretario general del partido fascista, al cual fuera llamado cuando Mussolini, convencido de que la “variopinta” oposición del Aventino no era capaz de la insurrección, resolvió pasar a la ofensiva, inaugurando una política de rígida represión de las campañas de la prensa y de tribuna de sus muchos y muy enconados pero heterogéneos y mal concertados adversarios.

Fascista de la primera hora. Farinacci procede de la pequeña burguesía y del socialismo. Fue en 1914 uno de los disidentes socialistas que predicaron la intervención. En esta falange a la que, por diversos caminos, arribaban sindicalistas revolucionarios como Corridoni, socialistas tempestuosos como Mussolini y socialistas reformistas y parlamentarios como Bissolati, era Farinacci un milite oscuro y terciario. No lo destacaban siquiera el ánimo “ardito”, osado, ni la actitud temeraria, demagógica. Amigo y adepto del diputado Bissolati, líder de un grupo de socialistas colaboracionistas, Farinacci tenía una franca posición reformista y democrática. La guerra exaltó su temperamento y cambió su filiación. El gregario del reformismo bissolatiano se convirtió en un ardiente secuaz de Mussolini.

En el fascismo, Farinacci encontró su camino y descubrió su personalidad, que no eran, -contrariamente a lo que hasta entonces podía haberse pronosticado,- los de un pávido y mesurado funcionario social-democrático, sino los de un frenético y encendido agitador fascista. El opaco ferroviario, se sintió elegido para jugar un rol en la historia de Italia.

Fue el organizador y el animador del fascismo en la provincia de Cremona, una de las provincias septentrionales donde prendió más tempranamente el fuego mussoliniano. Esta actuación le franqueó en las elecciones de 1921 las puertas de la Cámara. Le tocó a Farinacci ser uno de los fascistas que ingresaron entonces al Parlamento para enunciar tumultuariamente, con los puños más que con los conceptos, la praxis del anti-parlamentarismo.

Desde esa época, Farinacci, se caracterizó como el más genuino representante del espíritu y la mentalidad “escuadristas” del fascismo. El “escuadrismo” es la acción directa y tundente de las guerrillas o “escuadras” de camisas negras. Es la cachiporra, es la bomba de mano, es el asalto. El período de movilización y entrenamiento del fascismo fue, como se dice en italiano, exquisitamente escuadrista. Y bien, este “escuadrismo” tiene en Farinacci su traductor y su caudillo.

La ascensión de Mussolini al poder abrió un período de desarme. El primer gabinete fascista nacía de un compromiso. Era un gabinete de coalición, en el que colaboraban con el fascismo los populares y los liberales. Mussolini debía el gobierno a la abdicación de la mayor parte de la burguesía liberal. Su retomado oportunismo tuvo, por consiguiente, que evitar todo gesto que pudiese chocar demasiado a los “railliés”. Farinacci, distanciado de la dirección del partido, se arrinconó en un extremismo intransigente, en un altruismo acérrimo. Pero su influencia no se anuló en veinticuatro horas. Al día siguiente de la marcha sobre Roma un telegrama suyo torpedeó certeramente las negociaciones en curso para conseguir que del gabinete de coalición, encabezado por el Duce, formase parte Gino Baldesi, líder reformista de la Confederación General del Trabajo.

La crisis causada por el asesinato de Matteoti restauró el prestigio de Farinacci dentro del fascismo. En los días de turbación y de desconcierto que siguieron al crimen, cuando el propio Mussolini, forzado a mostrarse sagaz y cauto, lo denunciaba como un acto estúpido y antifascista, Farinacci fue uno de los pocos fascistas que se sintieron dispuestos a justificarlo. El ex-ferroviario, -que de los lauros de la marcha a Roma se había servido para ganar fascisticamente el grado de doctor en derecho,- se ofreció a defender ante sus jueces a Amérigo Dumini, el principal acusado. Y emprendió una violentísima campaña de periódico y de comicio contra el Aventino. Los editoriales de su periódico “Cremona Nuova” amenazaban cotidianamente a los partidos del Aventino con una segunda oleada fascista. La prensa fascista, excepción hecha del altruista y delirante “Impero”, no osaba solidarizarse con el fascista cremonense, sobre cuya cabeza llovían los vituperios y los anatemas de los entonces innumerables diarios de oposición. Pero desde que el fascismo inició su contra-ofensiva -a continuación de un famoso discurso de Mussolini en la cámara, asumiendo toda la responsabilidad histórica y política de la violencia fascista y desafiando al bloque del Aventino a acusarlo categóricamente de culpabilidad en el asesinato de Matteoti,- Farinacci resultó designado fatalmente por la situación y los acontecimientos para ocupar el puesto de mando. La elección de Farinacci como secretario general del fascismo correspondió al nuevo humor escuadrista de los “camisas negras”.

Esta designación era, más aún que el discurso de Mussolini del 3 de enero, una enfática declaratoria de guerra sin cuartel. Y no de otro modo sonó en los oídos y en los ánimos de los diputados del Aventino que, en seis meses de vociferación antifascista, habían consumido su energía y perdido la oportunidad de derrocar al fascismo.

Durante más de un año, el puño y la frase crispadas del terrible ferroviario de Cremona han marcado el compás de la política fascista. Los elementos templados y discretos del fascismo han tenido que sufrir, resignadamente, durante todo este tiempo, su implacable dictadura y su pésima sintaxis. Un seco y agrio úkase de Farinacci, a poco de su asunción de la secretaría general, expulsó del fascismo, marcándolo a fuego como un traidor, a uno de los más significados entre estos elementos, Aldo Oviglio, ex-ministro de justicia del régimen fascista.

Pero un año de represión policial y de movilización escuadrista ha bastado al fascismo para liquidar al bloque del Aventino y para sentar las bases de una legislación fascista que radicalmente modifica el estatuto de Italia. Otras ofensivas escuadristas serán, sin duda, necesarias en lo porvenir. Mas, por ahora, el fascismo puede hacer reposar sus cachiporras. El juicio Matteotti ha concluido con la absolución de los responsables, y hace año y medio era para el propio Duce del fascismo un crimen nefando. En la audiencia de Chieti, Farinacci ha hecho no la defensa, sino más bien la apología, de Amerigo Dumini y de sus secuaces. Después de este último golpe de “manganello”, no le quedaba a Farinacci nada que hacer en la jefatura del fascismo donde, pasada la tempestad, su virulencia y su belicosidad habían empezado a volverse embarazantes. Farinacci en 1925 era el jefe lógico del fascismo; en 1926, su misión ha concluido. Mussolini, que, buen conocedor de la psicología de su gente, usa fórmulas solemnemente sibilinas, condensa el programa fascista para este año en estas dos palabras: silencio y trabajo. Estas palabras, según el lenguaje del “Popolo d’Italia”, definen el estilo fascista en 1926.

Los alalás de Farinacci no se compadecían con el nuevo estilo fascista. Por esto, - licenciado o no por Mussolini,- Farinacci ha dejado el comando del partido. Desde hace algún tiempo se señalaba y se comentaba su sordo disenso, su silenciosa lucha con Federzoni. El ministro del interior, con Rocco, Meraviglia, y otros, “nacionalistas”, representa el sector moderado, tradicional, derechista del fascismo. Y por el momento, esta es la gente que debe dar el tono al régimen. El escuadrismo, momentáneamente, se retira a Cremona.

José Carlos Mariátegui

José Carlos Mariátegui La Chira

Aristides Briand

Arístides Briand

El sino de este viejo protagonista de la política francesa parece ser el de la contradicción y el del conflicto consigo mismo. Briand es -como dicen J. Kessel y G. Suárez- el hombre "que después de haber predicado la revuelta debió reprimirla, después de haber clamado contra el ejército debió hacer la guerra, después de haber combatido un tratado de paz debió aplicarlo”. Kessel y Suárez agregan, diseñando un sobrio y fuerte retrato, que Briand "tiene un aire despreocupado y sin embargo atento cansado y sin embargo pronto para la acción, desencantado y sin embargo curioso”.

Este retrato histórico y psicológico de Briand podría ser, también, el de la democracia occidental. ¿No ha tenido igualmente la democracia el extraño destino de renegar todos sus grandes principios, todas sus grandes afirmaciones? Briand es su personaje representativo. Briand, que, como Viviani, como Clemenceau, como Millerand, como casi todos los mayores estadistas de los últimos veinte años de la historia de Francia, procede de ese socialismo que la crítica aguda y certera de George Sorel marcó a fuego.

En el socialismo, este parlamentario elocuente, cuyos ojos de desilusionado tienen a veces un resplandor dramático, debutó con una actitud extremista. Fue uno de los primeros teorizantes de la huelga general revolucionaria. Pero este extremismo duró poco. Briand, nacido bajo el signo de la democracia, no estaba destinado a la misión ascética de un Sorel. Había en su espíritu la movilidad y la inconstancia que en Italia debían singularizar, más tarde, a Arturo Labriola, en su trayectoria del más intransigente sindicalismo revolucionario a la más blanda profesión social-democrática.

Pocos años después de su gesto revolucionario. Briand se convertía, dentro del socialismo, en el abogado sagaz y dúctil de la entrada de Millerand en el gabinete de Waldeck Rousseau. Había encontrado ya su camino. En la deliberación y manipulación de las fórmulas equívocas, sobre las cuales se construyó en Francia la unidad socialista, había descubierto su innata aptitud de parlamentario. La hora era del parlamento, no de la revolución. ¿Qué cosa mejor que un parlamentario podía ser entonces, Briand? En el grupo de diputados del partido socialista, el puesto de líder pertenecía por antonomasia y para toda la vida a Jaurés. Por consiguiente, había que salir del socialismo. Millerand había señalado la vía.

Briand, por la misma vía, encontró pronto su ministerio. El fenómeno dreyfussista aseguraba a las izquierdas, al radicalismo demo-masónico y pequeño burgués, un largo período de gobierno. Y sus experimentos, sus maniobras, sus fintas, reclamaban en algunos puestos de su batalla parlamentaria a hombres de filiación y estilo un poco rojos. A Briand se le llamó al poder para encargarle la aplicación de la ley de separación de la Iglesia y el Estado. En consecuencia, por una larga temporada parlamentaria, si no el léxico socialista, Briand conservó al menos una elocuencia, un ademán y una melena asaz jacobinas.

Poco a poco, de su pasado no le quedó sino la melena. Como jefe del gobierno, le tocó, finalmente, sentirse responsable de la suerte de la burguesía. El teórico de la huelga general revolucionaria aceptó, en la historia de la Tercera República, el rol de represor de una huelga de ferroviarios.

Vituperado por la extrema izquierda, calificado de “aventurero” por Jaurés, de quien había sido teniente en la plana mayor de “L’Humanité”, Briand se inscribió, definitivamente, en el elenco de las “bonnes a tout faire” de la Tercera República. Sin embargo, la “unión sagrada” marcó, en su biografía, una estación adversa. Las derechas, usufructuarias principales de la guerra, miraban con recelo a este parlamentario orgánico que en su larga carrera política había hecho tan copioso uso de las palabras Libertad, Paz, Democracia, etc.

En las elecciones de 1919 Briand fue naturalmente uno de los candidatos del bloque nacional. Pero el predominio espiritual de las derechas en este vasto conglomerado, entrababa sus planes. Y Briand, por esto, empleó su astucia parlamentaria en la empresa de dividirlo. A derecha, en el bloque nacional, había algunos jefes. Al centro, en cambio, no había casi ninguno. La izquierda, batida en la persona de Caillaux, se contentaba con colaborar con cualquier gobierno que se tiñese de color republicano. Briand se daba cuenta de la facilidad de devenir la cabeza de esta mayoría acéfala. “Yo aconsejé al leader de la Entente republicana -ha contado el propio Briand- que se decidiera a una operación quirúrgica y a constituir dos grupos en lugar de uno. No estábamos en la cámara para actuar sentimentalmente”. El proyecto naufragó. El bloque nacional prefirió subsistir como había nacido. Mas Briand logró siempre aprovecharse de su acefalia. Caído Leygues, sobre la base de esta heteróclita mayoría, constituyó por sétima vez en su vida, el gobierno de Francia. Su ministerio escolló en Cannes. No obstante su experiencia de piloto parlamentario, Briand no pudo evitar los arrecifes del belicismo declamatorio del bloque nacional que encontraban un apoyo activo en el presidente de la república, tentado por la ambición de devenir el dictador de la victoria.

Pero con las elecciones de 1924 llegó su revancha. Su instinto electoral le había consentido asumir, oportunamente, una actitud de hombre de izquierda. El bloque de izquierdas lo contó entre sus diputados. Y, consiguientemente, entre sus líderes. El primer experimento gubernamental le tocó a Herriot; el segundo a Painlevé. A la derecha del sabio geómetra, a quien la agresiva prosa de León Daudet define como el solo presente cómico que las matemáticas han hecho a la humanidad, Briand aguardaba su turno.
Situado a la derecha también, en el bloque radical-socialista Briand ha tenido a este, en más de una ocasión, casi a merced de su pequeño grupo de diputados. Y durante algunos meses, maniobrando diestramente en un mar en borrasca, ha sabido conservar a flote su octavo ministerio. Ha querido actuar una política más o menos derechista con un ministerio oficialmente sostenido por las izquierdas. Algo fatigado, sin duda, de contradecirse un tanto solo, ha pretendido que con él se contradijera una entera coalición, de la cual forma parte el partido socialista oficial que, en los tiempos de Guesde, Vaillant y Jaurés, lo reprobó y condenó por una desviación después de todo menos grave.

Ha dejado creer, finalmente, que estaba dispuesto, en última instancia, a imponer a Francia su dictadura. Poincaré se ha sonreído de esta posibilidad. ¿Briand, dictador? Imposible. Un parlamentario clásico, no puede asestar un golpe de muerte al parlamentarismo francés. Cuando Francia se decida por un dictador, lo elegirá, como es lógico, en la derecha. (El General Lyautey, desocupado desde el fin de su regencia en Marruecos, se encuentra, por ejemplo, disponible.) Esto es muy cierto. Pero es también muy sensible. Porque, después de sus variadas contradicciones, nada coronaría mejor la carrera del demócrata, del republicano, del parlamentario, que un golpe de estado contra la democracia, contra la república y contra el parlamento.

José Carlos Mariátegui

José Carlos Mariátegui La Chira

Política inglesa

Política inglesa

La política inglesa, a primera vista, parece un mar en calma. El gobierno de Baldwin dispone de la sólida mayoría parlamentaria, ganada por el partido conservador hace poco más de un año. ¿Qué puede amenazar su vida? Inglaterra es el país del parlamentarismo y de la evolución. Estas consideraciones deciden fácilmente al espectador lejano de la situación política inglesa a declararla segura y estable.

Pero a poco que se ahonde en la realidad inglesa se descubre que el orden conservador presidido por Baldwin, reposa sobre bases mucho menos firmes de lo que se supone. Bajo la aparente quietud de la superficie parlamentaria, madura en la Gran Bretaña una crisis profunda. El gobierno de Baldwin tiene ante si problemas que no consienten una política tranquila. Problemas que, por el contrario, exigen una solución osada y que, en consecuencia, pueden comprometer la posición electoral del partido conservador.
Si Inglaterra no se mantuviera aún dentro del cauce democrático y parlamentario, el partido conservador podría afrontar estos problemas con su propio criterio político y programático, sin preocuparse demasiado de las ondulaciones posibles de la opinión. Pero en la Gran Bretaña a un gobierno no le basta la mayoría del parlamento. Esta mayoría debe sentirse, a su vez, más o menos cierta de seguir representando a la mayoría del electorado. Cuando se trata de adoptar una decisión de suma trascendencia para el imperio, el gobierno no consulta a la cámara; consulta al país convocando a elecciones. Un gobierno que no se condujese así en Inglaterra, no sería un gobierno de clásico tipo parlamentario.

El último caso de este género está muy próximo. Como bien se recordará, en 1923 los conservadores estaban, cual ahora, en el poder. Y estaban, sobre todo, en mayoría en el parlamento. Sin embargo, para decidir si el Imperio debía o no optar por una orientación proteccionista, -combatidos por los liberales y los laboristas en el parlamento- tuvieron que apelar al país. El fallo del electorado les fue adverso. No habiendo dado a ningún partido la mayoría, la elección produjo el experimento laborista.
Ahora, por segunda vez, la crisis económica de la post-guerra puede causar el naufragio de un ministerio conservador. El escollo no es ya el problema de las tarifas aduaneras sino el problema de las minas de carbón. Esto es, de nuevo un problema económico.
La cuestión minera de Inglaterra es asaz conocida en sus rasgos sustantivos. Todos saben que la industria del carbón atraviesa en Inglaterra una crisis penosa. Los industriales pretenden resolverla a expensas de los obreros. Se empeñan en reducir los salarios. Pero los obreros no aceptan la reducción. En defensa de la integridad de sus salarios, están resueltos a dar una extrema batalla. No hay quien no recuerde que hace pocos meses este conflicto adquirió una tremenda tensión. Los obreros acordaron la huelga. Y el gobierno de Baldwin solo consiguió evitarla concediendo a los industriales un subsidio para el mantenimiento de los salarios por el tiempo que se juzgaba suficiente para buscar y hallar una solución.

El problema, por tanto, subsiste en toda su gravedad. El gobierno de Baldwin firmó, para conjurar la huelga, una letra cuyo vencimiento se acerca. Una comisión especial estudia el problema que no puede ser solucionado por medios ordinarios. El Partido Laborista propugna la nacionalización de las minas. El Partido Conservador parece que, constreñido por la realidad, se inclina a aceptar una fórmula de semi-estadización que, por supuesto, los liberales juzgan excesiva y los laboristas insuficiente. Y, por consiguiente, no es improbable que los conservadores se vean, como para las tarifas aduaneras, en el caso de reclamar un voto neto de la mayoría electoral. No es ligera la responsabilidad de una medida que significaría un paso hacia la nacionalización de una industria sobre la cual reposa la economía británica.

Y ya no caben, sin definitivo desmedro de la posición del gobierno conservador, recursos y maniobras dilatorias. La amenaza de la huelga está allí. El gobierno que hace poco, para ahorrar a Inglaterra, el paro, se resolvió a sacrificar millones de esterlinas, conoce bien su magnitud. Y la ondulante masa neutra que decide siempre el resultado de las elecciones, y que en las elecciones de diciembre de 1924 dio la mayoría a los conservadores, no puede perdonarle un fracaso en este terreno.

El partido conservador venció en esas elecciones por la mayor confianza que inspiraba a la burguesía y a la pequeña burguesía su capacidad y su programa de defensa del orden social. Y una huelga minera sería una batalla revolucionaria. ¡Cómo!- protestaría la capa gris o media del electorado ante un paro y sus consecuencias.- ¿Es esta la paz social que los conservadores nos prometieron en los comicios? Baldwin y sus tenientes se sentirían muy embargados para responder.

Estas dificultades -y en general todas las que genera la crisis económica o industrial- tienen de muy mal humor a los conservadores de extrema derecha. Toda esta gente se declara partidaria de una ofensiva de estilo fascista contra el proletariado. No obstante la diferencia de clima y de lugar, la gesta de Mussolini y los “camisas negras” tiene en Inglaterra, la tierra clásica del liberalismo, exasperados e incandescentes admiradores que, simplísticamente, piensan que el remedio de todos los complejos males del Imperio puede estar en el uso de la cachiporra y el aceite de ricino.

Los conservadores ultraístas, llamados los die-hards, acusan a Baldwin de temporizador. Denuncian la propagación del espíritu revolucionario en los rangos del Labour Party. Reclaman una política de implacable represión y persecución del comunismo, cuyos agitadores y propagandistas deben, a su juicio, ser puestos fuera de la ley. Sostienen que la crisis industrial depende del retraimiento de los capitales por miedo a una bancarrota del antiguo orden social. Recuerdan que el partido conservador debió en parte su última victoria electoral a las garantías que ofrecía contra el “peligro comunista” patéticamente invocado por el conservantismo, en la víspera de las elecciones, con una falsa carta de Zinovief en la mano crispada.

La exacerbada y delirante vociferación de los die-hards ha conseguido, no hace mucho, de la justicia de Inglaterra, la condena de un grupo de comunistas a varios meses de prisión. Condena en la que Inglaterra ha renegado una parte de su liberalismo tradicional.
Pero los die-hards no se contentan de tan poca cosa. Quieren una política absoluta y categóricamente reaccionaria. Y aquí está otro de los fermentos de la crisis que, bajo una apariencia de calma, como conviene al estilo de la política británica, está madurando en Inglaterra.

José Carlos Mariátegui

José Carlos Mariátegui La Chira

Política italiana

Política Italiana

Para los que en 1924 se emborracharon con exceso de ilusiones reformistas y democráticas, el balance de 1925 no puede ser más desconsolador. El año se ha cerrado con fuertes pérdidas para el reformismo y la democracia. En Francia, el cartel de izquierdas ha entrado, en el curso de 1925, en un período de disolución. En Alemania, la elección de Hindemburg ha marcado un retorno de los principios conservadores y militaristas. En Italia, sobre todo, el régimen fascista, que en 1924 vacilaba, en 1925 ha contra-atacado victoriosamente.

Durante más de un semestre, la heterogénea coalición del Aventino vivió en el error de creer que el boicott del parlamento bastaba para traer abajo a Mussolini. El partido comunista le recordó en vano que un régimen instaurado por la fuerza no podía ser abatido sino por la fuerza. La democracia italiana no quiso discutir siquiera la proposición comunista de convertir el Aventino en un parlamento revolucionario. Los socialistas -unitarios y maximalistas- se solidarizaron con esta táctica pasiva. La batalla se libraba en la prensa. La oposición, dueña de la mayor parte de los periódicos, se embriagaba con el estruendo de una ofensiva periodística en gran estilo.

Pero, naturalmente, por esta vía no se podía llegar a la meta soñada. Ni Mussolini era hombre de dejarse arredrar por una maniobra como la de la retirada al Aventino. Ni Ia oposición podía suscitar una agitación popular capaz de producir extra-parlamentariamente un nuevo gobierno. El Aventino representaba un gesto negativo. No tenía un programa positivo, un método creador. Y el tiempo, lógica y fatalmente, trabajaba por el fascismo. La tensión nerviosa producida por el asesinato de Matteotti se debilitaba a medida que los meses pasaban sin que el anti-fascismo empeñase el combate decisivo.

En enero pasado, constatadas ya hasta el exceso la impotencia de la oposición aventista y la domesticidad de la oposición parlamentaria, Mussolini comprendió que era el instante de contra-atacar. Los hechos han probado que no se equivocaba. Mussolini, en seis meses de defensiva, le había tomado bien el pulso al adversario. Había averiguado, por ejemplo, que no tenía intenciones de presentarle combate, por el momento, sino en el terreno periodístico. Y que, en consecuencia, la posición contra la cual debía dirigir sus fuegos era la prensa.

La prensa no fue suprimida; pero sí fueron suprimidos sus ataques. Mussolini sometió las noticias y los comentarios de la prensa a la justicia sumaria y rápida de los prefectos. Sus autoridades no se tomaban la molestia de la censura previa. No prevenían; reprimían. Las ediciones que contenían una noticia o un comentario demasiado heterodoxo eran secuestradas por la policía. Por consiguiente, los periódicos sufrían no solo en su propaganda sino, además, en su economía.

Mediante este simple sistema de represión, Mussolini consiguió casi desarmar a la oposición. El bloque del Aventino pensó entonces en el regreso a la cámara. A falta de la tribuna periodística, había que emplear la tribuna parlamentaria. Pero a este respecto el acuerdo no era fácil. A la resolución definitiva, sobre todo, no se podía arribar prontamente. Algunos diputados del Aventino se manifestaban reacios al retorno a Montecitorio. Esta especie de declaratoria de quiebra de una empresa acometida con tanta arrogancia y tanto énfasis les resultaba más difícil de aceptar que todas las dosis posibles de aceite de ricino.

Y tuvo así el Aventino un período de parálisis, durante el cual se incubaron acontecimientos sorpresivos, teatrales, destinados a obstruir el mismo camino del retorno. El golpe frustrado de Zaniboni contra el Duce vino, hace un mes, a mudar la situación. Zaniboni, ex-diputado socialista unitario, excombatiente condecorado con la medalla de oro al valor militar, fue sorprendido en un cuarto de hotel, estratégicamente ubicado, en instantes en que se preparaba a disparar sobre Mussolini los dos tiros de un fusil de precisión matemática.

El complot no podía ser atribuido a la oposición aventista. La policía de Mussolini sabía que Zaniboni obraba de acuerdo con unos pocos elementos demo-masones. No cabía siquiera el procesamiento de su partido. Los hilos de la conjuración no denunciaban la existencia de una red de preparativos revolucionarios. Denunciaban sólo un estado de desesperación en los temperamentos más ardorosos y tropicales del Aventino. Pero el fascismo necesitaba sacar de este acontecimiento todo el partido posible. Y, sin duda, lo ha sacado.

Mussolini prohibió a sus gregarios las represalias. Su orden fue obedecida. Mas, precisamente a la sombra de esta disciplinada abstención de actos esporádicos de violencia y de terror, la policía cargó a fondo contra la oposición. No ha habido en Italia, a raíz de la tentativa de Zaniboni, represalias individuales de los “camisas negras”. El gobierno fascista ha preferido usar, con el máximo rigor, la represión policial.

Todos los reductos legales de la oposición, han sido asaltados. Y muchos han caído definitivamente en manos del fascismo. El régimen fascista ha aprovechado la tentativa estúpida de Zaniboni para disolver al partido socialista unitario, para suprimir “La Giustizia"’, “La Voce Republicana” y otros diarios, para ocupar las logias masónicas. etc. Los sindicatos fascistas se han instalado manu militare en el local de la cámara de trabajo de Milán, antigua ciudadela del proletariado socialista, considerada inexpugnable por mucho tiempo.
El episodio más resonante de esta ofensiva fascista ha sido, tal vez, la conquista del “Corriere della Sera”. “La Stampa” en Turin y el “Corriere della Sera” de Milán, sus dos mayores rotativos, eran las dos más fuertes posiciones del antifascismo en la prensa italiana. Mussolini podía suprimirlos. Pero esto le parecía, sin duda, demasiado “escuadrista”. Mucha gente “ben pensante” no le perdonaría nunca el asesinato de dos periódicos en cuya lectura cotidiana se había habituado a formar su criterio. Lanzada a los vientos la noticia del golpe fracasado, se presentaba, en tanto, la ocasión de ganar para el fascismo estas dos tribunas. “La Stampa” de Turin fue la primera en caer. El senador Frassati, -percibido el peligro de la supresión lisa y llana del diario,- abandonó su dirección. Con el “Corriere della Sera” hubo que apelar a medios más enérgicos. El secretario general del partido fascista, Farinacci, puso a los hermanos Crespi principales accionistas del “Corriere” frente a este dilema: o la suspensión del diario o su entrega al fascismo. Y los hermanos Crespi, pacíficos industriales lombardos, optaron en seguida por el segundo término. El olvido de una formalidad de la escritura celebrada en 1919 con el senador Albertini, director y accionista del “Corriere”, amo absoluto de sus destinos y opiniones, les proporcionó el pretexto para la anulación del contrato de sociedad. En la edición del 28 de noviembre último, el senador Luigi Albertini y su hermano Alberto Albertini, tuvieron que despedirse melancólicamente de sus lectores.

Los hermanos Albertini, liberales de antigua estampa, pertenecen a una democracia empeñada en no combatir al fascismo sino legalmente. No se puede negar al fascismo el mérito de haber hecho todo lo posible para modificar su actitud y destruir su ilusión.

José Carlos Mariátegui

José Carlos Mariátegui La Chira

Visita del escritor boliviano Tristan Maroff

Visita del escritor boliviano al Perú en febrero de 1928.
De izquierda a derecha, sentados: Anna Chiappe, Esposa de Tristán Maroff, José Carlos Mariátegui, Tristán Maroff y Ángela Ramos.
De izquierda a derecha, de pie: Ángel Medina, Helimberg, Noemí Milstein, Miguel Adler, Ricardo Martínez de la Torre y Luis Ramos

Archivo José Carlos Mariátegui

Informaciones de Casma [Recorte de prensa]

Recorte de una carta que da cuenta sobre los problemas que atraviesa la ciudad de Casma tales como: falta de alumbrado, correo y telégrafos, enveredamiento de la ciudad, robo, instrucción pública. La carta se publicó en un periódico de Huaraz en diciembre de 1928.

Autor Desconocido

Carta de Samuel Glusberg, 6/12/1928

Buenos Aires, 6 de diciembre de 1928
Muy estimado amigo:
Mil gracias por su hermoso libro de ensayos, su carta y los últimos números de Amauta. Desgraciadamente me halla Ud. enfermo, desengañado y con pocas fuerzas para imitarlo en su admirable labor. Mis negocios editoriales se han complicado a tal punto que todavía no he podido sacar el número de L.V.L. correspondiente a esta primera quincena. Y eso que estamos a 6 días de diciembre. Aquí se padece ahora una fuerte reacción católica, bien organizada y llena de dinero para comprar la colaboración de los literatos. Poco a poco se va conquistando a los muchachos que se hacen católicos para cobrar cincuenta pesos por unos versos. Además la abundancia de suplementos y revistas de todo género hace que L.V.L. no sea muy tenida en cuenta con sus 4 paginitas. No sé por lo tanto hasta cuándo la podré sacar. Mis medios son muy escasos y no tengo ahora empleo de ninguna clase para ayudarme. Pienso hacer una cooperativa pero como le digo, aquí queda muy poca gente dispuesta a un negocio que no trae sino pérdidas. En fin, ya lo tendré al tanto de todo. Mientras, quiero advertirle que no estoy en condiciones de hacer imprimir aquí su Defensa del marxismo y que le pido, si eso no lo perjudica, que me reserve su otro libro: El alma matinal para Babel.
Si Ud. piensa venir a Buenos Aires dentro de seis meses le conviene traer La defensa del marxismo impreso, pues será de fácil colocación entre socialistas. Hasta quizá le convenga hacerlo editar por intermedio de La Vanguardia que acaba de publicar en forma admirable un libro de Castiñeiras: Soñadores y realistas. Si Ud. quiere yo me puedo encargar de hacer las gestiones, pues tengo buenos amigos en la dirección del Partido, aun cuando yo no comulgue con ellos en la acción política. Quedo a la espera de sus noticias. ¿Recibió los 6 números de L.V.L.? Créame que si la sigo sacando será en la esperanza de contar con su colaboración y en la seguridad de ser útil en su visita a Buenos Aires, presentándolo en sus aspectos de buen escritor. Porque aquí lo poco que se sabe de Ud. se refiere sólo a su acción social.
Créame, como siempre su admirador y amigo que lo aprecia muchísimo por todo.
Samuel Glusberg

Glusberg, Samuel

Tarjeta de Mariano Iberico, 9/10/1928

[lugar indescifrable], 9 de octubre de 1928
Mariano Iberico saluda afectuosamente a su distinguido amigo Mariátegui, le agradece vivamente por el envío de su admirable libro.
Muy pronto tendré el gusto de ir a hacerle una visita, para charlar largamente. No olvido mi ofrecimiento para Amauta y espero poder cumplirlo pronto.

Iberico Rodríguez, Mariano

Fortunato Depero, el artista dinámico por excelencia [Recorte de prensa]

Recorte de periódico bajo el epígrafe "Fortunato Depero, el artista dinámico por excelencia. Es un hombre que desparrama proyectos por todas partes, proyectos ricos de fantasía, raros, rarísimos, nuevos y todos factibles" escrito por el Emilio Pettoruti y que se publicó en Crítica el 14 de marzo de 1927.

Pettoruti, Emilio

Revista Oral [Recorte de prensa]

Recorte de periódico sobre un evento realizado en la Taberna de la Casa del Arte por la publicación del nro. 6 de revista Oral, la cual tuvo como tema principal un homenaje al libro Cuentos simples de Arturo Silverio Silva.

Autor Desconocido

Carta de Manuel Beingolea, SF

Mi estimado amigo
Ahí le envío a Ud. varias derrotas sobre la inverosímil y maravillosa vida de Don Francisco Xavier Mariátegui. Por ello sabíamos que los amagues de la pasión no le fueron extrañas.

Beingolea, Manuel

Carta de B. Sánchez Saenz, 5/3/1927

Buenos Aires, 5 de marzo de 1927

Señor
José Carlos Mariátegui
Perú

Muchas gracias por el número 5 de "Amauta", y le confieso, que es lo mejor que apareció desde hace mucho tiempo. Calidad, idea, y ante todo un elevadísimo espiritualismo, propio del formidable autor de "La Escena Contemporánea".

! Lástima grande no tener los cuatro números anteriores como así mismo los nuevos!...

Estoy pronto a cooperar en lo que quiere...

Le mando un poema, de mi libro en preparación "Los Faroles Malditos".

¿Por que no mandan a "Caras y Caretas" la revista?

Su admirador y amigo:

B. Sánchez Saenz

Sánchez Saenz, B.

Carta de Armando Rivera, [01/1930]

Querido compañero Mariátegui:

Recibí oportunamente su carta que me trajo el c. Montesinos, Coincidió con un recargo de trabajo con motivo de los exámenes.

Le escribo precipitádamente por remitirle la copia adjunta.

Se trata de que el camarada Jorge Navarro ha llegado a esta procedente del Cuzco, en tránsito a esa y con el encargo expreso de entregarle el original. Ha traído copia para mí y de esta hemos hecho la que envío.

Parece que la situación neurálgica del Cuzco todavía no ha perdido sus gravedad.

No he podido hacer juicio respecto a Navarro, ni al grupo que representa. No quiero dudar de su sinceridad, pero tengo mis reservas al verle acá en contacto con Salinas, nueva adición local de Meneses, y con Chávez Bedoya, […] por desorientado. Sin embargo, confío que precisando puntos de vista y matando ciertos prejuicios a base del provincialismo muy cusqueño, ganaremos la batalla.

Me dice que Rado se ha incorporado a ellos; no me explico cómo puede haber dejádose arrastrar cuando él debió timonerarlos.

Mercado ha viajado hoy al Cuzco. Va a dar algunas conferencias con el fin de conseguir fondos para viajar a Montevideo como delegado a la Convención organizada por la I.M.T; como evadió precisar puntos de vista para llevarlos concretos, debo escribirle una carta el domingo precisándolos. Si le parece, escríbale enviándole instrucciones concretas al respecto. Como Ud. ya sabe, en los últimos tiempos ha tenido una actitud poco franca.

Navarro irá el domingo a Mollendo el 16 se embarcará en el "Horacio". No sabe que envío esta copia.

Creo que el lunes podré escribirle con datos más concretos.

Armando.

Rivera Bodero, Armando

Correspondencia Emitida

Se registra toda la correspondencia emitida por José Carlos Mariátegui a sus amigos y compañeros con los que compartió varios momentos de su vida y su obra. Se puede observar cartas a personajes importantes de la primera mitad del siglo XX tanto peruanos como extranjeros.

José Carlos Mariátegui La Chira

Correspondencia Recibida

Se registra toda la correspondencia dirigida a José Carlos Mariátegui. Se puede observar cartas de personajes importantes de la primera mitad del siglo XX tanto peruanos como extranjeros.

José Carlos Mariátegui La Chira

Carta de Abraham Valdez, 3/8/1929

3 [de] agosto de 1929

Querido compañero José Carlos Mariátegui:

En mi poder su cordial carta de 30 de junio. La carta adjunta para nuestro compañero Mario Nerval le fue entregado.

Sobre mis envíos, muy de acuerdo con sus determinación. Aún no compro el Nº 9 de "Labor".

Nerval, efectivamente me informó sobre el cause que se le ha impuesto al movimiento social en el Perú. Siempre me ha parecido más lógico y conveniente seguir ese camino. Que acá en Bolivia, lo secundamos. Felizmente la comunión de ideas y la colaboración entre los compañeros de nuestros "países", es efectivo.

Nos tiene Ud. viviendo horas intensas en la referente a la agitación universitaria de estos últimos días. V. Mendoza le informará ampliamente. A raíz de un enérgico acto de protesta que realizamos en el salón de la universidad, del decreto de huelga y manifestaciones públicas, por los sucesos luctuosos de Cochabamba, se nos persigue. Le escribo esta carta desde mi escondite. Me acaban de informar que se ha instaurado un juicio contra mí por "comunista y revolucionario". De este recurso quieren valerse para apresarme. Pero no les daré lugar.

El movimiento universitario reformista, al fin, se fisonomisa. […] a nuestra realidad. Siendo Bolivia, país poco trabajado en orientaciones sociales, este motivo momentáneo, nos sirve para impulsar nuestra ideología y nuestra acción. La masa universitaria, está unificado, y por primera vez emana una energía y pasión a una cuestión que le interesa y que tiene proyecciones.

La incomprensión y el miedo del gob. por […] manifiestan de rebeldía o de revoluciones —temo que mate— está favorable […]. Con todo seguiremos trabajando con la expresión de los demás países.

Navarro me escribe. Piensa viajar a BsAs. Disculpe que no le de mayores detalles de nuestro mov.

Lo saluda muy efusivamente su leal compañero.

Abraham Valdez

Valdez, Abraham

Carta de Armando Rivera, 12/1/1930

[Arequipa]

Querido compañero Mariátegui:

Continúo la información que abarca del C. Navarro, enviado del gr. del Cuzco, inicié en mi anterior, que supongo ya en su poder.

Navarro, intempestivamente se fue a Mollendo, anticipando su viaje, que antes anunció para hoy domingo o mañana. Me explicó su viaje a instancias de Salinas y Chávez Bedoya, para […] a nuestro contacto, influencia y control. En los últimos días, no obstante mi advertencia, estuvo sin reserva con ellos. O es necesario que lo diga: la campaña y la labor de los dos está siempre por debajo de toda ideología, al margen de los principios, para ser meramente caudillista, cuando aluden al APRA y personalistas cuando combaten a ud.

Con todo, y estando a la buena intención que manifiesta la carta de que es portador Navarro, creo que lo que urge en el Cuzco es una dirección más cuidadosa, precisa y enérgica.

Temo que Mercado, por falta de orientación, por condescendencia y contemporización, complique el caso. Le tienen en mucha estima, pensábase de compañerismo profesional o literario, Tupayachi, Callier, respectivamente; y ellos parecen dar la tónica. Por eso creo urgente enviar un memorándum preciso a Mercado, para que junto con Rado precisen la porción del grupo. No obstante la buena fe y simpatía que pongo en el caso este, conociendo la idiosincracia de los cusqueños, tengo mis reservas. Creo entender que solo persiguen fines de información para enseguida exhibir su grupo, adaptando tal o cual pose. Ojalé me equivoque.

Acá nuestra labor está en magnífico pie. con la ayuda, concreta y definida de [Monte...], se ha intensificado. Ante no tenía ayuda, aparte de los c. trabajadores, pero no bastante.

Debo darle, con gusto grande, el dato de que están con nosotros, […]. telegrafistas, (jefes de estación) […] en general, de los ferrocarriles.

Un grupo de buenos elementos, tocados antes de anarco-sindicalismo, definen en estos días su posición y seguramente se incorporarán a nosotros. Creo llegado el momento de constituir un comité (antes existió de hecho) para atender más orgánicamente la propaganda.

Armando

Enero 12, 1930
Escribo, aparte al c. Martínez

Rivera Bodero, Armando

Carta a Samuel Glusberg, 21/11/1929

Lima, 21 de noviembre de 1929
Sr. Samuel Glusberg.
Buenos Aires.
Estimado amigo y compañero:
No tengo a la vista su última, tan interesante y grata, por haberme sido secuestrada el lunes último a las 8 p.m. con toda mi correspondencia privada y la administrativa de Amauta. A esa hora, o algunos minutos antes, charlaba yo en mi estudio con Héctor Ruiz Díaz, el pianista argentino, y Ricardo Vegas García, corresponsal de La Nación de Buenos Aires, sobre la venida de Waldo Frank. Ruiz Díaz y Vegas García, a nombre de la Sociedad Arte y Cultura, me proponían la colaboración con el grupo de invitantes que suscribía nuestro cable y carta para la organización del programa de conferencias de Frank en Lima. Su deseo era que Frank ofreciera algunas conferencias a la recién fundada Sociedad Arte y Cultura, inaugurando su temporada. Yo les decía que a mi juicio no había inconveniente para que Frank accediera a esto tan luego como llegara a Lima. Vegas me decía que la Sociedad de Arte y Cultura podía financiar el viaje de Frank. No habíamos avanzado mucho en esta conversación cuando se presentó en mi casa, aparatosamente, la policía. Varios agentes encabezados por uno de los jefes de Investigaciones penetró en mi estudio. Se me notificó de que había orden de detenerme y registrar mi domicilio. A Vegas García y Ruiz Díaz se les dijo que estaban también presos. Ambos protestaron y yo insistí en que Ruiz Díaz era un conocido artista extranjero. Nada valió. Fueron conducidos a la comisaría próxima donde se les retuvo hasta el día siguiente. Había orden estricta de que se detuviera a todas las personas que se encontraban en mi casa. - Mientras esto ocurría en mi biblioteca, otros agentes entraban violentamente en el interior de la casa con revolver en mano intimidando rendición a los muchachos, sirvientas y a un jovencito que copiaba a máquina un ejercicio escolar. - Siguió el registro. Como quince agentes ocupaban las habitaciones registrando los muebles. Varios mas se estacionaban en la entrada. En la calle, policía uniformada completaba el personal en operaciones. La pesquisa no perdonó ningún mueble. Se me extrajo de los bolsillos mi vieja cartera, antigua compañera de viajes y penurias, y todos mis papeles. De mi sillón de ruedas, se sacó entre otros papeles el cable de Waldo Frank y las copias de la carta y el cable de invitación, publicados ese día por la prensa.- Hasta las 2 y 1/2 duró la cosa. Tuve que hacer enormes esfuerzos para impedir que se llevaran mi biblioteca. No pude impedir que se incautaran de mi correspondencia, la de "Amauta", los libros administrativos, recortes de mis artículos, originales y apuntes, libros y revistas y hasta fotografías artísticas. - Quedé informado de que estaba preso e incomunicado en mi casa. 8 policías recibieron encargo de custodiarme y se instalaron en una habitación interior y en el hall, entrando y saliendo ruidosamente. Toda mi familia veló. Había el peligro de que esta gente introdujera armas o cualquier cosa con el objeto de comprometerme y denunciarme en la prensa, sin que yo pudiera rectificar, porque los periódicos no publican en estos casos sino lo que tiene el Vo. Bo. policial.
No quiero hacerle una descripción patética. Me es profundamente antipático este genero. No tengo costumbre de quejarme. La última vez que estuve preso, - cuando la clausura de Amauta - me abstuve de toda actitud dramática. Llamé el caso en el artículo de reaparición de "Amauta" un accidente del trabajo. No le añadiré, pues a esta sumaria descripción, que ya temo empiece a tomar un color de queja, sino que la ocupación de mi casa y el secuestro de mi persona y de todos los míos, niños y sirvientas se prolongaron hasta ayer. 8 vigilantes custodiaban mi casa, durmiendo en el hall y el saloncito. Toda persona que llamaba a la puerta era detenida. - En esta forma, fueron detenidos el pintor Ricardo E. Florez, el escritor José Diez Canseco, tres estudiantes del Seminario de Cultura Peruana, el secretario-administrador de Amauta y estudiantes de letras Navarro Madrid, un mensajero de la revista, la escultura Carmen Saco y el joven pintor Jorge del Prado. - Se que han hecho mas o menos 180 prisiones. - Los agentes se jactaban de una gran movilización. A la misma hora habían allanado y ocupado treinta domicilios.- Entre los presos se encuentran Adler y su novia Nomi Milstein; y la persecución tiene un curioso carácter anti-semita.
Ha habido, según parece, orden de prisión de todos los vendedores ambulantes judíos, de sus proveedores y de otras personas. Se sospecha absurdamente que constituyen una organización de agitadores. Como son en su mayor parte de nacionalidad rumana, no tienen en Lima agente consular ni diplomático que los proteja. - Todo inverosímil y desatentado. El gobierno que acaba de imponer a los obreros de las minas de Morococha, después de una huelga, la renuncia del aumento que exigían, defiende probablemente los intereses de la gran compañía minera del Centro Cerro de Pasco Copper Corporation. Se aprovecha del raid contra los organizadores obreros, para hostilizar a los artistas y escritores de vanguardia que me ayudan a mantener "Amauta".-
Solo el escándalo que en los más diversos elementos causó la noticia de mi prisión y la de todos los míos en mi casa - divulgada por las personas del barrio- y la intervención de algunas personas influyentes ha podido librarme de una situación insostenible.- Pero los calabozos siguen llenos de presos.
Probablemente, había la intención de afirmar que en mi casa se había sorprendido una gran reunión de conspiradores. Contra lo de costumbre, pues recibo de 6 a 8 y a esa hora se hace en mi estudio animada tertulia, no se encontraban conmigo sino dos personas tan extrañas a toda propaganda subversiva como Vegas García y Ruiz Díaz. Se que a Ruiz Díaz se le han dado excusas. Estaba excitadísimo, según me dicen, por haber pasado una mala noche en la comisaría sin explicación ni motivo alguno.- Se trata, también, de crear el vacío a mi alrededor aterrorizando a la gente que se me acerque. Se trata, como ya creo haberle dicho alguna vez, de sofocarme en silencio.- Mi propósito de salir del Perú con mi mujer y mis niños se afirma antes estos hechos. No puedo permanecer aquí. No me quedaré sino el tiempo necesario para preparar mi viaje. Saldré del Perú como pueda.- Si se me rehusaran los pasaportes, desde ahora comprometo a todos mis amigos para que denuncien mi situación, así como para que gestionen el viso de las legaciones.
Le expido esta carta, escrita apresuradamente sin releerla. Puede Ud. hacer de su contenido el mas amplio uso; pero reserve el texto mismo. Detesto la actitud planidera. No he especulado nunca sobre mis dramas.
A Waldo Frank escríbale que se le espera ansiosamente en Lima, en el Perú. Supongo que recibiría Ud. después del cable la carta de invitación despachada por correo aéreo. La última no debe haber alcanzado a Frank en Buenos Aires; pero Ud. se la habrá expedido sin duda a Santiago.- Que Frank avise su salida a Sánchez.
Perdone esta larga lata y reciba un cordial abrazo de su devotísimo amigo y compañero
José Carlos.

P.D.- Escrita esta carta, recibo noticia de que se ha empezado a poner en libertad a los detenidos. Pero Adler y Nomi continúan presos con otros muchas. El ballón se va desinflando, más no se desinflara del todo mientras no se escoja, entre los perseguidos, algunos candidatos a la deportación o a la isla. V.

José Carlos Mariátegui La Chira

Carta de Armando Bazán, 9/2/1927

Piura, 9 de febrero de 1927

Sr.
José Carlos Mariátegui
Lima

Querido e inolvidable José Carlos:

Solo Ud. puede hacer el milagro de triunfar de mi inercia y del calor infernal de este pueblo.

Para Ud. solamente se puede escribir aquí, donde todas las energías se evaporan por el mismo motivo que se vuelve nada el agua cuando hierve.

Estoy tratando de imponerme en este medio enteramente hostil. No se imagina Ud. cuanto mal me ha hecho venir con Chávez Sánchez y con Barrantes Castro. La verdad es que no sé lo que debo hacer. Un grupo de gente quiere a todo costo atraerme a su círculo, prescindiendo totalmente de mi compañero. Para mañana me han invitado a un almuerzo con la estricta condición de que asista solo. Creo que así tendré que hacerlo, porque después de todo, hemos venido juntos pero Ud. sabe yo no he con él.

Toda esta tarde he estado escribiendo sobre Ud. y su obra de héroe. Esta noche debo dar la conferencia en Catacaos. En Piura dimos un recital. Barrantes recitó espontáneamente mal. Pienso yo preparar una actuación en el club, en la que daré mi conferencia y a la vez un recital.

La gente aquí es de una miseria que Ud. no imagina. He hablado con algunos "gerentes" respecto a la revista. No entienden lo que será Amauta, dicen. Tengo algunos ofrecimientos. El Director del Tiempo es un grandísimo vecino. No se preocupa sino de negociar en todo que puede.

Creo que antes del 20 del pte. estaré en Chiclayo. Confío que me irá bien en ese pueblicito tan amigo nuestro. Ya le escribiré ostentosamente y continuamente. Creer que no hay día que deje de pensar en Ud. con mi más alto cariño. Juan Luis me encarga saludos para Ud. Esta [...] y entero burgués. No he podido hablar con Merino Vigil. Mis respeto a la Sra. Anita, a nuestros amigos [...], cariños a Sandrito y Sigfrido y un abrazo para Ud.

Armando

Me olvidada decirte que a nuestras actuaciones hay apenas cuatro gatos que asisten. Ya veremos en lo porvenir.
A

Bazán, Armando

Carta de Armando Rivera, 15/11/1929

Arequipa, 15 de noviembre de 1929

Mi querido compañero Mariátegui:

Aprovecho del viaje de la Sra. Romero de James, para dirigirle estas líneas, confirmándole mis anteriores, que aún no si las ha recibido.

En mi última, del 15, le incluí una copia interesante.

Parece que tendremos que abandonar, en Arequipa, me refiero, la gestión pro Labor, pues cuando circulaba entre algunos amigos obreros un escrito para ser firmado, se han producido algunos prisiones que nos obligan a guardar prudencia ante el temor y la reserva de los amigos timoratos.

Como consecuencia han sido llevados a esa, por vapor de azar, dos personas: Armando Quiroz Perca, tipógrafo y José Chávez Bedoya, hijo del político de ese apellido, antiguo liberal arequipeño; no afectan a nuestras filas esas prisiones, pero siempre atemoriza a los vacilantes y miedosos.

La ser. Romero de dará algunos informes concretos. Creo que será muy útil lo que ella pueda decirle acerca de los amigos de Cuzco.

En espera de sus noticias. Lo abraza cordialmente.

Armando

Rivera Bodero, Armando

Carta de Armando Rivera, 18/5/1929

Mi querido y recordado amigo Mariátegui:

Me permito presentarle al amigo, Sr. Julio M. Delgado, quien va a esa a continuar sus estudios en la Facultad de Jurisprudencia.

El amigo Delgado es un fervoroso amigo del indio y se ha preocupado seriamente de sus problemas. Entre los jóvenes de la Universidad de Arequipa, es de los más estudiosos y trabajadores.

Al presentárselo se lo recomiendo con especialidad.

Muy agradecido, aprovecho la oportunidad para enviarle un afectuoso y cordial abrazo.

Suyo.
Armando Rivera

Arequipa, 18 de mayo del 1929

Sr. Don José Carlos Mariátegui
Lima

Rivera Bodero, Armando

Carta de Armando Rivera, 9/2/1930

Querido compañero Mariátegui:

Lolo ahora puedo escribirle, después de mi última, 2ª sobre N.; de cuyo recibo tuve oportuno aviso.

Estuve en Mollendo y allí recibí su carta que me trajo el artista V. Valdivia; pensé escribirte desde ese puesto, pero la circunstancia que abajo refiero, me obligaron a ir aplazando mi carta hasta ahora.

Pasó Navarro, satisfecho al parecer. Por conversaciones con él mismo, a su regreso, y con otros amigos del Cuzco, ahora en esta he confirmado mis juicios. Creo que el giro que Ud. ha dado al asunto es bueno. Esperemos ver como se manifiestan.— Con todo, creo que vamos ganando esa región, sino por los líderes, a los principales elementos de sus efectivos. Le digo esto porque estoy trabajando con muchos arequipeños de vacaciones en esto, pero residentes allá; muchos —el telegrafista […], entre ellos, son jóvenes y vinculados conmigo desde antes, aún como alumnos de mi escuela y discípulos míos. Ellos —sin que penetren en la intención de la pregunta— me han informado que el distanciamiento con Latorre, Roberto., es sobre sobre personal. No sé que haya de cierto.

Su viaje es el punto más importante en esta carta. Creo que en cualquier momento este viaje sería provechosísimo. Máxime si lo extiende a Puno y Cuzco. El aspecto económico, por lo que respecta a Arequipa, no debe preocuparle, de hecho créalo salvado. Organizamos 2 o más conferencias, con teatro lleno, a no dudarlo. (Ya sabe UD. que no me hago ilusiones a pesar de mi optimismo). Respecto al otro aspecto: no creo que sea el mejor tiempo: llueve ahora acá. Hace poco, demasiado. Si el médico no opina en contra, me parece que sería bueno a fines de abril o principios de mayo. Toda la región en esa época tiene buen temperamento. Sino, en agosto o setiembre. También debe tener en consideración el momento o la situación política. Acabo de producirse cambio de Prefectos en Arequipa y Cuzco. También en cada ciudad de los citados hay elementos que por razones de las vacaciones, están fuera.

La silla sí se conseguiría en su oportunidad. Avíseme lo que piense al respecto. Creo que en todo caso debe hacerse en viaje. Así Ud. conocerá de […] los pueblos, sus elementos y recursos en el Sur. O por el movimiento de opinión que en torno a Ud. y a sus ideas se producirá, será valiosísimo para la […] en que estamos empeñados. De aquí deriva otra consideración a tener presente? la reacción que originaría en las esferas oficiales. Respecto a Mollendo, me satisface decirle que contamos con valiosos elementos laboristas en ese puerto, que nos aseguran desde la totalidad de los trabajadores de mar y tierra de esa zona, sin excluir los ferroviarios.

Trabajadores, sobre todo. Nada con los elementos de la pequeña burguesía, ganados en su totalidad por el masonismo. He ahí el resumen de mi labor. El C. Jacinto Liendo, en vía de una total depuración de su anarco-sindicalismo, será nuestro colaborador en ese puerto. Pero hay otros elementos, fleteros y estibadores, en inmediato contacto conmigo, que atenderán la labor a realizarse. Los trabajos iniciales se han hecho con vida a organizar un sindicato de marítimos, que agrupe en secciones especiales a los trabajadores. Según su labor: lancheros, fleteros, estibadores, etc, y otro de los trabajadores de tierra, en el que estarán comprendidos los ferroviarios. (Sec. Moll.)

Para esta obra necesito que se me mande los estatutos de los sindicatos de marítimos, que hay en el Callao (Navarro me dijo que llevado por Del Prado, lo visitó, que ahí conoció a Portocarrero) así como algunos nombres de individuos de los mismos a quienes, los amigos de Mollendo. puedan dirigirse, antes de vincular las instituciones. Debo enviar a Mollendo el esquema de un proyecto de estatutos para proceder a organizar el sindicato, pero creo que es fundamental que todo se haga a base de lo hecho allá, de acuerdo con Ud. y amigos.

Como información, le diré que caí cuando se daban […] para organizar, a base de los trabajadores más inquietos y descontento, una rama teosófica. Sin la colaboración de los que son ahora nuestros amigos, ese intento quedó en nada.

También necesito conocer con cierto detalle, la labor de los ferroviarios de esa región. Acá hay bastantes amigos —ya le avisé que está con nosotros Manrique, autodeportado,— Le interesa por un grupo de ellos presentar un pliego de reclamos.

Mi opinión —solo para mí al guiarlos— es que no deben estar desconectados de los demás. Por el momento, mientras Ud. dispone la labor allá y me envía un esquema que incluya puestos que deban ser de reclamo común, así como la respectiva dirección para vincularlos, por el momento, con el pretexto de intensificar la propaganda ganando adeptos al futuro pliego, hemos aplazado el asunto, pero es solo temporalmente. Por ellos este asunto, como el anterior, debe atenderse a la brevedad.

La referencia que al principio prometí es esta: ausente en Molle, conmigo viajaron los principales documentos; pensaba estudiar y ganar un compañero que pudiera centralizar personalizada la labor allá, —Ausente, digo, a los 6 días […] el c. Mont. a título de noticia avisó a mi señora que sabía que habíamos sido denunciados a la policiía y que consultado el caso a Lima, el Pref. esperaba instrucciones. Desde luego, inmediatamente lo supe, con la reserva debida. Los días después, el hermano avisó en casa que había llegado orden de prisión y envío de todos nosotros. Le dijo que la denuncia había sido hecha por un chofer. Así las cosas, me limito a disponer lo conveniente en mi casa y esperar en Mollendo, lo que derivase. Mont, y otros estaban ocultos en Tingo.

Después de cuatro días el mismo hermano de Mont. (Benito, su nombre) dijo que ya no había nada.

Nunca creía en la seriedad de la especie esa, pero no me la explicaba. La policía hubiera procedido a buscarme; habrían registrado mi casa, pero nada. En total: una especie de bromilla harto pesada forjada por la familia de Mont, con el propósito de alejarlo de las inquietudes socialistas.

Eso me hace pensar en que con él —sin negarle la confianza que por su sinceridad se merece,— debemos ser más discretos y mesurados.

Su familia pertenece a la burguesía pretenciosa y fatua de esta región y su hermano Benito es un perfecto burgués. Todo eso abona a su favor. Por eso seríamos injustos al negarle sinceridad y abnegación.

Otros puntos: Envié en nov. en giro a Administrados Sociedad Editora Amauta, S/ 15.00 pro Rabines míos y de Roberto Feldman. No sé si se recibió.

En igual fecha, a raíz de su carta a la La Jara. Sobre W. Frank, le escribí acerca de conversaciones con aquel, le manifestaba mis opiniones sobre su adhesión. Me interesa saber si las recibió.

Le deseo la mejor conservación. Con un saludo para todos los camaradas.

Le abraza cordialmente.

Armando.

9, febrero 1920

Rivera Bodero, Armando

Carta de Armando Rivera, 13/2/1930

Mi querido José Carlos:

La carta que va por este mismo correo ha sido detenido varios días, en vista de la […] insistente, desde hace algún tiempo de su deportación.

El tema Mariátegui es acá de moda. Por Jorge N. V he sabido que no hay novedades.

Legó anoche Mercado. Churata también está acá.

Lo abraza,

Armando

13 febrero 1930

Rivera Bodero, Armando

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