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La paz de Versalles y la Sociedad de Naciones [Manuscrito]

[Transcripción Completa]

La Paz de Versalles

La Paz de Versalles es el punto de partida de todos los problemas económicos y políticos de hoy. El tratado de Paz de Versalles no ha dado al mundo la tranquilidad ni el orden que de él esperaban los Estados. Por el contrario ha aportado nuevas causas de inquietud, de desorden y de malestar. Ni siquiera ha puesto definitivamente fin a las operaciones marciales. Esta paz no ha pacificado al mundo. Después de firmarla, Europa ha continuado en armas. Y hasta ha continuado batiéndose y ensangrentándose parcialmente. Asistimos hoy mismo a la ocupación del Ruhr que es una operación militar. Y que crea entre Francia y Alemania una situación casi bélica. El tratado no merece, por tanto, el nombre de tratado de paz. Merece, más bien, el nombre de tratado de guerra.

Todos los estadistas, que acarician la ilusión de una reconstrucción europea, juzgan indispensable la revisión, la rectificación, casi la anulación de este tratado que separa, enemista y fracciona a las naciones europeas; que hace imposible, por consiguiente, una política de colaboración y solidaridad europeas; y que destruye la economía de Alemania, parte vital del organismo europeo. Con este motivo, el tratado de paz está en discusión permanente. Su sanción, su ratificación, su suscripción resultan provisorias. Uno de los principales beligerantes, Estados Unidos, le ha negado su adhesión y su firma. Otros beligerantes lo han abandonado. Alemania, en vista de la ocupación del Ruhr, se ha negado a seguir cumpliendo las obligaciones económicas que sus cláusulas le imponen. El estudio del tratado es, pues, de gran actualidad.

A los hombres de vanguardia, a los hombres de filiación revolucionaria, el conocimiento y el examen de la Paz de Versalles nos interesa también extraordinariamente. Primero, porque este tratado y sus consecuencias económicas y políticas son la prueba de la decadencia, del ocaso y de la bancarrota de la organización individualista, capitalista y burguesa. Segundo, porque ese tratado, su impotencia y su desprestigio, significan la impotencia y el desprestigio de la ideología democrática de los pacifistas burgueses del tipo de Wilson, que creen compatible la seguridad de la paz con la subsistencia del régimen capitalista.

Veamos qué cosa fue la Conferencia de Versalles. Y qué cosa es el tratado de paz. Tenemos que remontarnos a la capitulación, a la rendición de Alemania. Bien sabéis que Estados Unidos, por boca de Wilson, declararon oficialmente sus fines de guerra, a renglón seguido de su intervención. En enero de 1918, Wilson formuló sus catorce famosos puntos. Estos catorce puntos, como bien sabéis, no eran otra cosa que las condiciones de paz, por las cuales luchaban contra Alemania y Austria las potencias aliadas y asociadas. Wilson ratificó, aclaró y preciso estas condiciones de paz en varios discursos y mensajes, mientras los ejércitos se batían. Inglaterra, Francia e Italia aceptaron los catorce puntos de Wilson. Alemania estaba entonces en una posición militar ventajosa y superior. Como he explicado en mis anteriores conferencias, la propaganda wilsoniana debilitó primero y deshizo después la fortaleza del frente alemán, más que los refuerzos materiales norteamericanos. Las condiciones de paz preconizadas por Wilson ganaron a la mayoría de la opinión popular alemana. El pueblo alemán dejó sentir su cansancio de la guerra, su voluntad de no seguir batiéndose, su deseo de aceptar la paz ofrecida por Wilson. Los generalísimos alemanes advirtieron que esta misma atmósfera moral cundía en el ejército. Comprendieron que, en tales condiciones morales, era imposible proseguir la guerra. Y propusieron el entablamiento inmediato de negociaciones de paz. Lo propusieron, precisamente, como un medio de mantener la unidad moral del ejército. Porque era necesario demostrarle al ejército, en todo caso, que el gobierno alemán no prolongaba caprichosamente los sacrificios de la guerra y que estaba dispuesto a ponerles término, a cambio de una paz honrosa. Bajo esta presión, el gobierno alemán comunicó al presidente Wilson que aceptaba los catorce puntos y que solicitaba la apertura de negociaciones de paz. El 8 de octubre el Presidente Wilson preguntó a Alemania si, aceptadas las condiciones planteadas, su objeto era simplemente llegar a una inteligencia sobre los detalles de su aplicación. La respuesta de Alemania, de fecha 12 de octubre, fue afirmativa. Alemania se adhería, sin reservas, a los catorce puntos. El 14 de octubre, Wilson planteó las siguientes cuestiones previas: las condiciones del armisticio serían dictadas por los consejeros militares de los aliados; la guerra submarina cesaría inmediatamente; el gobierno alemán daría garantías de su carácter representativo. El 20 de octubre Alemania se declaró de acuerdo con las dos primeras cuestiones. En cuanto a la tercera respondió que el gobierno alemán estaba sujeto al control del Reichstag. El 23 de octubre Wilson comunicó a Alemania que había enterado oficialmente a los aliados de esta correspondencia, invitándoles a que, en el caso de que quisiesen la paz en las condiciones indicadas, encargasen a sus consejeros militares la redacción de las condiciones del armisticio. Los consejeros militares aliados, presididos por Foch, discutieron y elaboraron estas condiciones. En virtud de ellas, Alemania quedaba desarmada e incapacitada para proseguir la guerra. Alemania, sin embargo, se sometió. Nada tenía que temer de las condiciones de paz. Las condiciones de paz estaban ya acordadas explícitamente. Las negociaciones no tenían, por finalidad, sino la protocolización de la forma de aplicarlas.
Alemania capituló, pues, en virtud del compromiso aliado de que la paz se ceñiría a los catorce puntos de Wilson y a las otras condiciones sustanciales enunciadas por Wilson en sus mensajes y discursos. No se trataba si no de coordinar los detalles de una paz, cuyos lineamientos generales estaban ya fijados. La paz ofrecida por los aliados a Alemania era una paz sin anexiones ni indemnizaciones, una paz que aseguraba a los vencidos su integridad territorial, una paz que no echaba sobre sus espaldas el fardo de las obligaciones económicas de los vencedores, una paz que garantizaba a los vencidos su derecho a la vida, a la independencia, a la prosperidad. Sobre la base de estas garantías Alemania y Austria depusieron las armas. ¡Qué importaba moralmente que esas garantías no estuviesen aún escritas en un tratado, en un documento suscrito por unos y otros beligerantes! No, por eso, eran menos categóricas, menos explícitas, ni menos terminantes.

Veamos ahora cómo fueron respetadas, cómo fueron cumplidas, cómo fueron mantenidas por los aliados. La historia de la Conferencia de Versalles es conocida en sus aspectos externos e íntimos. Varios de los hombres que intervinieron en la conferencia han publicado libros relativos a su funcionamiento, a su labor y a su ambiente. Son universalmente conocidos el libro de Keynes, delegado económico de Inglaterra, el libro de Lansing, Secretario de Estado de Norteamérica, el libro de Andrés Tardieu, delegado de Francia y colaborador principal de Clemenceau, el libro de Nitti, delegado italiano y Ministro del Tesoro de Orlando. Además, Lloyd George, Clemenceau, Poincaré, Foch, han hecho diversas declaraciones acerca de las intimidades de la conferencia de Versalles. Se dispone, por tanto, de la cantidad necesaria de testimonios autorizados para juzgar, documentadamente, la conferencia y el tratado. Todos los testimonios que he enumerado son testimonios aliados. No deseo recurrir a los testimonios alemanes para que no se les tache de parcialidad, de despecho, de encono.

Todas las potencias participantes enviaron a la conferencia delegaciones numerosas. Principalmente, las grandes potencias aliadas rodearon a sus delegados de verdaderos ejércitos de peritos, técnicos y auxiliares. Pero estas comisiones no intervinieron si no en la elaboración de las cláusulas secundarias del tratado. Las cláusulas sustantivas, los puntos cardinales de la paz, fueron acordados
exclusivamente por cuatro hombres: Wilson, Clemenceau, Lloyd George y Orlando. Estos cuatro hombres constituían el célebre Consejo de los Cuatro. Y de ellos Orlando tuvo en las labores del Consejo una intervención intermitente, localista y limitada. Orlando casi no se ocupó sino de las cuestiones especiales de Italia. La paz fue así, en consecuencia, obra de Wilson, Clemenceau y Lloyd George únicamente. De estos tres hombres, tan sólo Wilson ambicionaba seriamente una paz basada en los catorce puntos y en su ideología democrática. Clemenceau aspiraba, sobre todo, a una paz ventajosa para Francia, dura, áspera, inexorable para Alemania. Lloyd George se oponía a que Alemania fuese tratada inclementemente, no por adhesión al programa wilsoniano sino por interés de que Alemania no resultase expoliada hasta el punto de comprometer su convalecencia y, por consiguiente, la reorganización capitalista de Europa. Pero Lloyd George tenía, al mismo tiempo, que considerarla posición parlamentaria de su gobierno. La opinión pública inglesa quería una paz que impusiese a Alemania el pago de todas las deudas de guerra. El contribuyente inglés no quería que recayesen sobre él las obligaciones económicas de la guerra. Quería que recayesen sobre Alemania. Las elecciones legislativas se efectuaron en Inglaterra antes de la suscripción de la paz. Y Lloyd George, para no ser vencido en las elecciones, tuvo que incorporar en su plataforma electoral esa aspiración del contribuyente inglés. Lloyd George, en su palabra, se comprometió con el pueblo inglés a obligar a Alemania al pago integral del costo de la guerra. Clemenceau, a su turno, era solicitado por la opinión pública francesa en igual sentido. Eran los días delirantes de la victoria. Ni el pueblo francés, ni el pueblo inglés, disponían de serenidad para razonar, para reflexionar; su pasión y su instinto oscurecían su inteligencia, su discernimiento. Tras de Clemenceau y tras de Lloyd George habían, por consiguiente, dos pueblos que deseaban la expoliación de Alemania. Tras de Wilson no había, en tanto, un pueblo devotamente solidario con los catorce puntos. Antes bien, la opinión norteamericana se inclinaba, egoístamente, al abandono de algunos anhelos líricos de Wilson. Wilson trataba con jefes de Estado, parlamentariamente fuertes, dueños de mayorías numerosas en sus cámaras respectivas. A él le faltaba, en tanto, en los Estados Unidos, esta firme adhesión parlamentaria. Tenemos aquí una de las causas de las transacciones y de las concesiones de Wilson en el curso de las conferencias. Pero otras de las causas no era, comoésta, una causa externa. Era una causa interna, una causa psicológica. Wilson se encontraba frente a dos políticos redomados, astutos, expertos en la trapacería, en el sofisma y en el engaño. Wilson era un ingenuo profesor universitario, un personaje un poco sacerdotal, utopista y hierático, un tipo algo místico de puritano y de pastor protestante. Clemenceau y Lloyd George eran, en cambio, dos políticos cautos, consumados y duchos, largamente entrenados para el enredo diplomático. Dos estrategas hábiles y experimentados. Dos falaces zorros de la política burguesa. Keynes dice, además, que Wilson no llevó a la conferencia de la paz sino principios generales, pero no ideas concretas en cuanto a su aplicación. Wilson no conocía detalladamente las cuestiones europeas consideradas por sus catorce puntos. A los aliados les fue fácil, por eso, presentarle la solución en cada una de estas cuestiones con un ropaje idealista y doctrinario. No regateaban a Wilson la adhesión a ninguno de sus principios; pero se daban maña para burlarlos en la práctica y en la realidad. Redactaban astutamente las cláusulas del tratado, de suerte que dejasen resquicio a las interpretaciones convenientes para invalidar los mismos principios que, aparentemente, esas cláusulas consagraban y reconocían. Wilson carecía de experiencia, de perspicacia para descubrir el sentido de todas las interlíneas, de todos los giros gramaticales de cada cláusula. El Tratado de Versalles ha sido, desde este punto de vista, una obra maestra de tinterillismo de los más sagaces y mañosos abogados del mundo.
El programa de Wilson garantizaba a Alemania la integridad de su territorio. El Tratado de Versalles separa de Alemania la región del Sarre, poblada por seiscientos mil alemanes. El sentimiento de esa región es indiscutiblemente alemán. El tratado establece, sin embargo, que después de quince años un plebiscito decidirá la nacionalidad definitiva de esa región. En seguida, el tratado amputa a Alemania otras poblaciones alemanas para dárselas a Polonia y a Checoeslovaquia. Finalmente decide la ocupación por quince años de las provincias de la ribera izquierda del Rhin, que contienen una población de seis millones de alemanes. Varios millones de alemanes han sido arbitrariamente colocados bajo banderas extrañas a su nacionalidad verdadera, en virtud de un tratado que, conforme al programa de Wilson, debió ser un tratado de paz sin anexiones de ninguna clase.

El programa de Wilson garantizaba a Alemania una paz sin indemnizaciones. Y el Tratado de Versalles la obliga, no sólo a la reparación de los daños causados a las poblaciones civiles, a la reconstrucción de las ciudades desvastadas, sino también al pago de las pensiones de los parientes de las víctimas de la guerra y de los inválidos. Además, la computación de estas sumas es hecha inapelablemente por los aliados, interesados naturalmente en exagerar el monto de esas sumas. La fijación del monto de esta indemnización de guerra no ha sido aún concluida. Se discute ahora la cantidad que Alemania está en aptitud de pagar.

El programa de Wilson garantizaba la ejecución del principio de los pueblos a disponer de sí mismos. Y el tratado de paz niega a Austria este derecho. Los austríacos, como sabéis, son hombres de raza, de tradición y de sentimiento alemanes. Las naciones de raza diferente, Bohemia, Hungría, Croacia, Dalmacia, incorporadas antes en el Imperio Austro- Húngaro, han sido independizadas de Austria que ha quedado reducida a una pequeña nación de población netamente germana. A esta nación, el tratado de paz le niega el derecho de unirse a Alemania. No se lo niega explícitamente, porque el tratado, como ya he dicho, es un documento de refinada hipocresía; pero se lo niega disfrazada e indirectamente. El tratado de paz dice que Austria no podrá unirse a otra nación sin la anuencia de la Sociedad de las Naciones. Y dice, en seguida, en una disposición de apariencia inocente, que el consentimiento de la Sociedad de las Naciones debe ser unánime. Unánime, esto es que si un miembro de la Sociedad de las Naciones, uno solo, Francia, por ejemplo, rehúsa su consentimiento, Austria no puede disponer de sí misma. Esta es una de las astutas burlas de sus catorce puntos, que los gobernantes aliados consiguieron jugar a Wilson en el tratado de paz.

El tratado de paz, por otra parte, ha despojado a Alemania de todos sus bienes inmediatamente negociables. Alemania, en virtud del tratado, ha sido desposeída no sólo de su marina de guerra sino, además, de su marina mercante. Al mismo tiempo, se le ha vetado, indirectamente, la reconstrucción de esta marina mercante, imponiéndosele la obligación de construir en sus astilleros, durante cinco años, los vapores que los aliados necesiten. Alemania ha sido desposeída de todas sus colonias y de todas las propiedades del Estado alemán existentes en ellas: ferrocarriles, obras públicas, etc. Los aliados se han reservado, además, el derecho de expropiar, sin indemnización alguna, la propiedad privada de los súbditos alemanes residentes en esas colonias. Se han reservado el mismo derecho respecto a la propiedad de los súbditos alemanes residentes en Alsacia y Lorena y en los países aliados o sus colonias. Alemania ha sido desposeída de las minas de carbón del Sarre, que pasan a propiedad definitiva de Francia, mientras a los habitantes de la región se les acuerda el derecho a elegir, dentro de quince años, la soberanía que prefieran. El pretexto de la entrega de estas minas de carbón a Alemania [Francia] reside en los daños causados por la invasión alemana a las minas de carbón de Francia; pero el tratado contempla en otra cláusula la reparación de estos daños, imponiendo a Alemania la obligación de consignar anualmente a Francia una cantidad de carbón, igual a la diferencia entre la producción actual de las minas destruidas o dañadas y su producción de antes de la guerra. Esta imposición del tratado a Alemania asegura a Francia una cantidad de carbón anual idéntica a la que le daban sus minas antes de la invasión alemana. A pesar de esto, en el nombre de los daños sufridos por las minas francesas durante la guerra, se ha encontrado necesario, además, despojar a Alemania de las minas del Sarre. Alemania, en fin, ha sido desposeída del derecho de abrir y cerrar sus fronteras a quien le convenga. El tratado la obliga a dispensar a las naciones aliadas, sin derecho alguno a reciprocidad, el tratamiento aduanero acordado a la nación más favorecida.

En una palabra, la obliga a que franquee sus fronteras a la invasión de mercaderías extranjeras, sin que sus mercaderías gocen de la misma franquicia aduanera para ingresar en los países aliados y asociados. Para enumerar todas las expoliaciones que el tratado de paz inflige a Alemania necesitaría hablar toda la noche. Necesitaría, además, entrar en una serie de pormenores técnicos o estadísticos, fatigantes y áridos. Basta a mi juicio con la ligera enumeración que ya he hecho para que os forméis una idea de la magnitud de las cargas económicas arrojadas sobre Alemania por el tratado de paz. El tratado de paz ha quitado a Alemania todos los medios de restaurar su economía, ha mutilado su territorio; y ha suprimido virtualmente su independencia y su soberanía. El tratado de paz ha dado a la Comisión de Reparaciones, verdadero instrumento de extorsión y de tortura, la facultad de intervenir a su antojo en la vida económica alemana.

Los aliados han cuidado de que el tratado de paz ponga en sus manos la suerte económica de Alemania. Ellos mismos han tenido que renunciar a la aplicación de muchas cláusulas que les entregaban la vida de Alemania. El tratado, por ejemplo, da derecho a los aliados a reclamar el oro que posea el estado alemán; pero, como este oro es el respaldo de la moneda alemana, los aliados han tenido que abstenerse de exigir su entrega, para evitar que por falta de respaldo metálico, la moneda alemana perdiese todo valor. El tratado es así, en gran parte, inejecutable. Y tiene por eso toda la virtualidad de un nudo corredizo puesto al cuello de Alemania. Los aliados no tienen sino que tirar de ese nudo corredizo para matar a Alemania. Actualmente la discusión entre Francia e Inglaterra no tiene otro sentido que éste: Francia cree en la conveniencia de asfixiar a Alemania, cuya vida está en sus manos; Inglaterra no cree en la conveniencia de acabar con la vida de Alemania. Teme que la descomposición del cadáver alemán infecte mortalmente la atmósfera europea.

El tratado de paz, en suma, reniega los principios de Wilson, en el nombre de los cuales capituló Alemania. El tratado de paz no ha respetado las condiciones ofrecidas a Alemania para inducirla a rendirse. Los aliados suelen decir que Alemania debe resignarse a su suerte de nación vencida. Que Alemania ha perdido la guerra. Que los vencedores son dueños de imponerle una paz dura. Pero estas afirmaciones tergiversan y adulteran la verdad. El caso de Alemania no ha sido éste. Los aliados, precisamente con el objeto de decidir a Alemania a la paz, habían declarado previamente sus condiciones. Y se habían empeñado solemnemente a respetarlas y mantenerlas. Alemania capituló, Alemania se rindió, Alemania depuso las armas, sobre la base de esas condiciones. No había, pues, derecho para imponer a Alemania, desarmada, una paz dura e inclemente. No había derecho a cambiar las condiciones de paz.
¿Cómo pudo tolerar Wilson este desconocimiento, esta violación de su programa? Ya he explicado en parte este hecho. Wilson, en unos casos, fue colocado ante una serie de tergiversaciones hábiles, tinterillescas, hipócritas, de la aplicación de sus principios. Wilson, en otros casos, transigió con los puntos de vista de Francia, Bélgica, Inglaterra a sabiendas de que atacaban su programa. Pero transigió a cambio de la aceptación de la idea de la Sociedad de las Naciones. A juicio de Wilson, nada importaba que algunas
de sus aspiraciones, la libertad de los mares, por ejemplo, no consiguiese una realización inmediata en el tratado. Lo esencial, lo importante era que el número cardinal de su programa no fracasase. Ese número cardinal de su programa era la Sociedad de las Naciones. La Sociedad de las Naciones, pensaba Wilson, hará realizable mañana lo que no es realizable hoy mismo. La reorganización del mundo, sobre la base de los catorce puntos, estaba automáticamente asegurada con la existencia de la Sociedad de las Naciones. Wilson se consolaba, en medio de sus más dolorosas concesiones, con la idea de que la Sociedad de las Naciones se salvaba.

Algo análogo pasó en el espíritu de Lloyd George. Lloyd George resistió a muchas de las exigencias francesas, Lloyd George combatió, por ejemplo, la ocupación militar de la ribera izquierda del Rhin. Lloyd George se esforzó porque el tratado no mutilase ni atacase la unidad alemana. Pero Lloyd George cedió a las demandas francesas porque pensó que no era el momento de discutirlas. Creyó Lloyd George que, poco a poco, a medida que se desvaneciese el delirio dela victoria, se conseguiría la rectificación paulatina de las cláusulas inejecutables del tratado. Por el momento lo que urgía era entenderse. Lo que urgía era suscribir el tratado de paz, sin reparar en muchos de sus defectos. Todo lo que en el tratado existía de absurdo iría desapareciendo sucesivamente en virtud de progresivas rectificaciones y progresivos compromisos. Por lo pronto, urgía firmar la paz. Más tarde se vería la manera de mejorarla. No había necesidad de reñir teóricamente sobre las consecuencias del Tratado de Versalles. La realidad se encargaría de constreñir a las naciones interesadas a reconocer esas consecuencias y a acomodar su conducta a las necesidades que esas consecuencias creasen.

El pensamiento de Wilson, en una palabra, era: el tratado es imperfecto; pero la Sociedad de las Naciones lo mejorará. El pensamiento de Lloyd George era: el tratado es absurdo; pero la fuerza de la realidad, la presión de los hechos se encargarán de corregirlo. Pero la Sociedad de las Naciones era una ilusión de la ideología de Wilson. La Sociedad de las Naciones ha quedado reducida a un nuevo e impotente tribunal de La Haya. Conforme a la ilusión de Wilson, la Sociedad de las Naciones debía haber comprendido a todos los países de la civilización occidental. Y a través de ellos a todos los países del mundo, porque los países de la civilización occidental serían mandatarios de los países de las otras civilizaciones del África, Asia, etc. Pero la realidad es otra. La Sociedad de las Naciones no comprende siquiera a la totalidad de las naciones vencedoras. Estados Unidos no ha ratificado el Tratado de Versalles ni se ha adherido a la Sociedad de las Naciones. Alemania, Austria, Turquía y otras naciones europeas son excluidas de la Sociedad y colocadas bajo su tutelaje. Rusia, que pesa en la economía europea con todo el peso de sus ciento veinte millones de habitantes, no forma parte de la Sociedad de las Naciones. Más aún, domina en ella un régimen antagónico del régimen representado por la Sociedad de las Naciones. Dentro de la Sociedad de las Naciones se reproduciría el peligroso equilibrio continental. Unas naciones se aliarían con otras. La Sociedad de las Naciones debía haber puesto término al sistema de las alianzas. Vemos, sin embargo, que Checoeslavia, Yugoeslavia y Rumania han constituido una alianza, la Petit Entente; que los pactos de grupos de naciones se renuevan. La Sociedad de las Naciones, sobre todo, no es tal Sociedad de las Naciones. Es una sociedad de gobiernos, es una sociedad de Estados, es una liga del régimen capitalista. La Sociedad de las Naciones cuenta con la adhesión de la clase dominante; pero no cuenta con la adhesión de la clase dominada. La Sociedad de las Naciones es la Internacional del Capitalismo; pero no la Internacional de los Pueblos. Ninguna nación quiere renunciar a un derecho dado en favor de la Sociedad de las Naciones. Decidle a Francia que someta el problema de las reparaciones a la Sociedad de las Naciones. Francia responderá que el problema de las reparaciones es un problema suyo; que no es un problema de la Sociedad de las Naciones. La Sociedad de las Naciones es, a lo sumo, interesante como una expresión del fenómeno internacionalista. La burguesía ha concebido la idea de la Sociedad de las Naciones bajo la presión de fenómenos que le indican que la vida humana se ha solidarizado, se ha internacionalizado. La idea de la Sociedad de las Naciones es desde este punto de vista, compañeros, un homenaje involuntario de la burguesía a nuestra ideal proletario y clasista del internacionalismo.

Yo he hablado, compañeros, de estas cuestiones, igualmente lejano de toda francofilia y de toda germanofilia. Yo no soy, no puedo ser ni germanófilo ni francófilo. Mis simpatías no están con una nación ni con otra. Mis simpatías están con el proletariado universal. Mis simpatías acompañan del mismo modo al proletariado alemán que al proletariado francés. Si yo hablo de la Francia oficial con alguna agresividad de lenguaje y de léxico es porque mi temperamento es un temperamento polémico, beligerante y combativo. Yo no sé hablar unciosamente, eufemísticamente, mesuradamente, como hablan los catedráticos y los diplomáticos. Tengo ante las ideas, y ante los acontecimientos, una posición de polémica. Yo estudio los hechos con objetividad; pero me pronuncio sobre ellos sin limitar, sin cohibir mi sinceridad subjetiva. No aspiro al título de hombre imparcial; porque me ufano por el contrario de mi parcialidad, que coloca mi pensamiento, mi opinión y mi sentimiento al lado de los hombres que quieren construir, sobre los escombros de la sociedad vieja, el armonioso edificio de la sociedad nueva.

José Carlos Mariátegui La Chira

La lucha eleccionaria en México [Manuscrito]

La designación de candidatos a la presidencia por las convenciones nacionales no ha sido hecha todavía. Pero ya empiezan las convenciones regionales o de partido a preparar esa designación, proclamando sus respectivos candidatos. La eliminación final, en la medida en que sea posible, las harán las convenciones nacionales. Pero, mientras esta vez es posible que las anti-reelecciones se agrupen en torno de un candidato único, que tal vez sea Vasconcelos, la división del bloque obregonista de 1923 se muestra ya irremediable. La Crom irá probablemente sola a la lucha, con Morones a la cabeza. El partido constituido por los obregonistas, y en general por los elementos contrarios a los laboristas, y que se declaran legítimos continuadores y representantes de la revolución, arrojando sobre La Crom la tacha de reaccionaria, presentará un candidato propio, acaso comprometido personalmente por esta polémica.
Entre los candidatos de esta tendencia, con mayor proselitismo, uno de los más indicados hasta ahora es el general Aaron Saenz, gobernador del Estado de Nueva León. Aaron Saenz comenzó su carrera política en 1913, enrolado en el ejército revolucionario en armas contra Victoriano Huerta. Desde entonces actuó siempre al lado de Obregón, cuya campaña eleccionaria dirigió en 1928. Ministro de Calles, dejó su puesto en el gobierno federal para presidir la administración de un Estado, cargo que conserva hasta hoy. Su confesión protestante, puede ser considerada por muchos como un factor útil a las relaciones de México con Estados. Porque en los últimos tiempos, la política mexicana antes los Estados Unidos ha acusado un retroceso que parece destinado a acentuarse, si la presión de los intereses capitalistas desarrollados dentro del régimen de Obregón y Calles, en la que hay que buscar el secreto de la actual escisión, continúa imponiendo la línea de conducta más concorde con sus necesidades.
Vasconcelos se ha declarado pronto para ir a la lucha como candidato. Aunque auspiciado por el partido anti-reeleccionista, y probablemente apoyado por elementos conservadores que ven en su candidatura la promesa de un régimen de tolerancia religiosa, puede ganarse una buena parte de los elementos disidentes o descontentos que la ruptura del frente Obregonista de 1926 deja fuera de los dos bandos rivales. Por el hecho de depender de la concentración de fuerzas heterogéneas, que en la anterior campaña eleccionaria, se manifestarán refractarias a la unidad, su candidatura, en caso de ser confirmada, no podrá representar un programa concreto, definido. Sus votantes tendrían en cuenta solo las cualidades intelectuales y morales de Vasconcelos y se conformarían con la posibilidad de que en el poder puedan ser aprovechadas con buen éxito. Vasconcelos pone su esperanza en la juventud. Piensa que, mientras esta juventud adquiere madurez y capacidad para gobernar México, el gobierno debe ser confiado a un hombre de la vieja guardia a quien el poder no haya corrompido y se preste garantías de proseguir la línea de Madero. Sus fórmulas políticas, como se ve, no son muy explícitas. Vasconcelos, en ellas, sigue siendo más metafísico que político y que revolucionario.
La prosecución de una política revolucionaria, que ya venía debilitándose por efecto de las contradicciones internas del bloque gobernante, aparece seriamente amenazada. La fuerza de la revolución residió siempre en la alianza de agrarias y laboristas, esto es de las masas obreras y campesinas. Las tendencias conservadoras, las fuerzas burguesas han ganado una victoria al insidiar su solidaridad y fomentar su choque. Por esto las organizaciones revolucionarias de izquierda trabajan ahora por una Asamblea nacional obrera y campesina, encaminada a crear un frente único proletario. Pero estos aspectos de la situación mexicana, serán materia de otro artículo. Por el momento no me he propuesto sino señalar las condiciones generales en que se inicia [la lucha eleccionaria].

José Carlos Mariátegui La Chira

José Carlos Mariátegui en la fiesta de la Planta de Vitarte

José Carlos Mariátegui en la fiesta de la Planta en Vitarte, sentado detrás del retrato de Víctor Raúl Haya de la Torre.
En cuclillas: Pedro Barrios, Alberto Benites, y Fernando Rojas (con bastón)
Sentados: Manuel Medina, Lorenzo Bartra, Enrique Reyes, Manuel Seoane, Óscar Herrera, José Carlos Mariátegui y Luis Bustamente.
Parados, en primera fila: Miguel Rodríguez (de saco blanco), No identificado, Enrique Cornejo Köster (cubriéndose con su Sarita), David Tejada, No identificado, Jacobo Hurwitz, No identificado, y Francisco Yarlequé.
Parados, detrás: Entre Cornejo Köster y David Tejada está Manuel Pedraza.
Al fondo, el estandarte del Sindicato Textil Vitarte y el de la Federación de Conductores y Motoristas.

Revista Variedades

Carta de Concha Romero James,1928-09-16

Santiago de Chile, 16 de setiembre de 1928
Sr. José Carlos Mariátegui
Lima, Perú.
Muy estimado señor Mariátegui,
Créame que no he olvidado el gratísimo rato que pasé en su casa a mi paso por Lima. Es uno de los mejores recuerdos que guardo de la hermosa Capital del Perú.
Le prometí, como Ud. recordará, escribirle a José Eustasio Rivera, pidiéndole que le mandara un ejemplar de su notable libro La Vorágine. Hace algunas semanas que tuve noticias que Rivera no había recibido la carta que le mandé de Lima, pero como le escribí de nuevo no dudo que dentro de algunos días tendrá Ud. en sus manos la novela que tanto le alabé. Vale la pena.
Ahora le voy a pedir un gran favor. Como Ud. recordará, le dije que mi esposo escribe para varios diarios y revistas norteamericanas entre ellos el New York Times, Current History, The Arts, Art and Archaelogy y otros. Me acaba de mandar un cable pidiéndome urgentemente que le consiga algunos libros sobre asuntos hispanoamericanos, pues se ha comprometido con el New York Times para escribir una serie de artículos sobre libros de autores latinoamericanos que tratan de los problemas que preocupan a estos pueblos, y de su vida literaria y artística. Se trata de libros verdaderamente serios y que reflejen las orientaciones de estos países —o falta de orientaciones si Ud. quiere— en materia de arte, educación, problemas políticos y sociales, relaciones internacionales, etc. Si Ud. puede recomendarme algunos libros sobre estos asuntos se lo agradeceré mucho. Y más le agradecería aún si Ud. y sus amigos escritores pudieran enviarle a mi esposo todos aquellos libros de que se puedan deshacer con facilidad y sin sacrificio alguno para que él les dé publicidad en los Estados Unidos.
Le diré que esta publicidad no es poca cosa. En el caso de La Vorágine, por ejemplo, a las cuantas semanas de haber publicado mi esposo su juicio crítico en el Times se agotaba la edición en Bogotá. La casa de Brentano en Nueva York pidió por cable a Bogotá todos los ejemplares que quedaban. Como resultado de este artículo Rivera recibió tantas propuestas de casas que querían publicar una edición inglesa, que al fin se tradujo la novela al inglés y ahora está por salir. Ya ve pues, que esto le puede convenir a todos. Le agradeceré que tome en cuenta esta proposición y que si no le es molesto colabore con nosotros en esta empresa. Y si en algo le podemos servir ya sea yo o mi esposo sabe que estamos enteramente a sus órdenes.
Le mando un cuento que me ha dado para Amauta la escritora chilena Amanda Labarca. Si no le gusta no hay compromiso de aceptarlo. Amanda es una excelente escritora, pero como cuentista yo no la conocía hasta ahora. Si no le llama la atención el cuento le puedo mandar otras cosas.
Le ruego que en caso de que Ud. o sus amigos decidan mandarle a mi esposo algunas obras, se comuniquen con él directamente. Su dirección es la siguiente: 2607 Sedgwick Avenue, Nueva York, N.Y. E.U. Y no hay que olvidar que lo que no puedan mandar lo pueden recomendar, dando el nombre de la casa donde se puede obtener.
No sé todavía cuándo podré salir de Chile. De aquí quiero ir a Bolivia y de Bolivia al Perú. Si puedo, iré antes a Buenos Aires. No dejaré de visitar el Cuzco, por supuesto. Para entonces le voy a suplicar que me ponga en contacto con algunas de las interesantes personas que Ud. conoce por esos rumbos y que se interesan en el problema del Indio. Parece que a fuerza de pedir favores lo voy a aburrir. Perdone tanta molestia, y si hay algo en que yo le pueda servir, ya sabe que nada me satisfará más.
Con finos recuerdos para la Señora de Mariátegui, y deseándole que su salud mejore cada día más, lo saluda afectuosamente,
Su amiga y segura servidora
Concha Romero James

¿Porqué no escribe Ud. algo a propósito de la reanudación de las relaciones chileno-peruanas para algún diario o revista chileno? Creo que recibirían algo de Ud. sobre eso o sobre cualquier otra cosa— ¡Hay que restablecer las relaciones intelectuales entre estos países!
Si quiere, yo les puedo abrir las puertas a los escritores peruanos, y puedo conseguir que algunos chilenos escriban para Uds. Siento que el cuento de Amanda no sea de lo mejor.

Romero James, Concha

Carta a Mario Nerval, 11/12/1929

Lima, 11 de diciembre de 1929
Estimado amigo y compañero Mario Nerval:
No he tenido acuse de recibo de Ud. de mi última de hace varias semanas, contestando a una carta suya. Pero si no le he escrito no ha sido por esto sino por mis extraordinarias ocupaciones y porque M. lo ha mantenido al corriente de los sucesos.
Le lleva estas líneas Federico Sal y Rosas, amigo y colaborador de Amauta en Huarás, que ha sufrido prisión de varios días, con otros compañeros de esa localidad, a raíz de la última movilización policial contra nosotros. Como de ésta puede ocurrir que no tenga Ud. noticia exacta, le adjunto copia de una carta que escribí a un amigo el 22 del pasado.
Todos los presos, según mis noticias, están en libertad. Ignoro solamente la condición de un compañero de Chepén. El bluff no ha prosperado; pero es seguro que se prepara el aprovechamiento de sus elementos en una próxima oportunidad.
No hace falta agregar que Amauta, mientras yo esté aquí, seguirá saliendo. Su prestigio internacional, por otra parte, la defiende. Pero se trata de sofocarla aterrorizando a sus propagadores y simpatizantes. A la clausura sensacional, se prefiere el estrangulamiento silencioso.
Sal y Rosas trabajaba por la constitución en Huarás de un centro de estudios sociales. No se le puede acusar de otra cosa. Pero estar en correspondencia conmigo es suficiente para perseguir o molestar a una persona. Muchas veces las cartas, inocentes siempre enviadas a mi dirección, no me llegan; pero van a revelar a la policía a las personas de que puedo servirme para la “ejecución de mis designios”. Esto ha ocurrido por ejemplo con el señor Alejandro Destre Sierra de Huarás, acusado de haberme escrito, a pesar de que nunca he recibido de él una línea.
Ya le escribiré más detalladamente para que entere Ud. de las cosas a los amigos.
Cordialmente lo abraza, reclamando sus noticias, su afmo. amigo y compañero.
José Carlos Mariátegui

José Carlos Mariátegui La Chira

El exilio de Trotzky [Manuscrito]

Trotzky, desterrado de la Rusia de los Soviets; he aquí un acontecimiento al que fácilmente no puede acostumbrarse la opinión revolucionaria del mundo. Nunca admitió el optimismo revolucionario de la posibilidad de que esta revolución concluyera, como la francesa, condenando a sus héroes. Pero, sensatamente, lo que no debió jamás esperarse es que la empresa de organizar el primer gran estado socialista fuese cumplida por un partido de más de un millón de militantes apasionados, con el acuerdo de la unanimidad más uno, sin debates ni conflictos violentos.
La oposición trotzkistas tiene una función útil en la política soviética. Representa, si se quiere definirla en dos palabras, la ortodoxia marxista, frente a la fluencia desbordada e indócil de la realidad rusa. Traduce el sentido obrero, urbano, industrial, de la revolución socialista. La revolución rusa debe su valor internacional, ecuménico, su carácter de fenómeno precursor del surgimiento de una nueva civilización, al pensamiento que Trotzky y sus compañeros reivindican en todo su vigor y consecuencias. Sin esta crítica vigilante, que es la mejor prueba de la vitalidad del partido bolchevique, el gobierno soviético correría probablemente el riesgo de caer en un burocratismo formalista, mecánico.
Pero, hasta este momento, los hechos no dan la razón al trotzkismo desde el punto de vista de su aptitud para reemplazar a Stalin en el poder, con mayor capacidad objetiva de realización del programa marxista. La parte esencial de la plataforma de la oposición trotzkysta es su parte crítica. Pero en la estimación de los elementos que pueden insidiar la política soviética, ni Stalin ni Bukharin andan muy lejos de suscribir la mayor parte de los conceptos fundamentales de Trotzky y de sus adeptos. Las proposiciones, las soluciones trotzkistas no tienen en cambio la misma solidez. En la mayor parte de lo que concierne a la política agraria e industrial, a la lucha contra el burocratismo y el espíritu “nep”, el trotzkismo no sabe de un radicalismo teórico que no logra condensarse en fórmulas concretas y precisas. En este terreno, Stalin y la mayoría, junto con la responsabilidad de la administración, poseen un sentido más real de las posibilidades.
Ya he tenido ocasión de indagar los orígenes del cisma bolchevique que con el exilio de Trotzky adquiere tan dramática intensidad. La revolución rusa que, como toda gran revolución histórica, avanza por una trocha difícil que se va abriendo ella misma con su impulso, no conoce hasta ahora días fáciles ni ociosos. En la obra de hombres heroicos y excepcionales, y, por este mismo hecho, no ha sido posible sino con una máxima y tremenda tensión creadora. El partido bolchevique, por tanto, no es ni puede ser una apacible y unánime academia. Lenin le impuso hasta poco antes de su muerte su dirección genial; pero ni aún bajo la inmensa y única autoridad de este jefe extraordinario, escasearon dentro del partido los debates violentos. Lenin ganó su autoridad con sus propias fuerzas; la mantuvo, luego, con la superioridad y clarividencia de su pensamiento. Sus puntos de vista prevalecían siempre por ser los que mejor correspondían a la realidad. Tenían, sin embargo, muchas veces que vencer la resistencia de sus propios tenientes de la vieja guardia bolchevique.
La muerte de Lenin, que dejó vacante el puesto de jefe genial, de inmensa autoridad personal, habría sido seguida por un período de profundo desequilibrio en cualquier partido menos disciplinado y orgánico que el partido comunista ruso. Trotzky se destacaba sobre todos sus compañeros por el relieve brillante de su personalidad. Pero no solo le faltaba vinculación sólida y antigua con el equipo leninista. Sus relaciones con la mayoría de sus miembros habían sido, antes de la revolución, muy poco cordiales. Trotzky, como es notorio, tuvo hasta 1917 una posición casi individual en el campo revolucionario ruso. No pertenecía al partido bolchevique, con cuyos líderes, sin exceptuar al propio Lenin, polemizó más de una vez acremente. Lenin apreciaba inteligente y generosamente el valor de la colaboración de Trotzky, quien, a su vez, -como lo atestigua el volumen en que están reunidos sus escritos sobre el jefe de la revolución, -acató sin celos ni reservas una autoridad consagrada por la obra más sugestiva y avasalladora para la conciencia de un revolucionario. Pero si entre Lenin y Trotzky pudo borrarse casi toda distancia, entre Trotzky y el partido mismo la identificación no pudo ser igualmente completa. Trotzky no contaba con la confianza total del partido, por mucho que su actuación como comisario del pueblo mereciese unánime admiración. El mecanismo del partido estaba en manos de hombres de la vieja guardia leninista que sentían siempre un poco extraño y ajeno a Trotzky, quien, por su parte, no conseguía consustanciarse con ellos en un único bloque. Trotzky, según parece, no posee las dotes específicas de político que en tan sumo grado tenían Lenin. No sabe captarse a los hombres; no conoce los secretos del manejo de un partido. Su posición singular -equidistante del bolchevismo y del menchevismo- durante los años corridos entre 1905 y 1917, además de desconectarlo de los equipos revolucionarios que con Lenin prepararon y realizaron la revolución, hubo de deshabituarlo a la práctica concreta de líder de partido. Mientras duró la movilización de todas las energías revolucionarias contras las amenazas de reacción, la unidad bolchevique estaba asegurada por el pathos bíblico. Pero desde que comenzó el trabajo de estabilización y movilización, las discrepancias de hombres y de tendencias no podían dejar de manifestarse. La falta de una personalidad de excepción como Trotzky, habría reducido la oposición a términos más modestos. No se habría llegado, en ese caso, al cisma violento. Pero con Trotzky en el puesto de comando, la oposición en poco tiempo ha tomado un tono insurreccional y combativo. Zinoviev, lo acusaba en otro tiempo, en un congreso comunista, de ignorar y negligir demasiado al campesino. Tiene, en todo caso, un sentido internacional de la revolución socialista. Sus notables escritos sobre la transitoria estabilización del capitalismo lo colocan entre los más alertas y sagaces críticos de la época. Pero este mismo sentido internacional de la revolución, que le otorga tanto prestigio en la escena mundial le quita fuerza momentáneamente en la práctica de la política rusa. La revolución rusa está en un período de organización nacional. No se trata, por el momento, de establecer el socialismo en el mundo, sino de realizarlo en una nación que, aunque es una nación de ciento treinta millones de habitantes que se desbordan sobre dos continentes, no deja de constituir por eso, geográfica e históricamente una unidad. Es lógico que es esta etapa, la revolución rusa esté representada por los hombres que más hondamente siente su carácter y sus problemas nacionales. Stalin, eslavo puro, es de esos hombres. Pertenece a una falange de revolucionarios que se mantuvo siempre arraigada al suelo ruso. Mientras tanto Trotzky, como Radek, como Rakovsky, pertenece a una falange que pasó la mayor parte de su vida en el destierro. En el destierro hicieron su aprendizaje de revolucionarios mundiales, ese aprendizaje que ha dado a la revolución rusa su lenguaje universalista, su visión acuménica.
La revolución rusa se encuentra en un periodo forzoso de economía. Trotzky, desconectado personalmente del equipo stalinista, es una figura excesiva en un plano de realizaciones nacionales. Se le imagina predestinado para llevar en triunfo, con energía y majestad napoleónicas, a la cabeza del ejército rojo, por toda Europa, el evangelio socialista. No se le concibe, con la misma facilidad, llevando el oficio modesto de ministro de tiempos normales. La Nep lo condena al regreso de su beligerante posición de polemista.
José Carlos Mariátegui.

José Carlos Mariátegui La Chira

Carta de Tristán Marof, 6/8/1928

México, 6 de agosto de 1928
Mi querido compañero Mariátegui:
Su carta del 10 de julio la tengo en mi poder y la respondo inmediatamente con todo agrado. He sabido por algunos amigos suyos que se encontraba enfermo, y varias veces hemos lamentado su situación. Pero me alegra inmensamente la noticia que me da de que una operación feliz, tal vez, lo pondrá en condiciones mejores. Todo lo que sucede a Ud. —sus triunfos y sus dolencias nos preocupan— no por simple sentimentalismo, sino porque clavado allí en Lima, realiza una obra revolucionaria con visión clara y dentro de la realidad.
No he recibido las cartas del Mayor Helguera; posiblemente han quedado secuestradas por el amigo Roig o por algún otro. Ya sabe Ud. o se habrá dado cuenta que nuestros amigos cubanos —con rarísimas excepciones— no tienen un severo grado de responsabilidad. Solamente una carta con un recorte suyo me enviaron de La Habana a México.
Le escribo a Fernández de Castro, anunciándole que escribirá para El Diario de la Marina. Yo escribí algo sobre Ud. para el suplemento y no sé si habrá salido. Hasta me pagaron adelantado; posiblemente saldrá en números posteriores si hasta ahora no ha salido.
Me tiene Ud. instalado por el instante, en este hospitalario país, tan complejo y tan interesante. No es posible escribir sobre México una línea sin vivir aquí, sin relacionarse con los medios más diversos y sin tener un espíritu de observación agudo. Los que escriben sobre México, a distancia, podrán acertar tal vez en algunos aspectos pero no en todos. Frecuentemente tengo la diversión de leer polémicas sustentadas sobre México y no hago otra cosa que sonreír. México no se arreglará ni cambiará por los buenos o malos deseos de esos señores. Estando aquí, sintiendo su vibración y la fuerza de este país, se da uno cuenta que México tiene enorme dinamismo que lo emplea cuando conviene, en el momento que es preciso. Los que analizan la ‘revolución mexicana’ como una cosa definitiva, seguramente no se dan cuenta que ella no ha realizado sino su papel histórico frente al poder feudal resintiéndolo considerablemente. Pero por este mismo hecho, este país marcha a pasos precipitados a la ‘revolución social’ proletarizando todas sus masas campesinas y obreras. Por este mismo hecho, México se encuentra a la cabeza de los países nuestros, donde el privilegio, el latifundio como entidad política, el clero, dominan en forma absorbente. Nosotros tenemos que realizar una revolución muy parecida a la de México en 1910; tal vez nuestra revolución tenga mayores contenidos sociales, mayor visión de conjunto, pero esto mismo no es sino el resultado de experiencias obtenidas sobre México.
La polémica de Urquieta —pequeño burgués intelectual, y Meneses, con su dosis de sentimentalismo, no me demuestran sino una cosa: el error de no vivir en México, de no estar enterado de la evolución económica —único factor que precipita las revueltas. Calles y Obregón —este último asesinado en un momento lamentable— no significan otra cosa que la representación de la pequeña burguesía nacional que derrotó al régimen latifundista y porfiriano que dominó a México por el espacio de más de 30 años. Pero no es posible desconocer la obra de la revolución mexicana, la interrogante que ha abierto en todos los campos, y por último, sus esfuerzos para imponerse y luchar al frente de un enemigo tan poderoso como el capitalismo de Wall Street.
Por otra parte, nuestro deber revolucionario es defender todas las conquistas que se han obtenido con la revolución y seguir adelante.
Urquieta, no sólo es un confusionista consciente —esta es la impresión que tengo yo— sino que se está cuajando en el Altiplano, al lado de don Franz Tamayo, radical lírico y mensajista. Si usted puede influir en este amigo escríbale y muéstrese disgustado por su actitud tan lejana de la realidad.
Con el mayor gusto escribiré para su revista y le conseguiré colaboraciones de valía. Voy a hablarles a los señores Bohórquez, Molina Enríquez, Diego Rivera y otros. Estoy seguro que escribirán para Amauta y le prometo enviarle inmediatamente que tenga en mi poder los manuscritos.
He dado una serie de conferencias en la Universidad y ahora me tiene Ud. de Profesor de Historia Americana en la Facultad de Ciencias Sociales. Posiblemente estaré aquí unos cuantos meses más hasta que pueda viajar a B. Aires.
He charlado largamente con Haya antes de que parta a Guatemala. Algunos puntos de vista me agradan; tal vez estaríamos de acuerdo en todo si Haya a última hora no hubiera insistido en cierto reformismo. Esta actitud ha abierto cierta pugna entre comunistas y apristas. Desde luego una cosa lamentable en un período pre-revolucionario.
No tengo aún en mi poder los números de Amauta que me dice Ud. me remite. Emplee como siempre la dirección segura: Liverpool 119.
Un saludo a todos los compañeros de su revista; y Ud. y su señora, acepten el afecto cordial de su amigo y compañero que los estima de verdad.
T. Marof

Marof, Tristán

Grecia, república [Recorte de prensa]

¿Cómo ha llegado Grecia al umbral del régimen republicano? La guerra mundial precipitó la decadencia de la monarquía helénica. El Rey Constantino vivía bajo la influencia alemana. Su actitud ante la guerra estuvo ligada a esta influencia. La suerte de su dinastía se solidarizó así con la suerte militar de Alemania. La derrota de Alemania, que causó la condena inmediata de las monarquías responsables de los Hohen-zollern y los Hapsburgo, socavó mortalmente a las monarquías mancomunadas o comprometidas con ellas. Sucesivamente, se han desplomado, por eso, las dinastías turca y griega. La dinastía búlgara anda tambaleante. Grecia no pudo como Bulgaria y como Turquía entrar en la guerra al lado de Alemania y Austria. Existía en Grecia una densa y caudalosa corriente aliadófila. Venizelos, perspicaz y avisado, presentía la victoria de los aliados. Y veía que a ella estaba vinculada su fortuna política. Pugnaba, pues, por desviar a Grecia de Alemania y por empujarla al séquito de la Entente. La Entente, impaciente, intervino sin ningún recato en la política griega a favor del bando yenizelista. Grecia fue marcialmente constreñida por la Entente a desembarazarse del Rey Constantino y a adherirse a la causa aliada. El sector republicano quiso aprovechar la ocasión para desalojar definitivamente de Grecia a la monarquía. La Entente agitaba demagógicamente a los pueblos contra Alemania en nombre de la Democracia y de la Libertad. Pero no le pareció prudente consentir la defunción definitiva de una dinastía. El radicalismo griego fue inducido, a aceptar la subsistencia del régimen monárquico. El príncipe heredero de Grecia no era persona grata a los aliados. Se colocó, por esto, la corona sobre la cabeza de otro hijo de Constantino que se avino a reinar con Venizelos y para la Entente. Grecia, timoneada por Venizelos, se incorporó, finalmente, en los rangos aliados.
Pero los métodos usados por la Entente en Grecia habían sido demasiado duros. Y habían perjudicado políticamente al partido aliadófilo. El pueblo griego se había sentido, tratado como una colonia por los representantes de la Entente. La altanería y la acritud de la coacción aliada habían engendrado una reacción del ánimo griego. Ganada la guerra, Grecia tuvo, gracias a Venizelos, una gruesa participación en el botín de la victoria. La Entente, obedeciendo las sugestiones de Inglaterra, impuso a Turquía en Sevres un tratado de paz que la expoliaba y desvalijaba en beneficio de Grecia. Grecia recibía, en virtud de ese tratado, varios valiosos presentes territoriales. El tratado le daba Smirna y otros territorios en el Asia Menor. Fue ese un período de fáciles éxitos de la política internacional de Venizelos. Sin embargo, el gobierno de Venizelos no consiguió consolidarse a la sombra de esos éxitos. La oposición a Venizelos aumentaba día a día. Venizelos recurría a la fuerza para sostenerse. Los leaders constantinistas fueron expulsados o encarcelado. Los leaders socialistas y sindicales se atrajeron, a causa de su propaganda pacifista, las mismas o peores persecuciones. Los venizelistas asaltaron y destruyeron las oficinas del diario socialista “Rizospastis”.
Esta política venizelista arrojó a Italia a gran número de personajes griegos. Gounaris, por ejemplo, se refugió en Italia. Y en Italia, en el verano de 1920, trabé amistad con uno de sus mayores tenientes el ex-ministro Aristides Protopadakis, sensacionalmente fusilado dos años después, junto con Gounaris y otros cuatro ministros del Rey Constantino, bajo el régimen militar de Plastiras y Gonatas. Protopadakis y su familia veraneaban en Vallombrosa en el mismo hotel en que veraneaba yo. Su amistad me inició en la intimidad y la trastienda de la política griega. Era Protopapadakis un viejo ingeniero, afable y cortés. Un hombre “ancien regime” de mentalidad política ascendradamente conservadora y burguesa; pero de una bonhomía y una mundanidad atrayentes y risueñas. Juntos discurrimos muchas veces bajo la fronda de los abetos de Vallombrosa. Casi juntos abandonamos Vallombrosa y nos trasladamos a Florencia, él para marchar a Berlín, yo para explorar curiosa y detenidamente la ciudad de Giovanni Papini. Protopadakis preveía la pronta caída de Venizelos. Temeroso a su resultado, Venizelos venía aplazando la convocatoria a elecciones políticas. Pero tenía que arrostrarla de grado o de fuerza. Hacía cinco años que no se renovaba el parlamento griego. Las elecciones no podrían ser diferidas indefinidamente. Y su realización tendría que traer aparejada la caída del gobierno venizelista.
Así fue efectivamente. La previsión de Protopadakis se cumplió con rapidez. Venizelos no quiso ni pudo postergar la convocatoria por más tiempo. Y en noviembre de 1920 se efectuaron las elecciones. Aparentemente la coyuntura era propicia para el leader griego. Su ideal de reconstruir una gran Grecia parecía en marcha. Pero el pueblo griego, disgustado y fatigado por la guerra, tendía a una política de paz. Adivinaba probablemente la imposibilidad de que Grecia se asimilase todas las poblaciones y los territorios que el tratado de Sevres le asignaba. El engrandecimiento territorial de Grecia era un engrandecimiento artificial. Constituía una aventura grávida de peligros y de incertidumbres. Turquía, en vez de someterse pasivamente al tratado de Sevres, lo desconocía y lo repudiaba. La firma del gobierno de Constantinopla era una firma sin autoridad y sin validez. Acaudillado por Mustafá Kemal, el pueblo turco se disponía a oponerse con todas sus fuerzas a la vejatoria paz de Sevres. Smirna se convertía en un bocado excesivo para la capacidad digestiva de Grecia. El regreso del Rey Constantino significaba para el pueblo griego, en esa situación, el regreso a una política de paz. El Rey Constantino simbolizaba, sobre todo, la condenación de una política de servidumbre a los aliados. Estas circunstancias decretaron la derrota electoral de Venizelos. Y dieron la victoria a los constantinistas. El rey Constantino volvió a ocupar su trono. Venizelos fue desalojado del poder por Gounaris.
Mas el rey Constantino y sus consejeros no eran dueños de adoptar una orientación internacional nueva. Vencida Alemania, destruida la Triple Alianza, todas las pequeñas potencias europeas tenían que caer en el campo de gravitación de las potencias aliadas. Grecia era, en virtud de los compromisos aceptados y suscritos por Venizelos, un peón de Inglaterra en el tablero de la política oriental. El rey Constantino heredó, por consiguiente, todas las responsabilidades y obligaciones de Venizelos. Y su política no pudo ser una política de paz. Grecia continuó, bajo el rey Constantino y Gounaris, su aventura bélica contra Turquía.
La historia de esta aventura es conocida. Mustafá Kemal organizó vigorosamente la resistencia turca. Varios hechos lo auxiliaron y sostuvieron. Rusia se esforzaba en rebelar contra el capitalismo británico a los pueblos orientales. Francia tenía intereses diferentes de los de Inglaterra en el Asia Menor. Italia estaba celosa del crecimiento territorial y político de Grecia. El gobierno ruso estimulaba francamente a la lucha al gobierno de Mustafá Kemal. París y Roma coqueteaban con Angora. Todas, estas simpatías ayudaron a Mustafá Kemal a arrojar a las tropas griegas, minadas por el descontento, de las tierras de Asia Menor.
El desastre militar excitó el humor revolucionario que desde hacía tiempo se propagaba en Grecia. Una insurrección militar, dirigida por Plastiras y Gómalas, expulsó del poder al partido de Constantino y Gounaris. El Rey Constantino tuvo que retirarse de Grecia. Y esta vez para siempre. Un tribunal militar, acremente revolucionario, condenó a muerte a Gounaris, Protopadakis y cuatro ministros más. La ejecución siguió a la sentencia. El proceso revolucionario de Turquía se apresuró con estos acontecimientos. Más tarde, murió el rey Constantino y la dinastía quedó sin cabeza. La posición del hijo de Constantino se tornó cada vez más débil.
Presenciamos hoy el último episodio de la decadencia de la monarquía griega. El rey Jorge y su consorte han sido expulsados de Grecia. En el nuevo parlamento griego prevalece la tendencia a reemplazar la monarquía con la república. Grecia, pues, tendrá pronto una nueva carta constitucional que será una carta republicana. Los venizelistas, reforzados y reorganizados, llaman a Grecia a su viejo leader. Venizelos, oportunista y redomado, colaborará en la organización republicana de Grecia. Pero el proceso revolucionario de Grecia no se detendrá ahí. La revolución no sólo fermenta en Grecia. Fermenta en toda Europa, fermenta en todo el mundo. Su manifestación, su intensidad, sus síntomas varían según los climas y las latitudes políticas. Pero una sola es su raíz, una sola en su esencia y una sola es su historia.

José Carlos Mariátegui

José Carlos Mariátegui La Chira

Carta a Samuel Glusberg, 21/11/1929

Lima, 21 de noviembre de 1929
Sr. Samuel Glusberg.
Buenos Aires.
Estimado amigo y compañero:
No tengo a la vista su última, tan interesante y grata, por haberme sido secuestrada el lunes último a las 8 p.m. con toda mi correspondencia privada y la administrativa de Amauta. A esa hora, o algunos minutos antes, charlaba yo en mi estudio con Héctor Ruiz Díaz, el pianista argentino, y Ricardo Vegas García, corresponsal de La Nación de Buenos Aires, sobre la venida de Waldo Frank. Ruiz Díaz y Vegas García, a nombre de la Sociedad Arte y Cultura, me proponían la colaboración con el grupo de invitantes que suscribía nuestro cable y carta para la organización del programa de conferencias de Frank en Lima. Su deseo era que Frank ofreciera algunas conferencias a la recién fundada Sociedad Arte y Cultura, inaugurando su temporada. Yo les decía que a mi juicio no había inconveniente para que Frank accediera a esto tan luego como llegara a Lima. Vegas me decía que la Sociedad de Arte y Cultura podía financiar el viaje de Frank. No habíamos avanzado mucho en esta conversación cuando se presentó en mi casa, aparatosamente, la policía. Varios agentes encabezados por uno de los jefes de Investigaciones penetró en mi estudio. Se me notificó de que había orden de detenerme y registrar mi domicilio. A Vegas García y Ruiz Díaz se les dijo que estaban también presos. Ambos protestaron y yo insistí en que Ruiz Díaz era un conocido artista extranjero. Nada valió. Fueron conducidos a la comisaría próxima donde se les retuvo hasta el día siguiente. Había orden estricta de que se detuviera a todas las personas que se encontraban en mi casa. - Mientras esto ocurría en mi biblioteca, otros agentes entraban violentamente en el interior de la casa con revolver en mano intimidando rendición a los muchachos, sirvientas y a un jovencito que copiaba a máquina un ejercicio escolar. - Siguió el registro. Como quince agentes ocupaban las habitaciones registrando los muebles. Varios mas se estacionaban en la entrada. En la calle, policía uniformada completaba el personal en operaciones. La pesquisa no perdonó ningún mueble. Se me extrajo de los bolsillos mi vieja cartera, antigua compañera de viajes y penurias, y todos mis papeles. De mi sillón de ruedas, se sacó entre otros papeles el cable de Waldo Frank y las copias de la carta y el cable de invitación, publicados ese día por la prensa.- Hasta las 2 y 1/2 duró la cosa. Tuve que hacer enormes esfuerzos para impedir que se llevaran mi biblioteca. No pude impedir que se incautaran de mi correspondencia, la de "Amauta", los libros administrativos, recortes de mis artículos, originales y apuntes, libros y revistas y hasta fotografías artísticas. - Quedé informado de que estaba preso e incomunicado en mi casa. 8 policías recibieron encargo de custodiarme y se instalaron en una habitación interior y en el hall, entrando y saliendo ruidosamente. Toda mi familia veló. Había el peligro de que esta gente introdujera armas o cualquier cosa con el objeto de comprometerme y denunciarme en la prensa, sin que yo pudiera rectificar, porque los periódicos no publican en estos casos sino lo que tiene el Vo. Bo. policial.
No quiero hacerle una descripción patética. Me es profundamente antipático este genero. No tengo costumbre de quejarme. La última vez que estuve preso, - cuando la clausura de Amauta - me abstuve de toda actitud dramática. Llamé el caso en el artículo de reaparición de "Amauta" un accidente del trabajo. No le añadiré, pues a esta sumaria descripción, que ya temo empiece a tomar un color de queja, sino que la ocupación de mi casa y el secuestro de mi persona y de todos los míos, niños y sirvientas se prolongaron hasta ayer. 8 vigilantes custodiaban mi casa, durmiendo en el hall y el saloncito. Toda persona que llamaba a la puerta era detenida. - En esta forma, fueron detenidos el pintor Ricardo E. Florez, el escritor José Diez Canseco, tres estudiantes del Seminario de Cultura Peruana, el secretario-administrador de Amauta y estudiantes de letras Navarro Madrid, un mensajero de la revista, la escultura Carmen Saco y el joven pintor Jorge del Prado. - Se que han hecho mas o menos 180 prisiones. - Los agentes se jactaban de una gran movilización. A la misma hora habían allanado y ocupado treinta domicilios.- Entre los presos se encuentran Adler y su novia Nomi Milstein; y la persecución tiene un curioso carácter anti-semita.
Ha habido, según parece, orden de prisión de todos los vendedores ambulantes judíos, de sus proveedores y de otras personas. Se sospecha absurdamente que constituyen una organización de agitadores. Como son en su mayor parte de nacionalidad rumana, no tienen en Lima agente consular ni diplomático que los proteja. - Todo inverosímil y desatentado. El gobierno que acaba de imponer a los obreros de las minas de Morococha, después de una huelga, la renuncia del aumento que exigían, defiende probablemente los intereses de la gran compañía minera del Centro Cerro de Pasco Copper Corporation. Se aprovecha del raid contra los organizadores obreros, para hostilizar a los artistas y escritores de vanguardia que me ayudan a mantener "Amauta".-
Solo el escándalo que en los más diversos elementos causó la noticia de mi prisión y la de todos los míos en mi casa - divulgada por las personas del barrio- y la intervención de algunas personas influyentes ha podido librarme de una situación insostenible.- Pero los calabozos siguen llenos de presos.
Probablemente, había la intención de afirmar que en mi casa se había sorprendido una gran reunión de conspiradores. Contra lo de costumbre, pues recibo de 6 a 8 y a esa hora se hace en mi estudio animada tertulia, no se encontraban conmigo sino dos personas tan extrañas a toda propaganda subversiva como Vegas García y Ruiz Díaz. Se que a Ruiz Díaz se le han dado excusas. Estaba excitadísimo, según me dicen, por haber pasado una mala noche en la comisaría sin explicación ni motivo alguno.- Se trata, también, de crear el vacío a mi alrededor aterrorizando a la gente que se me acerque. Se trata, como ya creo haberle dicho alguna vez, de sofocarme en silencio.- Mi propósito de salir del Perú con mi mujer y mis niños se afirma antes estos hechos. No puedo permanecer aquí. No me quedaré sino el tiempo necesario para preparar mi viaje. Saldré del Perú como pueda.- Si se me rehusaran los pasaportes, desde ahora comprometo a todos mis amigos para que denuncien mi situación, así como para que gestionen el viso de las legaciones.
Le expido esta carta, escrita apresuradamente sin releerla. Puede Ud. hacer de su contenido el mas amplio uso; pero reserve el texto mismo. Detesto la actitud planidera. No he especulado nunca sobre mis dramas.
A Waldo Frank escríbale que se le espera ansiosamente en Lima, en el Perú. Supongo que recibiría Ud. después del cable la carta de invitación despachada por correo aéreo. La última no debe haber alcanzado a Frank en Buenos Aires; pero Ud. se la habrá expedido sin duda a Santiago.- Que Frank avise su salida a Sánchez.
Perdone esta larga lata y reciba un cordial abrazo de su devotísimo amigo y compañero
José Carlos.

P.D.- Escrita esta carta, recibo noticia de que se ha empezado a poner en libertad a los detenidos. Pero Adler y Nomi continúan presos con otros muchas. El ballón se va desinflando, más no se desinflara del todo mientras no se escoja, entre los perseguidos, algunos candidatos a la deportación o a la isla. V.

José Carlos Mariátegui La Chira

Notas de la octava conferencia

[Transcripción completa]

  • Los grandes grupos políticos alemanes son: pangermanistas, populistas, católicos, demócratas, socialistas, comunistas. Organización Cónsul, Organización Escherish, fascismo bávaro de Hitler y Ludendorf.

  • Antecedentes de la situación actual: La caida del gabinete Wirth. La constitución del gabinete Cuno. -Retorno al gobierno de los populistas de Hugo Stinnes. Posición de los socialistas frente a este gobierno. Efectos de la ocupación del Ruhr en la política alemana. La crisis alemana actual no es sino la exasperación de la crisis política originada por el fracaso de la colaboración de la social-democracia con la burguesía. -La renuncia de Cuno. El gabinete Stressemann. Hilferding, ministro de finanzas.

  • El separatismo renano. Las fracciones separatistas de Smeets y Doreen. Su agitación y su próxima fusión. El auspicio francés.

  • Las consecuencias de la ocupación del Ruhr en la economía alemana. La catástrofe del marco. Imposibilidad de que Alemania, mutilada, fraccionada, se reorganice. Una nación constituye un organismo vivo. No es posible lesionarlo ni herirlo ni trastornar, sin desordenar su funcionamiento. La ocupación del Ruhr condena a Alemania a la ruina, a la miseria. Pero una Alemania arruinada significa un agravamiento de la crisis económica europea. No pueden coexistir naciones moribundas, naciones hambrientas y naciones vitales, naciones pletóricas. El organismo económico del mundo se ha hecho demasiado solidario para que esto ocurra. Una nación primitiva, insignificante, poco evolucionada económicamente puede caer en la miseria sin afectar sensiblemente a las demás naciones del continente. Pero una nación de un dinamismo internacional tan complejo y tan vasto no puede ser abatida y destruida sin daño mortal para sus vecinos. Los problemas de la paz han descubierto esta solidaridad de vencedores y vencidos que impide a los primeros aplastar a los segundos.

  • Las causas verdaderas de la ocupación del Ruhr. Los chauvinistas, los nacionalistas, quieren el aniquilamiento de Alemania. Tienen la pesadilla de la reconstrucción alemana, de la revancha alemana. Los metalúrgicos aspiran a la posesión del carbón alemán. La prensa de los metalúrgicos explota el patriotismo de las clases pequeno-burguesas. El bloc nacional, el bloc de izquierdas y los comunistas.

  • El programa de Stinnes: la supresión de la jornada de ocho horas, la reducción del personal del Estado, la entrega de los ferrocarriles a empresas privadas. En una palabra, la abolición, la derogación de todas las conquistas del programa mínimo socialista. Una coalición burguesa carece de fuerza para actuar este plan.

  • La disensión en la social-democracia. La tendencia de derecha y la tendencia de izquierda. El temor a la concurrencia comunista.

  • La política de los comunistas alemanes. Los consejos de fabrica. El frente único proletario. El gobierno obrero. La estatización del 51 por ciento de las empresas, bajo el control de los trabajadores. Los social-democráticos y sus aprensiones y miedos.

  • El fenómeno nacionalista. El pauperismo de las clases medias y pequeño-burguesas. -La miseria de los intelectuales. -Radek propone que se combata al fascismo no solo con armas bélicas sino también con armas políticas. -La clase media, dominada por el recuerdo de su pasado bienestar, tiende al restablecimiento del antiguo régimen. Le falta una mentalidad de clase, una consciencia de clase. Un gobierno de la clase media no puede desenvolver sino una política capitalista. La clase media necesita incorporarse en la clase capitalista o en la clase asalariada. No cabe para ella una posición media ni independiente.

  • ¿Cuáles son las perspectivas de la hora presente?. -No es probable una rectificación inmediata de la política francesa. La ocupación del Ruhr seguirá, pues, desorganizando, empobreciendo y arruinando a Alemania. Se habla de la posibilidad de que los industriales alemanes y los industriales franceses se coordinen y se arreglen. Esta alianza del capitalismo francés con el capitalismo alemán no se haría sino a expensas de la clase trabajadora. Ya ha habido preludios de una inteligencia de esta naturaleza: el convenio Loucheur-Lubersac. Esta inteligencia inquietaría a Inglaterra. La industria alemana y la industria francesa constituirían un formidable bloc continental. Igualmente se habla de la posibilidad de que Inglaterra proponga la constitución de un conglomerado anglo-franco-alemán. Mussolini finalmente suena con un bloc continental: Alemania, Francia e Italia. -Pero todos estos proyectos tropiezan con la dificultad de los egoísmos nacionalistas. Cada potencia suspira por una alianza dentro de la cual le toque la parte del león. La atmósfera dejada por la guerra es una atmósfera emponzoñada y asfixiante. Está envenenada por odios rencores y pasiones egoístas. El razonamiento de que el sentido común, el interés común, predominará en la mentalidad de los diversos grupos capitalistas de Europa, es un razonamiento que desconoce la influencia oscura y misteriosa, pero decisiva que tienen en la marcha de la historia los factores psicológicos.

José Carlos Mariátegui La Chira

En torno a las elecciones inglesas – factores del proceso político de la Gran Bretaña [Recorte de prensa]

En torno a las elecciones inglesas – factores del proceso político de la Gran Bretaña

Reanudemos la indagación de los factores históricos de la actual situación política británica. Las elecciones próximas, con las cuales esa situación entrará en una nueva etapa, hacen de la Gran Bretaña el centro de la atención mundial. El escrutinio influirá en los destinos europeos, vale decir en los destinos mundiales. Una mayoría conservadora reforzaría y prolongaría, probablemente, la era de temporal estabilización capitalista que ha seguido a la agitación revolucionaria de los primeros años de post-guerra. Una mayoría laborista, a pesar acaso de algunos líderes del laborismo, aceleraría el curso de este período, apresurando una segunda etapa revolucionaria. La imposibilidad de cualquier mayoría, -laborista, conservadora o liberal- restablecería, como una fatalidad, a la que cada vez resulta más penoso adaptarse, la fórmula forzosa de los ministerios de coalición, como la consiguiente agudización de la crisis del parlamento.

Desde que los Estados Unidos han alcanzado la plenitud de su desarrollo económico, la historia del imperio británico ha dejado de ofrecérsenos como el máximo experimento capitalista. La revolución liberal no liquidó en Inglaterra la monarquía ni otras instituciones del régimen aristocrático. Su carácter esencialmente industrial y urbano, le permitió una gran largueza con la nobleza terrateniente. La economía capitalista creció cómodamente, sin necesidad de sacrificar la decoración capitalista, el cuadro monárquico del Imperio. Para el primer imperio capitalista, dueño de inmensas colonias, dominador de los mares, la economía agraria pasaba a un plano secundario. Su producción industrial, su poder financiero, sus empresas transoceánicas y coloniales, lo colocaban en aptitud de abastecerse ventajosamente en los más distantes mercados de los productos agrícolas necesarios para su consumo. La Gran Bretaña podía costearse, sin ningún esfuerzo excesivo el lujo de mantener una aristocracia refinada, con sus caballos, perros, parques y cotos. Esto, bajo cierto aspecto, admite ser definido como un rasgo general de la sociedad burguesa que, ni aún en los países de más avanzado republicanismo, ha logrado emanciparse de la imitación de los arquetipos y del estilo aristocrático. El “burgués gentilhombre” es actual hasta ahora. La última aspiración de la burguesía, consumada su obra, es parecerse o asimilarse a la aristocracia que desplazó y sucedió. El propio capitalismo yanqui que se ha desenvuelto en un clima tan indemne de supersticiones y privilegios, y que ha producido en sus tipos de capitanes de empresa una jerarquía tan original de jefes, no ha estado libre de esta imitación, ni ha resistido a la sugestión de los títulos y los castillos de la decaída nobleza europea. El noble se sentía y sabía la culminación de una cultura, de un orden; el burgués no. Y acaso, por esto, el burgués ha conservado un respeto subconsciente por la corte, el ocio, el gusto y el protocolo aristocráticos.

Y no hay en esto solo una cuestión psicológica social y política. La conciliación de la economía capitalista y consecuencias económicas: Inglaterra la política democrática con la tradición monárquica, tiene hoy concretas se encuentra en la necesidad de afrontar un problema agrario, que Estados Unidos ignora, que Francia resolvió con su revolución. El lujo de sus tierras improductivas está en estridente contraste con la economía de una época de depresión industrial y dos millones de desocupados. Estos dos millones de desocupados, cuya miseria pesa sobre el presupuesto y el consumo domésticos de la Gran Bretaña, pertenecen a una población esencialmente industrial y urbana. Los oficios y las costumbres citadinas de esta gente, estorban la empresa de emplearla en los más prósperos dominios británicos: Canadá, Australia, donde el obrero y el empleado inmigrantes tendría que transformarse en labriegos.
El empirismo y el conservantismo, el hábito de regirse por los hechos, con prescindencia y aún con desdén de las teorías, han permitido a la Gran Bretaña cierta insensibilidad respecto a las incompatibilidades entre las instituciones y privilegios nobiliarios, respetados por su evolución, y las consecuencias de su economía liberal y capitalista. Pero esa insensibilidad, esta negligencia que en tiempos de pingüe prosperidad capitalista y de incontrastable hegemonía mundial, ha podido ser un lujo y un capricho británicos, en tiempos de desocupación y de concurrencia, a la vez que devienen onerosas con exceso, engendran contradicciones que, amenazan seriamente el ritmo del evolucionismo inglés.

La concentración industrial y urbana aseguran la preponderancia final del partido laborista. El socialismo no conoce casi en la Gran Bretaña el problema de la difícil conquista de un campesino de rol decisivo en la lucha social. Las bases políticas y económicas de la nación son sus ciudades y sus industrias. La política agraria del socialismo no ha menester, como en Francia y Alemania, de complicadas concesiones a una gran masa de pequeños propietarios, ligados fuertemente al orden establecido. Dirigida contra los landlords es, más bien, una válida arma de ataque contra los intereses de la clase conservadora.

La marcha al socialismo está asegurada por las condiciones objetivas del país. Lo que falta al movimiento socialista inglés es, fundamentalmente, ese racionalismo, que los revisionistas encuentras exorbitante en otros partidos socialistas europeos. El proletariado inglés está dirigido por pedagogos y funcionarios, obedientes a un evolucionismo, a un pragmatismo, de fondo rigurosamente burgués. El crecimiento del poder político del laborismo ha ido mucho más a prisa que la esperanza y la adaptación de sus parlamentarios. No en balde, estos parlamentarios se hallan todavía bajo el influjo de la atmósfera intelectual y espiritual de un gran imperio capitalista. La aristocracia obrera de Inglaterra, por razones peculiares de la historia inglesa, es la más enfeudada mentalmente a la burguesía y a su tradición. Se siente obligada a luchar contra la burguesía con la misma moderación con que esta se comportara, -Cronwell y su política exceptuadas- con la aristocracia y sus privilegios. Los neo-revisionistas no parecen propensos a nada como a regocijarse de que así ocurra. “La social-democracia alemana -escribe Henri de Man- se consideró en sus comienzos como encarnación de las doctrinas revolucionarias y teológicas del marxismo intransigente; como consecuencia, la tendencia creciente de su política hacia un oportunismo conservador de Estado aparece ante sus elementos jóvenes y extremistas como una renunciación gradual de la social-democracia a sus fines tradicionales. Por el contrario, el partido obrero británico, el Labour Party, es el tipo del movimiento de mentalidad “causal”, refractario por esencia a formular objetivos remotos en forma de una teología a priori. Solo movido por la experiencia es como se ha desenvuelto llegando desde una representación muy moderada de intereses profesionales hasta constituir un partido socialista. Parece, pues, que el progreso del movimiento alemán aleja a este de su finalidad, mientras que el del inglés lo aproxima a la suya. La consecuencia práctica de esta diferencia es que el grado de desarrollo correspondiente a una tendencia progresiva en la vida intelectual del socialismo inglés contrasta con una tendencia regresiva en la vida intelectual de la social-democracia alemana. El movimiento inglés, cuyos fines impulsan, por decirlo así, día por día la experiencia de una lucha por objetivos inmediatos, pero justificados por móviles éticos, anima de este modo todo objetivo parcial y ensancha la acción de ese impulso en la medida en que este extiende el campo de su práctica reformista. De ahí que el partido obrero británico, pese a su mentalidad fundamentalmente oportunista y empírica, ejerza una atracción creciente entre los elementos más accesibles a los móviles éticos y absolutos: la juventud y los intelectuales en primer término.

Fácil es demostrar que esta presunta ventaja queda ampliamente desmentida por la relación entre el poder objetivo y los factores subjetivos de la acción laborista. El Labour Party se ha desarrollado en número con mayor rapidez que en espíritu y mentalidad. Y, por esto mismo, su caso es muy interesante. En Inglaterra nadie podrá acusar al socialismo de romanticismo revolucionario. Por consiguiente, si ahí se llega al gobierno socialista, será indudablemente no porque se lo hayan propuesto, forzando la historia, los teorizantes y los políticos del socialismo, sino porque el curso mismo de los acontecimientos ha hecho violencia sobre ellos.

José Carlos Mariátegui.

José Carlos Mariátegui La Chira

La derrota de los conservadores en Inglaterra [Recorte de prensa]

La derrota de los conservadores en Inglaterra

El Labour Party ha logrado, en las últimas elecciones, la revancha que pacientemente preparaba desde que el Partido Conservador, ganando con el auxilio del falso documento de Zinovieff una mayoría, puso término en noviembre de 1924, al breve experimento del primer ministerio laborista. Los laboristas, en esas elecciones, no obtuvieron menor número de votos que en las de abril del mismo año. Perdieron puestos por la concentración de los votos de la burguesía, antes divididos entre dos partidos, a favor de los candidatos conservadores, en todos los distritos electorales donde no había otro medio de hacer frente a los candidatos laboristas; pero, numéricamente, su electorado aumentó, continuando, por consiguiente, el partido su ascensión en la estadística eleccionaria de la Gran Bretaña. Y mayor derrota sufrió, sin duda, en tal ocasión, el Partido Liberal que, como consecuencia de un fenómeno de polarización de la burguesía y la pequeña burguesía británicas alrededor de la bandera conservadora, perdía definitivamente su rol tradicional en el parlamento y la política inglesas. Mas, el Labour Party, en noviembre de 1924, no había ido a las elecciones simplemente para mantener y acrecentar sus posiciones eleccionarias, sino para ganar la mayoría. Y el electorado concedió esta mayoría a los conservadores, asegurándoles cinco años de gobierno sólidamente garantizados contra la agitación parlamentaria. El Labour Party, en minoría en el parlamento por el voto adverso de los liberales, había consultado al país si contaba o no con su confianza para continuar en el poder; con efectiva facultad de administrar. Y la mayoría había respondido votando por los conservadores.

Sin duda, el Labour Party había llegado al poder prematura y accidentalmente. La primera votación de 1924 no había dado la mayoría a los laboristas, sino la había negado a todos los partidos, y en primer lugar al que ejercía el poder, el conservador. Aunque los conservadores retenían el primer lugar en el parlamento, el escrutinio significaba la censura. Los laboristas, que por primera vez ocupaban el segundo lugar en el parlamento, fueron llamados, conforme a la práctica inglesa, a constituir el gobierno. Pero los laboristas no podían mantenerse en el poder, sin los votos de los liberales. La duración del experimento gubernamental del Labour Party, dependía del consenso parlamentario de un partido de principios diversos e intereses propios, poco dispuesto a admitir que el desplazamiento de las fuerzas electorales tuviese un carácter definitivo, propenso a intentar de nuevo la prueba electoral, dirigido por un político esencialmente oportunista como Lloyd George de humor un tanto versátil y afición un tanto aventurera. Lloyd George y su hueste parlamentaria en servicio de sus propios principios e intereses, sostuvieron el ministerio laborista el tiempo necesario para que, con asuntos de ordinaria administración, resolviera la cuestión del presupuesto. El criterio hacendario del laborismo coincidía en este apunto con el de los liberales. Todos los factores eran adversos a la prolongación del experimento laborista. El mismo Labour Party no tenía motivos para sentirse muy seguro y cómodo en el poder, antes de haber confirmado su avance en una nueva votación.
Durante los cinco años de administración conservadora trascurridos desde entonces, el Labour Party no ha llegado a adoptar una nueva línea política, decidida y segura. El personal de intelectuales y funcionarios que sigue a Mc Donald y Thomas, ha desenvuelto su actividad bajo el influjo de dos opuestas preocupaciones: la de ganarse a las capas fluctuantes del electorado, reacias a suscribir un programa insuficientemente evolucionista y británico; y la de anular los efectos de la crítica de los elementos de izquierda del partido en las masas obreras, cuyos intereses de clase reclaman del laborismo una dirección más explícitamente antiburguesa y proletaria. Los líderes laboristas, obsecuentes a un criterio electoral y parlamentario, han tendido a hacer las mayores concesiones a la primera imprecisa y aleatoria clientela. Pero, esta estrategia, por una parte comprometía la unidad de acción y doctrina del Labour Party, con el engrosamiento de la corriente Cox-Maxton y la justificación de sus cargos contra el grupo dirigente y por otra parte, disminuía la energía combativa del laborismo y sus medios morales y programáticos de agitar vigorosamente a la opinión media, resolviéndola a un cambio. El Labour Party se presentaba casi asustado de la gravedad de sus objetivos y de la trascendencia de sus principios. Y no era este, ciertamente, el mejor modo de infundir al pueblo confianza en su voluntad y aptitud de solucionar los problemas vitales de Inglaterra. La concurrencia de un político tan diestro como Lloyd George en el arte de impresionar a la opinión, resultaba, no obstante la visible decadencia teórica y práctica del liberalismo singularmente inoportuna.

La estruendosa derrota sufrida por el Partido Conservador, a pesar de todas estas circunstancias, demuestra la evidencia absoluta del fracaso de la política de Baldwin. Los laboristas no han necesitado sino insistir en la mediocridad gubernamental de los conservadores frente a la crisis económica e industrial de la Gran Bretaña, para afirmarse como partido de oposición pronto para confrontar, con mejor éxito, las dificultades del gobierno. Cinco años de administración, han debilitado al Partido Conservador, con más eficacia quizá que el crecimiento natural y la madurez histórica del partido del proletariado. La crisis de la industria y el comercio ingleses, que causa la desocupación de millón y medio de hombres, onerosa y enervante para el fisco y la producción, se ha manifestado superior a la técnica conservadora. La crisis de la economía británica es una crisis de capitalismo; y es lógico que la autoridad y el crédito de las fuerzas y teorías de gobierno de este sistema se resientan con su prolongamiento y complicaciones. El pueblo inglés empieza a desconfiar de la eficiencia política y administrativa del capitalismo. No es tiempo todavía de que conceda un crédito firme al socialismo. Pero se inclina ya a favorecer el ensayo de sus métodos, muy atenuados por supuesto en la solución de los problemas nacionales. Los líderes reformistas del Labour Party han hecho, además, muy poco por conseguir un consenso más decidido para la política socialista.

El partido liberal sale, por segunda vez, de las elecciones, reducido a un elemento de equilibrio y de combinación. Está en la situación adjetiva, secundaria, del Partido Laborista, antes de que entrara en su mayor edad, con la diferencia de que se encuentra en ella por envejecimiento. El tiempo no trabaja a su favor, como en el caso del Labour Party, cuando, vivo aún en Inglaterra el sistema bipartito, la juventud del laborismo significaba por si sola una esperanza. Baldwin ha experimentado una gran derrota; pero Lloyd George no ha experimentado una derrota menor.

A los liberales les toca votar en el nuevo parlamento contra Baldwin. No serían coherentes de otro modo con su campaña eleccionaria. El Labour Party reasumirá el poder. ¿Qué actitud tomarán entonces los liberales? Una inmediata disolución del parlamento, una segunda consulta al sufragio universal, no sería, por ningún motivo, favorable a los liberales. Lloyd George y su facción afrontarían la prueba con menos elementos que nunca. La lucha sería un duelo entre laboristas y conservadores. A los liberales no les interesa precipitar ese duelo.

Las izquierdas recobran, en Europa, con el triunfo del Labour Party, el terreno que han parecido perder incesantemente desde que comenzó con una fuerte marejada reaccionaria, el actual período de estabilización capitalista. Después de cinco años de política conservadora, Inglaterra retorna, con más convicción que en 1924, al experimento laborista. Muy pronto sabremos a qué atenernos respecto a la duración y alcances de este segundo tiempo de reforma.

José Carlos Mariátegui.

José Carlos Mariátegui La Chira

La lucha de la India por la independencia nacional [Recorte de prensa]

La lucha de la India por la independencia nacional

El más fácil pronóstico sobre las perspectivas de 1930 es el de que este año señalará una etapa culminante del movimiento nacionalista hindú. La reunión del Congreso Nacional Hindú está rodeada de la más grande expectación mundial por la gravedad de las decisiones que esta vez le tocará tomar. Desde hace dos años la lucha por la emancipación nacional de la India ha entrado en una fase de decisiva aceleración.

Las deliberaciones del Congreso Nacional reunido en Madras en diciembre de 1927 tuvieron un acentuado tono revolucionario. Malgrado la resistencia abierta o disfrazada de líderes moderados, propugnadores de una política transaccional, el Congreso se pronunció en esa oportunidad a favor de la completa independencia de la India. Aprobó también el Congreso una moción de solidaridad con los revolucionarios chinos y con la Liga Mundial contra el Imperialismo, en cuyo segundo congreso, celebrado en Francfort en Julio de 1929, las masas revolucionarias hindúes han estado conspicuamente representadas.

El año de 1928 se caracterizó por la agitación del proletariado industrial de Calcuta y Bombay, focos de la acción sindical hindú. Centenares de miles de obreros de las fábricas de tejidos reafirmaron en las jornadas de 1920 un programa clasista. Este proletariado es, sin duda, el que desde el primer congreso sindical pan-hindú de octubre de 1928 comunica un sentido de clase, un fondo social y económico al movimiento nacionalista de la India.

El gobierno de Baldwin encargó a una comisión parlamentaria, en el mismo año, el estudio de la cuestión hindú y la proposición de las medidas que la Gran Bretaña debe adoptar. El nombramiento de esta comisión significa el reconocimiento de la insuficiencia y del fracaso de la reforma con que la Gran Bretaña creyó cumplir en 1919 las promesas hechas a la India, como a todas sus colonias, durante la guerra, para asegurarse su cooperación y obediencia. Los organismos nacionalistas acordaron el boycott de esta comisión, de la que la India no podía esperar sino una morosa encuesta y algunas tardías sugestiones. La comisión Simon fue recibida con demostraciones hostiles, trágicamente selladas por la muerte del gran líder nacionalista Lala Lajpat Rai, a consecuencia de los maltratos sufridos en manos de la policía inglesa.

Lala Lajpat Rai, o Lalaji como se le llamaba usualmente, a los 63 años, con una foja de servicios políticos eminentes de cuarenta años, podía haberse abstenido de concurrir personalmente a las protestas de su pueblo contra la nueva maniobra del imperialismo británico. Pero hombre de acción ante todo, tenía que entregar a la causa de la libertad hindú sus últimas energías. Participó en persona en la manifestación con que el pueblo recibió a Mr. John Simon y sus acompañantes en la estación de Labore el 30 de Octubre de 1928. Los golpes de los policías ingleses causaron su muerte el 17 de Noviembre. Todos los adalidos de la India lo despidieron con emocionadas y reverentes frases de reconocimiento de su obra. Rabindranath Tagore, Mahatma Gandhi, Motilal Nehru, tradujeron con elocuencia concisa el sentido del pueblo hindú.

El Congreso Nacional Hindú, cuyas resoluciones son aguardadas esta vez con tanta ansiedad, no ha surgido, como se sabe, directamente de la agitación de las masas nacionalistas. Durante largos años, prevaleció en él un espíritu favorable a los intereses de la Gran Bretaña. Era una asamblea de la burguesía hindú, que tenía su origen en los sentimientos del sector liberal de esta, pero a la que el Imperio Británico, cuyo poder en la India se apoyaba en la colaboración de las castas privilegiadas y de la riqueza, pudo mirar por mucho tiempo sin aprehensión.

Pero, a medida que la corriente nacionalista empezó a acentuarse y precisarse, y a movilizar a las masas, la actitud del Congreso Nacional Hindú frente a la dominación británica cambió completamente. En 1918 el Congreso tomó una posición revolucionaria. En los años siguientes, siguió la política de Gandhi y adoptó la fórmula de la no cooperación. Las fallas de este programa, en cuya aplicación retrocedió el propio Gandhi, alarmado por los actos de violencia de la multitud, han demostrado luego a las masas la absoluta necesidad de una línea nueva. Al ensancharse las bases del Congreso, que representa en cada reunión un número mayor de sufragios, las reivindicaciones de las masas han comenzado a pesar cuantiosamente en sus deliberaciones. El partido obrero y campesino, organizado en los dos años últimos, y cuya fuerza es un índice del declinamiento del gandhismo, actúa activamente en el seno del Congreso. La derecha colaboracionista, pierde terreno y autoridad fatalmente, a pesar de que Gandhi y sus partidarios, mediando entre los dos sectores extremos, prolongan la táctica de compromiso y la esperanza en las concesiones británicas. Precisamente en el Congreso de Calcuta, hace un año, la tendencia derechista hizo un esfuerzo por predominar, con un proyecto que establecía la autonomía dentro del Imperio. Pero los partidarios de la independencia total insurgieron vigorosamente contra esta maniobra. Y la derecha tuvo que limitar el alcance de su propuesta, fijando un plazo de un año para su realización.

En estas condiciones, se reúne hoy el Congreso. El año previsto ha trascurrido. La comisión Simon no ha hecho conocer aún sus conclusiones. Una declaración del Virrey de la India anunciando el propósito del Gobierno de conceder a la India el régimen de un Dominio, ha provocado la protesta de liberales y conservadores, que acusan aI gobierno laborista de proceder como si no existiera la comisión Simon. Los laboristas se han visto obligados a atenuar al mínimum la declaración de Lord Irwin. La Gran Bretaña les regatea a los hindúes el estatuto del Dominio, en plena creciente del movimiento nacionalista por la emancipación completa. En las labores preparatorias del Congreso, Gandhi ha reasumido un rol ponderador. Pero esta vez la existencia en el Congreso de una fuerza revolucionaria compacta, apoyada en las masas obreras y campesinas, y el desprestigio de las fórmulas conciliadoras, están destinados a imprimir un nuevo curso a los debates. El primer voto del Congreso lo evidencia.

José Carlos Mariátegui.

José Carlos Mariátegui La Chira

El balance de Suprarrealismo. A propósito del último manifiesto de André Bretón [Recorte de prensa]

El balance de Suprarrealismo. A propósito del último manifiesto de André Bretón

Ninguno de los movimientos literarios y artísticos de vanguardia de Europa occidental ha tenido, contra lo que baratas apariencias pueden sugerir la significación ni el contenido histórico del suprarrealismo. Los otros movimientos se han limitado a la afirmación de algunos postulados estéticos, a la experimentación de algunos principios artísticos.

El “futurismo” italiano ha sido, sin duda, una excepción de la regla Marinetti y sus secuaces pretendían representar no solo artística sino también política, sentimentalmente, una nueva Italia. Pero el “futurismo'’ que, considerado a distancia, nos hace sonreír por este lado de su megalomanía histrionesca quizás más que por ningún otro, ha entrado hace ya algún tiempo en el orden y la academia; el “fascismo” lo ha digerido sin esfuerzo, lo que no acredita el poder digestivo del régimen de las camisas negras sino la inocuidad fundamental de los futuristas. El futurismo ha tenido también, en cierta medida, la virtud de la persistencia. Pero, bajo este aspecto, el suyo ha sido un caso de longevidad, no de continuación ni desarrollo. En cada reaparición, se reconocía al viejo futurismo de anteguerra. La peluca, el maquillaje, los trucos, no impedían notar la voz cascada, los gestos mecanizados. Marinetti, en la imposibilidad de obtener una presencia continua, dialéctica. del futurismo, en la literatura y la historia italianas, lo salvaba del olvido, mediante ruidosas “rentrées”. El futurismo, en fin, estaba viciado originalmente por ese gusto de lo espectacular, ese abuso de lo histriónico, -tan italianos, ciertamente, y esta sería tal vez la excusa que una crítica honesta le podría conceder- que lo condenaban a una vida de proscenio, a un rol hechizo y ficticio de declamación. El hecho de que no se pueda hablar del futurismo sin emplear una terminología teatral, confirma este rasgo dominante de su carácter.

El “suprarrealismo” tiene otro género de duración. Es, verdaderamente, un movimiento, una experiencia. No está hoy ya en el punto en que lo dejaron, hace dos años, por ejemplo, los que lo observaron hasta entonces con la esperanza de que se desvaneciera o se pacificara. Ignora totalmente al suprarrealismo quien se imagina conocerlo y entenderlo por una fórmula o una definición de una de sus etapas. Hasta en su surgimiento, el suprarrealismo se distingue de las otras tendencias o programas artísticos y literarios. No ha nacido armado y perfecto de la cabeza de sus inventores. Ha tenido un proceso. Dadá es el nombre de su infancia. Si se sigue atentamente su desarrollo, se le puede descubrir una crisis de pubertad. Al llegar a su edad adulta, ha sentido su responsabilidad política, sus deberes civiles, y se ha inscrito en un partido, se ha afiliado a una doctrina.

Y, en este plano, se ha comportado de modo muy distinto que el futurismo. En vez de lanzar un programa de política suprarrealista, acepta y suscribe el programa de la revolución concreta, presente: el programa marxista de la revolución proletaria. Reconoce validez en el terreno social, político, económico, únicamente, al movimiento marxista. No se le ocurre someter a la política a las reglas y gustos del arte. Del mismo modo que en los dominios de la física, no tiene nada que oponer a los datos de la ciencia, en los dominios de la política y la economía juzga pueril y absurdo intentar una especulación original, basada en los datos del arte. Los suprarrealistas no ejercen su derecho al disparate, al subjetivismo absoluto, sino en el arte: en todo lo demás, se comportan cuerdamente y esta es otra de las cosas que los diferencian de las precedentes escandalistas variedades revolucionarias o románticas de la historia de la literatura.

Pero nada rehúsan tanto los suprarrealistas como confinarse voluntariamente en la pura especulación artística. Autonomía del arte, sí; pero, no clausura del arte. Nada les es más extraño que la fórmula del arte por el arte. El artista que, en un momento dado, no cumple el deber de arrojar al Sena a un “flic” de M. Tardieu o de interrumpir con una interjección un discurso de Briand, es un pobre diablo. El suprarrealismo le niega el derecho de ampararse en la estética para no sentir lo repugnante, lo odioso del oficio de Mr. Chiappe o de los anestesiantes orales del pacifismo de los Estados Unidos de Europa. Algunas disidencias, algunas defecciones han tenido, precisamente, su origen en esta concepción de la unidad del hombre y el artista. Constatando el alejamiento de Robert Desnos, que diera en un tiempo contribución cuantiosa a los cuadernos de “La Revolution Surrealiste”, André Breton dice que “él creyó poder entregarse impunemente a una de las actividades más peligrosas que existan, la actividad periodística, y descuidar en función de ella de responder a un pequeño número de intimaciones brutales frente a las cuales se ha hallado el suprarrealismo avanzando en su camino: marxismo o antimarxismo, por ejemplo”.

A los que en esta América tropical se imaginan el suprarrealismo como un libertinaje, les costará mucho trabajo, les será quizás imposible admitir esta afirmación: que es una difícil, penosa disciplina. Puedo atemperarla, moderarla, sustituyéndola por una definición escrupulosa: que es la difícil, penosa búsqueda de una disciplina. Pero insisto, absolutamente, en la calidad rara -inasequible y vedada al snobismo, a la simulación,- de la experiencia y del trabajo de los suprarrealistas.

“La Revolution Surrealiste” ha llegado a su número XII y a su año quinto. Abre el No. XII un balance de una parte de sus operaciones de André Breton que el autor titula: “Segundo Manifiesto del Suprarrealismo”. Prometo a los lectores de VARIEDADES un comentario de este manifiesto y de una “Introducción a 1930”, publicada en el mismo número por Louis Aragon. Antes he querido fijar, en algunos acápites, el alcance y el valor del suprarrealismo, movimiento que he seguido con una atención que se ha reflejado más de una vez, y no solo episódicamente, en mis artículos de VARIEDADES. Esta atención, nutrida de simpatía y esperanza, garantiza la lealtad de lo que escribiré polemizando con los textos e intenciones suprarrealistas. A propósito del No. XII, agregaré que su texto y su tono confirman el carácter de la experiencia suprarrealista y de la revista que la exhibe y traduce. Un número de “La Revolution Surrealiste” representa casi siempre un examen de consciencia, una interrogación nueva, una tentativa arriesgada. Cada número acusa un nuevo reagrupamiento de fuerzas. La misma dirección de la revista, en su sentido funcional o personal, ha variado algunas veces, hasta que la ha asumido, imprimiéndole continuidad; André Breton. Una revista de esta índole no podía tener una regularidad periódica, exacta, en su publicación. Todas sus expresiones deben ser fieles a la línea atormentada, peligrosa, desafiante de sus investigaciones y sus experimentos.

José Carlos Mariátegui

José Carlos Mariátegui La Chira

Al. Smith y la batalla democrática [Recorte de prensa]

Al. Smith y la batalla democrática

El partido demócrata norte-americano combate su actual batalla electoral con la energía de sus mejores tiempos. Como ya he tenido oportunidad de recordarlo, su movilización de votantes en 1924 careció de los estímulos y elementos que ahora la favorecen. La presencia del senador de Lafollette en el campo eleccionario, por una parte, y la descolorida personalidad de Mr. Davis, por otra, impedían al partido demócrata, en esa ocasión, imprimir a su campaña frente al partido republicano, el carácter vigorosamente polémico y antagónico, que ahora le granjea un extenso y activo proselitismo en la opinión liberal, en ese tercer partido latente, potencial, que mientras no ocupe este puesto el socialismo, esperan algunos ver surgir de la conjunción de los elementos no asimilados por los demócratas. Esta vez, ante la campaña de Al Smith, se habla en ese sector liberal, “avancista”, de una rehabilitación del Partido Demócrata. La candidatura y la personalidad del Gobernador de Nueva York han tenido la virtud de operar el milagro.
Este hecho prueba, ante todo, lo absurdo de la hipótesis de que en los Estados Unidos pueda desarrollarse un tercer gran partido que no sea aún, por específicas razones americanas, socialista, revolucionario. Para el diálogo, para la oposición, dentro de la ideología demo-liberal, bastan dos partidos, el republicano y el demócrata. El tercer partido, como partido “progresista”, “avancista”, sobra absolutamente. Solo aleatorias y contingentes corrientes electorales, originadas por un gesto o un tipo de secesión, pueden encender, de tarde en tarde, esta ilusión. Apenas el Partido Demócrata desciende a la arena, con un líder fuerte y un lenguaje beligerante, recupera su poder de polarización y absorción de todas las tendencias genéricamente radicales o democráticas. El tercer gran partido se incuba, no en dispersos núcleos o capillas “independientes”, sino en una clase, el proletariado, enfeudada aún en su mayoría al oportunismo y al empirismo de la Federación Americana del Trabajo.

Por ahora, la única función que las circunstancias históricas encargan a los imponderables elementos sueltos del tercer partido latente, es la de reintegrarse a la vieja corriente demócrata, tan luego como acierta a atraer a su cauce los arroyos colaterales, aptos para conservar su independencia solo en las épocas de floja y mansa avenida. La adhesión de estos elementos sirve al veterano Partido Demócrata para recobrar el tono guerrero de los años en que W. J. Bryan, lejano aún de sus días de ancianidad ortodoxa y “trascendentalista”, tronaba contra los “truts” imperialistas.

Y no hay que sorprenderse de que iconoclastas habituales como el famoso H. L. Mencken, sostengan con entusiasmo y esperanza la candidatura de Al Smith, reconociéndolo un liberal de verdad que “ha mantenido como Gobernador del Estado de Nueva York, la libertad de palabra, las asambleas libres y todos los demás derechos y garantías del Bill de Derechos”. El sentido práctico, muy anglo-sajón, de estos adversarios de la plutocracia republicana, representada por Hoover, aprecia ante todo las posibilidades concretas de triunfo con que cuenta la candidatura de Al Smith, que en el caso de derrota constituiría al menos una imponente afirmación demócrata.

Todos los propugnadores de la candidatura de Al Smith se preocupan, fundamentalmente, de comunicar a sus lectores, su convicción de que, con una intensa y extrema movilización electoral, la “chance” del gobernador demócrata es muy grande. El análisis de la situación electoral de cada Estado, y en especial de los que, republicanos ordinariamente, pueden dar esta vez su voto al candidato demócrata, se convierte en la especulación favorita de escritores que ofrecen a Smith una adhesión estrictamente doctrinal, política.
Las bases electorales de los demócratas se encuentran, como es notorio, en los Estados del Sur. Toda confianza en la victoria de Smith reposa en la convicción de que el Partido Demócrata está seguro del “Solid South”. He enumerado ya los Estados de cuyo voto depende el resultado final de la lucha. Las razones por las que se atribuye a Smith probabilidades de ganar en estos Estados, son muy variadas e ilustrativas. En Rhode Island, por ejemplo, donde Mr. Davis obtuvo en 1924 el 36 por ciento de los votos, Al Smith dispone de un electorado mucho más numeroso, por ser católica casi la mitad de los votantes. En Nueva York, estado de mayoría republicana, el factor favorable es el ascendiente personal de Smith que debe a su popularidad tres victorias sobre los republicanos. El porcentaje de votos católicos, que es solo de 27 a 28, juega en Nueva York un rol secundario. En Wisconsin, donde los demócratas únicamente obtuvieron el ocho por ciento de los sufragios en 1924, se asigna a Smith posibilidades de triunfo por la opinión anti-prohibicionista que en este Estado prevalece.

En el Sur, ciudadela de los demócratas, los republicanos explotarán contra Smith la intransigencia protestante; pero contra Hoover, y por ende a favor de Smith, opera en esos Estados un sentimiento reaccionario: la aversión a los negros. Hoover, según lo constata, precisamente, Mencken, ha herido este sentimiento, por no haber mantenido, como Secretario de Comercio, en las Oficinas del Censo, la distinción racial. “En el Sur -dice Mencken- temen y odian a los negros más que al mismo Papa”.

Si Smith sale electo, no deberá su victoria a lo que de liberal hay en su programa y de avanzado o reformista en su proselitismo, ni aún a sus cualidades de estadista y líder democrático, sino a la complicada interacción de factores tan diversos como el sentimiento de religión o de raza o la opinión respecto a la ley anti-alcohólica.

La política internacional que Smith, conforme a su programa, se propone desenvolver, es de reconciliación con la América Latina. En los propios republicanos no son pocos los que como el senador Borah consideran excesiva y censurable la política actuada por Coolidge, caracterizada por medidas como la intervención en Nicaragua, que tan categóricamente desmiente el presunto pacifismo del pacto Kellogg. Lo más probable, en general, es que al imperialismo yanqui le convenga actualmente una atenuación sagaz de sus métodos en los países latino americanos. Y, de otro lado, el crédito que puede concederse a la capacidad de una administración demócrata para no usar sino buenas maneras con estos países, aparece forzosamente muy limitado. El gobierno de los Estados Unidos, como lo probó el de Wilson, tiene que realizar la política internacional que le imponen las necesidades de su economía capitalista. Y, en todo caso, la victoria de Smith, como ya hemos visto no significaría precisamente la victoria de su programa. Y, menos, que de ninguna, la de esta parte -las relaciones con la América Latina- que ocupa un lugar tan secundario en la atención del pueblo norteamericano.

José Carlos Mariátegui

José Carlos Mariátegui La Chira

Rasgos y espíritu del socialismo belga [Recorte de prensa]

Rasgos y espíritu del socialismo belga

Vandervelde, máximo líder del socialismo belga, opera como amigable componedor entre las fracciones socialistas de la República Argentina. Su visita a Buenos Aires, en misión diplomática de la IIa. Internacional, es una ocasión de considerar algunos aspectos y personas del más céntrico y típico de los partidos europeos de esta Internacional, a la que su último congreso de Bruselas ha tratado de rejuvenecer un poco.

Bélgica es el país de Europa con el que se identifica más el espíritu de la IIa. Internacional. En ninguna ciudad encuentra mejor su clima que en Bruselas, el reformismo occidental. Berlín, París, significarían una sospechosa y envidiada hegemonía de la social-democracia alemana o de la S. F. I. O. La IIa. Internacional ha preferido habitualmente para sus asambleas Bruselas, Ámsterdam, Berna. Sus sedes características son Bruselas y Ámsterdam. (El Labour Party británico, ha guardado en su política mucho de la situación insular de Inglaterra).

Vandervelde, De Brouckere, Huysman, han hecho temprano su aprendizaje de funcionarios de la IIa. Internacional. Este trabajo les ha comunicado, forzosamente, cierto aire diplomático, cierto hábito de mesura y equilibrio, fácilmente asequibles a su psicología burocrática y pequeño-burguesa de socialistas belgas.

Porque Bélgica no debe a su función de hogar de la IIa. Internacional el tono menor de su socialismo. Desde su origen el movimiento socialista un propietario de Bélgica, se resiente del influjo de la tradición pequeño-burguesa de un pueblo católico y agrícola, apretado entre dos grandes nacionalidades rivales, fiel todavía en sus burgos a los gustos del artesanado, insuficientemente conquistado por la gran industria. Sorel no ahorra, en su obra, duros sarcasmos sobre Vandervelde y sus correligionarios.

“Bélgica-escribe en ’'‘Reflexiones sobre la Violencia” es uno de los países donde el movimiento sindical es más débil; toda la organización del socialismo está fundada sobre la panadería, la pulpería y la mercería, explotadas por comités del partido; el obrero, habituado largo tiempo a una disciplina clerical, es siempre un “inferior” que se cree obligado a seguir la dirección de las gentes que le venden los productos de que ha menester, con una ligera rebaja, y que lo abrevan con arengas sea católicas, sea socialistas. No solamente encontramos el comercio de especias erigido en sacerdocio, sino que es de Bélgica de donde nos vino la famosa teoría de los servicios públicos, contra la cual Guesde escribió en 1883 un tan violento folleto y que Deville llamaba al mismo tiempo, una deformación belga del colectivismo. Todo el socialismo belga tiende al desarrollo de la industria de Estado, a la constitución de una clase de trabajadores-funcionarios, sólidamente disciplinada bajo la mano de hierro de los jefes que la democracia aceptaría”. Max, juzgaba a Bélgica el paraíso de los capitalistas.

En la época de tranquilo apogeo de la social-democracia lassalliana y jauresiana, estos juicios no eran, sin duda, muy populares. Entonces, se miraba a Bélgica como al paraíso de la reforma, más bien que del capital. Se admiraba el espíritu progresista de sus liberales, alacres y vigilantes defensores de la laicidad; de sus católico-sociales, vanguardia del Novarum Rerum; de sus socialistas, sabiamente abastecidos de oportunismo lassalliana y de elocuencia jauressiana. Eliseo Reclus, había definido a Bélgica como “el campo de experiencia de Europa”. La democracia occidental sentía descansar su optimismo en este pequeño Estado en que parecían dulcificarse todos los antagonismos de clase y de partido.

El proceso de la guerra quiso que en esta beata sede de la IIa. Internacional, la política de la “unión sagrada” llevara a los socialistas al más exacerbado nacionalismo. Los líderes del internacionalismo, se convirtieron en excelentes ministros de la monarquía. A esto se debe, evidentemente, en gran parte, la desilusión de Henri de Man respecto al internacionalismo de los socialistas. Sus inmediatos puntos de referencia están en Bruselas, la capital donde Jaurés, pronunciara inútilmente dos días antes del desencadenamiento de la guerra, su última arenga internacionalista.

En su erección nacionalista, Bélgica mostró mucho más grandeza y coraje que en su oficio pacifista e internacional. “El sentimiento de la falta de heroísmo -afirma Piero Gobetti- nos debe explicar los improvistos gestos de dignidad y de altruismo en este pueblo utilitarista y calculador que, en 1830 como en 1914, en todos los grandes cruceros de su historia sabe comportarse con desinterés señorial”. Para Gobetti, a quien no se puede atribuir el mismo tumor de polémica con Vandervelde que a Sorel, la vida normal de Bélgica sufre de la falta de sublime y de heroico. Gobetti completa la diagnosis sorelliana. “La fuerza de Bélgica -observa- está en el equilibrio realizado entre agricultura, industria y comercio. Resulta de esto la feliz mediocridad de las tierras fértiles y cerradas. Las relaciones con el exterior son extremadamente delicadas; ninguna audacia le es consentida impunemente; todas las crisis mundiales repercuten con gran sensibilidad en su comercio, en su capacidad de expansión, amenazando a cada rato constreñirlo en las posiciones seguras, pero insoportables, de su equilibrio casero. Bélgica es un pueblo de tipo casero y provincial, empujado por la situación absurda y afortunada, a jugar siempre un rol superior a sus fuerzas en la vida europea.” A las consecuencias de la tradición y la mecánica de la vida belga, no podía escapar el movimiento obrero y socialista. “La práctica de la lucha de clases -apunta Gobetti- no era consentida por las mismas exigencias idílicas de una industria experimental y de una agricultura que acerca y adapta a todas las clases. La mediocridad es también enemiga de la desesperación. Un país en el cual se experimenta no puede, no, cultivar la discreción de los gestos, la quietud modesta y optimista. Además, aunque del 1848 al 1900 han desaparecido casi completamente en Bélgica los artesanos y la industria a domicilio, el instinto pequeño burgués ha subsistido en el operario de la gran industria, que a veces es contemporáneamente agricultor y obrero y siempre, habitando a treinta o cuarenta kilómetros de la fábrica, se substrae a la vida y a la psicología de la ciudad, escuela de socialismo intransigente”. A juicio de Gobetti, los líderes del socialismo belga, “han conducido a los obreros de Bélgica a la vanguardia del cooperativismo y del ahorro, pero los han dejado sin un ideal de lucha. Después de treinta años de vida política se hallan de representantes naturales de un socialismo áulico y oligárquico, y continuador de las funciones conservadoras”.

La consideración de estos hechos nos explica no solo la entonación general de la larga obra de Vandervelde, el actual huésped del socialismo argentino, sino también la inspiración del libro derrotista y desencantado de Henri de Man, que poco antes de la guerra fundara una “central de educación” de la que proceden justamente los animadores del primer movimiento comunista belga. Henri de Man, como él mismo lo dice en su libro, no pudo acompañar a sus amigos, en su trayectoria heroica. Malhumorado y pesimista, regresa, por esto, al lado de Vandervelde, que lo acoge con sus más zalameros y comprometedores elogios.

José Carlos Mariátegui.

José Carlos Mariátegui La Chira

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