Independencia

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01.02.03

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La agitación revolucionaria y socialista del mundo oriental [Manuscrito]

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La agitación revolucionaria y socialista del mundo oriental

El tema de esta noche es la agitación revolucionaria y nacionalista en Oriente. He explicado ya la conexión que existe entre la crisis europea y la insurrección del Oriente. Algunos estadistas europeos encuentran en una explotación más metódica, más científica y más intensa del mundo oriental, el remedio del malestar económico del Occidente. Tienen el plan audaz de extraer de las naciones coloniales los recursos necesarios para la convalecencia y la restauración de las naciones capitalistas. Que los braceros de la India, del Egipto, del África o de la América Colonial, produzcan el dinero necesario para conceder mejores salarios a los braceros de Inglaterra, de Francia, de Alemania, de Estados Unidos, etc. El capitalismo europeo sueña con asociar a los trabajadores europeos a su empresa de explotación de los pueblos coloniales. Europa intenta reconstruir su riqueza, dilapidada durante la guerra, con los tributos de las colonias. El capitalismo occidental no consigue la resignación del proletariado occidental a un tenor de vida miserable y paupérrimo. Se da cuenta de que el proletariado europeo no quiere que recaigan sobre él las obligaciones económicas de la guerra. Y acomete, por esto, la colonial empresa de reorganizar y ensanchar la explotación de los pueblos orientales. El capitalismo europeo trata de sofocar la revolución social de Europa con la distribución entre los trabajadores europeos de las utilidades obtenidas con la explotación de los trabajadores coloniales. Que los trescientos millones de habitantes de Europa occidental y Estados Unidos esclavicen a los mil quinientos millones de habitantes del resto de la tierra. A esto se reduce el programa del capitalismo europeo y norteamericano. Al esclavizamiento de la mayoría atrasada e inculta en beneficio de la minoría evolucionada y culta del mundo. Pero este plan es demasiado simplista para ser realizable. A su realización se oponen varios factores. Europa ha predicado durante mucho tiempo el derecho de los pueblos a la libertad y la independencia. La última guerra ha sido hecha por Inglaterra, por Francia, por los Estados Unidos y por Italia, en el nombre de la libertad y la democracia, contra el imperialismo y la conquista. Al lado de los soldados europeos, han luchado por estos mitos y por estos principios, muchos soldados africanos y asiáticos. Y estos mitos y estos principios, de los cuales el capitalismo aliado y norteamericano ha hecho tan imprudente y desmedido abuso, han echado raíces en el Oriente. La India, el Egipto, Persia, el África septentrional, reclaman hoy, invocando la doctrina europea, el reconocimiento de su derecho a disponer de sí mismos. El Asia y el África quieren emanciparse de la tutela de Europa, en el nombre de la ideología, en el nombre de la doctrina que Europa les ha enseñado y que Europa les ha predicado. Existe, además, otro motivo psicológico para la insurrección del Oriente. Hasta antes de la guerra, las poblaciones orientales tenían un respeto supersticioso por las sociedades europeas, por la civilización occidental, creadoras de tantas maravillas y depositarias de tanta cultura. La guerra y sus consecuencias han aminorado, han debilitado mucho ese respeto supersticioso. Los pueblos de Oriente han visto a los pueblos de Europa combatirse, desgarrarse y devorarse con tanta crueldad, tanto encarnizamiento y tanta perfidia, que han dejado de creer en su superioridad y su progreso. Europa, más que su autoridad material sobre Asia y África, ha perdido su autoridad moral. Tiene todavía armas suficientes para imponerse; pero sus armas morales son cada día menores.


Además la conciencia moral de los países occidentales ha avanzado también mucho para que una política de conquista y de opresión sea amparada y consentida por las masas populares. Antes, el proletariado, no oponía a la política colonizadora e imperialista de sus gobiernos una resistencia eficaz y convencida. Los trabajadores ingleses, franceses, alemanes, eran más o menos indiferentes a la suerte de los trabajadores asiáticos y africanos. El socialismo era una doctrina internacional; pero su internacionalismo concluía en los confines de Occidente, en los límites de la civilización occidental. Los socialistas, los sindicalistas, hablaban de liberar a la humanidad, pero, prácticamente, no se interesaban sino por la humanidad occidental. Los trabajadores occidentales consideraban tácitamente natural la esclavitud de los trabajadores coloniales. Hombres occidentales, al fin y al
cabo, educados dentro de los prejuicios de la civilización occidental, miraban a los trabajadores de Oriente como hombres bárbaros. Todo esto era natural, era justo. Entonces la civilización occidental vivía demasiado orgullosa de sí misma. Entonces no se hablaba de civilización occidental y civilizaciones orientales, sino se hablaba de civilización a secas. Entonces la cultura imperante no admitió la coexistencia de dos civilizaciones, no admitía la equivalencia de civilizaciones, ninguno de esos conceptos que impone ahora el relativismo histórico. Entonces, en los límites de la civilización occidental, comenzaba la barbarie egipcia, barbarie asiática, barbarie china, barbarie turca. Todo lo que no era occidental, todo lo que no era europeo, era bárbaro. Era natural, era lógico, por consiguiente, que dentro de esta atmósfera de ideas, el socialismo occidental y el proletariado occidental, hubiesen hecho del internacionalismo una doctrina prácticamente europea también. En la Primera Internacional no estuvieron representados sino los trabajadores europeos y los trabajadores norteamericanos. En la Segunda Internacional ingresaron las vanguardias de los trabajadores sudamericanos y de otros trabajadores incorporados en la órbita del mundo europeo, del mundo occidental. Pero la Segunda Internacional continuó siendo una Internacional de los trabajadores de Occidente, un fenómeno de la civilización y de la sociedad europeas.
Todo esto era natural y era justo, además, porque la doctrina socialista, la doctrina proletaria, constituían una creación, un producto de la civilización europea y occidental. Ya he dicho, al disertar rápidamente sobre la crisis de la democracia, que la doctrina socialista y proletaria es hija de la sociedad capitalista y burguesa. En el seno de la sociedad medioeval y aristocrática se generó y maduró la sociedad burguesa. De igual modo, en el seno de la sociedad burguesa se genera y madura, actualmente la sociedad proletaria. La lucha social no tiene, pues, el mismo carácter en los pueblos de Occidente y en los pueblos de Oriente. En los pueblos de Oriente, sobrevive hasta el régimen esclavista. Los problemas de los pueblos de Oriente son diferentes de los pueblos de Occidente. Y la doctrina socialista, la doctrina proletaria, es un fruto de los problemas de los pueblos demOccidente, un método de resolverlos. La solución aparece donde existe el problema. La solución no puede ser planteada donde el problema no existe aún. En los países de Occidente la solución ha sido planteada porque el problema existe. El socialismo, el sindicalismo, las teorías que apasionaban a las muchedumbres europeas, dejaban por esto indiferentes a las muchedumbres asiáticas, a las muchedumbres orientales. No existía por esto en el mundo una solidaridad de muchedumbres explotadas, sino una solidaridad de muchedumbres socialistas. Éste era el sentido, éste era el alcance, ésta era la extensión de las antiguas internacionales, de la Primera Internacional y de la Segunda Internacional. Y de aquí que las masas trabajadoras de Europa no combatiesen enérgicamente la colonización de las masas trabajadoras de Oriente, tan distantes de sus costumbres, de sus sentimientos y de sus direcciones. Ahora, este estado de ánimo se ha modificado. Los socialistas empiezan a comprender que la revolución social no debe ser una revolución europea, sino una revolución mundial. Los líderes de la revolución social perciben y comprenden la maniobra del capitalismo que busca en las colonias los recursos y los medios de evitar o de retardar la revolución en Europa. Y se esfuerzan por combatir al capitalismo, no sólo en Europa, no sólo en el Occidente, sino en las colonias. La Tercera Internacional inspira su táctica en esta nueva orientación. La Tercera Internacional estimula y fomenta la insurrección de los pueblos de Oriente, aunque esta insurrección carezca de un carácter proletario y de clases, y sea, antes bien, una insurrección nacionalista. Muchos socialistas han polemizado, precisamente, por esta cuestión colonial, con la Tercera Internacional. Sin comprender el carácter decisivo que tiene para la revolución social la emancipación de las colonias del dominio capitalista, esos socialistas han objetado a la Tercera Internacional la cooperación que este organismo presta a esa emancipación política de las colonias. Sus razones han sido éstas: el socialismo no debe amparar
sino movimientos socialistas. Y la rebelión de los pueblos orientales es una rebelión nacionalista. No se trata de una insurrección proletaria, sino de una insurrección burguesa. Los turcos, los persas, los egipcios, no luchan por instaurar en sus países el socialismo, sino por independizarse políticamente de Inglaterra y de Europa. Los proletarios combaten y se agitan en esos pueblos, confundidos y mezclados con los burgueses. En el Oriente no hay guerra social, sino guerras políticas, guerras de independencia. El socialismo no tiene nada de común con esas insurrecciones nacionalistas que no tienden a liberar al proletariado del capitalismo, sino a liberar a la burguesía india, o persa, o egipcia, de la burguesía inglesa. Esto dicen, esto sostienen algunos líderes socialistas que no estiman, que no advierten todo el valor histórico, todo el valor social de la insurrección del Oriente. En un congreso memorable, en el Congreso de Halle, Zinovief, a nombre de la Tercera Internacional, defendía la política colonial de ésta de los ataques de Hilferding, líder socialista, actual Ministro de Finanzas. Y en esa oportunidad decía Zinovief: “La Segunda Internacional
estaba limitada a los hombres de color blanco; la Tercera no divide a los hombres según el color. Si vosotros queréis una revolución mundial, si vosotros queréis liberar al proletariado de las cadenas del capitalismo, no debéis pensar solamente en Europa. Debéis dirigir vuestras miradas también al Asia. Hilferding dirá despreciativamente: ¡Estos asiáticos, estos tártaros, estos chinos! Compañeros, yo os digo: una revolución mundial no es posible si no ponemos los pies también en el Asia. Allá habita una cantidad de hombres cuatro veces mayor que en Europa, y estos hombres son oprimidos y ultrajados como nosotros". Y es, por todo esto, que la Tercera Internacional no es ni ha querido ser una Internacional exclusivamente europea. Al congreso de fundación de la Tercera Internacional asistieron delegados del Partido Obrero Chino y de la Unión Obrera Coreana. A los congresos siguientes han asistido delegados persas, turquestanos, armenios y de otros pueblos orientales. Y el 14 de agosto de 1920 se reunió en Bakú ese gran congreso de los pueblos de Oriente, al cual alude Zinovief, al que concurrieron los delegados de 24 pueblos orientales. En
ese congreso quedaron echados los cimientos de una Internacional del Oriente, no de una Internacional socialista, sino revolucionaria e insurreccional únicamente.
Bajo la presión de estos acontecimientos y de estas ideas, los mismos socialistas reformistas, los mismos socialistas democráticos, tan saturados de los antiguos prejuicios occidentales, han concluido por interesarse mucho más que antes de la cuestión colonial. Y han comenzado a reconocer la necesidad de que el proletariado europeo se preocupe seriamente de combatir la opresión del Oriente y a amparar el derechos de estos pueblos a disponer de sí mismo. Está actitud nueva de los partidos socialistas cohibe y coacta a las grandes naciones capitalistas para emplear contra los pueblos de Oriente la fuerza de las expediciones guerreras. Y así vimos el año pasado que Inglaterra, desafiada por Mustafá Kemal en Turquía, no pudo responder a este reto con operaciones de guerra. El partido laboralista inglés inició una violenta agitación contra todo envío de tropas al Oriente. Los dominios ingleses, Australia, el Transvaal, declararon su voluntad de no consentir un ataque a Turquía. El gobierno inglés se vio obligado a transigir con Turquía, a ceder ante Turquía, a la cual, en otros tiempos, habría aplastado sin piedad. Igualmente, hace tres años vimos al proletariado italiano oponerse resueltamente a la ocupación de Albania por Italia. El gobierno italiano fue obligado a retirar sus tropas del suelo albanés. Y a firmar un tratado amistoso con la pequeña Albania. Estos hecho revelan una situación nueva en el mundo.
Esta situación se puede resumir en tres observaciones: 1. Europa carece de autoridad material para sojuzgar a los pueblos coloniales. 2. Europa ha perdido su antigua autoridad moral sobre esos pueblos. 3. La consciencia moral de las naciones europeas no permite en esta época, al régimen capitalista, una política brutalmente opresora y conquistadora contra el Oriente. Existen, en una palabra, las condiciones históricas los elementos políticos necesarios para que el Oriente resurja, para que el Oriente se independice, para que el Oriente se libere. Así como, a principios del siglo pasado, los pueblos de América se independizaron del dominio político de Europa porque la situación del mundo era propicia, era oportuna para su liberación, así ahora los pueblos del Oriente se sacudirán también del dominio político de Europa porque la situación del mundo es propicia, es oportuna su liberación.
Tenemos asó panorámicamente contempladas las relaciones entre la situación europea y la insurrección oriental. Estudiemos ahora la agitación revolucionaria de Orente en sí misma. Recorramos, velozmente, sus principales acontecimientos.
El fenómeno sustantivo de la agitación del Oriente es la resurrección de Turquía.

José Carlos Mariátegui La Chira

Los votos del congreso nacional hindú. El gobierno de Nanking contra la extraterritorialidad

Los votos del congreso nacional hindú
Habría que ignorar toda la historia de la lucha del pueblo hindú por su independencia nacional en la etapa que comienza en 1918, para sorprenderse del voto del Congreso Nacional de la India reunido en Lahora. El Congreso Nacional, al que las declaraciones británicas tratan de restar autoridad ahora porque ha cesado de ser una asamblea de espíritu colaboracionista, auspiciada semi-oficialmente por los funcionarios del Imperio, no ha llegado a este voto, sino a través de una serie de experiencias, determinadas por el movimiento de las masas. El primer paso positivo de esta asamblea hacia la emancipación de la India fue el de establecer en 1916 el acuerdo entre mahometanos e hinduistas. La corriente nacionalista revolucionaria dominó en 1918 en el Congreso en forma que parecía enunciar una decidida lucha por la emancipación. Pero era esa la época irresistible creciente del gandhismo. Las masas estaban bajo la sugestión del Gandhi, que se proponía obtener el triunfo de la causa swarajista mediante la desobediencia civil. Repetidas veces se aplazó la aplicación de esta medida, destinada, no obstante su carácter pasivo, a conducir al pueblo hindú a un conflicto abierto con sus opresores. Pero este efecto disgustó el Gandhi, a quien las primeras escenas de violencia disgustaron como un horrendo pecado. En los años siguientes a 1922 el gandhismo tomó el carácter de una experiencia mística más bien que de un movimiento político. Pero el anhelo de libertad vigilaba en las masas y la lucha de clases aseguraba la participación activa y resuelta del proletariado en la batalla por la independencia, que adquiría de este modo un sentido económico-social. Los elementos de la burguesía hindú, partidarios de una reforma moderada que entregase a su clase el poder, dentro del Imperio británico, creyeron que era el momento de buscar una fórmula transaccional. Mas la presión de las masas no dejaba de actuar sobre los debates del Congreso Nacional y sobre el partido swarajista. I la reivindicación de la independencia completa se afirmó victoria en su reunión de diciembre de 1927. Un año después, el Congreso limitaba a un año el plazo dentro del cual aceptaba la autonomía dentro del Imperio. No debe olvidarse que los dos últimos años han sido de agitaciones de masas: a los movimientos huelguísticos de Bombay y Calcuta siguieron en 1928 las demostraciones hostiles con que fuera recibida la comisión británica presidida por Mr. John Simon.
Hoy el Congreso Nacional, a propuesta de un leader como el Mahatma Gandhi a quien nadie tachará sin duda de violento, ha proclamado la independencia absoluta de la India, porque a esto la comprometían, en términos perentorios, sus propias anteriores deliberaciones y porque en este sentido se pronuncia, con energía cada vez más visible, las clases trabajadores y campesinas. Los ingleses fingen subestimar el valor de este voto, con argumentos tan superficiales como el de que este Congreso carece de facultades legales. Evidentemente, no es compatible con el régimen colonial que pesa sobre la India el funcionamiento de un parlamento del pueblo hindú de reconocidos poderes legislativos. [Pero este] Congreso no por eso representa menos a las masas hindúes. El imperialismo [se] apresta, por eso, a resistirlas en las fábricas, en las ciudades [industriales], que serán los centros principales de la lucha revolucionaria. I la izquierda reclama la movilización inmediata de los sindicatos obreros.
El Congreso ha resuelto el boycott de las legislaturas provinciales. A estos burlescos consejos legislativos de provincias se reducía la participación que la constitución vigente de la India, implantada en 1919, concedía a los hindús en la administración de su país. Su función es puramente consultiva, por lo que estuvieron siempre boycoteados por los nacionalistas. El número de electores es, además, conforme con la ley, muy restringido. Con estas asambleas [serán] boycoteados los cuerpos que asisten al gobernador en la administración [de] cada ciudad una de las nueve provincias de la India, pero cuyas decisiones pueden [ser revisadas] y contrariadas por el Virrey, suprema autoridad.
El propósito de prolongar las sesiones del Congreso, que conforme a la costumbre debería terminar sus labores el 19 de enero, es un dato significativo de la intención de la asamblea de no detenerse en la proclamación platónica de la independencia de su país.

El Gobierno de Nanking contra la extraterritorialidad
Otro aguinaldo para el imperialismo británico en particular y para las potencias beneficiadas por el régimen de extraterritorialidad en general, ha sido la abrogación de esos privilegios por el gobierno de Nanking. No hay que ver, por supuesto en este acto, un signo de la voluntad revolucionaria del gobierno de Nanking de poner en práctica el programa nacionalista que Chang Kai Shek renegó desde su golpe de estado. El derecho de extraterritorialidad, -que sustrae a los súbditos de los más poderosos Estados del mundo, con excepción de la URSS que renunció expresamente a todos estos privilegios, responsables de un delito cualquiera a la acción de la justicia china y coloca en cambio todo acto en daño de sus intereses bajo el fuero de sus propios jueces,- irrita y ofende profundamente al [pueblo] chino. Todas las ofensivas que ha tenido que afrontar hasta hoy el [gobierno de] Nanking, contra el cual una parte de China sigue en armas, [reconocen su] origen en el abandono de los principios de la revolución por Chang Kai Shek y sus colaboradores. César Falcón, comentando la situación del gobierno de Nanking, observaba recientemente que si el gobierno británico hubiese aceptado negociar sobre la extraterritorialidad, lo habría reforzado. Negándole toda chance en esta reivindicación, lo disminuía y debilitaba ante el pueblo. Las insurrecciones encontraban un terreno favorable.
Son, pues, razones de política interna, las que mueven a Chang Kai Shek a batirse por la extraterritorialidad. Su declaración ha sido posible, porque una profunda exigencia de las masas la demanda desde hace mucho tiempo. Este hecho es garantía de que la China no retrocederá en la resolución adoptada. La extraterritorialidad está en crisis definitiva. Su anulación forma parte del proceso de la lucha anti-imperialista de la China.
José Carlos Mariátegui.

José Carlos Mariátegui La Chira