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[Conferencia - Notas del discurso pronunciado en la inauguración de la Editorial Obrera Claridad]

[Transcripción completa]

[Notas del discurso pronunciado en la inauguración de la Editorial Obrera Claridad]

El proletariado está en un momento trascendente. Va a nacer la prensa obrera, como en otros días nació la organización.
Este paso va a vincular decisivamente a todos los sectores proletarios del Perú. Indígenas, em­pleados, trabajadores no organizados, campesi­nos de la costa. Es la voz cotidiana del diario la única que puede hacer este milagro. El diario en mensajero, un vehículo, un agente infatigable de las ideas. La palabra tiene un ámbito reducido; la palabra está sujeta a los riesgos de la improvi­sación. La revista y el semanario no marchan al compás de la vida moderna. No recogen la emo­ción del instante. El diario en cambio recoge la pulsación y el latido diarios de la humanidad. La protesta y el comentario tienen otro acento cuan­do siguen inmediatamente a los acontecimientos, cuando encuentran una multitud en tensión, cuan­do repercuten en una muchedumbre emocionada La revista y el semanario deben ser crítica de la crítica; el diario es la crítica de la vida palpitante.
La prensa, como la escuela, como la Universi­dad, se encuentran en manos de la clase dominan­te. ¿Hay una prensa neutra?
No; no la hay, del mismo modo que no puede haber una universidad neutra. La prensa se inspi­ra en las ideas y en los intereses de la clase dominante. La prensa es uno de los mas podero­sos instrumentos del dominio del capitalismo. De la prensa se han valido los intereses capitalistas para intoxicar de odio a las muchedumbres de los países europeos. Allí existe el control de la prensa proletaria que no puede impedir, sin embargo, el efecto venenoso de la prensa chauvinista sobre las categorias desorientadas de la sociedad y del pueblo. El proletariado, para liberarse, necesita sus propios medios de cultura. Así como ha fundado su propia escuela, necesita fundar su prensa propia.
Esta iniciativa no parte de un grupo. I, si parte de un grupo, no se dirige a un sector circunscrito del proletariado. Se dirige a sus sectores sin excepción, se dirige sobre todo a la vanguardia.
Hay espíritus pesimistas, negativos, que du­dan y desconfían. Pero el pueblo quiere espíritus optimistas. El triunfo es de los que afirman; no de los que dudan, menos aún de los que niegan.

José Carlos Mariátegui La Chira

[Conferencia - Deber de la Juventud Contemporánea]

La inquietud, la curiosidad de la juventud contemporánea. Que esta generación se muestre sensible a la nueva realidad humana es un fenómeno histórico, es un hecho natural. Spengler dice que un pensamiento, representativo de "una época de la humanidad no puede ser comprendido sino por una generación que nazca con las disposiciones necesarias". Las generaciones viejas carecen de aptitud para comprender y, sobre todo, para adherirse a las ideas revolucionarias. Es una cuestión de sentimiento; no es una cuestión de inteligencia ni de cultura. Es sugestivo y revelador el hecho de que las nuevas falanges universitarias no tengan la orientación intelectual de las generaciones pasadas. Y que su leader no sea un estudioso de la historia ni un poeta sino un espíritu de vanguardia.
Definamos la Revolución. Cómo sabemos que vivimos una época revolucionaria. Las señales de la gravidez revolucionaria son innumerables. Hay una serie de hechos que la afirman y la expresan. Declina el regimen burgués, con sus instituciones económicas, políticas, con su arte y su filosofía. La guerra ha legado una serie de problemas que el regimen burgués no puede resolver dentro de su teoría. La democracia burguesa se siete impotente para resolverlos democráticamente. Recurre, por eso, a la fuerza, a la violencia. Brotan el fascismo, el directorio, el putschismo pangermanista. Se agita el Orient. Millones de hombres, adormecidos, anestesiados durante siglos, salen de su inercia. La revolución es un fenómeno de la civilización occidental que se refleja también en los pueblos de otras civilizaciones. Es, además, evidente. No es posible dudar de ella hoy que los laboristas desalojan a los dos partidos que se alternaron clásicamente en el gobierno de Inglaterra. Hoy que los soviets son reconocidos de jure.
Los incomprensivos tratan de limitar la revolución a los confines europeos. Pero Europa no representa un continente sino una civilización. Hemos aprendido en Europa la idea de la democracia. No puede sernos indiferentes el hecho de que esa idea esté en crisis en Europa. La civilización occidental ha internacionalizado la vida humana. Una de las características de nuestra época es la propagación universal, fluída, de las ideas y las emociones. Cuando la vinculación humana era menor repercutió entre nosotros la revolución francesa.
Porqué se llama Social la Revolución.
Su grandeza no pude ser comprendido por los viejos. El debe de la juventud peruana. El deber de la mujer.
El deber de nuestra generación. Volteemos las espaldas al pasado.

José Carlos Mariátegui La Chira

[Conferencia] - La universidad popular y el dogma

[Transcripción completa]

La Universidad Popular y el Dogma

El dogma trata de paralizar, trata de cristalizar, en una formula cerrada y rígida, el sentido y el objeto de la vida. Pero la vida es movimiento, la vida es fluencia, la vida es inquietud y el dogma de hoy no corresponde a la vida de mañana.

El renovador social. Su valor no depende tanto de la extensión de su ideal como de su capacidad para realizarlo. Es necesario tener el acierto de transformar el ideal en un estado de ánimo colectivo. Para conseguirlo es necesario que el ideal traduzca los sentimientos, las ansiedades que laten confusamente en el alma de las muchedumbres. Las grandes obras no pueden ser sino obras de multitudes.

La U.P. por eso quiere que su obra y su voz no sean las de una minoría selecta sino una voz y obra de muchedumbres. No quiere que sus reuniones tengan el carácter escolar o académico sino el carácter multitudinario de un comicio. No quiere como escenario y como campo el de una sala ni el de un teatro sino el de la plaza, el del agora. Quiere que su voz estremezca el espíritu de este pueblo.

Y por eso su idealismo es realista y su realismo es idealista.

Porque el realismo no es una limitación del ideal sino la seguridad de actuarlo. Hay dos clases de idealismos. El ideal que interpreta, el ideal que presiente la realidad en marcha; el ideal que pierde contacto con la realidad y con la vida.

Este pueblo, más que ninguno, esta necesitado del ideal. Nadie se ha preocupado de inyectárselo. Nuestras minorías han sido más minorías que selectas. Sus apetitos han sido menudos, sus afanes mezquinos, sus ambiciones ramplonas y su vuelo mental diminuto. Aquí la gente, por eso, se sonríe del ideal. Y se trata de aclimatar aquí la filosofía escéptica, nihilista, que nos afirma que la vida no vale la pena de ser vivida. Nosotros debemos oponer a esa filosofía negativa la nuestra afirmativa y optimista. Debemos llenar de idealismo el espíritu de este pueblo, llenarlo de fe en sus destinos, llenarlo de locura santa de renovación.

Al hacer todo esto nos comportaremos no solo como liberadores del Hombre sino también como liberadores del Arte, como liberadores, de la Vida, como liberadores de la Ciencia y como liberadores de la Belleza.

José Carlos Mariátegui La Chira

[Conferencia - Sobre el Indio]

[Transcripción Completa]

[Sobre el Indio]

El instante es de transformación mundial. Tam­bién la raza indígena se despereza. Hay que ayudarla a comprender su problema y encontrar su camino.
No pretendo definir en esta noche el problema indígena que es nuestro problema nacional. Es el problema de las cuatro quintas partes de los trabajadores de la tierra. No se concibe sin su liberación la de los trabajadores de la costa.
El indio no es siquiera un proletario; es un siervo. La independencia fue una revolución crio­lla, política, no social. El regimen republicano no ha sido sino un regimen de predominio del criollo capitalista sobre el indio.
La conquista despojó al indio ele sus tierras, pero le dejó una parte de ellas. Le impuso servi­dumbres, que también la república le ha impues­to. La república, además, lo ha privado poco a poco de sus tierras. Ha empobrecido, aniquilado poco a poco a los trabajadores. Los gamonales son señores feudales. Se ha llegado a concebir tesis feroces: la tesis de que es posible aniquilar la raza india. Se ha dicho que el indio es improduc­tivo, siendo así que el indio no produce más porque lo cohibe el temor de ser despojado. Análogo proceso fue el de México, ahí produjo finalmente la revolución indígena destinada a dar tierras a todos los que no las tenían. Del fondo del mal brota el bien. La civilización que une los centros poblados, que abrevia las distancias, aproxima al indio, lo pone en contacto, crea la posibilidad de su organización. El congreso indí­gena es un ejemplo.
Maduran las circunstancias históricas necesarias para que esa raza se libere. Su liberación será obra de ella misma. Así como la voz de un hindú alza y resucita a la raza india asó será la voz de un quechua la que saque de su letargo a la raza quechua. Pero la cuestión no es toda nuestra cuestión nacional. Queda fuera de ella una cuestión que importa a un quinta parte de la población peruana: la del proletariado de la costa. La unión entre unos y otros es necesaria.
Cumplid vuestra misión, indígenas, despertando a vuestro hermanos. Algunos creen que esta raza ha muerto, una raza no muere jamás. Puede caer el colapso, en sopor, para despertarse después; pero no puede morir. Mientras haya cinco millones de indios, la raza estará viva.

José Carlos Mariátegui La Chira

[Séptima Conferencia]-La revolución húngara

La carpeta contiene lo siguiente:

  • Manuscrito de la transcripción completa de la conferencia realizada por José Carlos Mariátegui.
  • Notas realizadas por José Carlos Mariátegui para la conferencia.

José Carlos Mariátegui La Chira

[Sexta Conferencia]-La revolución alemana

La carpeta contiene lo siguiente:

  • Manuscrito de la transcripción completa de la conferencia realizada por José Carlos Mariátegui.
  • Notas realizadas por José Carlos Mariátegui para la conferencia.

José Carlos Mariátegui La Chira

[Quinta Conferencia]-La revolución rusa

La carpeta contiene lo siguiente:

  • Manuscrito de la transcripción completa de la conferencia realizada por José Carlos Mariátegui.
  • Notas realizadas por José Carlos Mariátegui para la conferencia.

José Carlos Mariátegui La Chira

Recorte de Prensa del diario El Tiempo

[Transcripción]

EN LA UNIVERSIDAD POPULAR GONZÁLEZ PRADA
Segunda conferencia de Mariátegui sobre la crisis mundial

El viernes dio José Carlos Mariátegui en la Universidad Popular la segunda conferencia de su curso sobre la historia de las crisis mundial. Había en la sala de la Federación de Estudiantes público más numeroso que en la conferencia anterior.

El obrero Paredes, de la Federación Obrera Local, evocó la figura de Kurt Wilkens, en nombre de esa organización trabajadora, y fue vivamente aplaudido.

Luego, comenzó Mariátegui su disertación. Habló primeramente de la literatura de guerra que, durante el período bélico, había sido utilizada por uno y otro grupo beligerante, a fin de asegurarse la solidaridad de la opinión popular interna y captarse a la opinión extranjera. La prensa, durante la guerra última, ha sido usada como instrumento bélico. Los Estados beligerantes se han servido de ella para alimentar en las masas populares un estado de ánimo agresivo, nacionalista, delirante. Y la prensa ha tenido así una intensa función de tóxico espiritual. Ha sido, en la gran guerra, una novísima arma de combate, una especie de gas asfixiante. Merced a la prensa, los Estados beligerantes han conseguido sofocar toda tentativa de indisciplina de la opinión popular, todo germen de protesta contra la guerra, toda reacción de los ideales pacifistas. Y análoga función han tenido el libro, el folleto, la cátedra. La literatura, la ciencia, la inteligencia en una palabra, han estado absolutamente a órdenes de los generalísimos. Por eso, Bernard Shaw en su libro Peace Conferencia Hints decía en 1919: “Comienza la historia; concluye la novela”. Porque hasta después de la paz, en uno y otro grupo de naciones beligerantes, acerca de la guerra no se ha hecho historia sino novela. Y Nitti, en su libro Europa sin Paz, denuncia el valor convencional de la literatura de guerra y recuerda un viejo aforismo italiano: “En tiempo de guerra más mentiras que tierra”. En el Perú —dijo Mariátegui— como en casi todo el mundo, nos hemos alimentado de la literatura de guerra de la Entente; hemos respirado el ambiente bélico del frente aliado. La propaganda alemana fracasó fuera de Alemania y fracasó también, finalmente, dentro de Alemania. Mientras los aliados crearon el mito de la guerra de la Democracia contra la Autocracia, de la Civilización contra la Barbarie, los Imperios Centrales no dieron a la guerra alemana ninguna alta meta idealista. La guerra alemana no llegó a ser sólida y verdaderamente popular en Alemania misma. Los pueblos aliados creían batirse por grandes ideales humanos. El pueblo alemán y
el pueblo austríaco creían batirse tan sólo en defensa de la nación alemana y de la nación austríaca. Y fue principalmente, por esto, que Wilson, con su programa de paz sin anexiones ni indemnizaciones, quebrantó la resistencia austro-alemana, minó interiormente el frente austro-alemán.

Continuó Mariátegui expresando que, únicamente después de la paz, se ha empezado a escribir la historia de la guerra. Únicamente después de la paz se ha dispuesto de la suficiente cantidad de documentos, de testimonios y de serenidad intelectual para analizar objetiva e imparcialmente las causas de la guerra. Este examen objetivo e imparcial ha desvanecido el folletín de la guerra de la Democracia contra la Autocracia y la leyenda de la responsabilidad exclusiva y feroz del militarismo prusiano. Los mitos del período bélico andan ya totalmente desacreditados. Apenas si, de vez en cuando, reaparecen en uno que otro documento de literatura oficial.

Entró Mariátegui en seguida, en la exposición de las causas económicas de la guerra. Habló del desarrollo pre-bélico del industrialismo británico y del industrialismo alemán, de la guerra económica entre Inglaterra y Alemania, de la lucha por los mercados, por las colonias, por las materias primas. Y señaló, asimismo, la importancia del fenómeno demográfico en la historia de la guerra.

Se ocupó después, de las causas políticas de la guerra y de su vinculación con las causas económicas. Hizo una síntesis rápida del estudio de Bernard Shaw sobre la forma como se generó el conflicto europeo. Señaló la influencia del nacionalismo de uno y otro lado en este proceso de incubación bélica. Se refirió a la paz armada. Y llegó a la conclusión de que existía en 1914 en Europa una atmósfera inflamable, de que se habían juntado circunstancias destinadas inevitablemente a desencadenar la guerra. Recordó las palabras de Lloyd George en el Parlamento británico, en diciembre de 1920: “Cuanto más se lee las memorias y los libros sobre los acontecimientos posteriores a agosto de 1914, más se comprende que ninguno de los que ocupaban los puestos dirigentes en ese tiempo ha querido realmente la guerra”.

Pasó al examen de la conducta de los partidos socialistas y de las organizaciones sindicales en uno y otro grupo de naciones beligerantes. Expuso algunos aspectos del ambiente de ofuscación nacionalista que dominó en Europa. Y tributó un homenaje a las voces aisladas que, en medio de ese ambiente, afirmaron su adhesión a elevados ideales de solidaridad humana. Se refirió, por una parte, a Romain Rolland, autor de las hermosas páginas de Au dessus de la Mêlée; y, por otra parte, a los cuatro intelectuales alemanes que protestaron contra el célebre ‘Manifiesto de los noventitrés’: el fisiólogo Nicolai, el físico Einstein, el filósofo Buek y
el astrónomo Foerster.

Al terminar su disertación Mariátegui invitó al proletariado a afirmarse en sus ideales de fraternidad universal. Sus palabras fueron vivamente aplaudidas. Y la concurrencia cantó 'La Internacional'.

La tercera conferencia sobre la historia de la crisis mundial tendrá lugar el próximo viernes.

Diario El Tiempo

[Segunda Conferencia]- Literatura de guerra

La carpeta contiene lo siguiente:

  • Las notas originales hechas por José Carlos Mariátegui para su segunda conferencia realizada en la Federación de Estudiantes.
  • Recorte de prensa del diario El Tiempo con fecha 26 de junio de 1923.

José Carlos Mariátegui La Chira

La crisis mundial y el proletariado peruano [Manuscrito]

Transcripción de la Primera Conferencia

[Primera Conferencia]
La crisis mundial y el proletariado peruano

En esta conferencia —llamémosla conversación mas bien que conferencia— voy a limitarme a exponer el programa del curso al mismo tiempo que algunas consideraciones sobre la necesidad de difundir en el proletariado el conocimiento de la crisis mundial. En el Perú falta, por desgracia, una prensa decente que siga con atención, con inteligencia y con filiación ideológica el desarrollo de esta gran crisis; faltan, así mismo, maestros universitarios, del tipo de José Ingenieros, capaces de apasionarse por las ideas de renovación que actualmente transforman el mundo y de liberarse de la influencia. y de los prejuicios de una cultura y de una educación conservadoras y burguesas; faltan grupos socialistas y sindicalistas, dueños de instrumentos propios de cultura popular, y en aptitud, por tanto, de interesar al pueblo por el estudio de la crisis. La única cátedra de educación popular, con espíritu revolucionario, es esta cátedra en formación de la Universidad Popular. A ella le toca, por consiguiente, superando el modesto plano de su labor inicial, presentar al pueblo la realidad contemporánea, explicar al pueblo que está viviendo una de las horas más trascendentales y grandes de la historia, contagiar al pueblo de la fecunda inquietud que agita actualmente a los demás pueblos civilizados del mundo.

En esta gran crisis contemporánea el proletariado no es un espectador; es un actor. Se va a resolver en ella la suerte del proletariado mundial. De ella va a surgir, según todas las probabilidades y según todas las provisiones, la civilización proletaria, la civilización socialista, destinada a suceder a la declinante, a la decadente a la moribunda civilización capitalista, individualista y burguesa. El proletariado necesita, ahora como nunca, saber lo que pasa en el mundo. Y no puedo saberlo a través de las informaciones fragmentarias, episódicas, homeopáticas del cable cotidiano, mal traducidas y peor redactadas en la mayoría de los casos, y provenientes siempre de agencias reaccionarias, encargadas de desacreditar a los partidos, a las organizaciones y a los hombres de la revolución y de desalentar y desorientar al proletariado mundial.

En la crisis europea se están jugando los destinos de todos los trabajadores del mundo. El desarrollo de la crisis debe interesar, pues, por igual, a los trabajadores del Perú que a los trabajadores del Extremo Oriente. La crisis tiene como teatro principal Europa; pero la crisis de las instituciones europeas es la crisis de la civilización occidental. Y el Perú, como los demás pueblos de América, gira dentro de la órbita de esta civilización, no solo porque se trata de países políticamente independientes, pero económicamente coloniales, ligados al carro del capitalismo británico, del capitalismo americano o del capitalismo francés sino porque europea es nuestra cultura, europeo es el tipo de nuestras instituciones. Y son precisamente, estas instituciones democráticas, que nosotros copiamos de Europa, esta cultura, que nosotros copiamos de Europa también, las que en Europa están en un periodo de crisis definitiva, de crisis total. Sobre todo, la civilización capitalista ha internacionalizado la vida de la humanidad; ha creado entre todos los pueblos lazos materiales que establecen entre ellos una solidaridad inevitable. El internacionalismo no es solo un ideal; es una realidad histórica. El progreso hace que los intereses, las ideas, las costumbres, los regímenes de los pueblos se unifiquen y se confundan. El Perú, como los demás pueblos americanos, no está, por tanto, fuera de la crisis está dentro de ella. La crisis mundial ha repercutido ya en estos pueblos. Y, por supuesto, seguirá repercutiendo. Un periodo de reacción en Europa será también un periodo de reacción en América. Un periodo de revolución en Europa será un periodo de revolución en América. Hace más de un siglo, cuando la vida de la humanidad no era tan solidaria como hoy, cuando no existían los medios de comunicación que hoy existen, cuando las naciones no tenían el contacto inmediato y constante que hoy tienen, cuando no había prensa, cuando éramos aun espectadores lejanos de los acontecimientos europeos, la Revolución Francesa dio origen a la Guerra de la Independencia y al surgimiento de todas estas repúblicas. Este recuerdo basta para que nos demos de la rapidez con que la transformación de la sociedad europea se reflejará en las sociedades americanas. Aquellos que dicen que el Perú, y América en general, viven muy distantes de la revolución europea, no tienen noción de la vida contemporánea, ni tienen una comprensión, aproximada siquiera, de la historia. Esa gente se sorprende de que lleguen al Perú los ideales más avanzados de Europa; pero no se sorprende en cambio de que lleguen el aeroplano, el transatlántico, el telégrafo sin hilos, el radio; todas las expresiones más avanzadas, en fin, del progreso material de Europa. La misma razón para ignorar el movimiento socialista habría para ignorar, por ejemplo, la teoría de la relatividad de Einstein. Y estoy seguro de que al más reaccionario de nuestros intelectuales, -casi todos son impermeablemente reaccionarios- no se ocurrirá que debe ser proscrita del estudio y la vulgarización la nueva física, de la cual Einstein es el más eminente y máximo representante.

Y si el proletariado, en general, tiene necesidad de enterarse de los grandes aspectos de la crisis mundial, esta necesidad es aún mayor en aquella parte del proletariado, socialista, laborista, sindicalista o libertaria que constituye su vanguardia; en aquella parte de proletariado más combativa y consciente, más luchadora y preparada; en aquella parte del proletariado encargada de la dirección de las grandes acciones proletarias; en aquella parte del proletariado a la que toca el rol histórico de representar al proletariado peruano en el presente instante social; en aquella parte del proletariado, en una palabra, que cualquiera que sea su credo particular, tiene conciencia de clase, tiene conciencia revolucionaria. Yo dedico, sobre todo, mis disertaciones, a esta vanguardia del proletariado peruano. Nadie más que los grupos proletarios de vanguardia necesitan estudiar la crisis mundial. Yo no tengo la pretensión de venir a esta tribuna libre de una universidad libre a enseñarles la historia de esa crisis mundial, sino a estudiarla yo mismo con ellos. Yo no os enseño, compañeros, desde esta tribuna, la historia de la crisis mundial; yo la estudio con vosotros. Yo no tengo en este estudio sino el mérito modestísimo de aportar a él las observaciones personales de tres y medio años de vida europea, o sea de los tres y medio años culminantes de la crisis, y los ecos del pensamiento europeo contemporáneo.
Yo invito muy especialmente a la vanguardia del proletariado a estudiar conmigo el proceso de la crisis mundial por varias razones trascendentales. Voy a enumerarlas sumariamente. La primera razón es que la preparación revolucionaria, la cultura revolucionaria, la orientación revolucionaria de esa vanguardia proletaria, se ha formado a base de la literatura socialista, sindicalista y anarquista anterior a la guerra europea. O anterior por lo menos al período culminante de la crisis. Libros socialistas, sindicalistas, libertarios, de vieja data, son los que, generalmente, circulan entre nosotros. Aquí se conoce un poco la literatura clásica del socialismo y del sindicalismo; no se conoce [a] ña [nueva] literatura [revolucionaria].

La cultura revolucionaria es aquí una cultura clásica, además de ser, como vosotros, compañeros, lo sabéis muy bien, una cultura muy incipiente, muy inorgánica, muy desordenada, muy incompleta. Ahora bien, toda esa literatura socialista y sindicalista anterior a la guerra, está en revisión. Y esta revisión no es una revisión impuesta por el capricho de los teóricos, sino por la fuerza de los hechos. Esa literatura, por consiguiente, no puede ser usada hoy sin beneficio de inventario. No se trata, naturalmente, de que no siga siendo exacta en sus principios, en sus bases, en todo lo que hay en ella de ideal y de eterno; sino que ha dejado de ser exacta, muchas veces, en sus inspiraciones tácticas, en sus consideraciones históricas, en todo lo que significa acción, procedimiento, medio de lucha. La meta de los trabajadores sigue siendo la misma; lo que ha cambiado, necesariamente, a causa de los últimos acontecimientos históricos, son los caminos elegidos para arribar, o para aproximarse siquiera, a esa meta ideal. De aquí que el estudio de estos acontecimientos históricos, y de su trascendencia, resulte indispensable para los trabajadores militantes en las organizaciones clasistas.

Vosotros sabéis, compañeros, que las fuerzas proletarias europeas se hallan divididas en dos grandes bandos: reformistas y revolucionarios. Hay una Internacional Obrera reformista, colaboracionista, evolucionista y otra Internacional Obrera maximalista, anticolaboracionista, revolucionaria. Entre una y otra ha tratado de surgir una Internacional intermedia. Pero que ha concluido por hacer causa común con la primera contra la segunda. En uno y otro bando hay diversos matices; pero los bandos son neta e inconfundiblemente sólo dos. El bando de los que quieren realizar el socialismo colaborando políticamente con la burguesía; y el bando de los que quieren realizar el socialismo conquistando íntegramente para el proletariado el poder político. Y bien, la existencia de estos dos bandos proviene de la existencia de dos concepciones diferentes, de dos concepciones opuestas, de dos concepciones antitéticas del actual momento histórico. Una parte del proletariado cree que el momento no es revolucionario; que la burguesía no ha agotado aún su función histórica; que, por el contrario, la burguesía es todavía bastante fuerte para conservar el poder político; que no ha llegado, en suma, la hora de la revolución social. La otra parte del proletariado cree que el actual momento histórico es revolucionario; que la burguesía es incapaz de reconstruir la riqueza social destruida por la guerra e incapaz, por tanto, de solucionar los problemas de la paz; que la guerra ha originado una crisis cuya solución no puede ser sino una solución proletaria, una solución socialista; y que con la Revolución Rusa ha comenzado la revolución social.

Hay, pues, dos ejércitos proletarios porque hay en el proletariado dos concepciones opuestas del momento histórico, dos interpretaciones distintas de la crisis mundial. La fuerza numérica de uno y otro ejército proletario depende de que los acontecimientos parezcan o no confirmar su respectiva concepción histórica. Es por esto que los pensadores, los teóricos, los hombres de estudio de uno y otro ejército proletario, se esfuerzan, sobre todo, en ahondar el sentido de la crisis, en comprender su carácter, en descubrir su significación.

Antes de la guerra, dos tendencias se dividían el predominio en el proletariado: la tendencia socialista y la tendencia sindicalista. La tendencia socialista era, dominantemente, reformista, social-democrática, colaboracionista. Los socialistas pensaban que la hora de la revolución social estaba lejana y luchaban por la conquista gradual a través de la acción legalitaria y de la colaboración gubernamental o, por lo menos, legislativa. Esta acción política debilitó en algunos países excesivamente la voluntad y el espíritu revolucionarios del socialismo. El socialismo se aburguesó considerablemente. Como reacción contra este aburguesamiento del socialismo, tuvimos al sindicalismo.

El sindicalismo opuso a la acción política de los partidos socialistas la acción directa de los sindicatos. En el socialismo [sindicalismo] se refugiaron los espíritus más revolucionarios y más intransigentes del proletariado. Pero también el sindicalismo resultó, en el fondo, un tanto colaboracionista y reformístico. También el sindicalismo estaba dominado por una burocracia sindical sin verdadera psicología revolucionaria. Y sindicalismo y socialismo se mostraban más o menos solidarios y mancomunados en algunos países, como Italia, donde el Partido Socialista no participaba en el gobierno y se mantenía fiel a otros principios formales de independencia. Como sea, las tendencias, más [o] menos beligerantes o más [o] menos próximas, según las naciones, eran dos: sindicalistas y socialistas. A este período de la lucha social corresponde casi íntegramente la literatura revolucionaria de que se ha nutrido la mentalidad de nuestros proletarios dirigentes.

Pero, después de la guerra, la situación ha cambiado. El campo proletario, como acabamos de recordar, no está ya dividido en socialistas y sindicalistas; sino en reformistas y revolucionarios. Hemos asistido primero a una escisión, a una división en el campo socialista. Una parte del socialismo se ha afirmado en su orientación social-democrática, colaboracionista; la otra parte ha seguido una orientación anti-colaboracionista, revolucionaria. Y esta parte del socialismo es la que, para diferenciarse netamente de la primera, ha adoptado el nombre de comunismo. La división se ha producido, también, en la misma forma en el campo sindicalista. Una parte de los sindicatos apoya a los social-democráticos; la otra parte apoya a los comunistas. El aspecto de la lucha social europea ha mudado, por tanto, radicalmente. Hemos visto a muchos sindicalistas intransigentes de antes de la guerra tomar rumbo hacia el reformismo. Hemos visto, en cambio, a otros seguir al comunismo. Y entre éstos, se ha contado, nada menos, como en una conversación lo recordaba no hace mucho el compañero Fonkén, el más grande y más ilustre teórico del sindicalismo: el francés Georges Sorel. Sorel, cuya muerte ha sido un luto amargo para el proletariado y para la intelectualidad de Francia, dio toda su adhesión a la Revolución Rusa y a los hombres de la Revolución Rusa.

Aquí, como en Europa, los proletarios tienen, pues, que dividirse no en sindicalistas y socialistas —clasificación anacrónica— sino en colaboracionistas y anti-colaboracionistas en reformistas y maximalistas. Pero para que esta clasificación se produzca con nitidez, con coherencia, es indispensable que el proletariado conozca y comprenda en sus grandes lineamientos, la gran crisis contemporánea. De otra manera, el confusionismo es inevitable.

Yo participo de la opinión de los que creen que la humanidad vive un período revolucionario. Y estoy convencido del próximo ocaso de todas las tesis social-democráticas, de todas las tesis reformistas, de todas las tesis evolucionistas.
Antes de la guerra, estas tesis eran explicables, porque correspondían a condiciones históricas diferentes. El capitalismo estaba en su apogeo. La producción era superabundante. El capitalismo podía permitirse el lujo de hacer sucesivas concesiones económicas al proletariado. Y sus márgenes de utilidad eran tales que fue posible la formación de una numerosa clase media, de una numerosa pequeña-burguesía que gozaba de un tenor de vida cómodo y confortable. El obrero europeo ganaba lo bastante para comer discretamente y en algunas naciones, como Inglaterra y Alemania, le era dado satisfacer algunas necesidades del espíritu. No había, pues, ambiente para la revolución. Después de la guerra, todo ha cambiado. La riqueza social europea ha sido, en gran parte, destruida. El capitalismo, responsable de la guerra, necesita reconstruir esa riqueza a costa del proletariado. Y quiere, por tanto, que los socialistas colaboren en el gobierno, para fortalecer las instituciones democráticas; pero no para progresar en el camino de las realizaciones socialistas. Antes, los socialistas colaboraban para mejorar, paulatinamente, las condiciones de vida de los trabajadores. Ahora colaborarían para renunciar a toda conquista proletaria. La burguesía para reconstruir a Europa necesita que el proletariado se avenga a producir más y consumir menos. Y el proletariado se resiste a una y otra cosa y se dice a sí mismo que no vale la pena consolidar en el poder a una clase social culpable de la guerra y destinada, fatalmente, a conducir a la humanidad a una guerra más cruenta todavía. Las condiciones de una colaboración de la burguesía con el proletariado son, por su naturaleza, tales que el colaboricionismo tiene, necesariamente, que perder, poco a poco, su actual numeroso proselitismo.

El capitalismo no puede hacer concesiones al socialismo. A los Estados europeos para reconstruirse les precisa un régimen de rigurosa economía fiscal, el aumento de las horas de trabajo, la disminución de los salarios, en una palabra, el restablecimiento de conceptos y de métodos económicos abolidos en homenaje a la voluntad proletaria. El proletariado no puede, lógicamente, consentir este retroceso. No puede ni quiere consentirle. Toda posibilidad de reconstrucción de la economía capitalista está, pues, eliminada. Esta es la tragedia de la Europa actual. La reacción va cancelando en los países de Europa las concesiones económicas hechas al socialismo; pero, mientras de un lado, esta política reaccionaria no puede ser lo suficientemente enérgica ni eficaz para restablecer la desangrada riqueza pública, de otro lado, contra esta política reaccionaria, se prepara, lentamente, el frente único del proletariado. Temerosa a la revolución, la reacción cancela, por esto, no sólo las conquistas económicas de las masas, sino que atenta también contra las conquistas políticas. Asistimos, así, en Italia a la dictadura fascista. Pero la burguesía socava y mina y hiere así de muerte a las instituciones democráticas. Y pierde toda su fuerza moral y todo su prestigio ideológico.

Por otra parte, en el orden de las relaciones internacionales, la reacción pone la política externa en manos de las minorías nacionalistas y antidemocráticas. Y estas minorías nacionalistas saturan de chauvinismo esa política externa. E impiden, con sus orientaciones imperialistas, con su lucha por la hegemonía europea, el restablecimiento de una atmósfera de solidaridad europea, que consienta a los Estados entenderse acerca de un programa de cooperación y de trabajo. La obra de ese nacionalismo, de ese reaccionarismo, la tenemos a la vista en la ocupación del Ruhr.

La crisis mundial es, pues, crisis económica y crisis política. Y es, además, sobre todo, crisis ideológica. Las filosofías afirmativas, positivistas, de la sociedad burguesa, están, desde hace mucho tiempo, minadas por una corriente de escepticismo, de relativismo. El racionalismo, el historicismo, el positivismo, declinan irremediablemente. Este es, indudablemente, el aspecto más hondo, el síntoma más grave de la crisis. Este es el indicio más definido y profundo de que no está en crisis únicamente la economía de la sociedad burguesa, sino de que está en crisis integralmente la civilización capitalista, la civilización occidental, la civilización europea.

Ahora bien. Los ideológos de la Revolución Social, Marx y Bakounine, Engels y Kropotkine, vivieron en la época de apogeo de la civilización capitalista y de la filosofía historicista y positivista. Por consiguiente, no pudieron prever que la ascensión del proletariado tendría que producirse en virtud de la decadencia de la civilización occidental. Al proletariado le estaba destinado crear un tipo nuevo de civilización y cultura. La ruina económica de la burguesía iba a ser al mismo tiempo la ruina de la civilización burguesa. Y que el socialismo iba a encontrarse en la necesidad de gobernar no en una época de plenitud, de riqueza y de plétora, sino en una época de pobreza, de miseria y de escasez. Los socialistas reformistas, acostumbrados a la idea de que el régimen socialista más que un régimen de producción lo es de distribución, creen ver en esto el síntoma de que la misión histórica de la burguesía no está agotada y de que el instante no está aún maduro para la realización socialista. En un reportaje a “La Crónica” yo recordaba aquellas frases de que la tragedia de Europa es ésta: el capitalismo no puede más y el socialismo no puede todavía. Esa frase que da la sensación, efectivamente, de la tragedia europea, es la frase de un reformista, es una frase saturada de mentalidad evolucionista, e impregnada de la concepción de un paso lento, gradual y beatífico, sin convulsiones y sin sacudidas, de la sociedad individualista a la sociedad colectiva. Y la historia nos enseña que todo nuevo estado social se ha formado sobre las ruinas del estado social precedente. Y que entre el surgimiento del uno y el derrumbamiento [del otro ha habido, lógicamente, un período intermedio de crisis. Presenciamos la disgregación, la agonía de una sociedad caduca, senil, decrépita; y, al mismo tiempo, presenciamos la gestación, la formación, la elaboración lenta e inquieta de la sociedad nueva. Todos los hombres, a los cuales, una sincera filiación ideológica nos vincula a la sociedad nueva y nos separa de la sociedad vieja, debemos fijar hondamente la mirada en este período trascendental, agitado e intenso de la historia humana.]

José Carlos Mariátegui La Chira

En torno al tema de la inmigración [Artículo]

En torno al tema de la inmigración

La Conferencia Internacional de Inmigración de la Habana, invita a considerar este asunto en sus relaciones con el Perú. Parecen liquidados, por fortuna, los tiempos de política retórica en que, extraviada por las fáciles elucubraciones de los programas de partido y de gobierno, la opinión pública peruana se hacía excesivas o desmesuradas ilusiones sobre la capacidad del país para atraer y absorber una inmigración importante. Pero el problema de la inmigración no está aún seria y científicamente estudiado, en ninguno de sus dos aspectos: ni en las posibilidades del Perú de ofrecer trabajo y bienestar a los inmigrantes, en grado de determinar una constante y cuantiosa corriente inmigratoria a su suelo, ni en las leyes que regulan y encauzan las corrientes de emigración y su aprovechamiento por los pueblos escasamente poblados.

Las restricciones a la inmigración vigentes en los Estados Unidos desde hace algunos años, han mejorado un tanto la posición de los demás países de América en lo concerniente al interesamiento de los inmigrantes por sus riquezas y recursos. Pero este es un factor general y pasivo del cual tienen muy poco que esperar los países que no se encuentren en condiciones de asegurar a los inmigrantes perspectivas análogas a las que convirtieron a Norte América en el más grande foco de atracción de la inmigración mundial.
Estados Unidos ha sido, en el período en que afluían a su territorio fabulosas masas de inmigrantes, una nación en el más vigoroso, orgánico y unánime proceso de crecimiento industrial y capitalista que registra la historia. El inmigrante de aptitudes superiores, hallaba en Estados Unidos el máximo de oportunidades de prosperidad o enriquecimiento. El inmigrante modesto, el obrero manual, encontraba, al menos, trabajo abundante y salarios elevados que, en caso de no asimilación, le consentían repatriarse después de un período más o menos largo de paciente ahorro. La Argentina y el Brasil, además de las ventajas de su situación sobre el Atlántico, han presentado, en otra proporción y distinto marco, parecido proceso de desenvolvimiento capitalista. Y, por esta razón, se han beneficiado de los aluviones de inmigración occidental en escala mucho mayor que los otros pueblos latino-americanos.

El Perú, en tanto, no ha podido atraer masas apreciables de inmigrantes por la sencilla razón de que, -no obstante su leyenda de riqueza y oro- no ha estado económicamente en condiciones de solicitarlas ni de ocuparlas. Hoy mismo, mientras la colonización de la montaña, que requiere la solución previa y costosa de complejos problemas de vialidad y salubridad, no cree en esa región grandes focos de trabajo y producción. La suerte del inmigrante en el Perú es muy aleatoria e insegura. Al Perú no pueden venir, sino en muy exiguo número, obreros industriales. La industria peruana es incipiente y solo puede remunerar medianamente a contados técnicos. Y tampoco pueden venir al Perú campesinos y jornaleros. El régimen de trabajo y el tenor de vida de los trabajadores indígenas del campo y las minas, están demasiado por debajo del nivel material y moral de los más modestos inmigrantes europeos. El campesino de Italia y de Europa central no aceptaría jamás el género de vida que puedan ofrecerle las mejores y más prósperas haciendas del Perú. Salarios, vivienda, ambiente moral y social, todo le parecería miserable. Las posibilidades de inmigración polaca, -apesar de ser Polonia uno de los países de mayor movimiento emigratorio, a causa de su crisis económica- están circunscritas como se sabe a la montaña, a donde el inmigrante vendría como colono -vale decir como pequeño propietario- y no como bracero. Las leyes de reforma agraria que, después de la guerra, han liquidado en la Europa Central y Oriental -Tcheco Eslovaquia, Rumania, Bulgaria, Grecia, etc., -los privilegios de la gran propiedad agraria, hacen más difícil que antes la emigración de los campesinos de esos países a pueblos donde no rijan mejores principios de justicia distributiva. El trabajador del campo de Europa, en general, no emigra sino a los países agrícolas donde se ganan altos salarios o donde existen tierras apropiables. Ni uno ni otro es, por el momento, el caso del Perú.
Las obras de irrigación en la costa, en tanto que una reforma agraria y el régimen de trabajo -no parecen tampoco destinadas a acelerar la inmigración mediante la colonización de las tierras habilitadas para el cultivo. El derecho de las yanacones y comuneros a la preferencia en la distribución de estas tierras, se impone con fuerza incontestable. No habría quien osara proponer su postergación en provecho de inmigrantes extranjeros.

La montaña, por grande que sea el optimismo que encienda intermitentemente la fortuna de sus pioniers, -cuyos innumerables fracasos y penurias tienen siempre menor resonancia,- presentará por mucho tiempo los inconvenientes de su insalubridad y su incomunicación. El inmigrante se aviene cada día menos a los riegos de la selva inhóspita. La raza de Robinson Cruzoe se extingue a medida que aumentan las ventajas de la convivencia social y civilizada. Y ni aún las razones de patriotismo logran triunfar del legítimo egoísmo individual, en orden a las empresas de colonización. Italia no ha logrado dirigir a sus colonias africanas ni las corrientes rumanas ni los capitales que fácilmente parten a América, con grave peligro de desnacionalización, como bien lo siente el fascismo, que se imagina encontrar un remedio en prerrogativas incompatibles con la soberanía y el interés de los estados que reciben y necesitan inmigrantes.

El Perú tiene que resolver muchos problemas económicos, antes que el de la inmigración. Y para la solución de este último, se prepararía con más provecho si el fenómeno de la emigración e inmigración, en su móvil realidad, fuera objeto de un estudio sistemático y objetivo, practicado con amplio criterio económico y social.

José Carlos Mariátegui.

José Carlos Mariátegui La Chira

Revista Amauta

Las fechas que se colocan líneas arriba (1924-1930) están relacionada a la concepción de la revista Amauta desde sus inicios, donde tendría como nombre "Vanguardia" y que con el transcurso de los años tomaría el nombre de Amauta.
Por lo tanto, se podrán encontrar documentos anteriores a la publicación de la revista para tener un panorama más amplio de lo que fuera el proyecto editorial de José Carlos Mariátegui.

Sociedad Editora Amauta

La civilización y el caballo

La civilización y el caballo

El indio jinete es uno de los testimonios vivientes en que Luis E. Valcárcel apoya, en su reciente libro “Tempestad en los Andes” (Editorial Minerva, 1927) su evangelio -sí, evangelio: buena nueva- del “nuevo indio”. El indio a caballo constituye, para Valcárcel, un símbolo de carne. “El indio a caballo, escribe Valcárcel- es un nuevo indio, altivo, libre, propietario, orgulloso de su raza, que desdeña al blanco y al mestizo. Ahí donde el indio ha roto la prohibición española de cabalgar, ha roto también las cadenas”. El escritor cuzqueño parte de una valoración exacta del papel del caballo en la Conquista. El caballo, como está bien establecido, concurrió principal y decisivamente a dar al español, a ojos del indio, un poder sobre-natural. Los españoles trajeron, como armas materiales, para someter al aborigen, el hierro, la pólvora y el caballo. Se ha dicho que la debilidad fundamental de la civilización autóctona fue su ignorancia del hierro. Pero, en verdad, no es acertado atribuir a una sola superioridad la victoria de la cultura occidental sobre las culturas indígenas de América. Esta victoria, tiene su explicación integral en un conjunto de superioridades, en el cual, no priman, por cierto, las físicas. Y entre estas, cabe reconocer, la prioridad a las zoológicas. Primero, la criatura; después lo creado, lo artificial. Este aparte de que el domesticamiento del animal, su aplicación a los fines y al trabajo humanos, representa la más antigua de las técnicas.
Más bien que sojuzgadas por el hierro y la pólvora, preferimos imaginar al indio, sojuzgado no precisamente por el caballo, pero sí por el caballero. En el caballero, resucitaba, embellecido, espiritualizado, humanizado, el mito pagano del centauro. El caballero, arquetipo del Medioevo, -que mantiene su señorío espiritual sobre la modernidad, hasta ahora mismo, porque el burgués, no ha sido capaz psicológicamente más que de imitar y suplantar al noble,- es el héroe de la Conquista. Y la conquista de América, la última cruzada, aparece como la más histórica, la más iluminada, la más trascendente proeza de la caballería. Proeza típicamente caballeresca, hasta porque de ella debía morir la caballería, al morir -trágica, cristiana y grandiosamente- el Medioevo.
El coloniaje adivinó y reivindicó a tal punto la parte del caballo en la Conquista que, -por sus ordenanzas que prohíben al indio esta cabalgadura,- el mérito de esa epopeya, parece pertenecer más al caballo que al hombre. El caballo, bajo el español, era tabú para el indio. Lo que podía entenderse como una consecuencia de su condición de siervo si se recuerda que Cervantes, atento al sentido de la caballería, no concibió a Sancho Panza, como a Don Quijote, jinete de un rocín sino de un asno. Pero, visto que en la Conquista se confundieron hidalgos y villanos, hay que suponerle la intención de reservar al español, los instrumentos -vale decir el secreto- de la Conquista. Porque el rigor de este tabú, condujo al español a mostrarse más generoso de su amor que de sus caballos. El indio tuvo al caballero antes que a la cabalgadura.
La más aguda intuición poética de Chocano, aunque como suya, se vista retórica y ampulosamente, es quizá la que creó su elogio de “Los caballos de los conquistadores”. Cantar de este modo la Conquista es sentirla, ante todo, como epopeya del caballo, sin el cual España no habría impuesto su ley al Nuevo Mundo.
La imaginación criolla, conservó después de la Colonia, este sentido medioeval de la cabalgadura. Todas las metáforas de su lenguaje político acusan resabios y prejuicios de jinetes. La expresión característica de lo que ambicionaba el caudillo está en el lugar común de “las riendas del poder”. Y “montar a caballo”, se llamó siempre a la acción de insurgir para empuñarlas. El gobierno que se tambalea, estaba “en mal caballo”.
El indio peatón, y más todavía, la pareja melancólica del indio y la llama, es la alegría de una servidumbre. Valcárcel tiene razón. El “gaucho” debe la mitad de su ser a la pampa y al caballo. Sin el caballo ¡cómo habrían pesado sobre el criollo argentino, el espacio y la distancia! Como pesan hasta ahora, sobre las espaldas del indio chasqui. Gorki nos presenta al mujik, abrumado por la estepa sin límite. El fatalismo, la resignación del mujik, vienen de esta sociedad y esta impotencia ante la naturaleza. El drama del indio no es distinto: drama de servidumbre al hombre y servidumbre a la naturaleza. Para resistirlo mejor, el mujik contaba con su tradición de nomadismo y con los curtidos y rurales caballitos tártaros, que tanto bien parecerse a los de Chumbivilcas.
Pero Valcárcel nos debe otra estampa, otro símbolo: el indio “chauffeur”, como lo vio en Puno, este año, escritas ya las cuartillas de “Tempestad en los Andes”.
La época industrial burguesa de la civilización occidental; permaneció, por muchas razones, ligada al caballo. No solo porque persistió en su espíritu el acatamiento a los módulos y el estilo de la nobleza ecuestre, sino porque el caballo continuó siendo, por mucho tiempo, un auxiliar indispensable del hombre. La máquina desplazó, poco a poco, al caballo de muchos de sus oficios. Pero el hombre agradecido, incorporó para siempre al caballo en la nueva civilización, llamando “caballo de fuerza” a la unidad de potencia motriz.
Inglaterra, que guardó bajo el capitalismo una gran parte de su estilo y su gusto aristocrático, estilizó y quintaesenció al caballo inventando el “pursang” de carrera. Es decir, el caballo emancipado de la tradición servil del animal de tiro y del animal de carga. El caballo puro que, aunque parezca irreverente, representaría teóricamente, en su plano, algo así como, en el suyo, la poesía pura. El caballo fin de sí mismo, sobre el cual desaparece el caballero para ser reemplazado por el jockey. El caballero se queda a pie.
Mas, este parece ser el último homenaje de la civilización occidental a la especie equina. Al desplazarse de Inglaterra a Estados Unidos, el eje del capitalismo, lo ecuestre ha perdido su sentido caballeresco. Norte América prefiere el box a las carreras. Prohibido el juego, la hípica ha quedado reducida a la equitación. La máquina anula cada día más al caballo. Esto, sin duda, ha movido a Keyserlig a suponer que el chauffeur sucede como símbolo al caballero. Pero el tipo, el espécimen hacia el cual nos acercamos, es más bien el del obrero. Ya el intelectual acepta este título que resume y supera a todos. El caballo, por otra parte, como transporte, es demasiado individualista. Y el vapor, el tren, sociales y modernos por excelencia, no lo advierten siquiera como competidor. La última experiencia bélica marca en fin, la decadencia definitiva de la caballería.
Y aquí concluyo. El tema de una decadencia, conviene, más que a mí, a cualquiera de los abundantes discípulos de don José Ortega y Gasset.

José Carlos Mariátegui.

José Carlos Mariátegui La Chira

Carta a Artemia G de Falcón, 12/4/1923

Lima, 12 de abril de 1912 [1923]

Señora de todo mi respeto:

Solo ayer pude entrevistarme con el doctor Salomon. El lunes y el martes tuvo que concurrir a las sesiones secretas del Senado.

Me ha dicho el doctor Salomon que la próxima semana se dará la orden elativa a los pasajes de César.

A causa de hallarse en Lima un hermano mío, no dispongo de tiempo para nada. No me es posible, por esto, ir a Barranco a comunicarle personalmente el resultado de esta gestión.

Pero a fin de semana iré de toda suerte llevándole la solicitud para el pago del sueldo de abril.

Con mis mejores saludos para los suyos, le ruego aceptar mis respetos.
Su humilde servidor

José Carlos Mariátegui

José Carlos Mariátegui La Chira

Carta a Artemia G de Falcón, 31/7/1925

Su casa, Washington 544,
31 de julio de 1925

Señora Artemia G. de Falcón
Ciudad.

Señora de todo mi respeto:
De vuelta de Chosica, a donde fui en busca de salud, me complazco en anunciarle nuevamente que tiene Ud. su casa en Washington Nº 544.
Me parece que Humberto se ha enojado con nosotros por un incidente mínimo del día de la mudanza. Yo creo que la cosa no era para tanto. Pero estimo demasiado la amistad de César y los suyos para no apresurarme a ofrecer a Ud. las excusas que Ud. crea de mi debe.
Anita me encarga expresar a Ud. y a su señoritas hijas sus muy cordiales sentimientos. Sandro y Sigfrido le mandan muchos besos a Artemita.
Y yo me despido de Ud. con las respetuosas consideraciones de siempre. Su muy devoto y atento servidor.

José Carlos Mariátegui

José Carlos Mariátegui La Chira

Balance General-Noviembre

Balance General de la Sociedad Editora Amauta al 30 de Noviembre de 1929.
Se muestra los activos y pasivos de la Sociedad en la moneda oficial de ese año que era la libra peruana.
No presenta el nombre del gerente ni del contador

Sociedad Editora Amauta

Información Económica

Contiene los balances generales financieros donde se puede apreciar los ingresos y egresos de la Sociedad Editora Amauta durante el tiempo que realizó sus actividades.

Sociedad Editora Amauta

Una encuesta a José Carlos Mariátegui [Recorte de prensa]

Una encuesta a José Carlos Mariátegui

—¿Cómo cambiaron sus rumbos y aspiraciones literarias y se definieron en la forma que hoy se han definido?

  • Soy poco autobiográfico. En el fondo, yo no estoy muy seguro de haber cambiado. ¿Era yo, en mi adolescencia literaria, el que los demás creían, el que yo mismo creía? Pienso que sus expresiones, sus gestos primeros no definen a un hombre en formación. Si en mi adolescencia mi actitud fue más literaria y estética que religiosa y política, no hay de qué sorprenderse. Esta es una cuestión de trayectoria y una cuestión de época. He madurado más que cambiado. Lo que existe en mí ahora, existía embrionaria y larvadamente cuando yo tenía veinte años y escribía disparates de los cuales no sé por qué la gente se acuerda todavía. En mi camino, he encontrado una fe. He ahí todo. Pero la he encontrado porque mi alma había partido desde muy temprano en busca de Dios. Soy un alma agónica como diría Unamuno. (Agonía, como Unamuno con tanta razón lo remarca, no es muerte sino lucha. Agoniza el que combate.) Hace algunos años yo habría escrito que no ambicionaba sino realizar mi personalidad. Ahora, prefiero decir que no ambiciono sino cumplir mi destino. En verdad, es decir la misma cosa. Lo que siempre me habría aterrado es traicionarme a mí mismo. Mi sinceridad es la única cosa a la que no he renunciado nunca. A todo lo demás he renunciado y renunciaré siempre sin arrepentirme. ¿Es por esto por lo que se dice que mis rumbos y aspiraciones han cambiado?

—¿Cómo hace usted para vivir al corriente de la actualidad internacional y referírnosla sin engañarse y sin engañarnos?

  • Trabajar, estudiar, meditar. Alguien me ha atribuido la lectura de revistas checoeslavas y yugoeslavas. Puede usted creerme si le afirmo que mis fuentes de información son menos exóticas y que no conozco lenguas eslavas. Recibo libros, revistas, periódicos de muchas partes, no tantos como quisiera. Pero el dato no es sino dato. Yo no me fío demasiado del dato. Lo empleo como material. Me esfuerzo por llegar a la interpretación.

—¿Tiene usted comunicación directa con centros, periódicos o personas empeñadas en la labor de justicia social que preocupa a la humanidad en la hora presente?

  • Soy perezoso para la correspondencia. Escribo muy pocas cartas. Pero naturalmente vivo en espontánea relación con algunas gentes del extranjero. Con núcleos y revistas de Hispanoamérica sobre todo. También con algunas gentes de Estados Unidos y Europa. Los últimos correos me han traído algunas cartas interesantes. Waldo Frank, el gran nortea­mericano, agradece, en un artículo mío publicado en el Boletín Bibliográfico de la Universidad de Lima, un saludo de Sudamérica. Henri Barbusse me escribe: «Más que nunca nos ocupamos de agrupar las fuerzas intelectuales internacionales. Buscamos la fórmula amplia y humana que nos permitirá apoyarnos los unos en los otros y suscitar, entre los trabaja­dores del espíritu, defensores del porvenir. Para esto me pondré sin duda algún día en relación con usted, pues yo pienso que usted representa en su país los elementos osados y lúcidos que hay que llegar a unir en bloque». Manuel Ugarte, co­mentando mi libro, me recuerda que él ha sido siempre un hombre de extrema izquierda y que «si los acontecimientos nos ponen en el trance de elegir entre Roma y Moscú», él se pronunciará resueltamente a favor de Moscú.

—¿Cree usted que el nuevo estado de espíritu a que alude Ingenieros se deja sentir entre nosotros?

  • Ciertamente. Hay muchas señales de renovación espiritual e ideológica. Yo mismo no soy sino un síntoma. En Lima, en el Cuzco, en Trujillo, en la ciudad y en la aldea, existen hombres que trabajan con la mirada puesta en el porvenir. En el porvenir que será de los que sepan serle fieles. La nueva generación no es una mera frase. Y la calumnian quienes la suponen poseída por un espíritu exclusivamente destructor, iconoclasta, negativo. Al contrario, yo no puedo concebirla sino como una generación eminentemente cons­tructiva. Y muy idealista y muy realista al mismo tiempo. Nada de fórmulas utópicas. Nada de abstracciones brumosas.

—¿Cuál es, en su concepto, el movimiento revo­lucionario-idealista de mayor trascendencia .en los últimos tiempos?

  • La revolución rusa, incontestablemente. Lo que no quiere decir que yo no admire y estime el movimiento gan­dhiano aunque políticamente lo vea fracasado.

—¿Qué libro publicado después de la guerra es el que, a su ver, tiene mayor dosis de humanidad?

  • Es difícil responder. Ortega y Gasset nos habla de la deshumanización del arte. Su tesis aparece fundada si se tiene en cuenta sólo algunas corrientes, algunas expresiones de decadencia o de desequilibrio. El más nuevo y más interesante movimiento de la literatura occidental —el suprarrealismo— no se conforma con la tesis de la deshuma­nización del arte. Me parece, más bien, un intento de rehu­manización. Hay, por otra parte, mucha humanidad en la obra de Romain Rolland, de Henri Barbusse, de Fierre Hamp, de George Duhamel, por no citar sino especímenes ilustres de la literatura francesa, la más conocida aquí después de la española. ¿Y Leonhard Frank, Waldo Frank, Israel Zangwill, Panait, Istrati y el propio Bernard Shaw? Al mismo Pirandello —producto típico de una decadencia— yo no lo encuentro tan antihumano o inhumano como se pretende. Pero, en fin, si usted me pide títulos, citaré al azar: "Der mensch ist gut" de Leonhard Frank, el "Juan Cristóbal" y "L'Ame Enchantée" de Romain Rolland, "Le Lin" y toda la serie de "la peine des hommes" de Pierre Hamp, "Les Enchainements" de Henri Barbusse.

—¿Qué libros de esta índole cree usted que deberían ser divulgados entre nosotros?

  • Todos los que encierren una verdad honda; todos los que traduzcan una fe apasionada y creadora; todos los que no sean puro diletantismo o snobismo.

—¿Por sus conocimientos y vinculaciones puede usted decirme si hay una verdadera organización obrera en el Perú?

  • Todavía no. No hay sino embriones, gérmenes de organización. En Lima la organización sindical ha hecho muchos progresos porque aquí hay numeroso proletariado industrial. En las pequeñas ciudades no es posible aún la organización.

—¿Cómo luchar contra el analfabetismo, una de nuestras mayores desgracias?

  • No soy de los que piensan que la solución del problema indígena es una simple cuestión de alfabeto. Es, más bien, una cuestión de justicia. No la resolverá, sólo, un ministro de Instrucción Pública. El indio alfabeto no es más feliz ni más libre ni más útil que el indio analfabeto. El ejemplo de México me parece, a este respecto, el más próximo.

—¿Cree usted que hace falta un diario de orientación obrera en el Perú?

  • Tan lo creo que inicié hace dos años la fundación de la Editorial Obrera Claridad.

—¿Cree usted que existe entre nosotros el feminismo en el verdadero sentido de esta palabra?

-Existen algunas feministas. Pero feminismo —en­tendido como movimiento orgánico y definido, de espíritu revolucionario— no existe aún.

Ramos, Angela

Carta a Ricardo Vegas García, 3/6/1925

Lima, 3 de junio de 1925
Mi querido Vegas:
Ahí va mi respuesta a la enquête. Ahí va también, más puntual que de costumbre, mi artículo de la semana. Le adjunto asimismo un borrosísimo Panait Istrati que puede servir, en caso de que no tenga Ud. mejor retrato, para que Vizcarra o Vallejos reconstruyan un Panait Istrati, a lápiz o a pluma, aunque no resulte válido sino en primera aproximación como diría un físico relativista. Esa fotografía, aunque borrosa, es un documento de la biografía de Panait Istrati. Lo presenta en pose de fotógrafo ambulante en un malecón de Niza un mes antes de que se convirtiera, de improviso y con el primer libro, en un literato ilustre y archinotorio.
Me marcharé siempre a Chosica por unos días; pero no partiré antes del sábado o del lunes.
No se olvide Ud. de reclutarme los folletos y revistas dispersos que tengo en su oficina. Reivindico igualmente la propiedad de la fotografía de Pettoruti.
Muy cordialmente lo abraza su amigo y compañero.
José Carlos

José Carlos Mariátegui La Chira

Carta de Filiberto Teusta Mori, 14/12/1927

Lima, 14 de diciembre de 1927
Señor,
José Carlos Mariátegui
Ciudad
Distinguido escritor:
Ya personalmente le participé mi proyecto de fundar en esta Ciudad, una revista titulada "LABOREMOS". Mis trabajos van avanzando, i el primer número saldrá en enero próximo.
Entre los intelectuales que he escogido para unirme a ellos, Ud. falta. Por eso me interesa saber con precisión si no rehusa Ud. colaborar en mi revista, que será tribuna de los hombres nuevos, que desean "crear un Perú nuevo".
Soy un soldado más, de las ideas nuevas; i estoy dispuesto a luchar i sacrificarme por todo lo que significa: renovación, avancismo; es decir, revolución.
¿Le parece a Ud. bueno o inapropiado el título de mi revista?
Como primer paso para formar una nueva conciencia popular en mi Departamento (Amazonas) pienso fundar: Una Biblioteca Pública; un Instituto de Enseñanza Popular, i una Asociación de Estudiantes Amazonenses, compuesta de todos los alumnos del Colegio i escuelas de ese Departamento. Tengo seguridad de triunfar. ¿Apoya Ud. este proyecto mío?
Saludándole afectuosamente me despido
Su atte i S. S.
Filiberto Teusta Mori.

Teusta Mori, Filiberto

Carta de Nestor S. Martos, 13/7/1929

Piura, 13 de julio de 1929
Sr. José Carlos Mariátegui
Lima.
Querido colega:
Casi todos los artículos de su último libro los había leído ya en las revistas donde primero se publicaron. Pero no por eso le agradezco menos el ejemplar que ha tenido la gentileza de dedicarme. Tiene Ud. un ojo muy diestro en la captación de las perspectivas históricas, y su laboratorio socialista donde las plasma y reduce a artículos, me place grandemente. El Mariátegui iconoclasta que vapulea a las febles figuras de la literatura peruana, merece toda mi simpatía.
Muy reconocido por su autorización para reproducir los artículos de sus periódicos.
Le adjunto uno que —si le parece— puede insertarlo en Amauta.
Cordialmente suyo
Néstor Martos.

Martos, Néstor S.

Carta a Mario Nerval, 28/6/1929

Lima, 28 de junio de 1929
Querido compañero Mario Nerval:
He tenido noticia, por sus informaciones a I. y por las de un amigo que conversó gratamente con Ud. en La Paz, de la actitud del grupo de peruanos de ese país respecto a la cuestión del Apra. Prácticamente y teóricamente, esta cuestión está superada. La resolución del grupo de París, el más importante como centro de polarización de los adherentes y simpatizantes que residen en Europa, pone término al debate. Los compañeros de México, a su vez, rectifican su posición, declarando definitivamente abandonado el plan del partido Nacionalista. El Apra, en cuanto plan de frente único continental, queda totalmente sometido a las deliberaciones del próximo Congreso Anti-imperialista de París, que se pronunciará inevitablemente por la unificación de las fuerzas anti-imperialistas de la América Latina. Existe ya una moción de Goldschmidt, Rivera y otro en este sentido. Ningún verdadero anti-imperialista puede rebelarse contra este voto, para mantenerse aferrado a la fórmula que le sea particularmente cara. El revolucionario debe ser, ante todo, realista y disciplinado. Si el Apra no es posible, quiere decir que no es necesaria, ni es revolucionaria. Entendida como alianza o frente único nacional, el Apra queda subordinada al movimiento de concentración y de definición que presentemente se opera. Los elementos que trabajamos por el socialismo, con los obreros y campesinos, daremos vida a nuestro Partido Socialista. Los que con un programa nacionalista revolucionario quieran organizar a la pequeña burguesía, son muy libres de hacerlo. Si su partido, hipotético por el momento llega a ser una organización de masas, no tendremos inconveniente en colaborar eventualmente con él con objetivos bien definidos. Los términos del debate quedan así bien esclarecidos y todo reproche por divisionismo completamente excluido. No hay por nuestra parte divisionismo sino clarificación. Queremos que se constituyan fuerzas homogéneas; queremos evitar el equívoco; queremos salir del confusionismo. ¿Puede haber doctrinal y teóricamente un propósito más neto y más oportuno? Lo dudo.
No tengo noticias directas de Ud. desde hace algún tiempo. Una vez, anunció Ud. en una carta a la administración que me escribía, pero no recibí esta carta. Si Ud. me la dirigió, cayó sin duda en las redes de la censura postal, especialmente celosa con mi correspondencia. No emplee nunca mi dirección.— Puede usar la siguiente: Guillermina M. de Cavero, Sagástegui 663 altos.
Si está ya, como creo, Rómulo Meneses en La Paz, dígale que no tengo noticias suyas. Sé que recibió mi libro, pero no por carta suya. Si me ha escrito, su carta ha corrido la misma suerte que tantas otras. Dígale cuál es mi pensamiento. Y agréguele que me interesa conocer, exactamente, sus puntos de vista.
Con cordial sentimiento, lo abraza su amigo y compañero
José Carlos
P.D.—Hágale llegar mis más afectuosos saludos al compañero Zerpa. Mis mejores recuerdos a los compañeros González R. Cerruto, Valdez, Sánchez Málaga, etc.—V.

José Carlos Mariátegui La Chira

César Falcón (Fondo)

  • PE PEAJCM CF-F-05
  • Fondo
  • 1910-1924

El Fondo está constituido por un serie documental Correspondencia (1) y tres sub-series: Correspondencia Emitida (1.1), principalmente con su madre; Correspondencia Recibida (1.2) y De otras personas (1.3), en el que se aprecia 3 notas enviadas por Alberto Salomon a Artemia G. de Falcón.

Falcón, César

"La literatura peruana" por Luis Alberto Sánchez

"La literatura peruana" por Luis Alberto Sánchez

Nueva contribución a la crítica de Valdelomar

Valdelomar no es todavía, en nuestra literatura, el hombre matinal. Actuaban sobre él demasiadas influencias decadentistas. Entre “las cosas inefables e infinitas” que intervienen en el desarrollo de sus leyendas incaicas, con la Fe, el Mar y la Muerte, pone al Crepúsculo. Desde su juventud, su arte estuvo bajo el signo de D’Annunzio. En Italia, el tramonto romano, el atardecer voluptuoso del Janiculum, la vendimia autumnal, Venecia anfibia -marítima y palúdica- exacerbaron en Valdelomar las emociones crepusculares de “Il Fuoco”.

Pero a Valdelomar lo preserva de una excesiva intoxicación decadentista su vivo y puro lirismo. El “humor” esa nota frecuente de su arte, es la senda por donde se evade del universo d’annunziano. El “humor” da el tono al mejor de sus cuentos: “Hebaristo, el sauce que se murió de amor”. Cuento pirandelliano, aunque Valdelomar acaso no conociera a Pirandello que, en la época de la visita de nuestro escritor a Italia, estaba muy distante de la celebridad ganada para su nombre por sus obras teatrales. Pirandelliano por el método: identificación panteísta de las vidas paralelas de un sauce y un boticario: pirandelliano por el personaje: levemente caricaturesco, mesocrático, pequeño burgués, inconcluso; pirandelliano por el drama; el fracaso de una existencia que, en una tentativa superior a su ritmo sórdido, siente romperse su resorte con grotesco y risible traquido.
Un sentimiento panteísta, pagano, empujaba a Valdelomar a la aldea, a la naturaleza. Las impresiones de su infancia, transcurrida en una apacible caleta de pescaderos, gravitan melodiosamente en su subconsciencia. Valdelomar es singularmente sensible a las cosas rústicas. La emoción de su infancia está hecha de hogar, de playa y de campo. El “soplo denso, perfumado del mar”, la impregna de una tristeza tónica y salobre:
“y lo que él me dijera aún en mi alma persiste; mi padre era callado y mi madre era triste y la alegría nadie me la supo enseñar”.
(“Tristitia”)
Tiene, empero, Valdelomar, la sensibilidad cosmopolita y viajera del hombre moderno. New York, Times Square, son motivos que lo atraen tanto como la aldea encantada y el “caballero carmelo”. Del piso 54 del Woolworth pasa sin esfuerzo a la yerbasanta y a la verdolaga de los primeros soledosos caminos de su infancia. Sus cuentos acusan la movilidad caleidoscópica de su fantasía. El dandismo de sus cuentos yanquis o cosmopolitas, el exotismo de sus imágenes china y orientales (“mi alma tiembla como un junco débil”), el romanticismo de sus leyendas incaicas el impresionismo de sus relatos criollos, son en su obra estaciones que se suceden, se repiten, se alternan en el itinerario del artista, sin transición y sin ruptura espirituales.
Su obra es esencialmente fragmentaria y escisípara. La existencia y el trabajo del artista se resentían de indisciplina y exuberancia criolla. Valdelomar reunía, elevadas a su máxima potencia, las cualidades y los defectos del mestizo costeño. Era un temperamento excesivo que del más exasperado orgasmo creador caía en el más asiático y fatalista renunciamiento de todo deseo. Simultáneamente ocupaban su imaginación un ensayo estético, una divagación humorística, una tragedia pastoril (“Verdolaga”), una vida romanesca (“La Mariscala”). Pero poseía el don del creador. Los gallinazos del Martinete, la Plaza del Mercado, las riñas de gallos, cualquier tema podía poner en marcha su imaginación, con fructuosa cosecha artística. De muchas cosas, Valdelomar es descubridor. A él se le revoló, primero que a nadie en nuestras letras, la trágica belleza agonal de las corridas de toros. En tiempos en que este asunto estaba reservado aún a la prosa pedestre de los iniciados en la tauromaquia, escribió su “Belmonte, el trágico”.
La “greguería” empieza con Valdelomar en nuestra literatura. Me consta que los primeros libros de Gómez de la Serna que arribaron a Lima, gustaron sobre manera a Valdelomar. El gusto atomístico de la “greguería” era, además, innato en él, aficionado a la pesquisa original y a la búsqueda microcósmica. Pero, en cambio Valdelomar no sospechaba aún en Gómez de la Serna al descubridor del Alba. Su retina de criollo impresionista era experta en gozar voluptuosamente, desde la ribera dorada, los colores ambiguos del crepúsculo.

José Carlos Mariátegui.

José Carlos Mariátegui La Chira

La enseñanza artística

La enseñanza artística

El programa de enseñanza -y, más que el programa, que es teoría, la práctica de la enseñanza- no concede en el Perú sino un exiguo sitio a la educación artística. Hasta hoy no se ha dado, -en el sentido de organizarla o más bien, de instituirla,- ni siquiera el paso elemental de encargar esta enseñanza a maestros calificados. La enseñanza de dibujo en los colegios y escuelas nacionales está, todavía, en manos de “aficionados”. El más mediocre y ramplón de los diletantismos domina en este aspecto de la instrucción pública.
Esta deficiencia se explicaba, plenamente, en la época en que no existía una Escuela de Bellas Artes, apta al menos para abastecer a los colegios y escuelas de maestros idóneos, con título y capacidad para la enseñanza artística. Pero desde que esta Escuela se encuentra en grado de proveer a la Instrucción Pública de un número, apreciable ya, de maestros, ha desaparecido todo motivo para prorrogar el dominio del diletantismo en el aprendizaje de dibujo y, en general, de nociones de arte en las escuelas y colegios. Es ya tiempo, mejor dicho, de establecer la enseñanza artística. Porque hasta ahora no existe.

El personal disponible para este objeto no es, numeroso. Pero es ya suficiente para el experimento en que debe elaborarse un programa de enseñanza artística. Un gran progreso sería ya un reglamento que impusiera la preferencia de los diplomados de la Escuela de Bellas Artes en la enseñanza de dibujo, historia del arte, etc., en los colegios y escuelas. Los profesionales no bastarían, por lo pronto, para desalojar totalmente a los “aficionados” o diletantes. Más lo mismo acontece en todos los ramos de la instrucción pública. Como el Ministro de Instrucción lo ha declarado recientemente en el Congreso, el problema de la enseñanza se presenta, ante todo, como un problema de maestros. La ley quiere que la enseñanza esté a cargo de normalistas; pero el porcentaje de estos en el personal de preceptores del Estado es todavía muy reducido.

La Escuela de Bellas Artes debe tener una función en la educación pública. El Perú no puede permitirse el lujo de una academia sin aplicación práctica. No basta, como rendimiento de la Escuela, una cosecha anual de cuadros y diplomas que, en la historia artística del Perú, se reducirá naturalmente a una que otra verdadera vocación de artistas oportunamente auxiliada y disciplinada.
El establecimiento de la enseñanza artística resolverá, por otra parte, un problema que está destinado, si oportunamente no se le considera y soluciona, a anular en gran parte la eficacia de la Escuela de Bellas Artes. Los alumnos pobres de esta Escuela, cuando salen de ella, hacen el triste descubrimiento de que su aprendizaje de dibujo y pintura o escultura no les sirve para ganarse inmediatamente la vida.

El Perú no está aún en condiciones de dar trabajo a sus artistas, no tanto porque es un país pobre cuanto porque la educación artística de su clase “ilustrada” o dirigente ha adelantado muy poco, a pesar de la aparente europeización de gentes y costumbres. De la civilización occidental, esta clase ilustrada aprecia bastante el automóvil, el cemento, el asfalto, el ornamento, pero estima aún muy poco el arte. Los artistas se encuentran aquí bloqueados por el ambiente, el cual les exige, por lo menos, el sacrificio de su personalidad.

Dentro de esta situación, proporcionar a los diplomados de la Escuela de Bellas Artes un medio honrado de subsistencia, como artistas, significaría facilitar a los más aptos, la realización de su personalidad, lejos de todo humillante tráfico. La instrucción pública se beneficiaría con la labor de maestros idóneos. Y la utilidad de la Escuela de Bellas Artes se multiplicaría, pues ese instituto no se limitaría ya a la misión de cultivar unos pocos temperamentos artísticos, abandonados luego a su propia suerte en un medio indiferente e impropicio.

El ejemplo de México puede enseñarnos mucho en este como en todos los aspectos de la organización de la enseñanza. En la escuela primaria se señalan en México los casos de vocación artística. Se han hecho exposiciones de trabajos de alumnos de las escuelas primarias positivamente interesantes, que demuestran el acierto con que se atiende en ese país, que en tantas cosas puede servirnos de modelo, a la educación artística de los niños.

Seguramente, entre los niños peruanos no es menos frecuente la aptitud artística. La raza indígena, poco dotada, al parecer, para la actividad teorética, se presenta en cambio sobresalientemente dotada para la creación artística. Lo que mejor conserva el indio, hasta ahora, enraizado en sus costumbres, es su sentimiento artístico, expresado en varios modos. Verbigratia, por la asociación de la música y la danza a su trabajo agrario.

No me refiero, esta vez, sino a la enseñanza elemental de las artes plásticas. Pero los mismos conceptos son, en línea teórica, aplicables a la enseñanza de la música en los colegios. También de este terreno urge extirpar el diletantismo de los “aficionados”. Los rendimientos de la Academia Nacional de Música son, es cierto, muy pobres, no obstante los años que tiene de establecida. Pero se suman a ellos los de uno o dos conservatorios particulares.

La reforma que a este respecto parece urgente realizar, es la de sustraer la Academia Nacional de Música a la tutela de una sedicente sociedad musical, sin ninguna aptitud técnica para dirigirla y orientarla con eficiencia.

José Carlos Mariátegui.

José Carlos Mariátegui La Chira

Pasadismo y Futurismo

Pasadismo y Futurismo

Luis Alberto Sánchez y yo hemos constatado recientemente que uno de los ingredientes, tanto espirituales como formales, de nuestra literatura y nuestra vida es la melancolía. Bien. Pero otro, menos negligible tal vez, es el pasadismo. Estos elementos no coinciden arbitraria o casualmente. Coinciden porque son solidarios, porque son consustanciales, porque son consanguíneos. Son dos aspectos congruentes de un solo fenómeno, dos expresiones mancomunadas de un mismo estado de ánimo. Un hombre aburrido, hipocondriaco, gris, tiende no solo a renegar el presente y a desesperar del porvenir sino también a volverse hacia el pasado. Ninguna ánima, ni aún la más nihilista, se contenta ni se nutre únicamente de negaciones. La nostalgia del pasado es la afirmación de los que repudian el presente. Ser retrospectivos es una de las consecuencias naturales de ser negativos. Podría decirse, pues, que la gente peruana es melancólica porque es pasadista y es pasadista porque es melancólica.

Las preocupaciones de otros pueblos son más o menos futuristas. Las del nuestro, resultan casi siempre tácita o explícitamente pasadistas. El futuro ha tenido en esta tierra muy mala suerte y ha recibido muy injusto trato. Un partido de carne, mentalidad y traje conservadores fue apodado partido futurista. El diablo se llevó en hora buena a esa facción estéril, gazmoña, impotente. Mas la palabra “futurista'” quedó desde entonces irremediablemente desacreditada. Por eso, no hablamos ya de futurismo sino, aunque suene menos bien, de porvenirismo. Al futuro lo hemos difamado temerariamente atribuyéndole relaciones y concomitancias con la actitud política de la más pasadista de nuestras generaciones.

El pasadismo que tanto ha oprimido y deprimido el corazón de los peruanos es, por otra parte, un pasadismo de mala ley. El período de nuestra historia que más nos ha atraído no ha sido nunca el período incaico. Esa edad es demasiado autóctona, demasiado nacional, demasiado indígena para emocionar a los lánguidos criollos de la República. Estos criollos no se sienten, no se han podido sentir, herederos y descendientes de lo incásico. El respeto a lo incásico no es aquí espontáneo sino en algunos artistas y arqueólogos. En los demás es, más bien, un reflejo del interés y de la curiosidad que lo incásico despierta en la cultura europea. El virreinato, en cambio, está más próximo a nosotros. El amor al virreinato le parece a nuestra gente un sentimiento distinguido, aristocrático, elegante. Los balcones moriscos, las escalas de seda, las “tapadas”, y otras tonterías, adquieren ante sus ojos un encanto, un prestigio, una seducción exquisitas. Una literatura decadente, artificiosa, se ha complacido de añorar, con inefable y huachafa ternura, ese pasado postizo y mediocre. Al gracejo, a la coquetería de algunos episodios y algunos personajes de la colonia, que no deberían ser sino un amable motivo de murmuración, les ha sido conferidos por esa literatura, un valor estético, una jerarquía espiritual, exorbitantes, artificiales, caprichosos. Los temas y los “dramatis personae” del virreinato no han sido abandonados a los humoristas a quienes pertenecían, por antonomasia, sus motivos cómicos y sus motivos galantes y casanovescos. Don Ricardo Palma hizo de ellos un uso adecuado e inteligente, contándonos con su malicia y su donaire limeños, las travesuras de los virreyes y de su clientela. “La Calesa de la Perricholi”, que Antonio Garland ha traducido con fino esmero y gusto gentil es otra pieza que se mantiene dentro de los mismos límites discretos. Toda esa literatura estaba y está muy bien. La que está mal es esa otra literatura nostálgica que evoca con unción y gravedad las aventuras y los chismes de una época sin grandeza. El fausto, la pompa colonial son una mentira. Una época fastuosa, magnífica, no se improvisa, no nace del azar. Menos aún desaparece sin dejar huellas. Creemos en la elegancia de la época “rococó” porque tenemos de ella, en los cuadros de Watteau y Fragonnard, y en otras cosas más plásticas y tangibles preciosos testimonios físicos de su existencia. Pero la colonia no nos ha legado sino una calesa, un caserón, unas cuantas celosías y varias supersticiones. Sus vestigios son insignificantes. Y no se diga que la historia del virreinato fue demasiado fugaz ni Lima demasiado chica. Pequeñas ciudades italianas guardan, como vestigio de trescientos o doscientos años de historia medioeval un conjunto maravilloso de monumentos y de recuerdos. Y es natural. Cada una de esas ciudades era un gran foco de arte y de cultura.

Adorar, divinizar, cantar el virreinato es, pues, una actitud de mal gusto. Los literatos e intelectuales que, movidos por un aristocratismo y un estetismo ramplones, han ido a abastecerse de materiales y de musas en los caserones y guardarropías de la colonia, han cometido una cursilería lamentable. La época “rococó” fue de una aristocracia auténtica. Francia, sin embargo, no siente ninguna necesidad espiritual de restaurarla. Y las escenas de la revolución jacobina, la música demagógica de la marsellesa, pesan mucho más en la vida de Francia que los melindres y los pecados de Madame Pompadour. Aquí, debemos convencernos sensatamente de que cualquiera de los modernos y prosaicos “buildings” de la ciudad, vale, estética y prácticamente, más que todos los solares y todas las celosías coloniales. La “Lima que se va” no tiene ningún valor serio, ningún perfume poético, aunque Gálvez se esfuerce por demostrarnos, elocuentemente, lo contrario. Lo lamentable no es que esa Lima se vaya, sino que no se haya ido más de prisa.

El doctor Mackay, en una conferencia, se refirió discretamente al pasadismo dominante en nuestra intelectualidad. Pero empleó, tal vez por cortesía, un término inexacto. No habló de “pasadismo” sino de “historicismo”. El historicismo es otra cosa. Se llama historicismo una notoria corriente de filosofía de la historia. Y si por historicismo se entiende la aptitud para el estudio histórico, aquí no hay ni ha habido historicismo. La capacidad de comprender el pasado es solidaria de la capacidad de sentir el presente y de inquietarse por el porvenir. El hombre moderno no es sólo el que más ha avanzado en la reconstrucción de lo que fue sino también el que más ha avanzado en la previsión de lo que será.
El espíritu de nuestra gente es, pues, pasadista; pero no es histórico. Tenemos algunos trabajos parciales de exploración histórica, mas no tenemos todavía ningún gran trabajo de síntesis. Nuestros estudios históricos son, casi en su totalidad, inertes o falsos, fríos o retóricos.

El culto romántico del pasado es una morbosidad de la cual necesitamos curarnos. Oscar Wilde, con esa modernidad admirable que late en su pensamiento y en sus libros, decía: “El pasado es lo que los hombres no habrían debido ser; el presente es lo que no deberían ser”. Un pueblo fuerte, una gran generación robusta no son nunca plañideramente nostálgicos, no son nunca retrospectivos. Sienten, plenamente, fecundamente, las emociones de su época. “Quien se entretenga en idealismos provincianos -escribe Oswald Spengler, el hombre de mayor perspectiva histórica de nuestro tiempo- y busque para la vida estilos de tiempos pretéritos, que renuncie a comprender la historia, a vivir la historia, a crear la historia”.
Una de las actitudes de la juventud, de la poesía, del arte y del pensamiento peruanos que conviene alentar es la actitud un poco iconoclasta que, gradualmente, van adquiriendo. No se puede afirmar hechos e ideas nuevas si no se rompe definitivamente con los hechos e ideas viejas. Mientras algún cordón umbilical nos una a las generaciones que nos han precedido, nuestra generación seguirá alimentándose de prejuicios y de supersticiones. Lo que este país tiene de vital son sus hombres jóvenes; no sus mestizas antiguallas. El pasado y sus pobres residuos son, en nuestro caso, un patrimonio demasiado exiguo. El pasado, sobre todo, dispersa, aísla, separa, diferencia demasiado los elementos de la nacionalidad, tan mal combinados, tan mal concertados todavía. El pasado nos enemista. Al porvenir le toca darnos unidad.

José Carlos Mariátegui.

José Carlos Mariátegui La Chira

Agendas, Direcciones y Tarjetas

Presenta documentos con nombres y direcciones de varios personajes, intelectuales, escritores las cuales fueron escritas por José Carlos Mariátegui en diferentes momentos de su vida.

José Carlos Mariátegui La Chira

Fondo José Carlos Mariátegui

  • PE PEAJCM JCM-F-03
  • Fondo
  • 1894-1930

El fondo personal de José Carlos Mariátegui, pensador marxista latinoamericano más representativo del siglo XX en el Perú y Latinoamérica, está compuesto por sus documentos personales: 137 escritos, 15 conferencias, 534 documentos de su correspondencia personal, diversas credenciales como periodista y como participante en conferencias, 150 artículos publicados en revistas como Variedades y Mundial, 188 fotografías y demás tipologías documentales que se pueden apreciar en las series del fondo.
El fondo alberga actualmente 1,300 objetos documentales, de los cuales 1,051 pueden ser revisados en su catálogo digital. (archivo.mariategui.org). El catálogo se actualiza constantemente según se vayan ordenando las series y el tiempo que toma el proceso de digitalización.

José Carlos Mariátegui La Chira

Acreditaciones

Esta serie ordena los documentos de diferentes entidades, instituciones, asociaciones, etc de las que formara parte José Carlos Mariátegui. Integra también sus credenciales como corresponsal periodístico durante su estadía en Europa.

José Carlos Mariátegui La Chira

Pasaporte

Pasaporte otorgado a José Carlos Mariátegui por la Casa Prefectural en Lima, el 28 de setiembre de 1919.

José Carlos Mariátegui La Chira

Documentación Civil

La serie se compone por documentos de índole civil como su constancia de bautismo, constancia de nacimiento y su pasaporte.

Visita del escritor boliviano Tristan Maroff

Visita del escritor boliviano al Perú en febrero de 1928.
De izquierda a derecha, sentados: Anna Chiappe, Esposa de Tristán Maroff, José Carlos Mariátegui, Tristán Maroff y Ángela Ramos.
De izquierda a derecha, de pie: Ángel Medina, Helimberg, Noemí Milstein, Miguel Adler, Ricardo Martínez de la Torre y Luis Ramos

Archivo José Carlos Mariátegui

Informaciones de Casma [Recorte de prensa]

Recorte de una carta que da cuenta sobre los problemas que atraviesa la ciudad de Casma tales como: falta de alumbrado, correo y telégrafos, enveredamiento de la ciudad, robo, instrucción pública. La carta se publicó en un periódico de Huaraz en diciembre de 1928.

Autor Desconocido

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