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Gómez Carrillo, Enrique
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En torno a Sanín Cano

Sanin Cano, coincide sin duda con Bernard Shaw en la apreciación del periodismo. No aspira al título de ensayista ni de filósofo porque le basta el título de periodista. Y si periodismo es todo lo que pretende Bernard Shaw, el escritor colombiano se contenta con una clasificación que no oscurece ni disminuye sus méritos de pensador y polígrafo.
Urge convenir en que el descrédito del periodista, particularmente en Hispano América es justificado. El periodismo, ejercido generalmente por una muchedumbre más o menos anónima de diletantes, aparece como un género que no requiere ninguna preparación cultural y ninguna aptitud literaria. El periodista se supone el derecho de discurrir de todo sin estar enterado de nada. Frente a una cuestión económica o a una doctrina social, el diletante no se sienta jamás embarazado por su ignorancia. Lo sostiene una confianza excesiva de que la ignorancia de sus lectores sea aún mayor. El socialismo sufre en la prensa las más inverosímiles desfiguraciones por obra de gentes de las cuales no solo se puede decir que no han leído nunca a Marx, Engels, Lasalle ni Sorel, sino que serían absolutamente capaces de entenderlos-
Pero se manifiesta ya un movimiento de reivindicación de la profesión de periodista. Esta reivindicación no se reduce por su puesto al empeño Henri Berand en demostrar que un reportero puede escribir tan bien como el mejor literato (Las mediocres novelas de Henri Berand, en verdad, no lo prueban todavía). El artículo del escritor responsable y calificado desaloja crecientemente de la prensa a la divagación inepta del gacetillero. El público distingue cada vez más las varias jerarquías de periodistas.
Esta sección debe mucho en el sector hispánico a la obra de Sanín Cano que ha contribuido poderosamente a elevar el comentario y la crítica periodísticos con visible influencia del público y en especial del que no llega al libro.
Durante el apogeo del cronista durante el cual la predilección de los lectores fue acaparada por escritores del tipo de Gomes Carrillo ha seguido un periodo del apogeo del ensayista. Lo que demuestra que al lector no le basta ya la sola anécdota.
Se destaca frecuentemente como uno de los rasgos mayores de Sanín Cano, su humorismo. La aparición de este “filósofo de la risa” según Araquistain -quien corrobora un concepto de Armando Donoso a propósito de Arturo Candela, es uno de los signos de maduramiento literario de Hispano América.
El agudo escritor colombiano, es sin disputa un humorista. Pero su humorismo no es su cualidad sustantiva, la que más lo distingue entre los ensayadores del Continente. A pesar de su humorismo, el diría que precisamente por su humorismo, -Sanín Cano se singulariza por su pensamiento circunspecto, coherente y hondo. Su gesto de escéptico no le impide guardar una leal y honrada devoción a algunas ideas fundamentales, vervigracia la idea de la libertad. La ironía, el humor, en ningún momento restan seriedad ni unidad a su pensamiento. Sanín Cano se comporta siempre como un espíritu constructivo, que asume libre, pero fielmente una misión docente en la evolución intelectual de estos pueblos. No lo atrae el apostolado, pero quiere cumplir sin alarde y sin desplante una obra de orienta(...).
(...) generación ponderada que, con Rodó se impuso el gesto de la línea ateniense (Sanín Cano sin embargo no es muy indulgente con algunos aspectos del patrimonio greco-romano. Véase su ensayo “Bajo el signo de Marte”). La generación de hoy por razones de época, piensa y obra con un ritmo más acelerado. Le toca acompasarse a una hora de violencia. Pero salvada esta diferencia de pulsación espiritual, puede reconocer en Sanín Cano un precursor y hasta un maestro por su pasión de verdad y de justicia.
Ante el fenómeno norteamericano, Sanín Cano ha tenido siempre una actitud de vigilante defensa de la autonomía y de la personalidad de la América Latina. Hace poco incitaba a su país a la previsión de los peligros de los préstamos yanquis.
Pocas actitudes de su pensamiento a mi juicio, definen su ambición como la justicia que hace a Brandes en estas palabras: ”La suerte de Brandes riva a la idea de la libertad de su más alto representante y de su más asiduo y eficaz defensor en los últimos sesenta años. Mientras otras inteligencias ochocentistas, claudicaron y se rindieron, escondiendo en pliegues de sutil ironía su escepticismo en materia de libertades, Brandes perseveró siempre dedicado a los principios formulados ruidosamente con estupenda claridad y hermosura en su conferencia del año setenta”.
Me complace en haber coincidido con Sanín Cano en la estimación del que yo también considero como el mayor mérito del pensador americano.
A Sanín Cano sus pósteros le reconocerán el mismo mérito de haberse conservado fiel al pensamiento liberal y progresista en una época en que turbados por la atracción reaccionaria, lo renegaban la mayoría de sus más veteranos(...).

José Carlos Mariátegui La Chira

Gomez Carrillo

Un nuevo capítulo del periodismo hispano-americano, el del apogeo del “cronista”, principia y termina con Enrique Gómez Carrillo. Capítulo concluido con la guerra que desalojó de la primera plana de los diarios los tópicos de miscelánea, a favor de los tópicos de historia. Con su fin, vino un período de decadencia no precisamente de la crónica sino del cronista. La crónica ha pasado a manos más graves o más finas: Araquistain o Gómez de la Serna. El cronista tiene ahora un lugar subsidiario.
La opinión pública, “emperatriz nómade” como la llama Lucien Romier, condecoró a Gómez Carrillo con el título de “príncipe de los cronistas”. Coronación honoraria, parisiense, democrática, efímera, con algo de la reina de carnaval. Gómez Carrillo ejerció su principado con la alegría bohemia de una griseta. Tenía para todo, la maleabilidad y el mimetismo del criollo, su pasta blanda de mundano innato.
Pertenecía literariamente a una época en que el alma de la América española se prendó de un París finisecular y en que la prosa y poesía hispanoamericanas se afrancesaron algo versallescamente. Rubén Darío, hijo del trópico como Gómez Carrillo, aunque como gran poeta más americano, manos deraciné, condensa, reúne y preside este fenómeno a través del cual nuestra América no asimiló tanto a la Sorbona como al boulevard. Boulevard arriba, boulevard abajo, caminaba todavía Fray Candil, cuando en 1919, me instalé yo por primera vez en la terraza de un café de París, a pocos pasos del café napolitano, donde Gómez Carrillo completaba una peña inestable y compósita. Pero ya ni el boulevard ni Fray Candil, interesaban como antes. Por el boulevard había pasado la guerra, el armisticio, la victoria. Y a la América Latina le había nacido un alma nueva.
A las generaciones post-bélicas, Europa le sirve para descubrir a América. Tramonta cada día más esa literatura de emigrados que, en la crónica, representa Gómez Carrillo. El cosmopolitismo -que puede parecer a algunos un rasgo común de una y otra época literaria- nos conduce al autoctonismo. Además el cosmopolitismo de ahora es distinto al de ayer, también cosa de boulevard, emoción de París. Gómez Carrillo visitó Jerusalén y el Japón sin abandonar sentimental ni literariamente su café parisiense. Con el viajaban siempre sus recuerdos literarios, sus clichés sentimentales. No nos dio nunca, por esto, una visión directa y profunda de las ciudades y de los pueblos. Amó y sintió a los paisajes según la literatura. No descubrió jamás un tópico origen, un sentimiento inédito. Por esto, ignoró siempre a América. Su nomadismo intelectual prefería el último exotismo de moda en un París más Henri Bataille que Paul Bourget. “Jerusalem la Tierra Santa”, “El Japón Heroico y Galante”, “Flores de Penitencia” son otras tantas estaciones del itinerario sentimental de un burgués parisiense de su tiempo. Tiempo de voluptuoso y crepuscular snobismo que se enamoraba versátil lo mismo de Mata Bari que de San Francisco. Anatole France, Gabriel D’Annunzio, diversos pero no contrarios, resumen su espíritu: culto galante de la “mujer fatal” sobre todas las mujeres, epicureísmo, humanismo y donjuanismo burgueses; helenismo de biblioteca y misticismo de menopausia; libídine fatiga y lujo industrial y rastacuero; “La Falena” y “El Martirio de San Sebastián”. Una decadencia no es siquiera exasperada y frenética de “La Noche de Charlotemburgo”, porque no es todavía la noche sino el crepúsculo.
Gómez Carrillo partía de un cabaret de Tebaida. De su viaje libresco -literatura- no imaginación, regresaba con sus artificiales “Flores de Penitencia”. Sabía que un público de gustos inestables se serviría de sus morosos y facticios éxtasis, cristianos con la misma gana que su última crónica del “demi-monde”.
Cortesano de los gustos de su clientela, Gómez Carrillo, esquivó lo difícil, se movió siempre sobre la superficie de las cosas que era casi siempre y brillante como un azulejo. La forma en Gómez Carrillo no era estructura ni volumen. No era sino superficie, y a lo sumo, esmalte. El rasgo de la “crónica” de su tiempo era la facilidad, rasgo característico. Nuestro tiempo ama y busca lo difícil. Lo difícil, no lo raro. La literatura difícil, como lo observa Tribaudet, conquista por primera vez, la popularidad, el mercado.
El “cronista” típico carece de opiniones. Reemplaza el pensamiento con impresiones que casi siempre coinciden con las del público. Gómez Carrillo era sobre todo un impresionista. Esto era lo que en él había de característicamente tropical y criollo. Impresionismo: he ahí el, rasgo más peculiar de la América criolla o mestiza. Impresionismo: color, esmalte, superficie.

José Carlos Mariátegui La Chira

Carta de Luis Cardoza y Aragón, 15/3/1928

París, 15 de marzo de 1928
M. Carlos Mariátegui
Lima
Le envío en pruebas, con todo afecto, este ensayo —ditirámbico— sobre Carlos Mérida, arte americano, en general, así como algunas reproducciones de Mérida y otras de Agustín Lazo, uno de los mejores pintores jóvenes de México como Ud. podrá juzgar, aunque someramente, por las fotografías que aquí van. No sé si Ravines le envió ya unas cuartillas sobre Gómez Carrillo. Esta vez decidí hacerlo yo directamente.
La amistad vigilante de Ravines, me informó de la suspensión de Amauta, de su encarcelamiento, de los expulsados, etc. y de la nueva reaparición de su revista que tanto desearía ver siempre. Sigo el esfuerzo de Ud. con mucho interés y créame que les estimo sinceramente.
Su afectuoso servidor.
L. Cardoza y Aragón

Cardoza y Aragón, Luis