Mostrando 594 resultados

Descripción archivística
José Carlos Mariátegui La Chira
Opciones avanzadas de búsqueda
Imprimir vista previa Hierarchy Ver :

557 resultados con objetos digitales Muestra los resultados con objetos digitales

Acreditaciones

Esta serie ordena los documentos de diferentes entidades, instituciones, asociaciones, etc de las que formara parte José Carlos Mariátegui. Integra también sus credenciales como corresponsal periodístico durante su estadía en Europa.

José Carlos Mariátegui La Chira

Agendas, Direcciones y Tarjetas

Presenta documentos con nombres y direcciones de varios personajes, intelectuales, escritores las cuales fueron escritas por José Carlos Mariátegui en diferentes momentos de su vida.

José Carlos Mariátegui La Chira

"Allen", por Valery Larbaud

Si Francia estuviera bajo el régimen fascista, con León Daudet y Charles Maurrás como mentores, este libro de Valery Larbaud no habría tal vez originado la repetición, en otra escena y con otros actores, del diálogo sobre “Strapaescu” y “Stracitta” que en Italia dividió en dos campos, a raíz de la aparición de “900”, la literatura fascista. Ninguna duda es posible, respecto a la posición en que este diálogo, menos amical y académico que el de “Allen”, habría tenido Valery Darbaud. No obstante su amor por el Ducado, el autor de A. O. Barnabooth habría estado obligado por su gusto y comercio cosmopolitas a tomar la posición de Bontempelli.
En la propia elección del título de la obra entra la preocupación cosmopolita. “Allen”, este elogio de la provincia natal, el Bourbonnais, no es una palabra francesa. Es la divisa escogida por el duque Luis II de Borbón para los caballeros del Escudo de oro, a quienes arengó, al condecorarlos por haber liberado de los ingleses doce plazas de su Ducado, con estas palabras; “Allons tous ensemble au service de Dieu et soyons tous ung en la deffense de nos pays et lá ou nous pourrons trover et conquester honneur par fait de chavalerie”. La palabra “allen”, todos, condensa este lema. Pero Valery Larbaud nos dice que ha “elegido Allen sin hesitación, a causa de su carácter a la vez enigmático y preciso, de la bella anécdota histórica con que se relaciona, del discurso caballeresco de Luis II y del sonido que, pronunciado a la francesa, produce la palabra; y también porque su aspecto y su etimología la enlazan a la vida europea: Allen, dice algo a un tercio de los habitantes de nuestro continente y de las Américas; es un pasaporte para Alemania, una carta de introducción para la Gran Bretaña, los Estados Unidos y Australia”. Y no menos que el elogio del Bourbonnais, el tema del libro es la cuestión de la provincia. ¿Cuál es el sentido de la oposición entre la capital, y la provincia? ¿En el conjunto de cosas que constituye la provincia, a cuál se debe acordar la primicia? ¿Hay que creer más en la provincia sórdida e indolente que en la provincia política y sabia? Valery Larbaud ha descrito un diálogo en el que, recorriendo un automóvil la carretera que conduce de París al Bourbonnais, se voltejea alrededor de estos tópicos. Cinco amigos, el autor, el Editor, el Bibliófilo, el Amateur, discurren elegante y sutilmente sobre la provincia, en viaje por una Francia añeja y tradicional, en el automóvil del último de los interlocutores, el que lo es menos, tal vez porque en sus manos está la responsabilidad del volante. Para que sus amigos discutan y contemplen beatamente el problema y el paisaje, el Amateur modera el tren de la carrera. En automóvil, a cuarenta kilómetros por hora se puede conversar con la misma fluidez y acompasamiento que en el salón inmóvil de un hotel o en el salón viajero de un transatlántico. Hay ideas que no toleran una velocidad mayor en el diálogo. Y casi todas, a más de cien kilómetros, prefieren el monólogo.
Y Valery Larbaud no quería monologar en esta carrera suave y cómoda a la provincia ideal. Tenía que admitir en este examen de la cuestión “capital y provincia” ideas cuya responsabilidad necesitaba abandonar a sus interlocutores. Para esto le convenía admirablemente el diálogo, el diálogo a la manera de Fontenelle, W. S. Landor y Luciano, pero modernizado, adecuado de la movilidad de los tiempos, de los espíritus, arreglado a la velocidad del automóvil. Bajo este aspecto, una obra comprueba que ningún género literario ha envejecido lo bastante para no ser susceptible de feliz manejo, de acertada y natural inserción en la modernidad. El diálogo, instrumentalmente, como elemento de la novela o del teatro, no había podido decaer nunca, pero específicamente, en su autonomía de forma artística, había sufrido cierto relegamiento. El pensamiento, el discurso moderno, son, sin embargo, absolutamente dialécticos, polémicos. Y el diálogo, en su tipo clásico, encuentra razones de subsistir y prosperar. El diálogo, sobre todo, logra mejor su desarrollo y su atmósfera con el excitante de la velocidad. El mismo diálogo clásico es siempre algo peripatético.
Las ideas de la provincia se esclerosan y endurecen por sedentarias. Las ideas de la ciudad o, mejor de la capital, son activas, operosas, viajeras. El secreto de la expansión y del poder de la urbe, está en su función de eje de un sistema de movimiento. Valery Larbaud, con una vieja ciudadanía en la capital, no puede ya restituirse íntegramente a la provincia. La visita y la restaura algo en turista, con amigos de París, desilusionados respecto a la poesía de la vida provincial, convictos de estar y moverse más a su gusto, de sentirse más en su casa, en cualquier capital del extranjero, que en una ciudad de provincia. Los libros, la prensa, la cultura y su estilo, marcan en Londres, París, Berlín, Roma, etc. La misma temperatura, señalan la misma hora. En la ciudad provinciana, se siente que todos los relojes están atrasados. “Casi a las puertas de París, la literatura, la pintura y la música francesas contemporáneas son menos conocidas que en Barcelona, Varsovia, Buenos Aires o Salzburg”. La provincia se apropia de la gente que se le reintegra aún después de una larga y perfecta educación citadina y metropolitana. Le impone su yugo, su horario, sus límites, sus hábitos. Uno de los interlocutores de Allen cuenta un caso: “He visto hace tiempo la rápida provincialización de su paraje de buenos burgueses parisienses, primos míos, que se había ido a visitar una pequeña ciudad del Centro-Oeste. Verdaderamente, un descanso, una decadencia como la que producen las drogas o el abuso de somníferos. Nuestro parentesco, razones de conveniencia, me obligaban a hacerles una visita anual; y he visto como se dejaban invadir por la rusticidad de su nuevo medio; como locuciones y pronunciaciones viciosas, al principio adoptadas por ellas por burla y que empleaban como entre comillas, se les hicieron naturales; y cómo sus maneras se modificaron a tal punto que era penoso comer con ellos en su mesa. El marido luchó durante algún tiempo; el fue, los dos primeros años, al parisién de Sain-Machin-sur-Chose y sostuvo la idea de que ahí se guardaba de un Parisién. Pero la mujer se dejó en seguida arrastrar. Se descuidaba; pronto me costó trabajo conocer en ella una mujer joven y elegante que había acompañado a conciertos, a exposiciones. Caía en una especie de puritanismo horrible, sin motivos religiosos, sin otra razón de ser que el temor de una opinión pública extraviada por la hipocresía y la envidia... Al cabo de cuatro años, los hallé a los dos al mismo nivel: rudos, hoscos, embebidos de un fastidio contagioso”.
El debate de estas cosas anima un diálogo que se propone ser un elogio del país natal del autor. Porque en este diálogo, como advierte Valery Larbaud, hay una tesis debatida, no sostenida. “En realidad, -escribe,- hay tesis, antítesis y síntesis, esta última dejada en parte al juicio y a la imaginación del lector”. Valery Larbaud, como muchos espíritus de su tiempo, que enamorados de la modernidad, rehúsan aceptarla con todas sus consecuencias, siente en nuestro tiempo cierta vaya y elegante nostalgia de su feudalidad en que la unidad de Europa estaba hecha de la individualidad de sus regiones, de sus comarcas. El Bourbonnais, en su sentimiento, más bien que una provincia es un pequeño Estado. La Nación ha sacrificado quizá excesivamente a un principio, a una medida algo abstractas, la personalidad y los matices de sus partes. Asistimos a un crepúsculo suave del nacionalismo en un espíritu cosmopolita, viajero, con muchas relaciones internacionales, con amigos en Londres, Buenos Aires, Melburne, Florencia, Madrid. Allen es el reflejo de esta crisis sin sacudidas y sin estremecimientos, a cuarenta kilómetros de velocidad, en un auto último modelo. Crisis que apacigua el optimismo burgués de una esperanza de moda en el ideal de Briand: los Estados Unidos de Europa.

José Carlos Mariátegui La Chira

Anti-reforma y fascismo

Anti-reforma y fascismo

Pertenece a Paul Morand esta observación, que prueba cómo un novelista de la decadencia, puede tener un sentido más realista y concreto de la defensa de occidente que un metafórico de la reacción. “Massis, -dice Morand- ha examinado el problema con su inteligencia aguda y abstracta, pero después de una exposición muy brillante ha arribado a una solución católica, jurídica, romana y medioeval del universo, que es preciso respetar puesto que es su fin, pero que no me parece una evidente imposibilidad en 1927- En la hora actual, el Occidente no es verdaderamente defendido sino por las sociedades puritanas y anglosajonas, los bolchevistas no se han equivocado en este punto y, por mi parte, cada vez que yo me he hallado en los confines del mundo blanco, California, México, lo he fuertemente sentido. Ahora bien, Massís, no solamente lo dice, sino que en dos palabras ejecuta a la Reforma; a la Reforma, madre de Inglaterra y de Estados Unidos. Ve uno de los orígenes de la decadencia occidental en quien sostiene todavía efectivamente nuestro mundo blanco. Pero esta ejecución sumaria de la Reforma no es exclusiva de Massis. La encontramos también en los más autorizados y explícitos documentos de teorización fascista. En su discurso de la Universidad de Perugia, el Ministro Rocco, imputó a la Reforma así la responsabilidad del liberalismo y de la democracia como del socialismo. “el pensamiento político moderno, -afirma Rocco-, ha estado hasta ayer, en Italia y fuera de Italia, bajo el dominio absoluto de aquellas doctrirnas que tuvieron su origen próximo en la Reforma protestante, encontraron su desarrollo con los jus-naturalistas de los siglo XVII y XVIII fueron consagrados, por la Revolución Inglesa, la Americana y la Francesa y, con diversas formas, a veces contrastantes entre sí, han caracterizado todas las teorías políticas y sociales de los siglos XIX y XX hasta el fascismo”. Este discurso constituyó, en primer término, una severa requisitoria contra la era liberal burguesa de la civilización occidental, denunciada como una poco menos absurda elaboración del espíritu protestante. La tendencia a unimismar en este espíritu todos los movimientos anteriores al fascismo, condujo a Rocco a atribuir al socialismo la concepción atomística o individualista del Estado, propia del liberalismo. ¿Cómo había podido generarse el fascismo, definido no sólo como antítesis del liberalismo sino como una negación radical de la modernidad? Para explicar su génesis, Rocco se acoge a una presunta continuación autónoma del pensamiento italiano contra las filtraciones y obstáculos de la modernidad, a través de una cadencia de geniales renovadores de la tradición romana que va de Maquiavelo a Vico y a Cuoco, para rematar, probablemente, en el propio Rocco. El Patrimonio espiritual del romanismo, celosa y activamente conservado por Italia, representaría la milagrosa y excepcional reserva que le consiente afrontar con mejor fortuna que ninguna otra nación, la crisis de la civilización occidental.
El parentesco espiritual de Rocco, Federzoni, Corradini y otros nacionalistas italianos, con Maurras, Daudet y otros monarquistas de “L’Actión Francaise” que profesan notoriamente la fórmula simplista de la Anti-Reforma, no daría íntegra la clave de esta artificiosa destilación del pensamiento fascista si el mismo Mussolini, tan poco sospechoso de escolasticismo, no hubiese aceptado tácitamente los puntos de vista de Rocco en un telegrama de congratulación por el discurso de Perugia. Tanto por su formación intelectual como por su método empírico y realista, Mussolini no puede adherir a una condena sumaria de la modernidad. Menos todavía a suponer la premisa cardinal del fascismo. Esta adhesión lo coloca en abierto conflicto con lo que precisamente pensaba poco tiempo atrás. “Si por relativismo debe entenderse -escribía entonces- el desprecio de las categorías fijas por los hombres que se creen los portadores de una verdad objetiva inmortal, por los estáticos que se acomodan, en vez de renovarse incesantemente, entre los que se jactan de ser siempre iguales a sí mismos; nada es más relativista que la mentalidad y la actividad fascistas. Si el relativismo y movilismo universal equivalen, nosotros los fascistas hemos manifestado siempre nuestra despreocupada independencia por los nominalismos en los cuales se clava -como murciélagos a las vigas- los gazmoños de los otros partidos; nosotros somos verdaderamente los relativistas por excelencia y nuestra acción se reclama directamente de los más actuales movimientos del pensamiento europeo”. ¿Qué entendimiento cabe entre este relativismo que franquea el camino de todas las herejías y el dogmatismo de los nacionalistas franceses o italianos que nada reprochan tanto al pensamiento como su movilidad y su pluralidad? Los metafísicos tomistas dedican sus más acres ironías al empirismo anglo-sajón al cual desdecían ante todo por su filiación protestante. (¿No ha execrado una vez León Daudet al Kaiser Guillermo como una encarnación del espíritu luterano, sin acordarse, como le objetaron luego sus críticos, que los Hohenzollern eran calvinistas?). El hecho es que, indiferente al tamaño de su contradicción, el Dux del fascismo ha otorgado su venia y su aplauso al ministro, por el arte con que enlaza la doctrina fascista con la ortodoxia romana.
Es cierto que en la manifestación del espíritu fascista intervienen intelectuales como Giovanni Gentile que no pueden renegar del difamado pensamiento moderno sin renegar de sí mismo. Gentiles para los escolásticos de la reacción debe ser siempre el propagador del idealismo hegelianos, filosofía de inconfundible estirpe herética y protestante hacia la cual no puede moverlos a la indulgencia ni aún su mérito de valla contra el materialismo positivista. Además, Gentile propugna la tesis de que el fascismo desciende espiritual y aún doctrinariamente de la Diestra histórica del Risorgimento, sin cuidarse mucho de la parentela liberal y protestante que el fascismo se vería entonces obligado a reconocer, dado que los hombres de la famosa derecha del Risorgimento, fieles a la idea del Estado Unitario o Estado épico, como lo ha estudiado Mario Missireli, tendieron francamente a la ruptura con la Iglesia romana. Y otros exégetas, avanzando mucho más en la tentativa de relacionar el fascismo con el pensamiento moderno, señalan la influencia de Bergson, James y Sorel en la preparación espiritual de este movimiento, inexplicable según ellos sin una fecunda asimilación de las corrientes pragmatista, activista y relativista.
Pero, con excepción de Gentile, que insiste en la genealogía liberal del fascismo -liberal no democrática, ya que si la democracia contiene liberalismo, este solo la antecede- no son estos intelectuales, empeñados en atribuir al fascismo una esencia absolutamente moderna, quienes le dan entonación y fisionomía doctrinales. Son, más bien, los que, como Rocco, o con mayor ultraísmo, arremeten contra la Reforma y en general contra la modernidad, verbigracia, Curzio Suckert, autor de la fórmula “Fascismo igual Anti-reforma”. Y Ardengo Soffici que mira en el romanticismo un movimiento de puro origen protestante. El ex-compañero de Marinetti coincide con Maurrás en el odio al romanticismo y lo excede en el esfuerzo de repudiarlo como un producto genuinamente germano.

José Carlos Mariátegui La Chira

Aristides Briand

Arístides Briand

El sino de este viejo protagonista de la política francesa parece ser el de la contradicción y el del conflicto consigo mismo. Briand es -como dicen J. Kessel y G. Suárez- el hombre "que después de haber predicado la revuelta debió reprimirla, después de haber clamado contra el ejército debió hacer la guerra, después de haber combatido un tratado de paz debió aplicarlo”. Kessel y Suárez agregan, diseñando un sobrio y fuerte retrato, que Briand "tiene un aire despreocupado y sin embargo atento cansado y sin embargo pronto para la acción, desencantado y sin embargo curioso”.

Este retrato histórico y psicológico de Briand podría ser, también, el de la democracia occidental. ¿No ha tenido igualmente la democracia el extraño destino de renegar todos sus grandes principios, todas sus grandes afirmaciones? Briand es su personaje representativo. Briand, que, como Viviani, como Clemenceau, como Millerand, como casi todos los mayores estadistas de los últimos veinte años de la historia de Francia, procede de ese socialismo que la crítica aguda y certera de George Sorel marcó a fuego.

En el socialismo, este parlamentario elocuente, cuyos ojos de desilusionado tienen a veces un resplandor dramático, debutó con una actitud extremista. Fue uno de los primeros teorizantes de la huelga general revolucionaria. Pero este extremismo duró poco. Briand, nacido bajo el signo de la democracia, no estaba destinado a la misión ascética de un Sorel. Había en su espíritu la movilidad y la inconstancia que en Italia debían singularizar, más tarde, a Arturo Labriola, en su trayectoria del más intransigente sindicalismo revolucionario a la más blanda profesión social-democrática.

Pocos años después de su gesto revolucionario. Briand se convertía, dentro del socialismo, en el abogado sagaz y dúctil de la entrada de Millerand en el gabinete de Waldeck Rousseau. Había encontrado ya su camino. En la deliberación y manipulación de las fórmulas equívocas, sobre las cuales se construyó en Francia la unidad socialista, había descubierto su innata aptitud de parlamentario. La hora era del parlamento, no de la revolución. ¿Qué cosa mejor que un parlamentario podía ser entonces, Briand? En el grupo de diputados del partido socialista, el puesto de líder pertenecía por antonomasia y para toda la vida a Jaurés. Por consiguiente, había que salir del socialismo. Millerand había señalado la vía.

Briand, por la misma vía, encontró pronto su ministerio. El fenómeno dreyfussista aseguraba a las izquierdas, al radicalismo demo-masónico y pequeño burgués, un largo período de gobierno. Y sus experimentos, sus maniobras, sus fintas, reclamaban en algunos puestos de su batalla parlamentaria a hombres de filiación y estilo un poco rojos. A Briand se le llamó al poder para encargarle la aplicación de la ley de separación de la Iglesia y el Estado. En consecuencia, por una larga temporada parlamentaria, si no el léxico socialista, Briand conservó al menos una elocuencia, un ademán y una melena asaz jacobinas.

Poco a poco, de su pasado no le quedó sino la melena. Como jefe del gobierno, le tocó, finalmente, sentirse responsable de la suerte de la burguesía. El teórico de la huelga general revolucionaria aceptó, en la historia de la Tercera República, el rol de represor de una huelga de ferroviarios.

Vituperado por la extrema izquierda, calificado de “aventurero” por Jaurés, de quien había sido teniente en la plana mayor de “L’Humanité”, Briand se inscribió, definitivamente, en el elenco de las “bonnes a tout faire” de la Tercera República. Sin embargo, la “unión sagrada” marcó, en su biografía, una estación adversa. Las derechas, usufructuarias principales de la guerra, miraban con recelo a este parlamentario orgánico que en su larga carrera política había hecho tan copioso uso de las palabras Libertad, Paz, Democracia, etc.

En las elecciones de 1919 Briand fue naturalmente uno de los candidatos del bloque nacional. Pero el predominio espiritual de las derechas en este vasto conglomerado, entrababa sus planes. Y Briand, por esto, empleó su astucia parlamentaria en la empresa de dividirlo. A derecha, en el bloque nacional, había algunos jefes. Al centro, en cambio, no había casi ninguno. La izquierda, batida en la persona de Caillaux, se contentaba con colaborar con cualquier gobierno que se tiñese de color republicano. Briand se daba cuenta de la facilidad de devenir la cabeza de esta mayoría acéfala. “Yo aconsejé al leader de la Entente republicana -ha contado el propio Briand- que se decidiera a una operación quirúrgica y a constituir dos grupos en lugar de uno. No estábamos en la cámara para actuar sentimentalmente”. El proyecto naufragó. El bloque nacional prefirió subsistir como había nacido. Mas Briand logró siempre aprovecharse de su acefalia. Caído Leygues, sobre la base de esta heteróclita mayoría, constituyó por sétima vez en su vida, el gobierno de Francia. Su ministerio escolló en Cannes. No obstante su experiencia de piloto parlamentario, Briand no pudo evitar los arrecifes del belicismo declamatorio del bloque nacional que encontraban un apoyo activo en el presidente de la república, tentado por la ambición de devenir el dictador de la victoria.

Pero con las elecciones de 1924 llegó su revancha. Su instinto electoral le había consentido asumir, oportunamente, una actitud de hombre de izquierda. El bloque de izquierdas lo contó entre sus diputados. Y, consiguientemente, entre sus líderes. El primer experimento gubernamental le tocó a Herriot; el segundo a Painlevé. A la derecha del sabio geómetra, a quien la agresiva prosa de León Daudet define como el solo presente cómico que las matemáticas han hecho a la humanidad, Briand aguardaba su turno.
Situado a la derecha también, en el bloque radical-socialista Briand ha tenido a este, en más de una ocasión, casi a merced de su pequeño grupo de diputados. Y durante algunos meses, maniobrando diestramente en un mar en borrasca, ha sabido conservar a flote su octavo ministerio. Ha querido actuar una política más o menos derechista con un ministerio oficialmente sostenido por las izquierdas. Algo fatigado, sin duda, de contradecirse un tanto solo, ha pretendido que con él se contradijera una entera coalición, de la cual forma parte el partido socialista oficial que, en los tiempos de Guesde, Vaillant y Jaurés, lo reprobó y condenó por una desviación después de todo menos grave.

Ha dejado creer, finalmente, que estaba dispuesto, en última instancia, a imponer a Francia su dictadura. Poincaré se ha sonreído de esta posibilidad. ¿Briand, dictador? Imposible. Un parlamentario clásico, no puede asestar un golpe de muerte al parlamentarismo francés. Cuando Francia se decida por un dictador, lo elegirá, como es lógico, en la derecha. (El General Lyautey, desocupado desde el fin de su regencia en Marruecos, se encuentra, por ejemplo, disponible.) Esto es muy cierto. Pero es también muy sensible. Porque, después de sus variadas contradicciones, nada coronaría mejor la carrera del demócrata, del republicano, del parlamentario, que un golpe de estado contra la democracia, contra la república y contra el parlamento.

José Carlos Mariátegui

José Carlos Mariátegui La Chira

Artículos de José Carlos Mariátegui

Esta serie corresponde a los artículos publicados por José Carlos Mariátegui en distintos medios de prensa, principalmente en revistas como Mundial y Variedades y que han sido conservador en su archivo personal.
La documentación disponible incluye artículos de carácter político, social, cultural no solo de Perú sino de también de América Latina y Europa, en donde se puede evidenciar el trabajo intelectual de Mariátegui.

José Carlos Mariátegui La Chira

Austria y la paz Europea

La llamarada súbitamente encendida en Viena, ha arrojado una luz demasiado inquietante sobre el panorama europeo que, -según las descripciones prolijas unas veces simplistas otras, de sus observadores- parecía ya reajustado por el trabajo de estabilización capitalista al cual están entregadas con alacre voluntad las naciones de Occidente desde que Alemania y Francia signaron el plan Daxes. Ahora resulta evidente que las bases de esa estabilización, destinada según sus empresarios a asegurar la pacífica reconstrucción de Occidente, son asaz movedizas y convencionales. Cualquiera de los problemas de la paz sin solución todavía, puede comprometerla irreparablemente. El problema de Austria, que acaba de hacerse presente, por ejemplo.
Este problema, a juicio de los optimistas, no había sido, ante todo, un problema económico, -nacido de la separación de Austria de los pueblos que antes habían compuesto juntos el Imperio de los Hapsburgos,- que la gestión sagaz del Caciller, Monseñor Seippel tenía prácticamente resulto con los créditos patrocinados por la Sociedad de las Naciones. Las dificultades subsistentes aún, se resolverían mediante convenios aduaneros con los Estados independizados, o por el gradual reactivamiento de la producción manufacturera.
En contraste completo con estas beatas conjeturas, los últimos sucesos de Viena demuestran que el proletariado austriaco no se siente demasiado distante de los días post-bélicos en que agitaba a las clases trabajadoras europeas un espíritu de violencia. Los teóricos de la democracia veían en esta violencia un mero fruto de la atmósfera material y moral dejada por la guerra. Es posible que en algunos casos episódicos haya sido acertado su diagnóstico; pero, en tesis general, hay que inclinarse que la violencia proletaria acusa factores más propios. La marejada de Viena no ha sido menos que ninguna de las que, sin obedecer a un plan de golpe de Estado, se produjeron en Europa, por estallido espontáneo, en los primeros años de la post-guerra.
El hecho de que su origen no haya sido un conflicto del trabajo sino una sentencia judicial estimada injusta, no atenúa en lo más mínimo el valor de este movimiento como síntoma del estado de ánimo del proletariado austriaco. Y, por otra parte, es imposible que a la creación de este estado de ánimo no concurran los resultados negativos de la obra que se creía más o menos cumplida por Monseñor Seippel en colaboración con los banqueros americanos y europeos. Todos los datos últimos de la economía austriaca denuncian la subsistencia de una crisis industrial a la cual no es fácil encontrar salida. Austria, pueblo principalmente industrial, carece de materias primas bastantes para la alimentación de su industria. Por la insuficiencia de su agricultura, tiene un fuerte déficit alimenticio. El desequilibrio entre la producción y el consumo mundiales, no le consiente esperar, de otro lado, un crecimiento salvador de su comercio extranjero. Estas cosas no las resuelven los créditos de la Sociedad de las Naciones.
Los días de Viena no son ya tan duros como aquellos de 1922 -y de julio precisamente- en que César Falcón y yo vimos caer hambrienta a una mujer en una acera del Ring. Pero el Estado austriaco continúa como entonces sin encontrar su equilibrio. La prueba, políticamente, en forma incontestable, el hecho de que el socialismo haya conservado integra, y tal vez acrecentada, su influencia sobre las masas. El gobierno de Monseñor Seippel ha tenido necesidad de la cooperación solícita del partido socialista para contener la insurrección. El próximo gobierno se constituirá, a lo que parece, con la participación de los socialistas.
El partido socialista que, con el partido cristiano-social encabezado por Monseñor Seippel, se divide la mayoría de los electores, tuvo en sus manos el poder de 1919 en 1920. Acomodó en ese período su político al mismo criterio reformista que la social democracia de Ebert y Scheidemann en Alemania. En su activo no se registra sino una alerta defensa y de las instituciones republicanas y un conjunto de leyes sociales y obreras. Del gobierno lo desalojaron los cristianos-sociales y los nacionalistas que ocupan el tercer puesto entre los partidos austriacos, aunque a buena distancia de los dos mayores. Pero, bajo el prudente gobierno de Monseñor Seippel, ha continuado influyendo, con una oposición más o menos colaboracionista, en la política gubernamental de este período. Y, si ahora se habla de su retorno al poder o de una segunda coalición con los cristianos-sociales, es porque la política de estos no ha sido capaz ni de realizar todo lo que prometió en el orden económico e internacional ni sustraer a las masas al dominio de los socialistas.
El socialismo austriaco no tiene, evidentemente, un criterio uniforme. Entre sus dos alas extremas, reformismo y comunismo -que forma un partido autónomo, pero que aplica a todas las luchas el método del frente único- no es probable ningún compromiso teórico. Parten de puntos de vista radicalmente opuestos. Otto Bauer, el famoso leader del partido austriaco, es uno de los teóricos máximos de la social-democracia. En esta posición, le ha tocado a lado de Kautsky y otros, sostener una polémica histórica con Lenin y Trotsky. El fracaso de la praxis social-democrática en Alemania, y en la misma Austria, después de la Revolución de 1918, no ha modificado la actitud de Bauer. No hay, pues, que sorprenderse de encontrarlo una vez más en abierto conflicto teórico y práctico con los comunistas de su país. Estos no constituyen un partido de importancia numérica, pero en cambio se mantienen estrechamente articulados con las masas obreras, de suerte que en cualquier momento propicio pueden ejercer sobre estas un influjo intensamente superior al que corresponde a su número.
Estos hechos eran, ciertamente, contrastable desde hace tiempo. Pero ha sido necesaria una llamarada formidable, políticamente visible a todos los pueblos de Occidente, para obligar a estos a considerarlos. El problema económico, político e internacional de Austria que, contra un tratado defendido tan celosamente por Italia y Francia, pugna por unirse a Alemania, [- ha recordado de pronto a los buenos y a los malos europeos lo artificial y deleznable de la paz y el orden de Europa].

José Carlos Mariátegui La Chira

Austria, caso pirandelliano

A propósito de la escaramuza polémica entre Italia y Alemania sobre la frontera del Breunero, no se ha nombrado casi a Austria. Pero de toda suerte ese último incidente de la política europea, nos invita a dirigir la mirada a la escena austriaca. El diálogo Mussolini-Stresseman sugiere necesariamente a los espectadores lejanos del episodio una pregunta: ¿Por qué se habla de la frontera ítalo-austriaca como si fuese una frontera ítalo-alemana? Para explicarse esta compleja cuestión es indispensable saber hasta que punto Austria existe como Estado autónomo e independiente.
El Estado Austriaco aparece, en la Europa post-bélica, como el más paradójico de los Estados. Es un Estado que subsiste a pesar suyo. Es un Estado que vive porque los demás lo obligan a vivir. Si se nos consiente aplicar a los dramas de las naciones el léxico inventado para los dramas de los individuos, diremos que el caso de Austria se presenta como un caso pirandelliano.
Austria no quería ser un Estado libre. Su independencia, su autonomía, representan un acto de fuerza de las grandes potencias del mundo. Cuando la victoria aliada produjo la disolución del imperio astro-húngaro. Austria que después de haberse sentido por mucho tiempo desmesuradamente grande, se sentía por primera vez insólitamente pequeña, no supo adaptarse a su nueva situación. Quiso suicidarse como nación. Expresó su deseo de entrar a formar parte del Imperio alemán. Pero entonces las potencias le negaron el derecho de desaparecer y en previsión de que Austria insistiera más tarde en su deseo, decidieron tomar todas las medidas posibles para garantizarle su autonomía.
El famoso principio wilsoniano de la libre determinación de los pueblos sufrió aquí, precisamente, el más artero golpe. El más artero y el más burlesco. Wilson había prometido a los pueblos el derecho de disponer de si mismos. Los artífices del tratado de paz quisieron, sin duda, poner en la formulación de este principio una punta de ironía. La independencia de un Estado no debía ser solo un derecho; debía ser una obligación.
El tratado de paz prohíbe prácticamente a Austria la fusión con Alemania. Establece que, en cualquier caso, esta fusión requiere para ser sacionada el voto unánime del Consejo de la Sociedad de Naciones.
Ahora bien, de este consejo forman parte Francia e Italia, dos potencias naturalmente adversas a la unión de Alemania y Austria. Las dos vigilan, en la Sociedad de las Naciones, contra toda posible tentativa de incorporación de Austria en el Reich.
A Francia, como es bien sabido, la desvela demasiado la pesadilla del problema alemán. Para muchos de sus estadistas la única solución lógica de este problema es la balkanización de Alemania. Bajo el gobierno del bloque nacional Francia ha trabajado ineficaz pero pacientemente por suscitar en Alemania un movimiento separatista. Ha subsidiado elementos secesionistas de diversas calidades, empeñada en hace prosperar un separatismo bávaro o un separatismo rhenano. La autonomía de Baviera, sobre todo, parecía uno de los objetivos del poincarismo. El imperialismo francés soñaba como cerrar el paso a la anexión de Austria al Reich mediante la constitución de un Estado compuesto por Baviera y Austria. Se tenía en vista el vínculo geográfico y el vínculo religioso. (Baviera y Austria son católicas mientras Prusia es protestante. I aún étnicamente Austria se identifica más con Baviera que con Prusia). Pero se olvidaba que su economía y su educación industriales habían generado un cambio, en el pueblo austriaco, una tendencia a confundirse y consustanciarse con la Alemania manufacturera y siderúrgica, más bien que con la Alemania rural. En todo caso, para que el proyecto del Estado bávaro-austriaco prosperase hacía falta que prendiese, previamente en Baviera. I esta esperanza, como es notorio, ha tramontado antes que el poincarismo. [Para Francia, por consiguiente, como un anexo] o una secuela del problema alemán, existe un problema austriaco. “Basta hachar una mirada sobre el mapa -escribe Marcel Duan en un libro sobre Austria- para comprender toda la importancia del problema austriaco, llave de la mayor parte de las cuestiones políticas que interesan a la Europa Central. Libre y abierta a la influencia de las grandes potencias occidentales, el Austria asegura sus comunicaciones con sus aliados y clientes del cercano Oriente danubiano y balkánico; abandonada por nosotros a las sugestiones de Berlín, se halla en grado de aislarlos de nuestros amigos eslavos. Corredor abierto a nuestra expansión o muro erguido contra ella. El Austria confirma o amenaza la seguridad de nuestra victoria y aún la de la paz europea”.
Italia a su vez no puede pensar, sin inquietud y sin sobre salto, en la posibilidad de que resurja, más allá de Breunero, un Austria poderosa. El propósito de restauración de los Hapsburgo en Hungría tuvieron su más obstinado enemigo en la diplomacia italiana, preocupada por la probabilidad de que esa restauración produjese a la larga la reconstitución de un Estado austro-húngaro.
Pero, teórica y prácticamente, ninguna de las precauciones del tratado de Paz y de sus ejecutores logra separar a Austria de Alemania. I, es por esto, cuando se trata de las minorías nacionales encerradas dentro de los nuevos límites de Italia, no es Austria sino Alemania la que reivindica sus derechos o apadrina sus aspiraciones. Austria, en su último análisis, no es sino un Estado alemán temporalmente separado del Reich.
La política de los dos partidos que, desde la caída de los Hapsburgo, comparten la responsabilidad del poder de Austria, se encuentran estrechamente conectada con la de los partidos alemanes del mismo ideario y la misma estructura. El partido social cristiano, que tiene Monseñor Seipel su político más representativo, se mueve evidentemente en igual dirección que el centro católico alemán. I entre el socialismo alemán y el socialismo austriaco la conexión y la solidaridad son, como es natural, más señaladas todavía. Otto Bauer, por no citar sino un nombre es una figura común, por lo menos en el terreno de la polémica socialista, a las dos social-democracia germanas. I el partido socialista austriaco, de otro lado, es el que más significadamente tiene en Austria a la unión política con Alemania.
Concurre aumentar lo paradójico del caso austriaco el hecho de que este Estado funciona, presentemente, más o menos como una dependencia de la Sociedad de las Naciones. Destinado por la raza y la lengua a vivir bajo la influencia política y sentimental de Alemania, el Estado austriaco se halla, financieramente, bajo la tutela de la Sociedad de las Naciones o sea, hasta ahora, de los enemigos de Alemania.
El Austria contemporánea, es lo que no quisiera ser. Aquí reside el pirandellismo de su drama. Los seis personajes en busca de autor, afirman exasperadamente, en la farsa pirandelliana, su voluntad de ser. Austria guarda en el fondo de su alma, su voluntad, más pirandelliana si se quiere de no ser. Pero el drama, hasta donde cabe un parecido entre individuos y naciones, es sustancialmente el mismo.
José Carlos Mariátegui.

José Carlos Mariátegui La Chira

Bernard Shaw

Bernard Shaw

Su jubileo ha encontrado a Bernard Shaw en su ingénita actitud de protesta. No ha tenido Shaw en su máximo aniversario honores oficiales como en su patria los ha tenido en menor ocasión el futurista e iconoclasta Filipo Tomaso Marinetti. A su diestra no se ha sentado en el banquete de sus amigos el jefe del gobierno, Mr. Baldwin, sino un viejo camarada de la Fabian Society, Ramsay Mac Donald. El gobierno inglés se ha limitado a impedir la trasmisión radiofónica del discurso del glorioso dramaturgo.
Esta es quizá la más honrosa consagración a que podía aspirar un hombre genial al que la gloria no ha domesticado. Hasta en su jubileo Shaw tenía que ser un revolucionario, un heterodoxo. Bernard Shaw, es uno de los pocos escritores que da la sensación de superar su época. De él no se podrá decir como de Renán que “ne depasse pas la doute”. Shaw es un escéptico del escepticismo. Toda la experiencia, todo el conocimiento de su época están en su obra, pero en ella están también el anhelo y el ansia de una fe, de una revelación nueva. Shaw se ha alimentado de media centuria de cientificismo y de positivismo. Y sin embargo ningún escritor de su tiempo siente tan hondamente como él la limitación del siglo XIX. Pero este siglo XIX no es para Bernard Shaw, como para León Daudet, estúpido por revolucionario ni por romántico, sino por burgués y materialista. Bernard Shaw, aprecia y admira precisamente todo lo que en él ha habido de romántico y de revolucionario. Aprecia y admira a Marx, por ejemplo, que no es la tesis sino la antítesis de ese siglo de capitalismo.
Shaw más bien que un escéptico es un relativista. Su relativismo representa precisamente su rasgo más peculiar de pensador y dramaturgo del Novecientos. La actitud relativista es tan cabal en Bernard Shaw que cuando se divulgó la teoría de Einstein lo único que le asombró fue que se considerase como un descubrimiento. A Archibald Henderson le ha dicho que halló “que Einstein podía ser calificado más justamente de refutador de la relatividad que descubridor de ella”.
Medio siglo de positivismo y de cientificismo ochentista impide a Bernard Shaw pertenecer íntegramente al siglo veinte. A los setenta años Shaw compendia y resume primero toda la filosofía occidental y, luego la traspasa, la desborda. Anti-racionalista a fuerza de racionalismo, físico a fuerza de materialismo, Shaw conoce toda la meta del pensamiento contemporáneo. A pesar del handicap que le imponen sus setenta años, las ha dejado ya atrás. Sus coetáneos le han dado fama de hombre paradójico. Pero esta fama yo no sé por qué me parece un interesado esfuerzo por descalificar la seriedad de su pensamiento. Para no dar excesiva importancia a su sátira y a su ataque, la burguesía se empeña en convencernos de que Bernard Shaw es ante todo un humorista. Así después de haber asistido a la representación de una comedia de Shaw, la conciencia de un burgués no siente ningún remordimiento.
Mas un minuto de honesta reflexión en la obra de Shaw, basta para descubrir que a este hombre le preocupa la verdad y no el chiste. La risa, la ironía, atributos de la civilización, no constituyen lo fundamental sino lo ornamental en su obra. Shaw no quiere hacernos reír sino hacernos pensar. Él, por su parte, ha pensado siempre. Su obra no nos permite dudarlo.
Esta obra se presenta tan cargada de humor y de sátira porque no ha podido ser apologética sino polémica. Pero no es polémica exclusivamente, porque Shaw tenga un temperamento de polemista. La preferencia de Shaw por el teatro nos revela, en parte, que este es su pensamiento. Shaw no ama la novela; ama en cambio, el teatro. Y en el teatro debe sentirse bien todo temperamento polémico, porque el teatro dramatiza el pensamiento. El teatro es contradicción, conflicto, contraste. La potencia creadora del polemista depende de estas cosas. Shaw ha superado a su época por haberla siempre contrastado. Todo esto es cierto. Mas en la obra de Shaw se descubre el deseo, el ideal de llegar a ser apologética. Shaw, piensa que “el arte no ha sido nunca grande cuando no ha facilitado una iconografía para una religión viva”.
Su tesis sobre el teatro moderno reposa íntegramente sobre este concepto. Shaw denuncia lo feble, lo vacío del teatro moderno, no desprovisto de dramaturgos brillantes y geniales como Ibsen y Strindberg; pero sí de dramaturgos religiosos capaces de realizar en esta época lo que los griegos realizaron en la suya. A esta conclusión le ha conducido su experiencia dramática propia: “Yo escogí, dice, como asuntos, el propietarismo de los barrios bajos, el amor libre doctrinario (seudo-ibsenismo) la prostitución, el militarismo, el matrimonio, la historia, la política corriente, el cristianismo natural, el carácter nacional e individual, las paradojas de la sociedad convencional, la caza de marido, las cuestiones de conciencia, los engaños e imposturas profesionales, todo ello elaborado en una serie de comedias de costumbres a la manera clásica que entonces estaba muy fuera de moda, siendo de rigor en el teatro los ardides “mecánicos” de las construcciones parisinas. Pero esto aunque me ocupó y me conquistó un lugar en mi profesión no me constituyó en iconógrafo de la religión de mi tiempo para completar así mi función natural como artista. Yo me daba perfecta cuenta de todo eso, pues he sabido siempre que la civilización necesita una religión, a todo trance, como cuestión de vida o muerte”.
La ambición de Shaw es la de un artista que se sabe genial y sumo: crear los símbolos del nuevo espíritu religioso. La evolución creadora es a su juicio, una nueva religión. “Es en efecto -escribe- la religión del siglo XX, surgida nuevamente de las cenizas del seudocristianismo, del mero escepticismo y de las desalmadas afirmaciones y ciegas negaciones de los mecanicistas y neo-darwinistas. Pero no puede llegar a ser una religión popular hasta que no tenga sus leyendas, sus parábolas, sus milagros”. De esta alta ambición han nacido dos de sus más sustanciosas obras: “Hombre y Super-hombre”, en 1901, y “Volviendo a Matusalen”, en 1902. Pero el genio de Shaw vive un drama tremendo. Su lúcida conciencia de un arte religioso, no le basta para realizar este arte. Sus leyendas demasiado intelectuales, no puedes ser populares, no me parece que logren expresar los mitos de una nueva edad. Hay en su obra una distancia fatal entre la intención y el éxito. El intelectual, el artista, en este periodo histórico no tiene casi más posibilidad que la protesta. Un nuevo agónico, crepuscular, no puede producir una mitografía nueva.

José Carlos Mariátegui La Chira

Bernard Shaw y Juana de Arco

La “Santa Juana” de Bernard Shaw me parece interesante, ante todo, como documento del relativismo contemporáneo. El teatro de Pirandello se clasifica también como teatro relativista. Pero su relativismo es filosófico y psicológico. Es además, un relativismo espontáneo y subconsciente de artista. El dramaturgo inglés, en cambio, lleva al teatro, conscientemente, el relativismo histórico. Pirandello trata, en su teatro y en sus novelas, los problemas de la personalidad humana. Shaw trata, en “Santa Juana”, un problema de la historia universal.
El drama de Bernard Shaw, y, más que el drama, el prólogo que lo precede en el libro, no se propone rehabilitar a Juana de Arco sino, más bien, a sus jueces. Juana de Arco está rehabilitada ya. La Iglesia -en el nombre de cuyo dogma un tribunal eclesiástico la condenó a la hoguera- la ha canonizado solemnemente hace cinco años. La Doncella, declarada hereje y bruja en 1431, es desde 1920 una de las santas del calendario cristiano.
Bernard Shaw reconoce a Juana de Arco como “un genio y una santa”. Está absolutamente persuadido de que representó en su época un ideal superior. Pero no por esto pone en duda la razón de sus jueces y de sus verdugos. Su “Santa Juana” es una defensa del obispo de Beauvais, monseñor de Cauchon, presidente del tribunal que condenó a la Doncella. Shaw se empeña en demostrarnos que monseñor Cauchon luchó con denuedo, dentro de su prudencia, por salvar a Juana de Arco y que no se decidió a mandarla a la hoguera sino cuando la oyó ratificarse, inequívoca y categóricamente, en su herejía.
Y, si justifica la sentencia, no justifica menos a Bernard Shaw la canonización. “No es posible -explica- que una persona sea excomulgada por herética y más tarde canonizada por santa”.
No hay cosa que un relativista no se sienta dispuesto a comprender y tolerar. El relativismo es fundamentalmente un principio o una escuela de tolerancia. Ser relativista significa comprender y tolerar todos los puntos de vista. El riesgo cierto del relativismo está en la posibilidad de adoptar todos los puntos de vista ajenos hasta renunciar al derecho de tener un punto de vista propio. El relativista puro - ¿será abusar de la paradoja hablar de un relativista absoluto? - es ubicuo. Está siempre en todas partes; no está nunca en ninguna. Su posición en el debate histórico es más o menos la misma del liberal puro en el debate político. (El liberalismo absoluto quiere el Estado agnóstico. El Estado neutral ante todos los dogmas y todas las herejías. Poco le importa que la neutralidad frente a las doctrinas más opuestas equivalga a la abdicación de su propia doctrina). Esto nos define la filosofía relativista como una consecuencia extrema y lógica del pensamiento liberal.
La actitud de Bernard Shaw ilustra, precisa y nítidamente, el parentesco del relativismo y el liberalismo. En Bernard Shaw se juntan el protestante, el liberal, el relativista, el evolucionista y el inglés. Cinco calidades en apariencia distintas; pero que en la historia se reducen a una sola calidad verdadera. El mismo Bernard Shaw nos lo enseña en los discursos de sus dramatis personae. Monseñor Cauchon, según su “Santa Juana”, le sostenía a Warwick en 1431 la tesis de que todos los ingleses eran herejes. Y, en seis siglos, los ingleses han cambiado poco. Darwin, en este tiempo, ha descubierto la ley de la evolución que, en último análisis, resulta la ley de la herejía. Los ingleses, por ende, no se llaman ya herejes sino revolucionistas. Su herejía de hace seis siglos -el protestantismo- es ahora un dogma. Pero en Shaw, el hereje está más vivo que en el resto de los ingleses. Shaw, por ejemplo, milita en el socialismo. Mas su socialismo de fabiano -como lo demuestran sus últimas posturas- no lo presenta como un creyente de la revolución sino como un hereje frente al Estado burgués. El célebre dramaturgo sigue siendo, en el fondo, un liberal. Y, además, un protestante.
¿No es, acaso, su “Santa Juana”, entre otras cosas, ¿un esfuerzo por anexar la Doncella a la Reforma? Shaw escribe en el prólogo que Juana de Arco, “aunque fue una católica devotísima y proyectó una cruzada contra los husitas, es, en realidad, uno de los primeros mártires del protestantismo”. Y en el drama aflora, reiteradamente, la misma tesis.
Pero si, como protestante, Bernard Shaw cataloga a Juana de Arco entre los precursores de la Reforma, como relativista reacciona contra la incapacidad de los racionalistas, los protestantes y los anti-clericales para entender y estimar la Edad Media. Shaw considera a la Edad Media “una alta civilización europea basada en la fe católica”. No es posible de otro modo acercarse a la Doncella. Shaw lo sabe y lo siente. Y lo declara, más explícitamente aún, en otra parte del prólogo, cuando revisa los apriorismos que enturbian y deforman la visión de los que pretenden escrutar la figura de Juana de Arco con las gafas astigmáticas de sus supersticiones y del siglo diecinueve: “Si un historiador es anti-feminista y no cree a las mujeres aptas para ser genios en los tradicionales empleos masculinos, no podrá admitir como genio a Juana, que tanto sobresalió en el arte de la guerra y la política. Si es racionalista hasta el punto de negar a los santos y sostener que las ideas nuevas solo pueden nacer por el raciocinio consciente, nuca dará con el verdadero retrato de Juana. El biógrafo ideal de ésta debe estar libre de los prejuicios y las tendencias del siglo diecinueve; debe comprender la Edad Media y la Iglesia Católica Romana, así como el Santo Imperio Romano, mucho más íntimamente de lo que nunca lo hicieron nuestros historiadores nacionalistas y protestantes, y tiene además, que ser capaz de desechar las parcialidades sexuales y sus escuelas fantásticas y de considerar a la mujer como a la hembra de la especie humana y no como a un ser de diferente especie biológica, con encantos específicos e imbecilidades también específicas”.
Esta eficaz y aguda receta no le sirve, sin embargo, a Bernard Shaw para ofrecernos, en su drama, una imagen cabal de Juana de Arco. En su drama, Shaw, mas que de explicarnos a Juana, se preocupa de verdad, de explicarnos su tesis relativista. No asistimos, en “Santa Juana” al drama de la Doncella tan auténtica e intensamente como al drama de Cauchon, su inquisidor. La pieza de Bernard Shaw deja la impresión de que el drama de la Doncella no puede ser escrito por un relativista sino por un creyente. Shaw, a pesar de sus pullas contra el cientificismo y el positivismo del siglo diecinueve, es demasiado racionalista para mirar a Juana con otro lente que el de su raciocino. Su raciocino pretende descubrirnos, en el prólogo, el mecanismo del milagro. Pero, visto por dentro, analítica y fríamente, el milagro cesa de ser un milagro. Mejor dicho, el milagro, como milagro, se queda afuera.
Shaw percibe, con su penetrante en inteligente mirada, los obstáculos que impidieron a Anatole France, anti-clerical y escéptico, aproximarse a Juana de Arco. “En su libro -observa- se notan antipatías. El autor no es enemigo de Juana, pero es anti-clerical, anti-místico y fundamentalmente incapaz de creer que haya podido existir persona alguna como la Juana verdadera”. Pero la Juana verdadera no está tampoco íntegra, completa, en la “crónica dramática” de Shaw. Bernard Shaw, no obstante, su sagacidad crítica, no nos da todo el personaje; y, por tanto, no nos da todo el símbolo.
Define Shaw a Juana de Arco como “uno de los primeros apóstoles del nacionalismo”. Pero se olvida de remarcar, al pie de esta definición, que la idea de la Nación, hace seis siglos, era una idea revolucionaria. Como un escritor internacionalista lo ha proclamado, la idea de la Nación es, en determinadas épocas y circunstancias históricas, la encarnación del espíritu de la libertad. En nuestra época, el nacionalismo, reaccionario en Francia, es revolucionario en Turquía, en la India, en la China, en Marruecos, donde combaten contra el imperialismo y el capitalismo extranjeros. El nacionalismo de Juana de Arco no tiene nada que ver con el nacionalismo orleanista y monárquico de “L’Action Francaise”, que tan enfáticamente se apropia de la gloria y del genio de la Doncella. Charles Maurras, Leon Daudet y sus “camelots du roi”, si hubiesen existido hace seis siglos, habrían estado al lado de los que quemaron a la Santa después de declararla hereje y bruja. Habrían formado parte del séquito del imbécil y desleal Carlos VII o de la comparsería del tribunal de la inquisición. En Ruán, como Bernard Shaw lo siente, se quemó viva a una mujer genial que fue al mismo tiempo, una santa, una hereje y una revolucionaria. En nuestra época la razón de Estado no la habría tratado con más justicia. Y Bernard Shaw, no habría estado tal vez entre los firmantes de su condena; pero probablemente tampoco habría estado entre los prosélitos de su fe y su doctrina.

José Carlos Mariátegui La Chira

Blaise Cendrars

En 1824, Johan Auguste Suter, suizo alemán, hijo de un fabricante de papel de Basilea, deja su patria, mujer y sus hijos arruinado y deshonrado por una quiebra. A pie cruza la frontera y llega a París. En el camino, desbalija a dos compañeros de viaje; en París estafa con una letra de crédito falsa a un cliente de su padre. Luego, en Havre se embarca para New York.
Cendrars, explicándonos el New York de 1834, nos da en una sola página de prosa rápida, sumaria, precisa, escueta, una íntegra fase de la formación de los Estados Unidos.
“El puerto de New York”
“Es ahí donde desembarcan todos los náufragos del viejo mundo. Los náufragos, los desgraciados, los descontentos, los insumisos. Aquellos que han tenido reveses de fortuna; aquellos que han arriesgado todo sobre una sola carta; aquellos a quienes una pasión romántica ha trastornado. Los primeros socialistas alemanes, los primero místicos rusos. Los ideólogos que las policías de Europa persiguen; los que la reacción arroja. Los pequeños artesanos, primeras víctimas de la gran industria de la formación. Los falansterianos franceses, los carhonarios, los últimos discípulos de Saint Martín, el filósofo desconocido, y de los Escoceses. Espíritus generosos, cabezas cascadas. Bandidos de Calabria, patriotas helenos. Los campesinos de Irlanda y de Escandinavia. Individuos y pueblos, víctimas de las guerras napoleónicas y sacrificados por los Congresos Diplomáticos. Los carlistas, los polacos, los partidarios de Hungría. Los iluminados de todas las revoluciones de 1830 y los últimos liberales que abandonan su patria para unirse a la gran República, obreros, soldados, comerciantes, banqueros de todos los países, hasta sudamericanos, cómplices de Bolivar. Desde la Revolución francesa, desde la declaración de la independencia, en pleno crecimiento, en pleno desarrollo, no ha visto jamás New York sus muelles tan continuamente invadidos. Los inmigrantes desembarcaban día y noche y en cada barco, en cada cargamento humano, hay por lo menos un representante de la fuerte raza de los aventureros”.
Suter pertenece a esta raza. Cendrars nos relata así su entrada en New York. Johan Auguste Suter desembarca el 7 de julio, en martes. Ha hecho un voto. Salta a tierra, atropella a los soldados de la milicia, abraza de una mirada el inmenso horizonte marítimo, descorcha y vacía una botella de vino del Rhin, lanza la botella vacía entre la tripulación negra de un velero. Después, rompe a reír y entra corriendo en la gran ciudad desconocida como alguien que tiene prisa y a quien se espera”.
New York no retiene por mucho tiempo a Suter. Suter se siente atraído por el Oeste. Parte de nuevo hacia lo desconocido. En Honolulu forma la Suter’s Pacific Trade Co. Tiene un plan vasto. Con mano de obra de Canaca explotará las tierras de California. No las conoce aún; pero sabe que va a tomar posesión de ellas. Sus socios de Honolulu lo abastecerán de indígenas de las Islas. El plan se cumple puntual y magníficamente. Suter se instala con sus canacos en California. Funde una descomunal colonia agrícola: la Nueva Helvecia. Sus posesiones, sus riquezas crecen prodigiosamente. El “pionnier” suizo deviene uno de los hombres más ricos de la tierra. Pero una catástrofe sobreviene: el descubrimiento del oro. Un obrero de Suter encuentra en sus dominios las primeras pepitas. La noticia se expande. Empieza el éxodo hacia las minas de oro. Suter ve partir a sus empleados, a sus obreros. La colonia se disgrega. Invaden el país los buscadores de oro. En diez años, San Francisco se convierte en una de las más grandes urbes del mundo. Los inmigrantes se reparten las tierras de Suter. Se instalan en sus posesiones. El gran “pionnier” se cruza de brazos. Podía luchas: pero desdeñosamente prefiere no participar en esta batalla de lavadores de oro y destiladores de alcohol, en el cual se mezclan aventureros y bandidos de las más torpes y sucias especies. El oro lo ha arruinado. Suter se retira decepcionado a uno de sus dominios. Mas la voluntad de trabajo y de potencia renace de pronto en él. Sus viñas, sus huertas, sus establos, sus eras, etc., vuelven a darle una fortuna. San Francisco tiene buen apetito. Y Suter le vende caro los frutos de sus alquerías. Pero no está contento. No olvida el golpe; no perdona el oro. Y el demonio le aconseja la más absurda aventura. Suter presenta a los tribunales una demanda por daños y perjuicios. Reivindica la propiedad del suelo sobre el cual se ha edificado San Francisco, Sacramento, Riovista y otras ciudades, reclamando doscientos millones de dólares de indemnización por el despojo. Enjuicia a 17.221 particulares que se han establecido abusivamente en sus plantaciones. Reclama veinticinco millones de dólares del Estado de California por haberse apropiado de sus rutas, canales, puentes, exclusas y molinos; y cincuenta millones de dólares del gobierno de Washington por no haber sabido mantener el orden en la época del descubrimiento del oro. Y sostiene su derecho a una parte del oro extraído desde el principio de la explotación. El fantástico proceso consume todas las utilidades de Suter. Suter tiene a su servicio un ejército de abogados, de peritos y de escribanos. Los municipios y los particulares enjuiciados tienen a su servicio otro ejército. “Es un nuevo rush, una mina inesperada, y todo el mundo quiere vivir del pleito Suter”. San Francisco odia al “pionnier” testarudo y amenazador. Y, cuando el honesto y puritano juez Thompson falla a favor de Suter, la ciudad se amotina. Las plantaciones, los establos, los molinos, las fábricas de Suter son devastados, arrasados, incendiados. Suter, esta vez, pierde todo. Mas ni aún este golpe lo decide renunciar a su proceso. Lo continúa en Washington. En Washington envejece y enloquece. Y muere en las gradas del Palacio del Congreso aguardando y reclamando, obstinadamente, justicia.
Tal la maravillosa historia de Johan August Suter. Su argumento parece una gran paradoja. Pero, en verdad, Cendrars ha escrito, al mismo tiempo que una novela de aventuras, una sátira sobre el destino maldito del oro. El oro del Rhin y el oro de California se equivalen. Cendrars no lo dice: pero lo dice su novela. Lo dice la maravillosa historia de Johan August Suter, arruinado por el descubrimiento neto de las minas de California.
La técnica de “El oro” es, más bien que la de una novela, la de un film. Cendrars nos ofrece la historia de Suter en setenta y cuatro cuadros cinematográficos. Ningún cuadro sobra. Ningún cuadro aburre. Ningún cuadro es pálido o confuso. El lector se olvida, poco a poco, de que tiene en las manos un libro. En vez de las letras y de las palabras, dispuestas en rangos, empieza a ver las figuras y el paisaje. El paisaje que, en Blaise Cendrars, es sólo un decorado esquemático.

José Carlos Mariátegui La Chira

Breve epílogo

(...) anexos al ocaso del positivismo, ha continuado en el Occidente pre-bélico y post-bélico su acción revolucionaria. Einstein ha suministrado a la especulación filosófica, con sus descubrimientos de física y matemáticas, un material tan rico y vasto como imprevisto. Freud ha extraído de las investigaciones clínicas sobre el tratamiento de la histeria, una teoría genial, cuya sospecha flotaba ya en la atmósfera de la época, como lo demuestra, más que su rápida propagación, la presencia precursora de una intención psicoanalítica, de clara filiación freudiana, en la obra de Pirandello. En los dos polos de la historia contemporánea -Estados Unidos y la URSS- se encuentra la misma fervorosa aplicación y valorización de la ciencia. Pero, ni en la sede del capitalismo ni en la del socialismo la ciencia pretende dictar leyes a la política, ni a la literatura, ni al arte. Y en esto nos hemos distanciado provechosamente del “cientificismo” ochocentista.
Y no ha sido menos trascendente, en estos cinco lustros, la revolución literaria y artística. Se ha reivindicado, contra la chata ortodoxia realista, los fueros de la imaginación creadora, con ventajas asombrosas para el descubrimiento de la realidad. Porque con los derechos de la fantasía y la fantasía, se ha averiguado sin fines, que es decir sin límites.
Y, en todo esto, estamos solo en el umbral del 900. O del evo que esta cifra intenta celarnos. Porque los siglos, en la historia, son la más subalterna y convencional de las mediciones.

José Carlos Mariátegui La Chira

"Caliban Parle", por Jean Guehenno

He aquí otro libro que da fe de la insuficiencia de todos los vaniloquios del “idealismo” novecentista para descartar de las tareas del pensamiento y la literatura la preocupación de lo temporal y de lo histórico. La inteligencia ha inventado en los últimos años una serie de maneras de eludir o ignorar el problema de la revolución. Ninguna le sirve al intelectual rigurosamente fiel a los deberes del espíritu para discurrir y meditar como si el socialismo y el proletariado no existieran. En esto se reconoce una de las pruebas de la inutilidad de todo intento de restauración del principio de la inteligencia pura o ahistórica.
Jean Guéhenno es un escritor que procede del proletariado y que no reniega de su origen; pero que, en la imposibilidad de encontrar una respuesta a sus interrogaciones en la filosofía clarista del obrero, busca en el arsenal de la más moderna y exigente cultura las razones de una convicción revolucionaria o, por lo menos, no-conformista. “Caliban parle” es una requisitoria contra la hipocresía intelectual y contra los compromisos del pensamiento, cuyos ecos se confunden hoy un poco con los de “Morte de la penseé bourgeoise” de Emmanuel Berl.
Guehenne, humorista, se rebela contra el juego de una compósita legión de intelectuales y artistas que, en el nombre de un refinado novecentismo, querrían sacrificar la humanidad a las humanidades. El crítico y el hombre están demasiado vigilantes y vivos en él. Le es imposible no entender y denunciar el cinismo de este pensamiento de Barrés: “Que los pobres tengan el sentimiento de su impotencia he ahí una condición primaria de la paz social”. El fariseismo del intelectual ante el proletariado, empuja a Guehenno, deferente y atento, pero no por esto menos nauseado, a tomar abiertamente el partido de Calibán. En la clase que lucha por un orden nuevo, están todos los valores morales de la civilización. Al innoble razonamiento de Barrés, opone este juicio ciertamente más filosófico y verdadero: “Le rebelión es la nobleza del pobre”. Guehenno presta estas palabras a Calibán: “En un mundo de egoísmo y de lucro, me ocurre ser la sola potencia desinteresada. Se ha visto a los míos renunciar al éxito, a las sinecuras, a los puestos, fuertes y puros. Algunos que se vendieron fueron pagados a alto precio: obtuvieron los primeros cargos en los Estados. Pero la masa de los Calibanes fue apenas quebrantada por esto. Continúa diciendo no a un mundo en el cual no reconoce la belleza de sus sueños. Y toda nobleza viene a Europa de este movimiento que pone en ella los gestos de la Calibán, las multitudes obreras que, en el instante en que reclaman pan piensan todavía en organizar el mundo”. “Entre la Bolsa de Trabajo y el Instituto, quién sabe, después de todo, dónde se hace el menester más humano? Si los secretarios de sindicatos y sabios de academias consintieran un instante en mirarse, no se despreciarían tanto. Yo los veo a unos aplicados al trabajo de deshacer y desatar, un hilo después de otro, la red que la obstinada fatalidad no cesa de tejer alrededor nuestro, vencer esas leyes de bronce a las que nos somete la pesada economía del mundo. En el más fatal de los siglos, buscan los medios de tornarse amor de las cosas, nuestras duras dominadoras, e intentan, con un maravilloso coraje, restituir al corazón y a la razón la supervigilancia y el control del universo”. “Nuestro verdadero mérito al fin del último siglo habrá sido el organizar la insumisión y la batalla”.
El autor de “Calibán Parle” no se ha formado en esta lucha. A la meditación del sentido moral y humano de las reivindicaciones de las masas, ha llegado por la vía cara a M. Julien Benda, por la vía del “clero”. Su libro de nada está tan distante como de ser el resultado de una crítica de inspiración marxista. Guehenno es un intelectual puro, en el sentido de que no obedece sino a la lógica de su especulación. No proviene de ningún equipo marxista ni de ninguna Casa del Pueblo. Ha hecho su aprendizaje de pensador, meditando a autores tan diversos como Michelet, Taine, Renán, Proudhon, Jaurés, Barrés, Peguy, etc. En el segundo capítulo de su libro, al hablar de la “difícil fidelidad”. Guehenno expone su propio drama. El obrero que se transforma en un intelectual, pierde su fe, su sentimiento de clase. Usando el término de Barrés podría decirse que “de deracine”, se desarraiga. “El espíritu engaña, la belleza seduce, la felicidad descasta. Y yo sentía una suerte de felicidad. Era un blando abandono, animación todavía, pero en la paz; después de meses de tensión apasionada, una embriaguez indulgente. No se lee impunemente los libros. La única luz que me guiaba, antes de que los hubiese leído, no se dejaba ver ya en el juego de sus mil pequeñas flamas. Yo adoraba antes un solo ídolo: los dioses se habían multiplicado. La cultura tiene a veces al principio este efecto de destruir el carácter. Nos hace parecer a esos actores que, a fuerza de ensayar todas las transformaciones, terminan por perder toda personalidad”. Así habla Calibán o mejor, así habla Guehenno después de un largo trato con las ideas. Guehenno ha descubierto el pragmatismo de las ideas, la servidumbre del pensamiento. “La cultura -tal como la conciben los “pedantes autoritarios” con quienes polemiza- no tiene otro objeto que es de hacer jefes y el de justificarlos a la vez. A la ciencia que determinaba lo que debe ser y que descubría mundos más generosos, ellos no le demandan más que legitimar lo que es. Una extraña y monstruosa connivencia asocia la cultura así sofisticada y la autoridad social el saber y la riqueza, y es la característica más eminente de lo que ellos llaman civilización”. No es distinto, fundamentalmente, el lenguaje de los marxistas. Pero lo que confiere especial valor al testimonio de Guehenno es, precisamente, su no marxismo. Todas sus meditaciones, revelan una rigurosa preocupación de no traicionar al Espíritu, de no emplear sino razonamientos de humanista. Las páginas más eficaces de su libro son, acaso, aquellas en que denuncia el bizantinismo y el diletantismo de la Ciencia y del Arte de la decadencia. Guehenno conoce de cerca a esta gente y podría describirnos minuciosamente a cada uno de sus especímenes. ¿Cuál es la imagen más exacta que de ellos nos ofrece? “Me los represento siempre -dice- en una cámara rodeada de espejos. Cada uno mira delante de su innumerable imagen un drama patético, se pone sucesivamente las máscaras del cínico, del epicúreo, del estoico, y declama a veces con florido lenguaje. Viene el aburrimiento y el drama se interrumpe por el tiempo necesario para hacer una nueva provisión de máscaras y de imágenes”. ¿En qué época de la historia, se encuentra a la “inteligencia” y al “espíritu” entregados al mismo juego banal y elegante? La respuesta de Guehenno coincide con la de otros pensadores sagaces: “Graeculi esurientes”. Es así como pequeños griegos hambrientos, que habían tenido la misión de mezclar el espíritu a la pesada masa romana, se cansaron un día. No escucharon más al genio liberador que largo tiempo les había hablado. Tenían hambre y no se preocuparon, para comer y vivir, más que de divertir a sus amos y de fortificar laboriosamente los prejuicios que aseguraban su dominación. El espíritu carecía de coraje y la sabiduría de atención. Entonces hombres innumerables de quienes nunca se hubiera pensado que tenían también un alma destruyeron este mundo fútil. La ciudad que la razón caduca les negaba, se derrumbó. Ellos buscaron en una fe nueva la comunión humana”.
Testimonio de intelectual, requisitoria de humanista, el hermoso libro de Jean Guehenno convida a la más actuales y fecundas reflexiones. Es un enérgico estimulante del juicio histórico, del examen de consciencia de una generación que oscila entre la desesperanza y la traición.

José Carlos Mariátegui La Chira

Carta a Joaquín Edwards Bello, 27/12/1929

Lima, 27 de diciembre de 1929
Estimado amigo y compañero:
No he tenido más noticia de Ud. después del envío de la penúltima edición de El Roto que unas líneas de afectuoso recuerdo al margen de un recorte de la "La Nación". Hace pocas semanas, remitiéndole "Poesías" de Eguren y los últimos números de "Amauta" reclamaba sus noticias. Pero después he sabido por Concha Romero de Jame que los envíos a "La Nación corren el riesgo de todas las redacciones y que no había llegado jamás a sus manos, por ejemplo, el ejemplar de "7 ensayos de interpretación de la realidad peruana" que le dediqué.
Repito hoy el envío de mis "7 ensayos" y le ruego que, al acusarme recibo de estas líneas y el volumen, me haga saber si ha recibido también el libro de Eguren.
Esta carta tiene las más gentil portadora: Blanca del Prado, joven y admirable poetisa del grupo de "Amauta". Blanca del Prado no tiene aún relaciones intelectuales fuera del Perú. Se ha hecho conocer y estimar aquí mismo hace muy poco. Pero tiene dotes para imponerse. La mueve en su viaje el más simpático espíritu de aventura y de liberación. No se concibe el crecimiento, la formación libre de un artista dentro de un viajo y rígido hogar católico limeño o arequipeño. Blanca necesita romper algunas trabas para afirmar su personalidad.
La recomiendo vivamente a su amistad. Tiene todo el afecto de "Amauta". donde a Ud. se le recuerda siempre con gran aprecio.
Tengo el proyecto de establecerme en Buenos Aires por algún tiempo. He recibido la invitación de "La Vida Literaria" en días que estaba en Lima Waldo Frank quien me ha animado mucho a este viaje. En Buenos Aires puedo resolver el problema de movilidad: la ortopedia está ahí, según me dicen todos, muy perfeccionada. Y necesito, además, respirar finalmente la atmósfera de un país libre. En el Perú sostengo desde hace cinco años una lucha muy difícil. Hace algunas semanas he estado preso en mi casa con todo los míos. La policía ocupó mi casa y se apoderó de todos los papeles, hasta de los recortes de los artículos publicados. A los tres días me dejaron en libertad.
Y días después me restituyeron mis papeles, con protestas de consideración. Pero la verdad que carezco de garantías. Y que estoy cansado ya de mi inmovilidad. No creo que a nuestra edad se puedan pasa más de cinco años sedentarios.
Aunque es grande mi interés de visitar el sur del Perú, haré el viaje a Buenos Aires por Chile. Quiero pasar por Valparaiso y Santiago y estrechar la mano de algunos amigos, entre los que Ud. es el primero.
Escríbame bajo sobre dirigido a Guillermina M. de Cavero, Sagástegui 663 altos, Lima.
Y reciba el mejor abrazo de su devotísimo amigo y compañero.
José Carlos Mariátegui
A Joaquín Edwards Bello
Santiago.

José Carlos Mariátegui La Chira

Carta a Ana Chiappe de Mariátegui, 6/7/1925

Chosica, 6 de julio de 1925
Anita mia,
ho passato la domenica in buona compagnia, ma siccome non c’eri te, siccome non c’erano i bimbi m’a sembrato di essere un pó solo. Posada mi consegno la tua lettera. Giulio mi disse che te trovavi bene.
Attendo questo giovedi, che mi sembra un po lontano quantunque sia cosi vicino. Per sentirmi non tanto solo fino giovedi ti scrivo queste righe. Cosi mi pare di essere un po con te. Mi pare che dialoghiamo, che te sono vicino e che anche tu almeno in pensiero sei presso di me.
Sceglie un regalo per il piccino. E baccialo per me finche un pó piu tardi lo bacci io stesso il suo giorno. Non esere avara con lui. Non essere stirchia.
Te curi? Spero di vederti meno magra. Altrimenti, lo sai, non ti permettero di lavorare.
Se puoi, portami un livro che si trova tra i livri grossi: un livro grigio che si titola “Ideas para una nueva concepción biológica del mundo”. Portami anche un pó di buste. E niente altro.
Non mancare, non mancarmi il giovedi. E la festa di Sigfrido; é anche una festa nostra. Piú loro crescono, piú loro fioriscono, piú sento che i giorni della nascita di Sandro e Sigfrido sono stati due giorni di festa della mia vita. M’hanno fatto amare in te, doppo della sposa, la madre, la donna feconda, sorgente di vita, di bellezza e di grazia divina.
Ti baccia con amore il tuo.
José

José Carlos Mariátegui La Chira

Carta a Ángela Ramos, 5/5/1929

Lima, 5 de mayo de 1929
Querida y grande amiga:
Aunque no hagan falta mis palabras para que Ud. sepa mi reconocimiento, quiero que nuestro común amigo Adler le lleve estas líneas de gratitud por su generoso y excesivo testimonio de amistad y simpatía. Sólo un alma femenina como la de Ud. puede poner tanta generosidad y ardimiento en sus gestos.
No emplearé para protestar amicalmente de su iniciativa, palabras rituales de modestia. Pero sí puedo decirle con sinceridad que no creo haber hecho aún lo bastante para merecer un homenaje como éste. Me tranquiliza la idea de que hay en esta actitud, ante todo, simpatía y aliento a una obra que, como obra ideológica renovadora, es mucho más que un esfuerzo personal. Gracias, querida Ángela. Adler le dirá lo que no expresa este rápido y reconocido mensaje. Saludos afectuosos a Felipe y mil cariños a sus niñas.
Anita se asocia profundamente a mis sentimientos y yo espero que pronto me sea dado estrechar personalmente su noble mano amiga.
Su devotísimo compañero
José Carlos Mariátegui

José Carlos Mariátegui La Chira

Carta a Anna Chiappe de Mariátegui, 19/6/1925

Chosica, Quinta Pesce, 19 de junio de 1925
Carissima,
Come forse ti avrá giá detto Antonio il viaggio fu buono. La prima impresione della casa é anche buona. Ci sono anche bambini. Una bimba un pó piú grande del nostro gordito s’é fatta subito mia amica. Il clima é straordinario. Immediatamente si sente il cambio. Oggi comincieró i bagni di sole. Non trascurare la tua salute, te prego. Prende molto late e mangia bene.
Domani, cuando riscuoterai a Mundial e Variedades, vuota la casella postale. Cuando verrai mi porterai i giornali e riviste. Se arrivano i libri farai come t’ho detto.
Compra una spugna di gomma che mi ci vuole. Credo che ci sono da Colville. Compra anche le pile per il campanello.
Bacci a Sandrino e Sigfredo. E per te tutti i pensieri del tuo
José Carlos
Saluti di mama chi ricorda molto tutto il giorno ai bambini

José Carlos Mariátegui La Chira

Carta a Artemia G de Falcón, 12/4/1923

Lima, 12 de abril de 1912 [1923]

Señora de todo mi respeto:

Solo ayer pude entrevistarme con el doctor Salomon. El lunes y el martes tuvo que concurrir a las sesiones secretas del Senado.

Me ha dicho el doctor Salomon que la próxima semana se dará la orden elativa a los pasajes de César.

A causa de hallarse en Lima un hermano mío, no dispongo de tiempo para nada. No me es posible, por esto, ir a Barranco a comunicarle personalmente el resultado de esta gestión.

Pero a fin de semana iré de toda suerte llevándole la solicitud para el pago del sueldo de abril.

Con mis mejores saludos para los suyos, le ruego aceptar mis respetos.
Su humilde servidor

José Carlos Mariátegui

José Carlos Mariátegui La Chira

Carta a Artemia G de Falcón, 31/7/1925

Su casa, Washington 544,
31 de julio de 1925

Señora Artemia G. de Falcón
Ciudad.

Señora de todo mi respeto:
De vuelta de Chosica, a donde fui en busca de salud, me complazco en anunciarle nuevamente que tiene Ud. su casa en Washington Nº 544.
Me parece que Humberto se ha enojado con nosotros por un incidente mínimo del día de la mudanza. Yo creo que la cosa no era para tanto. Pero estimo demasiado la amistad de César y los suyos para no apresurarme a ofrecer a Ud. las excusas que Ud. crea de mi debe.
Anita me encarga expresar a Ud. y a su señoritas hijas sus muy cordiales sentimientos. Sandro y Sigfrido le mandan muchos besos a Artemita.
Y yo me despido de Ud. con las respetuosas consideraciones de siempre. Su muy devoto y atento servidor.

José Carlos Mariátegui

José Carlos Mariátegui La Chira

Carta a Arturo Delgado, 25/1/1929

Lima, 25 de enero de 1929
Estimado Sr. Arturo Delgado:
Hace tiempo que le soy deudor de respuesta a una carta a la que acompañaba copia de su interesante proyecto de dotación y reparto de tierras a las comunidades. Estaba yo en esos días muy enfermo. Y, más tarde, el déficit de trabajo acumulado me acaparó de tal modo, que me fue imposible ocuparme en mi correspondencia. Pero no olvidé nunca su carta ni su proyecto y me propuse escribirle cuando apareciera este libro que contiene mi tesis sobre la cuestión agraria, a la vez que afirma la prioridad de este problema en la jerarquía de los problemas nacionales. Aquí están mis puntos de vista fundamentales. Mientras me es dado escribirle más extensamente, éste es el parecer que puedo ofrecerle. —Con mis mejores saludos a su hermano don Luis, le estrecho la mano cordialmente
José Carlos Mariátegui

José Carlos Mariátegui La Chira

Carta a Augusto Moscol

Lima, 1 de enero de 1928

Estimado compañero:

Con mis saludos y votos de año nuevo, expreso a Ud. toda mi confianza en su concurso a nuestra revista, en su nueva etapa que estoy seguro será la de su definitiva estabilización. Mucho esperamos de su entusiasmo y actividad de amigo probado y mucho tenemos que agradecerle por sus servicios de la primera etapa.
Créame su affmo amigo y compañero

José Carlos Mariátegui

José Carlos Mariátegui La Chira

Carta a Bertha Molina (Ruth) [2/1916]

Amiga mía:
Estas son las cuartillas en que escribe a veces Juan Croniqueur. No tengo a mano la Underwood donde tanta ayuda encontré. Produje en ella mucha prosa. Versos nunca. Son cosas incompatibles.
Le escribo a Ud. desde el Convento de los Descalzos, Esta mañana he venido aquí porque el padre Aramburú me había invitado y porque es plácida, grata, dulce y reconfortante esta soledad. Me acompaña un artista, cuyo espíritu es selecto y comprensivo. Y he venido también para escribir. Y he venido también para escribir una novela corta, un cuento que será el primero de los que voy a reunir en un libro. Quiero publicar primero este libro de cuentos, para ratificar mi personalidad como prosista. Mi prosa es más accesible a la inteligencia del público que mis versos. Estos son muchas veces abstrusos, exotéricos, extravagantes. Responden a complejos estados de alma y no es posible entenderlos sin conocerme. Son pocas las personas que gustan mucho de ellos. El Conde de Lemos, More, yo, escasas gentes mas. Yo amo y admiro mis versos. ¡Los siento tan sinceros y tan hondos! Sé que no he apresado en ninguno de ellos toda mi emoción artística, toda mi sensación íntima y esto me atormenta. Tal vez en uno de ellos que llamé "Viejo reloj amigo..." apresé toda mi visión.
Por este motivo, mi libro de versos no aparecerá antes de seis meses. Me preocupa la cuestión del prólogo. Busco entre los literatos cuajados, uno bastante comprensivo. Y he pensado en Luis Fernán Cisneros. El lo hará con gusto y bien.
Repito que he venido para escribir una novela corta. Tendrá francos y tibios perfumes de voluptuosidad y de amor. Y por eso he buscado este asilo místico. Es una paradoja. Hoy inquiero la voluptuosidad del misticismo y mañana, tal vez, el misticismo de la voluptuosidad, ¿Gusta usted de las cosas paradojales? Yo las amo mucho.
Conforme le prometí, tuvo Ud. ayer mi recuerdo en el lunch. Mi brindis íntimo fue por Ud. Me rodearon amigos leales. Faltaron todos los que temen las actitudes rebeldes y se asustan ante el fantasma del poder y la influencia de los monos de la casa de Pando. Me enviaron su adhesión personas altísimas cuyo aplauso me enorgullece. Guardo para mí sus nombres que he sustraído la publicidad. También he sustraído a la publicidad mis frases de agradecimiento.
Tuve el propósito de renunciar al agasajo. No lo hice porque no se tuviera asidero para acusarme una vez más de pose o teatralidad.
¿Por qué soy triste? ¿Quién sabe nunca el origen de estas cosas? Mi tristeza tiene vieja genealogía. Mi alma está de antiguo triste porque el dolor es la verdad única de la vida. Pero el dolor y la tristeza son cosas voluptuosas que hacen a veces al espíritu más bien que la alegría y el optimismo.
Aquellas son...

José Carlos Mariátegui La Chira

Carta a Bertha Molina (Ruth), 1/5/1916

[Transcripción literal]
Dulce amiga:
Sí, Ruth. Te escribo el 1 de mayo porque son ya las 2 de la mañana. Mi pereza, de la cual no se como tienes noticias, me ha hecho desperdiciar todo el día. Soy muy ocioso. ¿Querrás creer que aún no se comienza a trabajar mi libro de versos porque yo no he arreglado una cuestión de papel, formato, volumen y otros detalles? Hoy debía haberte contestado y escrito un artículo (Pongo hoy sin fijarme). Me preguntaba cual cosa haría primero y no me decidía. Burlé el artículo no yendo a La Prensa. Y a esta hora resuelvo contestarlo.
Créeme que no tengo retrato. Un día en la imprenta, Lund me hizo uno. Cuando me mostró el primer ejemplar le dije que me parecía muy malo. Y lo di al director de Lulú, que era entonces amigo mío, para su periódico, Cualquier día de estos me retrataré para enviarte un ejemplar.
También me sorprendió tu presencia en el cinema. Yo estuve ahí porque siempre que falta teatro me resigno a concurrir a las vermouth. Los dramas de los films son malos y vulgares, pero alguna vez se sustraen a esta regla, aunque triunfe el amor. ¿Porqué hablas así del amor? Eres injusta. El amor es la única cosa que vale la vida. Porque es la fuente eterna del dolor y no hay mayor placer que el del dolor que aceptamos, buscamos y queremos. Las gentes que van al amor saben todas como es fuente de amarguras. No obstante lo ansían. Mis ideas de egoísmo también me hacen pensar contra el amor, pero estoy convencido de que no es la cabeza la que norma nuestra vida sino el corazón. Y en mi siempre triunfa el sentimental sobre el cerebral. Cuando se tiene 16 años y se quiere ser fuerte, es posible decir lo que tu dices. Mas tarde no ¡Y con cuanta satisfacción se claudica! No es el amor "un chicuelo de de cabellos rútilos que cualquiera vence. No. El siempre es el vencedor. ¿No "se puede prescindir de él?" No. Con placer le damos hospitalidad si llama a nuestra puerta. Nunca le dejamos partir. La humanidad sin el amor no sería casta, noble y santa." Piensa que hasta los ascetas satisfacen su sed de amor en el arrollo engañoso de su misticismo. tu juzgas estas cosas a travez de los libros. Cuando se vive un poco se aprende que los libros no enseñan nada de la vida. Y si los libros y el cerebro en que se plasmaron sus ideas, te dictan tales palabras, cree Ruth que aún eres ignorante de muchas cosas. Para mi arte y para mi vida los libros no me han servido mucho. "Yo solo escribo un verso cuando antes lo he vivido" que dijo Chocano.
¿Eres germanófila? Bueno, Yo sé admirar a los alemanes, pero no sé quererlos. Se que ganarán la guerra, pero no sabré aceptarlo. Lo creeré uno de esos sucesos inexorables, fatales.
Es cierto Ruth. No me importa el público. Nunca me importó. No me acuso de haber escrito una sola página artística pensando si gustan o no. Mira. Algunas veces he escrito algo "manufacturado" con habilidad de profesional solamente. Después he visto que a todos les gustaba y he oido que sinceramente lo decían. Yo me he reído. Otras veces he escrito con amor con verdad. Muchos me han preguntado "que extravagancia he publicado". Hace dos años y medio escribía apenas. Era aunque mas jovenzuelo muy orgullos. Por los jóvenes que entonces tenían reputación yo pensaba: "Todos estos son muy malos, mas malos que yo". Y no escribía sino de raro en raro. Mi soberbia era tanta que cuando releía mis artículos me decía. "¿Para qué escribo sino puedo superarlos inmensamente, como yo quería? No quiero su altura. Nunca leí a nadie mis artículos. Nunca pedí un consejo. Mas tarde reaccioné un poco. Sentí los halagos del aplauso y me convencí de que para llegar era preciso hacerse camino. Hoy cuando oigo a esos escritores jóvenes decirme: "Nosotros" "Nuestra generación," les contestaría: "¿Nosotros? ¡No! Ustedes independientes de mi ¡Yo, solo!" Mas tarde, repito, reaccioné. Y mira, Ruth, fue la vanidad de una muchacha la que me indujo. La vanidad de las mujeres es siempre mucho mayor que la de los hombres. Y yo tuve que buscar el aplauso para que el llegara a la frívola, a la orgullosa que me imponía el trabajo y el esfuerzo. Después, ha vuelto la abulia, la indolencia, el dulce deseo de no hacer nada. La vida y la fama no valen una neurastenia. ¿Mañana? ¿Quién sabe?.
Estas confidencias no las he hecho a nadie porque no las entenderían, van a buscar refugio en ti porque eres buena, a propósito de tu reproche a mi orgullo.
¿Mi tristeza? Es muy tarde y tendría que ser muy largo para hablarte de ella. Basta por hoy de confidencias. Prescindir de la Underwood me causa mucho. No se escribir sin ella.
Esta bien la precaución de la letra de los sobres. O mejor emplea alternativamente las dos letras, para que no se observe la continuidad de las cartas.
Ya no puedo escribirte mas. Me he cansado porque las líneas anteriores las he escrito muy de prisa, nerviosamente.
Adios. Hasta muy pronto. Sé buena. Perdóname. Dime muchas cosas. Las leo con placer. Me consuelan. Te recuerdo. ¿Te escribo claro? No sé. Es ya tarde. Estoy triste. Adiós.
Juan

José Carlos Mariátegui La Chira

Carta a Bertha Molina (Ruth), 1/6/1916

Transcripción completa (se ha respetado la grafía del original):
01 de junio
Dulce amiga:
Perdón. Te escribo solo hoy porque no he podido o no he sabido hacerlo antes. No me he sentido hasta hoy lo suficientemente solo para escribirte. Ocurre Ruth que yo no escribo nunca en mi casa. Nunca casi. Y en la imprenta ó en el Jockey Club me rodean y a veces por completo muchas miradas y muchas voces. Hay ocasiones en que apenas salgo de mi casa, me encuentro con alguien que me acompaña y que no me deja. Si me deja lo reemplaza otro u otros.
He sentido de veras no escribirte. Mas he sentido no verte el domingo. ¿No saliste? ¿Fuiste al teatro? Yo voy al Colón con mucha frecuencia también porque hay que aburrirse en alguna parte y siempre una comedia entretiene.
Celebro que te gustasen mis versos. Una de esas composiciones ha salido también en "Vesperal". En esta revista hay también una hermosísima página de Abraham.
Los estudiantes y la huelga no me interesan. Ascanio ha buscado un éxito fácil. Yo no sabría nunca ser leader de cualquier grupo. Tengo mala idea de nuestra juventud y sé que estos movimientos nunca hay ideas sino intriga. Estoy completamente desencantado de la gente de esta tierra. Verdad que nunca fui optimista sobre ella.
El turf no me quita tiempo. Solo me ocupa tres o cuatro horas a la semana. Soy director en el nombre. Solo organicé las secciones y ahora escrito dos o tres artículos para cada número. Todo lo hacen en el Jockey Club. El periódico se hace solo. Revista, programa, pronósticos. Todo está hecho. La verdadera causa de que no salgan mis cartas está en que desde que se encuentra ausente el director de La Prensa no hay ya quien me exija la puntualidad en mis artículos. Yo soy perezoso y abúlico. Sin embargo, para mañana he escrito. Acabo de corregir la prueba. Y me propongo seguir escribiendo por lo menos una vez a la semana.
¿Vas el domingo al Palais? ¿al Colón?
No le he preguntado nada a Abraham porque cuando he querido hacerlo y le iba ya a interrogar, he tenido miedo de reirme y hacerle comprender la comedia. El es experto en comprender una comedia. ¡Como todo el día hace teatro!
Perdona mi retardo. Y escríbeme.
Te espero
Juan

José Carlos Mariátegui La Chira

Carta a Bertha Molina (Ruth), 10/4/1916

[Transcripción literal]
Amiga adorable:
Acabo de recibir tu última carta. I por contestar inmediatamente sus últimas líneas me olvido de responder la anterior, abandono la pereza, amigos y preocupaciones y todas las cosas quo en este momento me solicitan. Yo no puedo permitir que transcurra un minuto sin desvanecer la impresión que esas líneas reflejan
No, amiga mía. El encanto de Ruth no ha desaparecido ni se ha quebrantado. Se consolida . Empieza talvez ahora. Tienes tu muy pocos años para poseer esos acierto de observación. No ha habido desencanto. Yo te había adivinado.
Y para decirte la verdad tengo que hacerte Ruth una confidencia que te traslada á una intimidad á donde no llevo a nadie. El sábado tuve un día triste y aburrido. Debí escribir para el domingo y no lo hice. Intenté un artículo y lo rompí á la primera cuartilla. Para cumplir mi obligación con el periódico tuve sin embargo que llenar algunas ocupándome de la guerra y los socialistas alemanes. ¡Que horror Ruth! Y á las cinco salí para esperarte; pero tu no pasaste. En la noche culminaron mis tristezas. I tuve que recurrir para llamar al sueño consolador, al cloretilo,- que es la manifestación mas aristocrática, sutil y distinguida del éter-, buen amigo de muchas horas amargas. I ese día, ayer, dormía aún el sueño del cloretilo cuando salí a la calle para ir ál Palais. I ahí estuve aún en pleno nirvana. Luego, Ruth, tu no has podido observarme. Yo, para ti estaba dormido. Conservaba intactas todas mis facultades de observación, todas mis sensaciones, pero no podían ser sino muy íntimamente. Para tí, para los demás, Juan Croniqueur tenía que se en esos momentos un idiota ó un ebrio.
Desciendo por ti á la amargura de estos detalles lacerantes. Revurro á su revelación porque mas doloroso sería para mí que tu confundieras mi espíritu dentro de la vulgaridad de impresiones en que ya lo has involucrado.
Quiero que confieses tu satisfacción ante estas sinceridades, antes estas sinceridades que nunca salen de mí, porque las visto muy egoistamente.
Otro día te escribiré con más detención. Talvez será mañana. Ahora mis dedos vuelan nerviosamente sobre las tecla, reflejando una honda inquietud de mi espíritu ante el final doloroso de tu carta.
Mientras tanto deja que te agradezca este oasis infinitamente consolador que pones en mi camino. Espontáneamente, dulcemente, misericordiosamente ha llegado á él. I tienes para mí todos los encantos de un afecto purísimo, de un pródigo manantial que brotase en medio de mis tristezas.
Yo sé que si te agitan estas sensaciones es porque tienes un espíritu tan vehemente é inquieto como el mío, que ha adquirido ya cierta calma reflexiva que dan los años intensamente vividos y el cansancio de la existencia. Eres muy niña y la primera impresión se aferra á tu alma.
Espera mi proxima carta.
Mientras tanto créeme siempre tu amigo agradecido.
I créeme que te escribo con el alma en los labios trémulos que dictan á alas manos, trémulas también, esta respuesta.
Juan Croniqueur.

José Carlos Mariátegui La Chira

Carta a Bertha Molina (Ruth), 11/10/1916

Transcripción completa (se ha respetado la grafía del original):
11/10/916
Anoche te recordé tan intensamente que hoy he sentido la obligación imperiosa de escribirte.
Tu que has perdonado muchas veces mis olvidos, sabrás perdonar también que esta carta haya tardado tanto, y sabrás comprender que esta tardanza no puede deberse a que haya dejado de recordarte.
Yo no sé explicarte por que he dejado de escribirte.
Y me apresuro a escribirte para reclamarte también que me escribas. Al trazas estas líneas pienso en que tendrás la eficacia de proporcionarme el bien inapreciable de tus cartas, interrumpidas desde hacer tanto tiempo.
No tardes en escribirme y hazlo con extensión.
Perdona mi exigencia.
Tengo una intensa inquietud espiritual que se refleja en parte en un artículo del lunes.
¿A qué hora recibirás esta carta?
Son las 11 a.m. Te escribo en mi oficina. Y debo hacer luego un artículo sobre no sé cual tema trascendental.
Dime muchas cosas.
Y recuérdame.
Juan

José Carlos Mariátegui La Chira

Carta a Bertha Molina (Ruth), 11/4/1916

[Transcripción literal]
Lima, 11 de abril de 1916
Amiga y confidente mía:
Cuando escribo estas líneas para tí, me domina la ansiedad de sabor como contestes la carta que he escrito ayer para ti. Tu carta, tendrá sedante virtud de uncioso bálsamo para mi alma. I yo sé que tu bondad no me Ia hará esperar mucho.
Confidencia por confidencia nos hemos dicho muchas cosas de nuestras vidas . Probablemente no todas . Tu has confiado á este amigo un esbozo de tu historia, en el cual hay voces de dolor, de lágrimas y de misterio.
Yo también he sufrido. ¿ Sabes cuál será uno de los epígrafes de mi libro de versos? Serán los siguientes versos de Chocano:
Yo no jugué de niño.
Por eso siempre escondo
arderes que estimulo con paternal cariño.
Nadie comprende, nadie, lo viejo que en
el fondo
tendrá que ser el hombre q' no jugó
de niño.
Estos versos debieron ser míos. No los he escrito yo, porque antes que yo los escribió Chocano.
I á una infancia fugaz, siguió una adolescencia prematura, una adolescencia que á los quince años ó antes me puso, por inquietud vehemente de mi espíritu, dentro de la vida de casi todos los escrires [escritores] y periodistas de entonces. Desde entonces hice dentro de este diario, incansable labor periodística, esa labor fecunda y anónima que resta energías y que el pública ignora. Pero solo la hice mientras guardé algunos entusiasmos y alenté algunas aspiraciones. Después, vino el cansancio, la pereza, el dulce deseo de no hacer nada, de manifestar solo de raro en raro esta obligada actividad de un artículo.
Ahora, Ruth, todo es fatifa y empeño de no pensar ni en mi mismo. Llego á los 19 años con el mas hondo fastidio. Toda la gama de las sensaciones me es conocida. He sido feliz algunos minutos, muy pocos; he sufrido, he amado, he llorado y he reído. Vicios y virtudes han tenido su instante de vibración en el pentagrama de mi vida. I ya ves, Ruth, hoy estoy aburrido.
Tus grandes ojos profundos, tu dulzura, tu piedad y tu pureza vienen á poner en esta vida un oasis. Gracias, Ruth. Crée en que convergen hacia ti todos mis sentimientos de gratitud y no creas en que me aflija la vulgaridad de un desencanto trivial. Me has hecho una ofensa y me debes una reparación.
¿Porqué no te escribo mejor al correo con un nombre supuesto, el que tu me indiques? ¿Porqué no me dictas una norma que evite que mis cartas lleguen tan tardía y dificultosamente á tus manos? Te seré agradecido si resuelves esto.
¿Irás el domingo al Palais? ¿No vás á los cinemas?.
En este instante me llama un "amigo". Yo siempre subrayo esta palabra. ¿Tengo yo un amigo que me entienda? Es difícil. Es mas probable que tenga solo amigos que me quieran y mucho mas que tenga amigos que me admiren.
Puede ser que mas tarde te siga escribiendo.
Adiós.
Juan Croniqueur

José Carlos Mariátegui La Chira

Carta a Bertha Molina (Ruth), 11/6/1916

Transcripción completa (se ha respetado la grafía del original):
8 de junio de 1916
Dulce amiga:
Ahora soy puntual. Te escribo en la imprenta a las 11 pm. La máquina está descompuesta. Y temo que no tarde en interrumpirme Valdelomar que debía haber llegado á buscarme a las 10 y 30 pm. No fuí al colón por él que me hizo permanecer en el Palais, a nuestro regreso de las carreras. Ayer me dijo espontáneamente que el viernes había recibido carta tuya. No le hice teatro. "A mi ha escrito una o dos veces" No hablamos más. Mas tarde me preguntó: Sabe ud quién es. Yo le dije: No. Se vé que no te ha escrito y que acaba de recibir tu carta.
Hoy he sentido mucho no verte. Quise ir al Colón, pero ya te dicho por qué no me fué posible.
He ofrecifo a la compañía Mario escribir una comedia o un drama. Puede ser, pues, que me anime a trabajar. Aún no he pensado tema ni nada. Tampoco cuando pondré manos a la obra. Veremos si me animo.
Recibí tu segunda carta ¡Cuán grata!
El domingo no fui al Colón. Mejor dicho, fui con el Conde pero se desanimó de quedarse porque encontró en el palco del periódico peronas que no le son gratas.
No he leído el libro de León, a pesar de que te prometí escribir sobre él. Un ejemplar me lo perdió el Conde. Y otro me lo robaron en la La Prensa. Tengo noticia desfavorable de la novela por dos o tres personas. Parece que es una especie de biografía y esto es mucho para 100 páginas escasas. Parece también que está muy desprovista de arte. Quiero leerla bien sin prejuicio. Estimo a León de quien soy bastante amigo. Ahora le veo bastante dominado por More que es versátil e inconsecuente.
Los literatos de nuestro medio me tienen harto. Excepto algunos buenos amigos: Valdelomar, Antuco, Zapata y otros, el resto me fastidia.
Mañana te escribiré largo.
Dime también muchas cosas.
Necesito mucho tu consuelo y tu amparo.
Adios.
Juan

José Carlos Mariátegui La Chira

Carta a Bertha Molina (Ruth), 11/8/1916

Transcripción completa (se ha respetado la grafía del original):
11 de agosto
Te escribo hoy porque hoy me esperas. Ahora me confío a la puntualidad del correo. Tengo que contestar dos cartas tuya, las dos muy amables y buenas.
No me has dicho si, conforme a mi carta, la carta tuya que profanaran llegó a mis manos completa. No tengo nada que perdonarte. El hecho de que abriera la carta en mi presencia el director, no tiene importancia. El director es mas que tal mi amigo y es una de las personas que me tienen mas cariño y consideración.
Iré constantemente al correo para pedir tus cartas. Todos los días hago un telegrama para un periódico de provincias, de modo que me es muy fácil hace una visita diaria al correo.
¿Por qué me dices eso de que mis "cartas son más pensadas que sentidas"? Explícamelo bien claro y con mucha profusión de detalles porque no acepto la afirmación. Siempre he tenido el concepto de que soy antes que nada un escritor sentimental. Y a pesar de mi convicción de que en este siglo es imperioso gobernarnos con el cerebro, yo tengo todavía el romanticismo de gobernarme con el corazón.
¿Por qué me dices señor político? Yo no hago política sino en unos cotidianos párrafos llamados Voces y la hago por cierto con escaso gusto y hasta desapego. Tu ignoras lo grave y antipático que es esto de escribir por obligación. Ahora que si yo no tuviera obligación de escribir, soy en tal forma perezoso que casi nunca escribiría.
Quiero que me reveles eso importante. A ver. No lo postergues. Porque sé que cuando conversemos, va a ser tanto lo que tengamos que decirnos que nos vamos a decir nada.
No es cierto que mi voluntad intervenga en la aparición del libro al cual te refieres. Si interviniese, crée que la ejecutaría en el sentido de impedir que esa aparición se realizase. Amo mucho la literatura para querer que la siga ofendiendo un mal dillettantismo. En Pérez Cánepa hubo época que mi consejo y amistad influyeron. Luego le encontré desleal e inconsecuente y, como no es cosa de tolerar a los malos escritores cuando son también malos amigos, prescindí de su trato. Ho estamos "de etiqueta".
Ve, pues, que estás mal informada. Y siendo esta como es, curioso sería saber todas las otras mentiras que sobre mí te hayan dicho. Porque yo sé, muy bien, que de mi dicen innumerables mentiras. Algo daría porque la gente me dejase vivir, sin preocuparse de mí.
A la verdad que ya me cansa eso de que la gente que me conoce y aún la que no me conoce , diga si yo hago esto, si yo hago lo otro, si yo voy al teatro, si yo no voy al teatro, si yo soy de esta manera, si yo pienso en tal cosa. Es muy mortificante. Menos mal cuando la suposición es inofensiva como esa de mi autoridad en un joven escritor y de mi influjo en su ensayos.
Escribí tu suelto. Solo que el cajista no entendió el nombre y lo puso a su capricho. Pediré que lo pongan también en La Prensa. Eres muy corta para pedir una tontería.
No te podrás quejar. Te he escrito muy largo. En mi vida no hay casi precedente de una carta mía extensa, a menos que se trate de las dirigidas a mi amigo X, que llenan al mismo tiempo mi obligación de escribir un artículo.
Ignoro a Román. Me han hablado bien de él.
Escríbeme largo también. Tanto como puedas. Tantas veces como te sea posible. Con profusión de temas. Y crée que te recuerdo mucho. Crée también que mis cartas son mas sentidas que pensadas... A menos que tu me demuestres lo contrario, como supongo que lo intentarás. Y digo intentarán porque se que no vas a lograrlo.
Juan

José Carlos Mariátegui La Chira

Carta a Bertha Molina (Ruth), 13/7/1916

Transcripción completa (se ha respetado la grafía del original):
13 de julio de 1916
Me encuentro confundido por el babel de un periódico en vísperas de serlo. Tu no te imaginas como es esto. Yo no me preocupo de nada, pero tengo que soportar que a mi alrededor todo el mundo se preocupe de todo.
Te haré una advertencia. Mas de una persona me ha venido a decir: ¿Sabe Ud. quien le escribió esa carta de que habló una vez su Glosario?. ¿No? Una señorita Molina.
Aquí no puede haber secretos. Lulú te ha descubierto.
No puedo escribirte más. Te recuerdo y espero el viernes.
Hasta mañana.
Juan

José Carlos Mariátegui La Chira

Carta a Bertha Molina (Ruth), 14/5/1916

[Transcripción literal]
14 de mayo
Ruth amabilísima:
Hoy he encontrado sobre mi escritorio, recién colocada ahí, una carta tuya de fecha 19 de abril. Era sin duda la que me faltaba. Pero recién ha sido puesta en mi escritorio. Está cerrada y no presenta indicio de haber sido abierta. ¿Quien la ha puesta en mesa?. Interrogo. Me contestan que el portero que trae la correspondencia de la casilla. No he podido averiguar mas. ¿A quién culpamos? ¿Al correo acaso?
Recibí tu carta de fecha 12 ayer á las 4 de la tarde. Me hizo mucho bien por supuesto. Como todas las tuyas, la he releído.
Insisto en que Ser Folie es mujer. Ayer me repitieron su nombre: Isolina Soto. No sé más de ella. Solo lo que me dicen sus artículos y que ya te he comunicado. Ni mas ni menos.
No creas Ruth, no tengo muchos amigos. Ocurre sí que á muchos tengo que dar por cortesía ese título. Pero, ¿amigos?. No, Ruth. Mira, casi por razón profesional conozco á todo el mundo. Tengo innumerables "conocidos". I de "amigos" tengo un círculo obligado entre los del periódico, entre los demás periodistas, entre los literatos, entre los del Jockey Club, etc. Intimos, por razón de antiguo conocimiento solamente, tengo muy pocos. Soy huraño y rehacio á confiarme á nadie. Confidente, no tengo. Nadie ha penetrado, -entre mis amigos-, en mi espíritu. Nadie me conoce. Créelo Ruth.
Ya lo de los madrigales no me preocupa. Absolutamente. Interviene en esto que soy olvidadizo y un poquito versátil. Pero, si estoy de humor, en una carta te haré una crítica del madrigal de Abril. que me parece una de las cosas mas pobre que ha producido. Yo no soy poeta galante, ni quiero serlo. Creo que mi arte es superior. Le cedo el cetro de la poesía galante de mi generación á cualquiera. He escrito algunas veces madrigales, pero pocas veces, talvez ninguna, con mi agrado. En este género, creo que lo mas feliz que he escrito es un soneto á Anita España. No sé si lo conocerás. Se publicó en Lulú. Después, cada vez que recibo un album para firmarlo, me fastidio horriblemente y el album duerme en ocasiones uno ó dos meses en mi escritorio. Al fin, escribo una tontería. Cualquiera de estos días me resuelvo á escribir en varios albums una misma poesía. Puede ser que así nadie vuelva á pedirme un autógrafo que tan poco vale pero que tan orgulloso es.
El joven del chambergo tiene viejos motivos de compañerismo é intimidad conmigo. Ha sido siempre muy cariñoso conmigo. Yo lo estimo también. Pero ni aún con él me liga una intimidad muy definida. No creas Ruth. No separan casi siempre ideas distintas en cuestiones literarias. Nuestros amigos no son los mismos. El, por ejemplo, está sumado al grupo de Palma y Gálvez, con el cual yo ando divorciado.
Es ciertamente fastidioso tener enemigos, pero no vale la pena hacer un esfuerzo o por evitarlos. También sería desesperante que todo el mundo hablase con cariño y elogio de uno. Si conmigo ocurriese esto, yo tendría mala idea de mi mismo. Una estimación unánime me indignaría. Yo nunca la buscaré.
Hoy te he visto en el Palais. Feliz instante.
Durante la tarde evité el aburrimiento en las carreras.
Quisiera escribirte muy largo pero me interrumpen para que vaya al teatro. ¡Que fastidio! Mañana o pasado te escribiré.
Interrumpo esta carta contra mi voluntad. Perdón.
Hasta mañana Ruth dulcísima.
Juan

José Carlos Mariátegui La Chira

Carta a Bertha Molina (Ruth), 16/10/1920

Transcripción completa (se ha respetado la grafía del original):
Roma, 16 de octubre 1920
Acabo de regresar de mis andanzas por el norte de Italia. Roma me esperaba, amable y buena, con una carta tuya en la mano. Una carta que yo he leído antes de desembarazarme del sobretodo y del sombrero, sentado al pie de la cama en mi "chambre” de hotel, mientras el criado instalaba en un rincón mis fatigadas maletas.
Y he tenido la sensación de que tú me visitabas. De que a mi cuarto entraba la risa de una muchacha muy inquieta y muy limeña, que todo lo 'movía, que todo lo revolvía, que todo lo tocaba y que me hacía tantas preguntas que yo no podía contestárselas. Algo así como si un rayo de luz limeña llegase furtivamente a mi estancia.
Tus cartas me hacen casi siempre este efecto. Por esto te las agradezco mucho. Y te ruego que no me prives de ellas ni aún si te parece que las mías son demasiado desabridas, demasiado pobres de interés. Piensa que yo no soy capaz de producirte el placer que tú puedes producirme. Que lo que yo puedo escribirte no es posible que sea como lo que tú puedes escribirme. Yo me he vuelto un poco grave. En cambio tú eres una chiquilla. No eres una chiquilla frívola y egoísta; pero eres de todas maneras una chiquilla. Una chiquilla buena e inteligente (No te agrego que bonita porque si te dedico tres adjetivos vas a poner en duda la sinceridad de alguno de ellos. Y luego porque eso de bonita lo dejo para que te lo digan otros).
Mis cartas no son propiamente respuesta a las tuyas. No lo son sino en este sentido. En que una carta mía sigue a la recepción de una carta tuya. Pero por lo demas no. Yo no te hablo casi de las cosas de que tu me hablas. Y es que estamos tan distantes el uno del otro! Tu voz emplea dos meses en llegar hasta mí. Y la mía, que es menos joven, emplea, sin duda, mucho más. O, por lo menos, llega muy apagada, muy vaga, casi imperceptible ¡Este coloquio nuestro lucha con todas las dificultades físicas del tiempo y la distancia!
Pero esta vez voy a referirme a uno de tu párrafos. Aquel en que me dices que tienes mucha confianza en mi; pero que ... me ocultas algo. Y que no me lo contarás, eso que no. Probablemente a consecuencia de que tienes mucha confianza en mi ¿No es cierto? Si no fueses ilógica no serías mujer. Vamos. No me pongas curioso. Pruébame que te inspiro toda la confianza que me aseguras. Es necesario que la intimidad con que nos tratamos sea verdadera. No verdadera á medias sino verdadera absolutamente, totalmente, completamente.
¿Quieres hacer una cosa buena y razonable? Mándame tu retrato. Lo pondré sobre mi escritorio, absolutamente solo, para tener cuando te escribo la ilusión de que converso contigo. Tu me debes tu retrato desde hace mucho tiempo. Y no sé como te has dado maña para no satisfacer hasta la fecha tu deuda. Ustedes las mujeres son muy tramposas.
He visto que han exhumado en "El Tiempo", al pie de artículos que yo enviaba con un seudónimo nuevo, mi infantil y olvidado seudónimo de Juan Croniqueur, al cual renuncié formalmente en la revista "Nuestra Época" arrepintiéndome de todos los pecados que con el había cometido. Quiero dejar constancia ante tu de que soy completamente ajeno a la resurrección de dicho seudónimo y de que lo lamento desde lo más profundo de mi alma.
Escríbeme pronto. Mira que cada vez que recibo correspondencia lo primero que hago es ver ansiosamente si alguno de los sobres es el tuyo. Mira que siento predilección por tus cartas, y que mi predilección por tus cartas es también predilección por ti.
Tuyo affmo.
José Carlos.

P.D. La complicada y perversa posta se entretiene en robarme hoy una carta, mañana otra. Temeroso de que trate de turbar mis relaciones contigo, certificaré todas mis cartas para que se le haga mayor cargo de conciencia incautarse de ellas en el caso de que se le ocurra tan cruel idea. Vale

José Carlos Mariátegui La Chira

Carta a Bertha Molina (Ruth), 16/3/1916

[Transcripción literal]
Lima, 16 de marzo de 1916
Amiga mia :
Temía ya que tu,- a mi pesar la Underwood ha querido escribir usted-,cortaras el encanto de esta romántica y dulce correspondencia quo tu iniciaste. I me ha consolado grandemente que hayas vuelto a escribirme tú que tuviste la piadosa acción de visitar mis soledades y traer á ellas el perfume de tu palabra misteriosa. Porque yo, que trabajo en un gran diario, que estoy rodeado de
gentes de toda clase, que me ves en sucesivos cerrillos literarios, que distraigo las horas entre el Palais y los teatros, que vivo
con tanta intensidad, tengo la convicción de que estoy solo y de que toda esta es una atmósfera artificial en la que nadie me acompaña de veras.
I sigo creyendo que tu alma es grande y luminosa y comprensiva. Ya la he sentido en tus cartas y no sé equivocarme.
No acepto que supongas que mi intuición fracasará en cuanto á tu persona. No fracasará ahora ni fracasa nunca. Es
solo que no quiero violentar tu secreto y ansío que tú sola adquieras la confianza bastante para decírmelo. Tendría una gran felicidad ante esta revelación espontánea y cariñosa y no la tendría ante un descubrimiento que te mortificase. Espero que tu sola llegues á mi soledad sin el ambozo del incógnito, pero no hará poda por des­pojarte de él, porque repugnaría á mi delicadeza espiritual.
Tu ves, sin embargo, que debía resistirme á seguir jugando en condiciones desiguales. Tu me conoces, Juan Croniqueur firma estas cartas; en cambia tu eres una incógnita y solo Ruth suscribe las tuyas.
Quiero, no obstante, respetar tu resolución, pero con la seguridad de que tu misma te dictarás una conducta mas franca y amistosa.
Las líneas en que me decías que no te sería posible enviarme tu retrato me desagradaron Ruth. Pero luego aquella post-data consoladora me ha desagraviado y me tiene esperando la solicitada fotografía que tendrá para mi el don de todas las sugerencias, en las horas de recogimiento en que otras reliquias y otros recuerdos resultan vulgares.
Hay selección en tus xxxxxxxx libros. Creo, á pesar de todo, que debías evolucionar de Ricardo León y de ViIlaespesa á los novelistas y poetas franceses y en cuanto puedas á los rusos y escandinavos. Todo lo que hay en nuestra raza de grosería espiritual, de basteza del alma, lo tenemos de los españoles que tienen muchas virtudes pero que en este siglo tienen muchísimos mas defectos. Es un pecado original de la raza del cual solo podemos redimirnos los que lo queremos, persiguiendo á toda costa, nuestra
selección progresiva de espíritu.
Guardo todas tus cartas. La primera la rompí sin fijarme con otros anónimos, pero enseguida, me di cuanta de la profanación y recogí hasta, el último fragmento.
Si quieres ser mas buena, háblame por telefono. Te doy mi palabra de honor do que no haré nada por descubrirte, quiero que la mas leve prueba de confianza tuya sea espontánea. Te lo repito. Yo llego á la imprenta -524- á las 10 y media u once y estoy hasta las 12 u doce y media. I en las tardes, de tres á cinco. En las noches, también, á las 9 aunque por breves ratos. Es, sin embargo, hora discreta.
Aguarda tu visita
Juan Croniqueur

José Carlos Mariátegui La Chira

Carta a Bertha Molina (Ruth), 17/9/1916

Transcripción completa (se ha respetado la grafía del original):
17 de septiembre
Todos los días he sentido la necesidad de escribirte. Y sin embargo, ¿Por qué no te he escrito? Mi espíritu está indeciso é incierto desde hace mucho tiempo. Y aunque te recuerda siempre, no sabe hacerte ostensible á cada instante su recuerdo.
Un día encontré en el correo dos cartas tuyas. Es informal y deplorable este servicio de correo. Tus cartas se diferenciaban en muchos días. Recordé entonces el presentimiento de cada una de tus cartas.
Hoy pensé ir á Chosica. Pero recordé con horror que en Chosica se reune "todo Lima" los domingos. Y que en lugar de tenerse impresión de soledad y aislamiento, se ve uno rodeado por innumerables gentes conocidas.
Hace días que no escribo nada. Solo lo ritual, solo lo del periódico. Esto te explicara que no le haya escrito. Las cartas á ti no pueden ser rituales, obligadas y vulgares. Tienen que responder á una sincera efusión del alma.
Tu sabrás perdonarme estas inconsecuencias y estos olvidos. Eres buena y comprensiva.
Te quisiera decir muchas cosas.
Estoy aburrido.
Hay acaso alguien que me comprenda?
Tenía que escribir un artículo literario para mañana. No he tenido espíritu para hacerlo. Y me he limitado á adar unos versos viejos. Escríbeme extensamente.
Y recuérdame como yo te recuerdo.
Juan

José Carlos Mariátegui La Chira

Carta a Bertha Molina (Ruth), 1-8-1916

Transcripción completa (se ha respetado la grafía del original):
1 de agosto
Debo pedirte esta vez mas perdones que nunca. Yo no sé porqué solo ahora te escribo. No ha sido, por supuesto, porque las fiestas me hayan interesado. ¡Qué horror! Ha sido mas bien porque he estado escribiendo un drama. ¿Un drama? Sí, drama, en colaboración con Valdelomar: "La Mariscala". Lo escribimos a prisa, porque mucho antes de tener hecha una sola escena ya lo habíamos ofrecido a la Compañía y anunciado por lo periódicos. A última hora no hemos tenido, ante las instancias, otro remedio que escribir versos y enlazar escenas. Yo me muero de risa ante el drama. El Conde también. Somos tan flojos que aún no lo hemos copiado a máquina.
He tenido la indignación de que tu carta fuese profanada por sabe Dios que clase de gente. En el escritorio del director había un sobre
rotulado para él lo habían puesto ahí. Lo abrió en mi presencia y me dijo: "Esto no es para mí. Qué raro." Yo me indigné reconociendo la letra. He recibido solo una carilla de tu articulo. Tu carta no sé si habrá llegado completa a mi poder. Dime cuántas hojas tenía. Dime si empezaba diciendo: "Recibí tu carta después del cinema." Y si tiene dos hojas.
Algunos de los empleados de administración que traen las cartas del apartado, ha sido el autor de la innoble hazaña. Nome vuelvas a escribir al apartado. Escríbeme sin dirección. Yo iré al correo.
¿Cuando nos veremos?
Yo me aburro como siempre. Ahora un poquito menos porque el periódico me da algo que hacer. Y, el drama. ¡Ah, el drama!
¿Qué has hecho tu en estos días? ¿Te has paseado?
Dime si me has escrito con posterioridad a la carta a que aludo.
Y no pongas otra dirección que esta: J.C. Mariátegui, porque hay otro Carlos.
Perdóname si estas resentida conmigo. Sé que me he portado mal.
Te espero. Y sé que vendrás, pero indulgente y buena como siempre.
Juan

José Carlos Mariátegui La Chira

Carta a Bertha Molina (Ruth), 19/5/1916

[Transcripción literal]
19 de mayo
Ruth amabilísima:
Perdón Ruth, Hasta hoy no me ha sido posible cumplir con mi ofrecimiento de escribirte. Tu sabrás disculparme. Es siempre la intranquilidad de esta vida de escritor de periódico la que me sustrae á tan íntimas obligaciones. Está uno á merced de toda la gente que lo asedia y lo llama.
El domingo también quise escribirte extensamente, muy extensamente, pero no he podido hacerlo.
El lunes tuve la gran satisfacción de verte. Pasaste por el Palais y sentí como una consolación tu mirada y tu sonrisa.
Todas la tarde salgo. Estoy en mi casa hasta las 4 regularmente, porque hasta esa hora me retiene la lectura o la siesta. A las 4 vengo á La Prensa ó voy al Jockey Club. La charla, aquí o alla, sobre literatos y caballos respectivamente, me distrae hasta las cinco y media. A esta hora tomo the, el ritual the que amenizan las vienesas. Después, el cinema ó el teatro que son siempre preferibles al chisme del Palais, insoportable, completamente insoportable. Si tu sales frecuentemente á las 6, me soprende no verte siempre.
El "dejo de reflexiva travesura". Pero, si está claro, Ruth. Es precisamente una travesura tuya que pretendas que te lo explique mejor. Tu lo entiendes bien seguramente. ¿Esto de haber creado esta correspondencia confidencial no fué obra de una travesura? Pero, una travesura grave, reflexiva y simpatiquísima. No fue una travesura trivial y vulgar.
El domingo te incluiré en mi carta una página de "Alma Latina" en que se publican versos míos. Los escribí en el Convento de los Descalzos, donde hice otros mas de sensaciones místicas. El proyecto de escribir en el Convento una novela corta me fracasó completamente. El ambiente del convento era refractario á la sugerencia de ambientes extraños y sus sensaciones me ocupaban por completo.
¡Mira, qué sentimental soy!
Tuve que dejar de escribir en máquina, porque asaltaron la oficina muchos inoportunos. ¿Qué escribías? ¿Versos? ¿A ver?
Otra vez los inoportunos impiden a Juan Croniqueur decir mas cosas a Ruth.
Dejaré esta carta antes de irme á almorzar. ¿Cuando la recibirás?
Ha llegado Valdelomar. Está gordo y un poco provinciano. Ya Lima lo adelgazará. He conversado mucho con él. Me preguntó: - ¿Sabe Ud. de Ruth? Le mentí: -No. -¿Sabe Ud. quién es?- Tampoco. Seguimos hablando de otras tonterías.
Hasta pronto.
Con toda mi simpatía.
Juan

José Carlos Mariátegui La Chira

Carta a Bertha Molina (Ruth), [1916]

[Transcripción literal]
Dulce Amiga
Merezco tu reproche. Pero no creas que te olvido. Yo no se bien como excusarme ante ti por mi silencio. La mejor y mas sincera excusa es imprecisa: "Se me han pasado los días. No me han dejado escribirte".
He tenido también que resolver en estos días una cuestión importante. La he resuelto sin pensarla. Es así: He aceptado la propuesta de "El Tiempo" para encargarme del [ilegible] de redactor político. No me vuelvas a [...]cribir a "La Prensa". Escríbeme a "El Tiempo" . No sé que número tiene la casilla. Pon solo: Casilla de "El Tiempo"
Hoy renuncio mi puesto de la Prensa. Voy a hacer un telegrama al Dr. Durand.
Hasta ayer tuve este problema: ¿La Prensa, El Tiempo o el diario de Cisneros? No sé si lo he resuelto bien. ¿Cuando resuelvo muy bien las cosas.
Mis cartas a X se publicarán en "El Tiempo"
¿Que te parece Ruth esto?
No he tomado consejo a nadie
En La Prensa me inicié, me forme, pueda que mi primer artículo. La quiero. La dejo porque desde el cambio de director ha perdido su ambiente y me siento ahi un poco extraño. Los que asistieron a mi iniciación y la atentaron, los que me egrieron, se fueron ya. Me voy también por ambición. Si "El Tiempo" surge, es un gran porvenir para mi.
No te escribo mas. Estoy nervioso. Me apena dejar esta casa donde empecé a trabajar. Así [...] la vida. Así dejaré un día mi país.
[ilegible] largo
Te recuerdo
José

José Carlos Mariátegui La Chira

Carta a Bertha Molina (Ruth), 2/4/1916

[Transcripción literal]
Lima, 2 de abril de 1916
Dulce amiga:
Ayer he recibido tu carta, como todas muy interesante y ha sido grande mi satisfacción leyéndola. Todas las confidencias de Ruth incógnita y misteriosa tienen para mí un encanto singularísimo.
Tu regalo me produjo en el primer momento una impresión supersticiosa. Fué ayer á las 3 de la tarde mas o menos cuando me fué entregado la carta y yo me encontraba en el peor estado de ánimo que es posible imaginar. Tan aburrido que, á pesar de mi obligación de hacerlo, no quise escribir nada para la edición de hoy. I como tenía el ofrecimiento de tu retrato, antes de leer la carta que la acompañaba, la calavera aquella me hizo la impresión de una broma macabra. Si sin intención tuya, tales formas toman tus líneas cuando dibujas, no vuelvas á dibujar Ruth, á menos que te empeñes en asustar á tus amigos sensibles y en mal estado de ánimo. De todos modos, gracias por la delicadeza de la primicia artística. Eres muy gentil Ruth.
Lo serías mucho más indudablemente si hubieras cumplido tu promesa de enviarme tu retrato y renunciar siquiera en parte á tu sigiloso incógnito. Seguramente lo merezco. A pesar de todas mis aparentes complicaciones, soy en el fondo un alma ingenua y sencilla que á pesar de estar tan vivida se acuerda á veces de que alienta una envoltura de diecinueve años.
¿Has sufrido Ruth? Eres entonces un espíritu que ha sentido la vida. El dolor es la única verdad. El dolor es purificador. En mi ha hiperestesiado todas mis aptitudes artísticas, todas mis sutilezas espirituales. Yo he sufrido y sufro probablemente más. Sufro un casi aislamiento, una absoluta soledad. Su fuera un pobre diablo no sufriría, porque podría vivir satisfecho con mi situación, con mis simpatías y mis afectos, con los veinticinco, cincuenta o cien bellacos que me dicen su amigo y que me acompañan á ver una función ó á tomar un helado, con las espectativas de que algún [día] me dén un puesto en Europa, con los halagos y atmósfera que esta calidad de escritor y literato crean siempre como una compensación para los pobres de espíritu. Pero como no soy un pobre diablo y tengo máximas sensibilidades desprecio todas estas cosas que á otros complacerían en sumo grado. Tengo la mala suerte de que mi corazón influya en mi vida definitivamente y que mi cerebro en cuanto á mi vida se refiere no influya en nada. Es una gran desgracia. ¡Si mis sentimientos obedeciesen á mis ideas, cuán infinitamente feliz sería, cuán ferozmente egoísta, cuán super-hombre! Pero es imposible Ruth y no hay mas remedio que someterse á esta dura rendición de haber nacido sentimental y delicado.
¡Oh si yo estuviera por lo menos voluntad! ¡Si no fuera un abúlico! ¡Si no sufriera esta abrumadora pereza! Tendría por lo menos la satisfacción de hacer obra y de vivir fecundamente. Pero no se qué orgullo artístico me hace repudiar el trabajo y no tengo voluntad para vencerlo. Si Ruth tuviera voluntad podría prestármela.
Recuerdas al principiar tu carta un verso mío. ¿Es sinceridad o es galantería? Si es sinceridad me enorgullece mucho porque fue ese soneto uno de los que mas fielmente tradujo una emoción mía. Yo había dialogado con el reloj familiar y tenía para él esta deuda de cantarle.
El Conde de Lemos no me dejó precisamente algunas líneas para tí. Me dijo que antes de marcharse te las dirigiría. No sé si lo hizo. Creo que volverá muy pronto. Esto me satisface porque si aún no sé si es absolutamente buen amigo sé en cambio que es un gran espíritu comprensivo. Con él puede conversar mi espíritu y puedo prescindir de todas las banalidades estúpidas que tengo que emplear para todos los demás diálogos.
Son las tres y media. En este instante un "amigo" me ha llamado por teléfono para decirme así: ¿Qué te hiciste anoche? Te espero á las cinco en el Palais. I yo he contestado resignadamente que estaré á las cinco en el Palais. Ahi soportaré un millón de vacuidades y me aburriré probablemente. ¡Es una lástima!.
Me voy pues á la calle. Si no lo hago el director llegará y me hará la pregunta eterna de si no escribo "algo" para mañana. Y si le digo que he escrito sobre el "Devocionario" de Augusto Aguirre Morales pensará que no escribo sobre cosas prácticas.
Adiós Ruth y no te hagas esperar mucho. I xxxxxxxxxxx otórgame, piadosamente, un poco más de confianza.
Yo te espero.
Juan Croniqueur

José Carlos Mariátegui La Chira

Carta a Bertha Molina (Ruth), 20/5/1916

[Transcripción literal]
20 de mayo
Ruth consoladora:
Quiero aprovechar estos instantes para escribirte. Tenía compromiso para ir al circo. Los circos me entretienen y la ingenua gracia de sus payasos tienen para mi muchos encantos. Sin embargo no dejo esta momentánea soledad en que me hallo -9 y 30 p.m.- sin haberte escrito antes algunas líneas.
No hace mucho que he recibido tu carta amabilísima. Cuando llegué un empleado me dijo: -"Hay dos cartas para usted". I me las entregó. Una era una invitación para un banquete a Alcántara Latorre. ¡Horror á los banquetes! La otra era tu mensaje tan dulce y adorable. Una compensación.
Te he visto esta dos veces. La primera estaba yo con el Conde de Lemos á quien hablaba de no se que tontería. Estuve con él hasta muy tarde. Luego iba al teatro Col;on cuando volví a verte. Gran satisfacción mía que temí se tradujera en mi sonrisa y fuera esta advertida por tu madre, á quien no se le ocurrirá por su puesto que me conoces.
¿Me recuerdas la crítica? Bueno. Lée. El primer verso de ese madrigal dice así: Yo sé que el Sol aquel empedernido...I el otro: Don Juan incorregible de tantas primaveras ¿Te fijas? Un madrigal es un poemita delicadísimo. I no cabe delicadeza con tales poco delicadísimos adjetivos al Sol. Sobre todo aquel de empedernido. Hay obligación en el poeta en decir cosas que sugieran directamente lo que se pretende expresar. Un sol Don Juan, un Sol empedernido, sugiere la idea de un sol pujante, de un sol intenso, de un sol vigoroso, que será un sol de verano ó lo que se quiera; pero que no pueda ser nunca un sol de primaveras, un sol niño, un sol adolescente, un sol tibio.
No, por Dios. ¡Lógica y coherencia! ¡Dónde estamos!
Luego: "Solo una vez sintió el irresistible, apremio de un amor de áureas quimeras" , apremio, amor, áureas. Esta sucesión de palabras que empiezan con la misma letra puede aceptarse á veces cuando esa letra no es vocal y la combinación ó licencia tiene cierta sentido armónico; jamás cuando esa letra es vocal y esa vocal es a ¡Oído!. I otra vez la necesidad de orden, lógica u coherencia en la oración. ¡Qué significa esa de un amor de áureas quimeras tan imprecisas que deja escaparse la atención del lector y la desorienta! ¿No era fácil precisar ese amor para no incurrir en una vaguedad que malograba el proceso en principio del poema?.
Sigue: "Entró en tu corazón furtivamente".
¡Por favor! Todos estos versos están calcados de los versos de Yerovi: "Canto á la Primavera". Es la misma la entonación. La misma. Precisamente Yerovi dice: "I se escurrió furtivo en nuestro corazón. La sugerencia del canto es tan fuerte que una breve lectura de ambas cosas la ratifica plenamente. Un plagio no está solo en el uso de los verbos literales. Eso ya es una copia, un robo. Plagio es ya el apropiamiento de una entonación, de una modalidad, de un estilo. Es lo que ha hecho Abril.
Continuemos. La entonación del canto de Yerovi no viene á tono dentro del género del madrigal. Es una entonación de himno, de canto, vigorosa, robusta, sonora. Un poeta que espiga en este cercado para confeccionar un madrigal no tiene siquiera acierto é inteligencia en la elección del modelo que se propone imitar.
I hay mas imitación. El proceso del madrigal es el mismo proceso del célebre madrigal de Urbina: "Era un cautivo beso enamorado de una mano de nieve". Aquí el enamorado es un rayo de sol. I la imitación se marca especialmente en un instante en que Abrill usa textualmente los mismo términos que Urbina: "Mas sucedió que un día". Urbina dice "I sucedió que un día"
Para seguir probando la falta de conexión basta decir que el rayo de sol que aparece alejado en el pecho resulta después fugándose del regazo, sin que medie explicación que explique el cambio de alojamiento y que evite la creencia de que el poeta piensa acaso que lo mismo es decir pecho que regazo.
I luego, para un jurado en el cual figura el purista, el castizo señor Cyanguren, hay este destalle: "Bien te hizo comprender que nostalgiaba la dulcedumbre vasta de los cielos"
¿Nostalgiaba? Esto es tirarle un puntapié de los mas graves á la gramática. Nostalgiaba no es siquiera un galicismo. Si lo fuera lo aceptaría, porque yo tengo un criterio muy amplio en estas cosas y Dios me libre de apreciar una obra de arte con mezquino criterio de gramático. Pero las licencias y la amplitud de criterio tienen su límite. Una cosa es la libertad y otra el libertinaje. Un galicismo para, máxime en un idioma que es á veces tan menguado como el nuestro.
Yo uso sin escrúpulo un galicismo cuando cree que está bien puesto.
Un verbo arbitrario que no existe en el castellano, está justificado cuando ese verbo llena su función ó sea siempre que modifique el sustantivo siguiente. pero, nostalgiaba es un verbo que podríamos llamar "extático". No determina ninguna modificación respecto del sustantivo siguiente. "Aristocratiza" por ejemplo es un galicismo, pero cuando se escribe verbigracia "tu tocado aristocratizaba tu cabeza", el galicismo es muy aceptable puesto que ese verbo "aristocratizaba" modifica el sustantivo "cabeza".
Estas cosas no tienen réplica posible.
Compruébalas con la gramática.
El único momento feliz del madrigal es ese que el sol dejo en la boca de la loada belleza "prendida la flor de su sonrisa"
Ya ves que soy justo.
Te confío estas apreciaciones, porque sé que no saldrán de tí. Confiadas á otra persona no comprensiva, correrían el peligro de que fueran interpretadas como una manifestación mía de rencor ó despecho. No, Ruth, yo no tengo por qué guardar rencor á Pablo. Es mi amigo. I como persona lo estimo mucho. Estos incidentes no han turbado nuestra cordialidad.

21 de mayo
Hoy no te visto. El día ha sido triste en consecuencia para mí. Te espero hasta muy tarde. Pensé que habrías ido al teatro ó al cinema y que después entrarías al Palais. Que pena. Ha sido un día odioso. No te ví. Perdí todas las carreras.
Mañana ó pasado te escribiré. En este instante me requieren para que vaya al teatro. No tengo mas remedio que aceptar.
Con toda su devoción me despido.
Juan

José Carlos Mariátegui La Chira

Carta a Bertha Molina (Ruth), 21/11/1916

Transcripción completa (se ha respetado la grafía del original):
21 de noviembre
Perdóname que solo hoy di respuesta á tu carta.
No te olvido. No puedo ocurrir tal cosa.
Es que hay cosas que sustraen a mi espíritu toda tranquilidad.
Obligadamente tengo que sentirme escritor político y esto me mistifica y me sorprende.
La política es detestable, pero me tiene preso.'Eres generosa y sabrás indultarme.
Escríbeme largo.
Tus cartas y tus confidencias me hacen mucho bien.
Hasta mañana.
Juan

No me escribas a "El Tiempo"

José Carlos Mariátegui La Chira

Carta a Bertha Molina (Ruth), 26/4/1916

[Transcripción literal]
Dulce amiga:
Quise contestar ayer mismo tu carta amabilísima pero me faltó en todo instante tranquilidad para hacerlo. En esta imprenta me asediaron los amigos y yo no quise exponer nuestra correspondencia sagrada á su curiosidad ó indiscreción.
No he recibido la carta á que refieres. Supongo que en ella acusarías recibo de dos cartas mías de las cuales no me has hablado, una del jueves antepasado y otra del domingo antepasado también. ¿O no las has recibido? Contéstame Ruth. Quiero que me hables de lo que me decías en esa carta que no ha llegado á mi poder. No dejes de hacerlo y perdóname. Pero crée que si te lo pido es porque no quiero perder una sola de tus líneas dulcísimas.
Tu carta ha traído luz y perfume á mis instantes. Sus páginas llenas de sinceridad, afecto y espontaneidad me regocijan y complacen. Son una voz amiga que llega hasta mi compasiva y bondadosamente. I yo amo esta voz amiga que así me consuela y tonifica.
"El joven X" es seudónimo de Yerovi. Algunos han creído como tu que talvez era mío, porque hace poco tiempo firmé algunas revistas teatrales con el seudónimo del Joven H., simultáneamente con Yerovi que formaba otras sobre la misma compañía con el suyo de "El joven X"
El Conde de Lemos está en Ica, No hace falta mas detalle enla dirección, pero no te aseguro si el 27 no habrá salido ya en viaje de regreso. Es probable á juzgar por una carta suya que tengo á la vista.
¿Qué hacía yo el domingo á las tres de la tarde? No había salido aún de mi casa. Salí minutos después y vine á esta casa á aburrirme con la lectura de los periódicos. En la calle me dijeron que los yanquis se habían marchado. Yo estaba en babia. Salí a las seis de esta imprenta para ir al Palais, donde estuve un rato con un amigo escritor y luego con el que tu me viste: el pintor alemán Grimm. Es un buen hombre que no sé si me entenderá ó me querrá. Es difícil. Pero es sujeto que me sirve para pasar un rato en el Palais ó en cualquiera otra parte, porque cuando me habla le hago caso si quiero. A veces me dice cosas que yo no le escucho. Como es alemán no se dá cuenta. Esto es para mi muy cómodo.
¿Cuando llegará á tus manos esta carta? ¿Demorará mucho? ¿ Estará muy pronto en tu poder? ¿La esperas tú? ¡Quien sabe!
En el próximo número de Colónida, que según me dicen saldrá el sábado, hay unos versos míos. Los escribí en el Convento de los Descalzos y reflejan cosas de la vida mística. Los he vivido. Te digo que saldrán, pero te agregaré que salvo capricho en contrario de Federico More que dirige accidentalmente "Colónida" y de quien estoy separada por motivo del concurso de madrigales. Le ha disgustado que accediese á la publicación de "El Comercio" y crée que el asunto del fallo me ha molestado. ¡Qué tontería! Soy incapaz de preocuparme de concursos de madrigales y mi vanidad no sufrirá nunca en un torneo de esta clase, mucho menos cuando las composiciones que publiqué fueron las últimas que quedaron en la selección final junto con la premiada. En un concurso de poesía honda y no frívola pondría algún empeño, todo el que me permitiese mi abulia, pero en un concurso de madrigales, basta con lo que hice: escribir mis versos en la tarde del día en que se cerraba el concurso y ponerlos en el correo á las 11 de la noche.
A ti que eres toda sinceridad no te voy a hacer la ofensa de hablarte con la "pose" ó la teatralidad de que me acusan todos los que mal me quieren. Créeme pues lo que te digo. Este menudo incidente no me ha preocupado. Tu leerás mas tarde el madrigal premiado y reelerás los míos para que me digas si por lo menos en los míos no ha estado el sello de mi personalidad y de mi originalidad. Para mí es todo mi mérito.
Pero todas estas cosas son vulgares y odiosas y deben estar al margen de nuestros temas, Ruth. Tu sabes que si yo quisiera hacerme camino de arribismo lo haría. Tengo toda la prensa fácil á mi sugestión, exceptuando los periódicos de laos mandriles, con los cuales me enemisté por sobra de orgullo é independencia, porque también pude usufructuar su elogio. Mas, ¡qué me importa el público, amiga mía! Me basta mi vida interior. I en ella me refugio.
¿Te interesa esto Ruth? Perdóname.
¿Cuando volverás á escribirme? ¿Pronto, verdad? Tu eres muy buena y yo no lo soy tanto como para merecerte.
Seguiría escribiéndote pero temo cansarte y temo también que alguien interrumpa la soledad de mi oficina. No hay nadie en ella ahora. Está solo tu recuerdo.
Adiós Ruth
Juan

José Carlos Mariátegui La Chira

Carta a Bertha Molina (Ruth), 28/2/1916

[Transcripción literal]
A Ruth:
He leído con mucho interés su carta. Y la he releído con más interés acaso. Deseo que tenga usted la gentileza de pedir una carta mía en el correo. El Conde de Lemos, de quien me hablan usted, tambien me ha confiado que la ha escrito al correo, respondiendo otra inquietante carta suya. Soy ya su amigo.

José Carlos Mariátegui La Chira

Carta a Bertha Molina (Ruth), 30/6/1920

Transcripción completa (se ha respetado la grafía del original):
Florencia, 30 de junio 1920
Ruth:
A punto de partir de Roma, en viaje a esta ciudad de Dante y de los Médicis, recibí tu carta del 22 de mayo. Que, naturalmente, me parece que ha tardado mucho. Y que me obliga a reprochártelo. ¿Por qué te has hecho esperar tanto? ¿Es que te estás volviendo mala? ¿O es que te da pereza escribirle a un amigo que se halla tan lejos? En otros tiempos hubieras sido capaz de escribirme sin aguardar mi respuesta. Tú me observarás que siempre “a nuestro parecer cualquiera tiempo pasado fue mejor”.
Perdóname el reproche. Apenas trazado me arrepiento de él con toda el alma. Y me arrepentiría más aún si no tuviera la certidumbre de que tú, gentilmente, no me lo tomarás en cuenta.
Gracias por tus noticias. Casi ninguna de ellas era nueva para mí. Pero yo no te he pedido noticias de Lima por las noticias en si mismas, sino por las noticias a través de tus cartas, de tu frase, de tu comentario o de tus puntos suspensivos.
Me preguntas qué hago por acá. Y yo mismo no lo sé exactamente. ¿Se sabe, acaso, alguna vez lo que se hace? ¿Y, sobre todo, se sabe, alguna vez, cómo calificar lo que se hace? Creo que nó. Mira. Yo. en primer lugar, estudio. Y en segundo lugar . . . ¿Qué hago yo en segundo lugar? Unas veces me aburro, lo cual, me dirás tú. no es bueno Otras veces, escribo, lo cual es peor que aburrirse. Y otras veces, no hago nada lo cual es peor aún que aburrirse y que escribir. Ahora hago algo diferente. Te escribo. Y esto no es escribir ni es, mucho menos, aburrirse. Todo lo contrario.
Me place Italia. La amo por su belleza inmensa, por su belleza extraordinaria, por su belleza única. No sólo es sugestiva la Italia del paisaje, la Italia de la rivera Liguria, la Italia del golfo de Salerno. Y no sólo es sugestiva la Italia del arte, la Italia de Miguel Angel, de Leonardo y de Rafael. También es sugestiva la Italia de la pasión. Como se ama en Italia, hasta la muerte, no se ama ya en ninguna parte del mundo. ¡Qué gente más pasional! Aquí son posibles todavía Romeo y Julieta, imposibles y absurdas en otro lugar del globo. Y aquí se comete a diario la heroica tontería de morir por amor. Como tú recordarás el Dante llamó a Italia país que solo la luz y el amor ha por confines. Y tenía razón. Sus confines, aunque poco geográficos y demasiado poéticos, son verdaderos.
Actualmente, me tienes entregado en alma y cuerpo a Florencia. ¡Qué ciudad tan llena de encantos! Aún viven en ella Donatello y Miguel Angel, Benvenuto Cellini y Juan de Bolonia, Lorenzo de Médicis y la duquesa de Urbino. De Florencia pasaré a algún punto de la campiña Toscana. El verano es insoportable en Roma. Y no lo es menos en Florencia. Hay que ir al campo en esta estación proterva. Además quiero sentirme durante algún tiempo donde no se hable sino italiano, el más puro y musical italiano. Roma es muy cosmopolita. Florencia no le va en zaga. Yo hablo ya italiano, pero, por supuesto, muy macarrónicamente. Después de mi próximo “séjour” en la Toscana espero hablarlo regularmente. Deseo, de otro lado, traducir al castellano algunos notables poetas italianos contemporáneos como Papini, Palazeschi, Marinetti. Salvoni, Ada Negri.
Soy de tu misma opinión acerca de “El Tiempo”. Al abominable Abate Faría no se le puede leer sin repugnancia unas veces y sin hilaridad otras. Yo permito que artículos míos aparezcan en promiscuidad con los de este loco analfabeto por razones que sería largo explicarte. La más breve de esas razones es que pagan mis artículos. Además a mis artículos yo no les he dado nunca importancia. No son para mi sino una distracción o un entrenamiento. Aparte de un modo de ganar dinero.
El periodismo peruano, en general es de una incipiencia escandalosa. Así los diarios como las revistas carecen de selección, de mesura, de sustancia, Por una parte están detestablemente escritas. Por otra parte son de una vaciedad máxima. Esto unido a su tropicalismo, á su exageración, á su huachafería. Imitamos a la Argentina, a la rastacuera Argentina, que imita a su vez a los Estados Unidos. Y los Estados Unidos no saben siquiera imitar a Europa. Cuando se está en Europa, habituada a la prensa de París o de Roma, la lectura de los periódicos peruanos produce una impresión pésima.
No te adjunto esta vez mis versos porque como soy tan desordenado, me olvidé de traerlos de Roma. Te irán pues, proximamente. Cuando regrese a la Ciudad Eterna.
Contéstame sin tardanza. Y en cualquier hora en que no te sea desagradable hacer de cuenta que charlas conmigo, escríbeme largamente, todo lo largamente que puedas que darás un gran placer. Y háblame siempre con mucha confianza, con absoluta confianza. Créeme que sabré siempre ser merecedor de ella.
Y créeme, asi mismo, que te recuerdo con devoción y que mi pensamiento va hacia ti con más frecuencia de lo que tu probablemente supones.
Tuyo
José Carlos.
Señorita Bertha Molina

José Carlos Mariátegui La Chira

Carta a Bertha Molina (Ruth), 31/8/1916

Transcripción completa (se ha respetado la grafía del original):
31 de agosto
Todos lo días he postergado para el siguiente el cumplimiento de esta dulce obligación de escribirte, con el deseo de hacerlo con mucha amplitud. Pero con mi pereza y mala memoria pueden colaborar en esa ingrata conspiración del tiempo por retardar mi carta, me apresuro hoy á hacerlo, aunque solo llegue á ponerte cuatro líneas.
Tienes justísimo derecho para hallarte quejosa de mi. Lo reconozco y pido tu absolución.
Es un grave descortesía que no te haya escrito hasta ahora, máxime después de aquellas breves líneas, las últimas tuyas, en que me lo pedías.
Tu generosidad de siempre querrá ser también la de esta vez. Verdad que puesto ante la Underwood y en trance de escribirte, es tanto lo que podría decirte que no sé que elegir como tema. Esta es una de las complicaciones que aplaza á veces mis cartas.
Desde aquella tarde del teatro, no te he vuelto á ver. No vas ya al cinema?.
Cuándo vamos á hablarnos?
Mira. Ya me interrumpen.
Mañana te prometo escribirte.
Escríbeme tu mucho
Y perdóname
Juan

José Carlos Mariátegui La Chira

Carta a Bertha Molina (Ruth), 4/2/1916

[Transcripción literal]
Lima, 4 de febrero
Srta Ruth.....
Pte.
Amiga mía:
La segunda carta de usted no tiene la simpática familiaridad de las últimas líneas de la primera. No me trata como quisiera tuteándome. Esto no es razonable. Confío en que su inteligencia evitará en que reincida usted en tal desacierto. Yo tendré gran satisfacción en decirle también tú. Pero es galante que Ruth dé el ejemplo.
Efectivamente le escribí algunas líneas al correo. Muy pocas. Siento que se hayan extraviado. I opto por garantizar mejor la remisión de esta carta. Esto le demostrará que su persona me inspira mucho interés. En sus cartas hay huellas de una alma grande que lleva en sí la gran virtud de la sugerencia. Este valor espiritual no es corriente. Creo que entre estas gentes como entre todas las de la tierra abundan las que poseen inteligencia y aún talento. Faltan almas exquisitas, almas sutiles, almas diáfanas. Sobran las almas bastas, las almas turbias, las almas groseras. Yo conozco, como es natural, muchos hombres de talento grande o mediano. Conozco muy pcos de alma exquisita. Entre los mejores literatos es raro hallarlos. A lo mejor nos lastima una grosería espiritual de ellos.
Por eso me seduce el encanto que hay en sus líneas muy sencillas pero muy sugerentes. De otro modo no le dedicaría la atención de ocuparme de sus cartas y responderlas con todo cariño. A diario recibo anónimos en que me elogian ó zahieren. I enseguida los rompo. No pocas veces me hacen reir y esto ya es algo.
No tiene usted nada que agradecerme y yo si mucho. El hecho de que el Conde de Lemos y yo hallamos despertado su atención es indicio de que usted es un espíritu comprensivo. Por lo regular opinan de ambos que somos extravagantes.
Mañana le escribiré. No quiero hacerlo sin saber que esta carta haya llegado a sus manos.
Tengo mucha intuición,- es casi lo único que tengo y puedo afirmarle que sé ya quien es usted. Si no lo sé bien, mi sospecha será en cualquier momento una certidumbre. Si usted tuviera la delicadeza de enviarme un retrato me haría un regalo exquisito. Espero que fiará en mi discreción. Las almas bastas que andan en rededor mío como en rededor de todos, no merecen que llegue a su conocimiento esta correspondencia sentimental.
Ahora me hostigan llamadas y exigencias menudas.
En el lunch que me dan algunos amigos me acordaré mucho de usted.
Voy á releer su carta que es simpatiquísima.
Su amigo
Juan Croniqueur
[manuscrito]
Post Data: No quería escribirle a máquina. Pero Juan Croniqueur es solemne flojo. Perdónelo no su gracia a la post-data.

José Carlos Mariátegui La Chira

Carta a Bertha Molina (Ruth), 6/3/1920

Transcripción completa (se ha respetado la grafía del original):
Roma, 6 de marzo 1920
Tu carta me ha llegado con mucho retardo. Antes de ser depositada en la estafeta ha tenido que sufrir una larga tramitación burocrática. Sólo después de haber recorrido todas las oficinas postales ha arribado a una donde un sello me ha calificado así: “Sconosciuto dal portalettere”.
Yo la esperaba. Sabía que tú me escribirías. Que no podías dejar de escribirme. Y, al recoger mi correspondencia, unas veces del consulado, otras veces del apartado de la legación, otras veces de la estafeta, buscaba siempre tu grato sobre de anónimo femenino. Perdóname el calificativo. Pero desde que recibí tu primera carta, guardo de tus sobres la impresión de unos sobres de anónimo. De anónimo amable y bien hecho; pero anónimo siempre. ¿Me lo perdonas?
Me dices: "Tu letra está cansada. No es la misma de años atrás". Es muy cierto. No solo la letra está cansada en mí. También están cansadas la juventud, el alma, la voz, la sonrisa, la mirada, la frase, todo, todo. La adolescente y lírica fé de mis años pasados, - de cuando yo era Juan Croniqueur, de cuando yo era un “niño talentoso y malcriado" como, más o menos, me dijo una vez Clemente Palma en su “Crónica”—, me ha abandonado.
Tú sabes que no todos han sido conmigo, igual que tú, generosos y comprensivos. Me han agredido tanto que he tenido que vivir siempre en son de combate. Se ha aprovechado los menores pretextos para soliviantar contra mí la ciudad. He salido de una asechanza para caer en otra. Escándalo tras escándalo. Escándalo de Norka Rouskaya, escándalo de los militares, etc., etc. Cierto que yo no he sido prudente jamás. Pero es que no he podido, no puedo, ni podré serlo. Un hombre todo sinceridad no puede ser prudente. No puede ocultar su abominación de la estupidez, ni su pasión por la belleza, la verdad y el talento.
La agresividad que yo he despertado generalmente me envanece a ratos. (Contigo no debo ser falsamente modesto). Ves que si no valiese algo, si fuese un mediocre como los demás, no sería posible que suscitase sórdidas hostilidades. Mas que yo las ha suscitado contemporáneamente Abraham Valdelomar, mi amado amigo, el más brillante talento literario del Perú de hoy y del Perú de ayer. En el Perú es necesario ser absolutamente mediocre para no ser detestado. El talento causa miedo y, por ende, reacción.
Pero no vale la pena hablar de estas cosas cuando se está tan lejos de Lima y, sobre todo, cuando, en los momentos sentimentales, se le extraña amorosamente. Porque mi querida Ruth, yo soy lo bastante romántico, a pesar de mis excepticismos, para extrañar amorosamente mi ciudad. No te miento. En el fondo soy un alma sencilla fiel a sus afectos y menesterosa de ternura.
¿Qué quieres que te cuente de mi vida actual? ¿Que leo y estudio? Esto carece de importancia. ¿Que Roma es hospitalaria y buena conmigo? Esto carece de importancia también.
Hasta ahora mi sensación más plácida es esta: la sensación de la libertad. En New York, en París, en Roma, se siente uno libre, totalmente libre, ilimitadamente libre. No hay quien espíe, no hay quien vigile, no hay quien controle, no hay quien envidie, no hay quien aceche. Y el desconocido es más libre que todos. La ciudad lo acoge sin prevención, sin prejuicio, sin reticencia. ¡Es muy interesante, Ruth, ser un desconocido!
Leo en tu carta: “Ya nada te falta”. Y yo, en el mismo instante, siento que me falta todo. Si Ruth, no me falta nada y me falta todo. He hecho una vida febril, intensa, vertiginosa, he recorrido la escala de todas las emociones, he conocido lo desconocido; y, sin embargo, me falta todo.
Tu lealtad, tu dulzura, tu solicitud conmigo me hacen mucho bien. Te los agradezco con todo el corazón. Nuestra amistad rara, secreta y desinteresada es, como tú dices, una amistad única. Es y será una amistad única en nuestras vidas y en el mundo.
Otra carta mía te llevará algunas impresiones. Te hará conocer también algunos versos míos. A condición de que los conozcas tú sola. Me traicionarías si los hicieras conocer a otras personas. ¿No es verdad?
Ahora debo recibir a mi profesor de italiano. Son las 3 y 25 p.m. Dentro de cinco minutos llegará. Tal vez antes de cinco minutos. Hoy su visita, su lección y su italiano serán inoportunos para mí. Serán detestables, serán fastidiosos, serán mortales. La tarde es de primavera. Mi estancia está llena de sol. Llega hasta ella, no sé de dónde, una música de piano, una música apasionada y sentimental como el alma de este pueblo. Yo quisiera escribirte esta tarde, largamente, interminablemente, como si en este rincón de Roma, tú y yo conversáramos solos y silenciosos. Otra vez será. Pero otra vez no habrá esta tarde de primavera, ni habrá esta sol, ni habrá esta música. ¡Ni habrá la inminencia del profesor de italiano!
Tuyo.
José Carlos
P.D. Mi dirección es: Legación del Perú. La demora de tu carta se debe a su falta de dirección. Para que una “lettera” sea depositada en la estafeta debe estar dirigida así: "Fermo posta", o “Poste restante”. Lo que equivale a nuestro español “Lista de Correos”. Pero el español, la sonora lengua de Cervantes y Gastón Roger, es completamente ignorado en los correos de Italia. Escríbeme bastante. No es una exigencia, es un ruego. Cuéntame algo interesante de la vida limeña. ¿Debo dirigirme siempre a Ruth? ¿0 debo dirigirme a Bertha? ¡Oh! He aquí al profesor. Lo precede el “cameriere” con su ritual anuncio en francés: “Monsieur, le professeur est ici”. El “camariere” no me cree capaz de entenderle dos palabras en italiano.
Adiós.
José Carlos

José Carlos Mariátegui La Chira

Resultados 1 a 50 de 594