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Danzatriz Oriental

Fotografía de la pintura "Danzatriz Oriental" de Piero Marussig de 1927 para su publicación en la revista Amauta.
Al reverso de la imagen con letra de José Carlos Mariátegui:
"Piero Marussig Danzatrice orientali (1927). 11 cent ancho grano fino"

Marussig, Piero

Carta de G. P. Paravia & C., 10/10/1929

Torino, 10 ottobre 1929
UC. cm.
Spett. Libreria
Minerva
Lima
Dall'esame della nostra contabilità risultano tuttora scoperte le nostre fatture 254 - 41 e 182 per l'importo complessivo di L. 339.20.
Vogliate cortesemente invendute presso di Voi e nel contempo vogliate inviarci contanti l'imperto di quelle edizioni che risulteranno vendute.
In tale attesa, con anticipati ringraziamenti, cogliamo l'occasione per ben salutarvi.
G. B. Paravia & C.
Società Anonima
Un Direttore Generale

G. B. Paravia & C.

Carta de Federico de Mendizabal, 1929

Sr. Imprenta y Editorial "Minerva"
Calle Sagástegui 669
Lima

Muy señor mío:

Desearía que en su establecimiento se vendieran mis obras. si no halla inconveniente le agradeceré me diga condiciones y el nº de ejemplares que debo mandarle.

Federico de Mendizábal

HC. Arco II, 2º Jaen

Mendizábal de, Federico

Carta de Luis Cardoza y Aragón, 15/3/1928

París, 15 de marzo de 1928
M. Carlos Mariátegui
Lima
Le envío en pruebas, con todo afecto, este ensayo —ditirámbico— sobre Carlos Mérida, arte americano, en general, así como algunas reproducciones de Mérida y otras de Agustín Lazo, uno de los mejores pintores jóvenes de México como Ud. podrá juzgar, aunque someramente, por las fotografías que aquí van. No sé si Ravines le envió ya unas cuartillas sobre Gómez Carrillo. Esta vez decidí hacerlo yo directamente.
La amistad vigilante de Ravines, me informó de la suspensión de Amauta, de su encarcelamiento, de los expulsados, etc. y de la nueva reaparición de su revista que tanto desearía ver siempre. Sigo el esfuerzo de Ud. con mucho interés y créame que les estimo sinceramente.
Su afectuoso servidor.
L. Cardoza y Aragón

Cardoza y Aragón, Luis

Tarjeta Postal de Vitalis J. Kontovt, 8/10/1930

Mosca 8 de octubre de 1930
Muy señores míos,
Quedaría muy grato si me enviase una copia de muestra de Amauta.
Sírvase aceptar los saludos de su affo
Vitalis J. Kontovt
Moscou U. R. S.S Centre Machkov per 8 x18

Kontovt, Vitalis J.

Carta de Manuel Ugarte a Miguel Adler

Niza, 16 de junio de 1929

Estimado compañero,
Gracias por el envío de su Repertorio Hebrero. La admirable revista fundada por Ud. Trae un soplo de redención que urge difundir, porque coincide con las directivas actuales de la juventud en el orden nacional e internacional. El espíritu nuevo que empieza a animar la vida de cada una de nuestras repúblicas rechaza los prejuicios egoístas y los odios tradicionales y tiene a alcanzar la más amplia reconciliación de todos los habitante de nuestra América bajo el signo de la justicia y de la solidaridad. Estoy de corazón con ustedes. Todas mis felicitaciones en un cordial apretón de manos.
Manuel Ugarte

Ugarte, Manuel

Carta de Gabriela Mistal para Miguel Adler

Francia,
7 Set. 29

Gracias, Sr. por la revista y la carta. Sí yo tengo un viejo interés, no enfriado por el tiempo, hacia la cultura judía. Así, pues, no es indiferente para mí el que Ud. [...] allí lo suyo. ¿Ya no se publica aquella gran revista hebrea de B. Ars?
Cuando tenga tiempo, le mandaré algo. Si tardo no será [...] sino ocupaciones de otro orden.
Ruego mantener la dirección para esta, del que, no definitiva sino temporal.
Les saluda afectuosamente.

Gabriela Mistral.

Mistral, Gabriela

Carta a Artemia G de Falcón, 25/4/1920

A dona Artemia G. de Falcón

Mi madre, en Lima

Querida madre

No puedo decirte de cuando es la carta tuya que acabo de recibir, por la sencilla razón que te has olvidado de fecharla. Sin embargo, escrutando el sello del correo, me parece descubrir que es del doce de marzo.

Pero, sea esta u otra anterior, es menos importante. Lo que más me importa es haberme enterado por ella que ustedes están bien de salud y sin desesperadas angustias económicas.

Ya sabía, por tu carta última, como es la nueva casa. No me parece causa de gran disgusto su vejez ni su aislamiento. Todo depende de la maña que se den ustedes para asearla y ponerla en decentes condiciones de habitabilidad. Sobre todo, si es del caso, pueden buscar pacientemente otra y mudarse.

Tú puedes disponer como quieras del dinero que recibas. Mientras satisfaces las necesidades más urgentes, puedes prescindir de ahorrar las cinco libras mensuales. Después, cuando esté reunida la cantidad necesaria, yo también deseo que junto con el de mi padre […] el nicho del pobre Juan. Es lo menos que obligadamente debemos hacer por él.

Ya sé cuan bueno y cuan descuidado es Del Águila; pero, sino para los encargos, para muchas otras cosas puede servirte mucho. Estoy seguro de que ya les quiere tanto a ustedes como ha probado quererme a mí.

En una de mis cartas anteriores te dije que Fernández iría a verte. Si te ha visto y va a la casa, puedes servirte de él con la seguridad que cumplirá los encargos que le hagas, porque es muy diligente, muy hábil y muy servicial.

Pasado mañana es tu cumpleaños. Lo recuerdo perfectamente. Mañana, por no haber podido hacerlo antes, te mandaré un modesto regalito. Y el veintisiete pensaré en ti con todo mi corazón.

Espero que tu próxima me anuncie que Antonieta está perfectamente bien y que Humberto y Jorge han obtenido sobresaliente.

Muchos besos para mis hermanos, un saludo para Del Águila y cordial abrazo para ti.

César

Madrid, abril, el 25 de 1920.

P.D. Agradezco los saludos de la Sra. Mariátegui y los retorno. Mi cumpleaños lo pasé sano y apaciblemente.

Falcón, César

Carta a Artemia G de Falcón, 03-05/1920

A dona Artemia G. de Falcón

Mi madre, en Lima

Querida madre

He recibido tu carta del treinta de marzo. Ya te contesté la anterior; pero no sería extraño que recibieses las dos juntas. ¡Hoy anda al correo!

Cada una de tus cartas me alegra y, al mismo tiempo, me entristece. Lo primero al recibirla y al leerla lo segundo. Cuando acepté venir a Europa lo hice pensando, sobretodo, en que había conseguido proporcionarte un tiempo de tranquilidad y bienestar. No sospeché que pudieras continuar sufriendo las estrecheces que me relatas en tus cartas. Ahora, al saberlo, casi me pesa el haber salido de Lima, porque no me basta con el provecho que yo he recibido. Mi anhelo ha sido siempre, lo es y lo será, que antes que yo sean felices tú y mis hermanos.

Aun quiero ser optimista. Espero que las nuevas mesadas te hagan permitido normalizar tus gastos, que a la fecha vivas con más comodidad.

Yo vivo también estrechamente. Hasta ahora, por fortuna, me pagan con puntualidad. El cónsul de Barcelona es amigo mío y se apresura a remitirme mi sueldo apenas le mando mi recibo. Pero es muy poca la cantidad de dinero que recibo y por ello no puedo vivir mejor.

Para remediar un tanto está pobreza estoy tratando de ganar dinero aquí. Será muy fácil si quisiera conseguir lo suficiente para crece. Mas mi propósito es no solicitar una situación secundaria y mezquina. Y, claro es, de pronto y en el momento que quiera no puedo encontrar lo que a mí me conviene.

Muy pronto se publicará un libro mío. No creo que me rinda ni mucho ni poco dinero. Pero después de su publicación podré dedicar mayor tiempo a escrebir en los periódicos y otros libros, que escribiré enseguida, me proporcionarán mayor utilidad.

La falta de dinero me ha impedido enviarles todos los regalos que hubiera querido. Algo les mandaré, sin embargo los abrigos a los chicos, aunque no sé cuando, porque están muy caros.

En "El Comercio" he leído la noticia de la muerte de […] Garfias. Fue, según parece, el veinticinco de marzo. Tu carta del 30 no me dice nada. ¿Es que no lo sabías?

Dile a Del Águila que me escriba y salúdalo.

Muchos besos para mis hermanos y un abrazo de todo corazón para ti.

César

Madrid, mayo, el 3 de 1920

Falcón, César

Carta a Artemia G de Falcón, 2/6/1920

A dona Artemia G. de Falcón

Mi madre, en Lima

Querida madre

Te agradezco con el corazón tu carta del diecinueve de abril. Bien sabía yo como ese día me recordaría cariñosamente. Por saberlo, he podido consolar mi soledad.

Creo haberte contado que aquel día, con dos amigos peruanos, pasé algunas horas agradables. Peor mi mayor satisfacción íntima estuvo en saber que esa casa, tú y todos me recordaban y me querían.

Al mismo tiempo que esta carta, he recibido otra tuya, adjuntándome una de Alicia, del veintisiete de febrero. Me ha llegado, como verás, con extraordinario retraso.

Pero quiero contestar a las dos inmediatamente. En primer lugar, porque, según debe comprenderse en ella, parece que ustedes hubieran estado resentidas una de otra. Creo, desde luego, que tal resentimiento no puede ser sino muy pasajero. Jamás puedo creer que Alicia, ni ninguno de mis hermanos, te ocasionen deliberadamente el menor disgusto. Pero tampoco digo que tus quejas sean injustificadas.

Ocurre con ella que, a pesar de la edad de alguna —Alicia ya tiene treinta años— todas siguen siendo niñas por la cultura y el gobierno. Y, lo que es peor, niñas buenas y engreídas. Una o dos o tres niñas buenas son, a veces, insoportables. Es porque siempre tenemos que tratarlas como a "niñas buenas". Trata a mis hermanas, de cuando en cuando, como a niñas malas y te disgustarán menos.

Me parece que a ellos las mortifica, sobre todo, la falta de estética de la nueva casa. Contentarlas es muy fácil. Si además de su fealdad es insalubre, solo se remedia mudándose. Que ellas mismas te busquen otra, y, luego, haz tu un esfuerzo económico y múdate.

Después, de un modo general, no hagas caso a ninguna de sus exigencias y perdónales, sin enfadarte, sus engreimientos.

Pero antes de esto, abrázalas y bésalas en mi nombre, y saluda a Del Águila.

Te besa cariñosamente.
César

Madrid, el 2 de junio de 1920.

P.D. Un beso especial para Antonieta el día de su cumpleaños. Mis regalos, que ahora si irán pronto, las reconciliarán a todas.

Falcón, César

Carta a Artemia G de Falcón, 10/12/1920

A Doña Artemia G de Falcón

en Lima

Querida madre:

En estos últimos días me han llegado dos cartas tuyas, una del siete y otra del veintisiete de octubre. También he recibido un retrato tuyo y otro de tu padre. Me explico el retardo por la distancia que han tenido que atravesar y las estaciones que han hecho hasta llegar a mí.

Tan pronto como reciba el retrato de tu madre mandaré hacer las ampliaciones. Te lo prometo formalmente. Quiero que la hagan aquí, en Italia, donde se hacen verdaderos prodigios fotográficos. Si el retrato de tu madre me llega antes de mi regreso a España, yo mismo contrataré las ampliaciones. En caso que las reciba en España, se lo mandaré a Mariátegui para que él lo entregue al fotógrafo con quien yo haya anticipadamente hablado.

Me ha causado mucha pena que hasta el veintisiete de octubre no te habían pagado la mensualidad de setiembre. Constantemente pienso en la manera de conseguir que te paguen con regularidad, pero no lo encuentro. Tú sabes bien que esto es imposible en las oficinas del gobierno. Ahora se habla en Europa de una contrato hecho con una casa inglesa para que le pague a todos los empleados peruanos en el punto donde se encuentren. No sé si ya estaré comprendido entre ellos ni si el contrato se llevará a efecto. Si me trasladan el pago a España, pediré que me paguen todo mi sueldo directamente y te pasaré tu pensión con toda puntualidad. Esto me parece lo más seguro. Por lo demás, creo que toda gestión que haga a la distancia será completamente inútil.

En estos días voy a ver a Osores. Le pediré una carta de recomendación para Perez Figuerola, con la cual es posible que consigas la beca para uno de mis hermanos.

Me imagino cuanto te hará sufrir la madre de Del Águila. tiene que ser una mujer exigente y muy […], incapaz de armonizar su vida con las de otras personas extrañas. Debes dejarla vivir lo más independiente posible. Como sería una maldad negarle alojamiento, procura cuanto puedas que viva en la casa como si habitase en otra distinta. De este modo te cansará menos molestias.

Mucho también me ha afligido saber que te encuentras nuevamente en trances de litigios judiciales. No te apenes por eso. Tú paga hasta donde te alcance tu renta. ¿Qué puedes hacer si no tienes más, si la irregularidad con que te pagan desequilibra tu presupuesto?

Para todo lo que se te ofrezca en estas cuestiones judiciales ve a un muchacho Leonardo Campos, muy amigo mío. Trabaja en el estudio de […], en la calle de Santa María. es un hombre muy enterado del asunto. Seguramente te atenderá con solicitud. Háblale en mi nombre. Dile que no le he escrito hasta ahora por desconocer su dirección.

Quisiera escribirle a Alicia y a Teresa una carta especial, pero me da mucha pena decirles que tú te quejas de ellas dolorosamente y recomendarles o pedirles que sean más buenas contigo. Me parece que ellas no necesitan que yo se los pida. Ellas saben como yo cuanto cariño, cuánto dolor te debemos todos. Nunca me he sentido más triste que al leer tu carta. Jamás esperé que mis hermanas te hicieran decir que prefieres morirte a vivir con ellas. Seguramente tú lo has dicho como una frase, sin darle a las palabras su verdadero sentido. Pero a mí me han hecho mucho daño. Tanto como seguramente le harían a Alicia o a Teresa si las […].

Yo espero que no te darán motivos para repetirme tales palabras. Léeles este pedazo de la carta. Estoy seguro que ellas mismas, con su comportamiento, te harán desmentirme lo que me has dicho.

En cuanto a lo que quiere aprender Humberto, yo no puedo decir nada. Tú debes resolverlo de momento con él. Me parece, sin embargo, por las cartas que te escribe, que aun está muy atrasado en su educación corriente.

Ahora estoy pasando más días en Roma. Dentro de poco iré a otras ciudades italianas. A España regresaré en los primeros días del mes próximo.

Durante mi viaje por Italia escribo artículos para "El Liberal" de Madrid. Ya he publicado algunos. Según el arreglo que he hecho, el valor de este trabajo me lo pagarán cuando regrese a Madrid. Pienso utilizar parte considerable del dinero que reciba en hacerte un regalo.

No olvido que te debo varios. Muchos abrazos para todos mis hermanos. Para ti uno especial, con todo mi corazón.
César.

Roma, 10 de diciembre de 1920.

Falcón, César

Carta a Artemia G de Falcón, 26/2/1921

A Doña Artemia G de Falcón

en Lima

Querida madre:

Acabo de recibir tu carta del veintitrés de enero. La contesto inmediatamente.

Me ha preocupado mucho la noticia de la enfermedad de Alicia. Con impaciencia espero tus nuevas cartas. Confío que ellas me traerán mejores informaciones.

No creo que recibas esta al mismo tiempo que la carta que te he escrito hace tres días. Si ocurre así, te enterarás de la oposición que tengo sobre los pagos del ministerio y de lo que te decía antes de conocer tus nuevos informes. Sigo creyendo que todas las cosas que dicen no tienen ningún fundamento. Allí cada cual dice que se le ocurre. No se le puede creer a nadie.

Por esto lo mejor es atenerse a los hechos. Has hecho muy bien en retirar la solicitud. Solo te iba ocasionar molestias y, al final, no iba a tener ningún resultado favorable. Esto hubiera sido muy posible, por el contrario, que ella sirviera de pretexto para hacernos alguna trastada.

Esperemos confiados. Créeme que el mejor es el sistema de pago que hemos escogido, a pesar de los retrasos. No creo que si resuelven pagarme el sueldo […] me lo paguen por Barcelona. Esto será lo más conveniente, porque el cónsul a mí me paga con puntualidad. Si pudiera conseguirse esto, yo lo aceptaría en el acto. No me importaría perder lo que perdiese por el cambio […]. Conseguiría que tú recibieses regularmente tu mesada.

Averigua discretamente con Villanueva como debe hacerse para que me paguen mi sueldo íntegro aquí. Si continúan pagándote no digas nada. Solo cuanto te notifiquen que no te van a pagar más, lo averiguas y me lo escribes enseguida. Yo, por mi parte, te comunicaré inmediatamente cualquier cosa que sepa.

No te olvides de reclamar en el correo la encomienda. De aquí la despacharon el 25 de octubre. Avísame el resultado de tu investigación, porque si se ha perdido tiene que pagárnosla la agencia que la despachó.

La otra irá pronto. Muchos abrazos para todos mis hermanos y para tu un besos y un abrazo especiales.

César

Madrid, 26 de febrero de 1921

Falcón, César

Carta a Artemia G de Falcón, 25/12/1921

A Doña Artemia G. de Falcón

En Lima

Querida madre:

Acabo de regresar a Madrid. Tu carta del 8 de noviembre la recibí en París. Me alegro que te haya gustado mi libro. Hace poco te enviado algunos de mis últimos artículos. Espero que te gusten también.

Yo, como tu comprenderás, estoy impotente para realizar alguna gestión en el gobierno. Todas las cartas que escribiese serían inútiles. Aquí mismo no me sirven de nada. Hasta ahora no recibo un céntimo de Barcelona ni espero recibirlo en mucho tiempo más o nunca.

Te mandé de Berlín la solicitud pidiendo que te pagaran mi sueldo íntegro y, posteriormente, te autoricé para que lo arreglases en la forma más conveniente. Has lo que a tu juicio sea mejor. Puedes pedir el sueldo íntegro o el aumento de la asignación. Cualquiera de las dos cosas, un otra, me parecerá muy bien.

Y, para curbrirnos contra la irregularidad de los pagos, no se me ocurre otras […] ni hay otro […] que el que te [he] dicho en mis cartas anteriores. Es necesario que el esfuerzo de todos constituya al sostenimiento de la casa. Es decir, que todas mis hermanas trabajen para vivir. Hacer como he hecho yo: independizarse del sueldo del gobierno. En la cartas adjunto se lo digo extensamente a Alicia.

Espero que Alicia y mis demás hermanas aceptaran entusiastas mis consejos y que contribuirán a tranquilizarte. Yo estoy seguro del cariño de todas ellas a ti. Y la mejor prueba de su cariño es procurarte una vida reposada y sin preocupaciones. La vida que mereces, después de haber sufrido y trabajado tanto por tus hijos.

Muchos recuerdos a todos mis hermanos y un abrazo para ti muy fuerte y muy cariñoso de tu hijo

César

Madrid: 25-XII-1921

Mi navidad, como todas, muy triste. Me consolaría mucho saber que en casa la habeis pasado mejor.

Falcón, César

Carta a Artemia G de Falcón, 20/3/1922

A Doña Artemia G. de Falcón

En Lima

Querida madre:

A poco de tu carta del tres de febrero he remitido el telegrama en que me anuncias la cancelación de mi nombramiento. Esperaba la noticia de un momento a otro. No tanto por las economías que están realizando en el presupuesto, cuanto por el ejercicio constante de la envidia contra mí que sabía aprovechar el instante para atacarme eficazmente y sobretodo, por la desaparición de las causas de mi nombramiento. Indudablemente ahora no es lo mismo que hace dos años. Quienes me solicitaron y consiguieron el destino lo hicieron, en primer lugar, para evitar que atacase al gobierno. Hoy no lo tienen. Quisieran, por el contrario, vengarse en mí, dejándome sin un pedazo de pan y obligarme a pedírselo de rodillas. Pero me parece muy difícil que puedan satisfacer su deseo.

Enseguida de recibir tu telegrama he escrito a la Legación en Londres reclamando los sueldos que me adeudan. Espero la contestación uno de estos días.

Barcelona me debe a mí nueve mensualidades, o sea ciento ochenta libras. No se cuánto te deban a ti allá. Supongo que en total no será menos de doscientos o doscientas veinte libras. No creo que Londres haya recibido la orden de pagármelas. Tan pronto como me contestan te lo avisaré. Si me dicen que no tienen orden de pagarme, te enviaré mi recibo y demás comprobantes para que las cobres en el Ministerio junto con lo que a ti te deban. Además, quiero reclamar la cantidad que me corresponde por derechos de viaje de regreso.

Para gestionar el pago, no hables más con Piedra ni con ningún otro individuo insignificante. Habla directamente con Salomón. Yo le escribiré una carta y haré que Mariátegui le escriba también. Mariátegui le ha escrito pidiéndole que conserve nuestros puestos, pero seguramente la carta llegará con retardo.

Todo lo que me debe el gobierno, los doscientas libras íntegras, son para que atiendas a los gastos de la casa mientras nos organizamos. Es indispensable, ahora con mayor urgencia, que mis hermanas trabajen. Yo procuraré conseguir aquí alguna cosa más y espero que lo lograra en este mismo año. De ese modo, con el trabajo de mis hermanas y los que yo, dentro de pocos meses pueda enviarte, podreis vivir perfectamente hasta que yo haga alguna combinación y podamos reunirnos todos aquí. Además, voy a escribir artículos para el "El Comercio". Uno de estos días enviaré los dos primeros y te mandaré una carta para Luis Miró Quesada. Hablé con él y seguramente conseguiremos obtener por allí algún dinero, que será, desde luego, íntegro para ti.

Si me pagan por Londres, te giraré el dinero apenas lo reciba. No digas a nadie que yo pienso quedarme, porque esto nos perjudicaría para cobrar los sueldos y los derechos de pasajes.

Yo creo que mis hermanas se darán cuenta de la situación y nos ayudarán entusiastamente. No dudo de Alicia. Pero es necesario que ella influya con su ejemplo y sus consejos en el ánimo de las otras. Tú no te desanime. Ten fuerza de voluntad que ya me parece van a terminar por fin todas nuestras desventuras. Lo importante ahora no es afligirse ni amilanarse, sino proceder con energía. Yo espero que todos pondremos de nuestra parte lo que podamos. Muchos recuerdos a mis hermanos. Te abraza y besa tu hijo.

César

Madrid, 20. III. 1922

Falcón, César

Carta a Artemia G de Falcón, 27/10/1922

Trafalgar, 36

A Doña Artemia G de Falcón

en Lima

Querida madre:

No creí que Miró Quesada se negara a contratarme algunos artículos mensuales. Suponía alguna modificación del antiguo sistema de los diarios de Lima, adverso a las colaboraciones. Pero el fracaso de tus gestiones me convencen que continúan tan inmorales como siempre. Yo, como tu comprenderás, no tengo el menor interés en escribir para los periódicos de allá. Si me resolví a ofrecerle mi colaboración a "El Comercio" no fue sino por conseguir algún dinero para ti. Y desde luego no estoy dispuesto a escribir una sola línea gratis. Entre otras razones, porque yo vivo de mi pluma y quien no paga mis artículos, me los roba. Esto, seguramente, no lo creen los directores de "El Comercio". Pero aquí, entre la gente civilizada, es así.

Mariátegui partirá muy pronto —no ha podido hacerlo hasta hoy porque está esperando sus pasajes—, a él le encargaré una nueva gestión. Es posible que obtenga mejor éxito que tú. En todo caso, si no logra conseguirme nada en El Comercio, me la conseguirá en el diario en el que él se coloque. Ten un poquito de paciencia.

Por lo demás, el año próximo, si me estrenan una comedia que tengo ya entregada, mis ingresos aumentarán considerablemente y me permitiría ayudarte sin atenerme al dinero de Lima. Estoy trabajando por dedicarme a escribir para el teatro. Este da aquí mucho más dinero que allá y aunque yo, como tu sabes, nunca he tenido suerte para ganarlo, creo que me oirá mejor que escribiendo para los periódicos.

Estos días he tenido muchas contrariedades. En "El Liberal" se ha presentado un conflicto, porque la empresa está en mala situación económica y el diario va a cambiar de dueño. Yo temía que el actual director, muy amigo mío, dejase de serlo y pusiera en peligro, por esta causa, mi permanencia en la redacción. Todavía está tramitándose el asunto. Pero creo que se arreglará en favor de Moya y, en consecuencia, mío, Ya te daré noticas más concretas.

No olvidaré tu encargo con respecto a Angulo. Yo también le estoy muy agradecido a todas las atenciones que te ha dispensado. Hágame el favor de decírselo así y de saludarlo muy afectuosamente en mi nombre. Tan pronto como pueda te enviaré lo que me pides para él.

Espero que Jorgito esté ya completamente restablecido. Abrázalo y bésalo por mi con mucho cariño.

Saludos, abrazos para todos mis hermanos y un abrazo y un beso para ti de tu hijo.

César

Madrid? 24.XI.1922

Falcón, César

Carta a Artemia G de Falcón, 27/5/1923

Madrid - Trafalgar, 36

Querida madre:

Hasta hoy no he recibido noticia ninguna de mis pasajes. Mariátegui, en carta del 14 de abril, la primera de él, me dice que Salomón le ofreció enviármelos la semana siguiente del 11de ese mes. Pero todavía no los he recibido. Supongo que tú estarás enterada del motivo del retardo. Tengo, sin embargo, la esperanza d recibirlos antes de la llegada de esta a tus manos. Por si no fuera así, la carta que te adjunto para Mariátegui, recomiendo que los gestiones con la mayor actividad posible.

Esto y el empleo de Humberto, según me dice Mariátegui por cuenta de Lorente, están sujetos a la aprobación del presupuesto. El plazo, en realidad, me parece demasiado difuso. Pero así son las cosas allá. No tenemos más remedio que esperar. Espero que ya no sea mucho. Siempre te escribo pensando en que al recibir mi carta tendrás todos los asuntos resueltos. Pero esta vez lo creo más que nunca.

Yo continúo gestionando aquí la manera de arreglar mi situación. Aún no he conseguido nada. Eso de El Imperial, que creí resuelto, ha fracasado. No te preocupes, sin embargo yo buscaré la manera de salir adelante.

Te agradezco mucho y a todos mis hermanos nuestros cariñoso recuerdos el día de mi cumpleaños. Ese día lo pasé malo en cama, con la gripe. Estuve cinco días enfermo. Después, he quedado completamente bien.

Siento mucho la enfermedad de Jorgito. Como ya estará bien, abrázalo en mi nombre.

No he recibido La Crónica. El artículo mío que ha publicado debe haberlo copiado de algún otro periódico. Yo no le he enviado ninguno. A Mundial sigo enviando los dos artículos mensuales. Supongo que, como el primero, te los pagará puntualmente.

Envíale a Mariátegui con alguno de mis hermanos, la carta adjunta y dile que me envíe su dirección, porque temo escribirle a Lista de Correos.

Muchos saludos muy cariñosos para todos mis hermanos y un abrazo y un beso para ti.

César

27.V.1923

Falcón, César

Carta a Artemia G de Falcón, 17/7/1923

Madrid - Trafalgar, 36

Querida madre:

Todavía no tengo ninguna noticia de los pasajes. Mis gestiones aquí no me han dado resultado ninguno La Legación de Londres ni siquiera me ha respondido a tres cartas que le he escrito preguntándole si había llegado la orden. Estoy ahora tan desorientado como el primer día. Si supiera a que legación o consulado ha sido transmitida la orden podría averiguar algo. Esperaba que me lo dijera tú. Pero su carta del 15 de junio solo me dice, como la anterior, que el ministro ha ordenado que me los entreguen, mas no precisa a quién lo ha ordenado. Mariátegui tampoco me lo dice. Ahora estoy esperando que conteste al telegrama que le hizo Machiavello. No sería raro que cuando tú recibas esta continúe en la misma situación ese caso, interésate con Salomón para que trasmitan la orden cablegráficamente a Génova o Hamburgo que son los dos sitios que me convienen más. Sobre todo Génova. Sería mejor que le pidieras solo Génova. Machiavello me lo arreglaría todo muy bien. Naturalmente, si ya la han transmitido, no intentes que la modifiquen, porque tardarían mucho. Pero dímelo enseguida. Tú sabrás en cuanto las reciba por el telegrama que te haré.

Yo continúo en la misma situación. No estoy enfermo. Aquella enfermedad solo fue una gripe ligera e inofensiva. No he vuelto a tener nada. Está tranquila.

Mis preocupaciones son de otro orden. Aún no he logrado ningún acomodo. Y tengo que resignarme a esperar, para conseguir algo, hasta septiembre. Porque en estos meses de verano todo el mundo se marcha fuera de Madrid y no puede resolverse ningún asunto.

Efectivamente, Mariátegui me dijo en primera carta que pensara seriamente en mi regreso inmediato. en su segunda me repite la recomendación y me habla del periódico. Yo le he contestado que estoy pronto a marchar, pero que me siga una cosa concreta. No puedo, por las mismas razones que tú me das, aventurarme a una expectativa más o menos vaga. Además, desconfío mucho de sus planes periodísticos. Espero que en una carta próxima me hable con más detalle. En cuanto resolvamos algo, te lo comunicaré, claro es, enseguida.

Es posible que la tardanza de Mariátegui en responderte sobre el destino de Humberto se deba a que Lorente no haya podido conseguirle nada todavía. Espera un poco. Haz la gestión que te proponías hacer con Salomón. ¿O la has hecho ya?.

No necesitas decirme las contrariedades que estás pasando. Me doy cuenta perfectamente. Esto es lo que más me disgusta de mi actual situación, aunque yo también lo paso mal. Quisiera tener algo con qué auxiliarte. Pero, desgraciadamente, carezco ya hasta de lo indispensable. Estoy viviendo al crédito. Y no sé cuánto tiempo podré resistirme así. Cálculo que no podrá ser mucho.

Yo tengo lo retratos de tus padres y el tuyo. No se los envié a Mariátegui a Italia, precisamente para evitar que se perdieran. Los tengo muy bien guardados. Tan pronto pueda mandaré hacer las ampliaciones y te los enviaré. No temas que se pierdan.

Dime si Mariátegui te ha entregado ya el juego de té.

Sigo mandando artículos a Mundial. Envío dos mensuales. Pregúntale a Aramburu cuántos ha recibido hasta ahora, porque si se han extraviado algunos reclamaré aquí en correos.

Todavía no he recibido cartas de mis hermanas ni sus retratos.

Saluda cariñosamente a todos mis hermanos y recibe tú un beso y un abrazo de tu hijo.

César.

17.VII.1923

Cobra el artículo de El Comercio. Otros que mandé no los han publicado. No volveré a mandarte ninguno más. Habla con Vallecito para cobrar ese. Salió el 7 de junio en la mañana.

Falcón, César

Carta a Artemia G de Falcón, 17/7/1923

Madrid - Trafalgar, 36

Querida madre:

Tu última carta, —no puedo decirte de que feliz, porque no la tiene— me ha dejado ansioso por conocer el resultado de tus gestiones sobre mis pasajes. Yo no tengo hasta ahora la menor noticia. Mariátegui me cuenta su encuentro contigo en el ministerio, me explica su intervención y me insinúa la sospecha de que Salomón no nos atienda tanto como lo hace creer. Dice que sus pasajes se los enviaron debido a una orden del propio Leguía, con quien habló su madre. Yo creo que los míos no estarán ya lejanos. Tú debes saberlo mejor que yo, puesto que ya no recibo más noticias sobre ellos que las tuyas.

Con verdadero dolor he leído la descripción que me haces de tu miseria. Yo no estoy en mejores condiciones. Todavía no he logrado meterme en un sitio seguro. Las gestiones que hago no han tenido éxito aún. Espero en septiembre conseguir algo. La imposibilidad de ayudarte en estos momentos aumenta mi contrariedad. No tengo ahora más expectativa que los pasajes. Y ya te he dicho como los compartiré contigo. Supongo que tú estarás haciendo todo lo que sea necesario para que me los envíen de una vez.

Hoy le escrito a Mariátegui recomendándole nuevamente el empleo para Humberto. En su última carta me dice que Lorente no ha podido colocarlo todavía, porque le han reducido mucho el presupuesto de salubridad. Pero que se ha comprometido a hacerlo lo más pronto posible. Aunque no tengo muchas esperanzas, le dijo que hable él otra vez.

Te repito que, si todavía no han ordenado la entrega de mis pasajes, procures transmitan la orden a Génova. Esto sería lo más favorable, pues el cónsul es muy buen amigo mío.

Si arreglas algo con Óscar Miro Quesada, dímelo enseguida para mandar artículos. En todo caso, que te paguen los publicaciones. Confirmo enviando a Mundial los dos mensuales. Mándame los números en que se publiquen.

Me parece que con el dinero que te envíe cuando reciba los pasajes podrás salir de apuros y después con el trabajo de mis hermanos y mi colaboración, lograrás vivir sin angustia. Ya es tiempo de que terminen tantos sufrimientos.

Recuerdos de todos mis hermanos. Recibe tu un beso o un abrazo muy cariñoso de tu hijo.

César.

30.VII.1923

P.D. Me olvidaba decirte que no pases cuidado ninguno por mí. Disfruto una salud excelente. Aquella enfermedad fue solo un resfrío de pocos días. Pero ya estoy bien y muy gordo.

Falcón, César

Carta a Artemia G de Falcón, 13/8/1923

Madrid - Trafalgar, 36

Querida madre:

A pesar de tus gestiones y de cuando me refieres en tu carta del 16 de julio, todavía no he recibido la menor noticia de mis pasajes. Si como tú me dices, el 18 de julio hubiesen dado cablegráficamente la orden a Londres, ya los tendría en mi poder. Lo más probable es que no hayan dado orden ninguna. Por lo menos, hasta que tú no hayas vuelto a gestionarlo. Mis preocupaciones del primer momento se han cumplido puntualmente. Esa gente de los ministerio, la de escaleras abajo, como no puede molestarme de otro modo, me molesta retardando lo más posible todo cuanto se relaciona conmigo. Bueno. Espero que esta sea la última vez. Espero que ya no tardará mucho en venir el dinero. Tan pronto lo reciba —ya se lo he dicho— le haré un giro enviándole lo más posible.

Según le dije, hace días escribí a Mariátegui, recordándole nuevamente que hablara otra vez con Lorente sobre el destino para Humberto. Supongo que lo hará, aunque ya no tengo confianza ninguna con él. De todos modos, servirá siquiera para acabar de desengañarme.

Con esta carta te envío el primer artículo de agosto para Mundial. En lo sucesivo te los mandaré a ti, tú puedes enviárselos a Aramburu con Humberto o Jorge. Así conseguiremos saber por lo menos cuántos se quedan sin publicar. Yo le he mandado a Aramburu dos mensuales desde el mes de marzo. No creo que se haya perdido ninguno. Pero no hagas reclamaciones, porque serían inútiles. Lo mejor es que de hoy en adelante vayan por intermedio tuyo.

También te mando una novela corta que he publicado en El Imparcial. Esta y unos cuantos artículos disperso constituyen todos los ingresos que he tenido desde febrero hasta hoy. Sin embargo, no me he muerto de hambre. Creo que a partir del próximo mes mejorará mi situación, siquiera sea en forma que me asegure la subsistencia.

Ya me imagino las contrariedades y estrecheces que estarás pasando. Felizmente, Alicia me dice que Teresa está en vísperas de colocarse. Me alegro mucho. Con lo que ella gane, lo de Alicia, los artículos míos y, más tarde, con el sueldo de Humberto, por poco que sea, podrás organizar un modesto presupuesto mensual. Si yo tuviera te mandaría algo más, pero no puedo prometerte nada, porque nada tengo. En cuánto mejore mi situación, haré un esfuerzo para ayudarle.

Todavía estoy esperando los retratos de mis hermanos. Haz lo posible por enviármelos, aunque solo sea una postal.

No olvides mandarme Mundial.

¿Te pagaron el artículo de El Comercio?

Muchos recuerdo para todos mis hermanos y un abrazo y un beso muy cariñoso para ti, de tu hijo.

César.

13.VIII.1923

Alicia:
Muchas gracias por las líneas. Ya le dije a mamá que me alegra mucho la noticia de la próxima colocación de Teresa. Te agradezco mucho el envío de Mundial. Así que [cuando] pueda te retornaré con algo, lo mismo que mis demás hermanos. Salúdalo. Te abraza. César.

Falcón, César

Carta a Artemia G de Falcón, 25/8/1923

Madrid - Trafalgar, 36

Querida madre:

Anteayer, apenas cobré el giro que me hicieron de Londres con el valor de los pasajes. Te giré como te lo había pormetido. Habría querido enviarte mayor cantidad, pero he tenido pagar muchas deudas atrasadas de los seis meses y pico que llevo sin ganar sueldo. Supongo que habrás podido atender a tus necesidades más urgentes. Para lo sucesivo creo que el sueldo de is hermanos y mis artículos de Mundial te permitirán organizar un presupuesto, aunque modesto, seguro. Además, yo voy a escribir más artículos para una revista de Mariátegui, que debe haberse publicado ya. En su última carta este me dice que se publicaría en la primera semana de agosto. Los artículos se los pagará a ti, no se a cómo, pero lo que sea, espero que te lo pague puntualmente. Yo empezaré a enviárselo enseguida.

El retardo en recibir los pasajes, después de haberme anunciado tú que los girarían el 18 de julio, me ha hecho comprender que has tenido que gestionarlos nuevamente. No cesas, por lo visto, las maniobras contra mí. Ahora poco me importan. Ya logré salvar nuestra situación de momento. Para lo demás debemos esforzarnos en conseguir nuestra subsistencia sin ningún contacto con la gente del gobierno. Yo procuraré trabajar aquí activamente hasta que logre una renta segura. Desde luego, de cuanto tenga, en la medida de mis fuerza te daré participación. No te digo nada concreto, porque ahora mismo yo no tengo nada. Estoy apalabrado para escribir en un periódico que saldrá, según dicen, en octubre. Además, estoy escribiendo una comedia y una novela, ambas contratadas en principio. Si todos estas cosas resultan como espero, pronto, dentro de dos o tres meses, habré conseguido por menos una base de vida.

Y hablemos de otras cosas más gratas. Te voy a mandar algunas golosinas propias de acá para que tú me mandes, en cambio, sirviéndole del mismo envase, lo que te pida. Golosinas también, naturalmente. Me ha dado por confeccionar comida peruanas. He logrado algunas. Otras no como yo recordaba. ¿Cómo se hacen por ejemplo, el chupe y el seco? Dímelo con toda clase de detalles.

Muchos recuerdos para todos mis hermanos y un beso y un abrazo, muy cariñosos, para ti de tu hijo.

25.VIII.1923

He recibido dos artículos de Mundial. ¿Cuántos se han publicado ya? Días pasados le envié uno, pronto le enviaré el segundo de este mes.

Falcón, César

Carta a Artemia G de Falcón, 30/10/1923

Madrid - Trafalgar, 36

Querida madre:

Acabo de recibir tu carta del cinco de este mes. Hacía días que la esperaba. Felizmente, para resarcirme de la espera, ha hecho el viaje con extraordinaria rapidez.

Siento mucho que Antonieta no esté aun buena. Pero tengo la esperanza que no será necesario recurrir a la operación. En cuanto pueda, dile que me escriba. Entretanto, salúdala y abrázala cariñosamente en mi nombre.

No tengo ninguna noticia de Mariátegui.. En su última carta me anunció la salida de su periódico para los primeros días de septiembre. Lo que tú me dices me hace suponer que no ha podido sacarlo. Yo le he mandado tres artículos. Espero recibir carta suya de un momento a otro para saber a qué atenerme.

En este momento estoy tratando con El Sol para ir de corresponsal suyo a París. No es una cosa muy ventajosa. Pero me resolverá la situación por algún tiempo, si no logro arreglarme definitivamente con el. En caso que lo logre, me servirá de base para organizarme un presupuesto, aunque no cuantioso, adecuado a mis necesidades. Por lo pronto es nada más que una prueba. De todos modos, creo que estaré en París tres o cuatro meses. De aquí saldré, si salgo, aunque todavía no hay nada definitivo, a mediados de noviembre. Ya te daré más detalles.

Si voy a París, en cuanto tenga dinero, le mandaré cualquier cosa para […], ya que me lo pides con tanto interés. Por ahora, te mando para él un afectuoso saludo.

Te agradezco mucho las recetas del chupe, del seco. Voy a mandarlos hacer enseguida, porque el deseo de comerlos no me permite mayor espera. No creo que esto sea una exageración.

Muchas gracias a Teresa por su cata. Sus palabras muy juiciosas y plausibles. Le agradezco, además, sus buenos deseos para mí. Lástima que lo que ella me desea no se pueda conseguir con el deseo exclusivamente. Yo haré, sin embargo, lo posible para complacerla.

Saluda cariñosamente a todos mis hermanos y recibe tú un abrazo y un beso de tu hijo.

César.

30.X.1923

Falcón, César

Carta a Artemia G de Falcón, 22/11/1923

Madrid - Trafalgar, 36

Querida madre:

Poco después de tu última carta he recibido una extensa de Mariátegui contándome los detalles de su posición y cómo se han realizado los últimos acontecimientos políticos. Veo que no han sido graves. Hace tres o cuatro días publicaron los diarios de aquí la noticia de una nueva revolución. Supongo que se trata de una de las frecuentes mentiras cablegráficas, porque no se la ha confirmado hasta ahora.

Yo sigo realizando las gestiones de que ya te he informado. Todavía no he conseguido arreglar el viaje a París. uno de estos días deben contestarme. Espero que lo hagan en este mes.

Me alegro mucho de la mejoría de Antonieta. Esperaba esta noticia. No sé por qué, a pesar del pesimismo que nos infunde las continúas contrariedades, desde el primer momento he creído que no sería nada grave y que muy pronto se aliviaría. Tengo mucho gusto de que haya sido así. Salúdala cariñosamente en mi nombre.

No olvido tu encargo sobre Angulo. Ya te lo he dicho. Tan pronto pueda lo cumpliré.

A Alicia no le escribo separadamente, porque supongo que estas cartas la leerá ella y, por esto, son en buena cuenta todos vosotros. Yo estoy pronto a cumplir rápidamente todos sus encargo. Algo más: si un cambio favorable de mi situación económica —cosa que espero hace ta tiempo— me lo permite, ni siquiera necesitará enviarme dinero. Creo que vosotras no os sobrará. Será suficiente que me mande decir lo que quiere.

Cariñosos saludos para mis hermanos.

Recibe tú un beso y un abrazo muy cariñosos de tu hijo.

César.

22.XI.1923

Te incluyo un artículo.

Falcón, César

Carta a Artemia G de Falcón, 10/4/1924

71, Highbury New Park, London, N.5

Querida madre:

Acabo de recibir mi dinero del mes de marzo —muy poco definitivamente— y no quiero perder un instante en enviarte aunque sea una pequeña cosa para que cimas un dulce en mi nombre [en] el día de tu cumpleaños. Siento que sea tan poco. Pero yo estoy ahora en un momento de crisis. Londres es extraordinariamente cara y el dinero que me mandan de Madrid, aminorado por la baja de la peseta, me alcanza apenas para vivir con mucha modestia.

Hace días he recibido una carta de Antonieta. Dile que le contestaré muy pronto.

Mañana o pasado te enviaré el primer artículo del mes para Mundial. También una carta para Mariátegui, quién, a propósito, ha cesado de escribirme. Hace tres meses no recibo ni una línea de él. Ni siquiera se ha dignado contestar a mis últimas cartas ¿Qué le pasa?

Ya le escribí a Guzmán dándole el pésame por la muerte de su padre.

Supongo habrás visto los artículos de Variedades sobre mí. Yo los he leído ya.

¿Publica Mundial mis artículos y, sobre todo, te los paga?

Muchas felicidades muchas, te deseo en tu nuevo año.

Saludos para mis hermanos y un beso y un abrazo para ti.

César.

Falcón, César

Carta a Artemia G de Falcón, 1/7/1924

1 - VII - 1924

Querida madre:

La nueva noticia de la amputación de la pierna a Mariátegui me ha producido […] dolor. Me imagino cuánto habrá sufrido y cuántas dificultades estará sufriendo la familia. La imposibilidad de hace nada eficiente por él. No dejes de contarme todos los detalles de su enfermedad y de su estado y de las posibilidades de curación. Espero también con impaciencia la carta de Roe. Yo le volveré a escribir a José Carlo uno de estos días.

Te adjunto los dos artículos del mes. Muy pronto, dentro de pocos días, cuando reciba mi sueldo, te enviaré el regalito de todos los meses.

Sigo ocupándome en arreglar las cosas de modo de poder ir a verte en la fecha que te he prometido. Creo que lo lograré.

Como me pides en tu carta última te mando un artículo sin fotografías para El Comercio. Supongo que no podrán dificultades para admitírtelo y pagártelo. Si no lo hacen así, dímelo para enviarte los dos destinados a Mundial.

No te desesperes. Cuando vaya haré todo lo posible por arreglar definitivamente tus asuntos. Ya falta poco.

Saluda a todos mis hermanos y agradécele a Antonieta su salido. En este documento no puedo escribirle particularmente. Pero no olvido que le debo una carta y muchas palabras de cariño.

Muchos recuerdos para todos y un beso y un abrazo para ti.

César.

Dentro de pocos días iré a Madrid y, posiblemente, regresaré a Londres a fines de agosto.

Falcón, César

Carta a Artemia G de Falcón, 13/11/1924

71, Highbury New Park, London, N.5

13 de noviembre de 1924

Querida madre:

En este momento estoy muy ocupado. No tengo tiempo para más que para ponerte unas pocas líneas, porque no quiero que pase el día sin enviarte los artículos. Pero mañana o pasado te escribiré más largamente.

Yo estoy perfectamente bien y sigo trabajando en mi proyecto para ir a Lima. Ya te daré más detalles.

Recibí la carta de Alicia. Se la contestaré pronto.

Saludos para todos mis hermanos y un beso y un abrazo para ti.

César.

Falcón, César

Carta a Artemia G de Falcón, 1/8/1924

1 - VIII - 1924

Querida madre:

Como te dije en mis cartas anteriores, he venido a pasar unos días en Madrid, después de haber estado en Londres ochos meses, trabajando incesantemente y en lucha abierta con la ciudad. En este mes de agosto no se puede estar en Madrid mucho tiempo. Hace un calor horrible. Yo voy a marcharme días a un pueblecito de Portugal y regresaré a últimos de mes.

En tu última carta no me dices nada de Mariátegui. La última noticia que me da es la que está convaleciendo en Miraflores. Ya te he dicho, y te repito, que me hagas el favor de enviarme la mayor cantidad de detalles sobre su enfermedad y, particularmente, sobre su estado actual y las posibilidades que tenga de recuperarse. Te incluyo una carta para él.

Si tienes oportunidad de ver a Roe dile que estoy esperando impacientemente la carta que me ha ofrecido por intermedio tuyo. Yo le escribí desde Londres y todavía no me ha contestado.

El Sr. Delgado, quien me dio la carta para Thol, recomendando a Humberto, debe regresar pronto al Perú, según me dijo en Londres. Me ha ofrecido espontáneamente interesarse por colocar a Humberto. Me dijo que te escribiera tan pronto como llegase a Lima y que iría a verte para ponerse de acuerdo contigo sobre lo que fuera necesario hacer. Es posible que haga algo. Tú, por lo menos, cuando vaya, dale todos los datos que necesite. Ya le he dicho yo que, en caso de que no pueda hacer nada, no te haga perder el tiempo con esperanzas inútiles.

Como me lo dices en tu última carta, te mando tres artículos para: dos para Mundial y uno para El Comercio. Espero que te los admitan y te los paguen todos. Si esto ocurriera puntualmente todos los meses, me parece que con las seis libras de ellos podrías tener para pagar la casa. yo no dejaré de enviártelos con toda puntualidad.

Insisto en mi opinión sobre la casa. Es necesario que procureis resolver cuanto antes la mudanza a una casa modesta y barata. Alicia me ha ofrecido ayudarte en esto y yo estoy seguro que lo hará con muy buena voluntad y cariño.

Ya he tomado el chocolate y el café. Me han gustado mucho. Pronto te mandaré yo a mi vez alguna cosa.

Estoy esperando los retratos de mis hermanas.

Muchos recuerdos para todos mis hermanos y un beso y un abrazo para ti.

César.

No olvidaré, cuando vaya, las ampliaciones de los retratos de tus padres.

Falcón, César

[Credencial del XXII Congreso Nacional del Partido Socialista Italiano]

Credencial otorgado a José Carlos Mariáteguí, como representante del diario "El Tiempo", para participar en el XXII Congresso Nazionale Partito Socialista Italiano.
El congreso se llevó a cabo los días 15, 16, 17, 18, 19, 20 de enero de 1921 en la ciudad de Livorno, Italia.

XXII Congresso Nazionale del Partito Socialista Italiano

Giro Cablegráfico

Giro cablegráfico realizado por Amalia La Chira Vda. de Mariátegui a su hijo José Carlos Mariátegui, a través del Banco Italiano por el monto de 1560 liras.
Fecha del giro: 27 de enero de 1920
El giro fue hecho mientras José Carlos Mariátegui se encontraba en Roma.

Banco Italiano

George Brandes

Casi simultáneamente nos llegan los ecos de dos funerales europeos: el de George Brandes el de Rainer María Rilke. Los dos, el crítico danés y el poeta alemán, pertenecían a la estirpe, cara a Goethe y a Nietzche, de los buenos europeos. George Brandes, sobre todo, puso su mayor empeño en adquirir y merecer este título. El estudio de la obra de Ibsen, que fue uno de los primeros en explicar a Europa, le reveló lo difícil que es para un escritor superar las barreras de su idioma, cuando este no es un idioma muy difundido. Brandes resolvió escapar a esas barreras, escribiendo en alemán. Dominaba el alemán, el francés y el inglés como su lengua propia. Del francés decía que sería siempre para él la lengua de los artistas y de los hombres libres. Protestó siempre contra las limitaciones de todo nacionalismo.
No se le define, sin embargo, cuando se le llama internacionalista. Más que internacionalista era antes un europeista. El internacionalismo del siglo diecinueve -, y Brandes se sintió siempre un hijo de su siglo- tuvo sus fronteras, que si no fueron, precisamente, las de un continente, fueron las de una raza: la raza blanca. Lo que descubrió este siglo no fue la solidaridad de todos los pueblos, sino la solidaridad de los pueblos blancos. El sello occidental o blanco del internacionalismo de esos tiempos está impreso hasta en la práctica de las internacionales obreras.
Judío, Brandes procedía de una raza que parece predestinada para empresas universales y ecuménicas y a la que los nacionalismos europeos miran con encono por esta aptitud o destino. Pero Brandes se mantuvo a cierta distancia del mesianismo mundiales. Estaba demasiado enamorado de Occidente y, más que de Occidente, de Europa, para que lo atrajeran dormidas culturas y aletargadas razas.
Los rasgos esenciales de George Brandes son su individualismo y su racionalismo. Bajo este aspecto, fue también un hijo de su siglo. No entendió nunca el demos, ni amó jamás la masa. El culto de los héroes ocupó perenne y ardientemente su espíritu. Le tocó, sin embargo, pensar y obrar como un representante de un siglo de democracia burguesa y liberal. Pero no aceptó el título de demócrata, sin vacilaciones y sin escrúpulos, provenientes de su convicción de que ninguna gran idea, ninguna gran iniciativa habían emanado nunca de las masas. “El gran hombre -afirmaba- no es el resumen de la civilización ya existente, es la fuente y el origen de un estado nuevo de civilización”. Por eso prefería titularse radical. Su famoso estudio sobre Nietzche, de quien fue grande y devoto amigo, se subtitulaba “Ensayo sobre el aristocratismo radical”.
Por su individualismo y por su racionalismo, George Brandes no podía amar este siglo, contra el cual empezó a malhumorarse de la propagación desde la filosofía bergsoniana. En una entrevista con Federico Lefevre, de hace dos años, recordaba el mismo una frase suya, pronunciada dos años atrás en su conferencia en Londres: “La intuición, he aquí una cualidad que hay que dejar a los admiradores de MR. Bergson”. Su racionalismo ochocentista, reaccionaba agriamente contra toda tentativa de disminuir el imperio de la razón. El freudismo era una de las corrientes de este siglo que más le disgustaba. No obstante el vínculo racial del judaísmo, -que juntó sus hombres en el comité de dirección de “La Revue Juive”- Brandes trataba con pocas consideraciones a Freud, cuyas teorías calificó una vez de “fantasías obscenas e inhumanas”. Así como la intuición debía ser dejada a los admiradores de Bergson, el psico-análisis debía abandonarse a sus cultivadores de América. Para Brandes, el hombre de pensamiento más grande de hoy era, sin disputa, Einstein. ¿Por qué? No es difícil adivinarlo. Porque en Einstein reconocía, ante todo, un representante del racionalismo. Todas sus conclusiones -decía- son verificables.
George Brandes no podía, absolutamente, comprender esta época, que repudiaba en bloque. Su criticismo ochocentista, descendiente en parte del de Renán, -sobre escribió fervorosas e inteligentes páginas, en sus buenos tiempos,- se había tornado un pesimismo negativo, no menos radical que su antiguo aristocratismo. El bolchevismo y el fascismo eran para Brandes fenómenos totalmente ininteligibles. El naufragio de sus viejos y caros ideales lo hacía pensar que no quedaban más ideales en el mundo ni en Europa. Al periodista norteamericano Clair Price, que lo entrevistó poco antes de su muerte, le confesó todo su desencanto, más que crepuscular, apocalíptico. “¡Europa! ¿Existe aún la idea de Europa?” Brandes no hablaba como si con él se acabara una época, sino como si con [él] se acabara Europa.
No hay que sorprenderse, pues, de que los intelectuales de hoy lo mirasen con un sobreviviente del siglo XX. Extremando este juicio, o asimilando al del propio Brandes, Clair Price lo llamaba “un europeo que ha sobrevido a Europa”. Otros escritores contemporáneos, más distantes de su espíritu y de su mentalidad, -porque repudian por herético cuando no por estúpido el siglo diecinueve. Pareció a los hiperbóreos la síntesis terinitaria de Voltaire-Taine-Heine. Hizo carrera como revelador y apóstol de Ibsen, Nietzche, Strindberg, etc., pero no consiguió jamás descubrirse a sí mismo y los últimos apóstoles de su gloria danesa reblandecer solo”.
Papini cometía la más grande injusticia, en este juicio sumario al confinar la figura y la obra de Brandes dentro de los confines de Dinamarca. Desterrado en su juventud de su país, donde su radicalismo chocaba con los residuos del fariseismo conservador, en su vejez le faltado también a la gloria de Brandes la ratificación de la mayoría de los suyos. Nacionalistas y revolucionarios lo declaran distante y extraño a ellos.
Pero el nombre de Brandes queda, de toda suerte, escrito honrosamente en el escalofón intelectual del siglo diecinueve. Su obra capital, seis volúmenes sobre las grandes corrientes de este siglo, -aunque no abarcan, propiamente, sino su primera mitad- le asegura un puesto de honor en su tiempo. Y tiene, además, Brandes un mérito que nadie puede contestarle: su intransigente y apasionada fidelidad a sus ideales. En esta época en que ante la novedad reaccionaria, abdican tantos viejos representantes del pensamiento demo-burgués, ese mérito hace particularmente respetable la figura de Brandes, el “buen europeo” que no quiso jamás renegar este título.

José Carlos Mariátegui La Chira

Austria y la paz Europea

La llamarada súbitamente encendida en Viena, ha arrojado una luz demasiado inquietante sobre el panorama europeo que, -según las descripciones prolijas unas veces simplistas otras, de sus observadores- parecía ya reajustado por el trabajo de estabilización capitalista al cual están entregadas con alacre voluntad las naciones de Occidente desde que Alemania y Francia signaron el plan Daxes. Ahora resulta evidente que las bases de esa estabilización, destinada según sus empresarios a asegurar la pacífica reconstrucción de Occidente, son asaz movedizas y convencionales. Cualquiera de los problemas de la paz sin solución todavía, puede comprometerla irreparablemente. El problema de Austria, que acaba de hacerse presente, por ejemplo.
Este problema, a juicio de los optimistas, no había sido, ante todo, un problema económico, -nacido de la separación de Austria de los pueblos que antes habían compuesto juntos el Imperio de los Hapsburgos,- que la gestión sagaz del Caciller, Monseñor Seippel tenía prácticamente resulto con los créditos patrocinados por la Sociedad de las Naciones. Las dificultades subsistentes aún, se resolverían mediante convenios aduaneros con los Estados independizados, o por el gradual reactivamiento de la producción manufacturera.
En contraste completo con estas beatas conjeturas, los últimos sucesos de Viena demuestran que el proletariado austriaco no se siente demasiado distante de los días post-bélicos en que agitaba a las clases trabajadoras europeas un espíritu de violencia. Los teóricos de la democracia veían en esta violencia un mero fruto de la atmósfera material y moral dejada por la guerra. Es posible que en algunos casos episódicos haya sido acertado su diagnóstico; pero, en tesis general, hay que inclinarse que la violencia proletaria acusa factores más propios. La marejada de Viena no ha sido menos que ninguna de las que, sin obedecer a un plan de golpe de Estado, se produjeron en Europa, por estallido espontáneo, en los primeros años de la post-guerra.
El hecho de que su origen no haya sido un conflicto del trabajo sino una sentencia judicial estimada injusta, no atenúa en lo más mínimo el valor de este movimiento como síntoma del estado de ánimo del proletariado austriaco. Y, por otra parte, es imposible que a la creación de este estado de ánimo no concurran los resultados negativos de la obra que se creía más o menos cumplida por Monseñor Seippel en colaboración con los banqueros americanos y europeos. Todos los datos últimos de la economía austriaca denuncian la subsistencia de una crisis industrial a la cual no es fácil encontrar salida. Austria, pueblo principalmente industrial, carece de materias primas bastantes para la alimentación de su industria. Por la insuficiencia de su agricultura, tiene un fuerte déficit alimenticio. El desequilibrio entre la producción y el consumo mundiales, no le consiente esperar, de otro lado, un crecimiento salvador de su comercio extranjero. Estas cosas no las resuelven los créditos de la Sociedad de las Naciones.
Los días de Viena no son ya tan duros como aquellos de 1922 -y de julio precisamente- en que César Falcón y yo vimos caer hambrienta a una mujer en una acera del Ring. Pero el Estado austriaco continúa como entonces sin encontrar su equilibrio. La prueba, políticamente, en forma incontestable, el hecho de que el socialismo haya conservado integra, y tal vez acrecentada, su influencia sobre las masas. El gobierno de Monseñor Seippel ha tenido necesidad de la cooperación solícita del partido socialista para contener la insurrección. El próximo gobierno se constituirá, a lo que parece, con la participación de los socialistas.
El partido socialista que, con el partido cristiano-social encabezado por Monseñor Seippel, se divide la mayoría de los electores, tuvo en sus manos el poder de 1919 en 1920. Acomodó en ese período su político al mismo criterio reformista que la social democracia de Ebert y Scheidemann en Alemania. En su activo no se registra sino una alerta defensa y de las instituciones republicanas y un conjunto de leyes sociales y obreras. Del gobierno lo desalojaron los cristianos-sociales y los nacionalistas que ocupan el tercer puesto entre los partidos austriacos, aunque a buena distancia de los dos mayores. Pero, bajo el prudente gobierno de Monseñor Seippel, ha continuado influyendo, con una oposición más o menos colaboracionista, en la política gubernamental de este período. Y, si ahora se habla de su retorno al poder o de una segunda coalición con los cristianos-sociales, es porque la política de estos no ha sido capaz ni de realizar todo lo que prometió en el orden económico e internacional ni sustraer a las masas al dominio de los socialistas.
El socialismo austriaco no tiene, evidentemente, un criterio uniforme. Entre sus dos alas extremas, reformismo y comunismo -que forma un partido autónomo, pero que aplica a todas las luchas el método del frente único- no es probable ningún compromiso teórico. Parten de puntos de vista radicalmente opuestos. Otto Bauer, el famoso leader del partido austriaco, es uno de los teóricos máximos de la social-democracia. En esta posición, le ha tocado a lado de Kautsky y otros, sostener una polémica histórica con Lenin y Trotsky. El fracaso de la praxis social-democrática en Alemania, y en la misma Austria, después de la Revolución de 1918, no ha modificado la actitud de Bauer. No hay, pues, que sorprenderse de encontrarlo una vez más en abierto conflicto teórico y práctico con los comunistas de su país. Estos no constituyen un partido de importancia numérica, pero en cambio se mantienen estrechamente articulados con las masas obreras, de suerte que en cualquier momento propicio pueden ejercer sobre estas un influjo intensamente superior al que corresponde a su número.
Estos hechos eran, ciertamente, contrastable desde hace tiempo. Pero ha sido necesaria una llamarada formidable, políticamente visible a todos los pueblos de Occidente, para obligar a estos a considerarlos. El problema económico, político e internacional de Austria que, contra un tratado defendido tan celosamente por Italia y Francia, pugna por unirse a Alemania, [- ha recordado de pronto a los buenos y a los malos europeos lo artificial y deleznable de la paz y el orden de Europa].

José Carlos Mariátegui La Chira

Trotsky y la oposición comunista

La expulsión de Trotsky y Zinoviev del partido comunista ruso y las medidas sancionadas por este a la oposición trotskysta, reclaman una ojeada a la política interna de Rusia. La crítica contrarrevolucionaria, tantas veces defraudada por los acontecimientos rusos, se entretiene ya en pronosticar la inminente caída del régimen sovietista a consecuencia de su desgarramiento intestino. Los más avisados y prudentes de sus escritores prefieren conformarse con la esperanza de que la política de Stalin y el partido representan simple y llanamente la marcha hacia el capitalismo y sus instituciones. Pero basta una rápida ojeada a la situación rusa para convencerse de que las expectativas interesadas de la burguesía occidental no son esta vez más solventes que en los días de Kolchak y Wrangel.
La revolución rusa, que como toda gran revolución histórica, avanza por una trocha difícil que se va abriendo ella misma con su impulso. No conoce hasta ahora días fáciles ni ociosos. Los problemas externos se complican, en su proceso, con los problemas internos. Es la obra de hombres heroicos y excepcionales, y, por este mismo hecho, no ha sido posible sino con una máxima y tremenda tensión creadora. El partido bolchevique, por tanto, no es ni puede ser una apacible y unánime academia. Lenin le impulso hasta poco antes de su muerte su dirección genial; pero ni aún bajo la inmensa y única autoridad de este jefe extraordinario, escasearon dentro del partido los debates violentos. El partido bolchevique no se sometió nunca pasivamente a las órdenes de Lenin, sobre cuyo despotismo fantaseó a su modo un periodismo folletinesco que no podía imaginarlo sino como un zar rojo. Lenin ganó su autoridad con sus propias fuerzas; la mantuvo, luego, con la superioridad y clarividencia de su pensamiento. Sus puntos de vista prevalecían siempre por ser los que mejor correspondían a la realidad. Tenía, sin embargo, muchas veces que vencer la resistencia de sus propios tenientes de la vieja guardia bolchevique. Así sucedió, por ejemplo, en octubre de 1917, la víspera del asalto al poder, que lo encontró en estricto acuerdo con Trotsky y en abierto contraste con Zinoviev y Kamanec.
La muerte de Lenin, que dejó vacante el puesto de jefe genial, de inmensa autoridad personal, habría sido seguida por un período de profundo desequilibrio en cualquier partido menos disciplinado y orgánico que el partido comunista ruso. Trotsky se destacaba sobre todos sus compañeros por el relieve brillante de su personalidad. Pero no solo le faltaba vinculación sólida y antigua con el equipo leninista. Sus relaciones con la mayoría de sus miembros habían sido, antes de la revolución, muy poco cordiales. Trotsky, como es notorio, tuvo hasta 1917 una posición casi individual en el campo revolucionario ruso. No pertenecía al partido bolchevique, con cuyos líderes, sin exceptuar al propio Lenin, polemizó más de una vez acremente. Lenin apreciaba inteligente y generosamente el valor de la colaboración de Trotsky, quien, a su vez, -como lo atestigua el volumen en que están reunidos sus escritos sobre el jefe de la revolución,- acató sin celos ni reservas una autoridad consagrada por la obra más sugestiva y avasalladora para la consciencia de un revolucionario. Pero si entre Lenin y Trotsky pudo borrarse casi toda distancia, entre Trotsky y el partido mismo la identificación no pudo ser igualmente completa. Trotsky no contaba con la confianza total del partido, por mucho que su actuación como comisario del pueblo mereciese unánime admiración. El mecanismo del partido estaba en manos de hombres de la vieja guardia leninista que sentían siempre un poco extraño y ajeno a Trotsky, quien, por su parte, no conseguía consustanciarse con ellos en un único bloque. Trotsky, según parece, no posee las dotes específicas de político que en tan sumo grado tenía Lenin. No sabe captarse a los hombres; no conoce los secretos del manejo de un partido. Su posición singular -equidistante del bolchevismo y del menchevismo- durante los años corridos entre 1905 y 1917, además de desconectarlo de los equipos revolucionarios que con Lenin prepararon y realizaron la revolución, hubo de deshabituarlo a la práctica concreta de líder de partido.
El conflicto entre Trotsky y la mayoría bolchevique, que arriba a un punto culminante con la exclusión del trotskysmo de los rangos del partido, ha tenido un largo proceso. Tomó un carácter de neta oposición en 1924 con los ataques de Trotsky a la política del comité central, contenidos en los documentos que, traducidos al francés, se publicaron bajo el título de “Cous nouveaus”. Las instancias de Trotsky para que se adoptara un régimen de democratización en el partido comunista miraban al socavamiento del poder de Stalin. La polémica fue agria. Pero entre la posición del comité y la de Trotsky cabía aún el compromiso. Trotsky cometió entonces el error político de publicar un libro sobre “1917”, del cual no salían muy bien parados Zinoviev, Kamanev y otros miembros del gobierno, duramente calificados por Lenin en ese tiempo por sus titubeos para reconocer el carácter revolucionario de la situación. El debate se reavivó, con un violento recrudecimiento del ataque personal. Zinoviev y Kamanev, que hacían causa común con Stalin, no ahorraron a Trotsky ningún recuerdo molesto de sus querellas con el bolchevismo antes de 1917. Pero, después de una controversia ardorosa, el espíritu de compromiso volvió a prevalecer. Trotsky se reincorporó en el comité central, después de una temporada de descanso en una estación climática. Y tornó a ocupar un puesto en la administración. Pero la corriente oposicionista, en el siguiente congreso del partido, reapareció engrosada. Zinoviev, Kamanev y otros miembros del comité central, se sumaron a Trotsky, quien resultó así el líder de una composición heterogénea, en la cual se mezclaban elementos sospechosos de desviación derechista y social-democrática con elementos incandescentemente extremistas, amotinados contras las concesiones de la Nep a los kulaks.
Este bloque, con todo, acusaba dominantemente en su crítica las preocupaciones y recelos del elemento urbano frente al poder del espíritu campesino. Trotsky, particularmente, es un hombre de cosmópolis. Uno de sus actuales compañeros de ostracismo político, Zinoviev, lo acusaba en otro tiempo, en un congreso comunista, de ignorar y negligir demasiado al campesino. Tiene un sentido internacional de la revolución socialista. Sus notables escritos sobre la transitoria estabilización del capitalismo (“¿A dónde va Inglaterra?”) lo colocan entre los más alertas y sagaces críticos de la época. Pero este mismo sentido internacional de la revolución, que le otorga tanto prestigio en la escena mundial, le quita fuerza momentáneamente en la práctica de la política rusa. La revolución rusa está en un período de organización nacional. No se trata, por el momento, de establecer el socialismo en el mundo, sino de realizarlo en una nación que, aunque es una nación de ciento treinta millones de habitantes que se desbordan sobre dos continentes, no deja de constituir por eso, geográfica e históricamente, una unidad. Es lógico que en esta etapa, la revolución rusa esté representada por los hombres que más hondamente sienten su carácter y sus problemas nacionales. Stalin, eslavo puro, es de estos hombres. Pertenece a una falange de revolucionarios que se mantuvo siempre arraigada al suelo ruso: el presidio o Siberia era Rusia todavía. Mientras tanto Trotsky, como Radek, como Rakovsky, pertenecen a una falange que pasó la mayor parte de su vida en el destierro. En el destierro hicieron su aprendizaje de revolucionarios mundiales, ese aprendizaje que ha dado a la revolución rusa su lenguaje universalista, su visión ecuménica. Pero ahora, a solas con sus problemas, Rusia prefiere hombres más simples y puramente rusos.
José Carlos Mariátegui.

José Carlos Mariátegui La Chira

Estación electoral en Francia

Este año promete una buena cosecha a la democracia. Es un año esencial y unánimemente electoral. Habrá elecciones en Francia, Inglaterra, Alemania, la Argentina, etc. Y no sería normal ni lógico que la democracia saliera ejecutada de una votación. El sufragio universal se traicionaría a si mismo si condenase el parlamento y la democracia. Puede inclinarse alternativamente a izquierda o a derecha; pero no puede suprimir la derecha ni la izquierda. Ni la revolución ni la reacción muestran, por esto, ninguna ternura electoral o parlamentaria. Las elecciones son, así para los reaccionarios como para los revolucionarios, una simple oportunidad de predicar el cambio de régimen y de denunciar la quiebra de la democracia. Las elecciones italianas de 1921, convocadas en plena creciente fascista, dieron la mayoría a las izquierdas y trajeron abajo a Giolitti. El fascismo ganó apenas treintaicinco asientos en la cámara. Pero el año siguiente, después de la marcha a Roma, obtuvo de la misma cámara un voto de confianza. Poco importa que la reacción o la revolución estén próximas. Las elecciones, formalmente, oficialmente, necesitan dar siempre la razón a la democracia. La víspera misma de ganar el gobierno, los bolcheviques perdieron las elecciones. Los social-demócratas de Kerensky tenían la cándida pretensión de que, dueños ya del poder, Lenin y sus correligionarios reconociesen a una asamblea que los condenaba a priori. Lenin, como bien se sabe, prefirió licenciar esta asamblea extemporánea y retórica.
El momento, por otra parte, es de estabilización capitalista, que es como decir de estabilización democrática. Porque la burguesía puede haber empleado el golpe de estado fascista para conseguir o afianzar su estabilización; pero solo en los países donde la democracia no era muy extensa ni muy efectiva. En Inglaterra, en Alemania, en Francia, el capitalismo se ha defendido dentro de la democracia, aunque se haya valido a ratos de leyes de excepción contra sus adversarios. La burguesía no es precisa o estrictamente el capitalismo; pero el capitalismo si es, forzosamente, la democracia burguesa.
Los resultados de las elecciones no importan demasiado. El 11 de mayo de 1924, el bloque nacional y el cartel de izquierdas se disputaron acanitamente en Francia la victoria electoral. El escrutinio de ese día no se contentó con derribar a Poincaré de la presidencia del consejo. No pareció satisfecho sino después de arrojar a Millerand de la presidencia de la república. Caillaux, el condenado del bloque nacional, regresó a Francia con cierto aire de césar democrático. Y, sin embargo, dos años después el cartel se disolvía, para dar paso a una nueva fórmula: un gabinete presidido por Poincaré, con Herriot en el ministerio de instrucción y Briand en el del exterior. El 1 de mayo no tocó, en consecuencia, la sustancia de las cosas. Herriot acabó colaborando en un ministerio poincarista y Poincaré concluyó presidiendo un gobierno apoyado en los radicales-socialistas. Esta vez, como la anterior, cualquiera que sea el resultado de las elecciones, solo podrá sostenerse en el gobierno un ministerio de opinión. El escrutinio no producirá, por ningún motivo, un gobierno de partido. Ni un bloque de derechas ni un cartel de izquierdas sería suficientemente sólido. El gobierno tendrá que contar, como el de Poincaré, con el favor de la pequeña burguesía no menos que con la venia de la alta finanza y la gran industria. Una victoria del partido socialista sería, sin duda, la única posibilidad de acontecimientos imprevistos e insólitos. Pero ningún partido asumiría el poder con más miedo a sus responsabilidades ni con más miramiento a la opinión que el partido socialista.
Los socialistas franceses se inclinan, por esto, a una reconstitución más o menos adaptada a las circunstancias, de la fórmula radical-socialista. León Blum rehusaba en 1925 y 26 la participación de los socialistas en el gobierno, en espera, según él, de que les llegara la oportunidad de asumirlo íntegramente por su cuenta. Esta política apresuró el regreso de Poincaré y el restablecimiento de la unión nacional, con el programa de revalorización del franco. Mas la oportunidad aguardada, con tanta certidumbre, por León Blum, no parece haber llegado todavía. Los socialistas no podrían hacer en el poder sino una de estas dos políticas: o una política revolucionaria, sostenida por todas las fuerzas del proletariado, que conduciría inevitablemente a la guerra social, o una política conservadora, de concesiones incesantes a los intereses y la opinión burgueses, como la practicada por los laboristas ingleses durante el experimento Mac Donald. En el segundo caso, un ministerio socialista duraría menos aún que el primer ministerio Herriot después de las elecciones victoriosas del 1º de mayo. En el primer caso, salvo la acción de jefes superiores, con dotes excepcionales de comando, los socialistas serían finalmente desalojados del poder por los comunistas.
El destino del partido socialista francés podía ser el de reemplazar al partido radical-socialista. Pero este proceso requiere tiempo. Los radicales socialistas, aunque pierdan súbitamente su ascendiente sobre las masas pequeño-burguesas de las ciudades, conservarán por algún tiempo, sus clientelas electorales de provincias. Tienen viejas raíces que los defienden de una rápida absorción, sea por parte de la izquierda socialista, sea por parte de la derecha plutocrática. Su función no ha terminado. Y, mientras le estabilización democrática no se encuentre seriamente amenazada, su chance electoral seguirá siendo considerable.

José Carlos Mariátegui La Chira

El viaje de Mac Donald

Ramsay Mac Donald, navegando hacia los Estados Unidos en el “Berengaria”, continúa más que una línea del Labour Party, su trayectoria personal de pacifista y social-demócrata escocés. Durante la guerra, su vocación de pacifista lo alejó de la política mayoritaria de su partido. En los tiempos en que Henderson y Clynes colaboraban en un gobierno de “unión sagrada”, Ramsay Mac Donald era, por sus puritanas razones de “consciencious objector” parlamentario, el líder de una minoría suave y ponderada. Rectificada la atmósfera bélica, su pacifismo se convirtió en el más eficaz impulso de su ascensión política. El propugnador de la paz de las naciones era, simultánea y consustancialmente, un predicador de la paz de las clases. Mac Donald se descubría acendrada y evangélicamente evolucionista. Condenaba toda violencia, la nacional como la revolucionaria. En el poder, su esfuerzo tendería, ante todo, a la paz social.
Los gustos, los ideales, el estilo de este pacifista acompasado, menos brillante y universitario que Wilson, con discreción y mesura de hombre del viejo mundo, afinado por una antigua civilización, conviene a la política del Imperio británico en esta etapa en que sus esfuerzos pugnan por contener sagazmente en avance brioso del Imperio yanqui. No es el imperialismo de hombres de la estirpe de Cecil Rhodes, Chamberlain, ni siquiera de Churchill, el que corresponde a las necesidades actuales de la diplomacia británica. El Imperio británico habla siempre el lenguaje de su política colonizadora; pero entonándolo a las conveniencias de un período de declinio, de defensiva, en que su hegemonía se siente condenada por el crecimiento del Imperio yanqui. Los gerentes, los cancilleres de la antigua política británica, representaban también una Gran Bretaña evolucionista, pronta a acudir a cualquier cita, a donde se le invitase a nombre de la paz y el progreso de la humanidad. Pero el de esos hombres era un evolucionismo agresivo, darwiniano, que miraba en el Imperio británico la culminación de la historia humana y que identificaba la razón de Estado inglesa con el interés de la civilización. Un “premier” de esa estirpe o de esa época, no se habría embarcado en un transatlántico para los Estados Unidos, a negociar el desarme. No habría llegado a Washington sin cierto aire imperial.
I es significativo que Ramsay Mac Donald, no encuentre en la presidencia de los Estado Unidos a un retor de la paz mundial como Woodrov o Wilson, ni a un líder de la democracia como Al. Smiths, sino a un neto representante de una industria y una finanza ricas, jóvenes y prepotentes como el ingeniero Herbert Hoover. Estados Unidos está en la etapa a la que la Gran Bretaña ha dicho adiós, después de conocer en Versailles su máxima apoteosis. Los hombres de Estado del Imperio yanqui son en este momento sus industriales y sus banqueros. Todos los negocios de la república se resuelven en Wall Street.
Los dos estadistas proceden de la misma matriz espiritual; los dos descienden del puritanismo. Pero el puritanismo del “pioneer” de Norte-América, por el mecanismo de transformación de su energía que nos ha explicado Waldo Frank, se prolonga en una estirpe de técnicos y capitanes de industria, mientras el puritanismo de los doctores de Edimburgo produce, en el Imperio en tramonto, abogados elocuentes del desarme y teóricos pragmatistas de un socialismo pacifista y teosófico.
El sentido del británico vigila, sin embargo, en las promesas y en el programa de Ramsay Mac Donald. No sería propio de un primer ministro de Inglaterra hacerse ilusiones excesivas; menos propio aún sería consentir que se las hiciese el electorado. Mac Donald no promete a su país, inmediatamente, el desarme, ni al mundo la paz. Sus objetivos inmediatos son mucho más modestos. Se trata de obtener un acuerdo preliminar entre la Gran Bretaña y los Estados Unidos respecto a la limitación de sus armamentos navales, a fin de que la próxima conferencia del desarme trabaje sobre esta base. La limitación de armamentos, como se sabe, no es propiamente el desarme. La URSS es el único de los Estados del mundo que tiene al respecto un programa radical. Lo que razones de economía imponen, por ahora, a las grandes potencias navales y militares es cierto equilibrio en los armamentos. I, en cuanto se empieza a discutir acerca de la escala de las necesidades de la defensa nacional de cada una, el acuerdo se presenta difícil. El primer obstáculo en la competencia entre la Gran Bretaña y Norte-América. Por eso, se plantea ante todo la cuestión del entendimiento anglo-americano. Confiado en su fortuna de jugador novel, Ramsay Mac Donald va a tirar esta carta.
Pero, como ya lo observan los comentadores más objetivos y claros, la rivalidad entre los dos imperios, el británico y el yanqui, no se expresa en unidades navales sino en cifras de producción y comercio. La competencia entre los Estados Unidos y la Gran Bretaña es económica y política; no militar y naval. El peligro de un conflicto bélico entre las dos potencias, no queda mínimamente conjurado con un pacto que fije el límite temporal de sus armamentos. La causa de sus respectivos imperios, sobre el número de barcos de guerra que construirán anualmente. Esa es una cuestión económica muy premiosa, sin duda, para Inglaterra que tiene otros gastos a que hacer frente de urgencia. Mas no se conseguiría con ese acuerdo una garantía de paz más sólida que la firma del pacto Kellog. La potencia bélica de los Estados modernos se calcula por su poder financiero, por su organización industrial, por sus masas humanas, La posibilidad de transformar la industria de paz en industria de guerra en pocos días, tiene en nuestra época mucha más importancia que el volumen del parque o el efectivo del ejército. El Japón ha realizado no hace mucho la más importante maniobra militar, poniendo en pie de guerra por algunos días todas sus fábricas.
En las dos naciones, a nombre de las cuales Mac Donald y Hoover discutirán o negociarán en breve, los líderes y las masas revolucionarias denuncian la política imperialista de sus respectivos gobiernos como el más cierto factor de preparación de una nueva guerra mundial. Los propios laboristas británicos no suscriben unánimemente las esperanzas de su “premier”. El Independant Labour Party ha estado representado por Maxton y Coock en el 2º. Congreso Anti-imperialista Mundial de Francfort. Este congreso, donde los peligros de guerra han sido examinados sin diplomacia y sin reserva, han sido, por esto mismo, un esfuerzo a favor de la paz y la unión de los pueblos mucho más considerable que el que puede esperarse del diálogo Hoover-Mac Donald.
José Carlos Mariátegui

José Carlos Mariátegui La Chira

El gobierno de la gran coalición en Alemania

La laboriosa gestación del gabinete que preside el líder socialista Herman Müller, denuncia la dificultad del compromiso logrado entre la Social-democracia y el Volkspartei para constituir un gobierno de coalición en Alemania. Los socialistas, que en las últimas elecciones obtuvieron una magnífica victoria, han hecho las mayores concesiones posibles a los populistas y Stresseman (Volkspartei), que en dichas elecciones perdieron no pocos asientos parlamentarios. La social-democracia ha vuelto al poder pero a condición de compartirlo con el partido que representa más específicamente los intereses de la burguesía alemana. El programa del gabinete Müller-Stresseman es un programa de transacción, en cuya práctica tienen que surgir frecuentes contrastes. A eliminar en lo posible las causas de conflicto, ha estado destinadas, sin duda, las largas negociaciones que han precedido la formación del gobierno. Pero el compromiso, por sagaces que sean sus términos, está siempre subordinado en su aplicación al juego de las contingencias.
La culminación de la victoria de los socialistas habría sido el restablecimiento de la coalición de Weimar: socialistas, centristas y demócratas; la asunción del poder por la coalición negro-blanco y oro; la restauración en el gobierno de los colores y el espíritu republicanos y democráticos. Pero una victoria electoral no es la garantía de una victoria parlamentaria. Las elecciones francesas del 11 de mayo de 1924 dieron la mayoría al bloque de izquierdas; pero la asamblea salida de ellas concluyó por restablecer en el gobierno a Poincaré. El parlamento y el gobierno parecer ser, además, en Alemania, desde hace algún tiempo, una escuela de prudencia y ponderación. Los partidos creen servir mejor sus doctrinas por la transacción, que por la táctica opuesta. Alemania está resuelta a dar al mundo, -que le reprochó siempre su tiesura, su rigidez y su lentitud,- las más voluntarias seguridades de su flexibilidad y de su ponderación, recibía el tono y el verbo de los nacionalistas, fue estimada por muchos como el comienzo de una restauración monárquica y conservadora, que en poco tiempo habría cancelado el espíritu y la letra de la constitución de Weimar. Mas la ascensión de Hindemburg a la presidencia tuvo, por el contrario, la virtud de conciliar poco a poco a las derechas con las instituciones democráticas. El partido populista ya había superado esta prueba. Pero el partido nacionalista conservaba aún, enardecido por la marejada reaccionaria, su intransigencia anti-republicana. El paso de la oposición al poder, lo obligó a abandonarla, al mismo tiempo que a suavizar, en obsequio a la política de Stresseman, su aspereza revanchista. No obstante sus críticas y reservas, los nacionalistas han aceptado prácticamente la política de reconciliación de Alemania con los vencedores, hábilmente actuada por Stresseman. I han relegado, durante largo tiempo, a último término, sus reivindicaciones monárquicas. Su colaboración con la república, aunque dosificada a las circunstancias, ha servido a la estabilización democrática y republicana del Reich. Los nacionalistas han salido diezmados de las últimas elecciones, en cuales, en cambio, los partidos del proletariado, socialista y comunista, han hecho una imponente afirmación de su fuerza popular. Los socialistas no han podido, a su turno, sustraerse al influjo de esta atmósfera de moderación y compromiso. El retorno a la coalición de Weimar no les ha parecido inoportuno y aventurado a los centristas, sino también a los propios directores de la social-democracia. Por esto, la participación de Strresseman y el Volkspartei en el gobierno, reclamada también seguramente por Hindemburg, ha exigido una gestión empeñosa, en la cual los jefes socialistas se han sentido impulsados a una estrategia muy cauta. Stresseman, ha discutido con ellos en una posición ventajosa. Algunos votos menos en el parlamento, no han restado a su partido absolutamente nada de su significación de órgano político de la gran industria y la alta finanza. La social-democracia sabe perfectamente que al parlamentar con los populistas, trata con el estado mayor de la burguesía alemana.
[Y desde un punto de vista, el proceso de estabilización democrática de] Alemania nos descubre, en sus raíces, un aspecto de la crisis del parlamentarismo o sea de la democracia. La potencia de un partido, como lo demuestra este caso, no depende estrictamente de su fuerza electoral y parlamentaria. El sufragio universal puede disminuir sus votos en la cámara, sin tocar su influencia política. Un partido de industriales y banqueros, no es lo mismo que un partido de heterogéneo proselitismo. Al partido socialista, que un partido de clase, sus ciento cincuenta y tantos votos parlamentarios, si le bastan para asumir la organización del gabinete, no lo autorizan a excluir de este a la banca y la industria.
La gran coalición no deja fuera de la mayoría parlamentaria, sino de un lado a los nacionalistas fascistas y, de otro lado, a los comunistas. A la extrema derecha y a la extrema izquierda. Los comunistas, -que a consecuencia del fracaso de la agitación revolucionaria de 1923 han atravesado un período de crisis interna,- han realizado en las últimas elecciones una extraordinaria movilización de sus efectivos. Grandes masas de simpatizantes, han vuelto a favorecer con sus votos al partido revolucionario. Las consecuencias de la victoria de la clase obrera en la política ha sido, por esto, la amnistía para todos los perseguidos y procesados político-social. Esta amnistía fue uno de los votos del pueblo. El gobierno no podía dejar de sancionarlo.
Los socialistas tienen cuatro ministros en el gabinete: Müller, canciller, Hilferding (Finanzas), Severing (Interior) y Wisel (Trabajo). Pero esta fuerte participación en el poder, no es la que corresponde a la fuerza electoral del proletariado. Stresseman y sus amigos pesan en el gobierno de la gran coalición, tanto como los ministros de la social-democracia. El equilibrio de este gobierno, por lo tanto, resulta artificial y contingente en grado sumo. Ya se habla de la probabilidad de apuntarlo en el otoño próximo, con un remiendo. I esto es lógico. La gran coalición es un frente demasiado extenso para no ser provisional e interino.

José Carlos Mariátegui La Chira

La liquidación de la cuestión romana

El fascismo concluye, en estos momentos, uno de los trabajos para que se sintió instintivamente predestinado desde antes, acaso, de su ascensión al poder. Ni sus orígenes anti-clericales, agresivamente teñidos de paganismo marinettiano y futurista -el programa de Marinetti comprendía la expulsión del Papa y su corte y la venta del Vaticano y sus museos-; ni las reyertas entre campesinos católicos y legionarios fascistas en los tiempos de beligerancia del partido de don Sturzo; ni las violentas requisitorias de Farinacci contra el anti-fascismo -nittiano addiritura- del Cardenal Gasparri; ni la condena por los tribunales fascistas de algunos curas triestinos; ni la terminante exclusión del “scoutismo” católico como concurrente de la organización mussolinista de la adolescencia; ninguno de los actos o conceptos, individuos o situaciones que han opuesto tantas veces el “fascio littorio” y el cetro de San Pedro, ha frustrado la ambición del Dux de reconciliar el Quirinal y el Vaticano, el Estado y la Iglesia.
¿Quien ha capitulado, después de tantos lustros de intransigente reafirmación de sus propios derechos? Verdaderamente, la cuestión romana, como montaña casi insalvable entre el Quirinal y el Vaticano, había desaparecido poco a poco. Incorporada la Italia del Risorgimento en la buena sociedad europea, el Vaticano había visto tramontar, año tras año, la esperanza de que un nuevo ordenamiento de las relaciones internacionales consintiese la reivindicación del Estado pontificio. Dictaba su ley no solo a la buena sociedad europea, sino a la sociedad mundial, naciones protestantes y sajonas con muy pocos motivos de aprecio por la ortodoxia romana; le imponía su etiqueta diplomática una nación latina, entregada, desde su revolución, a la más severa y formalista laicidad franc-masona. La Iglesia Romana, en el curso del ochocientos, había dado muchos pasos hacia la democracia burguesa, separando teórica y prácticamente su destino del de la feudalidad y la autocracia. El liberalismo italiano, a su vez, no había osado tocar el dogma, llevando a su pueblo al protestantismo, a la iglesia nacional. La cuestión romana había sido reducida por los gobernantes del “transformismo” italiano a las proporciones de una cuestión jurídica. En realidad, descartados sus aspectos político, religioso y moral, no era otra cosa. Si el Vaticano aceptaba el dogma de la soberanía popular y, por ende, el derecho del pueblo italiano en su organización a adoptar los principios del Estado moderno, no tenía que reclamar sino contra la unilateralidad arbitraria de la Ley “delle Guarentigie”. Esta ley era inválida por haber pretendido resolver, sin preocuparse, del consenso ni las razones del Papado, una cuestión que afectaba a sus derechos.
Pero, en tiempos de parlamentarismo demo-liberal, un arreglo estaba excluido por el juego mismo de la política de cámara y pasillos. Aparte de que todos los líderes coincidían tácitamente con la tendencia giolittiana a aplazar, por tiempo indefinido, cualquier solución. La política -o la administración- giolittiana tenía que “menager”, de una parte, a los clericales, gradualmente atraídos a una democracia sosegada, progresista, tolerante, exenta de todo excesivo sectarismo, de toda peligrosa duda teológica; y de otra parte, a los demo-liberales y demo-masones, empeñados en sentirse legítimos y vigilantes herederos del patrimonio ideal del Risorgimento.
La crisis post-bélica, la transformación cada día más acentuada de la política de partidos en política de clases, la consiguiente aparición del partido popular italiano bajo la dirección de don Sturzo, cambiaron después de la guerra los términos de la situación. La catolicidad, que políticamente había carecido hasta entonces de representación propia, comenzó a disponer de una fuerza electoral y parlamentaria que pesaba decisivamente, dada la actitud de los socialistas, en la composición de la mayoría y el gobierno.
Pero estaba vigente aún la tradición del Estado liberal y laico surgido del Risorgimento. La distancia entre el Estado y la Iglesia se había acortado. Mas el Estado no podía dar, por su parte, el paso indispensable para salvarla. La Iglesia, a su vez, esperaba la iniciativa del Estado. Histórica y diplomáticamente, no le tocaba abrir las negociaciones.
Mussolini ha operado en condiciones diversas. En primer lugar, el gobierno fascista, como he recordado ya en otra ocasión, tratando este mismo tópico, no se considera vinculado a los conceptos que inspiraron invariablemente a este respecto a la política de los anteriores gobiernos de Italia. Frente a la “cuestión romana”, como frente a todas las otras cuestiones de Italia, el fascismo no se siente responsable del pasado. El fascismo pregona su voluntad de construir el Estado fascista sobre bases y principios absolutamente diversos de los que durante tantos años ha sostenido el Estado liberal. Al mismo tiempo, el fascismo desenvuelva, con astuto oportunismo, una política de acercamiento a la iglesia, cuyo rol como instrumento de italianidad y latinidad ha sido imperialistamente exaltado por Mussolini. En materia religiosa, el fascismo ha realizado el programa del partido popular o católico fundado de 1919 por don Sturzo. Lo ha realizado a tal punto que ha hecho inútil la existencia en Italia de un partido católico. (Hay que agregar que, en ningún caso, después del Aventino, la habría permitido como existencia de un partido democrático). “El Papa puede despedir a don Sturzo”, escribía ya hace cinco años Mario Missiroli. El acercamiento del fascismo a la Iglesia, no solo se ha operado en el orden práctico, mediante una restauración más o menos política del catolicismo en la escuela. También se ha intentado la aproximación en el orden teórico. Los intelectuales fascistas de Gentile, a Ciusso y Pellizzi, se han esmerado en el elogio de Iglesia. Los más autorizados teóricos del “fascio littorio”, han encontrado en el tomismo no poco de los fundamentos filosóficos de su doctrina. La ex-comunión de “L’Action Francaise”, ha comprometido un poco esta “demarche” reaccionaria. Frente al mismo fascismo, el Vaticano ha reivindicado discretamente el concepto católico del Estado, incompatible con el dogma fascista del Estado ético y soberano.
Mas, si a este respecto el acuerdo resultará siempre difícil, no ocurriría los mismo con la “cuestión romana”. Precisamente en este terreno, el fascismo podía ceder sin peligro. I reconocer al Papado la soberanía sobre los palacios vaticanos, una indemnización y otras prerrogativas, no es ceder demasiado. Lo mismo habría dado, presuroso, Cavour. Solo que entonces habría parecido muy poco.
José Carlos Mariátegui.

José Carlos Mariátegui La Chira

El exilio de Trotzky

Trotzky, desterrado de la Rusia de los Soviets; he aquí un acontecimiento al que fácilmente no puede acostumbrarse la opinión revolucionaria del mundo. Nunca admitió el optimismo revolucionario de la posibilidad de que esta revolución concluyera, como la francesa, condenando a sus héroes. Pero, sensatamente, lo que no debió jamás esperarse es que la empresa de organizar el primer gran estado socialista fuese cumplida por un partido de más de un millón de militantes apasionados, con el acuerdo de la unanimidad más uno, sin debates ni conflictos violentos.
La oposición trotzkistas tiene una función útil en la política soviética. Representa, si se quiere definirla en dos palabras, la ortodoxia marxista, frente a la fluencia desbordada e indócil de la realidad rusa. Traduce el sentido obrero, urbano, industrial, de la revolución socialista. La revolución rusa debe su valor internacional, ecuménico, su carácter de fenómeno precursor del surgimiento de una nueva civilización, al pensamiento que Trotzky y sus compañeros reivindican en todo su vigor y consecuencias. Sin esta crítica vigilante, que es la mejor prueba de la vitalidad del partido bolchevique, el gobierno soviético correría probablemente el riesgo de caer en un burocratismo formalista, mecánico.
Pero, hasta este momento, los hechos no dan la razón al trotzkismo desde el punto de vista de su aptitud para reemplazar a Stalin en el poder, con mayor capacidad objetiva de realización del programa marxista. La parte esencial de la plataforma de la oposición trotzkysta es su parte crítica. Pero en la estimación de los elementos que pueden insidiar la política soviética, ni Stalin ni Bukharin andan muy lejos de suscribir la mayor parte de los conceptos fundamentales de Trotzky y de sus adeptos. Las proposiciones, las soluciones trotzkistas no tienen en cambio la misma solidez. En la mayor parte de lo que concierne a la política agraria e industrial, a la lucha contra el burocratismo y el espíritu “nep”, el trotzkismo no sabe de un radicalismo teórico que no logra condensarse en fórmulas concretas y precisas. En este terreno, Stalin y la mayoría, junto con la responsabilidad de la administración, poseen un sentido más real de las posibilidades.
Ya he tenido ocasión de indagar los orígenes del cisma bolchevique que con el exilio de Trotzky adquiere tan dramática intensidad. La revolución rusa que, como toda gran revolución histórica, avanza por una trocha difícil que se va abriendo ella misma con su impulso, no conoce hasta ahora días fáciles ni ociosos. En la obra de hombres heroicos y excepcionales, y, por este mismo hecho, no ha sido posible sino con una máxima y tremenda tensión creadora. El partido bolchevique, por tanto, no es ni puede ser una apacible y unánime academia. Lenin le impuso hasta poco antes de su muerte su dirección genial; pero ni aún bajo la inmensa y única autoridad de este jefe extraordinario, escasearon dentro del partido los debates violentos. Lenin ganó su autoridad con sus propias fuerzas; la mantuvo, luego, con la superioridad y clarividencia de su pensamiento. Sus puntos de vista prevalecían siempre por ser los que mejor correspondían a la realidad. Tenían, sin embargo, muchas veces que vencer la resistencia de sus propios tenientes de la vieja guardia bolchevique.
La muerte de Lenin, que dejó vacante el puesto de jefe genial, de inmensa autoridad personal, habría sido seguida por un período de profundo desequilibrio en cualquier partido menos disciplinado y orgánico que el partido comunista ruso. Trotzky se destacaba sobre todos sus compañeros por el relieve brillante de su personalidad. Pero no solo le faltaba vinculación sólida y antigua con el equipo leninista. Sus relaciones con la mayoría de sus miembros habían sido, antes de la revolución, muy poco cordiales. Trotzky, como es notorio, tuvo hasta 1917 una posición casi individual en el campo revolucionario ruso. No pertenecía al partido bolchevique, con cuyos líderes, sin exceptuar al propio Lenin, polemizó más de una vez acremente. Lenin apreciaba inteligente y generosamente el valor de la colaboración de Trotzky, quien, a su vez, -como lo atestigua el volumen en que están reunidos sus escritos sobre el jefe de la revolución, -acató sin celos ni reservas una autoridad consagrada por la obra más sugestiva y avasalladora para la conciencia de un revolucionario. Pero si entre Lenin y Trotzky pudo borrarse casi toda distancia, entre Trotzky y el partido mismo la identificación no pudo ser igualmente completa. Trotzky no contaba con la confianza total del partido, por mucho que su actuación como comisario del pueblo mereciese unánime admiración. El mecanismo del partido estaba en manos de hombres de la vieja guardia leninista que sentían siempre un poco extraño y ajeno a Trotzky, quien, por su parte, no conseguía consustanciarse con ellos en un único bloque. Trotzky, según parece, no posee las dotes específicas de político que en tan sumo grado tenían Lenin. No sabe captarse a los hombres; no conoce los secretos del manejo de un partido. Su posición singular -equidistante del bolchevismo y del menchevismo- durante los años corridos entre 1905 y 1917, además de desconectarlo de los equipos revolucionarios que con Lenin prepararon y realizaron la revolución, hubo de deshabituarlo a la práctica concreta de líder de partido. Mientras duró la movilización de todas las energías revolucionarias contras las amenazas de reacción, la unidad bolchevique estaba asegurada por el pathos bíblico. Pero desde que comenzó el trabajo de estabilización y movilización, las discrepancias de hombres y de tendencias no podían dejar de manifestarse. La falta de una personalidad de excepción como Trotzky, habría reducido la oposición a términos más modestos. No se habría llegado, en ese caso, al cisma violento. Pero con Trotzky en el puesto de comando, la oposición en poco tiempo ha tomado un tono insurreccional y combativo. Zinoviev, lo acusaba en otro tiempo, en un congreso comunista, de ignorar y negligir demasiado al campesino. Tiene, en todo caso, un sentido internacional de la revolución socialista. Sus notables escritos sobre la transitoria estabilización del capitalismo lo colocan entre los más alertas y sagaces críticos de la época. Pero este mismo sentido internacional de la revolución, que le otorga tanto prestigio en la escena mundial le quita fuerza momentáneamente en la práctica de la política rusa. La revolución rusa está en un período de organización nacional. No se trata, por el momento, de establecer el socialismo en el mundo, sino de realizarlo en una nación que, aunque es una nación de ciento treinta millones de habitantes que se desbordan sobre dos continentes, no deja de constituir por eso, geográfica e históricamente una unidad. Es lógico que es esta etapa, la revolución rusa esté representada por los hombres que más hondamente siente su carácter y sus problemas nacionales. Stalin, eslavo puro, es de esos hombres. Pertenece a una falange de revolucionarios que se mantuvo siempre arraigada al suelo ruso. Mientras tanto Trotzky, como Radek, como Rakovsky, pertenece a una falange que pasó la mayor parte de su vida en el destierro. En el destierro hicieron su aprendizaje de revolucionarios mundiales, ese aprendizaje que ha dado a la revolución rusa su lenguaje universalista, su visión acuménica.
La revolución rusa se encuentra en un periodo forzoso de economía. Trotzky, desconectado personalmente del equipo stalinista, es una figura excesiva en un plano de realizaciones nacionales. Se le imagina predestinado para llevar en triunfo, con energía y majestad napoleónicas, a la cabeza del ejército rojo, por toda Europa, el evangelio socialista. No se le concibe, con la misma facilidad, llevando el oficio modesto de ministro de tiempos normales. La Nep lo condena al regreso de su beligerante posición de polemista.
José Carlos Mariátegui.

José Carlos Mariátegui La Chira

Stefan Zweig, apologista e interprete de Tolstoy y Dostoyevski

Stefan Zweig, gran escritor contemporáneo, nos explica a Tolstoy y a Dostoyevsky, en dos admirables volúmenes, que no están por cierto dentro de la moda de la biografía novelada y anecdótica. Zweig enjuicia en Tolstoy lo mismo que en Dostoyevski, el artista, el hombre, la vida y la obra. Su interpretación integral, unitaria, no puede prescindir de ninguno de los elementos o expresiones sustantivas de la personalidad, ni del grado en que se interinfluencian, contraponen y unimisman. Está lo más lejos posible del ensayo crítico, puramente literario; pero, como nos presenta al artista viviente, cambiante, en la complejidad móvil de sus pasiones y de sus contrastes, su crítica toca las raíces mismas del fenómeno artístico, del caso literario, sorprendido en una elaboración íntima.
La biografía en boga reduce al héroe, escamotea al artista o al pensador. Destruye, además, la perspectiva sin la cual es imposible sentir su magnitud. Leyendo a “Shelley” de Andre Maurois, mi impresión inmediata dominante fue esta: el biógrafo no logra identificarse con el personaje; lo seguía con una mirada irónica; no abandonaba ante sus aventuras una sonrisa escéptica, un poco burlona; entre uno y otro se interponía la distancia que separa a un romántico de los días de la revolución liberal de un moderno pequeño-burgués y clasicista. Consigné esta impresión en mi comentario anterior. Y hoy encuentra en mí intensa resonancia la reacción de Emmanuel Berl (“Europe”, Enero de 1919, “Premier Panflet”), cuando en su requisitoria contra el burguesismo de la literatura francesa escribe lo siguiente: “Para que la desconfianza hacia el hombre sea completa, es menester denigrar al héroe. Este es el objeto verdadero y, sin duda alguna, el resultado de la biografía novelada que medra abundante desde el Shelley de M. André Maurois. M. Maurois tiene en este hecho una bien pesada responsabilidad. No ignoro que su carácter profundo corresponde mas sin duda a esta parte de su obra cuyo éxito quizá lo ha sorprendido a él mismo. Entreveo en M. Maurois un discípulo bastante sincero de Chartier. Hay en él, igualmente, un hombre triste de aspecto provincial, que el aspecto de Climats, descubre bastante, una oveja negra que rumia con melancolía una hierba sin duda amarga que no conocemos. La vida de Shelley no es menos, en cierta medida, un delito y un desastre espiritual. El éxito de la biografía novelada, género extrañamente falso, no se comprendería si muy malos instintos no hallaran en ellos su alimento. Gusto de la información fácil e inexacta, reducción de la historia a la anécdota (Inocuidad garantizada S.G.D.G.). Pero, sobre todo, la revancha de la burguesía contra el heroísmo. Gracias a M. Maurois se puede olvidar que Shelley fue poeta. Se le ve como un joven aristócrata que rompe el cascarón demasiado ruidosamente y quien M. Maurois nos permite seguir con una mirada irónica en su marcha titubeante, cuando es precisamente la del genio entre la Revolución y el amor. La condenación de la biografía novelada en sí misma como género, tiene mucho de excesiva y extrema; pero la apreciación de las tendencias a que obedece no es arbitraria.
Zweig evita siempre el riesgo de idealización charlatana y ditirámbica. Su exégesis tiene en debida consideración todos los factores físicos y ambientales que condicionan la obra artística. Recurre a la vida del artista para explicarnos su obra; y, por la mancomunidad de ambos procesos, le es imposible atenerse en su crítica el dato meramente literario. Así, no le asusta asociar la epilepsia de Dostoyevski al ritmo de su creación. Pero este concepto no tiene en Zweig ninguna afinidad con el simplismo positivista de los críticos que pretendían definir el genio y sus creaciones con mediocres fórmulas científicas.
Tolstoy y Dostoyevski son, para Zweig como para otros críticos, los polos del espíritu ruso. Pero Zweig aporta al entendimiento de uno y otro una original versión de su antítesis. Su percepción certera, precisa, le ahorra el menor equívoco respecto al verdadero carácter del arte tolstoyano. Zweig establece, con sólido y agudo alegato, el materialismo de Tolstoy. El apóstol de Yasnaia Poliana, a quien todos o casi todos estiman por idealista, era ante todo un hombre de robusta raigambre realista, de fuerte estructura vital. Esta puede ser una de las razones de su glorificación por la Rusia marxista. El realismo de la Rusia actual reconoce más su origen en el método de Tolstoy, atento al testimonio de sus sentidos, reacio al éxtasis y a la alucinación, que en Dostoyevski, pronto a todos los raptos de la fantasía. Tolstoy representa, a los ojos de las presentes generaciones rusas, a la Rusia campesina. Lo sienten aldeano, mujic, no menos que aristócrata. Zweig no se queda a mitad de camino en la afirmación de la primacía de los corporal sobre lo espiritual en la literatura de Tolstoy. “Siempre en Tolstoy -dice- el alma, la psiquis, -la mariposa divina cogida en la red de mil mallas, de obsesiones extremamente precisas- está prisionera en el tejido de a piel, de los músculos y de los nervios. Por el contrario, en Dostoyevski, el vidente, que es la genial contra-parte de Tolstoy, la individualización comienza por el alma; en él el alma es el elemento primario; ella forja su destino por su propia potencia y el cuerpo no es sino una suerte de vestido larvario, flojo y ligero, en torno de su centro inflamado y brillante. En las horas de espiritualización extrema, ella puede abrazarlo y elevarlo en los aires, hacerle tomar su impulso hacia las tierras del sentimiento, hacia el puro éxtasis. En Tolstoy, opuestamente, observador lúcido y artista exacto, el alma no puede volar jamás, no puede siquiera respirar libremente”. De esto depende, a juicio de Zweig, la limitación del arte de Tolstoy, el que habría deseado, como Turgueniev, “más libertad de espíritu”. Pero, sin esta limitación, que con el mismo derecho debe ser juzgada como su originalidad y, su grandeza, Tolstoy y su obra carecían de la solidez y unidad monolíticas que la individualizan. Perderían esa contextura de un solo bloque que tanta admiración no impone.
La interpretación de Zweig pisa, sin duda, un terreno más firme, cuando en la impotencia de Tolstoy para alcanzar su ideal de santidad y de purificación, en su tentativa constante y fallida por vivir conforme a sus principios, reconoce la faz más intensamente dramática y fecunda de su destino. “Nuestro concepto de santificación de la existencia por un ardor espiritual no tiene ya nada que ver con las figuras xilográficas de la Leyenda Dorada ni con la rigidez de estilista de los Padres del desierto, pues desde hace largo tiempo hemos separado la figura del santo de todas sus relaciones con las definiciones de los concilios de teólogos y de los cónclaves del papado: ser santo significa para nosotros, únicamente, ser heroicos, en el sentido del abandono absoluto de su existencia a una idea vivida religiosamente”. “Pues nuestra generación no puede venerar ya a sus santos como enviados de Dios, venidos del más allá terrestre, sino precisamente como los más terrestres de los humanos.”
El estudio de Stefan Zweig sobre Dostoyevski, menos personal, aunque no menos logrado ni menos admirable, y que se ciñe en varios puntos a la discutida exégesis de Mjereskovsky, me sugiere algunas observaciones sobre el sentido social del contraste entre los dos grandes escritores rusos.

José Carlos Mariátegui La Chira

"Un homme se penche sur son passe" por Constantin-Weyer

Aún sin la consagración del premio Goncourt, este libro de M. Constantin Weyer, “tan extraño al gusto del día como un traje de cow-boy en la Avenida de la Opera”, tal vez por esto mismo no se confundiría en los densos rasgos de la producción francesa de 1928, con las novelas de éxito común. Constantine-Weyer tiene desde su novela “Manitoba” un sitio destacado y propio entre los novelistas franceses contemporáneos. “Un homme se penche sur son passe” confirma cualidades de narrador potente que ya nos había revelado. La Academia Goncourt no se ha anticipado, en este caso, al veredicto del más atento público y de la más justiciera y vigilante crítica.
Constantin-Weyer es un hombre que ha invertido el itinerario de Arthur Rimbaud. El poeta extraordinario de “Illuminations” dejó la literatura por la colonización. Constantin-Weyer escribe sus novelas, de regreso de su aventurosa existencia de domador de la pradera canadiense y de explorador del Grand Nord. Es un pionnier que escribe y que, por este hecho, cesa quizá de ser pionnier. El itinerario de Constantin-Weyer es, necesariamente, más moderno, más actual, y en esto se conforma al principio rimbaudiano –“il faut entre absolument moderne”-; pero había más grandeza en el destino de Rimbaud. La literatura de Constantin-Weyer se alimenta de su rica y fuerte experiencia de hombre. Por sus libros circulan la sangre de su existencia que en la plenitud ha encontrado un sano equilibrio vital. Pero el hombre que se agita y vive en esta literatura ha terminado. ¿Qué es hoy M. Constantin-Weyer? El título de su libro nos da la respuesta. Por independiente que sea de su protagonista, el mismo es también “un hombre que se inclina sobre su pasado”.
La epopeya del Canadá, como episodio espiritual del mundo capitalista, ha concluido. La pradera, limitada, conquistada, industrializada, hace ya mucho tiempo que no ofrece el ímpetu nómade, al galope libérrimo del colonizador del Canadá perspectivas infinitas y salvajes. El protagonista de Constantin-Weyer que en esto se identifica con Constantin-Weyer llega tarde al Canadá, para participar en esta etapa, heroica y absolutamente individualista de la epopeya canadiense. Tiene la nostalgia del tiempo de los “scalp”, que él no había jamás conocido. Pero la pradera, colonizada, dispone aún para retorno de la fuerza cautivante de toda creación, de toda conquista. “La marisma, el bosque y el clima mismo, estos humildes labradores, los O’Molley, los Mac Pherson, los Grant, los Campbell, los Jones, los Atkins, los Lavallés, los Brosseault, Irlandeses, Escoceses, Ingleses, Canadienses, Franceses, todos los verdaderos obreros del Imperio trabajan aquí por la prosperidad y el desarrollo de la gigantesca empresa bajo el signo de la Unión. Hermoso espectáculo todavía, propio para ocupar algunos años de mi vida”.
El protagonista de Constantin-Weyer, demasiado propenso a la aventura, a la andanza, es incapaz, sin embargo, de contenerse indefinidamente con este destino sedentario. La gracia lozana, la atracción fresca de Hannan O’Molley, prometida de un irlandés, pero pronta a sonreír a un frenchy gallardo, diestro a la doma de potros, dueño de esa extraña seducción del extranjero, lo fijan temporalmente en una colonia de irlandeses perezosos y escoceses puritanos. Mas el ritmo de la novela no se acordaría con una existencia agrícola. Frenchy es un ser fundamentalmente viajero, vagabundo. su objeto no es mostrarnos un retazo colonizado y productivo de la pradera. Ya que la pradera ha perdido los encantos bárbaros de su primitividad americana, nos llevará lejos, a la región de las nieves y de los lobos. Frenchy sabe ser alternativamente cow-boy, cazador, colono. Carece del apego al agro del campesino francés. Tiene, más bien, un instinto bohemio, andariego, inmigrante. No ha venido al Canadá para presidir patrióticamente las veladas de una familia numerosa en una alquería próspera. Este instinto lo ha conducido otras veces al Norte donde ha aprendido como ninguno a guiar una brava y veterana jauría. No son las ganancias de un buen acopio de pieles las que lo mueven a amar las largas y duras andanzas del cazador, es su gusto por la aventura, por el riesgo, por el empleo total, pleno, victorioso de sus sentidos y sus energías. Lo acompaña un compatriota, Paul Durand, que morirá en el viaje. El relato de este viaje es quizá la parte más bella de la novela. Constantin-Weyer logra admirablemente la expresión del esfuerzo gozoso y tremendo del explorador. Hay algo como una poesía bárbara y darwiniana en la victoria del hombre que atraviesa la estepa inmensa, en la voluntad sana del cazador que bebe a grandes sorbos la sangre caliente y tónica del lobo que acaba de matar, en la herida borbotante.
Montherlant se esmeraría narrando estas cosas, en la apología exultante del instinto, en la exaltación pagana de los sentidos. Contra su intención incurriría en un exceso decadente y literario. Constantin-Weyer es bíblicamente sano y simple en la aversión de la lucha, de la pena y de la alegría del explorador. La conquista de la estepa, la caza del lobo no son posibles como deporte mórbido. Un descendiente espiritual de Barrés puede buscar su placer en el diletantismo del toreo; pero le sería siempre inasequibles los goces severos y difíciles de Constantin-Weyer en su posesión del Canadá.
Y el destino de Frenchy, en el tercer tiempo de la novela continúa reacio a la domesticación agrícola. El pionnier desposa a Hannah, pero algo tendrá que arrancarlo de su tierra y de su hogar de colonizador. La floresta, la caza, bastan por el momento a su apetencia de viaje, a su hábito de lucha. Mas Frenchy sentirá de nuevo una necesidad absoluta de partir de nuevo. El drama lo liberta de esta paz monótona, sedentaria, agrícola. Frenchy vuelve a ser corredor intrépido de tierra del Norte montaraces y primitivas. Vuelve a ser más plena y patéticamente que nunca cuando persigue con instinto de cazador al hombre, al rival que huye con su mujer y su hija. Y solo el drama puede detenerlo: la cruz de pino clavada por los culpables sobre la tierra donde reposa la niña muerta, en la penosa marcha.
La novela termina con esta nota de piedad. Porque el dolor también en esta vida que, sin dolor, sería menos humana, menos fuerte y menos verdadera. Y la más pura excelencia del arte de Constantin-Weyer es que sabe ser siempre fuerte, humano y verdadero.

José Carlos Mariátegui La Chira

Leon Bazalgette

“Europe” consagra uno de sus últimos números a León Bazalgette, muerto hace siete meses. Homenaje justiciero a la memoria de su admirable redactor en jefe y generoso animador. Ya “Monde”, cuyo comité director formaba también parte Bazalgette, lo había iniciado en tres números en que despidieron al biógrafo de Henry Thoreau, al traductor de Walt Withman, las voces fraternas de Barbusse, de Jean Richard Bloch, de Jean Guehenno, de René Arcos, de Georges Duhamel, de Franz Masereel, de Miguel de Unamuno. Varios de estos escritores y artistas participan en el homenaje de “Europe” que preside Romaind Rolland. En este homenaje están presentes cuatro norte-americanos: Waldo Frank, Max Eastman, John dos Pasos, Sherwood Anderson. Presencia que no se explica solo por el carácter internacional de “Europe”, revista más internacional que europea, como su nombre quiere significarlo. La más pura y moderna literatura norte-americana tiene especiales razones de reconocimiento y de devoción a Bazalgette. Pocos franceses conocían y amaban esa literatura como este magro y fervoroso puritano de París. Bazalgette reveló a Francia Walt Withman y Henry Thoreau. Como director de la magnífica y selecta colección de prosadores extranjeros de Rieder, contribuyó a la divulgación de algunos de los mejores valores de la literatura yanqui: Sherwood Anderson, Carl Sandburg, Waldo Frank, John Dos Pasos. Si Walt Withman, a través de los unanimistas, ha influido en un sector de la poesía francesa, el mérito toca en parte a Bazalgette que puso su arte escrupuloso y severo de artesano medioeval y su gusto perfecto de crítico moderno en el trabajo de verter al francés los versos del gran americano.
Singularmente justas y seguras son estas palabras de Romain Rolland que rinden homenaje a la verdadera Francia tanto como a Bazalgette: “Era uno de los últimos representantes de una gran generación francesa, en quien el desinterés era el pan cotidiano. La especie no ha desaparecido y no desaparecerá jamás aunque la “feria en la plaza” de hoy, en la cual participan los más ilustres de nuestros jóvenes, haga ostentación de apetitos que nos escandalizan menos de lo que no hacen sonreír. (¡Se contentan de poco!). Bajo la eterna agitación de esta carrera tras la fortuna, la verdadera Francia continúa su labor eterna, silenciosa, pobre, proba, serena. Así fue ayer, así será mañana”. Stefan Sweig dice que “el alma misma de Walt Withman ha revivido en Bazalgette”. A tal punto juzga maravillosa su obra de traductor. Waldo Frank evoca su admirativa sorpresa al descubrir en Francia un hombre que tan profunda y sagazmente comprendía el espíritu norte-americano. Bazalgette no adquirió este conocimiento de Norte-América en ninguna aventurera, diplomática y reclamística indagación a Paul Morand. “Europa -dice Frank- nos envía analistas, observadores penetrantes; y bien, se les siente siempre huraños al cuadro que traza de la vida americana. Escriben en hombres de ciencia, en caricaturistas, en críticos o en apologistas; pero siempre de fuera. Solo este hombre, que no había venido en persona, llevaba en el fondo de si mismo el soplo, las palpitaciones de una realidad viva”. John dos Pasos elogia en Bazalgette el mismo extraordinario don: “Por Withman y Thoreau, ha conocido -escribe-, una América diversamente vasta y más fundamental que este país de jazz, de rascacielos y de rudos negros tan a la moda en la Francia de nuestros días”. Sherwood Anderson lo estima un cosmopolita.
Le debo una eficaz invitación al conocimiento y a la meditación de Henry Thoreau, a quien empecé a amar en su libro. Le debo mi primer fuerte contacto con la más acendrara y entrañable Norte-América. Sin ser francés, en un tiempo en que la orientación de mi cultura dependía en gran parte de mi suerte en la elección de guías, experimenté su sana influencia. Lo seguí en “Clarté”, en “Europe”, en “Monde”. Y, sin haberlo visto nunca, me lo imaginaba tal como lo describen los que tuvieron la fortuna de ser sus familiares, obstinado, generoso, alacre, paciente heredero y continuador de la más noble tradición francesa.

José Carlos Mariátegui La Chira

La crisis dinástica rumana. El 3er. Congreso Internacional de la Reforma Sexual

La crisis dinástica rumana
Cuando Maniu, líder de una gran agitación popular, asumió el poder en Rumania como jefe del gabinete, muchas voces expectantes le pidieron, desde todas las latitudes de la democracia, que arrancara con mano firme las raíces de la feudalidad contra la cual insurgía su pueblo. Pero Maniu, como la gran mayoría de los jefes de pequeña burguesía, no es un político dispuesto [a] llevar a sus últimas consecuencias su programa. Entre barrer definitivamente la monarquía y gobernar como su cancillar, juzgó más discreto este último partido. Hoy, la dinastía, que llegara a un grado tan estrecho y patente de mancomunidad con la política reaccionaria de los Bratianu, se siente bastante fuerte para intentar la ofensiva contra el gobierno de Maniu. El nombramiento de un nuevo miembro del Consejo de la Regencia ha provocado un conflicto entre la dinastía y el gobierno, que plantea pese a la voluntad de Maniu, la cuestión monárquica. La reina María, según los cablegramas, se muestra combativa. Ella y su corte sueñan, seguramente, con la restauración de un regimen policial como el sedicentemente policial de los Bratianu, que les devuelva todos sus fueros. Las aspiraciones populares reconocen como su más irreconciliable adversario el poder aristocrático.
También según el cable, Maniu ha hecho protestas de lealtad al orden monárquico. Pero él mismo lo sabe, probablemente, hasta qué punto los acontecimientos le permitirán ser fiel a ese empeño. Toda la política de Rumania, de los años de post-guerra, se reduce en último análisis a la afirmación de los derechos y sentimientos populares contra los privilegios de la aristocracia. El pueblo no tiennde a otra cosa que a la liquidación de la feudalidad. Y este es un resultado de que la política de los partidos y estadistas monárquicos se muestra impotente de obtener. La reforma agraria no ha resuelto la cuestión social rumana. Pero ha fortalecido social y políticamente al campesinado, a cuya fuerza, enérgicamente rebelada contra la dictatura de Bratianu, tan cara a la reina María, debe Maniu la jefatura del gobierno.

El 3er. Congreso Internacional de la Reforma Sexual
Nunca se debatió, con la libertad y la extensión que hoy la cuestión sexual. El imperio de los tabús religiosos reservó esta cuestión a la casuística eclesiástica hasta mucho después del Medio Evo. La sociología restituyó, en la edad moderna, al régimen sexual la atención de la ciencia y de la política. Se ha cumplido, en el curso del siglo pasado, algo así como un proceso de laicización de lo sexual, Engels, entre los grandes teóricos del socialismo, se distinguió por la convicción de que hay que buscar en el orden sexual la explicación de una serie de fenómenos históricos y sociales. I Marx extrajo importantes conclusiones de la observación de las consecuencias de la economía industrial y capitalista en las relaciones familiares. Se sabe la importancia que para Sorel, continuador de Proudhon en este y otros aspectos, tenía este factor. Sorel se asombraba de la insensibilidad y gazmoñería con que negligían su apreciación estadistas y filósofos que se proponían arreglar: desde su nacimiento, la organización social. En la preocupación de la literatura y del arte por el tema del amor, veía un signo de sensibilidad y no de frivolidad como se inclinaban probablemente a sentenciar graves doctores.
Pero la universalización del debate de la cuestión sexual es de nuestros días. A mediados de setiembre se ha celebrado en Londres el 3er. Congreso Internacional de la reforma sexual, en el que se han discutido tesis de Bernard Shaw, Bertrand Russel, Alexandra Kollontay y otros intelectuales conspicuos. Este congreso ha sido convocado por la “Liga Mundial para la reforma sexual”, fundada en el segundo congreso, en Copenhague en julio del año último. En el segundo congreso se consideraron las cuestiones siguientes: reforma del matrimonio; situación de la mujer en la sociedad; control de los nacimientos; derecho de los solteros; libertad de las relaciones sexuales; eugenesia; lucha contra la prostitución y las enfermedades venéreas; las aberraciones del deseo; establecimiento de un código de leyes sexuales; necesidad de la educación sexual. En el tercer congreso, se ha discutido ponencias sobre sexualidad y censura, la educación sexual, la adolescencia, la reforma de la unión marital, el aborto en la URSS, etc.
No habrá dentro de poco país civilizado donde no se estudie y siga estos trabajos por grupos, en los que será siempre indispensable y esencial la presencia de la mujer. Los estadistas, los sociólogos, los reformadores del mundo entero se dan cuenta hoy de que el destino de un pueblo depende, en gran parte, de su educación sexual. Alfred Fabre Luce acaba de publicar un libro “Pour une politique sexuelle”, que en verdad no propugna una idea absolutamente nueva en esta época de la URSS y de la Liga Mundial por la reforma sexual. El Estado soviético tiene una política sexual, como tiene una política pedagógica, una política económica, etc. I los otros Estados modernos, aunque menos declarada y definida, la tiene también. El Estado fascista, imponiendo un impuesto al celibato y abriendo campaña por el aumento de la natalidad, no hace otra cosa que intervenir en el dominio antes privado o confesional, de las relaciones sexuales. Francia, protegiendo a la madre soltera y situándose así en un terreno de realismo social y herejía religiosa, hace mucho tiempo que había sentido la necesidad de esta política.
No se estudia, en nuestro tiempo, la vida de una sociedad, sin averiguar y analizar su base: la organización de la familia, la situación de la mujer. Este es el aspecto de la Rusia soviética que más interesa a los hombres de ciencia y de letras que visitan ese país. Sobre él se discurre, con prolija observación, en todas las impresiones de viaje de la URSS. Singularmente sagaces son las páginas escritas al respecto por Teodoro Dreisser y Luc Durtain.
I la actitud ante la cuestión sexual es en sí, generalmente, una actitud política. Como lo observará inteligentemente hace ya algunos años nuestro compatriota César Falcón, Marañón, desde que condenara el donjuanismo, había votado ya contra Primo de Rivera y su régimen.

José Carlos Mariátegui La Chira

La crisis francesa - La tentativa de Daladier

El partido socialista francés se ha pronunciado una vez más contra la participación socialista en un ministerio de coalición, pero esta vez la orden del día anti-participacionista ha prevalecido en el consejo nacional del partido por una mayoría de solo 1590 contra 1451 mandatos. I, aunque en la extrema izquierda el socialismo francés se agita una fracción que se reclama de la doctrina y la praxis clasistas, la moción victoriosa no es propiamente anti-colaboracionista, puesto que declara al partido pronto para “asumir las responsabilidades directas del poder solo o con el sostén de los grupos de la izquierda, cuya colaboración no rechazaría, pero conservando él la autoridad y la mayoría”. Lo que se ha rechazado en el consejo no ha sido, pues, la colaboración ministerial, sino únicamente la colaboración sin la hegemonía.
Los radicales-socialistas llegan bastante disminuidos a esta etapa de la crisis del parlamento y de los partidos. Al rendirse la política de unión sagrada y aceptar el papel de soportes del poincarismo, liquidando el programa del bloque de izquierdas, los radicales-socialistas se descalificaron para ocupar en un futuro próximo, con éxito y prestancia, la dirección y el comando del gobierno. En política, no se abdica impunemente.
Es cierto que a la cabeza del partido radical-socialista no se encuentra ya Herriot sino Daladier, líder nuevo, animoso y beligerante. Pero a Daladier no le ha sido posible persuadir a los socialistas que esperan con un poco de impaciencia la hora de recibir una cartera. El partido socialista francés, hasta por su rol parlamentario, es un partido de gobierno, más que de oposición. Blum piensa, sin duda, que en otras elecciones, su partido puede ganar una mayoría como la del Labour Party en Inglaterra o siquiera como la de los social-demócratas en Alemania. Mas los acontecimientos pueden ir más de prisa de lo que supone. Antes de una nueva consulta electoral, el poder puede pasar a Tardieu y a la rendición con irreparables consecuencias en la sensibilidad y el mecanismo eleccionarios o los socialistas pueden dividirse para permitir a Boncour, Renaudel y sus amigos la entrada en un ministerio.
En Italia una política hesitante del partido socialista, que después de haber renunciado al camino de la revolución vacilaba para resolverse por el camino de la colaboración, franqueó a Mussolini y a sus camisas negras la vía del poder. En Francia no exista la inminencia de un golpe de estado fascista de tipo italiano. Ahí, como ya he observado, la reacción prefiere fórmulas legales y métodos burocráticos. Tardieu es su hombre.
Los grandes intereses plutocráticos maniobran visiblemente contra un experimento de las izquierdas. Ya en la Bolsa se ha iniciado una depresión al anuncio de un gobierno de estos partidos.

José Carlos Mariátegui La Chira

El Burgués

La novela de la guerra alemana, en boga en nuestros días, no será nunca inteligible en todos sus detalles a los lectores que conozcan mal la psicología de la burguesía de la Alemania contemporánea. Leonhard Frank, autor de uno de los primeros libros de guerra, nos puede servir de guía en uno de los sectores de esta indagación. Su novela “El Burgués” es una de sus obras maestras, tiene las más genuinas cualidades de biografía espiritual, de croquis psíquico de la burguesía alemana en su edad crítica.
No es esta una burguesía balzaciana, de franceses de sangre impetuosa y juicio equilibrado; no es una burguesía ibseniana de protestantes heroicos y mujeres apasionadas. Jurgen Kolbenreiher tiene un vago pero cierto parentesco con Jimmy Herf, el protagonista de “Manhattan Transfer”. El burgués novelesco, el burgués espécimen de nuestra época, no es el conformista, el normal, que cumple su misión capitalista de acumulación con perfecta salud moral y seguro equilibrio físico. Este género enrarece, a medida que se acentúa el declinio de la burguesía. La literatura, al menos ha agotado casi la descripción de sus variedades. Tenemos millares de acabadas biografías de industriales, banqueros, funcionarios que emplean sin drama interior su voluntad de potencia. La burguesía en tanto es cada vez menos dueña de su propio espíritu. Están muy relajados los resortes de su mecanismo mental. Le es humanamente difícil retener en sus rangos a los individuos de mayor impulso. Una clase que ha cumplido su misión histórica, y a la que ninguna empresa heroicamente creadora promete ya su futuro, no dispone de los elementos intelectuales y psicológicos necesarios para preservarse de una superproducción de “no conformistas”. El “no conformismo” en tiempos de regular crecimiento capitalista, prestaba a la salud burguesa servicios de reactivo. Tenía por objetos estimular su energía moral e intelectual como una secreción excitante. Henry Thoreau, rebelándose con extremo individualismo contra el pago de impuestos, no pone mínimamente en peligro el equilibrio de una sociedad liberal y puritana; es un signo de vitalidad y de juventud de individualismo de la futura democracia de Roosevelt y Hoover.
Jurgen Kolbenreiher, en el comienzo de la novela, es un tímido alumno de liceo que, en el umbral de una librería, con el dinero en las manos, no osa entrar a adquirir el volumen de filosofía que ha escogido en la vitrina. Sobre Kolbenreiher pesa una opresora educación burguesa que reprime todas sus inquietudes instintivas. Vigilan su adolescencia su padre, burgués implacable, y una hermana de este que exagera su ortodoxia de clase con rutina engañona de tía vieja y soltera. La gravedad contemplativa de Jurgen, su aire distraído, sus salidas heréticas disgustan y preocupan a su padre. Los Kolbenreiher pertenecen a una antigua familia burguesa que en el siglo XV dio a su ciudad un burgomaestre. La inquietud absurda de Jurgen, adolescente de optimismo prematuramente insidiado por la filosofía atenta contra una sólida tradición de adustos negociantes. El viejo Kolbenreiher ha decidido dedicar a su hijo a una carrera administrativa. Un joven de buena familia, inepto para los negocios, no puede aspirar a otra cosa. Jurgen será un pequeño juez de provincia, de humor oscuro y descontento. Para la tía, tutora de Jurgen a la muerte de su padre, esta es la más sagrada de las disposiciones testamentarias. La tía se impone la tarea de velar por la educación de Jurgen de modo que nada lo desvía de su destino de juez de paz. A esta tarea se consagra con el mismo rigor monótono que al crochet y a la administración de sus fincas y valores.
Leonhard Frank sigue en páginas sagaces y concisas el curso de esta adolescencia torturada y difícil. Podría ensayarse útiles confrontaciones entre la adolescencia de Jurgen Kolbenreiher y la del protagonista de Ernst Glaesse. Leonhard Frank desde “La Patria de Bandoleros” se revela biógrafo extraordinariamente penetrante de la juventud alemana. Todo lo que la pedagogía seca y ciega de una tía soltera y rígida, fiel a su tradición burguesa, puede hacer por deformar y anular un alma adolescente, está reflejado en el relato de la juventud de Jurgen. Juventud ensombrecida por la larga e inexorable pesadilla de su conflicto con esta educación de punto crochet que se propone aprehenderlo en propia individualidad.
Jurgen se revela contra esta tía, que intenta dictar a su existencia una regla y un horario estrictos, fijar sus horas de sueño, proscribir poco a poco de sus lecturas y de su ocio la filosofía y los ideales. Pero la rebelión contra la tía y su horrible crochet cotidiano no es posible sino como rebelión contra todo el orden social que representa esta vieja, sus principios y sus casas de alquiles. Jurguen no puede emanciparse de su gris destino de juez de paz y de parsimonioso administrador de su renta, sin emanciparse de toda la tradición de los Kolbenreiher. Desde el liceo, Jurguen se había preguntado ¿Por qué el mejor alumno de su clase, por ser hijo de un cartero, impedido por su pobreza de continuar sus estudios, tendría que empujar una carretilla de mano o recoger boñiga de la calle? ¿Por qué, desde los catorce años hasta su muerte, los mil setecientos obreros del señor Homes, están obligados a trabajar de la mañana a la tarde en su fábrica de papel, mientras millares de muchachos y muchachas que trabajan poco o nada, que se visten bien y se cuidan, pueden pasearse todos los días? Jurguen se había planteado la cuestión de la desigualdad social a sus interrogaciones cuando su impulso centrífugo lo lleva al estudio del ingeniero socialista, licenciado de la fábrica de uno de sus condiscípulos, por sus principios subversivos. El ingeniero es el líder del movimiento socialista local. Jurgen asiste a las reuniones obreras. En las asambleas, en la redacción del periódico socialista halla a Catherine Lenz, otra rebelde de su generación y de su clase, que ha roto con su familia y ha abandonado su hogar para vivir según su propio sentido de la vida. Jurgen deja también su casa y sus odiosos deberes. Conoce la ventura de amar a una mujer que siente y piensa como él, se une a Catherine, más fuerte, más neta que él, heroína modesta y anónima, de la fuerte estirpe de Rosa de Luxemburgo y de Larissa Reisner. Y ya no le será posible olvidar en su vida “esa mañana en que por la primera vez, ha sentido la tranquila seguridad de no estar ya violentado por nada extraño a él y de ser el amo absoluto de su vida sentimental”.
Pero Jurgen no es sino un joven idealista, en el que las raíces de su clase no pueden desaparecer fácilmente. Para militar gozosa y perseverantemente en el movimiento socialista le falta la disciplina del obrero, confinado desde su origen dentro de los límites de su existencia proletaria. Le falta la voluntad firme, el instinto seguro de Catherine Lenz. Jurguen no resiste a la dura prueba de la miseria y la estrechez de una vida de agitador. Es, en el fondo, un egocéntrico, un romántico que no puede imaginarse sino de protagonista de una escena brillante. Su lastre sentimental le impide darse hasta el fin a su nuevo destino, forjarse una nueva existencia como Catherine. Sus más secretos impulsos lo conminan a la deserción, a la fuga. Por esta vía llega a una tentativa de suicidio. En el instante decisivo, se aferra a la vida. Pero desde ese instante se inicia a su retorno a cuanto ha abandonado; bienestar, confort. Una condiscípula de Catherine, inteligente, hermosa, sin prejuicios, rebelde también a su manera, que lo ama acicateada por un sentimiento de curiosidad y admiración, es una tentación a la que inconscientemente sucumbe. Desesperado, después de una escena dolorosa con Catherine busca fugitivo la muerte en los rieles de un tranvía. Cuando se despierta, dos días más tarde, en la alcoba de su tía, vendadas la cabeza y las piernas, Elisabeth, la hija del banquero, vela a su cabecera.
Es así como Jurgen regresa a la existencia a la que ha querido escapar. Ya no será juez de paz. Su rebelión ha tornado a la tía complaciente. Se casará con Elisabeth y reemplazará a su suegro en la banca. Transcurren algunos años. Pero Jurgen no logra ya restituirse, reintegrarse espiritualmente a la clase de la que en su época romántica y juvenil ha desertado. Ni Elisabeth ni los placeres, ni su colección de objetos de arte, bastan a su equilibrio espiritual. Elisabeth es una mujer egoísta y banal que lo engaña para distraerse del aburrimiento de una existencia burguesa. Y, poco a poco, el joven Jurgen reivindica sus derechos, retorna a su vez exigente y acusador. El conflicto entre los dos Kolbenreiher estalla violento, implacable. El banquero Kolbenreiher confronta su caso con el de las gentes que la circundan. “No importa -se dice- el hecho es que sin objeto, sin idea, sin razones de existencia, yo no puedo continuar viviendo. No puedo soportarlo. Es un estado simplemente intolerable. Es en esto que tú te distingues del burgués puro. Este soporta admirablemente tal estado. ¿No es su objeto poseer, poseer, poseer, poseer siempre más? Y él se mantiene generalmente en buena salud. ¿Cómo puede un hombre renunciar a existir hasta el punto de aceptar necesariamente un destino como el que la vieja tía ha soñado siempre para el último Kolbenreiher? La explicación es fácil: “Más del noventa y nueve por ciento de sus contemporáneos que charlan incesantemente sobre el “alma” no son absolutamente incomodados por la suya”. Este conflicto empuja a Kolbenreiher con velocidad vertiginosa hacia la locura. ¿No está ya loco el banquero Kolbenreiher? Ninguno de sus familiares lo duda, al escucharle frases incoherentes, frases absurdas como esta: “Mi villa, mis tres inmuebles de alquiler, toda mi cartera, mi situación, mi crédito, la consideración de que yo disfruto, os doy todo a cambio de esto: yo”. Su vecino, un anticuario sonríe: “Compra de ideales bien conservados. Estilo Luis XVI”. Jurgen huye. Viaja desatentada, desesperadamente, en busca de su yo perdido. Parece que la última estación de su vida va a ser la locura. Los manicomios del siglo veinte albergan muchos Jurgen. Pero Jurgen recorre al final de este viaje, al camino de su primera evasión. Se encamina al barrio de los obreros. Entra al local, donde escuchara en su juventud al ingeniero y donde escuchara a sí mismo, razonando marxistamente. En la puerta, un adolescente de 14 años ofrece a Jurgen un folleto.
“¿Quién habla esta tarde?”
“Mi madre, la camarada Lenz”.
“... Temblando, él mira al hijo de Catherine, cuyo exterior recuerda exactamente al alumno de liceo Jurgen, que, delante de la librería, no tenía valor de entrar a comprar el volumen”.
Leonhard Frank no hace propaganda. Su novela es una pura creación artística. La emoción de su relato no suena jamás a falso. Y todo transcurre en ese tiempo alucinante, suprarrealista, poético, de sus novelas tan densas de humanidad, de misterio.

José Carlos Mariátegui La Chira

Georges Clemenceau

Entre los retratos que del primer ministro de la Unión Sagrada nos ofrecen sus biógrafos y sus críticos, ninguno retorna a mi recuerdo con la insistencia de este esquema de León Blum: “Lo que hay de más apasionante y de más patético en aquel que se ha apodado el Tigre es el drama interior, el conflicto que sostienen en él dos seres. El uno, moral, está animado por un pesimismo absoluto, por la misantropía más aguda, más cínica, por la repugnancia de los hombres, de la acción, de todo. La habita un escepticismo espantoso. Lo obsede la vanidad de las cosas y del esfuerzo. I su filosofía íntima es la del Nirvana. El otro ser, físico, tiene por el contrario una necesidad desmesurada de acción, una devorante fiebre de energía, un temperamento de ímpetu, de ardor y de brutalidad. Así Clemenceau, desesperando de lo que hace a causa de la nada terrible que percibe al cabo de todo, es empujado por su actividad demoniaca a luchar por aquello de que duda, a defender aquello que secretamente desprecia y a desgarrar a quienes se oponen a aquello que él congenitalmente estima inútil. Creo sin embargo, que en el fondo de este abismo de escepticismo, hay en él un refugio sólido y firme como una rosa; su amor por la Francia”.
Este retrato atribuye a Clemenceau el mismo rasgo fijado en la célebre: “Ama a la Francia y odia a los franceses”. La antinomia entre los dos seres, que se oponían en Clemenceau, entre su razón pesimista y su vida operante y combativa, está sagazmente expresada, de acuerdo con el gusto stendhaliano de León Blum por lo psicológico e íntimo. Clemenceau era, sin duda, un caso de escepticismo y desesperanza en una vocación y un destino de hombre de lucha y de presa. Ministro de la Tercera República, le tocó gobernar con una burguesía financiera y urbana que se sentía seguramente más a gusto con Caillaux, el hombre a quien Clemenceau, implacable y ultrancista, hizo condenar. Las ideas, las instituciones por las que combatió le era, en último análisis, indiferentes. No asignó nunca a las grandes palabras que inscribió en sus banderas de polemista más valor que el de santos y de señas de combate. Libertad, justicia, democracia, abstracciones que no estorbaban, con escrúpulos incómodos, su estrategia de conductor.
Pero no se explica uno suficientemente el conflicto interior, el drama personal de Clemenceau, si no lo relaciona con su época, si no lo sitúa en la historia. La fuerza, la pasión de Clemenceau estaban en contraste con los hechos y las ideas de la realidad sobre la cual actuaban. Este aldeano de la Vandée, este espécimen de una Francia anticlerical, campesina y “frondeuse”, era un jacobino supérstite, inconvencional, extraviado en el parlamento y la prensa de la Tercera República. No entendió jamás, por esto, los intereses ni la psicología de la clase que en dos oportunidades lo elevó al gobierno. Tenía el ímpetu demoledor de los tribunos de la Revolución Francesa. En una Francia parlamentaria, industrial y prestamista, este ímpetu no podía hacer de él sino un polemista violento, un adversario inexorable de ministerios de los que nada sustancial lo separaba ideológica y prácticamente. Pequeño burgués de la Vandée, humanista, asaz voltairiano. Clemenceau no podía poner su fuerza al servicio del socialismo o del proletariado. El humanitarismo y el pacifismo de los elocuentes parlamentario de la escuela de Jaurés se avenían poco, sin duda, con su humor jacobino. Pero lo que alejaba sobre todo a Clemenceau del socialismo, más que su recalcitrante individualismo pequeño-burgués de provincia, era su incomprensión radical de la economía moderna. Esto lo condenaba a los impases del radicalismo. Clemenceau, no podía ser sino un “hombre de izquierda”, pronto a emplear su violencia, como Ministro del Interior, en la represión de las masas revolucionarias izquierdistas.
La guerra dio a este temperamento la oportunidad de usar plenamente su energía, su rabia, su pasión. Clemenceau era en el elenco de la política francesa el más perfecto ejemplar de hombre de presa. La guerra no podía ser dirigida en Francia con las hesitaciones y compromisos de los parlamentarios, de los estadistas de tiempos normales. Reclamaba un jefe como Clemenceau, este perpetuo viento de fronda ansioso de transformarse en huracán. Otro hombre, en el gobierno de Francia, habría negociado con menos rudeza la unidad de comando, habrían plan­teado y resuelto con menos agresividad las cues­tiones del frente interno. Otro hombre no habría sometido a Caillaux a la Corte de Justicia. La guerra bárbara, la guerra a muerte, exige jefes como Clemenceau. Sin la guerra, Clemenceau no habría jugado el rol histórico que avalora hoy mundialmente su biografía. Se le recordaría como una figura de la política francesa. Nada más.
Pero si la guerra sirvió para conocer la fuerza destructora y ofensiva de Clemenceau, sirvió también para señalar sus límites de estadista. La actuación de Clemenceau en la paz de Versalles es la de un político clausurado en sus horizontes nacionales. El tigre siguió comportándose en las negociaciones de la paz como en las operaciones de la guerra. El castigo de Alemania, la seguridad de Francia: estas dos preocupaciones inspiraban toda su conducta, impidiéndole proceder con una ancha visión internacional. Keynes, en su versión de la conferencia de la paz, presenta a Clemenceau desdeñoso, indiferente a todo lo que no importaba a la revancha francesa contra Alemania. "Pensaba de la Francia -escribe Keynes- lo que Pericles pensaba de Atenas-; todo lo importante residía en ella, -pero su teoría política era la de Bismark. Tenía una ilusión: -la Francia; y una desilusión- la humanidad; a comenzar por los franceses y por sus colegas". Esta actitud permitió a Francia obtener del tratado de Versalles el máximo reconocimiento de los derechos de la victoria; pero permitió a la política imperial de Inglaterra, al mismo tiempo, contar en la reglamentación de los problemas internacionales y coloniales con el voto de Francia. Francia llevó a Versalles un espíritu nacionalista; Inglaterra un espíritu imperialista. No es necesario aludir a otras diferencias para establecer la superioridad de la política británica.
El patriotismo, el nacionalismo exacerbado de Clemenceau -sentido con exaltación de jacobino- era una fuerza decisiva, poderosa, en la guerra; en una paz que no podía sustraerse al influjo de la interdependencia de las naciones de sus intereses, cesaba de operar con la misma eficacia. Hacía falta, en esta nueva etapa política, una noción cosmopolita, moderna, de la economía mundial, a cuyas sugestiones el genio algo provincial y huraño de Clemenceau era íntimamente hostil.
El amigo de Georges Brandes y de Claudio Monet, consecuente con el sentimiento de que se nutrían en parte estas dos devociones, aplicaba a la política, por recónditas razones de temperamento, los principios del individualismo y del impresionismo. Era un individualista casi misántropo que no tenía fe sino en si mismo. Despreciaba la sociedad en que vivía, aunque luchaba por imponerle su ley con exasperada voluntad de dominio. I era también un impresionista. No dejaba teorías, programas, sino impresiones, manchas, en que el color sacrifica y desborda el dibujo.
La fuerza de su personalidad está en su beligerancia. Su perenne ademán de desafío y de combate, es lo que perdurará de él. No lo sentimos moderno sino cuando constatamos que, sin profesarla, practicaba la filosofía de la actividad absoluta. En abierto contraste con una demo-burguesía de compromisos y transacciones infinitas, de poltronería refinada. Clemenceau se mantuvo obstinada, agresivamente, en un puesto de combate. Tal vez, en el trato del pionner norte-americano, del puritano industrial o colonizados, se acrecentó, excitada por el dinamismo de la vida yanqui, su voluntad de potencia. "En la política, obedeció siempre su instinto de hombre de presa. Entre los bolcheviques y nosotros decía este jacobino anacrónico- no hay sino una cuestión de fuerza". Contra todo lo que pueda sugerir la obra de su primer gobierno. Clemenceau no podía plantearse el problema de a lucha contra la revolución en términos de diplomacia y compromiso. Pero le sobraban años, desilusión, aversiones para acaudillar a la burguesía de su patria en esta batalla. Y, por esto, el congreso del bloque nacional y de las elecciones de 1919, después de glorificarlo como caudillo de la victoria, votó eligiendo presidente a un adversario a quien despreciaba su jubilación y su ostracismo del poder.
José Carlos Mariátegui

José Carlos Mariátegui La Chira

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