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Shaw, Bernard Literatura
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Notas de la Segunda Conferencia

[Transcripción]

Literatura de guerra. La prensa, instrumento bélico. Su función tóxica. Su calidad de instrumento capitalista. Su carencia de altas direcciones morales. El mito de la guerra dela Civilización contra la Barbarie. "Concluye la novela; comienza la historia", dijo Bernard Shaw. "In tempo di guerra piu bugie che terra".

Causas económicas de la guerra: el desarrollo del industrialismo británico y el desarrollo de industrialismo alemán. La guerra económica entre Inglaterra y Alemania. La lucha por los mercados, por las colonias. Efectos del proteccionismo en la economía de los países europeos. La función de la finanza internacional. Las rivalidades de los grupos capitalistas. Entonces como ahora una política de cooperación, de solidaridad económicas, habría podido evitar la catástrofe. El fenómeno demográfico ocupa un puesto importante en los orígenes de la guerra. Palabras de Adriano Tilgher: página 106 de "La Crisis Mundial". En un siglo la población europea pasó de 180 a 450 millones. El industrialismo, estímulo del crecimiento de la población. Reducción de las tres causas de despoblación: peste, hambre, guerra. Alemania, incomunicada, no podía alimentar 70 millones de habitantes. Italia no podía permanecer neutral.

Causas políticas: El proceso de las causas de guerra, según Bernard Shaw. La política y la posición tradicionales de Inglaterra, potencia insular. El desarrollo del poder naval de Alemania. Inglaterra, Francia y Bélgica se entienden. La alianza franco-rusa. Secreta inteligencia militar anglo-francesa. La violación de la neutralidad belga sacó a Inglaterra de un embarazo. Pero hay noticias y antecedentes que establecen la clase de compromiso existente entre Inglaterra y Francia. Si Inglaterra hubiese realmente querido evitar la guerra dice Shaw, no habría tenido sino que anunciar que combatiría al lado de la nación atacada. La hipótesis de un lazo, de una trampa. Más verosímil es la hipótesis de la imposibilidad de que el gobierno inglés revelase su acuerdo militar con Francia. Luego, desde este punto de vista, la guerra resulta una consecuencia de la diplomacia francesa.

Otra causa: el revanchismo francés, el "Deuschland uber alles" alemán. El nacionalismo europeo, en una palabra. Psicología de la pequeña burguesía francesa y de la burocracia alemana. Alemania se sentía desposeída al lado de naciones privilegiadas. Poincaré. El Kaiser. El Czar. Palabras de Lloyd George en el parlamento británico; página 39 de libro de Cailleaux.

La causa diplomática: el asesinato del heredero de Austria. La guerra ha podido estallar antes. En ocasión de la guerra rusa-japonesa y del incidente de Agadir de 1912. Palabras de Viviani a Rapoport a Viviano: página 33 de libro de este.

Contraste de la organización capitalista. Necesitade la solidaridad internacional como condición de vida y fomenta el nacionalismo en oposición a la lucha de clases. Como se precipita un pueblo a la guerra. La novela Clarté.

Guerra absoluta y guerra relativa. Guerra de naciones y guerra de ejércitos. El mito de la guerra democrática. La dirección de la opinión en Inglaterra, en Italia. En Alemania, Austria y Rusia, en tanto, no hubo un ideal que solidarizara al pueblo con la empresa militar de sus gobiernos respectivos.

La conducta de los partidos socialistas y las organizaciones sindicalistas. La posición de la Segunda Internacional. Las declaraciones de Stutgart y Basilea. La cuestión técnica de los medios de evitar la guerra fue dejada al Congreso de Vierna que debió reunirse en 1914. Antes sobrevino la guerra. La misión de Muller en Francia. La muerte de Jaures. El caso de Gustavo Hervé.

Por encima de la contienda. El manifiesto de las 93 intelectuales alemanes. El contramanifiesto del fisiólogo Nicolai, del físico Einstein, del filósofo Buek, del astrónomo Foerster, sorprendido este último por los 93 intelectuales. Romain Rolland.

Medite el proletariado en las causas de esta gran tragedia. Piense en que unos cuantos hombres y unos cuantos intereses han podido desencadenar una guerra que ha causado quince millones de muertos, que ha sembrado de odios Europa, que ha destruido tanta riqueza económica y que ha intoxicado deleteramente el ambiente moral de Europa. Y que se diga el proletariado si vale la pena reconstruir la sociedad capitalista, reconstruir la sociedad burguesa, para que dentro de cuarenta o cincuenta años, antes tal vez, vuelva a encenderse en el mundo otra conflagración y a producirse otra carnicería.

José Carlos Mariátegui La Chira

Bernard Shaw

Bernard Shaw

Su jubileo ha encontrado a Bernard Shaw en su ingénita actitud de protesta. No ha tenido Shaw en su máximo aniversario honores oficiales como en su patria los ha tenido en menor ocasión el futurista e iconoclasta Filipo Tomaso Marinetti. A su diestra no se ha sentado en el banquete de sus amigos el jefe del gobierno, Mr. Baldwin, sino un viejo camarada de la Fabian Society, Ramsay Mac Donald. El gobierno inglés se ha limitado a impedir la trasmisión radiofónica del discurso del glorioso dramaturgo.
Esta es quizá la más honrosa consagración a que podía aspirar un hombre genial al que la gloria no ha domesticado. Hasta en su jubileo Shaw tenía que ser un revolucionario, un heterodoxo. Bernard Shaw, es uno de los pocos escritores que da la sensación de superar su época. De él no se podrá decir como de Renán que “ne depasse pas la doute”. Shaw es un escéptico del escepticismo. Toda la experiencia, todo el conocimiento de su época están en su obra, pero en ella están también el anhelo y el ansia de una fe, de una revelación nueva. Shaw se ha alimentado de media centuria de cientificismo y de positivismo. Y sin embargo ningún escritor de su tiempo siente tan hondamente como él la limitación del siglo XIX. Pero este siglo XIX no es para Bernard Shaw, como para León Daudet, estúpido por revolucionario ni por romántico, sino por burgués y materialista. Bernard Shaw, aprecia y admira precisamente todo lo que en él ha habido de romántico y de revolucionario. Aprecia y admira a Marx, por ejemplo, que no es la tesis sino la antítesis de ese siglo de capitalismo.
Shaw más bien que un escéptico es un relativista. Su relativismo representa precisamente su rasgo más peculiar de pensador y dramaturgo del Novecientos. La actitud relativista es tan cabal en Bernard Shaw que cuando se divulgó la teoría de Einstein lo único que le asombró fue que se considerase como un descubrimiento. A Archibald Henderson le ha dicho que halló “que Einstein podía ser calificado más justamente de refutador de la relatividad que descubridor de ella”.
Medio siglo de positivismo y de cientificismo ochentista impide a Bernard Shaw pertenecer íntegramente al siglo veinte. A los setenta años Shaw compendia y resume primero toda la filosofía occidental y, luego la traspasa, la desborda. Anti-racionalista a fuerza de racionalismo, físico a fuerza de materialismo, Shaw conoce toda la meta del pensamiento contemporáneo. A pesar del handicap que le imponen sus setenta años, las ha dejado ya atrás. Sus coetáneos le han dado fama de hombre paradójico. Pero esta fama yo no sé por qué me parece un interesado esfuerzo por descalificar la seriedad de su pensamiento. Para no dar excesiva importancia a su sátira y a su ataque, la burguesía se empeña en convencernos de que Bernard Shaw es ante todo un humorista. Así después de haber asistido a la representación de una comedia de Shaw, la conciencia de un burgués no siente ningún remordimiento.
Mas un minuto de honesta reflexión en la obra de Shaw, basta para descubrir que a este hombre le preocupa la verdad y no el chiste. La risa, la ironía, atributos de la civilización, no constituyen lo fundamental sino lo ornamental en su obra. Shaw no quiere hacernos reír sino hacernos pensar. Él, por su parte, ha pensado siempre. Su obra no nos permite dudarlo.
Esta obra se presenta tan cargada de humor y de sátira porque no ha podido ser apologética sino polémica. Pero no es polémica exclusivamente, porque Shaw tenga un temperamento de polemista. La preferencia de Shaw por el teatro nos revela, en parte, que este es su pensamiento. Shaw no ama la novela; ama en cambio, el teatro. Y en el teatro debe sentirse bien todo temperamento polémico, porque el teatro dramatiza el pensamiento. El teatro es contradicción, conflicto, contraste. La potencia creadora del polemista depende de estas cosas. Shaw ha superado a su época por haberla siempre contrastado. Todo esto es cierto. Mas en la obra de Shaw se descubre el deseo, el ideal de llegar a ser apologética. Shaw, piensa que “el arte no ha sido nunca grande cuando no ha facilitado una iconografía para una religión viva”.
Su tesis sobre el teatro moderno reposa íntegramente sobre este concepto. Shaw denuncia lo feble, lo vacío del teatro moderno, no desprovisto de dramaturgos brillantes y geniales como Ibsen y Strindberg; pero sí de dramaturgos religiosos capaces de realizar en esta época lo que los griegos realizaron en la suya. A esta conclusión le ha conducido su experiencia dramática propia: “Yo escogí, dice, como asuntos, el propietarismo de los barrios bajos, el amor libre doctrinario (seudo-ibsenismo) la prostitución, el militarismo, el matrimonio, la historia, la política corriente, el cristianismo natural, el carácter nacional e individual, las paradojas de la sociedad convencional, la caza de marido, las cuestiones de conciencia, los engaños e imposturas profesionales, todo ello elaborado en una serie de comedias de costumbres a la manera clásica que entonces estaba muy fuera de moda, siendo de rigor en el teatro los ardides “mecánicos” de las construcciones parisinas. Pero esto aunque me ocupó y me conquistó un lugar en mi profesión no me constituyó en iconógrafo de la religión de mi tiempo para completar así mi función natural como artista. Yo me daba perfecta cuenta de todo eso, pues he sabido siempre que la civilización necesita una religión, a todo trance, como cuestión de vida o muerte”.
La ambición de Shaw es la de un artista que se sabe genial y sumo: crear los símbolos del nuevo espíritu religioso. La evolución creadora es a su juicio, una nueva religión. “Es en efecto -escribe- la religión del siglo XX, surgida nuevamente de las cenizas del seudocristianismo, del mero escepticismo y de las desalmadas afirmaciones y ciegas negaciones de los mecanicistas y neo-darwinistas. Pero no puede llegar a ser una religión popular hasta que no tenga sus leyendas, sus parábolas, sus milagros”. De esta alta ambición han nacido dos de sus más sustanciosas obras: “Hombre y Super-hombre”, en 1901, y “Volviendo a Matusalen”, en 1902. Pero el genio de Shaw vive un drama tremendo. Su lúcida conciencia de un arte religioso, no le basta para realizar este arte. Sus leyendas demasiado intelectuales, no puedes ser populares, no me parece que logren expresar los mitos de una nueva edad. Hay en su obra una distancia fatal entre la intención y el éxito. El intelectual, el artista, en este periodo histórico no tiene casi más posibilidad que la protesta. Un nuevo agónico, crepuscular, no puede producir una mitografía nueva.

José Carlos Mariátegui La Chira

Carta a Ricardo Vegas García, 30/9/1925

Lima, 30 de setiembre de 1925
Querido Vegas:
Le recuerdo su promesa de conseguirme dos ejemplares del número de Variedades del 25 de abril donde se publicó el artículo de Pribish sobre Pettoruti. Le agradecería también que me consiguiese, nada más que prestado para hacer copiar mi artículo sobre el renacimiento judío, el número del 27 de junio.
La semana próxima el tema puede ser Las Literaturas Europeas de Vanguardia de Guillermo de Torre o la Santa Juana de Bernard Shaw.
No se olvide de enviar el libro de López Albújar a Sagitario, donde, en ese caso, se reproducirá probablemente, como nota bibliográfica, mi artículo de Mundial.
Cordialmente lo abraza su amigo y compañero.
José Carlos Mariátegui

José Carlos Mariátegui La Chira

Volviendo a Matusalen de Bernard Shaw.

Esta obra de Bernard Shaw traduce el alma fáustica de la civilización occidental. Es una obra que sabiamente filtra emociones y pensamientos peculiares de nuestro tiempo. “Volviendo a Matusalen” tiene un íntimo parentesco con la experiencia de Voronof. Sólo que entre la idea de “Volviendo a Matusalen” y el injerto de la glándula de mono existe, naturalmente, la distancia que separa a una concepción metafísica de una receta médica. Bernard Shaw nos propone la inmortalización; Voronof se conforma con la longevidad. Bernard Shaw cree que la prolongación de la vida se puede arribar mediante el trabajo de la voluntad y el pensamiento; Voronof nos dice que basta un artificio quirúrgico. Entre el pensamiento del dramaturgo y el procedimiento del cirujano hay una diferencia de categoría. Pero uno y otro expresan el mismo estado de alma.
Nunca la humanidad se mostró tan desesperadamente aferrada a la vida. El poema de Goethe simboliza todo el drama de a civilización occidental. El hombre moderno sufre un desesperado afán de conocer el pasado de prever el porvenir. La lúcida definición de este aspecto de la época constituye acaso el acierto esencial del libro de Spengler.
El problema de la vida domina la especulación filosófica y artística de la época. El relativismo contemporáneo parece destinado a revelarnos, entre otras relatividades, la relatividad de la muerte. El propio escepticismo, para ser absoluto, empieza a adoptar ante la ilusión de la muerte la misma actitud que ante las ilusiones de la vida. Pirandello, que no reconoce más realidad que la del espíritu, de la imaginación, no cree que los muertos estén efectivamente muertos. Para él no son sino simples desilusionados. Los que mueren, según el extraordinario dramaturgo de “Ciascuno a suo modo”, no son aquellos que dejamos, bajo tierra en el cementerio; somos, más bien, nosotros. Porque mientras ellos no mueren en nosotros, -que guardamos, en nuestra imagen del difunto amado u odiado, una parte de su realidad- nosotros morimos en ellos. I por consiguiente es el caso de preguntarse: ¿quiénes mueren?
Esto les parecerá a muchos puro humorismo metafórico. Pero sólo podemos negarnos a tomar en serio esta tesis de Pirandello por humorista; no por metafísica. Lo metafísico ha recuperado su antiguo rol en el mundo después del fracaso de la experiencia positivista. Todos sabemos que el propio positivismo cuando ahondó su especulación se tornó metafísico.
Tenemos hoy como consecuencia de esta reacción, una metapsíquica. Pero Bernard Shaw piensa que más falta nos hace una metabiología. “Volviendo a Matusalen” es una alegoría “metabiológica”. La biología es la ciencia que más apasiona hoy a los artistas y a los filósofos. I Bernard Shaw, que querría ser el iconógrafo de la religión de su tiempo, piensa que “toda religión debe ser primero y fundamentalmente una ciencia de metabiología”. Esto le parece indiscutible pues “ha visto el fetichismo de la Biblia, después de mantenerse en pie bajo las baterías nacionalistas de Hume, Voltaire, etc., derrumbarse ante la embestida de evolucionistas de mucho menos fuste, solamente porque la desacreditaron como documento biológico; así, que desde ese momento perdió todo su prestigio y la cristiandad literaria quedó sin fe”.
En la primera jornada o el primer episodio de su drama, Bernard Shaw nos ofrece una nueva interpretación de la leyenda del Edén. Adán y Eva sacrifican la inmortalidad por la creación. Su inmortalidad se sentía, además de estéril, incierta. La voluntad de crear los conduce al pecado. El pecado a la muerte. Pero a este precio adquieren el poder de crear. El poder de renovarse perennemente en muchos Adanes y muchas Evas. “Adán y Eva, -explica Franklin Barnabás en la segunda jornada del drama- se hallaron colocados entre dos terribles posibilidades. La una era la extinción del género humano por su muerte accidental. La otra era la posibilidad de vivir siempre. No pudieron aguantar ni una ni otra. Entonces decidieron que viviría una corta tanda de mil años, y durante ese tiempo dirigirían sus esfuerzos hacia la creación de una nueva pareja. Por consiguiente tuvieron que inventar el nacimiento natural y la muerte natural, que no son, después de todo, sino modos de perpetuar la vida sin imponer a ninguna criatura la terrible carga de la inmortalidad”.
¿Por qué parte Bernard Shaw del Génesis? “Volviendo a Matusalen” pretende ser el comienzo de una nueva Biblia. En el prólogo -que como ocurre en “Santa Juana” es más brillante que el drama- Bernard Shaw hace justicia sumaria del darwinismo. No condena a Darwin mismo sino a los darwinistas. El darwinismo -y de esto Darwin no es responsable- engendró un oportunismo, un materialismo que rebajó inverosímilmente los sueños y los ideales humanos. Shaw dennuncia con ironía colérica las consecuencias de la voluntaria abdicación del hombre de su esencia divina. La leyenda del Edén es para él un documento científico mucho más respetable que el “Origen de las Especies”. “El libro del Génesis -afirma Franklin Barnabas- es una parte de la Naturaleza como cualquier otra parte de la Naturaleza. El hecho de que el cuento del jardín del Edén ha pervivido y mantenido tensa la imaginación de los hombres durante siglos, mientras que centenares de historias mucho más inverosímiles y divertidas han pasado de moda y desaparecieron como las coplas populares del año pasado, es un hecho científico, y la Ciencia está obligada a explicarlo me dice Ud. que la ciencia no sabe nada de él. Entonces la ciencia es más ignorante que los niños de cualquier escuela de aldea”.
El segundo episodio pasa en nuestros días. Es en cierta forma el episodio de la post-guerra. Los hermanos Conrado y Franklin Barnabás exponen a dos políticos británicos, que el lector identifica inmediatamente, su teoría de que es necesario prolongar la vida humana hasta trescientos años. “No existe ya -dice Conrado- la más mínima duda de que lo problemas políticos y sociales originados por nuestra civilización, no pueden ser resueltos por seres efímeros que decaen y mueren en el preciso momento que empiezan a vislumbrar algunos destellos de la sabiduría y el conocimiento necesario para su propio gobierno”. Para que el milagro se opere no es preciso sino que es espíritu humano lo conciba primero y lo quiera después.
Los tres actos siguientes de “Volviendo a Matusalen” son una bizarra fantasía futurista. Nos transportan al mundo de las utopías de Wells. En el primero, “la cosa sucede”, Bernard Shaw nos presenta los dos especímenes inaugurales de longevidad tricentenaria. La utopía no ha tardado mucho en realizarse; se ha cumplido en dos conocidos nuestros, la camarera de Conrado y el novio de la hija de Franklin.
En el siguiente, el experimento alcanza todo su desarrollo. Hacia el año 3000 de nuestra era, Irlanda está habitada por una raza de hombres que viven trescientos años. La humanidad ha adquirido, en estos hombres, una sabiduría y una potencia superiores. Pero en el resto del planeta subsisten todavía hombres de vida corta. El contraste entre una y otra parte del género humanos brinda una gorda ocasión al humor de Shaw. Mas Shaw no la aprovecha sino medianamente.
En el último acto la obra culmina. Las nacionalidades han terminado. No hay sino una raza humana. El hombre ha vuelto a Matusalen. Pero, intelectual y espiritualmente, nada recuerda en él al hombre bíblico. Hasta fisiológicamente no es ya el mismo. La fatiga, el dolor, han sido vencidos. La humanidad es ovípara. La serpiente en la escena final, dice: “Estoy justificada. Pero yo escogí la sapiencia y el conocimiento del bien y el mal y ahora ya no hay mal y la sapiencia y el bien son una sola cosa”. Mas la evolución humana no ha acabado. Lilith, de quien nacieron Adán y Eva, lo constata en estas palabras: “Después de haber alcanzado millones de metas, están afanándose por llegar a la meta de la redención de la carne; al vórtice liberado de la materia al torbellino dentro de la pura fuerza. I, a pesar de que todo lo que han hecho no parece sino la primera hora de la obra infinita de la Creación, no quiero suprimirlos hasta que hayan pasado el último vado ese último río que corre entre la carne y el espíritu y liberado de su vida de la materia que siempre la ha burlado”.
Bernard Shaw adopta hasta cierto punto el concepto apengleriano de la historia. El progreso humano, en su utopía, no sigue una línea única y constante. Las culturas se suceden; las hegemonías se reemplazan. En el año 3000 la capital del Imperio Británico es Bagdad. De Londres no quedan ni si quiera ruinas. Pero, al margen o por encima de este accidentado proceso, la formación de un nuevo tipo humano ha seguido su curso.
I Shaw enmienda y completa, con una rectificación profunda, el esquema en que Spengler pretende encerrar la trayectoria de las culturas. El socialismo aparece siempre en la decadencia, en el Untergang. Pero no es un síntoma de la decadencia misma; es la última y única esperanza de salvación. Una cultura cuando naufraga, ha arribado a un punto en que el socialismo compendia todos sus recursos vitales. No le ha quedado sino aceptar el socialismo o aceptar la quiebra. El socialismo no es responsable que los hombres no sean entonces capaces de entender este dilema.
José Carlos Mariátegui

José Carlos Mariátegui La Chira

La "Juana de Arco" de Joseph Delteil

“Jeanne d’Arc” de Joseph Delteil ha ganado el premio Fémina. Pero me complazco en declarar que no es por esto que lo pongo aquí. Una consagración académica no me parece un motivo para leer un libro. Me parece más bien un motivo para no leerlo. El premio Fémina no quita ni agrega nada al mérito del romance de Joseph Delteil.
El interés de este libro está sobre todo en el interés actual del tema. Juana de Arco es un tema de la época. En la obra de Joseph Delteil, en la obra de Bernard Shaw, no se puede ver fundamentalmente una criatura de la fantasía y de la voluntad: han aprehendido una emoción del espíritu contemporáneo.
Cualquier tiempo puede producir una vida de Juana de Arco más o menos profana. Pero no una interpretación viva, ni una imagen nueva de la Doncella y de su mundo. Y el deseo de lograr esta interpretación, esta imagen, es, precisamente, el sentimiento que inspira así el libro de Delteil como el de Shaw.
Los personajes de la historia o de la fantasía humana como los estilos y las escuelas artísticas o literarias, no tienen la misma suerte ni el mismo valor en todas las épocas. Cada época los entienden y los conocen desde su peculiar punto de vista, según su propio estado de ánimo. El pasado muere y renace en cada generación. Los valores de la historia, como los del comercio, tienen altas y bajas. Una época racionalista y positivista no podía amar a la Doncella. Su concepción de Juana de Arco era la destilada, laboriosa y lentamente por el maligno alambique de Anatole France. Pero, en esta época sacudida por la fuerte corriente de lo irracional y lo subconsciente, es lógico que el espíritu humano se sienta más cerca de Juana de Arco y más apto para comprenderla y estimarla. Juana de Arco ha venido a nosotros en una ola de nuestra propia tormenta.
Joseph Delteil, con su bizarra vehemencia, cree ser hoy el solo hombre capaz de comprender a esta criatura. “Elle m’est aussi aussi naturelle qu’une soeur”, escribe Delteil en el prefacio de su libro. Pero no le hagamos caso. De la misma manera pretende acaparar a Juana de Arco todos los que la declaran suya. Y, en particular, aquellos a quienes el espíritu de la doncella -espíritu esencialmente revolucionario, - está más distante. Los monarquistas de “L’Action Francaise”, verbigratia.
Mas se debe reconocer a Delteil el mérito literario de ofrecernos la más fresca y viva imagen moderna de la Doncella. Su Juana de Arco brota de la tierra. Delteil no intenta explicar lo inexplicable. En su romance, la Doncella dialoga con Santa Catalina y Santa Margarita, como dos muchachas de la campiña. No hay pathos, no hay éxtasis. Lo maravilloso es presentado con toda ingenuidad y con toda sencillez como en las fábulas de los niños. Pero no reside en esta combinación de lo maravilloso y lo natural el acierto del novelista. Reside, más bien, en el simple y fuerte realismo de la imagen. La “Joanne d’Arc” de Delteil es, ante todo, humana, muy humana. Es una sencilla y robusta criatura, sana de cuerpo y alma, sin complejidades y sin sombras. Es una lozana hija del pueblo nacida para la vida, el amor y la creación.
En un capítulo de su romance, Delteil traza un “pequeño retrato a gruesas líneas” de su agonista.
Empieza por fijar su propia posición filosófica: “Toda acción verdaderamente grande comporta una parte de desconocido, de divino. El fenómeno no admite explicación humana. Lo maravilloso rompe la razón. La actitud racionalista es, absolutamente, mezquina ante una Juana de Arco. Las fuerzas de la naturaleza, el genio, la felicidad, el arte, escapan al razonamiento.”
Delteil sitúa a la doncella en un plano divino. “No hay asimilación posible entre Juana de Arco y Napoleón. La una es del dominio de Dios, el otro es del dominio del genio. (Y cuando yo digo Dios, ruego a los no creyentes reemplazar a su guisa esta palabra por otra: Pan, Ser Supremo, Gran Todo, etc.)”
Pero, en seguida, Delteil desciende de la abstracción. “Y sin embargo -escribe- Juana de Arco no es un puro milagro. Esta flor tiene raíces. Las apariencias razonables, racionales, (digo apariencias) están hasta cierto punto salvaguardadas. En Juana los planos divinos y humanos coinciden. Juana poseía todas las cualidades humanas capaces de hacer una Juana de Arco”. La criatura que Delteil nos muestra es una perfecta y viviente criatura de carne y hueso. “Juana es toda salud. ¡Qué tontería hablar de histeria! Es una bella campesina de Francia, nutrida de alimentos simples, carnes indígenas, legumbres frescas, bien plantada sobre sus fuertes músculos, los sólidos pies sobre la tierra. El sistema repiratoril y circulatorio intactos. Un poco sanguínea tal vez, con sangre espesa en sus grandes venas, una carne tranquila de franco animal, la piel elástica y profunda. Su cuerpo es un templo antiguo sin florituras pero construido sobre bases terrenas. Todo en ella es síntesis, densidad, proporción.”
Este es el barro. Esto es lo físico, lo material. ¿Cómo es lo espiritual, lo psíquico? Delteil encuentra para su definición fórmulas breves y justas. “Al servicio de este amplio cuerpo, un temperamento de fuego. La salud física es un elemento estático. El temperamento es el principio dinámico. La salud tiene un sentido quieto. El temperamento tiene un todo revolucionario. En Juana las dos potencias se alían y se compenetran. Es impulsiva, impetuosa. Si su carne es toda salud, su alma es toda pasión Respira, como, quiere, ama, odia, con vehemencia.”
He aquí la mujer. La heroína, la santa, no se dejan captar tan esquemáticamente. Delteil nos invita a admirar, ante todo, su magnífica audacia, hija de su juventud. “Sólo la juventud -escribe Delteil- puede salvar al mundo. La experiencia y la vejez son los más temibles microbios del hombre”. Luego sostiene que la suprema virtud de Juana es su ignorancia. Juana desconoce la duda, desconoce la teoría. “Infalible como una paloma mensajera, Juana de Arco es la glorificación del Instinto”. Joseph Delteil se complace en constatar que “todas sus victorias son irregulares” y que “a una bella derrota conforme con las reglas prefiere una victoria defectuosa”. Pero esta ignorancia y esta ingenuidad son del genio. En el fondo de tanto transparente candor rutila la malicia de la campesina. La Doncella de Domremy es aguda, alegre, lista. “Como todos los seres fundamentalmente buenos, tenía en el alma un ápice de burla.” Todas sus decisiones están llenas de buen sentido.
Bernard Shaw ha escrito una obra relativista. Joseph Delteil, una obra apologética. El dramaturgo británico se pone en el punto de vista de Juana y sus jueces. El novelista francés no conoce ni admite otro punto de vista que el de Juana de Arco. La Pucelle combate el Mal, el Error, el Pecado. La obra de Shaw, más que una defensa de Juana, es una defensa del obispo Cauchon. Delteil no se ocupa de Cauchon sino para maldecirlo y vituperearlo. Lo llama “el obispo del alma de asno, el bastado de Judas, el cerdo de la historia”.
El romance de Delteil es una apología fervorosa de la Santa. Delteil ha escrito su romance con amor, con pasión. La prensa ortodoza, sin embargo, lo ha condenado. ¿Por qué? El naturalismo de ciertas páginas le parece sacrílego. La Iglesia no puede admitir que se hable de una santa como de una mujer.
Los nacionalistas de “L’Action Francaise” se han mostrado, en cambio, inclinados a adoptar esta “Jeanne d’Arc”, si Delteil consiente en la supresión de algunas frases irreverentes. Y tenemos así en Delteil en flirt con la extrema derecha orleanista, en el mismo momento en que el grupo suprarrealista, siguiendo la trayectoria lógica de su pensamiento y aceptando las últimas consecuencias de su protesta, se fusiona con el grupo clartista, bajo la bandera de la revolución.
Joseph Delteil se declara “casi” católico. Hasta hace poco teníamos derecho para considerarlo, además, casi suprarrealista. O sea casi revolucionario. Y aquí está el lado flaco de su personalidad y de su obra. Esta palabra que el mismo ha buscado para calificarse, sin comprometerse demasiado, explica y define todo Delteil. Presque casi. Su “Jeanne d’Arc”, que encierra tantas bellezas y define tantos aciertos, podría, tal vez, haber sido una obra maestra. Pero después de leerla, se siente que algo ha faltado en ella. También en su libro, Joseph Delteil se ha detenido en el casi.

José Carlos Mariátegui La Chira

Bernard Shaw y Juana de Arco

La “Santa Juana” de Bernard Shaw me parece interesante, ante todo, como documento del relativismo contemporáneo. El teatro de Pirandello se clasifica también como teatro relativista. Pero su relativismo es filosófico y psicológico. Es además, un relativismo espontáneo y subconsciente de artista. El dramaturgo inglés, en cambio, lleva al teatro, conscientemente, el relativismo histórico. Pirandello trata, en su teatro y en sus novelas, los problemas de la personalidad humana. Shaw trata, en “Santa Juana”, un problema de la historia universal.
El drama de Bernard Shaw, y, más que el drama, el prólogo que lo precede en el libro, no se propone rehabilitar a Juana de Arco sino, más bien, a sus jueces. Juana de Arco está rehabilitada ya. La Iglesia -en el nombre de cuyo dogma un tribunal eclesiástico la condenó a la hoguera- la ha canonizado solemnemente hace cinco años. La Doncella, declarada hereje y bruja en 1431, es desde 1920 una de las santas del calendario cristiano.
Bernard Shaw reconoce a Juana de Arco como “un genio y una santa”. Está absolutamente persuadido de que representó en su época un ideal superior. Pero no por esto pone en duda la razón de sus jueces y de sus verdugos. Su “Santa Juana” es una defensa del obispo de Beauvais, monseñor de Cauchon, presidente del tribunal que condenó a la Doncella. Shaw se empeña en demostrarnos que monseñor Cauchon luchó con denuedo, dentro de su prudencia, por salvar a Juana de Arco y que no se decidió a mandarla a la hoguera sino cuando la oyó ratificarse, inequívoca y categóricamente, en su herejía.
Y, si justifica la sentencia, no justifica menos a Bernard Shaw la canonización. “No es posible -explica- que una persona sea excomulgada por herética y más tarde canonizada por santa”.
No hay cosa que un relativista no se sienta dispuesto a comprender y tolerar. El relativismo es fundamentalmente un principio o una escuela de tolerancia. Ser relativista significa comprender y tolerar todos los puntos de vista. El riesgo cierto del relativismo está en la posibilidad de adoptar todos los puntos de vista ajenos hasta renunciar al derecho de tener un punto de vista propio. El relativista puro - ¿será abusar de la paradoja hablar de un relativista absoluto? - es ubicuo. Está siempre en todas partes; no está nunca en ninguna. Su posición en el debate histórico es más o menos la misma del liberal puro en el debate político. (El liberalismo absoluto quiere el Estado agnóstico. El Estado neutral ante todos los dogmas y todas las herejías. Poco le importa que la neutralidad frente a las doctrinas más opuestas equivalga a la abdicación de su propia doctrina). Esto nos define la filosofía relativista como una consecuencia extrema y lógica del pensamiento liberal.
La actitud de Bernard Shaw ilustra, precisa y nítidamente, el parentesco del relativismo y el liberalismo. En Bernard Shaw se juntan el protestante, el liberal, el relativista, el evolucionista y el inglés. Cinco calidades en apariencia distintas; pero que en la historia se reducen a una sola calidad verdadera. El mismo Bernard Shaw nos lo enseña en los discursos de sus dramatis personae. Monseñor Cauchon, según su “Santa Juana”, le sostenía a Warwick en 1431 la tesis de que todos los ingleses eran herejes. Y, en seis siglos, los ingleses han cambiado poco. Darwin, en este tiempo, ha descubierto la ley de la evolución que, en último análisis, resulta la ley de la herejía. Los ingleses, por ende, no se llaman ya herejes sino revolucionistas. Su herejía de hace seis siglos -el protestantismo- es ahora un dogma. Pero en Shaw, el hereje está más vivo que en el resto de los ingleses. Shaw, por ejemplo, milita en el socialismo. Mas su socialismo de fabiano -como lo demuestran sus últimas posturas- no lo presenta como un creyente de la revolución sino como un hereje frente al Estado burgués. El célebre dramaturgo sigue siendo, en el fondo, un liberal. Y, además, un protestante.
¿No es, acaso, su “Santa Juana”, entre otras cosas, ¿un esfuerzo por anexar la Doncella a la Reforma? Shaw escribe en el prólogo que Juana de Arco, “aunque fue una católica devotísima y proyectó una cruzada contra los husitas, es, en realidad, uno de los primeros mártires del protestantismo”. Y en el drama aflora, reiteradamente, la misma tesis.
Pero si, como protestante, Bernard Shaw cataloga a Juana de Arco entre los precursores de la Reforma, como relativista reacciona contra la incapacidad de los racionalistas, los protestantes y los anti-clericales para entender y estimar la Edad Media. Shaw considera a la Edad Media “una alta civilización europea basada en la fe católica”. No es posible de otro modo acercarse a la Doncella. Shaw lo sabe y lo siente. Y lo declara, más explícitamente aún, en otra parte del prólogo, cuando revisa los apriorismos que enturbian y deforman la visión de los que pretenden escrutar la figura de Juana de Arco con las gafas astigmáticas de sus supersticiones y del siglo diecinueve: “Si un historiador es anti-feminista y no cree a las mujeres aptas para ser genios en los tradicionales empleos masculinos, no podrá admitir como genio a Juana, que tanto sobresalió en el arte de la guerra y la política. Si es racionalista hasta el punto de negar a los santos y sostener que las ideas nuevas solo pueden nacer por el raciocinio consciente, nuca dará con el verdadero retrato de Juana. El biógrafo ideal de ésta debe estar libre de los prejuicios y las tendencias del siglo diecinueve; debe comprender la Edad Media y la Iglesia Católica Romana, así como el Santo Imperio Romano, mucho más íntimamente de lo que nunca lo hicieron nuestros historiadores nacionalistas y protestantes, y tiene además, que ser capaz de desechar las parcialidades sexuales y sus escuelas fantásticas y de considerar a la mujer como a la hembra de la especie humana y no como a un ser de diferente especie biológica, con encantos específicos e imbecilidades también específicas”.
Esta eficaz y aguda receta no le sirve, sin embargo, a Bernard Shaw para ofrecernos, en su drama, una imagen cabal de Juana de Arco. En su drama, Shaw, mas que de explicarnos a Juana, se preocupa de verdad, de explicarnos su tesis relativista. No asistimos, en “Santa Juana” al drama de la Doncella tan auténtica e intensamente como al drama de Cauchon, su inquisidor. La pieza de Bernard Shaw deja la impresión de que el drama de la Doncella no puede ser escrito por un relativista sino por un creyente. Shaw, a pesar de sus pullas contra el cientificismo y el positivismo del siglo diecinueve, es demasiado racionalista para mirar a Juana con otro lente que el de su raciocino. Su raciocino pretende descubrirnos, en el prólogo, el mecanismo del milagro. Pero, visto por dentro, analítica y fríamente, el milagro cesa de ser un milagro. Mejor dicho, el milagro, como milagro, se queda afuera.
Shaw percibe, con su penetrante en inteligente mirada, los obstáculos que impidieron a Anatole France, anti-clerical y escéptico, aproximarse a Juana de Arco. “En su libro -observa- se notan antipatías. El autor no es enemigo de Juana, pero es anti-clerical, anti-místico y fundamentalmente incapaz de creer que haya podido existir persona alguna como la Juana verdadera”. Pero la Juana verdadera no está tampoco íntegra, completa, en la “crónica dramática” de Shaw. Bernard Shaw, no obstante, su sagacidad crítica, no nos da todo el personaje; y, por tanto, no nos da todo el símbolo.
Define Shaw a Juana de Arco como “uno de los primeros apóstoles del nacionalismo”. Pero se olvida de remarcar, al pie de esta definición, que la idea de la Nación, hace seis siglos, era una idea revolucionaria. Como un escritor internacionalista lo ha proclamado, la idea de la Nación es, en determinadas épocas y circunstancias históricas, la encarnación del espíritu de la libertad. En nuestra época, el nacionalismo, reaccionario en Francia, es revolucionario en Turquía, en la India, en la China, en Marruecos, donde combaten contra el imperialismo y el capitalismo extranjeros. El nacionalismo de Juana de Arco no tiene nada que ver con el nacionalismo orleanista y monárquico de “L’Action Francaise”, que tan enfáticamente se apropia de la gloria y del genio de la Doncella. Charles Maurras, Leon Daudet y sus “camelots du roi”, si hubiesen existido hace seis siglos, habrían estado al lado de los que quemaron a la Santa después de declararla hereje y bruja. Habrían formado parte del séquito del imbécil y desleal Carlos VII o de la comparsería del tribunal de la inquisición. En Ruán, como Bernard Shaw lo siente, se quemó viva a una mujer genial que fue al mismo tiempo, una santa, una hereje y una revolucionaria. En nuestra época la razón de Estado no la habría tratado con más justicia. Y Bernard Shaw, no habría estado tal vez entre los firmantes de su condena; pero probablemente tampoco habría estado entre los prosélitos de su fe y su doctrina.

José Carlos Mariátegui La Chira