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Farinacci

Farinacci

Farinacci ha dado su nombre, su tono y su estilo a una tensa y acre jornada de la campaña fascista. Después de catorce meses de agresiva campaña, ha dejado el puesto de secretario general del partido fascista, al cual fuera llamado cuando Mussolini, convencido de que la “variopinta” oposición del Aventino no era capaz de la insurrección, resolvió pasar a la ofensiva, inaugurando una política de rígida represión de las campañas de la prensa y de tribuna de sus muchos y muy enconados pero heterogéneos y mal concertados adversarios.

Fascista de la primera hora. Farinacci procede de la pequeña burguesía y del socialismo. Fue en 1914 uno de los disidentes socialistas que predicaron la intervención. En esta falange a la que, por diversos caminos, arribaban sindicalistas revolucionarios como Corridoni, socialistas tempestuosos como Mussolini y socialistas reformistas y parlamentarios como Bissolati, era Farinacci un milite oscuro y terciario. No lo destacaban siquiera el ánimo “ardito”, osado, ni la actitud temeraria, demagógica. Amigo y adepto del diputado Bissolati, líder de un grupo de socialistas colaboracionistas, Farinacci tenía una franca posición reformista y democrática. La guerra exaltó su temperamento y cambió su filiación. El gregario del reformismo bissolatiano se convirtió en un ardiente secuaz de Mussolini.

En el fascismo, Farinacci encontró su camino y descubrió su personalidad, que no eran, -contrariamente a lo que hasta entonces podía haberse pronosticado,- los de un pávido y mesurado funcionario social-democrático, sino los de un frenético y encendido agitador fascista. El opaco ferroviario, se sintió elegido para jugar un rol en la historia de Italia.

Fue el organizador y el animador del fascismo en la provincia de Cremona, una de las provincias septentrionales donde prendió más tempranamente el fuego mussoliniano. Esta actuación le franqueó en las elecciones de 1921 las puertas de la Cámara. Le tocó a Farinacci ser uno de los fascistas que ingresaron entonces al Parlamento para enunciar tumultuariamente, con los puños más que con los conceptos, la praxis del anti-parlamentarismo.

Desde esa época, Farinacci, se caracterizó como el más genuino representante del espíritu y la mentalidad “escuadristas” del fascismo. El “escuadrismo” es la acción directa y tundente de las guerrillas o “escuadras” de camisas negras. Es la cachiporra, es la bomba de mano, es el asalto. El período de movilización y entrenamiento del fascismo fue, como se dice en italiano, exquisitamente escuadrista. Y bien, este “escuadrismo” tiene en Farinacci su traductor y su caudillo.

La ascensión de Mussolini al poder abrió un período de desarme. El primer gabinete fascista nacía de un compromiso. Era un gabinete de coalición, en el que colaboraban con el fascismo los populares y los liberales. Mussolini debía el gobierno a la abdicación de la mayor parte de la burguesía liberal. Su retomado oportunismo tuvo, por consiguiente, que evitar todo gesto que pudiese chocar demasiado a los “railliés”. Farinacci, distanciado de la dirección del partido, se arrinconó en un extremismo intransigente, en un altruismo acérrimo. Pero su influencia no se anuló en veinticuatro horas. Al día siguiente de la marcha sobre Roma un telegrama suyo torpedeó certeramente las negociaciones en curso para conseguir que del gabinete de coalición, encabezado por el Duce, formase parte Gino Baldesi, líder reformista de la Confederación General del Trabajo.

La crisis causada por el asesinato de Matteoti restauró el prestigio de Farinacci dentro del fascismo. En los días de turbación y de desconcierto que siguieron al crimen, cuando el propio Mussolini, forzado a mostrarse sagaz y cauto, lo denunciaba como un acto estúpido y antifascista, Farinacci fue uno de los pocos fascistas que se sintieron dispuestos a justificarlo. El ex-ferroviario, -que de los lauros de la marcha a Roma se había servido para ganar fascisticamente el grado de doctor en derecho,- se ofreció a defender ante sus jueces a Amérigo Dumini, el principal acusado. Y emprendió una violentísima campaña de periódico y de comicio contra el Aventino. Los editoriales de su periódico “Cremona Nuova” amenazaban cotidianamente a los partidos del Aventino con una segunda oleada fascista. La prensa fascista, excepción hecha del altruista y delirante “Impero”, no osaba solidarizarse con el fascista cremonense, sobre cuya cabeza llovían los vituperios y los anatemas de los entonces innumerables diarios de oposición. Pero desde que el fascismo inició su contra-ofensiva -a continuación de un famoso discurso de Mussolini en la cámara, asumiendo toda la responsabilidad histórica y política de la violencia fascista y desafiando al bloque del Aventino a acusarlo categóricamente de culpabilidad en el asesinato de Matteoti,- Farinacci resultó designado fatalmente por la situación y los acontecimientos para ocupar el puesto de mando. La elección de Farinacci como secretario general del fascismo correspondió al nuevo humor escuadrista de los “camisas negras”.

Esta designación era, más aún que el discurso de Mussolini del 3 de enero, una enfática declaratoria de guerra sin cuartel. Y no de otro modo sonó en los oídos y en los ánimos de los diputados del Aventino que, en seis meses de vociferación antifascista, habían consumido su energía y perdido la oportunidad de derrocar al fascismo.

Durante más de un año, el puño y la frase crispadas del terrible ferroviario de Cremona han marcado el compás de la política fascista. Los elementos templados y discretos del fascismo han tenido que sufrir, resignadamente, durante todo este tiempo, su implacable dictadura y su pésima sintaxis. Un seco y agrio úkase de Farinacci, a poco de su asunción de la secretaría general, expulsó del fascismo, marcándolo a fuego como un traidor, a uno de los más significados entre estos elementos, Aldo Oviglio, ex-ministro de justicia del régimen fascista.

Pero un año de represión policial y de movilización escuadrista ha bastado al fascismo para liquidar al bloque del Aventino y para sentar las bases de una legislación fascista que radicalmente modifica el estatuto de Italia. Otras ofensivas escuadristas serán, sin duda, necesarias en lo porvenir. Mas, por ahora, el fascismo puede hacer reposar sus cachiporras. El juicio Matteotti ha concluido con la absolución de los responsables, y hace año y medio era para el propio Duce del fascismo un crimen nefando. En la audiencia de Chieti, Farinacci ha hecho no la defensa, sino más bien la apología, de Amerigo Dumini y de sus secuaces. Después de este último golpe de “manganello”, no le quedaba a Farinacci nada que hacer en la jefatura del fascismo donde, pasada la tempestad, su virulencia y su belicosidad habían empezado a volverse embarazantes. Farinacci en 1925 era el jefe lógico del fascismo; en 1926, su misión ha concluido. Mussolini, que, buen conocedor de la psicología de su gente, usa fórmulas solemnemente sibilinas, condensa el programa fascista para este año en estas dos palabras: silencio y trabajo. Estas palabras, según el lenguaje del “Popolo d’Italia”, definen el estilo fascista en 1926.

Los alalás de Farinacci no se compadecían con el nuevo estilo fascista. Por esto, - licenciado o no por Mussolini,- Farinacci ha dejado el comando del partido. Desde hace algún tiempo se señalaba y se comentaba su sordo disenso, su silenciosa lucha con Federzoni. El ministro del interior, con Rocco, Meraviglia, y otros, “nacionalistas”, representa el sector moderado, tradicional, derechista del fascismo. Y por el momento, esta es la gente que debe dar el tono al régimen. El escuadrismo, momentáneamente, se retira a Cremona.

José Carlos Mariátegui

José Carlos Mariátegui La Chira

"Dedalus" o la adolescencia de James Joyce

"Dedalus" o la adolescencia de James Joyce

Ya tenemos en español una parte de James Joyce. No solo una parte de su obra, que no es muy voluminosa, sino una parte de su vida. Una parte del propio James Joyce. Porque “Dedalus”, esta novela que acaba de traducir al español la Biblioteca Nueva, es un “retrato del artista de joven”. “A Portrait of the Artist a Young Man”.

El caso Joyce se presenta con la misma repentina y urgente resonancia del caso Proust o del caso Pirandello. James Joyce nació hace cuarenticuatro años. Pero hasta hace pocos años su existencia no había logrado aún revelarse a Europa. Su descomunal novela “Ulysses”, perseguida en Inglaterra por un puritanismo inquisitorial, apareció en París en 1922. El manuscrito de “Dedalus” está fechado en Trieste en 1914. Joyce vivía en ese tiempo en Trieste como profesor de lenguas extranjeras. De Trieste escribía al escritor italiano Carlos Linati sobre su “Ulysses”, antes de conseguir verlo impreso: “Es la epopeya de dos razas (Israel-Irlanda) y, al mismo tiempo, el ciclo del cuerpo humano, y también la pequeña historia de una jornada... . Hace siete años que trabajo en este libro! Es igualmente una obra de enciclopedia. Mi intención es interpretar el mito sub specie temporis nostri permitiendo que cada aventura (esto es cada hora, cada órgano, cada arte conexa y consustanciada con el esquema del todo) cree su propia técnica. Ningún impresor inglés ha querido imprimir una palabra de esta obra. En Norteamérica, la revista que la ha publicado ha sido suprimida cuatro veces. Ahora se prepara un gran movimiento contra su publicación de parte de puritanos, imperialistas ingleses, republicanos, irlandeses y católicos. ¡Qué alianza!”

La divulgación de Joyce en el mundo latino empezó hace dos años con la traducción francesa de “Dedalus” (Editions de la Sirene. París) y la traducción italiana de “Exiles” (Ed. Convegno. Milán). Pero la notoriedad de su nombre era ya extensa. Esta notoriedad se alimentaba, ante todo, del escándalo suscitado por “Ulysses”. Y, en segundo lugar, del estrépito con que descubrían a Joyce algunos críticos cosmopolitas, pescadores afortunados de novedades extranjeras. Valery Larbaud, uno de estos críticos, decía: “Mi admiración por Joyce es tal que yo no temo afirmar que si de todos los contemporáneos uno solo debe pasar a la posteridad, será Joyce”.

He aquí que hoy llega Joyce al español con menos retardo del que España nos tiene habituados a sufrir en la traducción de los libros contemporáneos. Y está bien entrar en James Joyce por el laberinto de “Dedalus”. “Dedalus” es la mejor introducción posible en “Ulysses”. Ahí está ya, sin duda, —aunque larvada todavía,— la técnica del artista. No aparece aún el “monólogo interior”, con su complicado caos de imágenes, palabras, símbolos, sin puntos ni pausas. Pero en “Dedalus” el artista, en el fondo, monologa únicamente. No se comenta; se retrata. La sola imagen que encontramos en la novela es, verdaderamente, la suya. Las demás imágenes no hacen sino reflejarse en ella como para contrastar su existencia y, sobre todo, su desplazamiento. Valery Larbaud escribe, apologéticamente, que “Dedalus” es un gran libro y Joyce “toda la literatura inglesa en este momento”. Y, con entusiasmo exaltado, agrega: “En verdad, Yeats no será considerado mañana sino como la más grande figura del Renacimiento Irlandés antes de Joyce. “Dedalus” es de la estirpe de “L, Education sentimentale” y de la trilogía de Vallés. Es la historia del esfuerzo del espíritu por superarse, por superar su medio social, su educación y aún su nacionalidad. Y es por esto que, siendo profundamente irlandés, Joyce es también un gran europeo. El es comparable a los santos intelectuales de la antigua Irlanda que han jugado un rol tan grande en la cristiandad”.

Joyce, en esta novela, nos conduce por los intrincados caminos de su adolescencia. Uno de los más logrados intentos del libro me parece el de enseñarnos las estaciones y las jornadas de esta adolescencia reviviéndolas, con su música íntima, con su armonía subjetiva, en toda su virginidad, sin que se sienta el viaje. El artista nos descubre su pasado como nos descubriría su presente. No se mezcla a los acontecimientos ningún elemento que delate que lo actual en el relato ha dejado de ser actual en la vida. Ningún elemento de crítica o de opinión con sabor retrospectivo. Las impresiones de la adolescencia de Stephen Dedali conservan intacta su inocencia.

Stephen Dedalus estudia en un colegio de Jesuitas. Y la novela no deforma ni al estudiante ni al colegio ni a los jesuitas. Todas las cosas, todos los tipos nos son presentados con candor. El artista no los juzga. Stephen Dedalus, buscándose a sí mismo, conoce el pecado y el arrepentimiento, conoce la fe y la duda. Pero, finalmente, las supera. En su peregrinación descubre el arte. El arte, que no es aún una meta, sino sólo una evasión.

Joyce nos da una versión, única acaso en la literatura, de las crisis de conciencia de un adolescente, con espíritu religioso y sensibilidad acendrada en un colegio católico. El capítulo en que su adolescencia, con el sabor del pecado carnal en los labios tímidos, pasa por la prueba de unos “ejercicios espirituales”, es un capítulo maravilloso. Joyce da la impresión de conducirnos con lentitud por este atormentado y proceloso episodio. Los hechos transcurren con una morosidad deliberada. Las pláticas del “retiro” están puntualmente y minuciosamente repetidas. Y sin que falte ni una palabra, ni un gesto del predicador. Y, sin embargo, no hay nada demás en el relato. Como lo observa el distinguido crítico español Antonio de Marichalar este episodio, que fluye en el mismo tiempo que ocuparía en la realidad, "conserva su misma naturaleza".

Y no todo es lentitud ni minucia en “Dedalus”. Las últimas jornadas del viaje están servidas en comprimidos. Las cosas pasan a prisa. Joyce reproduce las notas de un diario que no aprehende sino su esencia. He aquí una muestra de su procedimiento: “22 de marzo. En compañía de Lynch, seguido una enfermera voluminosa. Iniciativa de Lynch. Abomino esto. Dos flacos lebreles famélicos detrás de una ternera".

Y dejamos así a Joyce en la estación en que, evadiéndose de su adolescencia, como de un laberinto, se embarca en el tren de la aventura. En su viaje sin itinerario, lo aguardaba en Trieste, antesala de su celebridad, un oscuro pupitre de profesor de idiomas extranjeros.

José Carlos Mariátegui

José Carlos Mariátegui La Chira

Eugenio V. Debs

Eugenio V. Debs

Eugenio V. Debs, el viejo Gene, como lo llamaban sus camaradas norteamericanos, tuvo el alto destino de trabajar por el socialismo en el país donde más vigoroso y próspero es el capitalismo y donde, por consiguiente, más sólidas y vitales se presentan sus instituciones y sus tesis. Su nombre llena un capítulo entero del socialismo norteamericano, que contra lo que creen, probablemente, muchos, no ha carecido de figuras heroicas. Daniel de León, marxista brillante y agudo que dirigió durante varios años el Socialist Labour Party y John Reed, militante de gran envergadura, que acompañó a Lenin en las primeras jornadas de la revolución rusa y de la Primera Internacional, comparten con Eugenio Debs la cara y sombría gloria de haber sembrado la semilla de la revolución en los Estados Unidos.

Menos célebre que Henry Ford cuya fama pregonan en el mundo millones de automóviles y affiches, Eugenio Debs, de quien el cable nos ha hablado en ocasión de su muerte como de una figura “pintoresca”, era un representante del verdadero espíritu, de la auténtica tradición norteamericana. La mentalidad y la obra del desnudo y modesto agitador socialista influyen en la historia de los Estados Unidos cien mil veces más que la obra y los millones del fabuloso fabricante de automóviles. Esto naturalmente no son capaces de comprenderlo quienes se imaginan que la civilización es solo fenómeno material. Pero la historia de los pueblos no se preocupa, por fortuna, de la sordera y la miopía de esta gente.

Debs entró en la historia de los Estados Unidos en 1901, año en que fundó con otros líderes el partido socialista norteamericano. Dos años más tarde este partido votó por Debs para la presidencia de la República. Este no era por supuesto sino un voto romántico. El socialista norteamericano no miraba en las elecciones presidenciales sino una coyuntura de agitación y propaganda. El candidato venía a ser únicamente el líder de la campaña.

El partido socialista adoptó una táctica oportunista. Aspiraba a devenir el tercer partido de la política yanqui, en la cual, como se sabe, hasta las últimas elecciones no eran visibles sino dos campos, el republicano y el demócrata. Para realizar este propósito el partido transigió con el reformismo mediocre y burocrático de la Federación Americana del Trabajo, sometida al cacicazgo de Samuel Gompers. Esta orientación era la que correspondía a la mentalidad pequeño-burguesa de la mayoría del partido. Pero Debs, personalmente, se mostró siempre superior a ella.

Cuando la guerra mundial produjo en los Estados Unidos una crisis del socialismo, por la adhesión de una parte de sus elementos al programa de reorganización mundial en el nombre del cual Wilson arrojó a su pueblo a la contienda, Debs fue uno de los que sin vacilaciones ocupó su puesto de combate.

Por su propaganda anti-bélica, Debs, encarcelado y procesado como derrotista, resultó finalmente condenado a diez años de cárcel. Mientras la censura se lo permitió, (…).

José Carlos Mariátegui La Chira

Krassin

Krassin

La figura de Leonidas Borisovitch Krassin era, seguramente, la más familiar al Occidente entre todas las figuras de la Rusia Sovietista. El motivo de esta familiaridad es demasiado notoria. Krassin, comisario de comercio exterior, resultaba el más conspicuo agente viajero de los soviets. Intervino en las negociaciones de Brest Litowsk. Y desde entonces representó a los soviets en casi todas sus transacciones con la Europa Occidental. Suscribió en 1920 el tratado comercial entre Rusia y Suecia. Negoció en 1921 el primer convenio comercial entre Inglaterra y los Soviets. Concurrió a las conferencias de Génova y La Haya. Representó, en fin, a Rusia como embajador en Inglaterra y Francia.

Agente comercial, más que agente diplomático, Krassin ponía al servicio de la revolución rusa su capacidad y experiencia en los negocios. Rusia no habla en Occidente en nombre de ideales comunes sino de intereses recíprocos. Esto es lo que diferencia y caracteriza fundamentalmente a su diplomacia. Un embajador de Rusia en Londres, París, o New York, no necesita ser diplomático sino en la medida en que necesita serlo, por ejemplo, un banquero. En su servicio diplomático, a los soviets no les hacen falta literatos ampulosamente elocuentes ni pisaverdes encantadoramente imbéciles. Les hacen falta técnicos de comercio y finanzas.

La prestancia de Krassin, en este campo era extraordinaria. Krassin, uno de los más notables ingenieros rusos, provenía de la más alta jerarquía técnica e industrial. Había llegado a ocupar, con la guerra, la dirección de los negocios y establecimientos rusos de la poderosa firma alemana Siemens Shuckert.

Pero solo esta capacidad técnica no lo habilitaba naturalmente para pasar a un puesto de compleja responsabilidad en el gobierno socialista de Rusia. Antes que ingeniero y financista, Krassin era un revolucionario. Toda su historia lo atestiguaba. Salido de una familia burguesa, Krassin desde su juventud dio su adhesión al socialismo. Muchas veces la persecución de la policía zarista le forzó a interrumpir sus estudios. Su inquietud espiritual, su sensibilidad moral, no le permitían clausurarse egoísta y cómodamente dentro de los confines de una profesión. Por esto, consagró todas sus energías a la propaganda revolucionaria. Y, más tarde, cuando sus aptitudes lo señalaron entre los más brillantes ingenieros de Rusia, Krassin mantuvo su fe y su filiación revolucionarias. Tal como antes comprometieron sus estudios, esta filiación, esta fe, comprometían entonces su carrera. Krassin, sin embargo, continuaba trabajando por la revolución. A la represión zarista estuvo siempre sindicado como un conspirador, vinculado a los más peligrosos enemigos del orden social. Únicamente su eminente situación profesional, sus potentes relaciones industriales pudieron salvarlo de la deportación permanente a que estaban condenados virtualmente los líderes bolcheviques.

Krassin representa un caso poco frecuente en la burguesía profesional. En el ambiente de los negocios, es raro que un hombre conserve un amplio horizonte humano, un vasto panorama mental. Por lo general, muy pronto lo aprisionan y lo encierran los muros de un profesionalismo tubular o de un egoísmo utilitario y calculador. Para saltar estas barreras, hay que ser un espíritu de excepción. Krassin lo era incontestablemente. En un período de victorioso despotismo reaccionario, cuyas encrucijadas sombrías o cuyos dorados mirajes desviaban a los espíritus hesitantes y apocados, Krassin conservó intacta su esperanza en el triunfo final del proletariado y del socialismo.

Por eso Lenin, cuando este triunfo vino, llamó a Krassin a ocupar a su lado uno de los puestos de más responsabilidad en el gobierno revolucionario. El gran caudillo de la Revolución rusa sabía que Krassin no era solo un técnico idóneo sino también un idóneo socialista.

Lenin, como lo recuerdan sus biógrafos, no se mostró nunca embarazado en su acción ni en sus decisiones por sentimientos de puritanismo estrecho ni por prejuicios de moral burguesa. Pero exigió siempre en los conductores de la revolución una historia de intachable fidelidad a este respecto. Su respuesta a un ex-socialista revolucionario alemán, enriquecido deshonestamente durante la guerra, que solicitó su permiso para volver a su puesto en el movimiento proletario: “No se hace la revolución con las manos sucias”.
No es posible pretender ciertamente que los adversarios naturales de la revolución tributen a las cualidades superiores de un hombre como Krassin el homenaje de respeto que no les regatea ninguna inteligencia libre y clara. Pero, al menos, hay derecho para exigirles que ante los despojos de un hombre cuya vida heroica y noble queda definitivamente incorporada en la historia, sepan comportarse con dignidad y altura polémicas. Complacerse en esta ocasión en pueriles evocaciones del frac, la camisa y la vajilla del Embajador -porque no quiso prestarse a los juegos y diversiones estragadas de la burguesía occidental convirtiéndose, con ridícula cursilería demagógica, en el personaje pintoresco de los salones diplomáticos- es mostrarse incapaces de entender y apreciar el valor, el espíritu y el idealismo del Hombre. Los que sin duda han leído a Plutarco podrían tener una actitud más discreta.

Un hombre fuerte, puro, honrado -que ha servido abnegadamente una gran idea humana- ha cumplido su jornada. Su vida queda como una lección y como un ejemplo. Su nombre está ya no solo escrito en la historia de su patria sino en la historia del mundo. No es fácil decir lo mismo de todos los que inciensan pródiga e inocuamente, en sus féretros, la prosa hiperbólica de las necrologías periodísticas.

José Carlos Mariátegui

José Carlos Mariátegui La Chira

Carta de Filiberto Teusta Mori, 14/12/1927

Lima, 14 de diciembre de 1927
Señor,
José Carlos Mariátegui
Ciudad
Distinguido escritor:
Ya personalmente le participé mi proyecto de fundar en esta Ciudad, una revista titulada "LABOREMOS". Mis trabajos van avanzando, i el primer número saldrá en enero próximo.
Entre los intelectuales que he escogido para unirme a ellos, Ud. falta. Por eso me interesa saber con precisión si no rehusa Ud. colaborar en mi revista, que será tribuna de los hombres nuevos, que desean "crear un Perú nuevo".
Soy un soldado más, de las ideas nuevas; i estoy dispuesto a luchar i sacrificarme por todo lo que significa: renovación, avancismo; es decir, revolución.
¿Le parece a Ud. bueno o inapropiado el título de mi revista?
Como primer paso para formar una nueva conciencia popular en mi Departamento (Amazonas) pienso fundar: Una Biblioteca Pública; un Instituto de Enseñanza Popular, i una Asociación de Estudiantes Amazonenses, compuesta de todos los alumnos del Colegio i escuelas de ese Departamento. Tengo seguridad de triunfar. ¿Apoya Ud. este proyecto mío?
Saludándole afectuosamente me despido
Su atte i S. S.
Filiberto Teusta Mori.

Teusta Mori, Filiberto

Carta a Ricardo Vegas García, 3/6/1925

Lima, 3 de junio de 1925
Mi querido Vegas:
Ahí va mi respuesta a la enquête. Ahí va también, más puntual que de costumbre, mi artículo de la semana. Le adjunto asimismo un borrosísimo Panait Istrati que puede servir, en caso de que no tenga Ud. mejor retrato, para que Vizcarra o Vallejos reconstruyan un Panait Istrati, a lápiz o a pluma, aunque no resulte válido sino en primera aproximación como diría un físico relativista. Esa fotografía, aunque borrosa, es un documento de la biografía de Panait Istrati. Lo presenta en pose de fotógrafo ambulante en un malecón de Niza un mes antes de que se convirtiera, de improviso y con el primer libro, en un literato ilustre y archinotorio.
Me marcharé siempre a Chosica por unos días; pero no partiré antes del sábado o del lunes.
No se olvide Ud. de reclutarme los folletos y revistas dispersos que tengo en su oficina. Reivindico igualmente la propiedad de la fotografía de Pettoruti.
Muy cordialmente lo abraza su amigo y compañero.
José Carlos

José Carlos Mariátegui La Chira

Una encuesta a José Carlos Mariátegui [Recorte de prensa]

Una encuesta a José Carlos Mariátegui

—¿Cómo cambiaron sus rumbos y aspiraciones literarias y se definieron en la forma que hoy se han definido?

  • Soy poco autobiográfico. En el fondo, yo no estoy muy seguro de haber cambiado. ¿Era yo, en mi adolescencia literaria, el que los demás creían, el que yo mismo creía? Pienso que sus expresiones, sus gestos primeros no definen a un hombre en formación. Si en mi adolescencia mi actitud fue más literaria y estética que religiosa y política, no hay de qué sorprenderse. Esta es una cuestión de trayectoria y una cuestión de época. He madurado más que cambiado. Lo que existe en mí ahora, existía embrionaria y larvadamente cuando yo tenía veinte años y escribía disparates de los cuales no sé por qué la gente se acuerda todavía. En mi camino, he encontrado una fe. He ahí todo. Pero la he encontrado porque mi alma había partido desde muy temprano en busca de Dios. Soy un alma agónica como diría Unamuno. (Agonía, como Unamuno con tanta razón lo remarca, no es muerte sino lucha. Agoniza el que combate.) Hace algunos años yo habría escrito que no ambicionaba sino realizar mi personalidad. Ahora, prefiero decir que no ambiciono sino cumplir mi destino. En verdad, es decir la misma cosa. Lo que siempre me habría aterrado es traicionarme a mí mismo. Mi sinceridad es la única cosa a la que no he renunciado nunca. A todo lo demás he renunciado y renunciaré siempre sin arrepentirme. ¿Es por esto por lo que se dice que mis rumbos y aspiraciones han cambiado?

—¿Cómo hace usted para vivir al corriente de la actualidad internacional y referírnosla sin engañarse y sin engañarnos?

  • Trabajar, estudiar, meditar. Alguien me ha atribuido la lectura de revistas checoeslavas y yugoeslavas. Puede usted creerme si le afirmo que mis fuentes de información son menos exóticas y que no conozco lenguas eslavas. Recibo libros, revistas, periódicos de muchas partes, no tantos como quisiera. Pero el dato no es sino dato. Yo no me fío demasiado del dato. Lo empleo como material. Me esfuerzo por llegar a la interpretación.

—¿Tiene usted comunicación directa con centros, periódicos o personas empeñadas en la labor de justicia social que preocupa a la humanidad en la hora presente?

  • Soy perezoso para la correspondencia. Escribo muy pocas cartas. Pero naturalmente vivo en espontánea relación con algunas gentes del extranjero. Con núcleos y revistas de Hispanoamérica sobre todo. También con algunas gentes de Estados Unidos y Europa. Los últimos correos me han traído algunas cartas interesantes. Waldo Frank, el gran nortea­mericano, agradece, en un artículo mío publicado en el Boletín Bibliográfico de la Universidad de Lima, un saludo de Sudamérica. Henri Barbusse me escribe: «Más que nunca nos ocupamos de agrupar las fuerzas intelectuales internacionales. Buscamos la fórmula amplia y humana que nos permitirá apoyarnos los unos en los otros y suscitar, entre los trabaja­dores del espíritu, defensores del porvenir. Para esto me pondré sin duda algún día en relación con usted, pues yo pienso que usted representa en su país los elementos osados y lúcidos que hay que llegar a unir en bloque». Manuel Ugarte, co­mentando mi libro, me recuerda que él ha sido siempre un hombre de extrema izquierda y que «si los acontecimientos nos ponen en el trance de elegir entre Roma y Moscú», él se pronunciará resueltamente a favor de Moscú.

—¿Cree usted que el nuevo estado de espíritu a que alude Ingenieros se deja sentir entre nosotros?

  • Ciertamente. Hay muchas señales de renovación espiritual e ideológica. Yo mismo no soy sino un síntoma. En Lima, en el Cuzco, en Trujillo, en la ciudad y en la aldea, existen hombres que trabajan con la mirada puesta en el porvenir. En el porvenir que será de los que sepan serle fieles. La nueva generación no es una mera frase. Y la calumnian quienes la suponen poseída por un espíritu exclusivamente destructor, iconoclasta, negativo. Al contrario, yo no puedo concebirla sino como una generación eminentemente cons­tructiva. Y muy idealista y muy realista al mismo tiempo. Nada de fórmulas utópicas. Nada de abstracciones brumosas.

—¿Cuál es, en su concepto, el movimiento revo­lucionario-idealista de mayor trascendencia .en los últimos tiempos?

  • La revolución rusa, incontestablemente. Lo que no quiere decir que yo no admire y estime el movimiento gan­dhiano aunque políticamente lo vea fracasado.

—¿Qué libro publicado después de la guerra es el que, a su ver, tiene mayor dosis de humanidad?

  • Es difícil responder. Ortega y Gasset nos habla de la deshumanización del arte. Su tesis aparece fundada si se tiene en cuenta sólo algunas corrientes, algunas expresiones de decadencia o de desequilibrio. El más nuevo y más interesante movimiento de la literatura occidental —el suprarrealismo— no se conforma con la tesis de la deshuma­nización del arte. Me parece, más bien, un intento de rehu­manización. Hay, por otra parte, mucha humanidad en la obra de Romain Rolland, de Henri Barbusse, de Fierre Hamp, de George Duhamel, por no citar sino especímenes ilustres de la literatura francesa, la más conocida aquí después de la española. ¿Y Leonhard Frank, Waldo Frank, Israel Zangwill, Panait, Istrati y el propio Bernard Shaw? Al mismo Pirandello —producto típico de una decadencia— yo no lo encuentro tan antihumano o inhumano como se pretende. Pero, en fin, si usted me pide títulos, citaré al azar: "Der mensch ist gut" de Leonhard Frank, el "Juan Cristóbal" y "L'Ame Enchantée" de Romain Rolland, "Le Lin" y toda la serie de "la peine des hommes" de Pierre Hamp, "Les Enchainements" de Henri Barbusse.

—¿Qué libros de esta índole cree usted que deberían ser divulgados entre nosotros?

  • Todos los que encierren una verdad honda; todos los que traduzcan una fe apasionada y creadora; todos los que no sean puro diletantismo o snobismo.

—¿Por sus conocimientos y vinculaciones puede usted decirme si hay una verdadera organización obrera en el Perú?

  • Todavía no. No hay sino embriones, gérmenes de organización. En Lima la organización sindical ha hecho muchos progresos porque aquí hay numeroso proletariado industrial. En las pequeñas ciudades no es posible aún la organización.

—¿Cómo luchar contra el analfabetismo, una de nuestras mayores desgracias?

  • No soy de los que piensan que la solución del problema indígena es una simple cuestión de alfabeto. Es, más bien, una cuestión de justicia. No la resolverá, sólo, un ministro de Instrucción Pública. El indio alfabeto no es más feliz ni más libre ni más útil que el indio analfabeto. El ejemplo de México me parece, a este respecto, el más próximo.

—¿Cree usted que hace falta un diario de orientación obrera en el Perú?

  • Tan lo creo que inicié hace dos años la fundación de la Editorial Obrera Claridad.

—¿Cree usted que existe entre nosotros el feminismo en el verdadero sentido de esta palabra?

-Existen algunas feministas. Pero feminismo —en­tendido como movimiento orgánico y definido, de espíritu revolucionario— no existe aún.

Ramos, Angela

Bernard Shaw

Bernard Shaw

Su jubileo ha encontrado a Bernard Shaw en su ingénita actitud de protesta. No ha tenido Shaw en su máximo aniversario honores oficiales como en su patria los ha tenido en menor ocasión el futurista e iconoclasta Filipo Tomaso Marinetti. A su diestra no se ha sentado en el banquete de sus amigos el jefe del gobierno, Mr. Baldwin, sino un viejo camarada de la Fabian Society, Ramsay Mac Donald. El gobierno inglés se ha limitado a impedir la trasmisión radiofónica del discurso del glorioso dramaturgo.
Esta es quizá la más honrosa consagración a que podía aspirar un hombre genial al que la gloria no ha domesticado. Hasta en su jubileo Shaw tenía que ser un revolucionario, un heterodoxo. Bernard Shaw, es uno de los pocos escritores que da la sensación de superar su época. De él no se podrá decir como de Renán que “ne depasse pas la doute”. Shaw es un escéptico del escepticismo. Toda la experiencia, todo el conocimiento de su época están en su obra, pero en ella están también el anhelo y el ansia de una fe, de una revelación nueva. Shaw se ha alimentado de media centuria de cientificismo y de positivismo. Y sin embargo ningún escritor de su tiempo siente tan hondamente como él la limitación del siglo XIX. Pero este siglo XIX no es para Bernard Shaw, como para León Daudet, estúpido por revolucionario ni por romántico, sino por burgués y materialista. Bernard Shaw, aprecia y admira precisamente todo lo que en él ha habido de romántico y de revolucionario. Aprecia y admira a Marx, por ejemplo, que no es la tesis sino la antítesis de ese siglo de capitalismo.
Shaw más bien que un escéptico es un relativista. Su relativismo representa precisamente su rasgo más peculiar de pensador y dramaturgo del Novecientos. La actitud relativista es tan cabal en Bernard Shaw que cuando se divulgó la teoría de Einstein lo único que le asombró fue que se considerase como un descubrimiento. A Archibald Henderson le ha dicho que halló “que Einstein podía ser calificado más justamente de refutador de la relatividad que descubridor de ella”.
Medio siglo de positivismo y de cientificismo ochentista impide a Bernard Shaw pertenecer íntegramente al siglo veinte. A los setenta años Shaw compendia y resume primero toda la filosofía occidental y, luego la traspasa, la desborda. Anti-racionalista a fuerza de racionalismo, físico a fuerza de materialismo, Shaw conoce toda la meta del pensamiento contemporáneo. A pesar del handicap que le imponen sus setenta años, las ha dejado ya atrás. Sus coetáneos le han dado fama de hombre paradójico. Pero esta fama yo no sé por qué me parece un interesado esfuerzo por descalificar la seriedad de su pensamiento. Para no dar excesiva importancia a su sátira y a su ataque, la burguesía se empeña en convencernos de que Bernard Shaw es ante todo un humorista. Así después de haber asistido a la representación de una comedia de Shaw, la conciencia de un burgués no siente ningún remordimiento.
Mas un minuto de honesta reflexión en la obra de Shaw, basta para descubrir que a este hombre le preocupa la verdad y no el chiste. La risa, la ironía, atributos de la civilización, no constituyen lo fundamental sino lo ornamental en su obra. Shaw no quiere hacernos reír sino hacernos pensar. Él, por su parte, ha pensado siempre. Su obra no nos permite dudarlo.
Esta obra se presenta tan cargada de humor y de sátira porque no ha podido ser apologética sino polémica. Pero no es polémica exclusivamente, porque Shaw tenga un temperamento de polemista. La preferencia de Shaw por el teatro nos revela, en parte, que este es su pensamiento. Shaw no ama la novela; ama en cambio, el teatro. Y en el teatro debe sentirse bien todo temperamento polémico, porque el teatro dramatiza el pensamiento. El teatro es contradicción, conflicto, contraste. La potencia creadora del polemista depende de estas cosas. Shaw ha superado a su época por haberla siempre contrastado. Todo esto es cierto. Mas en la obra de Shaw se descubre el deseo, el ideal de llegar a ser apologética. Shaw, piensa que “el arte no ha sido nunca grande cuando no ha facilitado una iconografía para una religión viva”.
Su tesis sobre el teatro moderno reposa íntegramente sobre este concepto. Shaw denuncia lo feble, lo vacío del teatro moderno, no desprovisto de dramaturgos brillantes y geniales como Ibsen y Strindberg; pero sí de dramaturgos religiosos capaces de realizar en esta época lo que los griegos realizaron en la suya. A esta conclusión le ha conducido su experiencia dramática propia: “Yo escogí, dice, como asuntos, el propietarismo de los barrios bajos, el amor libre doctrinario (seudo-ibsenismo) la prostitución, el militarismo, el matrimonio, la historia, la política corriente, el cristianismo natural, el carácter nacional e individual, las paradojas de la sociedad convencional, la caza de marido, las cuestiones de conciencia, los engaños e imposturas profesionales, todo ello elaborado en una serie de comedias de costumbres a la manera clásica que entonces estaba muy fuera de moda, siendo de rigor en el teatro los ardides “mecánicos” de las construcciones parisinas. Pero esto aunque me ocupó y me conquistó un lugar en mi profesión no me constituyó en iconógrafo de la religión de mi tiempo para completar así mi función natural como artista. Yo me daba perfecta cuenta de todo eso, pues he sabido siempre que la civilización necesita una religión, a todo trance, como cuestión de vida o muerte”.
La ambición de Shaw es la de un artista que se sabe genial y sumo: crear los símbolos del nuevo espíritu religioso. La evolución creadora es a su juicio, una nueva religión. “Es en efecto -escribe- la religión del siglo XX, surgida nuevamente de las cenizas del seudocristianismo, del mero escepticismo y de las desalmadas afirmaciones y ciegas negaciones de los mecanicistas y neo-darwinistas. Pero no puede llegar a ser una religión popular hasta que no tenga sus leyendas, sus parábolas, sus milagros”. De esta alta ambición han nacido dos de sus más sustanciosas obras: “Hombre y Super-hombre”, en 1901, y “Volviendo a Matusalen”, en 1902. Pero el genio de Shaw vive un drama tremendo. Su lúcida conciencia de un arte religioso, no le basta para realizar este arte. Sus leyendas demasiado intelectuales, no puedes ser populares, no me parece que logren expresar los mitos de una nueva edad. Hay en su obra una distancia fatal entre la intención y el éxito. El intelectual, el artista, en este periodo histórico no tiene casi más posibilidad que la protesta. Un nuevo agónico, crepuscular, no puede producir una mitografía nueva.

José Carlos Mariátegui La Chira

El cemento por Fedor Gladkov

El cemento por Fedor Gladkov

“El Cemento” de Fedor Gladkov y “Manhattan Transfer” de John Dos Pasos. Un libro ruso y un libro yanqui. La vida de la URSS frente a la vida de la USA. Los dos super estados de la historia actual se parecen y se oponen hasta en que, como las grandes empresas industriales, -de excesivo contenido para una palabra- usan un nombre abreviado: sus iniciales. (Véase “L’atre Europe” de Luc Durtain) “El Cemento” y “Manhattan Transfer” aparecen fuera del panorama pequeño-burgués de los que en Hispano américa, y recitando cotidianamente un credo de vanguardia, reducen la literatura nueva a un escenario europeo occidental, cuyos confines son los de Cocteau, Morand, Gómez de la Serna, Bontempelli, etc. Esto mismo confirma, contra toda duda, que proceden de los polos del mundo moderno.
España e Hispano-América no obedecen al gusto de sus pequeños burgueses vanguardistas. Entre sus predilecciones instintivas esta la de la nueva literatura rusa. Y, desde ahora, se puede predecir que “El Cemento” alcanzará pronto la misma difusión de Tolstoy, Dovstoyevsky, Gorky.
La novela de Gladkov supera a las que la ha precedido en la traducción, en que nos revela, como ninguna otra, la revolución misma. Algunos novelistas de la revolución se mueven en un mundo externo a ella. Conocen sus reflejos, pero no su conciencia. Pilniak, Zotschenko, un Leonov y Fedin, describen la revolución desde fuera, extraños a su pasión, ajenos a su impulso. Otros como Ivanov y Babel, descubren elementos de la épica revolucionaria, pero sus relatos se contraen al aspecto guerrero, militar, de la Rusia Bolchevique. “La Caballería Roja” y “El Tren Blindado” pertenecen a la crónica de la campaña. Se podía decir que en la mayor parte de estas obras está el drama de los que sufren la revolución, no el de los que la hacen. En “El Cemento” los personajes, el decorado, el sentimiento, son los de la revolución misma, sentida y escrita desde dentro. Hay novelas próximas a esta entre las que ya conozcamos, pero en ninguna se juntan, tan natural y admirablemente concentrados, los elementos primarios del drama individual y la epopeya multitudinaria del bolchevismo.
La biografía de Gladkov, nos ayuda a explicarnos su novela. (Era necesaria una formación intelectual y espiritual como la de este artista, para escribir “El Cemento”). Julio Álvarez del Vayo la cuenta en el prólogo de la versión española en concisos renglones, que, por ser la más ilustrativa presentación de Gladkov, me parece útil copiar.
“Nacido en 1883 de familia pobre, la adolescencia de Gladkov es un documento más para los que quieran orientarse sobre la situación del campo ruso a fines del siglo XIX. Continuo vagar por las regiones del Caspio y del Volga en busca de trabajo. “Salir de un infierno para entrar en otro”. Así hasta los doce años. Como sola nota tierna, el recuerdo de su madre que anda leguas y leguas a su encuentro cuando la marea contraria lo arroja de nuevo al villorio natal. “Es duro comenzar a odiar tan joven, pero también es dura la desilusión del niño al caer en las garras del amo”. Palizas, noches de insomnio, hambre -su primera obra de teatro “Cuadrilla de pescadores” evoca esta época de su vida”. “Mi idea fija era estudiar. Ya a los doce años al lado de mi padre, que en Kurban se acababa de incorporar al movimiento obrero, leía yo ávidamente a Lermontov y Dostoyevsky”. Escribe versos sentimentales, un “diario que movía a compasión” y que registra su mayor desengaño de entonces: en el Instituto le han negado la entrada por pobre. Consigue que le admitan de balde en la escuela municipal. El hogar paterno se resiste de un brazo menos. Con ser bien modesto el presupuesto casero -cinco kopecks de gasto por cabeza- la agravación de la crisis de trabajo pone en peligro la única comida diaria. De ese tiempo son sus mejores descripciones del bajo proletariado. Entre los amigos del padre, dos obreros “semi-intelectuales” le han dejado un recuerdo inolvidable. “Fueron los primeros en quieres escuché palabras cuyo encanto todavía no ha muerto en mi alma. Sabios por naturaleza y corazón. Ellos me acostumbraron a mirar conscientemente el mundo y a tener fe en un día mejor para la humanidad”. Al fin una gran alegría. Gorky, por quien Gladkov siente de joven una admiración sin límites, al acusarle recibo del pequeño cuento enviado, le anima a continuar. Va a Siberia, escribe la vida de los forzados, alcanza rápidamente sólida reputación de cuentista. La revolución de 1906 interrumpe su carrera literaria. Se entrega por entero a la causa. Tres años de destierro en Verjolesk. Período de auto-educación y de aprendizaje. Cumplida la condena se retira a Novorosisk, en la costa del Mar Negro, donde escribe la novela “Los Desterrados”, cuyo manuscrito somete a Korolenko, quien se lo devuelve con frases de elogio para el autor, pero de horror hacia el tema: “Siberia un manicomio suelto”. Hasta el 1917 maestro en la región de Kuban. Toma parte activa en la revolución de octubre, para dedicarse luego otra vez de lleno a la literatura. El Cemento es la obra que le ha dado a conocer en el extranjero”.
Gladkov, pues no ha sido solo un testigo del trabajo revolucionario realizado en Rusia, entre 1905 y 1917. Durante este período, su arte ha madurado en un clima de esfuerzo y esperanza heroico. Luego las jornadas de octubre lo han contado entre sus autores. Y, más tarde, ninguna de las peripecias íntimas del bolchevismo han podido escaparle. Por esto, en Gladkov la épica revolucionaria, más que por las emociones de la lucha armada está representada por los sentimientos de la reconstrucción económica, las vicisitudes y las fatigas de la creación de una nueva vida.
Tchumalov, el protagonista de “El Cemento”, regresa a su pueblo después de combatir tres años en el Ejército Rojo. Y su batalla más difícil, más tremenda es la que le aguarda ahora en su pueblo, donde los años de peligro guerrero han desordenado todas las cosas. Tchumalov encuentra paralizada la gran fábrica de cemento en la que, hasta su ida, -la represión lo había elegido entre sus víctimas- había trabajado como obrero. Las cabras, los cerdos, la maleza, los patios; las máquinas inertes, se anquilosan, los funiculares por los cuales bajaba la piedra de la cantera, yacen inmóviles desde que cesó el movimiento en esta fábrica donde se agitaban antes millares de trabajadores. Solo los Diesel, por el cuidado de un obrero que se ha mantenido en su puesto, reluce, pronto, para reanimar esta mole que se desmorona. Tchumalov no reconoce tampoco su hogar. Dacha, su mujer, estos tres años se ha hecho una militante, la animadora de la Sección Femenina, la trabajadora más infatigable del Soviét local. Tres años de lucha -primero acosada por la represión implacable, después entregada íntegramente a la revolución- ha hecho de Dacha una mujer nueva. Niurka, su hija, no está con ella. Dacha ha tenido que ponerla en la Casa de los Niños, a cuya organización contribuye empeñosamente. El Partido ha ganado una militante dura, enérgica, inteligente; pero Tchumalov ha perdido a su esposa. No hay ya en la vida de Dacha lugar para un pasado conyugal y maternal sacrificado enteramente a la revolución. Dacha tiene una existencia y una personalidad autónoma; no es ya una cosa de propiedad de Tchumalov ni volverá a serlo. En la ausencia de Tchumalov, ha conocido bajo el apremio de un destino inexorable, otros hombres. Se ha conservado íntimamente honrada; pero entre ella y Tchumalov se interpone esa sombra, esta oscura presencia que atormenta al instinto del macho celoso. Tchumalov sufre; pero férreamente cogido, a su vez por la revolución, su drama individual no puede acapararlo, se echa a cuestas el deber de reanimar la fábrica. Para ganar esta batalla tiene que vencer el sabotage de los especialistas, la resistencia de la burocracia, la resaca sorda de la contra-revolución. Hay un instante en que Dacha parece volver a él. Mas es solo un instante en que su destino se junta para separarse de nuevo. Niurka muere. Y se rompe con ella el último lazo sentimental que aún los sujetaba. Después de una lucha en la cual se refleja todo el proceso de reorganización de Rusia, todo el trabajo reconstructivo de la revolución, Tchumalov reanima la fábrica. Es un día de victoria para él y para los obreros; pero es también el día en que siente lejana, extraña, perdida para siempre a Dacha, rabioso y brutales sus celos. -En la novela, el conflicto de estos seres se entrecruza y confunde con el de una multitud de otros seres en terrible tensión, en furiosa agonía. El drama de Tchumalov no es sino un fragmento del drama de Rusia revolucionaria. Todas las pasiones, todos los impulsos, todos los dolores de la revolución están en esta novela. Todos los destinos, los más opuestos, los más íntimos, los más distintos, están justificados. Gladkov logra expresar en páginas de potente y ruda belleza, la fuerza nueva, la energía creadora, la riqueza humana del más grande acontecimiento contemporáneo.

José Carlos Mariátegui La Chira

Notas de la conferencia Elogio a Lenin

[Transcripción completa]

Lenin nació en Simbirsk en 1870, hijo de un director de escuela primaria. Estudió derecho en Petrogado, donde su hermano Alexandro —ejecutado a continuación de un atentado contra Alejandro III— lo hizo conocer El Capital. Se incorporó en el movimiento socialista y se entregó plenamente a la causa obrera. Se dedicó no solo al estudio de las teorías sino, principalmente, al estudio directo de los problemas y del alma del obrero. Fue desde su vida de estudiante un organizador. Lo arrojaron, finalmente, de la Universidad. A renglón seguido de una huelga de textiles, fue enviado a Siberia. Allí completó sus estudios teóricos y sus observaciones prácticas sobre la cuestión social en el mundo y en Rusia. Basó su ideología en la realidad proletaria; combatió el confusionismo obrero, generado por la situación política rusa; luchó por diferenciar a los marxistas de los que no lo eran. Tomó parte en la revolución de 1905 al lado de los obreros de Moscú. En 1907 emigró a Finlandia y luego al extranjero. En esa época escribió su libro "El Materialismo y el Empiro-criticismo. En 1912 estuvo en Cracovia animando el movimiento obrero. Enseguida en Suiza.

En 1907 en el congreso de Stuttgart, la Internacional aprobó una moción de Lenin y de Rosa Luxemburgo que en sus conclusiones decía: "Si amenaza el estallido de una guerra es deber de la clase obrera en los países interesados, con la ayuda de la Internacional, el coordinar todos sus esfuerzos para impedir la guerra por todos los medios que le parezcan adecuados y que varían naturalmente según la intensidad de la lucha de clases y la situación política general. Si, no obstante esto, estallase la guerra, los trabajadores tienen el deber de intervenir para hacerla cesar lo más pronto posible y utilizar con todas sus fuerzas la crisis económica y política creada por ella para agitar a las capas populares más profundas y precipitar la caída del regimen capitalista".

Vinieron los congresos de Zimmerwald y Khiental, durante la guerra, a donde acudieron las fracciones sindicales y socialistas fieles a esos principios. Ahi empezó a germinar la Tercera Internacional.

El rol de Lenin en la revolución rusa.

Sus libros: La Revolución y el Estado, El extremismo, enfermedad de infancia del comunismo, La dictadura del proletariado y el renegado Kautsky, La lucha por el pan, La obra de reconstrucción de los soviets, Apuntes críticos sobre una filosofía reaccionaria y otras.

Su colaboración en Pravda, Izvestia y la revista de la III Internacional.

Las paginas de Sorel "Defensa de Lenin" en su libro Reflexiones sobre la violencia.

José Carlos Mariátegui La Chira

Carta a Bertha Molina (Ruth),18/10/1919

Transcripción completa (se ha respetado la grafía del original):
A bordo del "Atenas", 18 de octubre 1919 Ruth:
Desde mi partida del Callao pensé que te debía unas palabras de adiós. Recordé que tu eras una de las personas que habían sido buenas y dulces conmigo y recordé, sobre todo, nuestra original y simpática intimidad de un tiempo.
Estas líneas, escritas a bordo del “Atenas”, en viaje a New York, te llevarán mi despedida. Me despido en ti de todas las muchachas de Lima que alguna vez se han emocionado leyendo algo mío. Seguramente eres tú la más sentimental, soñadora y tierna de todas.
Compara mi letra de ahora con la de antes si alguna carta mía, merecedora de inmediata inhumación naturalmente, sobrevive entre tus recuerdos. ¿Habrá envejecido mi letra como mi alma? ¡Ah! Ten en seria consideración caligráfica el balance del "Atenas” y la turbulencia célebre del Caribbean Sea.
Si alguna vez te sobran tiempo, humor y sentimentalismo, escríbeme a Roma.
Tu affmo amigo
José Carlos

A Ruth.
En Lima. Perú.

José Carlos Mariátegui La Chira

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