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Carta de Henneuth (Monde), 24/2/1928

París, 24 de febrero de 1928
Monsieur.
Nous nous permettons de vous envoyer sous ce pli un prospetus concernant notre journal Monde qui doit paraitie dans le courant du mois d’Avril.
Nous espérons pouvoir compter sur votre adhésion. Me trouvant chargé par Henri Barbusse de me mettre en rapports avec les personnes susceptibles de s’intéresser à notre programme, je vous prie de bien vouloir me communiquer éventuellement toutes suggestions, qui nous seront évidemment trés precieuses, concernant la vie et la diffusion de notre publication dans votre pays.
Nous vous serions également reconaissants si vous pouviez nous envoyer les adresses d’autres personnes susceptibles de s’interésser a Monde.
En attendant le plaisir de vous lire, nous vous prions de croire, Monsieur, à l’expression de nos sentiments tres distingués.
p. L’Administrateur
A. Henneuth

Henneuth, A.

Carta de Manuel Ugarte, [1928]

[1928]
A José Carlos Mariátegui
en Lima
Confidencial
Mi eminente amigo,
Oportunamente le mandamos un ejemplar de nuestro Manifiesto sobre la situación de Nicaragua. Como la mayor parte de los envíos se han extraviado en el correo, le estimaré que me diga si llegó a su poder.
Las felicitaciones más cordiales por la reaparición de la gran revista continental, y un fuerte apretón de manos.
Manuel Ugarte
Manuel Ugarte
54, rue Saint Philippe, Nice, Francia.

Ugarte, Manuel

Gomez Carrillo

Un nuevo capítulo del periodismo hispano-americano, el del apogeo del “cronista”, principia y termina con Enrique Gómez Carrillo. Capítulo concluido con la guerra que desalojó de la primera plana de los diarios los tópicos de miscelánea, a favor de los tópicos de historia. Con su fin, vino un período de decadencia no precisamente de la crónica sino del cronista. La crónica ha pasado a manos más graves o más finas: Araquistain o Gómez de la Serna. El cronista tiene ahora un lugar subsidiario.
La opinión pública, “emperatriz nómade” como la llama Lucien Romier, condecoró a Gómez Carrillo con el título de “príncipe de los cronistas”. Coronación honoraria, parisiense, democrática, efímera, con algo de la reina de carnaval. Gómez Carrillo ejerció su principado con la alegría bohemia de una griseta. Tenía para todo, la maleabilidad y el mimetismo del criollo, su pasta blanda de mundano innato.
Pertenecía literariamente a una época en que el alma de la América española se prendó de un París finisecular y en que la prosa y poesía hispanoamericanas se afrancesaron algo versallescamente. Rubén Darío, hijo del trópico como Gómez Carrillo, aunque como gran poeta más americano, manos deraciné, condensa, reúne y preside este fenómeno a través del cual nuestra América no asimiló tanto a la Sorbona como al boulevard. Boulevard arriba, boulevard abajo, caminaba todavía Fray Candil, cuando en 1919, me instalé yo por primera vez en la terraza de un café de París, a pocos pasos del café napolitano, donde Gómez Carrillo completaba una peña inestable y compósita. Pero ya ni el boulevard ni Fray Candil, interesaban como antes. Por el boulevard había pasado la guerra, el armisticio, la victoria. Y a la América Latina le había nacido un alma nueva.
A las generaciones post-bélicas, Europa le sirve para descubrir a América. Tramonta cada día más esa literatura de emigrados que, en la crónica, representa Gómez Carrillo. El cosmopolitismo -que puede parecer a algunos un rasgo común de una y otra época literaria- nos conduce al autoctonismo. Además el cosmopolitismo de ahora es distinto al de ayer, también cosa de boulevard, emoción de París. Gómez Carrillo visitó Jerusalén y el Japón sin abandonar sentimental ni literariamente su café parisiense. Con el viajaban siempre sus recuerdos literarios, sus clichés sentimentales. No nos dio nunca, por esto, una visión directa y profunda de las ciudades y de los pueblos. Amó y sintió a los paisajes según la literatura. No descubrió jamás un tópico origen, un sentimiento inédito. Por esto, ignoró siempre a América. Su nomadismo intelectual prefería el último exotismo de moda en un París más Henri Bataille que Paul Bourget. “Jerusalem la Tierra Santa”, “El Japón Heroico y Galante”, “Flores de Penitencia” son otras tantas estaciones del itinerario sentimental de un burgués parisiense de su tiempo. Tiempo de voluptuoso y crepuscular snobismo que se enamoraba versátil lo mismo de Mata Bari que de San Francisco. Anatole France, Gabriel D’Annunzio, diversos pero no contrarios, resumen su espíritu: culto galante de la “mujer fatal” sobre todas las mujeres, epicureísmo, humanismo y donjuanismo burgueses; helenismo de biblioteca y misticismo de menopausia; libídine fatiga y lujo industrial y rastacuero; “La Falena” y “El Martirio de San Sebastián”. Una decadencia no es siquiera exasperada y frenética de “La Noche de Charlotemburgo”, porque no es todavía la noche sino el crepúsculo.
Gómez Carrillo partía de un cabaret de Tebaida. De su viaje libresco -literatura- no imaginación, regresaba con sus artificiales “Flores de Penitencia”. Sabía que un público de gustos inestables se serviría de sus morosos y facticios éxtasis, cristianos con la misma gana que su última crónica del “demi-monde”.
Cortesano de los gustos de su clientela, Gómez Carrillo, esquivó lo difícil, se movió siempre sobre la superficie de las cosas que era casi siempre y brillante como un azulejo. La forma en Gómez Carrillo no era estructura ni volumen. No era sino superficie, y a lo sumo, esmalte. El rasgo de la “crónica” de su tiempo era la facilidad, rasgo característico. Nuestro tiempo ama y busca lo difícil. Lo difícil, no lo raro. La literatura difícil, como lo observa Tribaudet, conquista por primera vez, la popularidad, el mercado.
El “cronista” típico carece de opiniones. Reemplaza el pensamiento con impresiones que casi siempre coinciden con las del público. Gómez Carrillo era sobre todo un impresionista. Esto era lo que en él había de característicamente tropical y criollo. Impresionismo: he ahí el, rasgo más peculiar de la América criolla o mestiza. Impresionismo: color, esmalte, superficie.

José Carlos Mariátegui La Chira

Waldo Frank en Lima

Contra mi hábito, quiero comenzar este artículo con una nota de intención autobiográfica. Hace más de cuatro años que escribí mi primera presurosa impresión sobre Waldo Frank. No había leído hasta entonces sino dos de sus libros, “Nuestra América” y “Rahab” y algunos artículos. Este eco sudamericano de su obra, no habría sido advertido por Frank sin la mediación acuciosa de un escritor desaparecido: Adalberto Varallanos. Frank recibió en New York con unas líneas de Varallanos el número del “Boletín Bibliográfico de la Universidad” en que se publicó mi artículo y me dirigió cordiales palabras de reconocimiento. Empezó así nuestra relación. De entonces a hoy, los títulos de Frank a mi admiración se han agrandado. He leído con interés excepcional cuanto de él ha llegado a mis manos. Pero lo que más ha aproximado a él es cierta semejanza de trayectoria y de experiencia. La razón íntima, personal, de mi simpatía por Waldo Frank reside en que, en parte, hemos hechos el mismo camino. En este artículo que es, en parte, mi bienvenida, no hablaré de nuestras discrepancias. Su tema más espontáneo y sincero es esta afinidad. Diré de qué modo Waldo Frank es para mí un hermano mayor.
Como él, yo no me sentí americano sino en Europa. Por los caminos de Europa, encontré el país de América que yo había dejado y en el que había vivido casi extraño y ausente. Europa me reveló hasta qué punto pertenecía yo a un mundo primitivo y caótico; y al mismo tiempo me impuso, me esclareció el deber de una tarea americana. Pero de esto, algún tiempo después de mi regreso yo tenía una consciencia clara, una noción nítida. Sabía que Europa me había restituido, cuando parecía haberme conquistado enteramente, al Perú y América; mas no me había detenido a analizar el proceso de esta reintegración. Fue al leer en agosto de 1926 en “Europe” las bellas páginas en que Waldo Frank explicaba la función de su experiencia europea en su descubrimiento del Nuevo Mundo que medité en mi propio caso.
La adolescencia de Waldo Frank transcurrió en New York en una encantada nostalgia de Europa. La madre del futuro escritor amaba la música. Beethoven, Wagner, Schubert, Wolf, etc eran los genios familiares de sus veladas. De esta versión musical del mundo que presentía y amaba, nace tal vez en Frank el gusto de concebir y sentir su obra como una sinfonía. La biblioteca paterna era otra escala de esta evasión. Frank adolescente interrogaba a los filósofos de Alemania y Atenas con más curiosidad que a los poetas de Inglaterra. Cuando, muy joven aún, niño todavía, visitó Europa, todos sus paisajes le eran familiares. La oposición de un hermano mayor frustró su esperanza de estudiar en Heidelberg y lo condenó a los cursos y al clima de Yale. Más tarde, emancipado por el periodismo, Frank encontró, finalmente, en París todo lo que Europa podía ofrecerle. No solo se sintió satisfecho sino colmado. París, “ciudad enorme, llena de gentes dichosas, de árboles y de jardines; ciudad indulgente a todos los humores, a todas las libertades”. Para el periodista norte-americano que cambiaba sus dólares en francos, la vida en París era plácida y confortable. Para el joven artista de cultura cosmopolita, París era la metrópolis refinada donde hallaban satisfacción todas sus aficiones artísticas.
Pero la savia de América estaba intacta en Waldo Frank. A su fuerza creadora, a su equilibrio sentimental, no bastaba el goce fácil de Europa. “Yo era feliz-escribía Frank en esa confesión, en la que estaban ya los motivos de su primera conferencia de Lima-, no era necesario. Me nutría de lo que otros, en el curso de los siglos, habían creado. Vivía en parásito; este es al menos el efecto que yo me hacía”. En esta frase profunda, exacta, terriblemente cierta: “yo no era necesario”, Frank expresa el sentimiento íntimo del emigrado al que Europa no puede retener. El hombre ha menester, para el empleo gozoso de su energía, para alcanzar su plenitud, de sentirse necesario. El americano al que no sean suficientes espiritualmente el refinamiento y la cultura de Europa, se reconocerá, en París, Berlín, Roma, extraño, diverso, inacabado. Cuanto más intensamente posea a Europa, cuanto más sutilmente la asimile, más imperiosamente sentirá su deber, su destino, su vocación de cumplir en el caos, en la germinación del Nuevo Mundo, la faena que los europeos de la Antigüedad, del Medioevo, del Renacimiento, de la Modernidad nos invitan y nos enseñan a realizar. Europa misma rechaza al creador extranjero al disciplinarlo y aleccionarlo para su trabajo. Hoy, decadente y fatigada, es todavía asaz rigurosa para exigir de cada extraño su propia tarea. La hastían las rapsodias de su pensamiento y de su arte. Quiere de nosotros, ante todo, la expresión de nosotros mismos.
De regreso a los veintitres años a New York, Waldo Frank inició, bajo el influjo fecundo de estas experiencias, su verdadera obra. “De todo corazón -dice. Me entregué a la tarea de hacerme un sitio en un mundo que parecía marchar muy bien sin mi”. Cuando, años después, tornó a Europa, ya América había nacido en él. Era ya bastante fuerte para las audaces jornadas de su viaje de España. Europa saludaba en él al autor de “Nuestra América”, al poeta de “Salvos”, al novelista de “Rahab”, “City Block”, etc. Estaba enamorado de una empresa difícil, pensando en la cual exclamaba con magnífico entusiasmo: “¡Podemos fracasar, pero tal vez acertaremos!”. Al embarcarse para New York, Europa quedaba esta vez detrás de él”.
No es posible entender todo el valor de esta experiencia, sino al que, parcial o totalmente, la ha hecho. Europa para el americano, -como para el asiático- no es solo un peligro de desnacionalización y de desarraigamiento; es también la mejor posibilidad de recuperación y descubrimiento del propio mundo y del propio destino. El emigrado no es siempre un posible “deraciné”. Por mucho tiempo, el descubrimiento del Nuevo Mundo es un viaje para el cual habrá que partir de un puerto del Viejo continente. Waldo Frank tiene el impulso, la vitalidad del norte-americano; pero en Europa ha hecho, como lo digo de mi mismo en el prefacio de mi libro sobre el Perú, su mejor aprendizaje. Su sensibilidad, su cultura, no serían tan refinadamente modernas si no fuesen europeas. ¿Acaso Walt Withman y Edgard Poe no era más comprendidos en París que en New York, cuando Frank se preguntaba, en su juventud, quienes eran los “representative men” de Estados Unidos? El unanimismo francés frecuentaba amorosamente la escuela de Walt Withman, en una época en que Norte-América tenía aún que ganar, que conquistar a su gran poeta.
En la formación de Frank, mi experiencia me ayuda a apreciar un elemento: su estación de periodista. El periodismo puede ser un saludable entrenamiento para el pensador y el artista. Ya ha dicho alguien que más de uno de esos novelistas o poetas, que miran al escritor de periódicos con la misma fatuidad con que el teatro miraba antes al cine, negándole calidad artística, fracasarían lamentablemente en un reportaje. Para un artista que sepa emanciparse de él a tiempo, el periodismo es un estadio y un laboratorio, en el que desarrollará facultades críticas que, de otra suerte, permanecerían tal vez embotadas. El periodismo es una prueba de velocidad. Terminaré esta impresión desordenada y subjetiva, con una interrogación de periodista: ¿Del mismo modo que solo un judío, Disraelí llegó a sentir en toda su magnificencia, con lujo y fantasía de oriental, el rol imperial de Inglaterra, en la época victoriana, no estará reservada a un judío, antes que a un puritano, la ambiciosa empresa de formular la esperanza y el ideal de América, en esta edad cosmopolita?
José Carlos Mariátegui.

José Carlos Mariátegui La Chira

Carta de Francis Desphelippon (Monde), 25/9/1928

Paris, 25 de setiembre de 1928
Monsieur José Carlos Mariátegui.
Casilla 2107.
Lima. (Pérou)
Monsieur,
Je me permets d’attirer votre attention sur notre hebdomadaire Monde dont je vous envoie par même courrier quelques numéros spécimens.
Monde qui paraîtra au mois d’octobre prochain sur un plus grand nombre de pages et avec une présentation artistique améliorée, et qui depuis ses débuts a consacré une large place a l’Amérique Latine, ne peut manquer de vous intéresser. Le nom de son directeur et la composition de son Comité directeur doivent, en ce qui concerne l’avenir, vous donner toutes garanties.
Monde commencera sous peu une grande enquête et publiera de larges études sur les conditions et la situation de l’enseignement primaire et secondaire dans l’ancien et le nouveau continent.
Aussi bien nous serions heureux que vous acceptiez de devenir notre correspondant. Vous pouvez nous fournir des renseignements utiles sur l’économie, les sciences, la littérature du Pérou.
Vous pouvez aussi sans doute aider à notre diffusion et à notre propagande: peut-être même pourrez-vous constituer à Lima un noyau “d’amis de Monde”. A cet effet, je joins à mon envoi quelques tracts-programmes, ainsi que la lettre écrite spécialement par Barbusse à l’usage des “Amis de Monde”.
En espérant vous lire par un prochain courrier, je vous pris d’agréer, Monsieur, mes meilleures salutations.
L’Administrateur
Desphelippon

Desphelippon, Francis

Carta de César Miró, 27/9/1929

París, 27 de setiembre de 1929
Querido José Carlos:
He esperado desde hace tiempo noticias suyas y no sé a qué atribuir este largo olvido en que me tienen todos en Lima. No recibo desde hace largos meses ni una sola carta que me diga algo de Ud., de Amauta, de nuestra Amauta. No sé tampoco si llegaría en su poder mi libro, que le envié tan luego pude disponer de un ejemplar. En carne propia he sentido por primera vez esa cruel tiranía de los editores.
El Inca, ofreciéndome las condiciones más ventajosas, sólo me ha dado derecho al 10% de la edición.
Supongo que habrá tenido Ud. noticia del raid Montevideo-México realizado por Blanca Luz, así como de nuestra separación que, aunque data de una fecha menos lejana, no habíamos querido anunciar a nadie aún. Hace en estos días precisamente un año que resolvimos, con toda la serenidad que el caso requería, orientar nuestras vidas en diferentes direcciones, ya que no nuestras ideas.
Hoy, en París, creo que ha sido una verdadera y acertadísima solución en favor de nuestra inquieta bohemia de 20 años. Así hemos de vivir con más hondura, tal vez.
He visto a Bazán y a Heysen. Ravines no está en París y Jorge Seoane volverá de Avignon en estos días. He llegado solo y se me ha recibido con soledad. Bazán vive en Chaville, a dos horas de París, y por esta causa no es fácil verlo con frecuencia.
Consuelo Lemetayer y Laura Rodig me encargan un saludo muy cariñoso para U. Le adjunto un artículo sobre esta última y algunas reproducciones de sus obras. Me pide Consuelo que le diga que ha recibido su carta, así como la que va dirigida a Ravines. Le contestará en estos días. Me dice también que ha conseguido algunas suscripciones para Chile que le enviará. A propósito, si Ud. me autoriza, puedo gestionarle yo también la difusión de Amauta entre el elemento latino-americano. Me encantaría poder ayudarlo y contribuir, aunque sólo sea en una forma pequeña, en la labor de colocar Amauta en el lugar que le corresponde.
Entrevisté a Barbusse hace algunos días en la redacción de Monde. Me habló entusiásticamente de Ud. y de Amauta. La próxima semana partirá nuevamente hacia Moscú. No le envío el artículo porque se publicará en El Comercio (tal vez), aunque me temo que esta gente me corte las alas uno de estos días.—Escríbame al Consulado. No me olvide. Me produciría un dolor enorme pensar que su relación conmigo no sea sino un reflejo del afecto que tiene por Blanca Luz. Tenga fe en mí que ya estoy hecho. Ahora tengo un poco más de 20 años y un mucho más de vida. Y créame, sinceramente, que he pensado más de una vez en volver a Lima para trabajar al lado de Ud. Dé mis recuerdos a Anita. Bese a sus chicos.
Lo abraza su compañero
César Alfredo

Miró, César (César Alfredo Miró Quesada)

Carta de Armando Bazán, 12/12/1929

París, 12 de diciembre de 1929
Muy querido José Carlos:
La carta que recibe Vallejo me da el convencimiento que Ud. no ha recibido ninguna de mis cartas. Le he escrito por intermedio de J.M. y de J.C. en más de seis ocasiones. Le he preguntado repetidas veces por el No. del cheque que hicieron a la N.R.F. Esos señores me ofrecieron hacer el envío tan luego me presenté a ellos con los papeles. Fue después, cuando un día fui de nuevo por casualidad, que me informaron que el envío no había sido hecho porque no tenían el comprobante del cheque. Inmediatamente le escribí, le volví a escribir; le encargué a K... y nada. Como nuestro amigo es de lo más olvidadizo, estoy seguro que ni siquiera le habló de ello una sola palabra. Si esta carta tiene pues la suerte de llegar a su poder deme Ud. este dato a la brevedad posible.— Le decía también en mis anteriores que El Mundo no me había escrito y ahora le digo de nuevo que no me ha escrito una sola palabra, ni siquiera dándome las gracias por la colaboración ya Ud. comprenderá que menos pueden hacerlo haciéndome el envío de remuneración. He hecho todo lo humanamente posible por sostenerme aquí en París escribiendo crónicas para periódicos de la América del Sur y en todas partes no he obtenido sino el resultado del Mundo. Vallejo obtuvo la promesa de que me pagarían en Mundial— El mismo resultado: han publicado varios artículos y cuando la persona encargada se presentó a cobrar no le quisieron ni oír. Aquí en París he trabajado en todo lo que puede trabajar un hombre y es así como hasta hoy he vivido. Pero como las cosas se van poniendo difíciles creo que no me queda otro remedio que salir de Francia, no importa a dónde ni cómo.— Si Ricardo o algunos de nuestros amigos puede, encárguele Ud. de reclamar 4 ó 5 artículos míos que Mundial no debe haber publicado. Algunos de ellos pueden serle interesantes.
La situación de casi todos nuestros amigos es ahora indecisa en París. E.... debe embarcarse próximamente. Vallejo también tiene el proyecto de ir al Perú. Yo voy a ensayar un viaje a España mientras me sea posible seguir a nuestros compañeros si así se juzgara necesario.
Este viaje en todo caso lo haré dentro de dos o tres meses; de tal manera que espero aquí su contestación.
No hemos visto sino el N° 25 de Amauta.— Le envié junto con varios poemas y crónicas de libros, míos, un artículo de Marta Vergara, escrito exclusivamente para nuestra revista. No sé tampoco nada de ello. Esta dificultad de comunicarnos es el más grande daño que nos pueden hacer a todos.
Bustamante, que se encuentra de paro aquí en París, no ha cambiado ni una línea en su manera de ser. Siempre anda como la lagartija metiéndose por agujeros invisibles con tal de escaparse de nuestras manos. Así es en todas partes.
La Librería Cuesta recibe y ha recibido siempre puntualmente la revista. Hace también todo lo posible por propagarla. Es entre todas las revistas que recibe, de América y de España, la más buscada.
No sé nada de su casa. Julia no ha contestado ninguna de mis cartas. No sé si ella también está comprendida en la censura— ¿Y los chiquillos? y Anita?
Le envío adjunta una carta para el Director de El Mundo. Haga Ud. de ella el uso que crea conveniente. Si le llegaran hacer algún pago y si la suma tuviera alguna importancia hágame Ud. un giro por cable. En ese caso con toda certeza me iré a España, siempre como le digo anteriormente, dentro de dos o tres meses.
He trabajado intensamente. Trato y he tratado de hacer siempre por poner luz en esa ignorancia compacta con la que se viene de América y a la que Ud. mi querido J. C. comenzó a dar los primeros golpes maestros. Tengo un libro de cuentos, que aunque no los juzgo de fibra noblemente revolucionaria tienen el valor de haberme servido de gimnasia. Si Vallejo va a Lima le encargaré muchísimas cosas para Ud. Él le será de un alivio enorme. Él es de los más fuertes y de los más nobles; de los que con mayor amor se han inclinado y reconocido el valor de la nueva obra en América.
Escríbase Ud. siempre con mi dirección a 11 Av. de L’Opera —Grds. Journaux— —Yo recibo regularmente mi correspondencia— Le encargo mis más cariñosos recuerdos para Anita y los niños. Reciba el abrazo fraterno de
Armando

Bazán, Armando

El caso Daudet

El caso Daudet

No sé si entre las fobias del espíritu reaccionario y anti-moderno de León Daudet, figure la del teléfono. Pero sabemos, en cambio, hasta qué punto Daudet detesta y condena “el estúpido siglo diecinueve” contra el cual ha escrito una fogosa requisitoria. Se puede chicanear todo lo que se quiera respecto al alcance de este odio del exuberante panfletario de “L’Action Francaise”. No será posible, empero, repudiar del siglo diecinueve el pensamiento o la literatura -liberalismo, democracia, socialismo, romanticismo- para aceptar y usufructuar, sin ninguna reserva, su ingente patrimonio material o físico. En ningún caso, la crónica puede dejar de registrar el hecho de que el factor capital de la fuga de León Daudet de la cárcel ha sido el teléfono o, lo que es lo mismo uno de los instrumentos que forman parte de la herencia del “estúpido siglo diecinueve”.
Esta fuga constituye el lance más ruidoso de la aventurera existencia parisina de León Daudet. La excomunión de “L’Action Francaise”, el diario monarquista y católico de Daudet y Maurras, interesó mucho menos al mundo y a la propia Francia, donde ahora parece que el cinematográfico golpe de escena de los “camelots du roi” ha sacudido las mismas bases del ministerio. La política de la Tercera República exhibe en este periodo toda su puerilidad presente. Unos cuantos muchachos monarquistas y un teléfono incógnito bastan para conmoverla, comprometiendo irreparablemente el prestigio de sus cárceles, la seriedad de sus alcaides y la reputación de su sistema judicial y penitenciario.
León Daudet no cumplía en la cárcel de la Santé una condena política. Su prisión, como es sabido, no se debía a un accidente de trabajo propio de su carrera de panfletista político. Tenía su origen en las acusaciones lanzadas por Daudet contra el funcionario de policía que intervino en el descubrimiento del suicidio de su hijo Felipe. Como se recordará, Felipe Daudet que fugó de su hogar turbado por una oscura crisis de consciencia apareció muerto de un balazo en un taxi. La crispada mano del atormentado adolescente empuñaba un revólver. El suicidio, según todos los datos, era evidente. Mas León Daudet pretendió que su hijo había sido asesinado. El crimen, a su juicio, había sido planeado en una asombrosa conjuración de anarquistas y policías. Daudet sostuvo esta acusación ante los jueces llamados a investigar el hecho y esclarecer su responsabilidad. El fallo del tribunal le fue adverso. De este segundo proceso, salió condenado a cuatro meses de cárcel.
Su prisión se presenta, por tanto, como un incidente de su vida privada, más bien que por su lucha política. Pero en la biografía de un político es sumamente difícil separar lo personal, lo particular, de lo político y de lo público. Daudet, condenado, encontró la solidaridad de “L’Action Francaise” y de la “Liga Monarquista”. Los más ardorosos de sus amigos se aprestaron a resistir por la fuerza a la policía. El local de “L’Action Francaise” se convirtió en una barricada. Daudet acabó, siempre, por ser aprehendido. Mas, a poco tiempo, los “camelots du roi” se han dado maña para sacarlo de la cárcel. Es probable que a la carrera política de Daudet conviniera más el cumplimiento moral de la condena. El prestigio popular de un condottiere se forja en la prisión mejor que en otras fraguas inocuas. Hoy como ayer, no se puede cambiar un orden político sin hombres resueltos a resistir la cárcel o el destierro .Este es, por ejemplo, el criterio del Partido Comunista francés, que no se manifiesta excesivamente interesado en ahorrar a su Secretario General, Pierre Semard, libertado por la treta monarquista al mismo tiempo que León Daudet, los meses de cárcel a que ha sido condenado a consecuencia de su propaganda revolucionaria.
El hecho de que los “camelots du roi” no sean capaces de la misma actitud demuestra hasta qué punto estos buenos y bravos muchachos, y su propio capitán, son políticamente negligibles y anacrónicos. Para un revolucionario -Semard, Cachin, Marté, etc.-, una prisión es simplemente un “accidente del trabajo”; para León Daudet es, más bien, una aventura, efecto y causa de otras aventuras. Toda la historia del acérrimo monarquista asume el carácter de una gran aventura, más literaria o periodística que política. Es una gran aventura romántica.
Porque León Daudet que, mancomunado con Charles Maurras, abomina el romanticismo y de sus consecuencias políticas e ideológicas, no es en el fondo otra cosa que un romántico, un superstite rezagado del propio romanticismo que reniega y repudia. Ese romanticismo, a su tiempo, representó la creencia en la revolución liberal, en la República, etc. Pero, al envejecer o degenerar, cuando estos ideales aparecieron realizados, cambió esta creencia vigente o válida aún, por la pasada y caduca del rey y la monarquía. El nuevo romanticismo, el nuevo misticismo, aporta otros mitos, los del socialismo y del proletariado. Ya he dicho alguna vez que si a Francia le aguarda un periodo fascista, los condottieri de esta reacción no serán, ciertamente, ni Charles Maurras, ni León Daudet. Los directores de “L’Action Francaise” tendrían que contentarse, en la historia del hipotético fascismo de Francia, con el rol de precursores literarios o a lo sumo espirituales -asignado, verbigratia a D’Annunzio o Marinetti, en la historia del fascismo de Italia-. Casi seguramente, el fascismo en Francia se acomodará a la República del mismo modo que en Italia se ha acomodado a la Monarquía. Los servicios de Daudet y Maurras a la causa de la reacción no ganarían demasiado en categoría. Por lo pronto, el embrionario fascismo francés que tiene su promotor o capitán en George Valois, se presenta en abierta disidencia con los monarquistas de “L’Action Francaise”, a los que, por otra parte, la Iglesia no había excomulgado si existiera alguna razón para el catolicismo y la monarquía asociasen en Francia sus destinos.
El rabelaisiano y bullicioso panfletista de “L’Action Francaise”, a pesar de este y otros episodios y aventuras, no muestra mucha aptitud de cumplir en Francia una considerable función histórica. Es un hombre de mucho humor y bastante ingenio a quien, bajo la tercera república, no le ha sido muy difícil echar pestes contra la democracia y pasar por un terrible demoledor. No le ha faltado en su aventura periodística y literaria el viático de opulentas duquesas y graves abates. Su declamación panfletaria se ha acogido a los más viejos principios de orden, de tradición y de autoridad. Y, en su prisión, lo que más lo ha afligido, -si mantenemos la preocupación de Madame Daudet- ha sido la deficiencia del menú, la parvedad de la mesa Por mucho que se trate de idealizar la figura, ciertamente pintoresca y bizarra, Daudet resulta, en último análisis, un pequeño burgués gordo y ameno, de tradición un poco bohemia y un mucho romántica, descendiente de esos cortesanos liberales y heréticos del siglo dieciocho, que se desahogaban en la charla salaz y en la mesa copiosa su vivacidad tumultosa, incapaz de ninguna rebeldía real contra el rey ni la Iglesia.

José Carlos Mariátegui La Chira

La reacción austriaca. La expulsión de Eduardo Ortega y Gasset. Mac Donald en Washington [Manuscrito]

La reacción austriaca
Las brigadas de la Heinmwehr no han realizado el 29 de setiembre su amenazada marcha a Viena; pero, con la anuencia de los nacionalistas y de los social-cristianos, se ha instalado en la presidencia del consejo Schober, el jefe de las fuerzas de policía. Los reaccionarios se han abstenido de cumplir una operación riesgosa para sus fanfarronas milicias; pero la reacción ha afirmado sus posiciones. La marcha a Viena habría provocado a la lucha al proletariado vienés, alerta y resuelto contra la ofensiva fascista, a despecho de la pasividad de la burocracia social-demócrata. La maniobra que, después de una inocua crisis ministerial, arreglada en familia, ha colocado el gobierno en manos de Schober, consiente a la reacción obtener casi los mismos objetivos, con enorme ahorro de energías y esfuerzos.
Los partidos revolucionarios austriacos no perdonan a Viena su mayoría proletaria y socialista. La agitación fascista en Austria, se ha alimentado, en parte, del resentimiento de la campiña y del burgo conservadores contra la urbe industrial y obrera. Las facciones burguesas se sentían y sabían demasiado débiles en la capital para la victoria contra el proletariado. En plena creciente reaccionaria, los socialistas izaban la bandera de su partido en el palacio municipal de Viena. El fascismo italiano se proclama ruralista y provincial; la declamación contra la urbe es una de sus más caras actitudes retóricas. El fascismo austriaco, desprovisto de toda originalidad, se esmera en el plagio más vulgar de esta fraseología ultramontana. La marcha a Viena, bajo este aspecto, tendría el sentido de una revancha del agro retrógrado contra la urbe inquiera y moderna.
Schober, según el cable, se propone encuadrar dentro de la legalidad el movimiento de la Heimwehr. Va a hacer un gobierno fascista, que no usará el lenguaje estridente ni los modales excesivos y chocantes de los camisas negras, sino, más bien, los métodos policiales de André Tardieu y el prefecto del Sena. Con una u otra etiqueta, régimen reaccionario siempre.
Se sabe ya a donde se dirige la política reaccionaria y burguesa de Austria, pero se sabe menos hasta qué punto llegará el pacifismo del partido socialista, en su trabajo de frenar y anestesiar a las masas proletarias.

La expulsión de Eduardo Ortega y Gasset
El reaccionarismo de Tardieu no se manifiesta únicamente en la extrema movilización de sus políticas y tribunales contra “L’Humanité”, la CGTU y el partido comunista. Tiene otras expresiones secundarias, de más aguda resonancia quizá en el extranjero, por la nacionalidad de las víctimas. A este número pertenece la expulsión de Hendaya del político y escritor liberal Eduardo Ortega y Gasset.
La presencia de Eduardo Ortega y Gasset en Hendaya, como la de Unamuno, resultaba sumamente molesta para la dictadura de Primo de Ribera. Ortega y Gasset publicaba en Hendaya, esto es en la frontera misma, con la colaboración ilustra de Unamuno, una pequeña revista: “Hojas Libres”, que a pesar de una estricta censura, circulaba considerablemente en España. Las más violentas y sensacionales requisitorias de Unamuno contra el régimen de Primo de Rivera se publicaron en “Hojas Libres”.
Muchas veces se había anunciado la inminente expulsión de Eduardo Ortega y Gasset cediendo a instancias del gobierno español al de Francia; pero siempre no había esperado que la mediación de los radicales-socialistas; y en general de las izquierdas burguesas, ahorraría aún por algún tiempo a la tradición liberal y republicana de Francia este golpe. El propio Eduardo Herriot había escrito protestando contra la amenazada expulsión. Pero lo que no se atrevió a hacer un gabinete Poincaré, lo está haciendo desde hace tiempo, con el mayor desenfado, bajo la dirección de André Tardieu, un gabinete Briand. Tardieu que ha implantado el sistema de las prisiones y secuestros preventivos, sin importarle un ardite las quejas de la Liga de los Derechos del Hombre, no puede detenerse ante la expulsión de un político extranjero, aunque se trate de un ex-ministro liberal como Eduardo Ortega y Gasset.
Hendaya es la obsesión de Primo de Rivera y sus gendarmes. Ahí vigila, aguerrido e intransigente, don Miguel de Unamuno. I este solo hombre, por la pasión y donquijotismo con que combate, inquiera a la dictadura jesuítica más que cualquier morosa facción o partido. La experiencia española, como la italiana, importa la liquidación de los viejos partidos. Primo de Rivera sabe que puede temer a un Sánchez Guerra, pero no a los conservadores, que puede temer a Unamuno, pero no a los liberales.

Mac Donald en Washington
La visita de Ramsay Mac Donal al Presidente Hoover consagra la elevación de Washington a la categoría de gran metrópoli internacional. Los grandes negocios mundiales se discutían y resolvían hasta la paz de Versailles en Europa. Con la guerra, los Estados Unidos asumieron en la política mundial un rol que reivindicaba para Washington los mismos derechos de Londres, París, Berlín y Roma. La conferencia del trabajo de 1919, fue el acto de incorporación de Washington en el número de las sedes de los grandes debates internacionales. La siguió la conferencia del Pacífico, destinada a contemplar la cuestión china. Pero en ese congreso se consideraba aún un problema colonial, asiático. Ahora, en el diálogo entre Mac Donal y Hoover se va a tratar una cuestión esencialmente occidental. La concurrencia, el antagonismo entre los dos grandes imperios capitalistas, da su fondo al debate.
La reducción de los armamentos navales de ambas potencias, no tendrá sino el alcance de una tregua formal en la oposición de sus intereses económicos y políticos. Este mismo acuerdo se presenta difícil. Las necesidades del período de estabilización capitalista lo exigen perentoriamente. Para esto, se confía en alcanzarlo finalmente, a pesar de todo. Pero la rivalidad económica de los Estados Unidos y la Gran Bretaña quedará en pie. Los dos imperios seguirán disputándose obstinadamente, sin posibilidad de un acuerdo permanente, los mercados y las fuentes de materias primas.
Este problema central será probablemente evitado por Hoover y Mac Donald en sus coloquios. El juego de la diplomacia tiene esta regla, no hay que permitirse a veces la menor alusión a aquello en que más se piensa. Pero si el estilo de la diplomacia occidental es el mismo de ante guerra, el itinerario, la escena, han variado bastante. Con Wilson, los presidentes de los Estados Unidos de Norte-América conocieron el camino de París y de Roma; con Mac Donald, los primeros ministros de la Gran Bretaña aprenden el viaje a Washington.
José Carlos Mariátegui.

José Carlos Mariátegui La Chira