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Carta de Jaime L. Morenza,19/6/1928

Montevideo, 19 de junio de 1928
Señor
José Carlos Mariátegui
Lima
Estimado compañero y amigo:
Recibí su atenta carta de fecha 20 de marzo último. No le contesté antes porque con la contestación quería enviarle alguna de las colaboraciones solicitadas por usted. Ahí van, con estas líneas, las de María Elena Muñoz, Emilio Oribe, Ferreiro, Fusco y Casal. Son las que pude obtener. Tengo promesa de algunas más. En cuanto me las den se las enviaré.
No le extrañe que no vaya nada mío. Hay dos razones para que ocurra así. Una, la menos importante, estriba en no tener nada pronto; la otra, y es la principal, obedece a estar persuadido de que la calidad de mi colaboración no interesaría mayormente a los lectores de la revista. Los temas que a mí me interesan, son cultivados por usted y otros colaboradores de AMAUTA con brillantez y competencia difícil de igualar. Me refiero a temas de carácter político.
Si para dar satisfacción a su amable y honroso pedido intentara substraerme a la fascinación que esos temas ejercen sobre mi espíritu, seguramente no lo conseguiría. El tono frívolo de los que por ignorancia o por cuquería - más por esto que por aquello - establecen una división artificial entre el arte y la vida de relación social y política, no se aviene con mis convicciones. Tampoco se aviene con mi temperamento. No creo en la existencia del arte puro. Para mí el arte así designado es una sutil mistificación, destinada
a crear en los espíritus un estado de desorientación altamente favorable a la perpetuación de ciertas ideologías típicamente burguesas y conservadoras. Yo creo que en sustratum de toda obra de arte late una idea. Y la idea, aun considerada en su más pura esencia, expresa siempre una relación social y es, por consecuencia, una representación política. Por muy abstracta que ella sea, la idea nace y actúa siempre en función de una conducta. Es una concepción vital en movimiento. So pena de caer en el laberinto de la más intrincada metafísica, no puede ni debe ser considerada en si misma, sino en relación de los mil factores que la determinan. Tal es, por lo menos, mi manera de ver.
Por lo que antecede comprenderé usted que cuanto yo escribiera sobre arte tendría siempre el sabor de apostillas políticas. Merece la pena que las haga? Creo que no. Usted, Martí Casanova y el mismo Haya de la Torre pueden hacerlo con más penetración y, consecuentemente, con más provecho para AMAUTA.
Y dada la precedente explicación, vamos a otra cosa. Recibí el ejemplar de "Escena Contemporánea" que tuvo la gentileza de dedicarme. Conocía ya el libro, pero he vuelto a leerlo. Al revés de lo que usted supone, no creo que haya envejecido. Los acontecimientos que usted trata en él continúan siendo de actualidad. Por consecuencia la manera de comentarios tampoco ha perdido esa virtud. Siendo así, su mérito continua siendo el mismo de hace cuatro años. Es un libro que merece y merecerá siempre ser leído. Yo le agradezco mucho el envío que de él me ha hecho.
He comunicado sus deseos de intercambio a los muchachos de LA CRUZ DEL SUR. Todos están encantados con la idea. Esto indica que "Amauta" tendré la colaboración de casi todos ellos. Se quejan un poco de que en la revista de ustedes no se haga nunca referencia a LA CRUZ. Han visto que se reprodujo el articulo de Jiménez de Asúa sin que se mencionara para nada la precedencia del mismo. Hubieran visto con simpatía que se mencionaba de donde había sido tomado. En estos días saldrá el número 21. Esperamos que "Amauta" diga algo a su propósito.
Sin otro motivo, lo saluda con la mayor devoción y simpatía intelectual su compañero y amigo.
Jaime L. Morenza.
Nota: Con este mismo correo va carta acompañada de giro. Cuando estaba hecho éste me apercibí que Amauta tiene un gerente administrativo. Ruégole que usted subsane el error en la mejor forma posible. Es favor.
Vale

Morenza, Jaime L.

Carta de David Mujica, 4/1/1930

Tacna, 4 de enero de 1930
Señor José Carlos Mariátegui
Lima
Grande y Admirado maestro:
No he podido sustraerme al deseo invensible de enviarle a U. mi cuento primogénito.
No quería por cierto, restarle los minutos de su laboriosa vida, tan útil para el porvenir del Perú.
Más el convencimiento de sus ideas y el poder sublime de su talento, me impulsan a escribirle, enviando el cuento, para que se digne U. opinar, admitir, en "AMAUTTA" (si merece) y así encauzar mi ruta.
Disculpe maestro, que le llame mío, pero soy de los suyos desde "La Escena Contemporánea".
Mi ocupación ha sido y es hace tiempo el enseñar en las Escuelas Primarias; sin embargo, con la lectura asidua de Revistas tan necesarias y oportunas, como "Amautta", Claridad, Boletín de la IMA han cambiado en mi, la rutina de la vida de los maestros de las Escuelas; y han hecho eco en mi espíritu: obligando mi superación y alimentando mi ideal.
Han reforzado mis esperanzas hacia un Perú: uno, grande y culto. Socialmente; uno. Politícamente igual.
Para ese Perú, trabajo y para él educo.
Cuente, digno maestro, en esta ciudad, su discípulo quien es camarada de los obreros y aliado de los débiles y engañados.
David Mujica.

Mujica, David

Carta de Luis Cardoza y Aragón, 12/1929

La Habana, Navidad de 1929
Estimado Mariátegui:
Aquí van estas cuartillas sobre Waldo Frank. Las formé, como Ud. verá, para un diario de mi país, Guatemala; pero tal vez tengan algún interés y pueda justificarse su publicación, al menos en fragmentos. Tanto mejor si en Amauta. De París, un amigo que dejé al cuidado de mi correspondencia me dice de haberme enviado Siete Ensayos en busca de la Realidad Peruana, que imagino que Ud. tuvo la delicada atención de remitírmelo. Pero... no llegó nunca el libro suyo, y quiero leerlo. Le agradeceré muchísimo su envío.
He marcado con una cruz roja al margen, desde donde se podría publicar el escrito sobre Frank. Los párrafos anteriores a la seña, se refieren en lo absoluto a Guatemala.
Yo no sé qué impresión le dio Frank a Ud. personalmente. 1929 la revista de nuestros amigos cubanos (un tanto tímida, conservadora) le dio una comida y de sobre-mesa pude armar discursos, provocar a Frank en la intimidad a que nos manifestara su criterio sobre varios puntos. En las conferencias, por dirigirse a un público grande, vario, era natural cierto tono. Ya entre gente joven, debió habernos mostrado mejor su mente. Y sobre todo porque sabía nuestra simpatía y cordialidad hacia él. En fin quiero decirle resumiendo, que no nos dijo nada original, audaz, o bien inteligente. Fueron las mismas conferencias que Uds. oyeron. ¿No le parece de un tono, a pesar de todo, en la mediana —decente— pero en la mediana categoría?
Aquí está este escrito, Mariátegui, haga con él lo que le plazca.
Sepa que le estima y quiere hace tiempo su amigo afectuoso. Buen y fecundo 1930.
L. Cardoza y Aragón
Consulado de Guatemala
Edificio Montes
Línea y D
Vedado (Habana)
Cuba

Cardoza y Aragón, Luis

Carta de José María Eguren, 31/8/1928

31 de agosto de 1928
Muy querido amigo José Carlos:
Agradecidísimos con los conceptos que nos dedica en Variedades a mi hermano Jorge y a mí. Usted siempre tan fino y tan buen amigo. Además del avance crítico que manifiesta en todos sus escritos de literatura y arte, tiene Ud. la gran memoria de no cambiar una frase o una palabra de una conversación de antaño. Siempre con igual justeza. Verdaderamente que prefiero el arte de Italia, la nación maestra, y Ud. contribuye a hacérmela amar con sus conversaciones y con sus libros. Leo 900 hasta la última línea y sigo encantado de Bontempelli de quien se diría que busca un misterio melodioso. Núñez me dio su encargo. Envíeme las pruebas si las tiene
Siento no estar bien todavía y no poder trasladarme a Lima por ahora. Para mayor facilidad hable con mi sobrina María que me comunicará cualquier indicación que Ud. crea conveniente. Llámela al 2750, Lima.
Le devuelvo 900, Valoraciones y el libro de Gómez de la Serna, y deseándole la mejor salud y ventura le envío un fuerte abrazo.
José

Eguren, José María

Carta de Alcides Spelucin, 6/10/1926

Trujillo, 6 de octubre de 1926
Sr. José Carlos Mariátegui
Lima.
Mi querido José Carlos:
Mucho tengo que agradecerle a Ud. su bondadoso juicio acerca de mi libro, y, sobre todo, de mi persona.
Dejando aparte toda pueril modestia protocolaria, creo sinceramente que no estoy en un estado de gracia capaz de merecerlo. Es por eso que mi agradecimiento va a Ud. sencillamente, atendiendo sólo a la cariñosa voluntad que me parece adivinar en todo aquello en que mi obra o mi vida tienen algo que ver con Ud.
Yo no me creo un gran poeta ni mucho menos un genio como es frecuente en mis colegas. Juzgo sí que he venido a cumplir una finalidad y que procuro realizarla con toda la lealtad que me es posible. Las limitaciones que no pueda superar mi vida o mi obra, pertenecen, por lo tanto, a designios que están más allá de mis propias posibilidades. Soy pues, ante todo, un sincero. Procuro no traicionarme y por eso me doy en la medida de mis fuerzas. Un poco rústico en el fondo, como Ud. ha tenido la certeza de decirlo, o quizá si un equivocado o un anacrónico como parece apuntar nuestra inteligentísima Magda, he dado la primera modulación de mi mensaje lírico de acuerdo a mi indudable destino y a mi propia naturaleza.
Sé muy bien que no pertenezco a la vanguardia literaria de esta hora y no pretendo simular tampoco una estética que no se ha hecho carne viva de mí mismo. Por felicidad o por desgracia ––¡sabe Dios! ––cabalgo sobre dos épocas: una, en la que ha llegado a fermentar hasta lo insoportable un preciosismo modernista curvado ya hasta la decadencia; y otra, en la que se pretende flamear una bandera artística de ‘semáforo’ y de ‘velívolo’ que denuncia a las claras una absurda contextura de pastiche. Entre estos dos estercoleros he optado por modular la romanza de eternidad que me era posible oír en el fondo de mí mismo. Fácil me hubiera sido transformar este haz de intenciones estéticas de mi libro en algo acrobático, vestido de una adjetivación de moda, y presentar una obra aparentemente sintonizada con este instante; pero no; he preferido darlas como nacieron, porque acaso su vestimenta original fue ya todo un destino estético al que ni su propio genitor tenía derecho a deformar.
Esta es la razón que me mueve a justificar su presencia ante cualquier opinión equivocada o malintencionada que quiera cruzarles el camino. Yo creo sinceramente que sólo es inoportuna la obra estética que no aporta ninguna virtud auténtica y sustancial. Si mi libro está en ese caso, es, indudablemente, inoportuno. Inoportunidad vigente en cualquier año en que se hubiere publicado. Pero si, lejos de esto, se trata de una cuestión técnica, de factura retórica únicamente, no creo en la oportunidad ni la inoportunidad. Al menos, son factores a los cuales no concedo beligerancia alguna. Las altas disciplinas del pensamiento y de la sensibilidad, cuando penetran a cierta intrayema categórica, están ya fuera de esta clase de contingencias meramente epidérmicas. Han vencido, en una palabra, al tiempo y a la circunstancia. No se les puede juzgar por el traje Luis XV, o 1920 o 1926, que puede cubrirles. Júzgaseles ante todo por los quilates de belleza auténtica o de pensamiento vivo que tengan en sí. Ahora bien: esta belleza o este pensamiento está en relación directa a la inteligencia receptiva; cualquier prejuicio retórico que se interponga entrambos, deformará, en pro o en contra, la calidad de la obra. Así, pues, a las fuentes de belleza sólo ha de irse rigurosamente desnudo.
Perdone Ud. esta insoportable digresión; pero, responsable al fin y al cabo de la publicación de mi libro, he querido manifestarle mi punto de vista a Ud. que tan bondadoso ha sido para con él.
No he recibido carta de su hermano en la que me dé instrucciones acerca de Amauta. Como la mayor parte del lote que me ha remitido lo envío yo a mi vez a mis agentes del Valle de Chicama y de la Provincia de Pacasmayo, necesito instrucciones para indicarles la comisión que han de percibir. Juzgando de importancia, he hecho imprimir unos recibos del modelo que le acompaño, para contratar algunas suscripciones. Esto último me será fácil a partir del segundo número pues hay el temor de que la revista no siga saliendo. Yo creo que hasta el tercer o cuarto número podemos contar con unas cien suscripciones seguras de pago semestral adelantado. Adjunto a ésta le acompaño un cheque a su orden por S/. 30.00, que espero se sirva abonármelo en cuenta. La segunda remesa de La Escena Contemporánea la he repartido toda en la sierra. Aún no he recibido el valor de ella pero creo que será en mi poder dentro de pocos días. El Nuevo Absoluto de Iberico Rodríguez se ha abarrotado casi por completo. Las pocas personas que en esta ciudad se interesan por dicha clase de estudios, ya lo habían adquirido de otro caballero que trajo dicha obra con anterioridad a la remesa de Uds.
La nota de los que habían adquirido La Escena Contemporánea no se la remití por juzgar que quizá sería mejor para Uds. la de los que suscribieran a Amauta. Esta sí pienso remitírsela en cuanto haya un número de suscriptores más o menos numeroso.
Espero carta de su hermano, o, en su defecto, suya, para dar instrucciones a los agentes.
Reciba Ud. cariñosos saludos de todos los de esta casa y un cordial saludo de mi parte.
Alcides Spelucín

Spelucín, Alcides

Carta de César Vallejo, 10/12/1926

París, 10 de diciembre de 1926.
Mi querido compañero:
Agradezco a usted en lo que vale el bondadoso juicio que me envía publicado en Mundial, relativo a mi labor literaria. Varios pasajes de su cariñoso ensayo llevan tal voluntad de comprensión y logran interpretarme con tan penetrativa agilidad, que leyéndolos me he sentido como descubierto por la primera vez y como revelado en modo concluyente. Su ensayo, sobre todo, está lleno de buena voluntad y de talento. Le agradezco, querido compañero, por ambas cosas.
He recibido Amauta. Sigo con fraternal y fervorosa simpatía los trances y esfuerzos culturales de nuestra generación, a cuya cabeza está usted y están otros espíritus sinceros como el suyo. En estos días enviaré a usted con todo cariño algún trabajo para Amauta, cuyo éxito y acción renovatriz en América celebro de corazón, puesto que ella es, como usted me dice, “nuestro mensaje”. Creo que esta resonancia ha de crecer, contribuyendo así a densificar más y más la sana inspiración peruana de nuestra acción ante el continente y ante el mundo.
Próximamente le escribiré acerca del libro que me pide para la Editorial Minerva. Pueda ser que ese libro esté listo muy en breve.
Un afectuoso saludo para todos los buenos amigos de Amauta y para usted un estrecho abrazo de su devoto compañero.
César Vallejo

Vallejo, César

Carta de Enrique López Albújar,8/4/1928

Piura, 8 de abril de 1928
Sr. D. José Carlos Mariátegui
Lima
Muy apreciado compañero y amigo:
El presupuesto de impresión que le pedí y que Ud. me indica en su apreciable carta del 16 de marzo último, no tiene ya objeto, pues he comenzado a hacer la edición de mi novela aquí. He tenido que ceñirme a la cantidad de dinero de que puedo disponer, unas 70 libras que el Municipio piurano, en una hora de mecenismo, ha querido obsequiarme con tal fin.
La edición va a ser muy modesta. Su presentación ante el público capitalino va a ser igual a la de nuestras provincianas cuando se presentan en Mercaderes con sus trajecitos de confección lugareña. ¡Qué hacer! La sábana no ha dado para más. Pero lo del traje no me interesa, porque el lujo sería para peor, como dicen por acá, si la obra fracasara, que todo puede ser. La seguridad que tuve en el éxito de Cuentos Andinos no la tengo hoy con Matalaché. Y la razón es muy clara. Los cuentos por ser tales y por su novedad se defendían solos; bajaban de los Andes con el ímpetu de esos huaicos que van en pos de llanura y espacio; tenían la fuerza de su personalidad, inconfundible con la de cualesquiera otros. Y esto era ya bastante. A Matalaché temo que no le pase lo mismo. La novela es original. Ya lo creo, y hay en ella algo de la pujanza de mis cuentos; pero su asunto es inactual, de retroceso. Por eso voy a calificarla yo mismo de novela retaguardista, ya que en estos momentos el intelectualismo juvenil exige que toda producción literaria sea un salto hacia adelante y no hacia atrás. atrás. Todo esto lo he tenido presente cuando me puse a escribir Matalaché, y, sin embargo, opté por volver los ojos al pasado, a nuestro pasado provinciano, digno en mi concepto de ser llevado al libro en cualquier forma artística.
Desde este punto de vista, mi libro, estoy seguro, no le va a gustar a Ud. y a los espíritus libérrimos como el suyo. Pero es que yo también me debo a mi época y no creo que por afán de modernismo la traicione. Yo pertenezco, como Ud. ya me lo ha dicho, a la Vieja Guardia de la literatura activa del país, y naturalmente mis métodos y maneras y gustos y disciplinas tienen que estar saturados de espíritu retaguardista. Lo que no quiere decir que sea derechista en esto como en las demás actividades del pensamiento. Nací y crecí izquierdista y, a pesar de la toga, sigo siéndolo. El juez no ha matado al escritor, ni podrá matarlo nunca; ni la ley registrada en los códigos ha secado mi inspiración.
Y lo más curioso de mi novela es que la he hecho sin quererlo, a pesar mío. La comencé como cuento y acabó en novela. La evocación pudo más en mí. Es que en provincias se vive más del pasado que del presente. Por lo mismo que no tenemos delante de los ojos grandes cosas que ver y todo es mediocre hasta el aburrimiento, el alma del artista se repliega para huir y saltar hacia atrás, a la idealidad, al romanticismo, a ese romanticismo que hay en todo hombre, llámese Napoleón, Hugo, Wilson o Trotski.
Ya al tercer capítulo me enamoré del asunto y me lancé en el camino peligroso de la novelación. El asunto se prestaba. ¿Por qué no comenzar por el pasado para después llegar al presente? ¿De ese pasado qué es lo que sabemos? ¿Lo dicho en algunos libros nuestros? Pero todo eso es pobre. Nuestros literatos, fuera de Palma, no han hecho más que fantasear sobre él. Pero la verdad, su verdad, todavía yace escondida en los archivos y en las tradiciones populares. Este ha sido uno de los propósitos que me han ido empujando en esta novela. Historiar en forma novelesca el pasado nuestro.
Y dentro de este propósito está el estudio sicológico de la cuestión afroperuana, digna de estudiarse por nuestros hombres de arte y ciencia. Hagámosle con esto dúo al indigenismo. Frente al indio pongamos al negro, al zambo, al cholo, al mestizo en una palabra. Si el indio es la base de nuestra población, el mestizo es la base de nuestra nacionalidad. Y Matalaché en mi novela no viene a ser sino el símbolo de ese mestizo, buscado y tratado en su origen, para seguirlo después hasta el momento actual, que es lo que me propongo en dos novelas más. En la segunda el héroe de la novela será el hijo de Matalaché; en la tercera, los nietos.
Proyecto desde luego, porque no estoy seguro de realizarlo, pues me urge continuar una novela serrana que tengo principiada y que titularé Los derechos del amo, de ambiente huanuqueño. Esto, si el ácido úrico me lo permite, pues los años todavía no me pesan.
Por el capítulo que le remito apreciará Ud. el tono de la obra. Ojalá que no lo desilusione y lo mantenga en la idea de tomarme a firme para la Sociedad Editora Amauta algunos ejemplares, cuyo valor le dejaría para acciones de esa Sociedad.
Cuando llegue el momento le enviaré también alguna cantidad de ejemplares para propaganda.
La novela estará lista en los primeros días de junio. Va despacio, pues no hay tipo suficiente para editarla rápidamente. Hay que distribuir el tipo de un pliego para el otro. Y este retardo se aumenta con la imposibilidad de atender la corrección de pruebas en cualquier momento, pues el despacho judicial me embarga en las horas que esa corrección más me necesita.
Muy afectuosamente lo saluda su amigo y devoto compañero.
E. López Albújar

López Albújar, Enrique

Carta de Gabriel C. del Mazo, 9/4/1928

Buenos Aires, 9 de abril de 1928

Señor José Carlos Mariátegui
Lima. Perú

Mi estimado amigo:
He leído su sustancioso comentario sobre La Reforma Universitaria en el N° 12 de Amauta. Eso es bueno y promete más aún, pero será incompleto, porque, como usted me dice, está hecho sobre un material de información incompleto. Por eso me apresuro a enviarle los tomos que le faltan de la compilación documental por si se hubieran extraviado los de la remesa anterior. Su trabajo será aquí muy útil: usted tiene autoridad y, además, es hombre de fuera. El Centro de Estudiantes de Ciencias Económicas (la vanguardia, este año, en la federación universitaria) piensa publicarlo en folleto, completando una serie en la que figuran trabajos de Márquez Miranda, González, Haya de la Torre y alguno mío. Me piden los estudiantes que le exprese a usted sus deseos y como descuentan su autorización, esperan les diga si desea completarlo o revisarlo previamente.
Hasta su contestación, me despido con el mayor afecto.
Gabriel C. del Mazo.

Del Mazo, Gabriel C

Carta de Lucas Oyague, 22/11/1928

Cuzco, 22 de noviembre de 1928
Señor José Carlos Mariátegui.-
Lima.
Mi querido e inolvidable José Carlos:
Tengo que comenzar por agradecerle el generoso envío de su carta y su libro. Si fuera usted un frívolo lo felicitaría por los 7 Ensayos de Interpretación de la Realidad Peruana. Pero no. Hay que felicitar al Perú, de que en estos momentos en que se van rifando todas las conciencias, se hace vil mercadería delas ideas y del intelectualismo, permanezca usted como el baluarte de la fe en mejor vida con pureza, que no todo se consigue de las arcas fiscales ni mendigando favores de los señores del poder. ya sea poder político o poder económico.
Si el Perú se salva de este naufragio es porque hay el hombre justo, es porque está usted. Yo lo puedo decir eso mejor que nadie. Y de ahí que en cuanta ocasión se me presenta por estos territorios donde no faltan tipos que pretenden opacar nobles figuras buscando como los perros los muladares y rastreando de los cementerios cosas muertas por pretéritas, yo grité como hay en Lima una figura cuya claridad espiritual y cuyo ejemplar camino por la vida, debe ser imitado.
Cada día, en todo momento me siento como nadie, cerca muy cerca de usted. Como han pasado los años. "El Tiempo". "La Razón". Europa. La exposición de don Pedro de Aliaga. "Información", luego la tragedia. Sin embargo no todo es dolor en la vida. Comenzando por la identificada comprensión de su hogar, cosa difícil de hallarse siempre, hasta el respeto que se me tiene en los puestos adversos como la admiración general a su vida y a su obra, significa querido José Carlos, que no se ha arado en el mar.-
Le doy las gracias por la nota que a puesto a favor de Luis Velasco Aragón. Eso es la sintétis de todo el artículo extenso. La nota refleja el espíritu del escrito que era lo que se quería.
El nuevo formato de "Amauta" es mucho más conveniente y permite coleccionar tan interesante revista histórica en forma muy manuable. El precio ha resistido un poco a las gentes, pero con la propaganda que estoy haciendo en "El Comercio" se va ganando el recelo del público.
Hoy no ha llegado mantequilla del valle, pero para el próximo correo le haré una remesa para mi compadre Sandro, que seguramente no me olvidará. Hoy le envío una libras de chocolate.
Ruegole presente a la señora Anita mis más afectuosos saludos y usted reciba un emocionado abrazo de su viejo amigo que siempre lo recuerda.
Lucas Oyague

Oyague, Lucas

Carta de Luis E. Valcárcel, 31/1/1929

Cusco, 31 de enero de 1929
Querido amigo José Carlos:
Recibí su amable carta del 21 que contesto en vísperas de mi viaje a las termas de Arequipa, donde pienso pasar el mes de febrero, como cura preventiva de amagos reumáticos. Mucho le agradezco por los datos que me trasmite sobre la repercusión de Tempestad, libro que tan discutido fuera. Tengo una cantidad de juicios la mayor parte extranjeros y cartas curiosas e interesantes como la de un jefe piel-roja, un auténtico príncipe cheroke.
Cordiales agradecimientos también por sus recomendaciones en mi favor. Bien sabe de mi lealtad y decisión por todo lo suyo.
Me contraría mucho la tardanza en la cancelación de las facturas pendientes de Amauta. Dejo el asunto recomendado a Oyague, quien me promete arreglarlo todo para después del 15 de febrero.
Debe escribirle también él.
De Arequipa le enviaré algunos artículos; podré allí disponer de tiempo y tranquilidad.
Un abrazo fraternal de
Luis

Valcárcel, Luis E.

Carta de Guillermo Mercado, [1928]

A José Carlos Mariátegui:
Lima
Compañero:
Solo hoy puedo escribirle después de muchos meses de silencio. Que quiere, amigo, si la escuela, hoy en día, el envío de mi libro me tienen muy atareado.
He visto el último "Amauta" está lindo el número, pero extraño el anterior formatun.
El nuevo compañero que le hace entrega de esta carta le dará noticias más cercanas mías. Sobre todo de mi trabajos actuales.
Agradéscole, igual que el espíritu de la revista el comentario inteligente que hace de mi libro. Ya escribiré al querido Varallanos.
Hoy solo le saludo con la lealtad y afecto de siempre, tenga en mí siempre al compañero trabajador que a diario estira sus músculos porque el pueblo salga de la escuela.
Un abrazo.
Guillermo Mercado

Mercado, Guillermo

Tarjeta de Néstor S. Martos, 30/11/1929

Piura, 30 de noviembre de 1929
Néstor S. Martos, saluda al Sr. José Carlos Mariátegui, su admirado colega, y le adjunta el recorte de un artículo suyo sobre los 7 Ensayos, no por extemporáneo, insincero.
Martos.

Martos, Néstor S.

Carta a Bertha Molina (Ruth), 20/5/1916

[Transcripción literal]
20 de mayo
Ruth consoladora:
Quiero aprovechar estos instantes para escribirte. Tenía compromiso para ir al circo. Los circos me entretienen y la ingenua gracia de sus payasos tienen para mi muchos encantos. Sin embargo no dejo esta momentánea soledad en que me hallo -9 y 30 p.m.- sin haberte escrito antes algunas líneas.
No hace mucho que he recibido tu carta amabilísima. Cuando llegué un empleado me dijo: -"Hay dos cartas para usted". I me las entregó. Una era una invitación para un banquete a Alcántara Latorre. ¡Horror á los banquetes! La otra era tu mensaje tan dulce y adorable. Una compensación.
Te he visto esta dos veces. La primera estaba yo con el Conde de Lemos á quien hablaba de no se que tontería. Estuve con él hasta muy tarde. Luego iba al teatro Col;on cuando volví a verte. Gran satisfacción mía que temí se tradujera en mi sonrisa y fuera esta advertida por tu madre, á quien no se le ocurrirá por su puesto que me conoces.
¿Me recuerdas la crítica? Bueno. Lée. El primer verso de ese madrigal dice así: Yo sé que el Sol aquel empedernido...I el otro: Don Juan incorregible de tantas primaveras ¿Te fijas? Un madrigal es un poemita delicadísimo. I no cabe delicadeza con tales poco delicadísimos adjetivos al Sol. Sobre todo aquel de empedernido. Hay obligación en el poeta en decir cosas que sugieran directamente lo que se pretende expresar. Un sol Don Juan, un Sol empedernido, sugiere la idea de un sol pujante, de un sol intenso, de un sol vigoroso, que será un sol de verano ó lo que se quiera; pero que no pueda ser nunca un sol de primaveras, un sol niño, un sol adolescente, un sol tibio.
No, por Dios. ¡Lógica y coherencia! ¡Dónde estamos!
Luego: "Solo una vez sintió el irresistible, apremio de un amor de áureas quimeras" , apremio, amor, áureas. Esta sucesión de palabras que empiezan con la misma letra puede aceptarse á veces cuando esa letra no es vocal y la combinación ó licencia tiene cierta sentido armónico; jamás cuando esa letra es vocal y esa vocal es a ¡Oído!. I otra vez la necesidad de orden, lógica u coherencia en la oración. ¡Qué significa esa de un amor de áureas quimeras tan imprecisas que deja escaparse la atención del lector y la desorienta! ¿No era fácil precisar ese amor para no incurrir en una vaguedad que malograba el proceso en principio del poema?.
Sigue: "Entró en tu corazón furtivamente".
¡Por favor! Todos estos versos están calcados de los versos de Yerovi: "Canto á la Primavera". Es la misma la entonación. La misma. Precisamente Yerovi dice: "I se escurrió furtivo en nuestro corazón. La sugerencia del canto es tan fuerte que una breve lectura de ambas cosas la ratifica plenamente. Un plagio no está solo en el uso de los verbos literales. Eso ya es una copia, un robo. Plagio es ya el apropiamiento de una entonación, de una modalidad, de un estilo. Es lo que ha hecho Abril.
Continuemos. La entonación del canto de Yerovi no viene á tono dentro del género del madrigal. Es una entonación de himno, de canto, vigorosa, robusta, sonora. Un poeta que espiga en este cercado para confeccionar un madrigal no tiene siquiera acierto é inteligencia en la elección del modelo que se propone imitar.
I hay mas imitación. El proceso del madrigal es el mismo proceso del célebre madrigal de Urbina: "Era un cautivo beso enamorado de una mano de nieve". Aquí el enamorado es un rayo de sol. I la imitación se marca especialmente en un instante en que Abrill usa textualmente los mismo términos que Urbina: "Mas sucedió que un día". Urbina dice "I sucedió que un día"
Para seguir probando la falta de conexión basta decir que el rayo de sol que aparece alejado en el pecho resulta después fugándose del regazo, sin que medie explicación que explique el cambio de alojamiento y que evite la creencia de que el poeta piensa acaso que lo mismo es decir pecho que regazo.
I luego, para un jurado en el cual figura el purista, el castizo señor Cyanguren, hay este destalle: "Bien te hizo comprender que nostalgiaba la dulcedumbre vasta de los cielos"
¿Nostalgiaba? Esto es tirarle un puntapié de los mas graves á la gramática. Nostalgiaba no es siquiera un galicismo. Si lo fuera lo aceptaría, porque yo tengo un criterio muy amplio en estas cosas y Dios me libre de apreciar una obra de arte con mezquino criterio de gramático. Pero las licencias y la amplitud de criterio tienen su límite. Una cosa es la libertad y otra el libertinaje. Un galicismo para, máxime en un idioma que es á veces tan menguado como el nuestro.
Yo uso sin escrúpulo un galicismo cuando cree que está bien puesto.
Un verbo arbitrario que no existe en el castellano, está justificado cuando ese verbo llena su función ó sea siempre que modifique el sustantivo siguiente. pero, nostalgiaba es un verbo que podríamos llamar "extático". No determina ninguna modificación respecto del sustantivo siguiente. "Aristocratiza" por ejemplo es un galicismo, pero cuando se escribe verbigracia "tu tocado aristocratizaba tu cabeza", el galicismo es muy aceptable puesto que ese verbo "aristocratizaba" modifica el sustantivo "cabeza".
Estas cosas no tienen réplica posible.
Compruébalas con la gramática.
El único momento feliz del madrigal es ese que el sol dejo en la boca de la loada belleza "prendida la flor de su sonrisa"
Ya ves que soy justo.
Te confío estas apreciaciones, porque sé que no saldrán de tí. Confiadas á otra persona no comprensiva, correrían el peligro de que fueran interpretadas como una manifestación mía de rencor ó despecho. No, Ruth, yo no tengo por qué guardar rencor á Pablo. Es mi amigo. I como persona lo estimo mucho. Estos incidentes no han turbado nuestra cordialidad.

21 de mayo
Hoy no te visto. El día ha sido triste en consecuencia para mí. Te espero hasta muy tarde. Pensé que habrías ido al teatro ó al cinema y que después entrarías al Palais. Que pena. Ha sido un día odioso. No te ví. Perdí todas las carreras.
Mañana ó pasado te escribiré. En este instante me requieren para que vaya al teatro. No tengo mas remedio que aceptar.
Con toda su devoción me despido.
Juan

José Carlos Mariátegui La Chira

Carta a Samuel Glusberg, 21/8/1929

Lima, 21 de agosto de 1929
Muy estimado amigo y compañero:
Dos líneas rápidas de respuesta a su carta de 25 del próximo pasado, que me encuentran agobiado de trabajo.— He recibido La Vida Literaria con mi artículo sobre Henríquez Ureña. Muchas gracias por su inserción. Se ha publicado en Lima en Mundial, de modo que no sé si incluirlo en el material de Amauta próximo. El No. 25 está completo, listo para salir.— En vez de un capítulo de El Alma Matinal, le adjunto dos comentarios de libros franceses y un grupo de impresiones sobre libros rusos nuevos, en las que esbozo, al comenzar un concepto sobre el complejo de la ‘burguesía’ rusa, —fracasada en su empresa política, por la persistencia del absolutismo aristocrático cuando ya ella había llegado económicamente a su mayor edad—, en la mayor parte de la literatura y, sobre todo, de la novela de los pasados decenios. En un artículo sobre “Los Artamonov” de Gorki, publicado en Repertorio Americano formulo ya esta tesis, aunque muy sumariamente. —Como Ud. es gran conocedor de literatura rusa, me interesaría conocer su opinión sobre este tópico.— Como La Vida Literaria es sobre todo una revista de autores y temas de libros, estos trabajos me parecen más apropiados a sus fines informativos que otro fragmento de El Alma Matinal. Pero si Ud. prefiere, por ejemplo, el esquema de explicación de Chaplin, aparecido en el No. 18 de Amauta y que ha tenido cierta fortuna entre sus lectores más documentados en literatura chapliniana, no tendrá nada que objetar. Perdone el estado en que le envío los originales. Están horriblemente enmendados. Por razones económicas, he tenido que prescindir de los servicios de un mecanógrafo, desde hace mucho tiempo.—Cuando le envíe los originales completos de El Alma Matinal, —que será muy pronto—, Ud. mismo elegirá los capítulos que más le gusten para La Vida Literaria.
No me dice Ud. nada de sus gestiones para la edición de mi Defensa del Marxismo, ya pronta para la impresión.
De acuerdo con Ud. en el juicio sobre el material literario, y sobre todo poético de Repertorio Judío. Pero me es difícil comunicarles mis preocupaciones literarias.
Termino aquí porque una serie de ocupaciones me solicita.
Cordialmente lo abraza su amigo y compañero
José Carlos Mariátegui

José Carlos Mariátegui La Chira

Carta de Tristán Marof, 29/5/1929

México, 29 de mayo de 1929
Mi querido compañero Mariátegui:
Ahí le incluyo un artículo para Amauta. Procure insertarlo en su número más inmediato. Arguedas me ha atacado en París con tanta injusticia como deshonestidad. Me llama profiteur, coquin y otras cosas. Y usted sabe, saben todos que yo no he hecho otra cosa que darme por entero a la causa proletaria, renunciando fortuna, situación, privilegios. Recuerdo que estando en prisión, Taborga, el jefe del nacionalismo me quiso comprar con promesas diciéndome que Siles aceptaba una reconciliación conmigo y que me nombraría su Ministro. Yo le dije a Taborga que si no había podido fusilarme Siles quería fusilarme moralmente. Ahora Arguedas se lanza contra mí por haber sido nombrado Ministro de Bolivia en Colombia. Yo vivo pobre y trabajosamente gano el pan. No hay un solo ciudadano entre los míos que me acuse de aprovechador y deshonesto. Hasta mi dinero he empleado por levantar a los indios.
Un abrazo de su amigo que lo aprecia grandemente
T. Marof.

P.S.—En la revista de economía hay un juicio bastante interesante sobre su último libro por Humberto Tejera, buen amigo mío, a quien le presté el libro que tuvo la gentileza de enviármelo. Le envío en paquete separado.
Escriba al recibo de esta carta, aunque sean unas líneas a esta dirección: Sr. Gustavo Navarro, Calle de Sinaloa 73, México D.F.
Le ruego encargar que corrijan con un poco de cuidado en la imprenta mi artículo.

Marof, Tristán

Blaise Cendrars

En 1824, Johan Auguste Suter, suizo alemán, hijo de un fabricante de papel de Basilea, deja su patria, mujer y sus hijos arruinado y deshonrado por una quiebra. A pie cruza la frontera y llega a París. En el camino, desbalija a dos compañeros de viaje; en París estafa con una letra de crédito falsa a un cliente de su padre. Luego, en Havre se embarca para New York.
Cendrars, explicándonos el New York de 1834, nos da en una sola página de prosa rápida, sumaria, precisa, escueta, una íntegra fase de la formación de los Estados Unidos.
“El puerto de New York”
“Es ahí donde desembarcan todos los náufragos del viejo mundo. Los náufragos, los desgraciados, los descontentos, los insumisos. Aquellos que han tenido reveses de fortuna; aquellos que han arriesgado todo sobre una sola carta; aquellos a quienes una pasión romántica ha trastornado. Los primeros socialistas alemanes, los primero místicos rusos. Los ideólogos que las policías de Europa persiguen; los que la reacción arroja. Los pequeños artesanos, primeras víctimas de la gran industria de la formación. Los falansterianos franceses, los carhonarios, los últimos discípulos de Saint Martín, el filósofo desconocido, y de los Escoceses. Espíritus generosos, cabezas cascadas. Bandidos de Calabria, patriotas helenos. Los campesinos de Irlanda y de Escandinavia. Individuos y pueblos, víctimas de las guerras napoleónicas y sacrificados por los Congresos Diplomáticos. Los carlistas, los polacos, los partidarios de Hungría. Los iluminados de todas las revoluciones de 1830 y los últimos liberales que abandonan su patria para unirse a la gran República, obreros, soldados, comerciantes, banqueros de todos los países, hasta sudamericanos, cómplices de Bolivar. Desde la Revolución francesa, desde la declaración de la independencia, en pleno crecimiento, en pleno desarrollo, no ha visto jamás New York sus muelles tan continuamente invadidos. Los inmigrantes desembarcaban día y noche y en cada barco, en cada cargamento humano, hay por lo menos un representante de la fuerte raza de los aventureros”.
Suter pertenece a esta raza. Cendrars nos relata así su entrada en New York. Johan Auguste Suter desembarca el 7 de julio, en martes. Ha hecho un voto. Salta a tierra, atropella a los soldados de la milicia, abraza de una mirada el inmenso horizonte marítimo, descorcha y vacía una botella de vino del Rhin, lanza la botella vacía entre la tripulación negra de un velero. Después, rompe a reír y entra corriendo en la gran ciudad desconocida como alguien que tiene prisa y a quien se espera”.
New York no retiene por mucho tiempo a Suter. Suter se siente atraído por el Oeste. Parte de nuevo hacia lo desconocido. En Honolulu forma la Suter’s Pacific Trade Co. Tiene un plan vasto. Con mano de obra de Canaca explotará las tierras de California. No las conoce aún; pero sabe que va a tomar posesión de ellas. Sus socios de Honolulu lo abastecerán de indígenas de las Islas. El plan se cumple puntual y magníficamente. Suter se instala con sus canacos en California. Funde una descomunal colonia agrícola: la Nueva Helvecia. Sus posesiones, sus riquezas crecen prodigiosamente. El “pionnier” suizo deviene uno de los hombres más ricos de la tierra. Pero una catástrofe sobreviene: el descubrimiento del oro. Un obrero de Suter encuentra en sus dominios las primeras pepitas. La noticia se expande. Empieza el éxodo hacia las minas de oro. Suter ve partir a sus empleados, a sus obreros. La colonia se disgrega. Invaden el país los buscadores de oro. En diez años, San Francisco se convierte en una de las más grandes urbes del mundo. Los inmigrantes se reparten las tierras de Suter. Se instalan en sus posesiones. El gran “pionnier” se cruza de brazos. Podía luchas: pero desdeñosamente prefiere no participar en esta batalla de lavadores de oro y destiladores de alcohol, en el cual se mezclan aventureros y bandidos de las más torpes y sucias especies. El oro lo ha arruinado. Suter se retira decepcionado a uno de sus dominios. Mas la voluntad de trabajo y de potencia renace de pronto en él. Sus viñas, sus huertas, sus establos, sus eras, etc., vuelven a darle una fortuna. San Francisco tiene buen apetito. Y Suter le vende caro los frutos de sus alquerías. Pero no está contento. No olvida el golpe; no perdona el oro. Y el demonio le aconseja la más absurda aventura. Suter presenta a los tribunales una demanda por daños y perjuicios. Reivindica la propiedad del suelo sobre el cual se ha edificado San Francisco, Sacramento, Riovista y otras ciudades, reclamando doscientos millones de dólares de indemnización por el despojo. Enjuicia a 17.221 particulares que se han establecido abusivamente en sus plantaciones. Reclama veinticinco millones de dólares del Estado de California por haberse apropiado de sus rutas, canales, puentes, exclusas y molinos; y cincuenta millones de dólares del gobierno de Washington por no haber sabido mantener el orden en la época del descubrimiento del oro. Y sostiene su derecho a una parte del oro extraído desde el principio de la explotación. El fantástico proceso consume todas las utilidades de Suter. Suter tiene a su servicio un ejército de abogados, de peritos y de escribanos. Los municipios y los particulares enjuiciados tienen a su servicio otro ejército. “Es un nuevo rush, una mina inesperada, y todo el mundo quiere vivir del pleito Suter”. San Francisco odia al “pionnier” testarudo y amenazador. Y, cuando el honesto y puritano juez Thompson falla a favor de Suter, la ciudad se amotina. Las plantaciones, los establos, los molinos, las fábricas de Suter son devastados, arrasados, incendiados. Suter, esta vez, pierde todo. Mas ni aún este golpe lo decide renunciar a su proceso. Lo continúa en Washington. En Washington envejece y enloquece. Y muere en las gradas del Palacio del Congreso aguardando y reclamando, obstinadamente, justicia.
Tal la maravillosa historia de Johan August Suter. Su argumento parece una gran paradoja. Pero, en verdad, Cendrars ha escrito, al mismo tiempo que una novela de aventuras, una sátira sobre el destino maldito del oro. El oro del Rhin y el oro de California se equivalen. Cendrars no lo dice: pero lo dice su novela. Lo dice la maravillosa historia de Johan August Suter, arruinado por el descubrimiento neto de las minas de California.
La técnica de “El oro” es, más bien que la de una novela, la de un film. Cendrars nos ofrece la historia de Suter en setenta y cuatro cuadros cinematográficos. Ningún cuadro sobra. Ningún cuadro aburre. Ningún cuadro es pálido o confuso. El lector se olvida, poco a poco, de que tiene en las manos un libro. En vez de las letras y de las palabras, dispuestas en rangos, empieza a ver las figuras y el paisaje. El paisaje que, en Blaise Cendrars, es sólo un decorado esquemático.

José Carlos Mariátegui La Chira

James Joyce

El caso Joyce se presenta con la misma repentina y urgente resonancia del caso Proust o del caso Pirandello. James Joyce nació hace cuarenticuatro años. Pero hasta hace pocos años su existencia no había logrado aún revelarse a Europa. Su descomunal novela “Ulysses”, perseguida en Inglaterra por un puritanismo inquisitorial, apareció en París en 1922. El manuscrito de “Dedalus” está fechado en Trieste en 1914. Joyce vivía en ese tiempo en Trieste como profesor de lenguas extranjeras. De Trieste escribía al escritor italiano Carlos Linati sobre su “Ulysses” antes de conseguir verlo impreso: “Es la epopeya de dos razas (Israel-Irlanda) y, al mismo tiempo, el ciclo del cuerpo humano, y también la pequeña historia de una jornada... Hace siete años que trabajo en este libro! Es igualmente una obra de enciclopedia. Mi intención es interpretar el mito sub especie temporis nostri permitiendo que cada aventura (esto es cada hora, cada órgano, cada arte conexa y consustanciada con el esquema del todo) cree su propia técnica. Ningún impreso inglés ha querido imprimir una palabra de esta obra. En Norte América, la revista que la ha publicado ha sido suprimida cuatro veces. Ahora se prepara un gran movimiento contra su publicación por parte de puritanos, imperialistas e ingleses, republicanos, irlandeses y católicos. ¡Qué alianza!”
La divulgación de Joyce en el mundo latino empezó hace dos años en la traducción francesa de “Dedalus” (Editions de la Sirene. París) y la traducción italiana de “Exiles” (Ed. Convengo. Milán). Pero la notoriedad de su nombre era ya extensa. Esta notoriedad se alimentaba, ante todo, del escándalo suscitado por “Ulysses”. Y, en segundo lugar, del estrépito con que descubrían a Joyce algunos críticos cosmopolitas, pescadores afortunados de novedades extranjeras. Valery Larbaud, uno de estos críticos, decía: “Mi admiración por Joyce es tal que yo no temo afirmar que si de todos los contemporáneos uno solo debe pasar a la posteridad, será Joyce”.
He aquí que hoy llega Joyce al español con menos retardo de que España nos tiene habituados a sufrir en la traducción de los libros contemporáneos. Y está bien entrar en James Joyce por el laberinto de “Dedalus”. “Dedalus” es la mejor introducción posible en “Ulysses”. Ahí está ya, sin dunda, -aunque larvada todavía,- la técnica del artista. No aparece aún el “monólogo interior”, con su complicado caos de imágenes, palabras, símbolos, sin puntos ni pausas. Pero en “Dedalus” el, artista, en el fondo, monologa únicamente. No se comenta; se retrata. La sola imagen que encontramos en la novela es, verdaderamente, la suya. Las demás imágenes no hacen sino reflejarse en ella como para contrastar su existencia y, sobre todo, su desplazamiento. Valery Larbaud escribe, apologéticamente, que “Dedalus” es un gran libro y Joyce “toda la literatura inglesa en este momento”. Y, con entusiasmo exaltado, agrega: “En verdad, Yeats no será considerado mañana sino como la más grande figura del Renacimiento irlandés antes de Joyce. “Dedalus” es de la estirpe de “L’Educatión sentimentale” y de la trilogía de Valles. Es la historia del esfuerzo del espíritu por superarse, por superar su medio social, su educación y aún su nacionalidad. Y es por esto que, siendo profundamente irlandés, Joyce es también un gran europeo Él es comparable a los santos intelectuales de la antigua Irlanda que ha jugado un rol tan grande en la cristiandad.”
Joyce, en esta novela, nos conduce por los intrincados caminos de su adolescencia. Uno de los más logrados intentos del libro me parece el de enseñarnos las estaciones y las jornadas de esta dolescencia reviviéndolas, con su música íntima, con su armonía subjetiva, en toda su virginidad, sin que se sienta el viaje. El artista nos descubre su pasado como nos descubriría su presente. No se mezcla a los acontecimientos ningún elemento que delate que lo actual en el relato ha dejado de ser actual en la vida. Ningún elemento de crítica o de opinión con sabor retrospectivo. Las impresiones de la adolescencia de Stephen Dedalus conservan intacta su inocencia.
Stephen Dedalus estudia en un colegio de Jesuitas. Y la novela no deforma ni al estudiante ni al colegio ni a los jesuitas. Todas las cosas, todos los tipos nos son presentados con candor. El artista no los juzga. Stephen Dedalus, buscándose a sí mismo, conoce el pecado y el arrepentimiento, conoce la fe y la duda. Pero, finalmente, las supera. En su peregrinación descubre el arte. El arte no es aún una meta, sino sólo una evasión.
Joyce nos da una versión, única acaso en la literatura, de la crisis de conciencia de un adolescente, con su espíritu religioso y sensibilidad acendrada en un colegio católico. El capítulo en que su adolescencia, con el sabor del pecado carnal en los labios íntimos, pasa por la prueba de unos “ejercicios espirituales”, es un capítulo maravilloso. Joyce da la impresión de conducirnos con lentitud por este atormentado y proceloso episodio. Los hechos transcurren con una morosidad deliberada. Las pláticas del “retiro” están puntualmente y minuciosamente repetidas. Y sin que falte ni una palabra, ni un gesto del predicador. Y, sin embargo, no hay nada demás en el relato. Como lo observa el distinguido crítico español Antonio de Maricharlar, este episodio que fluye en el mismo tiempo que ocuparía en la realidad, “conserva su misma naturaleza”.
Y no todo es lentitud y minucia en “Dedalus”. Las últimas jornadas del viaje están servidas en comprimidos. Las cosas pasan a prisa. Joyce reproduce las notas de un diario que no aprehende sino su esencia. He aquí una muestra de su procedimiento: “22 de marzo. En compañía de Lynch, seguido de una enfermera voluminosa. Iniciativa de Lynch. Abomino esto. Dos flacos lebreles famélicos detrás de una ternera”.
Y dejamos así a Joyce en la estación en que, evadiéndose de su adolescencia, como de un laberinto, se embarca en el tren de las aventuras. Es un viaje sin itinerario, lo aguardaba en Trieste, antesala de su celebridad, un oscuro pupitre de profesor de idiomas extranjeros.

José Carlos Mariátegui La Chira

La literatura peruana por Luis Alberto Sánchez

No es posible enjuiciar aún íntegramente el trabajo de Luis Alberto Sánchez, en esta historia de “La Literatura Peruana”, concebida con un “derrotero para una historia espiritual del Perú”, por la sencilla razón de que no se conoce sino el primer volumen. Este volumen expone las fuentes bibliográficas de Sánchez, el plan de su trabajo, el criterio de sus valoraciones; y estudia los factores de la literatura nacional: medio, raza, influencias. Presenta, en suma, los materiales y los fundamentos de la obra de Sánchez. El segundo tomo nos colocará ante el edificio completo.
Sánchez, desde sus “Poetas de la Colonia”, se ha entregado a esta labor de historiógrafo y de investigador con una seriedad y una contradicción muy poco frecuentes entre nosotros. El escritor peruano tiende a la improvisación fácil, a la divulgación brillante y caprichosa. Nos faltan investigadores habituados a la disciplina del seminario. La universidad no los forma todavía; la atmósfera y la tradición intelectuales del país no favorecen en desenvolvimiento de las vocaciones individuales. En la generación universitaria de Sánchez -lo certifican los trabajos de Jorge Guillermo Leguía, Jorge Basadre, Raúl Porras Barrenechea, Manuel Abastos,- aparece, como una reacción, ese ascetismo de la biblioteca que en los centros de cultura europeos alcanza grados tan asombrosos de recogimiento y concentración. Esto es, sin duda, algo anotado ya justicieramente en el haber de la que, de otro lado, puede llamarse, en la historia de la Universidad, “generación de la Reforma”.
Desde un punto de vista de hedonismo estético, de egoísmo crítico, no es muy envidiable la fatiga de revisar la producción literaria nacional y sus apostillas y comentarios. Mis más tesoneras lecturas de este género corresponden, por lo que respecta, a los años de rabioso apetito de mi adolescencia, en que un hambre patriótico de conocimiento y admiración de nuestra clásica y romántica literatura me preservaba de cualquier justificado aburrimiento. Después, no he frecuentado gustoso esta literatura, sino cuando el acicate de la indagación política e ideológica me ha consentido recorrer sin cansancio sus documentos representativos. Mi aporte a la revisión de nuestros valores literarios -lo que yo llamo mi testimonio al proceso de nuestra literatura-, está en la serie de artículos que sobre autores y tendencias he publicado en esta misma sección de “Mundial”, y que, organizados y ensamblados, componen uno de los “7 ensayos de interpretación de la realidad peruana”, que dentro de pocos días entregaré al público.
Porque, descontado el goce de la búsqueda, hay poco placer crítico y artístico en este trabajo. La historia literaria del Perú consta, en verdad, de unas cuantas personalidades, algunas de las cuales, -de Melgar a Valdelomar- no lograron su expresión plena, mientras otras, como don Manuel González Prada, se desviaron de la pura creación artística, solicitadas por un deber histórico, por una exigencia vital de agitación y de polémica políticas. Este parece ser un rasgo común a la historia literaria de toda Hispano-América. “Nuestros poetas, nuestros escritores, -apunta un excelente crítico. Pedro Henríquez Ureña- fueron las más veces, en parte son todavía, hombres obligados a la acción, la faena política y hasta la guerra y no faltan entre ellos los conductores e iluminadores de pueblos”. La materia resulta, por tanto, mediocre, desigual, escasa, si el crítico no renuncia ascéticamente a sus derechos de placer estético. I no todos tienen la fuerza de este renunciamiento que es casi una penitencia. Para afanarse en establecer, con orden riguroso, la biografía y la calidad de uno de nuestros pequeños clásicos y de nuestros pequeños románticos, precisa -haciéndose tal vez cierta violencia a si mismo- persuadirse previamente de su importancia, hasta exagerarla un poco.
La historia erudita, bibliográfica y biográfica, de nuestra literatura como la de todas las literaturas hispano-americanas, tiene, por esto, el riesgo de aceptar cierta inevitable misión apologética, con sacrificio del rigor estimativo y de la verdad crítica. La crítica artística, y por tanto la historia artística, -ya que como piensa Benedetto Croce se identifican y consustancian- son subrogadas por la crónica y la biografía. Las cumbres no se destacan casi de la llanura, en un panorama literario minucioso y detallado. No cumple así la historia su función de guiar eficazmente las lecturas y de ofrecer al público una jerarquía sagaz y justa de valores. Henríquez Ureña, ante este peligro, se pronuncia por una norma selectiva: “Dejar en la sombra populosa a los mediocres; dejar en la penumbra a aquellos cuya obra pudo haber sido magna, pero quedó a medio hace tragedia común en nuestra América. Con sacrificios y hasta injusticias sumas es como se constituyen las constelaciones de clásicos en todas las literaturas. Epicarmo fue sacrificado a la gloria de Aristófanes; Gorgias y Protágoras a las iras de Platón. La historia literaria de la América española debe escribirse alrededor de unos cuantos nombres centrales: Bello, Sarmiento, Montalvo, Martí, Darío, Rodó”.
El género mismo de las historiografías literarias nacionales, se encuentra universalmente en crisis, reservado a usos meramente didácticos y cultivado por críticos secundarios. Su época específica es la de los Schlegel, Mme Stael, Chateaubriand, De Sanctis, Taine, Brunetiere, etc. La crítica sociológica de la literatura de una época culmina en los seis volúmenes de las “Corrientes principales de la literatura del siglo diecinueve” de George Brandes. Después de esta obra, cae en progresiva decadencia. Hoy el criterio de los estudiosos se orienta por los ensayos que escritores como Croce, Tilgher, Prezzolini, Gobetti en Italia, Kerr en Alemania, Benjamin Cremieux, Albert Thibaudet, Ramón Fernández, Valery Larbaud, etc en Francia, han consagrado al estudio monográfico de autores, obras y corrientes. I respecto a una personalidad contemporánea, se consulta con más gusto y simpatía el juicio de un artista como André Gide, André Suarez, Israel Zangwill, y aún de un crítico de partido como Maurrás o Massis, que de un crítico profesional como Paul Souday. Se registra, en todas partes, una crisis de la crítica literaria, y en particular de la crítica como historia por su método y objeto. Croce, constatando este hecho, afirma que “la verdadera forma lógica de la historiografía literario-artística es la característica del artista singular y de su obra e la correspondiente forma didascalica del ensayo y la monografía” y que “el ideal romántico de la historia general, nacional o universal sobreviene solo como un ideal abstracto; y los lectores corren a los ensayos y a las monografías o se limitan a estudiarlas consultarlas como manuales”.
Pero en el Perú donde tantas están cosas por hacer, esta historia general no ha sido escrita todavía; y, aunque sea con retardo, es necesario que alguien se decida a escribirla. Y conviene felicitarse de que asuma esta tarea un escritor de la cultura y el talento de Luis Alberto Sánchez, apto para apreciar corrientes y fenómenos no ortodoxos, antes que cualquier fastidioso y pedante seminarista, amamantado por Cejador.
Esperemos con confianza, el segundo tomo de la obra de Sánchez, que contendrá su crítica propiamente dicha, y por tanto su historia propiamente dicha, de obras y personalidades. Del mérito de esta crítica, depende la apreciación del valor y eficacia del método adoptado por Sánchez y explicado en el primer tomo. La solidez del edificio será la mejor prueba de la bondad de los andamios.
En tanto, tengo que hacer una amistosa rectificación personal a Sánchez. Al referirse a mi “proceso de la literatura peruana”, deduce mis fuentes de mis citas y aún eso incompletamente. Cuando conozca completo, y en conjunto, mi estudio, comprobará que, con el mismo criterio con que enjuicio solo los valores-signos, en lo que concierne a la crítica y a la exégesis comento los documentos representativos y polémicos. No tengo, por supuesto, ninguna vanidad de erudito ni bibliógrafo. Soy, por una parte, un modesto autodidacta y por otra parte, un hombre de tendencia o de partido, calidades ambas que yo he sido el primero en reivindicar más celosamente. Pero la mejor contribución que puedo prestar al rigor y a la exactitud de las referencias de la obra de Sánchez, es sin duda la que concierne a la explicación de mí mismo.
José Carlos Mariátegui.

José Carlos Mariátegui La Chira

Stefan Zweig, apologista e interprete de Tolstoy y Dostoyevski

Stefan Zweig, gran escritor contemporáneo, nos explica a Tolstoy y a Dostoyevsky, en dos admirables volúmenes, que no están por cierto dentro de la moda de la biografía novelada y anecdótica. Zweig enjuicia en Tolstoy lo mismo que en Dostoyevski, el artista, el hombre, la vida y la obra. Su interpretación integral, unitaria, no puede prescindir de ninguno de los elementos o expresiones sustantivas de la personalidad, ni del grado en que se interinfluencian, contraponen y unimisman. Está lo más lejos posible del ensayo crítico, puramente literario; pero, como nos presenta al artista viviente, cambiante, en la complejidad móvil de sus pasiones y de sus contrastes, su crítica toca las raíces mismas del fenómeno artístico, del caso literario, sorprendido en una elaboración íntima.
La biografía en boga reduce al héroe, escamotea al artista o al pensador. Destruye, además, la perspectiva sin la cual es imposible sentir su magnitud. Leyendo a “Shelley” de Andre Maurois, mi impresión inmediata dominante fue esta: el biógrafo no logra identificarse con el personaje; lo seguía con una mirada irónica; no abandonaba ante sus aventuras una sonrisa escéptica, un poco burlona; entre uno y otro se interponía la distancia que separa a un romántico de los días de la revolución liberal de un moderno pequeño-burgués y clasicista. Consigné esta impresión en mi comentario anterior. Y hoy encuentra en mí intensa resonancia la reacción de Emmanuel Berl (“Europe”, Enero de 1919, “Premier Panflet”), cuando en su requisitoria contra el burguesismo de la literatura francesa escribe lo siguiente: “Para que la desconfianza hacia el hombre sea completa, es menester denigrar al héroe. Este es el objeto verdadero y, sin duda alguna, el resultado de la biografía novelada que medra abundante desde el Shelley de M. André Maurois. M. Maurois tiene en este hecho una bien pesada responsabilidad. No ignoro que su carácter profundo corresponde mas sin duda a esta parte de su obra cuyo éxito quizá lo ha sorprendido a él mismo. Entreveo en M. Maurois un discípulo bastante sincero de Chartier. Hay en él, igualmente, un hombre triste de aspecto provincial, que el aspecto de Climats, descubre bastante, una oveja negra que rumia con melancolía una hierba sin duda amarga que no conocemos. La vida de Shelley no es menos, en cierta medida, un delito y un desastre espiritual. El éxito de la biografía novelada, género extrañamente falso, no se comprendería si muy malos instintos no hallaran en ellos su alimento. Gusto de la información fácil e inexacta, reducción de la historia a la anécdota (Inocuidad garantizada S.G.D.G.). Pero, sobre todo, la revancha de la burguesía contra el heroísmo. Gracias a M. Maurois se puede olvidar que Shelley fue poeta. Se le ve como un joven aristócrata que rompe el cascarón demasiado ruidosamente y quien M. Maurois nos permite seguir con una mirada irónica en su marcha titubeante, cuando es precisamente la del genio entre la Revolución y el amor. La condenación de la biografía novelada en sí misma como género, tiene mucho de excesiva y extrema; pero la apreciación de las tendencias a que obedece no es arbitraria.
Zweig evita siempre el riesgo de idealización charlatana y ditirámbica. Su exégesis tiene en debida consideración todos los factores físicos y ambientales que condicionan la obra artística. Recurre a la vida del artista para explicarnos su obra; y, por la mancomunidad de ambos procesos, le es imposible atenerse en su crítica el dato meramente literario. Así, no le asusta asociar la epilepsia de Dostoyevski al ritmo de su creación. Pero este concepto no tiene en Zweig ninguna afinidad con el simplismo positivista de los críticos que pretendían definir el genio y sus creaciones con mediocres fórmulas científicas.
Tolstoy y Dostoyevski son, para Zweig como para otros críticos, los polos del espíritu ruso. Pero Zweig aporta al entendimiento de uno y otro una original versión de su antítesis. Su percepción certera, precisa, le ahorra el menor equívoco respecto al verdadero carácter del arte tolstoyano. Zweig establece, con sólido y agudo alegato, el materialismo de Tolstoy. El apóstol de Yasnaia Poliana, a quien todos o casi todos estiman por idealista, era ante todo un hombre de robusta raigambre realista, de fuerte estructura vital. Esta puede ser una de las razones de su glorificación por la Rusia marxista. El realismo de la Rusia actual reconoce más su origen en el método de Tolstoy, atento al testimonio de sus sentidos, reacio al éxtasis y a la alucinación, que en Dostoyevski, pronto a todos los raptos de la fantasía. Tolstoy representa, a los ojos de las presentes generaciones rusas, a la Rusia campesina. Lo sienten aldeano, mujic, no menos que aristócrata. Zweig no se queda a mitad de camino en la afirmación de la primacía de los corporal sobre lo espiritual en la literatura de Tolstoy. “Siempre en Tolstoy -dice- el alma, la psiquis, -la mariposa divina cogida en la red de mil mallas, de obsesiones extremamente precisas- está prisionera en el tejido de a piel, de los músculos y de los nervios. Por el contrario, en Dostoyevski, el vidente, que es la genial contra-parte de Tolstoy, la individualización comienza por el alma; en él el alma es el elemento primario; ella forja su destino por su propia potencia y el cuerpo no es sino una suerte de vestido larvario, flojo y ligero, en torno de su centro inflamado y brillante. En las horas de espiritualización extrema, ella puede abrazarlo y elevarlo en los aires, hacerle tomar su impulso hacia las tierras del sentimiento, hacia el puro éxtasis. En Tolstoy, opuestamente, observador lúcido y artista exacto, el alma no puede volar jamás, no puede siquiera respirar libremente”. De esto depende, a juicio de Zweig, la limitación del arte de Tolstoy, el que habría deseado, como Turgueniev, “más libertad de espíritu”. Pero, sin esta limitación, que con el mismo derecho debe ser juzgada como su originalidad y, su grandeza, Tolstoy y su obra carecían de la solidez y unidad monolíticas que la individualizan. Perderían esa contextura de un solo bloque que tanta admiración no impone.
La interpretación de Zweig pisa, sin duda, un terreno más firme, cuando en la impotencia de Tolstoy para alcanzar su ideal de santidad y de purificación, en su tentativa constante y fallida por vivir conforme a sus principios, reconoce la faz más intensamente dramática y fecunda de su destino. “Nuestro concepto de santificación de la existencia por un ardor espiritual no tiene ya nada que ver con las figuras xilográficas de la Leyenda Dorada ni con la rigidez de estilista de los Padres del desierto, pues desde hace largo tiempo hemos separado la figura del santo de todas sus relaciones con las definiciones de los concilios de teólogos y de los cónclaves del papado: ser santo significa para nosotros, únicamente, ser heroicos, en el sentido del abandono absoluto de su existencia a una idea vivida religiosamente”. “Pues nuestra generación no puede venerar ya a sus santos como enviados de Dios, venidos del más allá terrestre, sino precisamente como los más terrestres de los humanos.”
El estudio de Stefan Zweig sobre Dostoyevski, menos personal, aunque no menos logrado ni menos admirable, y que se ciñe en varios puntos a la discutida exégesis de Mjereskovsky, me sugiere algunas observaciones sobre el sentido social del contraste entre los dos grandes escritores rusos.

José Carlos Mariátegui La Chira

"Un homme se penche sur son passe" por Constantin-Weyer

Aún sin la consagración del premio Goncourt, este libro de M. Constantin Weyer, “tan extraño al gusto del día como un traje de cow-boy en la Avenida de la Opera”, tal vez por esto mismo no se confundiría en los densos rasgos de la producción francesa de 1928, con las novelas de éxito común. Constantine-Weyer tiene desde su novela “Manitoba” un sitio destacado y propio entre los novelistas franceses contemporáneos. “Un homme se penche sur son passe” confirma cualidades de narrador potente que ya nos había revelado. La Academia Goncourt no se ha anticipado, en este caso, al veredicto del más atento público y de la más justiciera y vigilante crítica.
Constantin-Weyer es un hombre que ha invertido el itinerario de Arthur Rimbaud. El poeta extraordinario de “Illuminations” dejó la literatura por la colonización. Constantin-Weyer escribe sus novelas, de regreso de su aventurosa existencia de domador de la pradera canadiense y de explorador del Grand Nord. Es un pionnier que escribe y que, por este hecho, cesa quizá de ser pionnier. El itinerario de Constantin-Weyer es, necesariamente, más moderno, más actual, y en esto se conforma al principio rimbaudiano –“il faut entre absolument moderne”-; pero había más grandeza en el destino de Rimbaud. La literatura de Constantin-Weyer se alimenta de su rica y fuerte experiencia de hombre. Por sus libros circulan la sangre de su existencia que en la plenitud ha encontrado un sano equilibrio vital. Pero el hombre que se agita y vive en esta literatura ha terminado. ¿Qué es hoy M. Constantin-Weyer? El título de su libro nos da la respuesta. Por independiente que sea de su protagonista, el mismo es también “un hombre que se inclina sobre su pasado”.
La epopeya del Canadá, como episodio espiritual del mundo capitalista, ha concluido. La pradera, limitada, conquistada, industrializada, hace ya mucho tiempo que no ofrece el ímpetu nómade, al galope libérrimo del colonizador del Canadá perspectivas infinitas y salvajes. El protagonista de Constantin-Weyer que en esto se identifica con Constantin-Weyer llega tarde al Canadá, para participar en esta etapa, heroica y absolutamente individualista de la epopeya canadiense. Tiene la nostalgia del tiempo de los “scalp”, que él no había jamás conocido. Pero la pradera, colonizada, dispone aún para retorno de la fuerza cautivante de toda creación, de toda conquista. “La marisma, el bosque y el clima mismo, estos humildes labradores, los O’Molley, los Mac Pherson, los Grant, los Campbell, los Jones, los Atkins, los Lavallés, los Brosseault, Irlandeses, Escoceses, Ingleses, Canadienses, Franceses, todos los verdaderos obreros del Imperio trabajan aquí por la prosperidad y el desarrollo de la gigantesca empresa bajo el signo de la Unión. Hermoso espectáculo todavía, propio para ocupar algunos años de mi vida”.
El protagonista de Constantin-Weyer, demasiado propenso a la aventura, a la andanza, es incapaz, sin embargo, de contenerse indefinidamente con este destino sedentario. La gracia lozana, la atracción fresca de Hannan O’Molley, prometida de un irlandés, pero pronta a sonreír a un frenchy gallardo, diestro a la doma de potros, dueño de esa extraña seducción del extranjero, lo fijan temporalmente en una colonia de irlandeses perezosos y escoceses puritanos. Mas el ritmo de la novela no se acordaría con una existencia agrícola. Frenchy es un ser fundamentalmente viajero, vagabundo. su objeto no es mostrarnos un retazo colonizado y productivo de la pradera. Ya que la pradera ha perdido los encantos bárbaros de su primitividad americana, nos llevará lejos, a la región de las nieves y de los lobos. Frenchy sabe ser alternativamente cow-boy, cazador, colono. Carece del apego al agro del campesino francés. Tiene, más bien, un instinto bohemio, andariego, inmigrante. No ha venido al Canadá para presidir patrióticamente las veladas de una familia numerosa en una alquería próspera. Este instinto lo ha conducido otras veces al Norte donde ha aprendido como ninguno a guiar una brava y veterana jauría. No son las ganancias de un buen acopio de pieles las que lo mueven a amar las largas y duras andanzas del cazador, es su gusto por la aventura, por el riesgo, por el empleo total, pleno, victorioso de sus sentidos y sus energías. Lo acompaña un compatriota, Paul Durand, que morirá en el viaje. El relato de este viaje es quizá la parte más bella de la novela. Constantin-Weyer logra admirablemente la expresión del esfuerzo gozoso y tremendo del explorador. Hay algo como una poesía bárbara y darwiniana en la victoria del hombre que atraviesa la estepa inmensa, en la voluntad sana del cazador que bebe a grandes sorbos la sangre caliente y tónica del lobo que acaba de matar, en la herida borbotante.
Montherlant se esmeraría narrando estas cosas, en la apología exultante del instinto, en la exaltación pagana de los sentidos. Contra su intención incurriría en un exceso decadente y literario. Constantin-Weyer es bíblicamente sano y simple en la aversión de la lucha, de la pena y de la alegría del explorador. La conquista de la estepa, la caza del lobo no son posibles como deporte mórbido. Un descendiente espiritual de Barrés puede buscar su placer en el diletantismo del toreo; pero le sería siempre inasequibles los goces severos y difíciles de Constantin-Weyer en su posesión del Canadá.
Y el destino de Frenchy, en el tercer tiempo de la novela continúa reacio a la domesticación agrícola. El pionnier desposa a Hannah, pero algo tendrá que arrancarlo de su tierra y de su hogar de colonizador. La floresta, la caza, bastan por el momento a su apetencia de viaje, a su hábito de lucha. Mas Frenchy sentirá de nuevo una necesidad absoluta de partir de nuevo. El drama lo liberta de esta paz monótona, sedentaria, agrícola. Frenchy vuelve a ser corredor intrépido de tierra del Norte montaraces y primitivas. Vuelve a ser más plena y patéticamente que nunca cuando persigue con instinto de cazador al hombre, al rival que huye con su mujer y su hija. Y solo el drama puede detenerlo: la cruz de pino clavada por los culpables sobre la tierra donde reposa la niña muerta, en la penosa marcha.
La novela termina con esta nota de piedad. Porque el dolor también en esta vida que, sin dolor, sería menos humana, menos fuerte y menos verdadera. Y la más pura excelencia del arte de Constantin-Weyer es que sabe ser siempre fuerte, humano y verdadero.

José Carlos Mariátegui La Chira

Leon Bazalgette

“Europe” consagra uno de sus últimos números a León Bazalgette, muerto hace siete meses. Homenaje justiciero a la memoria de su admirable redactor en jefe y generoso animador. Ya “Monde”, cuyo comité director formaba también parte Bazalgette, lo había iniciado en tres números en que despidieron al biógrafo de Henry Thoreau, al traductor de Walt Withman, las voces fraternas de Barbusse, de Jean Richard Bloch, de Jean Guehenno, de René Arcos, de Georges Duhamel, de Franz Masereel, de Miguel de Unamuno. Varios de estos escritores y artistas participan en el homenaje de “Europe” que preside Romaind Rolland. En este homenaje están presentes cuatro norte-americanos: Waldo Frank, Max Eastman, John dos Pasos, Sherwood Anderson. Presencia que no se explica solo por el carácter internacional de “Europe”, revista más internacional que europea, como su nombre quiere significarlo. La más pura y moderna literatura norte-americana tiene especiales razones de reconocimiento y de devoción a Bazalgette. Pocos franceses conocían y amaban esa literatura como este magro y fervoroso puritano de París. Bazalgette reveló a Francia Walt Withman y Henry Thoreau. Como director de la magnífica y selecta colección de prosadores extranjeros de Rieder, contribuyó a la divulgación de algunos de los mejores valores de la literatura yanqui: Sherwood Anderson, Carl Sandburg, Waldo Frank, John Dos Pasos. Si Walt Withman, a través de los unanimistas, ha influido en un sector de la poesía francesa, el mérito toca en parte a Bazalgette que puso su arte escrupuloso y severo de artesano medioeval y su gusto perfecto de crítico moderno en el trabajo de verter al francés los versos del gran americano.
Singularmente justas y seguras son estas palabras de Romain Rolland que rinden homenaje a la verdadera Francia tanto como a Bazalgette: “Era uno de los últimos representantes de una gran generación francesa, en quien el desinterés era el pan cotidiano. La especie no ha desaparecido y no desaparecerá jamás aunque la “feria en la plaza” de hoy, en la cual participan los más ilustres de nuestros jóvenes, haga ostentación de apetitos que nos escandalizan menos de lo que no hacen sonreír. (¡Se contentan de poco!). Bajo la eterna agitación de esta carrera tras la fortuna, la verdadera Francia continúa su labor eterna, silenciosa, pobre, proba, serena. Así fue ayer, así será mañana”. Stefan Sweig dice que “el alma misma de Walt Withman ha revivido en Bazalgette”. A tal punto juzga maravillosa su obra de traductor. Waldo Frank evoca su admirativa sorpresa al descubrir en Francia un hombre que tan profunda y sagazmente comprendía el espíritu norte-americano. Bazalgette no adquirió este conocimiento de Norte-América en ninguna aventurera, diplomática y reclamística indagación a Paul Morand. “Europa -dice Frank- nos envía analistas, observadores penetrantes; y bien, se les siente siempre huraños al cuadro que traza de la vida americana. Escriben en hombres de ciencia, en caricaturistas, en críticos o en apologistas; pero siempre de fuera. Solo este hombre, que no había venido en persona, llevaba en el fondo de si mismo el soplo, las palpitaciones de una realidad viva”. John dos Pasos elogia en Bazalgette el mismo extraordinario don: “Por Withman y Thoreau, ha conocido -escribe-, una América diversamente vasta y más fundamental que este país de jazz, de rascacielos y de rudos negros tan a la moda en la Francia de nuestros días”. Sherwood Anderson lo estima un cosmopolita.
Le debo una eficaz invitación al conocimiento y a la meditación de Henry Thoreau, a quien empecé a amar en su libro. Le debo mi primer fuerte contacto con la más acendrara y entrañable Norte-América. Sin ser francés, en un tiempo en que la orientación de mi cultura dependía en gran parte de mi suerte en la elección de guías, experimenté su sana influencia. Lo seguí en “Clarté”, en “Europe”, en “Monde”. Y, sin haberlo visto nunca, me lo imaginaba tal como lo describen los que tuvieron la fortuna de ser sus familiares, obstinado, generoso, alacre, paciente heredero y continuador de la más noble tradición francesa.

José Carlos Mariátegui La Chira

El Burgués

La novela de la guerra alemana, en boga en nuestros días, no será nunca inteligible en todos sus detalles a los lectores que conozcan mal la psicología de la burguesía de la Alemania contemporánea. Leonhard Frank, autor de uno de los primeros libros de guerra, nos puede servir de guía en uno de los sectores de esta indagación. Su novela “El Burgués” es una de sus obras maestras, tiene las más genuinas cualidades de biografía espiritual, de croquis psíquico de la burguesía alemana en su edad crítica.
No es esta una burguesía balzaciana, de franceses de sangre impetuosa y juicio equilibrado; no es una burguesía ibseniana de protestantes heroicos y mujeres apasionadas. Jurgen Kolbenreiher tiene un vago pero cierto parentesco con Jimmy Herf, el protagonista de “Manhattan Transfer”. El burgués novelesco, el burgués espécimen de nuestra época, no es el conformista, el normal, que cumple su misión capitalista de acumulación con perfecta salud moral y seguro equilibrio físico. Este género enrarece, a medida que se acentúa el declinio de la burguesía. La literatura, al menos ha agotado casi la descripción de sus variedades. Tenemos millares de acabadas biografías de industriales, banqueros, funcionarios que emplean sin drama interior su voluntad de potencia. La burguesía en tanto es cada vez menos dueña de su propio espíritu. Están muy relajados los resortes de su mecanismo mental. Le es humanamente difícil retener en sus rangos a los individuos de mayor impulso. Una clase que ha cumplido su misión histórica, y a la que ninguna empresa heroicamente creadora promete ya su futuro, no dispone de los elementos intelectuales y psicológicos necesarios para preservarse de una superproducción de “no conformistas”. El “no conformismo” en tiempos de regular crecimiento capitalista, prestaba a la salud burguesa servicios de reactivo. Tenía por objetos estimular su energía moral e intelectual como una secreción excitante. Henry Thoreau, rebelándose con extremo individualismo contra el pago de impuestos, no pone mínimamente en peligro el equilibrio de una sociedad liberal y puritana; es un signo de vitalidad y de juventud de individualismo de la futura democracia de Roosevelt y Hoover.
Jurgen Kolbenreiher, en el comienzo de la novela, es un tímido alumno de liceo que, en el umbral de una librería, con el dinero en las manos, no osa entrar a adquirir el volumen de filosofía que ha escogido en la vitrina. Sobre Kolbenreiher pesa una opresora educación burguesa que reprime todas sus inquietudes instintivas. Vigilan su adolescencia su padre, burgués implacable, y una hermana de este que exagera su ortodoxia de clase con rutina engañona de tía vieja y soltera. La gravedad contemplativa de Jurgen, su aire distraído, sus salidas heréticas disgustan y preocupan a su padre. Los Kolbenreiher pertenecen a una antigua familia burguesa que en el siglo XV dio a su ciudad un burgomaestre. La inquietud absurda de Jurgen, adolescente de optimismo prematuramente insidiado por la filosofía atenta contra una sólida tradición de adustos negociantes. El viejo Kolbenreiher ha decidido dedicar a su hijo a una carrera administrativa. Un joven de buena familia, inepto para los negocios, no puede aspirar a otra cosa. Jurgen será un pequeño juez de provincia, de humor oscuro y descontento. Para la tía, tutora de Jurgen a la muerte de su padre, esta es la más sagrada de las disposiciones testamentarias. La tía se impone la tarea de velar por la educación de Jurgen de modo que nada lo desvía de su destino de juez de paz. A esta tarea se consagra con el mismo rigor monótono que al crochet y a la administración de sus fincas y valores.
Leonhard Frank sigue en páginas sagaces y concisas el curso de esta adolescencia torturada y difícil. Podría ensayarse útiles confrontaciones entre la adolescencia de Jurgen Kolbenreiher y la del protagonista de Ernst Glaesse. Leonhard Frank desde “La Patria de Bandoleros” se revela biógrafo extraordinariamente penetrante de la juventud alemana. Todo lo que la pedagogía seca y ciega de una tía soltera y rígida, fiel a su tradición burguesa, puede hacer por deformar y anular un alma adolescente, está reflejado en el relato de la juventud de Jurgen. Juventud ensombrecida por la larga e inexorable pesadilla de su conflicto con esta educación de punto crochet que se propone aprehenderlo en propia individualidad.
Jurgen se revela contra esta tía, que intenta dictar a su existencia una regla y un horario estrictos, fijar sus horas de sueño, proscribir poco a poco de sus lecturas y de su ocio la filosofía y los ideales. Pero la rebelión contra la tía y su horrible crochet cotidiano no es posible sino como rebelión contra todo el orden social que representa esta vieja, sus principios y sus casas de alquiles. Jurguen no puede emanciparse de su gris destino de juez de paz y de parsimonioso administrador de su renta, sin emanciparse de toda la tradición de los Kolbenreiher. Desde el liceo, Jurguen se había preguntado ¿Por qué el mejor alumno de su clase, por ser hijo de un cartero, impedido por su pobreza de continuar sus estudios, tendría que empujar una carretilla de mano o recoger boñiga de la calle? ¿Por qué, desde los catorce años hasta su muerte, los mil setecientos obreros del señor Homes, están obligados a trabajar de la mañana a la tarde en su fábrica de papel, mientras millares de muchachos y muchachas que trabajan poco o nada, que se visten bien y se cuidan, pueden pasearse todos los días? Jurguen se había planteado la cuestión de la desigualdad social a sus interrogaciones cuando su impulso centrífugo lo lleva al estudio del ingeniero socialista, licenciado de la fábrica de uno de sus condiscípulos, por sus principios subversivos. El ingeniero es el líder del movimiento socialista local. Jurgen asiste a las reuniones obreras. En las asambleas, en la redacción del periódico socialista halla a Catherine Lenz, otra rebelde de su generación y de su clase, que ha roto con su familia y ha abandonado su hogar para vivir según su propio sentido de la vida. Jurgen deja también su casa y sus odiosos deberes. Conoce la ventura de amar a una mujer que siente y piensa como él, se une a Catherine, más fuerte, más neta que él, heroína modesta y anónima, de la fuerte estirpe de Rosa de Luxemburgo y de Larissa Reisner. Y ya no le será posible olvidar en su vida “esa mañana en que por la primera vez, ha sentido la tranquila seguridad de no estar ya violentado por nada extraño a él y de ser el amo absoluto de su vida sentimental”.
Pero Jurgen no es sino un joven idealista, en el que las raíces de su clase no pueden desaparecer fácilmente. Para militar gozosa y perseverantemente en el movimiento socialista le falta la disciplina del obrero, confinado desde su origen dentro de los límites de su existencia proletaria. Le falta la voluntad firme, el instinto seguro de Catherine Lenz. Jurguen no resiste a la dura prueba de la miseria y la estrechez de una vida de agitador. Es, en el fondo, un egocéntrico, un romántico que no puede imaginarse sino de protagonista de una escena brillante. Su lastre sentimental le impide darse hasta el fin a su nuevo destino, forjarse una nueva existencia como Catherine. Sus más secretos impulsos lo conminan a la deserción, a la fuga. Por esta vía llega a una tentativa de suicidio. En el instante decisivo, se aferra a la vida. Pero desde ese instante se inicia a su retorno a cuanto ha abandonado; bienestar, confort. Una condiscípula de Catherine, inteligente, hermosa, sin prejuicios, rebelde también a su manera, que lo ama acicateada por un sentimiento de curiosidad y admiración, es una tentación a la que inconscientemente sucumbe. Desesperado, después de una escena dolorosa con Catherine busca fugitivo la muerte en los rieles de un tranvía. Cuando se despierta, dos días más tarde, en la alcoba de su tía, vendadas la cabeza y las piernas, Elisabeth, la hija del banquero, vela a su cabecera.
Es así como Jurgen regresa a la existencia a la que ha querido escapar. Ya no será juez de paz. Su rebelión ha tornado a la tía complaciente. Se casará con Elisabeth y reemplazará a su suegro en la banca. Transcurren algunos años. Pero Jurgen no logra ya restituirse, reintegrarse espiritualmente a la clase de la que en su época romántica y juvenil ha desertado. Ni Elisabeth ni los placeres, ni su colección de objetos de arte, bastan a su equilibrio espiritual. Elisabeth es una mujer egoísta y banal que lo engaña para distraerse del aburrimiento de una existencia burguesa. Y, poco a poco, el joven Jurgen reivindica sus derechos, retorna a su vez exigente y acusador. El conflicto entre los dos Kolbenreiher estalla violento, implacable. El banquero Kolbenreiher confronta su caso con el de las gentes que la circundan. “No importa -se dice- el hecho es que sin objeto, sin idea, sin razones de existencia, yo no puedo continuar viviendo. No puedo soportarlo. Es un estado simplemente intolerable. Es en esto que tú te distingues del burgués puro. Este soporta admirablemente tal estado. ¿No es su objeto poseer, poseer, poseer, poseer siempre más? Y él se mantiene generalmente en buena salud. ¿Cómo puede un hombre renunciar a existir hasta el punto de aceptar necesariamente un destino como el que la vieja tía ha soñado siempre para el último Kolbenreiher? La explicación es fácil: “Más del noventa y nueve por ciento de sus contemporáneos que charlan incesantemente sobre el “alma” no son absolutamente incomodados por la suya”. Este conflicto empuja a Kolbenreiher con velocidad vertiginosa hacia la locura. ¿No está ya loco el banquero Kolbenreiher? Ninguno de sus familiares lo duda, al escucharle frases incoherentes, frases absurdas como esta: “Mi villa, mis tres inmuebles de alquiler, toda mi cartera, mi situación, mi crédito, la consideración de que yo disfruto, os doy todo a cambio de esto: yo”. Su vecino, un anticuario sonríe: “Compra de ideales bien conservados. Estilo Luis XVI”. Jurgen huye. Viaja desatentada, desesperadamente, en busca de su yo perdido. Parece que la última estación de su vida va a ser la locura. Los manicomios del siglo veinte albergan muchos Jurgen. Pero Jurgen recorre al final de este viaje, al camino de su primera evasión. Se encamina al barrio de los obreros. Entra al local, donde escuchara en su juventud al ingeniero y donde escuchara a sí mismo, razonando marxistamente. En la puerta, un adolescente de 14 años ofrece a Jurgen un folleto.
“¿Quién habla esta tarde?”
“Mi madre, la camarada Lenz”.
“... Temblando, él mira al hijo de Catherine, cuyo exterior recuerda exactamente al alumno de liceo Jurgen, que, delante de la librería, no tenía valor de entrar a comprar el volumen”.
Leonhard Frank no hace propaganda. Su novela es una pura creación artística. La emoción de su relato no suena jamás a falso. Y todo transcurre en ese tiempo alucinante, suprarrealista, poético, de sus novelas tan densas de humanidad, de misterio.

José Carlos Mariátegui La Chira

Un libertino, por Hermann Kesten

No es solamente libros de guerra lo que se traduce actualmente en la literatura alemana que -con el otorgamiento, a Thomas Mann, del Premio Nobel-, va a entrar seguramente en un período de activa exportación. Exportación: el término usualmente comercial no es impertinente. Durante la post-guerra, la literatura, como la industria de Alemania, ha renovado su instrumental y revisado su técnica.
“Un Libertino”, la novela de Hermann Kesten, -que aparece en las Ediciones Cenit, traducida por Fermín Soto-, pertenece a un género del que no tiene aún muestras el público hispánico. Procede de uno de esos equipos de escritores revolucionarios que en Alemania profesan y sirven la idea de que la novela debe ser usaba como arma de ataque y de crítica antiburguesa. Estos escritores quieren emplear la literatura como George Grosz emplea el dibujo. Representan una tendencia literaria que corresponde espiritualmente a la tendencia artística de George Grosz, Heinrich Zille, Kaethe Kolwitz, etc.
Por ser una literatura absoluta de post-guerra, esta literatura no puede por lo general eludir el hecho de que arrancan sus raíces: la guerra. Y, bajo cierto aspecto, “Un Libertino” de Hermann Kesten es también, al menos en sus últimos capítulos, un libro de guerra. El protagonista, José Bar, fuga de su país, Alemania, en 1914, para vivir en el extranjero como un hombre libre. Y la guerra lo sorprende en el país en que se ha refugiado, Holanda, donde resuelve, más obstinada y pragmáticamente que antes, permanecer, protegido contra sus obligaciones militares. “Un Libertino” es, pues, desde este punto de vista, la historia de un desertor; y lo es doblemente porque José Bar no solo rehusa acudir al llamamiento de su clase militar, sino que al mismo tiempo se rebela contra los intereses y los mandatos de su clase social. Si un anónimo nos ha dado en “Chinster” la historia del emboscado, del hombre que asiste a la guerra desde el retrofrente, Hermann Kesten en “Un Libertino” nos presenta el caso de un expatriado que se niega a regresar a su país para cumplir un deber que repudia.
José Bar en 1914 no es todavía teórica y prácticamente un revolucionario. Es solo un “revolté”, un rebelde, un disidente, un evadido: “José -dice el relato- era un individualista empedernido. Y este individualismo empecatado impedíale sentir la sagrada emoción que animaba en aquella hora a cientos de millones de hombres, no le dejaba reconocer la bondad ni la necesidad de la guerra, ver siempre en el enemigo el ilegítimo agresor y en la llamada patria el asilo de toda virtud moral; era tan ciegamente individualista que pensaba que la basura olía en todas partes mal, lo mismo en la patria propia que en la del enemigo; que la guerra se hacía pura y exclusivamente para conquistar riqueza y poder: que no eran más que modos de adquirir, cuando no pretextos hábilmente preparados para deshacerse en grandes cantidades, y a fantásticos precios, de las existencias acumuladas en los almacenes de los fabricantes de cañones o de paños para el ejército; que las guerras eran puras especulaciones bursátiles, operaciones aduaneras, transacciones bancarias, combinaciones para pescar ascensos, maniobras industriales o intrigas ministeriales, en una palabra, una estafa puramente privada de unos cuantos imbéciles y especuladores ambiciosos y ávaros”.
La novela de Kesten, a la que mejor conviene la clasificación genérica de relato, por descarnada y esquemática, es una sátira contra el individualismo de una juventud burguesa descontenta, insurgente. El protagonista de “Un Libertino” es, como el del John don Pasos en “Manhattan Transfer”, como el de Leonhard Frank, en “El Burgués”, un burgués idealista, centrífugo. Es un personaje diverso por el estilo, el ambiente, como lo exige el tono distinto de la obra; pero clasificable, por su procedencia y por su trayectoria, en la misma categoría.
Nada más dramático, tal vez, en nuestro tiempo, que el conflicto de estos hombres a quienes la burguesía no sabe retener en sus rangos, por descrédito de sus mitos y relajamiento de sus principios. Estos evadidos, estos prófugos, no son fácilmente asimilables por el socialismo y la revolución. Entre su rebeldía puramente centrífuga, atómica y la disciplina de la revolución proletaria, se interponen recalcitrantes sentimientos individualistas. Pero el proletariado recluta, frecuentemente, a sus más apasionados y eficaces adalides, en estas falanges de desertores. El libro de Kesten, que es una befa despiadada del individualismo burgués, consigna estas palabras: “La mayoría de los hombres consideran inmutable la suerte material de su vida; es curioso, pero es así. Al rico le ayudan a pensar de este modo las leyes hechas para él. Por su parte, los pobres, que viven fuera de las leyes, parecen comulgar en el credo religioso de la santidad de la pobreza. Este modo de pensar los hunde en la miseria y les impide remediarse ni remediar a los demás. No aciertan a unirse ni a meditar acerca de su situación. Sin los burgueses traidores a la causa de la burguesía, que se pasaron a las filas del proletariado, las masas obreras seguirían hoy casi tan ciegas como el primer día”. Conclusión excesiva de carácter polémico, como la frase de Lenin inscrita en la entrada de la obra: “La libertad es un prejuicio burgués”.
Esta es una literatura de guerra, de combate, producida sin preocupación artística, estética. No le interesa sino su eficacia como arma agresiva. Tal ves la traducción es algo premioso y dura; pero de toda suerte no hay duda de que al autor no le importa mucho la realización literaria de su idea. Y bajo este aspecto, esta literatura no es equiparable al dibujo de Grosz, en que el artista con los trazos más simples e infantiles se mueve siempre dentro de una órbita y una atmósfera de creación artística. La sátira pierde su alcance y su duración, si no está lograda literariamente. A la revolución, los artistas y los técnicos le son tanto más útiles y preciosos cuando más artistas y técnicas se mantienen.
Pero documentos como “Un Libertino” preludian y preparan, con todo, una nueva literatura. En este violento renunciamiento al indumento y a la carne artísticas, en esta desnudez de esqueleto, actúan la voluntad y los impulsos de un recomienzo.

José Carlos Mariátegui La Chira

El caso Raymond Radiguet

Es posible ignorar a Raymond Radiguet. Pero no es lícito ignorar el mayor suceso editorial de este tiempo: "Le Diable au Corps" y "Le Bal du Comte d'Orgel", novelas de Raymond Radiguet. Me ha tocado leer estas novelas en su 112a. edición. Las librerías de París han vendido, en quince días, cincuenta mil ejemplares de "Le Bal du Comte d'Orgel". Ningún otro libro contemporáneo ha tenido igual suerte.
Radiguet no ha conocido su éxito. Murió antes de llegar a los veintiun años. Su triunfo, su fama, son en gran parte una consecuencia de su muerte. Si Radiguet viviese todavía, sus novelas no habrían arribado a las 112a. edición. El público no sentiría ninguna impaciencia por leerlas ni la crítica por comentarlas. "Le Bal du Comte d'Orgel" no sería un libro afamado. Radiguet viviría un poco desconocido. Es, sin duda, por convenir a su gloria y a su editor que Radiguet a muerto.
Puede hasta formularse dos hipótesis sobre su muerte: Primera. Que Radiguet, consciente de haber escrito su obra maestra y deseoso de valorizarla, haya muerto voluntariamente. (De la vanidad de los literatos hay que esperarlo todo.) Segunda. Que Radiguet haya sido sigilosamente asesinado por su librero. (De la "réclame" moderna hay que temerlo también todo.) Pero más fundado y razonable es creer absurda ambas hipótesis, contrarias a la buena reputación de Radiguet o de su librero. Seguramente Radiguet ha muerto del modo más natural. Era un hombre nacido para producir una novela con fisonomía de "chef d'oeuvre". Escrito el "chef d'oeuvre", Radiguet tenía que morirse. No le quedaba nada que hacer en el mundo. El objetivo de su vida estaba cumplido. Jean Cocteau acepta implícitamente esta opinión en el prefacio de "Le Bal du Comte d'Orgel". "No acuseis al destino-- dice Cocteau--. No habléis de injusticia. Radiguet era de la raza grave en la cual la edad se desenvuelve demasiado rápida hasta el fin". La vida de Radiguet, en suma, no ha sido una vida frustrada. Ha sido simplemente una vida breve. ¿Por qué todas las vidas deben durar, regularmente, sesenta o setenta años? ¿Por qué todos los hombres deben morir arterioesclerosos? Esto, además de ser muy monótono, tendría muchos inconvenientes. La medicina, por ejemplo, carecería de pretexto para progresar.
Es probable, sin embargo, que Radiguet hubiese podido vivir un poco más. Le habría bastado con aplazar su obra maestra. Antes de producirla, Radiguet no podía morirse. Pero el parto fatal tenía indefectiblemente que hacer saltar en pedazos el resorte de la vida. ¿Por qué se apresuró Radiguet a hacer su "chef d'oeuvre"? La impaciencia, la prisa, la curiosidad, lo han matado. ¡Pobre garzón imprudente, víctima de la nerviosidad de su tiempo! Su historia es, --más acelerada y menos sentimental,--la melancólica historia del hombre del cerebro de oro de Alfonso Daudet.
Mas Radiguet ha sido un hombre de cerebro de oro del siglo veinte. Radiguet ha muerto precozmente; pero ha ganado la celebridad precozmente también. La fama es esquiva a los jóvenes. En este siglo, la fama camina más velozmente. La civilización la ha electrificado. Le ha quitado su cansada cuadriga y le ha puesto un motor de 1000 H.P. Pero, a pesar de esto, la fama llega siempre en otoño. La primavera no es la estación de la fama. Pocos hombres asisten al espectáculo de su propia gloria.
No clasifiquemos, simplistamente, a Radiguet como un niño prodigio. Radiguet no tenía simpatía por este término. Poco antes de su muerte escribía lo que sigue: "¿Qué familia no posee su niño prodigio? Ellas han inventado la palabra. Existen niños prodigios como hombres prodigios. Rara vez son los mismos. La edad no es nada. Es la obra de Rimbaud y no la edad a la cual Rimbaud la escribió lo que me asombra. Todos los grandes poetas han escrito a los diecisiete años. Los más grandes son aquellos que logran hacerlo olvidar".
A los dieciocho años Radiguet concluía "Le Diable au Corps" y colaborada con dos artistas como Jean Cocteau y Erik Satie en una ópera cómica. A los veinte años terminaba "Le Bal du Comte d'Orgel". No lo llamemos, sin embargo, niño prodigio. Respetemos su desdén por esta calificación.
Las novelas de Radiguet reflejan el humor escéptico y humorista de la literatura de la decadencia burguesa. En la escena de esta literatura se mueve, pulcra y amaneradamente, las pequeñas almas de la poesía de Paul Geraldy. El ideal de estas pequeñas almas es, como dice un crítico de Geraldy, "vivre avec douceur". Los griegos gustaban de vivir serenamente, los hiperestésicos burgueses occidentales de la Urbe quieren vivir dulcemente. La serenidad es demasiado grave y fuerte para estas pequeñas almas ávidas y golozas de dulzura. De la vida de las petites ames está excluido todo lo heróico, todo lo épico, todo lo clamoroso. "Le Diable au Corps" es una novela del tiempo bélico. Pero la emoción de la guerra no aparece nunca, en ninguna de las escenas, en ninguna de sus páginas. Es sin embargo, la novela de un adulterio que se incuba en la atmósfera de la guerra. Una joven recién casada se entrega a un adolescente tímido. El marido cuya vida permanece extraña al argumento y al ambiente de la novela, se bate en el frente. La luna de miel de los esposos ha sido exigua y torpe. En cambio, la luna de miel de los adúlteros, es larga y exquisita. Raymond Radiguet nos hace gustar a pequeños sorbos la historia de este pecado más bien inocente que perverso. La protagonista es una Madame Bovary menos provinciana, menos jugosa que la de Flaubert. El armisticio destruye la felicidad de la pareja adúltera. En esta novela, la guerra es el bienestar, la paz es el drama. Mas el drama mismo transcurre suavemente sin estertor, sin violencia.
"Le Bal du Comte d'Orgel"pertenece a la post-guerra. Pero el hálito acre de la crisis post-bélica tampoco sacude las almas ni las cosas. Se trata de una casta comedia de amor jugada en un escenario sensual, frívolo y elegante. Estamos de nuevo en el mundo de las "pequeñas almas". Piccolo mondo moderno. Irrumpe derrepente en la tertulia del Conde d'Orgel un emigrado ruso. Pero con este gentil-hombre no llega ninguna pasión, ningún grito, ningún eco del drama de Rusia. El huesped del Conde d'Orgel es demasiado correcto para desgarrar la plácida frivolidad de la tertulia con una acérrima diatriba anti-bolchevique. El emigrado se comporta discreta y gentilmente. No habla con odio, no habla con resentimiento siquiera de los bolcheviques. Casi los excusa, casi los comprende. Es un hombre que sabe que ninguna ruda pasión humana debe penetrar en un salón de buen tono. Es un hombre relativista y escéptico. La revolución lo ha empobrecido, lo ha arruinado; pero no le ha hecho perder el además aristocrático.
Tales son las "dramatis personae" de las novelas de Raymond Radiguet. Personajes, cosas, gustos y emociones de una época de decadencia. Ambiente y mundo de Proust, menos mórbidos, más sanos; pero con la misma tibia temperatura lánguida. Radiguet ha hecho a su modo novela psicológica. Novela de matices sutiles que analiza minuciosa y finamente el proceso de un sentimiento, la trayectoria de una pasión generalmente moderada y contenida. Novela de no enfoca sino un episodio, en vez de enfocar, como el folletín, toda una vida que se enlaza a cien vidas diferentes y confusas. Novela en la cual cada hombres es el protagonista de su propio drama y es el eje de su propio mundo. El literato de este estilo no intenta jamás aprehender un vasto paisaje humano. Su arte es como el de esos pintores modernos que, con un gusto un poco ascético, repiten innumerables cuadros la misma naturaleza muerta.

José Carlos Mariátegui La Chira

Carta de Arturo Capdevilla, 7/1927

Buenos Aires, julio de 1927
Distinguido colega y amigo:
Pienso exactamente así: la revista Amauta es una verdadera tribuna del pensamiento libre en el Perú; y José Carlos Mariátegui, su director, es un pensador dignísimo.
Arturo Capdevila

Capdevilla, Arturo

Carta de Fernando Márquez Miranda, 4/8/1928

Buenos Aires, 4 de agosto de 1928
Señor J. C. Mariátegui.
Lima - Perú.
Mi querido Mariátegui:
La Nación, de Buenos Aires, en sus Suplementos Literarios del 5 y 12 del cte. publicará un nutrido juicio crítico mío, acerca de Ortega y Gasset. ¿No querría Ud. propender a su difusión publicándolo, en una sola vez, en las páginas de su magnífica Amauta, que ya se abriera para mi Romain Rolland?
Si no hubiera algún obstáculo, mucho me placería que así fuese. Yo salgo en misión oficial el 13 del cte. para Nueva York, representando a la Universidad de La Plata en el XXIII Congreso de Americanistas que se celebrará en esa ciudad. De allí pasaré, posiblemente a París. Por esta razón dejo toda iniciativa en sus manos.
Sólo me resta, pues, esperar sus órdenes en ambas ciudades, para lo cual le adjunto mis respectivas direcciones y —al pedirle siga enviándome Amauta a Buenos Aires— me reitero su muy afectuoso y seguro amigo de siempre
F. Márquez Miranda
Direcciones: Septiembre
Argentina Consulate

  1. Battery Place
    New York
    U.S.A.
    Octubre
    Banco Español
    8, Avenue de l’Opera
    Paris. France.

Márquez Miranda, Fernando

Carta de Emilio Frugoni, 1/4/1927

Montevideo, 1 de abril de 1927
Sr. José Carlos Mariátegui - Lima
Estimado compañero:
Lector asiduo de "Amauta" que tiene Ud. la amabilidad de hacerme llegar, quiero retribuirle en parte el placer que me proporciona su lectura - simpática y valiente revista, a Jé! -- enviándole unos versos de un libro "La epopeya de la ciudad" próximo a ver la luz.
Claro está que es Ud., en la que se refiere a su publicación en "Amauta", dueño absoluto de la suerte de tales versos, y no me ofenderé porque me los arroje al canasto.
Lo que en realidad deseo es demostrarle la simpatía con que leo esa revista que llama a la intelectualidad del Perú por la calidad literaria de mi material y la avanzada orientación ideológica que la preside, si bien no comparto su posición comunista o bolchevique pues pertenezco al ministerio de los "socialistas parlamentarios" que Ud. fustiga en su mensaje - interesantísimo documento - al Congreso Obrero.
Reciba, diferencia de matices, aparte, el cordial apretón de manos de su admirador y compañero.
Emilio Frugoni.

Frugoni, Emilio

Carta de Juan María Merino Vigil, 7/3/1928

Piura, 7 de Marzo de 1928
Señor José Carlos Mariátegui
Lima
Mi querido compañero y amigos
No le he podido escribir por muchos motivos; ahora lo hago con mucho gusto. Adjunto va un giro contra el Royal Bank of Canada y a su orden por cien soles que usted se servirá mandar cobrar y pagar con ello mis dos acciones de Amauta.
He recibido todo lo que usted ha tenido la fineza de enviarme. Muchas gracias. En Ayabaca no hay seres pensantes y apenas si leen los periódicos locales. Amauta es una locura, ni siquiera les parece chistoso. He regalado algunos de los números de Amauta aunque sin esperanza alguna. Aquí en Piura si tiene a una gran acogida . He hablado con muchas personas y es muy elogiada Amauta. Aquí ven con mucha simpatía la campaña contra Estados Unidos y por este solo lado tienen las gentes alguna sensibilidad.
Muy bien su artículo sobre Gonzales Prada; me parece que esta vez se ha expresado con mas justeza que la tarde que sobre él discutimos en su casa. Yo quiero escribir sobre él pero me hacen falta sus libros le ruego hacerlos buscar en Lima y decirme cuanto valen todos para enviarle su valor a fin de que usted me haga el favor de mandármelos.
Le envió colaboración para Amauta muy pronto le enviaré artículos.
Le ruego saludar muy atentamente a su respetable familia para usted un abrazo de su amigo.
Juan M. Merino Vigil

Merino Vigil, Juan María

Retrato de Carlos Montenegro

Tarjeta postal con el retrato de Carlos Montenegro realizado por Jorge Mañach con la siguiente dedicatoria:
Para "Amauta" en el Perú.
Montenegro
abril 1929
Al reverso: Carlos Montenegro. Apunte de Jorge Mañach
Con letra de José Carlos Mariátegui: 5 cent ancho

Mañach, Jorge

Pasadismo y Futurismo

Pasadismo y Futurismo

Luis Alberto Sánchez y yo hemos constatado recientemente que uno de los ingredientes, tanto espirituales como formales, de nuestra literatura y nuestra vida es la melancolía. Bien. Pero otro, menos negligible tal vez, es el pasadismo. Estos elementos no coinciden arbitraria o casualmente. Coinciden porque son solidarios, porque son consustanciales, porque son consanguíneos. Son dos aspectos congruentes de un solo fenómeno, dos expresiones mancomunadas de un mismo estado de ánimo. Un hombre aburrido, hipocondriaco, gris, tiende no solo a renegar el presente y a desesperar del porvenir sino también a volverse hacia el pasado. Ninguna ánima, ni aún la más nihilista, se contenta ni se nutre únicamente de negaciones. La nostalgia del pasado es la afirmación de los que repudian el presente. Ser retrospectivos es una de las consecuencias naturales de ser negativos. Podría decirse, pues, que la gente peruana es melancólica porque es pasadista y es pasadista porque es melancólica.

Las preocupaciones de otros pueblos son más o menos futuristas. Las del nuestro, resultan casi siempre tácita o explícitamente pasadistas. El futuro ha tenido en esta tierra muy mala suerte y ha recibido muy injusto trato. Un partido de carne, mentalidad y traje conservadores fue apodado partido futurista. El diablo se llevó en hora buena a esa facción estéril, gazmoña, impotente. Mas la palabra “futurista'” quedó desde entonces irremediablemente desacreditada. Por eso, no hablamos ya de futurismo sino, aunque suene menos bien, de porvenirismo. Al futuro lo hemos difamado temerariamente atribuyéndole relaciones y concomitancias con la actitud política de la más pasadista de nuestras generaciones.

El pasadismo que tanto ha oprimido y deprimido el corazón de los peruanos es, por otra parte, un pasadismo de mala ley. El período de nuestra historia que más nos ha atraído no ha sido nunca el período incaico. Esa edad es demasiado autóctona, demasiado nacional, demasiado indígena para emocionar a los lánguidos criollos de la República. Estos criollos no se sienten, no se han podido sentir, herederos y descendientes de lo incásico. El respeto a lo incásico no es aquí espontáneo sino en algunos artistas y arqueólogos. En los demás es, más bien, un reflejo del interés y de la curiosidad que lo incásico despierta en la cultura europea. El virreinato, en cambio, está más próximo a nosotros. El amor al virreinato le parece a nuestra gente un sentimiento distinguido, aristocrático, elegante. Los balcones moriscos, las escalas de seda, las “tapadas”, y otras tonterías, adquieren ante sus ojos un encanto, un prestigio, una seducción exquisitas. Una literatura decadente, artificiosa, se ha complacido de añorar, con inefable y huachafa ternura, ese pasado postizo y mediocre. Al gracejo, a la coquetería de algunos episodios y algunos personajes de la colonia, que no deberían ser sino un amable motivo de murmuración, les ha sido conferidos por esa literatura, un valor estético, una jerarquía espiritual, exorbitantes, artificiales, caprichosos. Los temas y los “dramatis personae” del virreinato no han sido abandonados a los humoristas a quienes pertenecían, por antonomasia, sus motivos cómicos y sus motivos galantes y casanovescos. Don Ricardo Palma hizo de ellos un uso adecuado e inteligente, contándonos con su malicia y su donaire limeños, las travesuras de los virreyes y de su clientela. “La Calesa de la Perricholi”, que Antonio Garland ha traducido con fino esmero y gusto gentil es otra pieza que se mantiene dentro de los mismos límites discretos. Toda esa literatura estaba y está muy bien. La que está mal es esa otra literatura nostálgica que evoca con unción y gravedad las aventuras y los chismes de una época sin grandeza. El fausto, la pompa colonial son una mentira. Una época fastuosa, magnífica, no se improvisa, no nace del azar. Menos aún desaparece sin dejar huellas. Creemos en la elegancia de la época “rococó” porque tenemos de ella, en los cuadros de Watteau y Fragonnard, y en otras cosas más plásticas y tangibles preciosos testimonios físicos de su existencia. Pero la colonia no nos ha legado sino una calesa, un caserón, unas cuantas celosías y varias supersticiones. Sus vestigios son insignificantes. Y no se diga que la historia del virreinato fue demasiado fugaz ni Lima demasiado chica. Pequeñas ciudades italianas guardan, como vestigio de trescientos o doscientos años de historia medioeval un conjunto maravilloso de monumentos y de recuerdos. Y es natural. Cada una de esas ciudades era un gran foco de arte y de cultura.

Adorar, divinizar, cantar el virreinato es, pues, una actitud de mal gusto. Los literatos e intelectuales que, movidos por un aristocratismo y un estetismo ramplones, han ido a abastecerse de materiales y de musas en los caserones y guardarropías de la colonia, han cometido una cursilería lamentable. La época “rococó” fue de una aristocracia auténtica. Francia, sin embargo, no siente ninguna necesidad espiritual de restaurarla. Y las escenas de la revolución jacobina, la música demagógica de la marsellesa, pesan mucho más en la vida de Francia que los melindres y los pecados de Madame Pompadour. Aquí, debemos convencernos sensatamente de que cualquiera de los modernos y prosaicos “buildings” de la ciudad, vale, estética y prácticamente, más que todos los solares y todas las celosías coloniales. La “Lima que se va” no tiene ningún valor serio, ningún perfume poético, aunque Gálvez se esfuerce por demostrarnos, elocuentemente, lo contrario. Lo lamentable no es que esa Lima se vaya, sino que no se haya ido más de prisa.

El doctor Mackay, en una conferencia, se refirió discretamente al pasadismo dominante en nuestra intelectualidad. Pero empleó, tal vez por cortesía, un término inexacto. No habló de “pasadismo” sino de “historicismo”. El historicismo es otra cosa. Se llama historicismo una notoria corriente de filosofía de la historia. Y si por historicismo se entiende la aptitud para el estudio histórico, aquí no hay ni ha habido historicismo. La capacidad de comprender el pasado es solidaria de la capacidad de sentir el presente y de inquietarse por el porvenir. El hombre moderno no es sólo el que más ha avanzado en la reconstrucción de lo que fue sino también el que más ha avanzado en la previsión de lo que será.
El espíritu de nuestra gente es, pues, pasadista; pero no es histórico. Tenemos algunos trabajos parciales de exploración histórica, mas no tenemos todavía ningún gran trabajo de síntesis. Nuestros estudios históricos son, casi en su totalidad, inertes o falsos, fríos o retóricos.

El culto romántico del pasado es una morbosidad de la cual necesitamos curarnos. Oscar Wilde, con esa modernidad admirable que late en su pensamiento y en sus libros, decía: “El pasado es lo que los hombres no habrían debido ser; el presente es lo que no deberían ser”. Un pueblo fuerte, una gran generación robusta no son nunca plañideramente nostálgicos, no son nunca retrospectivos. Sienten, plenamente, fecundamente, las emociones de su época. “Quien se entretenga en idealismos provincianos -escribe Oswald Spengler, el hombre de mayor perspectiva histórica de nuestro tiempo- y busque para la vida estilos de tiempos pretéritos, que renuncie a comprender la historia, a vivir la historia, a crear la historia”.
Una de las actitudes de la juventud, de la poesía, del arte y del pensamiento peruanos que conviene alentar es la actitud un poco iconoclasta que, gradualmente, van adquiriendo. No se puede afirmar hechos e ideas nuevas si no se rompe definitivamente con los hechos e ideas viejas. Mientras algún cordón umbilical nos una a las generaciones que nos han precedido, nuestra generación seguirá alimentándose de prejuicios y de supersticiones. Lo que este país tiene de vital son sus hombres jóvenes; no sus mestizas antiguallas. El pasado y sus pobres residuos son, en nuestro caso, un patrimonio demasiado exiguo. El pasado, sobre todo, dispersa, aísla, separa, diferencia demasiado los elementos de la nacionalidad, tan mal combinados, tan mal concertados todavía. El pasado nos enemista. Al porvenir le toca darnos unidad.

José Carlos Mariátegui.

José Carlos Mariátegui La Chira

El "Dizionario dell'omo salvatico" de Papini y Giulotti

El "Dizionario dell'omo salvatico" de Papini y Giulotti

En este libro polémico, agresivo -cuyo primer volumen acaba de ser traducido al español-Giovanni Papini continúa su batalla católica. Colabora con Papini en este trabajo, un escritor toscano, Domenico Giulotti, que, en un libro lleno de pasión y ardimiento, “La Hora de Barrabás”, asumió hace tres años la mística actitud de cruzado tomada por el autor de “La Historia de Cristo”.
El “Diccionario del Hombre Selvático” no es un libro de apologética. Es, más bien, un libro de ataque. Según las palabras del prefacio, mueve a los autores “la esperanza de hacer reflexionar a aquellas almas desviadas pero no perdidas, ofuscadas pero no cegadas, lejanas pero no podridas, sobre las cuales pesan los fuliginosos vapores de cinco siglos de pestilencias espirituales”. Este “diccionario” es absolutamente un documento de la época. No tiene ninguna afinidad de espíritu ni de género con los “diccionarios” de Bayle, de Voltaire ni de Flaubert. La única obra con la cual su parentesco espiritual resulta evidente, es la “Exegese des Lieux Comuns” de León Bloy. El bizarro, brillante y violento León Bloy revive en Papini y Giulotti. Como el de León Bloy, el catolicismo de Papini y Giulotti es un catolicismo beligerante, combatiente, colérico.

Papini y Giulotti repudian y condenan en bloque la modernidad. El espíritu moderno cuyos primeros elementos aparecen con el Renacimiento, se presenta hoy como causa y efecto a la vez de esta civilización industrialista y materialista. Se llama humanismo, protestantismo, liberalismo, ateísmo, socialismo, etc. Papini y Giulotti nos predican, como otros espiritualistas reaccionarios, el retorno al Medio Evo.

Su rencor contra la modernidad se traduce por ejemplo en una acérrima diatriba contra América. “La América -dice el Diccionario- es la tierra de los tíos millonarios, la patria de los trusts, de los rascacielos, del tranvía eléctrico, de la ley de Lynch, del insoportable Washington, del aburrido Emerson, del pederasta Walt Whitman, del vomitivo Longfellow, del angélico Wilson, del filántropo Morgan, del indeseable Edison y de otros grandes hombres de la misma pasta. En compensación nos ha venido de América el tabaco que envenena, la sífilis que pudre, el chocolate que harta, las patatas pesadas para el estómago y la Declaración de la Independencia que engendró, algunos años después, la Declaración de los Derechos del Hombre. De lo que se deduce que el descubrimiento de América -aunque realizado por un hombre que tuvo lados de santidad- fue querido por Dios en 1492 como una punición represiva y preventiva de todos los otros grandes descubrimientos del Renacimiento: esto es la pólvora de cañón, el humanismo y el protestantismo”.

La frenética requisitoria contra América define la posición anti-histórica de Papini y Giulotti. Claro que no todas sus razones deben ser tomadas al pie de la letra. Encolerizarse contra América por haber dado al mundo la patata, tiene que parecerle a todos un mero exceso de exaltación verbal. La patata está justificada y defendida por el plebiscito de toda Europa. Un escritor francés un tanto próximo a Papini en el espíritu -Joseph Delteil- ha hecho en su “Juana de Arco” -libro que tal vez sea adoptado por la nueva apologética que el Diccionario propugna y augura- el elogio de la patata. Delteil la declara alimento intelectual por excelencia. Entre otras virtudes le atribuye la de mantener la agilidad de espíritu y conferir el gusto del diálogo.

Pero dejemos a América y la patata y, volviendo a las sugestiones esenciales del Diccionario, constatamos que el caso de Papini, convertido al catolicismo, no es un caso solitario y único en la inteligencia contemporánea. El caos moderno angustia y aterra a los intelectuales. Todos sienten la necesidad de un orden, de una fe. Los que no son capaces de adherir a un orden nuevo, buscan con frecuencia su refugio en Roma. La Iglesia Católica les ofrece un asilo contra la duda. Estas adhesiones de intelectuales desencantados no robustecen históricamente al catolicismo; pero restauran los gastados prestigios de su literatura. Tenemos en el campo filosófico una escuela neo-tomista. La escolástica es desempolvada por escritores y artistas que hasta ayer representaron un nihilismo, un escepticismo, a veces blasfemos.

Papini, extremista orgánico, tenía que reaccionar contra el caos moderno adhiriendo a la revolución o a la tradición. Su psicología y su mentalidad de toscano no eran propensas al misticismo oriental del bolchevismo. Nada hay de raro ni de ilógico en que lo hayan conducido a la tradición romana, al orden latino. Pero, ¿será esta la última estación de su viaje? Giuseppe Prezzolini que lo conoce y admira como nadie, se lo pregunta con incertidumbre. “¿Permanecerá católico? ¿Tendrá tiempo de ensangrentar aún sus pies por ásperos caminos, lo veremos todavía correr tras de una nueva quimera, o quedará encerrado en la cristalización de las fórmulas religiosas y del éxito material?” Aunque tratándose de Papini es arriesgado hacer predicciones, lo último me parece lo más probable. Ya he dicho por qué.

José Carlos Mariátegui

José Carlos Mariátegui La Chira

Carta a Samuel Glusberg, 18/2/1930

Lima, 18 de febrero de 1930
Muy estimado amigo y compañero:
Sin nuevas de Ud. vuelvo a escribirle, adjuntándole copia de mi última.— He recibido una segunda carta de Waldo Frank de Nueva York, en que reitera, en términos verdaderamente abrumadores para mí, su esperanza en mi trabajo en la Argentina. Me avisa que el plan de su obra sobre la América Latina está en pie.
No me ha dicho Ud. si recibió con el ejemplar de Poesías de Eguren dedicado a Ud. otro para Waldo Frank. Espero que lo haya incluido en uno de sus envíos a Nueva York. Si no hubiese llegado, o se le hubiese extraviado, avísemelo para repetir el envío, esta vez directamente. Frank, probablemente, no estaba ya en Buenos Aires, cuando llegó allá el libro.
Borges, correspondiendo sin duda al envío de Poesías, ha mandado a Eguren uno de sus libros, aludiendo en la dedicatoria al poema “Viñeta Oscura”, admirable a mi juicio. Si Ud., Borges, Franco u otro de sus colaboradores dedican una nota al libro de Eguren, nos ayudarán en la tarea de hacer desinteresada justicia a un poeta peruano, a quien se ignoró aquí absolutamente en la época de apogeo de Chocano y sus rapsodistas. Una pequeña selección de poemas de Eguren, en la que podrían entrar si son de su gusto “Viñeta Oscura”, “Favila”, “La Muerta de Marfil”, “Shyna la blanca”, “Lied III”, “La Tarda”, “Los Reyes Rojos”, “La Dama I”, cabría tal vez en La Vida Literaria, con la advertencia de que los poemas de Simbólicas y La Canción de las Figuras, son de hace veinte años, de la época de ortodoxo rubendarismo en la mayor parte de la poesía hispanoamericana.— Hemos enviado también el libro de Eguren a Lugones y Gerchunoff.— Recomiendo a su atención el trabajo en prosa de Eguren en el No. 28 de Amauta. Acaso Ud. prefiere ésta a otra trascripción. Es una colaboración especial para Amauta y corresponde a la actualidad del autor.
Redacte Ud. un aviso de La Vida Literaria y las Ediciones Babel para una página de Amauta.
La Prensa de Buenos Aires ha contratado la colaboración de López Albújar, que escribirá para ese diario un cuento mensual de 1000 a 1500 palabras. Ya cuenta entre sus colaboradores a José Gálvez. Esto indica cierta deferencia por los escritores del Perú, de la que la diplomacia de Ud. puede aprovechar en mi favor.— No hago exclusivamente ensayos y artículos. Tengo el proyecto de una novela peruana. Para realizarlo espero sólo un poco de tiempo y tranquilidad. He publicado, en fragmentos, en una de las revistas en que colaboro, un relato, mezcla de cuento y crónica, de ficción y realidad, que editaré si es posible en Santiago, como novela corta.
Con mi próxima, le enviaré algo para La Vida Literaria, ¿Recibió el No. de Variedades con el artículo de bienvenida a Waldo Frank? Debe haber ido en paquete certificado.
¿Tiene Ud. relación con César Falcón y la Editorial Historia Nueva? Falcón es un peruano, pero no de la variedad desacreditada en Buenos Aires. Se ha abierto paso en España con honradez y verdad, bien acompañadas de talento.
Lo abraza afectuosamente.
[Firma de José Carlos Mariátegui]

José Carlos Mariátegui La Chira

Carta a Néstor S. Martos, 10/3/1930

[Lima], 10 de marzo de 1930
Sr. Néstor S. Martos
Piura
Estoy desde hace algún tiempo en deuda con Ud. Le debo la expresión de mi reconocimiento por su generoso artículo sobre mis "7 Ensayos", que han tenido en provincias y por parte de espíritus vigilantes como Ud. la atención que les ha rehusado la prensa de la capital, enterada de sus aparición por un premio municipal y por algunos ecos de su resonancia en el extranjero registrados en "Mercurio Peruano".
Vivo muy atareado. En las últimas semanas, un debilitamiento de mis fuerzas me ha exigido una cura de playa y en la Herradura, que me quita todas las tardes. Las breves horas de la mañana son insuficientes para mi trabajo [...]. Tengo que renunciar casi al placer de la correspondencia.
Recibí hacer algunos meses una crónica de Ud. muy bien escrita por cierto pero poco entonada a los temas de la revista . La recibí sobre todo, en periodo de verdadera congestión. No podemos dar puntualmente un número todos los meses y este nos hace arrastrar de mes a mes un pesado salfo de prosa y verso. Por creerlo un excelente escritor, que debe estar en "Amauta" mejor representado, prefiero publicar de Ud. otra colaboración. Estos seguro, además, de que no lo molestará mi franqueza.
Créame su devotísimo amigo y colega y acepto mis cordiales sentimientos y mi afectuoso saludo.

José Carlos Mariátegui La Chira

Carta de Bernardino Vera Verástegui,7/2/1927

Huancayo, 7 de febrero de 1927
Señor José Carlos Mariátegui.
Lima.
Señor:
Cinco números de Amauta, la mejor de las revistas que hasta acá han podido producir los trabajadores intelectuales del Perú, han llegado a mis manos; los he leído con interés y profunda simpatía y es Amauta la definición de una obra empezada, en favor de la redención de una raza que para ser juzgada como superior, no basta sino mirar, pero no con ojos de camello tuerto, su pasado glorioso.
Es en efecto la raza de los incas peruanos, la que después de haber campeado sobre las demás razas autóctonas de América, por la estructura de su espíritu artista y laborioso, sufre el atropello del vandalismo blanco, para representar hoy y desde hace mucho tiempo, el gran problema nacional, que los que vivieron antes que nosotros, por incapacidad moral, jamás siquiera intentaron su solución.
La juventud libre del Perú, la que apartándose de todos los detestables y asquerosos convencionalismos de nuestra vida social y política, se entrega al estudio y al trabajo igualmente libres, ella, y sólo esa juventud verdadera, de la cual me considero miembro, porque mis veinticuatro años de vida me hacen pensar como ella, es la única que tendrá que hacer labor de reconquista provechosa en el conjunto de este organismo enfermo. Y felizmente, para las esperanzas de nuestro empeño, esta juventud cuenta con el apoyo de un idealismo sano, y obra a impulsos de una doctrina, la cual es resultado de la recta orientación de su espíritu, al par que su conciencia, fuerza sublime de sus pasiones, se impone como una autoridad interna y determina su noble acción, acción hermosísima, pues, ella redimirá no sólo un pueblo, sino la misma humanidad, hoy por desgracia, pervertida y canalla.
La siembra intelectual de González Prada, el maestro muerto de la juventud nueva del Perú, pero cuya doctrina tendrá vida, aun por siempre, las orientaciones sociales, hasta ayer parecen desconocidas, de Mariano Lino Urquieta, político socialista de la tierra del Misti, la encarnación de esta sola doctrina de bien, ‘el socialismo’, en el apóstol de la juventud peruana, Víctor Raúl Haya de la Torre, a quien tuve la suerte de conocer en Lima, siendo aún estudiante, en los años de 1920, 21 y 22, y la continuación de la obra ya muy bien empezada, por hombres de su talla y los colaboradores de Amauta, señor Mariátegui, pronto tenían que hacer eco en el resto de la juventud que piensa y que posiblemente se encuentra repartida en todas las regiones del Perú, pero en menor cantidad.
Huancayo, pueblo en el cual vivo por razón del desempeño de mi cargo de educador, es aún todavía virgen en nuestro movimiento renovador, el mercantilismo comercial se impone, hay buena cantidad de gente con prestigios rancios y uno que otro joven universitario está escribiendo a mansalva, sobre el “romanticismo de Bernard Shaw”.
Tengo mucho gusto, señor Mariátegui, de ponerme a su disposición, tenga Ud. en mí, uno de los sinceros simpatizadores de Amauta, y si me autoriza, tendré el agrado de contarle sobre estas tierras, pues, aquí tenemos mucho tema de qué tratar.
Bernardino Vera Verástegui

Vera Verástegui, Bernardino

Carta de Henri Barbusse, 13/5/1926

13 de mayo de 1926
Mon cher José Carlos Mariátegui.
J’ai reçu votre livre La Escena Contemporánea. Combien je suis désolé de ne connaître que mal la belle langue espagnole ––qui est de toutes les langues vivanles celle que j’admire le plus— ce qui m’interdit de lire couramment votre oeuvre. Toutefois je sais assez l’espagnol pour pouvoir comprendre en y apportant suffisamment d’attention, un texte espagnol écrit. C’est ainsi que j’ai eu la joie de pénétrer dans quelques— unesde vos pages, et d’y dècouvrir une belle effusion fraternelle qui m’honore et qui me touche.
Plus que jamais nous occupons de grouper les forces intellectuelles internationales. Et nous cherchons la formule large et humaine que nous permettra de nous appuyer tous les uns sur les autres et de susciter parmi les travailleurs de l’esprit des défenseurs aux grandes idées saines, de l’avenir. Je me mettrai sans dout en rapports avec vous quelque jour pour cela, car je pense que vous représentez dans votre pays les éléments hardis et lucides qu’il faut arriver à rallier en bloc.
Croyez-moi bien cordialement à vous.
Henri Barbusse

Barbusse, Henri

Carta de José María de Acosta, 26/5/1926

Madrid, 26 de mayo de 1926
Sr. D. José Carlos Mariátegui
Mi distinguido compañero:
He recibido su notable obra La Escena Contemporánea, que me propongo leer con la atención que V. merece. Gracias mil por tan valioso envío. Correspondiendo a esta gentileza por el correo de hoy tengo el gusto de mandarle mi novela última Las pequeñas causas.
He recibido también el primer número de Libros y revistas y reconocido a esta atención, he dedicado a tan interesante publicación una nota en mi sección ‘La literatura española en el extranjero’, del gran diario español ABC. Juntamente con mi novela, en el mismo paquete, va este número del ABC y algún otro. En mi sección doy frecuentes notas sobre literatura hispanoamericana, especialmente sobre libros de investigación y crítica literaria, de crónicas de viajes por España y de los que de cualquier modo se relacionan en algo con la literatura española. Si publica algún libro de cualquiera de estos géneros, tendré mucho placer en dedicarle una afectuosa nota.
Hace unos meses le escribí rogándole me enviara su ficha bio-bibliográfica con destino a una obra que tengo en preparación y de la cual le incluyo un prospecto. Supongo que recibiría mi carta y atribuyo el que no me haya contestado a que no haya hecho labor de crítica literaria. Si es así, nada tengo que objetar, pero si tiene trabajos de esta índole, le agradeceré me la envíe para incluirlo con conocimiento de causa en dicha obra.
Si en algo le puedo ser útil por aquí, disponga incondicionalmente de mí.
Su afmo. compañero
José Mª de Acosta
De la Argentina me han enviado más de 70 fichas bio-bibliográficas. De Chile y de otras repúblicas americanas, muchas.

Acosta, José María de

Carta de Gamaliel Churata (Arturo Peralta Miranda), 24/4/1929

Puno, 24 de abril de 1929
Querido compañero Mariátegui:
Debe usted estar extrañando mi silencio de tantos días. Pero es que la Vida, así, con mayúscula, sigue atacando mis izquierdas revolucionarias y se ha propuesto dejarme limpio el camino de todos los seres que eran mi legado de alegría. Ayer fue Teófano Churata, le siguió muy luego Qemensa Churata, mis hijos, y el 12 de abril a las cinco treintinueve minutos de la madrugada, Brunilda mi compañera, chiquilla que con quince años floridos vino desde Chile a pagar mi tributo a la tierra. Fácil es que piense que tanto golpe si me ha endurecido el cuero me ha puesto también muy dolorida el alma.
Esta la razón por que no di inmediata respuesta a su cariñosa carta, y por que, sobre todo, no he cumplido con pagar lo que debo. Entre nosotros cabe la confidencia y la anécdota. Estamos hechos para la lucha humana, y podemos, por tanto, regalarnos el secreto de las lágrimas y de las llagas. Crea, no obstante, que aunque con tanto retardo, voy a cumplir proletariamente con mi deber. Y ya le tengo dicho con esto todo.
Me cogió la muerte de mi mujer escribiendo un artículo, que por desgracia me salió excesivo, referente a una afirmación de Basadre en Variedades: “El Vanguardismo que acaso vive sus últimas horas”. Se lo enviaré muy luego para Amauta y usted lo publicará si le parece bueno.
Cuando tenga tiempo ensayaré tejer un estudio de lo que yo creo más fundamental en Eguren, esto es: su indianidad. El tema es temerario; pero así me agrada. Desde las primeras lecturas que gocé de este poeta, y ya ello corre para más de quince años, siempre lo sentí andino, por sobre la apabullante razón de su costeñismo. Claro que me robustezco en la presunción, y me halago pensando que podría decir mucho en ese sentido.
Amauta siempre inmejorable. ¡Cómo pudiera yo ayudarlo pronto! Pero, tenga paciencia. Acaso muy pronto me encuentre en posesión de algunos centavos, y entonces le probaré que mis protestas de fratemidad son sinceras. ¡Acaso, pronto!
Le abrazo con sumo cariño y le reitero el afecto y la adhesión.
Churata
Saludos a los compañeros.

Gamaliel Churata ( Arturo Peralta Miranda)

Carta de Nestor S. Martos, 13/7/1929

Piura, 13 de julio de 1929
Sr. José Carlos Mariátegui
Lima.
Querido colega:
Casi todos los artículos de su último libro los había leído ya en las revistas donde primero se publicaron. Pero no por eso le agradezco menos el ejemplar que ha tenido la gentileza de dedicarme. Tiene Ud. un ojo muy diestro en la captación de las perspectivas históricas, y su laboratorio socialista donde las plasma y reduce a artículos, me place grandemente. El Mariátegui iconoclasta que vapulea a las febles figuras de la literatura peruana, merece toda mi simpatía.
Muy reconocido por su autorización para reproducir los artículos de sus periódicos.
Le adjunto uno que —si le parece— puede insertarlo en Amauta.
Cordialmente suyo
Néstor Martos.

Martos, Néstor S.

Carta de Jean Fretet, 9/1928

s. f.
Monsieur,
J’ai trouvé en Septembre [ . . . ] votre livre intitulé La escena contemporánea dans une grande librairie. Après lecture de cet ouvrage qui m’interessa fort, je le prétai a quelques amis. Partout votre ouvrage retint l’attention. La plupart de mes amis me consèillerent de le traduire en Français. Et c’est au sujet de cette traduction que je vous écrit.
Je crois que l’oeuvre interesserait vivement le public français. Vous plairait-il que votre livre soit traduit? ayer l’obbligeance de me repondre, monsieur, s’il vous plait. J’ai déja fait la traduction de la majeure partie du livre. J’attends votre réponse pour achever ou abandonner le travail. Etant etudiant je dispose de peu de temps. Néanmoins la clarté de votre style me permet de vous traduire très vite. Ma traduction est loin d’être mot a mot. J’ai horreur de ces genres de travaux. Il faut avant tout comprendre le texte, l’idée de l’auteur et après: transcrire en style français et en un style qui ne [ . . . ] pas la traduction pénible.
Je trouverai aisément quelque ami pour une introduction. D’ailleurs ces amis sont suffisament haut placés pourqu’un esprit hérudit: tel le vôtre en entend parler fréquement. Quand a vous je vous demanderai de vous vouloir bien donner la peine d’ecrire une courte préface a l’edition française; et de me communiquer tous les conseils que vous jugerez bien. Je pense que nous nous entendrons en ce qui est de l’impression de l’ouvrage dont je pense pouvoir terminer le traduction vers le 15 Aout.
Dans l’impatiente attente de recevoir votre reponse, recevez monsieur l’asassurance de ma haute considération
Jean Fretet

Fretet, Jean

Carta de Antenor Orrego, 20/11/1928

20 de Noviembre de 1928
Mi querido José Carlos:
Me complace mucho que sus dolencias no se hayan agravado últimamente. Recibí su último libro y espero leerlo con la amorosa atención que merece todo lo suyo para escribir una nota crítica.
Le incluyo un juicio sobre el último libro de Chávez que puede publicarse en Amauta.
Seguiré la serie "Cuál es la cultura que creará América". Le envia[ré] oportunamente los artículos sobre O[rte]ga y Gasset y Eguren.
Lamento mucho no estar en Lima para ayudarlo más eficazmente en la gran obra de "Amauta" que es momento de imprimirle su vuelo definitivamente.
Una revisión del "orteguismo" con ocasión de su venida a Lima me parece oportuna y sobre todo muy saludable.
Un abrazo afectuoso.
Antenor Orrego

Orrego, Antenor

Carta de Earle K. James, 6/11/1928

2607 Sedgwick Avenue,
New York, 6 de noviembre de 1928
Sr. José Carlos Mariátegui,
Director, Amauta,
Casilla 2107,
Lima, Perú.
Distinguido señor y amigo:
Ayer recibí un paquete enviado por Ud. y que me trae ejemplares de su excelente revista, como también una copia del libro Tempestad en los Andes. Le agradezco esto muy sinceramente. Me van a servir mucho. Del libro de Valcárcel, hablaré en el Times en cuanto lo haya leído.
Espero poder suscribirme a su revista dentro de poco. Por ahora me es imposible, debido a muchas otras obligaciones, pero haré todo lo posible para ayudarle en su importante obra dándola a conocer donde pueda.
Poco se conoce en este país de la literatura peruana, especialmente de lo contemporáneo, pues las casas editoras argentinas son las únicas activas en distribuir sus libros. Para remediar esta situación por lo menos en parte, le ruego se sirva darle mi nombre a sus amigos que escriben, para que pueda hablar de sus libros en mi columna; y si sabe de algún libro peruano de verdadera importancia, me lo indique, para poder mandarlo a pedir. Por mi parte, me será grato cooperar con Uds. en todo lo que sea posible. Aunque en cuanto a ideas económicas veo que no estamos de acuerdo, pues yo, aunque radical, no creo el marxismo sea la solución a los problemas de una sociedad tan diferente a la que conoció Marx (por lo menos en países como éste), veo, por otra parte, que con respecto al problema indígena estamos sí de acuerdo.
¿Será posible obtener reproducciones de los cuadros de Sabogal? Me han interesado los que Ud. reprodujo en su revista.
De nuevo dándole las gracias por el envío de revistas, me es muy grato saludarle y suscribirme de Ud.,
Su S.S. y amigo,
Earle K. James

James, Earle K.

Carta de Miguel Ángel Urquieta, 31/12/1925

[La Paz] 31 de diciembre de 1925
Señor don
José Carlos Mariátegui
Lima
Mi querido compañero:
Con un atraso que sería inexplicable si no estuviese yo en el destierro, recibo esta mañana su carta y, simultáneamente, el precioso regalo de su libro. Aguinaldo de año nuevo, amigo mío. Todo un augurio.
A través de revistas, conocía sólo alguno que otro de los capítulos de La Escena Contemporánea. Casi toda la obra es, pues, para mí, totalmente nueva.
En este admirable panorama de la agitación ideológica moderna, que es su libro, los personajes, las cosas, los lugares, los instantes de la impresión fotográfica, el ambiente en que hombres e ideas se agitan, están burilados rotunda, rápida, justamente, de un solo golpe, con precisión de aguafuertista. Su libro, mi querido Mariátegui, honra nuestro tiempo y nuestro esfuerzo. No es el nuestro, para nosotros, tiempo de molicie, ni es de madrigal nuestro esfuerzo. Nuestro tiempo es de lucha y de sacrificio, porque no en vano va nuestro esfuerzo plasmando el futuro de nuestra América en la más luminosa y tremenda de las epopeyas.
Quisiera complacerle enviándole algún libro mío para su edición por la Editorial Minerva, que tanto bien hará en la urgente y necesaria alfabetización de nuestro Perú, cuya ignorancia es su único y verdadero enemigo. Desgraciadamente es muy poco lo que tengo aquí a la mano. Todo el material que podría servir para dos o tres volúmenes de algún valor ideológico, demoledor y constructivo ––apuntes, originales inéditos, mi labor de seis años de periódico de lucha––, todo está en Arequipa encerrado junto con mi biblioteca. Nunca será tarde, empero, para que mi nombre y algún volumen mío puedan figurar en la Editorial Minerva al lado de La Escena Contemporánea.
Escríbame. Ya sabe usted el especialísimo afecto que, por múltiples motivos, le tengo.
Por sobre este lago y estas montañas que sólo materialmente nos separan, le tiendo mis dos manos fraternales para estrecharlas suyas muy fuertemente.
M. A. Urquieta
P. D. Mis afectuosos saludos a su señor hermano. Si ve a Benavides Gárate, déle un abrazo en nombre mío. Gracias.

Urquieta, Miguel Ángel

Tarjeta de Baldomero Sanín Cano, 15/3/1926

Plaza Hotel, Buenos Aires, 15 de marzo de 1926
B. Sanín Cano saluda al señor José Carlos Mariátegui y le da las gracias por el ejemplar de "La Escena Contemporánea", en cuyos estudios políticos ha encontrado excelente doctrina en un estilo que invita a leer de seguido. Lo felicita sinceramente por la publicación de un libro que, no duda, tendrá un gran éxito.

Sanín Cano, Baldomero

Carta de Esperanza Velázquez Bringas, 3/8/1927

México, D.F., 3 de agosto de 1927
Señor doctor don
José Carlos Mariátegui.
Casilla de Correos 2107.
Lima-Perú
Muy distinguido amigo:
Acabo de recibir un recorte de su hermoso comentario sobre “México ante el mundo” por el Presidente Calles, y el cual aparece en la revista Variedades.
Me ha gustado tanto su opinión que la insertaré en la próxima edición del boletín de esta Secretaría de Educación Pública.
Acabo de saber que usted se encuentra ya libre después del penoso incidente en que se ha visto envuelto.
Deseando a usted toda ventura personal y mental y en espera de sus órdenes, me es grato suscribirme su atenta y segura servidora y amiga.
Esperanza Velázquez Bringas

Velázquez Bringas, Esperanza

Carta de César Miró, 21/11/1928

Buenos Aires, 21 de noviembre de 1928
mi querido josé carlos: —con gran alegría he visto el renacimiento de nuestra Amauta; conste que —de acuerdo con este formidable editorial— digo “renacimiento” y no “resurrección”; ya cuando creía realizada la frase incompleta de unamuno, nos ha llegado su mensaje como un claro génesis de esperanzas nuevas. “amauta no podía morir” teniendo al frente un capitán como ud. —mi entusiasmo por todo josé carlos.
intensifico mis actividades intelectuales. trabajo activamente al lado de seoane que ha sido nombrado secretario general de la unión latino-americana y director de “renovación”. dentro de pocos días saldrá el primer número trabajado por nosotros— pronto estará listo mi libro que he titulado “las 3 canciones del mahuaré” y preparamos además seoane y yo una exposición de poetas revolucionarios del perú, que editaremos posiblemente en marzo.
camarada: amauta inicia un resurgimiento en nuestra labor revolucionaria. el problema indígena, que ud. ha resuelto en forma tan clara en el prólogo de “tempestad en los andes”, es indudablemente el punto de partida en la revolución social. pese a la estupidez de nuestros manchegos, amauta ha continuado su defensa del indio. mientras tanto, hacer campaña contra el imperialismo capitalista del norte, es dirigir nuestro índice hacia la dictadura dominante. actualmente se agita en buenos aires la protesta por el crimen que comete la libertad con ese puñado de valientes nicaragüenses. sandino es una bandera más. el imperialismo siente ya la amenaza viril de los pueblos del sur. la civilización yanqui, que ha adquirido idéntica fisonomía a la de la alemania del 14, está próxima a iniciar su decadencia. optimismo?
a anita un saludo muy afectuoso de parte mía. un cariño a sus chicos. para ud. de nuevo mi entusiasmo por el triunfo.
lo abraza
Miró
césar alfredo miró quesada.
bolívar 65. - buenos aires.

Miró, César (César Alfredo Miró Quesada)

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