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[Conferencia - Notas del discurso pronunciado en la inauguración de la Editorial Obrera Claridad]

[Transcripción completa]

[Notas del discurso pronunciado en la inauguración de la Editorial Obrera Claridad]

El proletariado está en un momento trascendente. Va a nacer la prensa obrera, como en otros días nació la organización.
Este paso va a vincular decisivamente a todos los sectores proletarios del Perú. Indígenas, em­pleados, trabajadores no organizados, campesi­nos de la costa. Es la voz cotidiana del diario la única que puede hacer este milagro. El diario en mensajero, un vehículo, un agente infatigable de las ideas. La palabra tiene un ámbito reducido; la palabra está sujeta a los riesgos de la improvi­sación. La revista y el semanario no marchan al compás de la vida moderna. No recogen la emo­ción del instante. El diario en cambio recoge la pulsación y el latido diarios de la humanidad. La protesta y el comentario tienen otro acento cuan­do siguen inmediatamente a los acontecimientos, cuando encuentran una multitud en tensión, cuan­do repercuten en una muchedumbre emocionada La revista y el semanario deben ser crítica de la crítica; el diario es la crítica de la vida palpitante.
La prensa, como la escuela, como la Universi­dad, se encuentran en manos de la clase dominan­te. ¿Hay una prensa neutra?
No; no la hay, del mismo modo que no puede haber una universidad neutra. La prensa se inspi­ra en las ideas y en los intereses de la clase dominante. La prensa es uno de los mas podero­sos instrumentos del dominio del capitalismo. De la prensa se han valido los intereses capitalistas para intoxicar de odio a las muchedumbres de los países europeos. Allí existe el control de la prensa proletaria que no puede impedir, sin embargo, el efecto venenoso de la prensa chauvinista sobre las categorias desorientadas de la sociedad y del pueblo. El proletariado, para liberarse, necesita sus propios medios de cultura. Así como ha fundado su propia escuela, necesita fundar su prensa propia.
Esta iniciativa no parte de un grupo. I, si parte de un grupo, no se dirige a un sector circunscrito del proletariado. Se dirige a sus sectores sin excepción, se dirige sobre todo a la vanguardia.
Hay espíritus pesimistas, negativos, que du­dan y desconfían. Pero el pueblo quiere espíritus optimistas. El triunfo es de los que afirman; no de los que dudan, menos aún de los que niegan.

José Carlos Mariátegui La Chira

[Conferencia - Sobre el Indio]

[Transcripción Completa]

[Sobre el Indio]

El instante es de transformación mundial. Tam­bién la raza indígena se despereza. Hay que ayudarla a comprender su problema y encontrar su camino.
No pretendo definir en esta noche el problema indígena que es nuestro problema nacional. Es el problema de las cuatro quintas partes de los trabajadores de la tierra. No se concibe sin su liberación la de los trabajadores de la costa.
El indio no es siquiera un proletario; es un siervo. La independencia fue una revolución crio­lla, política, no social. El regimen republicano no ha sido sino un regimen de predominio del criollo capitalista sobre el indio.
La conquista despojó al indio ele sus tierras, pero le dejó una parte de ellas. Le impuso servi­dumbres, que también la república le ha impues­to. La república, además, lo ha privado poco a poco de sus tierras. Ha empobrecido, aniquilado poco a poco a los trabajadores. Los gamonales son señores feudales. Se ha llegado a concebir tesis feroces: la tesis de que es posible aniquilar la raza india. Se ha dicho que el indio es improduc­tivo, siendo así que el indio no produce más porque lo cohibe el temor de ser despojado. Análogo proceso fue el de México, ahí produjo finalmente la revolución indígena destinada a dar tierras a todos los que no las tenían. Del fondo del mal brota el bien. La civilización que une los centros poblados, que abrevia las distancias, aproxima al indio, lo pone en contacto, crea la posibilidad de su organización. El congreso indí­gena es un ejemplo.
Maduran las circunstancias históricas necesarias para que esa raza se libere. Su liberación será obra de ella misma. Así como la voz de un hindú alza y resucita a la raza india asó será la voz de un quechua la que saque de su letargo a la raza quechua. Pero la cuestión no es toda nuestra cuestión nacional. Queda fuera de ella una cuestión que importa a un quinta parte de la población peruana: la del proletariado de la costa. La unión entre unos y otros es necesaria.
Cumplid vuestra misión, indígenas, despertando a vuestro hermanos. Algunos creen que esta raza ha muerto, una raza no muere jamás. Puede caer el colapso, en sopor, para despertarse después; pero no puede morir. Mientras haya cinco millones de indios, la raza estará viva.

José Carlos Mariátegui La Chira

Notas de la decimocuarta conferencia

[Transcripción completa]

El esquema de la constitución rusa es el siguiente: Principio: quien no trabaja no come. Fin: supresión de la explotación del hombre por el hombre. Medio: durante la lucha decisiva del proletariado contra sus explotadores el poder debe pertenecer exclusivamente a las masas trabajadoras.

La célula del régimen sovietal es el soviet o consejo urbano y rural. Estos soviets urbanos y rurales se agrupan primero en congreso de volost, luego en congresos distritales, en seguida en los congresos provinciales, después en los congresos regionales y finalmente en el congreso pan-ruso de los soviets, formado por delegados de los soviets urbanos (uno por cada 25,000 habitantes) y por delegados de los congresos provinciales (uno por cada 125,000 habitantes). El congreso pan-ruso se reúne dos veces al año. Designa un comité central ejecutivo que es la suprema autoridad en los intervalos entre congreso y congreso. El Comité Central Ejecutivo nombra de su seno a los comisarios del pueblo que constituyen un colegio o soviet a su vez. Los comisarios del pueblo son dieciocho.

El período de cada delegado es de tres meses. Pero todos los delegados son revocables en cualquier momento. Son electores todos los trabajadores sin distinción de sexos, nacionalidades, religiones, etc.

No existe el dualismo democrático en el régimen sovietal. Los soviets son al mismo tiempo órganos ejecutivos y legislativos. El consejo de comisarios del pueblo no es sino un comité directivo, un estado mayor de la asamblea de los soviets. El parlamento suele no corresponder, por envejecimiento, a las corrientes del instante. El soviet está en constante renovación, en constante cambio. Todas las
ondulaciones de la opinión se reflejan en el soviet. El soviet es el órgano típico del régimen proletario así como el parlamento es el órgano típico del régimen democrático. Es un régimen de representación profesional y de representación de clase.

La dictadura del proletariado, por ende, no es una dictadura de partido sino una dictadura de clase, una dictadura de la clase trabajadora. Cuando se inauguró el régimen sovietista los bolcheviques no predominaban sino en los soviets urbanos, en los centros industriales. En los soviets de campesinos predominaba el partido social revolucionario que correspondía más exactamente a la mentalidad poco evolucionada y pequeño-burguesa de los campesinos. Pero los bolcheviques se atrajeron la colaboración de estas masas campesinas mediante la realización de su programa: celebración de la paz y reparto de las tierras.

La economía, la política del régimen de los soviets constituyen una transacción entre los intereses de los obreros urbanos y los intereses de los trabajadores del campo. Estos últimos no están aún educados, preparados, capacitados para el comunismo. Su actitud ha hecho necesaria por ejemplo la distribución de las tierras en vez de su gestión colectiva. Gorky mira la amenaza del porvenir en el campesino, en su egoísmo, en su ojeriza al obrero de la ciudad. La necesidad de excitar la producción hizo necesaria, por ejemplo, la libertad del pequeño comercio. En un principio, bajo el régimen de las requisiciones, los campesinos redujeron la producción. Ahora, la aumentan porque el comercio libre constituye un atractivo para ellos. Lo mismo ocurre con los obreros
industriales. Les es permitido trabajar extraordinariamente para producir manufacturas destinadas al comercio libre. De esta suerte, el régimen consigue un aumento de la producción, y, en tanto que queda ésta normalizada sobre bases netamente comunistas, se confía a la iniciativa y al comercio particulares de obreros y campesinos la satisfacción de las necesidades que el Estado no puede todavía atender.

La política internacional de los soviets es eminentemente pacifista. La Federación de las Repúblicas Sovietistas está constituida sobre la base del derecho de sus componentes a salir de ella. Constituye una asociación voluntaria de naciones. Rusia ha renunciado a toda reivindicación territorial en Polonia. Ha reconocido la independencia de Finlandia y de las provincias bálticas. El ejército rojo tiene por objeto sustancial la defensa de la Revolución. Es un instrumento al servicio de la revolución mundial. El ejército rojo es ahora de 600,000 hombres.

Ha salvado al régimen de los asaltos contrarrevolucionarios de Kolchak, Deninkin, Judenicht, Wrangel. Y ha impuesto a las potencias europeas el abandono de la política de intervención armada en Rusia. Rusia tiene acreditada embajada en Berlín, en Varsovia, en Angora. Tiene representantes oficiosos o comerciales en Inglaterra, Italia y otros países importantes. Ha concurrido a la Conferencia de Génova y luego a las de La Haya y Lausanne. Rusia ha concurrido, invitada oficialmente a la Feria de Lyon. Una comisión de banqueros franceses acaba de visitar Rusia.

El bloqueo, otra arma de la Entente, ha dañado extraordinariamente la producción rusa. Y ha causado la muerte de gran número de campesinos en la región del Volga.

La educación y la instrucción, son objeto de especial cuidado. El obrero tiene acceso a la instrucción superior. En 1917 existían 23 bibliotecas en Petrogrado y 30 en Moscú. En 1919, eran 49 en Petrogrado y 85 en Moscú. Los institutos de Moscú han aumentado de 369 a 1357. La asistencia escolar que era de tres millones y medio ha aumentado a cinco millones. Se ha fundado doce mil escuelas nuevas. El número total de bibliotecas que en 1919 era de 13,500 en 1920 era de más de 32,000. Se han creado 24 universidades obreras.

Gorky fue encargado de fundar la casa de los intelectuales, en gran parte hostiles a la Revolución. Las artes reciben estímulo. He asistido a una exposición de arte ruso en Berlín. Rusia estuvo representada abundantemente en la última exposición internacional de Venecia.

Se observa rigurosamente la jornada de ocho horas. Para los que se dedican a un trabajo nocturno la jornada es de siete horas. Cada trabajador tiene derecho a 42 horas de reposo continuo a la semana. Cada año tiene derecho a una vacación de un mes, transitoriamente reducida a quince días. El seguro social se extiende a toda la vida del trabajador: enfermedad, desocupación, accidente, vejez y maternidad. Funciona el control obrero de la producción. Existen casas de reposo para los trabajadores. La residencia veraniega del ex gran duque Sergio en Ilinskoe es el principal sanatorio para obreros fatigados.

Las alianzas profesionales.

La atención a la infancia. Casas de salud para niños. Los niños reciben instrucción, alimento y ropa. La protección a la infancia comienza desde la maternidad. La mujer grávida tiene derecho a la asistencia desde ocho semanas antes del parto.

La mujer y los soviets. Las mujeres tienen todos los derechos políticos y civiles. La primera ministro ha sido rusa: Alejandra Kollontai. En la delegación había varias mujeres. La propaganda entre las mujeres.

El problema religioso. Separación del Estado y de la Escuela de la Iglesia. La propaganda irreligiosa.

El matrimonio y su disolución. La demanda de una sola de las partes basta para el divorcio.

La N.E.P. El Consejo de Economía Pública. Milliutin. La electrificación de Rusia. Las concesiones al capital extranjero.

La polémica con los social-democráticos y con los anarquistas. La política de los soviets ha emergido de la realidad, ha sido dictada por los hechos. En ella ha influido, finalmente, la situación general europea.

Los tribunales populares y el tribunal revolucionario.

José Carlos Mariátegui La Chira

Notas de la décima conferencia

[Transcripción completa]

Conforme al programa del curso el programa es:

"- La agitación proletaria en Europa. Italia al borde de la revolución. Las elecciones de 1919. -La ocupación de las fábricas. -La III Internacional. La Internacional centrista o Internacional dos y medio. El cisma socialista”.

Veamos cómo se incubó este periodo de agitación proletaria. -Durante la guerra, el regimen capitalista se vio obligado a hacer numerosas concesiones a la clase trabajadora y a la idea socialista. Le era indispensable la colaboración del proletariado. El proletariado y su doctrina económica consiguieron algunas conquistas, algunos progresos, que acrecentaron su fuerza y robustecieron su fe. Vino mas tarde otra causa de afirmación proletaria: la revolución rusa. Los Estados europeos se esforzaron, por una parte, en asfixiar la revolución en Rusia y, por otra parte, en evitar su propagación al resto de Europa. Fue un momento de avance de la idea revolucionaria. Un momento de ofensiva del proletariado. Un instante de apogeo de la revolución. La característica de la lucha social era la iniciativa del proletariado en el ataque. En Alemania, Baviera, Austria, Hungria. -Ante esta ofensiva, el regimen se vio forzado a retroceder, a replegarse. Los estadistas más avisados y perspicaces comprendieron entonces que no era posible salvarlo sin grandes sacrificios. Dominó una corriente avanzadamente reformista. La burguesía tomó una actitud renovadora. Afirmó su filiación democrática y evolucionista. Execró la dictadura. Canto a la Paz. Exaltó el sufragio universal y el parlamentarismo. Cubrió la Paz de Versalles con la Sociedad de las Naciones. Creó la Oficina Internacional del Trabajo. Reunió en Washington el 1er congreso del Trabajo. Esta política tendía a dividir al proletariado, atrayendo al camino de la colaboración y de la reforma a sus mayores masas. Esta división se produjo. Una parte de los partidos socialistas y los sindicatos se pronunció por una política revolucionaria. Otra parte se pronunció por una política prudente y transaccional que esquivase toda acción decisiva y violenta. Aquella creó la III Internacional. Esta reorganizó la II Internacional. Algunos elementos centristas, intermedios conservaron su independencia. Se agruparon mas tarde en la Internacional dos y medio.

La II Internacional. Berna, febrero 1919. Lucerna, agosto 1919. Ginebra, 30 julio 1920. Internacional Sindical Reformista. Noviembre 1920.

La III Internacional. 1er congreso 2-6 marzo 1919. 2º Congreso, julio 1920. Aquí quedaron fijadas las 21 condiciones que cisionaron a los partidos de Francia, Alemania, etc. En Alemania, Halle 12-17 Octubre 1920. En Francia, Tours diciembre 1920. En Inglaterra, agosto de 1920. [tachado a mano alzada] En Italia, congreso de Livorno enero 1921.

La Internacional 2 y 1/2. Berna diciembre 1920, algunos meses después Viena.

Además, acciones de masas. En Inglaterra, en 1920 la huelga de los carboneros. En Francia, la huelga de los ferroviarios en mayo 1920, que dio lugar al decreto de disolución de la C.G.T. y a la prisión de Souvarine, Loriot y Dunois. En, Alemania después del golpe Kapp la agitación en el Ruhr, en abril de 1920. España y Japón. Las huelgas de solidaridad con Hungría proletaria contra la reacción de Horthy. Pero en Italia la agitación adquirió proporciones mayores todavía.

Las huelgas de julio de 1919. Las elecciones de noviembre de 1919. La huelga general de protesta contra el ataque a algunos diputados socialistas. Las huelgas de ferroviarios y postales de 1920. El precio económico del pan, y la caída de Nitti. El gobierno de Giolitti.

La ocupación de las fabricas. Sus antecedentes. El 18 de junio los metalúrgicos reclamaron, mejoramientos económicos en relación con la elevación del costo de Ia vida. Negociaciones, propuestas y contrapropuestas. El 13 de agosto, ruptura de las negociaciones. El 21 de agosto se inició el obstruccionismo. El 30 de agosto la factoría a Romeo de Milán, con cerca de 2000 declaro el lock out. Enseguida se tomo posesión de 300 factorías en Milán. Enseguida, el movimiento se extendió a toda Italia.

Aspectos del regimen interno de la ocupación. La prosecución del trabajo. La disciplina. El financiamiento de los trabajos. La vigilancia. La actitud gubernamental. Los propietarios reclamaban el desalojamiento de los obreros a la fuerza. El debate entre la Confederación General del Trabajo y el Partido Socialista. El prevalecimiento de la tesis de la Confederación. El control de las fabricas. La intervención del gobierno. El 15 de setiembre en Turin, reunión de obreros y patrones, presidida por Giolitti. Sometimiento de los industriales. Las negociaciones con los industriales sobre la paga de los días de trabajo. Desde el 15 de julio hasta agosto pago de los aumentos acordados. El decreto del gobierno. El congreso metalúrgica aprobó el acuerdo Se ratificó con un referendum. 148 000 votos contra 42.000. El 24 de setiembre.

Más tarde, el congreso de Livorno.

Terminó así el periodo revolucionario y comenzó el periodo reaccionario.

El fascismo es la reacción. Pero acelera el proceso revolucionario porque destruye las instituciones democráticos. El fascismo ha desvalorizado el parlamento y el sufragio. El fascismo ha enseñado el camino de la dictadura y de la violencia. Antes, la democracia oponía al bolchevismo ruso sus instituciones características: el parlamento y el sufragio universal. Ahora la burguesía desacredita ambas instituciones. Acabamos de asistir en España a un movimiento militar también anti-parlamentario.

¿Es posible el frente único de la burguesía? Sí; pero solo provisoriamente, solo mientras se conjura un asalto decisivo de la revolución. Después, cada uno de los grupos de la burguesía trata de recobrar su autonomía. Ay del proletariado si la burguesía fuera uniformemente inspirada por una sola ideología y un solo interés. Dentro de la burguesía existen contrastes de ideología y de intereses, contrastes que nada puede suprimir. Los elementos radicales, democráticos, liberales de la burguesía, que son tales por razón de psicología y de posición en la sociedad, pueden consentir transitoriamente que una reacción conservadora los absorba, pero tienden, enseguida, a restablecer el antiguo equilibrio. ¿Porqué?. Porque un frente único se hace sobre la base de una capitulación de los ideales democráticos y reformistas a los ideales conservadores. No se hace sobre la base de una transacción, sino sobre la base de un renuncio. Hay elementos capitalistas, hombres de la burguesía, convencidos de que es necesaria una transformación social, y que un regimen dictatorialmente reaccionario no puede durar sin exasperar la revolución y acrecentar su Ímpetu destructor. Nitti, Cailleaux, Walter Rathenau. El frente único no puede, pues, ser duradero; provocaría, además, el frente único del proletariado.

El mundo occidental se debate en este caos, en este conflicto. Sus instituciones políticas no corresponden a la nueva realidad económica. Una parte de las fuerzas conservadores se pronuncia por un programa de audaces reformas que transforme gradualmente la sociedad. Otra parte teme que una vez iniciadas las concesiones a la revolución, no sea posible detenerlas. E intentan, por eso, resistir.. El proletariado necesita seguir atentamente el proceso de este conflicto.

José Carlos Mariátegui La Chira

Notas de la conferencia La revolución rusa

[Transcripción Completa]

El programa del curso señala a la conferenciar el siguiente sumario: -La Revolución Rusa, -Kerensky. Lenin.- La Paz de Brest Litowsky.- Rusia y la Entente después de la Revolución.- Proceso inicial de creación y consolidación de las instituciones rusas”.

Antes una advertencia.- Voy a decir cosas elementales. Mejor dicho elementales pata otro publico que las encontraría demasiado vulgarizadas, repetidas. Porque esos públicos han sido abundantemente informados. La Revolución Rusa ha interesado en Europa la curiosidad unánime de las gentes. Tema de estudio general. Innumerables libros.- Ha ocupado puesto de primer rango en diarios y revistas. Su estudio ha sido abordado por todos los hombres investigadores. Los principales órganos han enviado corresponsales. Por razones de concurrencia en disputarse clientela han estado obligados cierta seriedad. Corresponsales Prensa Asociada, Corriere della Sera, Messaggero, Berliner Tageblatt, prensa londinense. Arthur Ramsome, autor de Seis Semanas en la Rusia de los Soviets. Además muchos grandes escritores. H.G. Tells .- Urgidas por la demanda las casas editoriales han editado recopilaciones leyes rusas, ensayos sobre aspectos de la organización rusa. Eran negocio editorial. La Revolución Rusa estaba de moda. Era de buen tono hablar de ella.- En lo que toca al proletariado, la curiosidad ha sido mayor.- Por esta razones otros públicos tienen conocimiento muy vasto de la revolución y para ellos mi conferencia sería demasiado elemental, rudimentaria. Pero debo tener en consideración la posición de nuestro publico, mal informado. Responsabilidad que no es suya si no de nuestros intelectuales y hombres de estudio.- Hablaré en periodista. Narraré escuetamente.

En la conferencia pasada llegamos a los preliminares de la revolución.- Examinemos ahora los meses de Kerensky. Kerensky presidía un gobierno de coalición. Representaba grupos medios opinión rusa. Faltaban de esta coalición extrema derecha y extrema izquierda. Ausencia de extrema derecha era natural: partido de la familia real. En cambio, presencia elementos burgueses convertía gobierno aleación heterogénea, anodina, incolora. No se concibe gobierno de conciliación dentro de una situación revolucionaria. Sino gobierno de facción, de partido. El gobierno adolecía, pues, de un grave defecto orgánico, vicio sustancial. No encarnaba los ideales del proletariado ni la burguesía. Vivía de concesiones alternativas. Un día a derecha, otro a izquierda. Todo esto cabe dentro de situación evolucionista. Pero no dentro situación de guerra civil. Los bolcheviques atacaron coalición con la burguesía. Y reclamaron gobierno obrero.

Cuatro grupos proletarios: mencheviques o minimalistas -Martoff, Checoff- alguna tradición marxista, pero orientación reformista. Socialistas revolucionarios -Kerensky, Zeretelli, divididos en dos grupos. Bolcheviques. Y anarquistas. Las tres primeras, socialistas.

Cuál era la posición de estos grupos?.- Mencheviques y socialistas revolucionarios dominaban en el campo. Sus núcleos centrales, clase media, profesiones liberales. Ala izquierda, elementos clasistas, atraídos por táctica bolchevique.. Ambos partidos no eran verdaderos partidos, revolucionarios. No representaban sector más dinámico: proletariado industrial. Maximalistas, débiles en el campo, fuertes en la ciudad. A base de elementos proletarios. Estado mayor prevalecían intelectuales pero masa obrera. Contacto vivo con trabajadores fábricas. Partido del proletariado Industrial de Moscou, Petrograd. Anarquistas influyentes también proletariado industrial, pero focos centrales intelectuales. Rusia, tradicionalmente, país de la intelectualidad nihilista. Sus núcleos, predominaban estudiantes, intelectuales.- Por supuesto combatían también a Kerensky.

Este era el panorama. Conforme a esta síntesis mayoría socialistas revolucionarios. Masas campesinas y clase media a su lado. Mayoría en una nación agrícola, poco industrializada. Pero bolcheviques contaban elementos más combativos, organizados.

Por otra parte, socialistas revolucionarios no podían conservar su fuerza si no satisfacían dos arraigados ideales, dos urgentes exigencias paz, reparto de tierra. Kerensky carecía de libertad para una y otra cosa. Entente, de la cual era ahijado y protegido, no le consentía paz separada. Alianza con cadetes, compromisos con burguesía, miramientos, no le consentían audaz reforma revolucionaria reparto tierras. Esta política impacientaba a las masas.

También impaciencia del ejército. La guerra era impopular. El Ejercito no sentía el mito de la guerra contra la Autocracia. Cansado de la guerra. Reclamaba sordamente la paz.

Los bolcheviques orientaron su propaganda en un sentido sagazmente popular. Demandaron paz, reparto tierras. Grito de combate: ¡Todo el poder politico a los soviets! - Los soviets existieron desde la caída del zarismo. Soviet, consejo. El proletariado, victorioso, procedió a la organización de consejos. Soviets locales, provinciales, congreso pan ruso. -Kerensky, educado escuela democracia, respetuoso del parlamentarismo, había querido coalición. Situación dual. El grito bolchevique quería decir todo el poder al proletariado organizado. Los bolcheviques estaban en minoría en los soviets. Pero su programa les fue captando afiliados. Pronto, mayoría en capital y otros centros.- Kerenski, tenia miedo de la revolución, extremas consecuencias, meta final. - Bajo la presión de los acontecimientos, aventura fatal: ofensiva 18 de junio. Un diversivo transitorio de la opinión publica. Los bolcheviques impugnaron ofensiva. Entrañaba doble amenaza. Trotzky define así la posición bolchevique ante la ofensiva.

Ofensiva, fatales consecuencias. Rudo golpe. Descontento, anhelo paz acentuáronse, extendiéronse. Violenta campana de agitación. Represión violenta. Tentativa Korniloff. Sirvió para aumentar la vigilancia revolucionaria y robustecer a los bolcheviques. Redoblaron grito. Kerensky recurrió a una maniobra artificiosa: conferencia democrática asamblea mixta de los soviets y otros organismos autónomos. De la conferencia salió un soviet democrático. Este soviet, completado, parlamentó preliminar. Debía preceder a la Constituyente. Los bolcheviques lo abandonaron.

La situación cada vez más agitada. La atmósfera cada vez más inflamable. Veamos como se encendió la chispa final. El comité militar revolucionario. Kerensky conspiraba contra su existencia. Medidas militares destinadas asegurarle el control militar de Petrogrado. Alejamiento tropas minadas, llamada tropas nuevas. Esto desencadenó la revolución 22 Octubre Estado Mayor conminó cuerpo enviar dos delegados acordar alejamiento tropas revoltosas. Los cuerpos respondieron: no obedecerían sino al Soviet. Era la declaración explícita. Algunas tropas, sin embargo, vacilantes. Llamada tropas frente, detuviéronse. Y llegó jornada final. 25 octubre tropas rodearon palacio Invierno y Trosky anunció al soviet que el gobierno de Kerensky cesaba de existir.

El 26 de Octubre, congreso de los sóviets. Lenin y Zinovief. Dos proposiciones aprobadas: la paz y el reparto. El soviet de comisarios.

Días de viva inquietud. Sabotage empleados. Sublevación alumnos escuela militar. Kerensky y Crasnoff amenazaron Petrogrado. Zarskoye Zelo. Mensajeros a provincias. Boicot telégrafo. Tropas del frente fieles. La Constituyente.

Periodo de negociaciones entre la Entente y Rusia. Brest Litowzky. Los aliados creían que los bolcheviques no durarían Jacques Sadoul.

Esta es la historia de la revolución. Haré al final del curso la historia de la república de los soviets, explicación legislación. Conforme, al programa, que agrupa los acontecimientos con aparente arbitrariedad, en la próxima Conferencia hablaré de la Revolución Alemana.
Y llegaremos así a otro episodio sustancial, a otro capitulo principal.

José Carlos Mariátegui La Chira

La agitación proletaria en Europa en 1919-1920 [Manuscrito]

[Transcripción Completa]

La agitación proletaria en Europa en 1919-1920

El tema de la disertación de hoy es muy vasto, tanto que no sé si en una hora llegaré a desenvolverlo íntegramente. Trataré de evitar las digresiones episódicas para no extender demasiado este capítulo de nuestra historia de la crisis mundial.
Veamos cómo se incubó este periodo de agitación proletaria en Europa y en el mundo. Ya he expuesto sumariamente la situación social y política de Europa durante la guerra. Durante la guerra, la clase capitalista se vio obligada a hacer numerosas concesiones a la clase trabajadora y a la idea socialista. Le era necesario adormecer en el proletariado toda voluntad revolucionaria. No le bastaba al Estado la neutralidad de las clases trabajadoras; le era indispensable su colaboración. Para conseguir esta adhesion de la clase trabajadora, el Estado tuvo que mostrarse conciliador, transaccional y sagaz con los partidos socialistas y los sindicatos. Los salarios fueron elevados; los deudos de los [que] combatieron fueron subsidiados por el Estado; el Estado se encargó del abastecimiento alimenticio de la población encargándose de la adquisición del trigo y vendiéndolo con pérdida para evitar el encarecimiento del pan. El Estado asimiló una ligera dosis de colectivismo. Hizo algunos fugaces experimentos de socialismo de Estado. Prevaleció una política intervencionista, fiscalista, estadista. El proletariado y su orientación económica consiguieron, en suma, algunas conquistas, algunos progresos, que acrecentaron su fuerza y robustecieron su confianza. Vino, más tarde, otro motivo de avance del proletariado: la Revolución Rusa. Los Estados capitalistas se dieron cuenta, por una parte, de su necesidad de asfixiar la revolución en Rusia y, por otra parte, de impedir su repercusión, y su propagación en sus respectivos territorios. Contra la revolución rusa se emplearon las armas marciales de la invasión, del bloqueo, ataque militar. Contra la revolución doméstica, nacional, se usaron las armas sagaces de la reforma social y del mantenimiento y acrecentamiento de la política benévola inaugurada en el curso de la guerra. Fue un momento de avance de la idea revolucionaria y de retroceso de la idea conservadora. Fue un momento de ofensiva del proletariado y de replegamiento y de retirada estratégica del capitalismo. Fue un instante de apogeo de la revolución. La característica de la lucha social en ese periodo era la iniciativa del ejército proletario en el ataque. La ofensiva proletaria, iniciada con la revolución rusa, se desencadenó y se extendió a todos los frentes de combate. En Alemania, los so[...] conquistaron el gobierno y los socialistas minoritarios, acaudillados por Liebnecht y Rosa Luxemburgo, libraron violentas batallas por la instauración de un regimen netamente socialista y proletario. En Baviera se proclamó república sovietista. En Austria asumieron el poder los social-democráticos, con Adler, Bauer y Renner a la cabeza. En Hungría, el gobierno de Karolyi fue seguido por el gobierno comunista de Bela Kun. En las naciones vencedoras, la burguesía conservaba el poder, pero la agitación proletaria adquiría un carácter más revolucionario que nunca. Ante esta ofensiva unánime el regimen capitalista se vio forzado a retroceder , a replegarse, desordenadamente en unos frentes de combate, ordenadamente en otros. Los estadistas más avisados y perspicaces del capitalismo comprendieron entonces que no era posible detener la revolución sino con grandes sacrificios del regimen burgués e individualista. En ese periodo, dominó en los Estados Europeos una corriente avanzadamente reformista. La burguesía adoptó una actitud renovadora. Afirmó su filiación democrática y evolucionista. Execró la dictadura. Exaltó el sufragio universal y el parlamentarismo. Cantó a la libertad y a la paz. Cubrió la paz de Versalles con la Sociedad de las Naciones, destinada, según los pacifistas burgueses, a asegurar la paz en el mundo, a desarmar a los pueblos, a garantizar la soberanía y la independencia de las naciones débiles, a dictar una legislación universal del trabajo inspirada en los derechos y en los intereses de los trabajadores. Creó la Oficina Internacional del Trabajo. Reunió en Washington el Primer Congreso Internacional del Trabajo. Toda esta política no tenía otro objeto que dividir al proletariado, atrayendo al camino de la colaboración y de la reforma a los elementos minimalistas y derechistas del socialismo y de los sindicatos. Y esta división fue conseguida. Una parte del socialismo y de los sindicatos se pronunció por una política revolucionaria tendiente a precipitar la revolución social en Europa. Otra parte del socialismo y de los sindicatos se pronunció por una política prudente y transaccional que esquivase toda acción decisiva y violenta. Una tendencia creó la Tercera Internacional. La otra tendencia resucitó la Segunda Internacional. Algunos elementos centristas, intermedios, dubitativos, conservaron independencia frente a una y otra Internacional. Mas tarde se agruparon en la Internacional Dos y Medio. La primera reunión preparatoria de la reorganización de la Segunda Internacional se efectuó en Berna en febrero de 1919. Seis meses después, los adherentes a la Segunda Internacional volvieron a reunirse en Lucerna en agosto de 1919. Y en Julio de 1920, en el congreso de Ginebra, quedó definitivamente consagrada la reconstrucción de la Segunda Internacional. En noviembre de 1920 se reorganizó, al flanco de la Segunda Internacional, la Internacional Sindical Reformista que tiene ahora su sede en Amsterdam. El primer congreso de la III Internacional se realizó en Moscú en marzo de 1919. Ese primer congreso fue, a su turno, nada más que una junta preparatoria de la III Internacional. Concurrieron a ese congreso las minorías socialistas y sindicales de Francia, Inglaterra, Alemania, los socialistas italianos y algunos otros grupos socialistas más. En el segundo congreso, que se reunió en Moscú en 1920, quedaron determinados los principios de la III Internacional y fijadas las condiciones de adhesión a este movimiento. En ese congreso, se sancionaron las famosas 21 condiciones sometidas a la consideración y al voto de todos los partidos deseosos de adherirse a la III Internacional, las 21 condiciones dieron como es sabido origen a la escisión de los partidos socialistas. El partido socialista independiente alemán discutió en su congreso de Halle de octubre de 1920 su adhesión a la Internacional Comunista. La mayoría, encabezada por Hoffman y Daumig, se pronunció por la aprobación de las 21 condiciones. Y se fusionó, enseguida, con el partido comunista alemán, construido a base de la liga espartaquista. Los socialistas franceses resolvieron el punto en el congreso de Tours.
Las tendencias eran tres: la representada por Renaudel y Sembat, favorable a la segunda Internacional; la representada por Longuet y Paul Faure, favorable a la Internacional 2 y medio; y la representada por Cachin y Frossard favorable a la III Internacional. Predominó esta ultima. La mayoría del partido socialista francés se adhirió a la tesis comunista. En esta virtud "L'Humanité" el órgano del partido, pasó al comunismo. El partido socialista italiano decidió en su congreso de Bologna, en noviembre de 1919, la adhesión a la III Internacional. Pero vinieron más tarde las 21 condiciones. Y estas 21 condiciones originaron en Livorno en enero de 1921 la división del partido. Los comunistas quedaron en minoría. Y constituyeron el partido.

José Carlos Mariátegui La Chira

Notas de la Primera Conferencia

Transcripción:

  • Objeto de la primera conferencia: exponer el programa y algunas consideraciones sobre la necesidad del estudio de la crisis.
  • falta prensa decente; faltan grupos con instrumentos propios de cultura popular.
  • única cátedra de educación popular con espíritu renovador: la universidad popular
  • en la crisis el proletariado no es un espectador; es un actor.
  • el proletariado necesita, como nunca, saber lo que pasa en el mundo.
  • el Perú está dentro de la órbita de la civilización europea.
  • europea es nuestra cultura y europeas son nuestras instituciones.
  • la civilización ha internacionalizado la vida de los pueblos.
  • un periodo de reacción en Europa será de reacción en América.
  • cuando la vida de la humanidad no era tan solidaria la revolución francesa repercutió enseguida.
  • las nuevas doctrinas llegan con la misma prontitud que los nuevos elementos materiales.
  • mayor obligación de la vanguardia del proletariado de estudiar la crisis.
  • a ella está dedicado el curso. Programa.
  • la cultura revolucionaria anterior a la guerra está en revisión.
  • división de las fuerzas proletarias europeas; dos concepciones diferentes del momento histórico, dos interpretaciones distintas de la crisis.
  • antes: sindicalistas y socialistas
  • ahora: social-democráticos y comunistas.
  • sindicalistas que han seguido al comunismo: Jorge Sorel.
  • antes de la guerra, fuerza de las tesis colaboracionistas: producción superabundante, capitalismo en apogeo.
  • hoy, riqueza social destruida, un millón trescientos mil millones de pasivo. Servicio de esta deuda: noventa mil millones. Palabras de Cailleaux.
  • La colaboración sería distinta. El capitalismo no puede hacer concesiones al socialismo. Esperanza: el proletariado colonial. Pero las colonias se agitan.
  • La reacción no soluciona los problemas y desprestigia las instituciones democráticas.
  • además satura de chauvinismo la política internacional, tendencias imperialistas, lucha por la hegemonía. Ejemplo: el Ruhr.
  • crisis ideológica
  • Palabras de Ferrero
  • Palabras de Keynes.
  • El socialismo regimen de distribución, más que de producción.
  • La ruina económica de la burguesía ruina de la civilización burguesa.
  • el socialismo no puede todavía. Palabras del reportaje de "La Crónica".
  • Presenciamos la disgregación de la sociedad vieja; la gestación, la formación, la elaboración lenta e inquieta de la sociedad nueva.
  • todos los hombres a quienes las ideas nos vinculan con esta debemos fijar hondamente la mirada en este periodo trascendental, agitado e intenso de la historia humana.

José Carlos Mariátegui La Chira

La revolución alemana [Manuscrito]

[Transcripción completa]
La revolución alemana

El tema de la conferencia de esta noche es la Revolución Alemana.
En las conferencias precedentes, he expuesto los aspectos principales del proceso de generación, de incubación de la Revolución Alemana.
He dicho ya que la guerra no fue popular en Alemania, que el gobierno alemán condujo la guerra con el viejo criterio de guerra relativa, de guerra militar, de guerra no total; que el gobierno alemán no supo crear ningún mito popular capaz de asegurarle la adhesión sólida de las clases populares; y que la guerra fue presentada al pueblo alemán exclusivamente como guerra de defensa nacional. Mientras el gobierno alemán mantuvo viva la esperanza de la victoria, mientras ningún fracaso militar desacreditó su aventura; mientras pudo evitar al pueblo el hambre y las privaciones, consiguió que la opinión pública sufriese, sin rebelión, la guerra. Pero no consiguió apasionar a las masas por sus ideales imperialistas. La guerra no era popular en el proletariado. Los intelectuales, la inteligencia alemana, se pusieron, en su mayoría, al servicio de la guerra, al servicio de la agresión, y crearon una cínica, una delirante literatura de guerra.
Los poetas alemanes cantaron la guerra y denigraron la paz. Tomás Mann escribió: “El hombre se malogra en la paz. El reposo perezoso es la tumba del corazón. La ley es la amiga del débil; ella quiere aplanarlo todo; si ella pudiera, achataría al mundo; pero la guerra hace surgir la fuerza”.
Heinrich Vierordt escribió su Deutschland, hasse (Alemania, odia). El profesor Ostwald escribió: “Alemania quiere organizar Europa, pues Europa hasta ahora no ha estado organizada”.
Finalmente, los famosos 93 intelectuales alemanes suscribieron aquel célebre manifiesto auspiciando y defendiendo, servilmente, la guerra alemana. Pero, no obstante toda esta literatura bélica, únicamente la burguesía y la pequeña burguesía deliraron de nacionalismo. El proletariado declaró apoyar la guerra no por convicción, sino por deber. El proletariado no suscribió nunca los cínicos conceptos de los intelectuales burgueses y pequeño burgueses.
Además, casi desde el primer momento, apenas pasado el período de intoxicación y de confusión de la declaratoria, se alzaron en Alemania algunas honradas y valientes voces de protesta.
Cuatro sabios alemanes tomaron posición contra los noventitrés intelectuales del manifiesto y publicaron un contra-manifiesto. Ya os he hablado de estos cuatro sabios que fueron el físico Einstein, el fisiólogo Nicolai, el filósofo Buek y el astrónomo Foerster. El poeta Hermann Hesse, asilado como Romain Rolland en Suiza, escribió un canto a la paz y un llamado a los pensadores de Europa, invitándolos a salvar lo poco de paz que podía todavía ser salvado y a no saquear, ellos también, con su pluma el porvenir europeo. La revista Die Weissen Blaetter fue un hogar de los intelectuales alemanes fieles a la causa de la unidad moral de Europa y de la civilización occidental. Y varios líderes del proletariado, Karl Liebknecht, Rosa Luxemburgo, Kurt Eisner, Franz Mehring, León Joguiches y otros más, reaccionaron contra la guerra y denunciaron su meta imperialista y contra-revolucionaria. Carlos Liebknecht, fue uno de los catorce diputados contrarios a los créditos de guerra el 4 de agosto; pero estos catorce diputados no votaron contra los créditos en el Parlamento sino en el seno del grupo socialista parlamentario.
La gran mayoría del grupo acordó votar los créditos. Y los catorce diputados de la minoría, Carlos Liebknecht entre ellos, resolvieron someterse a la decisión de la mayoría . Pero Carlos Liebknecht sintió muy pronto la necesidad de salvar su propia y personal responsabilidad de líder y de intelectual socialista. Y en diciembre de 1914 votó contra los nuevos créditos de la guerra, sin hacer caso de la voluntad del grupo socialista parlamentario.
Por supuesto, dentro y fuera del Reichstag, del parlamento alemán una tempestad se desencadenó contra Carlos Liebknecht. Y en enero de 1915 Carlos Liebknecht fue movilizado en el ejército. Se le envió a Kustrin. Liebknecht se negó a aceptar el fusil. Se le trasladó entonces a una compañía de obreros, de sospechosos, a Lorena. Luego se le mandó al frente de Rusia. Y, desde el frente, Carlos Liebknecht escribió a sus hijos el 21 de diciembre: “Yo no dispararé”. Asistió aún, a otras sesiones del Reichstag, donde nuevamente insurgió repetidas veces contra el gobierno alemán y contra la guerra. Los clamores de la Cámara cubrieron, ahogaron, acallaron invariablemente su voz solitaria y heroica. Pero Carlos Liebknecht no renunció a su propaganda; unido a Rosa Luxemburgo, a Franz Mehring, a Clara Zetkin, escribió aquellas célebres cartas, suscritas con el seudónimo de Spartacus, que más tarde fue el nombre del Partido Comunista Alemán.
El 1º de mayo de 1918 se realizó en Berlín la primera demostración pública contra la guerra. Carlos Liebknecht, disfrazado de civil, asistió a ella. Fue arrestado y procesado por traición a la patria. El tribunal militar lo condenó entonces a cuatro años de trabajos forzados. Un año más tarde, la revolución le abrió las puertas de la cárcel. La figura de Liebknecht, como vemos, no era la única en las filas dirigentes del proletariado alemán que luchaba contra la guerra.
Al lado de Liebknecht se agrupan varias figuras gloriosas.
He mencionado ya a Rosa Luxemburgo, a Clara Zetkin, a Eugenio Levinés. Todos estos líderes reconocieron que su deber era combatir a la guerra, como reconocieron, más tarde, que su deber era llevar a su meta final la revolución.Todos ellos militaron, con Carlos Liebknecht, en el grupo Spartacus, célula inicial del Partido Comunista Alemán. Pero de su conducta durante la revolución misma me ocuparé oportunamente. Ahora no está en examen sino su conducta durante la pre-revolución, porque, basándome en ella, estoy sosteniendo que existía en el movimiento proletario alemán un ambiente distinto acerca de la guerra que en el movimiento proletario en las naciones aliadas. Un numeroso núcleo de opinión proletaria, reprimido, es verdad, marcialmente por la acción del gobierno, luchaba por rebelar contra la guerra al proletariado alemán. Y los cien diputados del socialismo alemán, la mayoría de los líderes de la social-democracia, no podían dar a la guerra una adhesión ardorosa, un apoyo incondicional. La burguesía y la clase media alemanas peleaban por los ideales del militarismo prusiano, por el dominio del mundo, por el Deutschland Uber Alles, por el ubervolk, por el sometimiento de Europa a la organización alemana; pero el proletariado alemán, conforme a las palabras de orden de sus líderes mayoritarios, no peleaba sino por un interés de defensa nacional. El proletariado alemán no sentía la necesidad absoluta de la guerra jusqu’au bout , de la guerra hasta el fin, de la guerra absoluta y, sobre todo, hasta el anonadamiento total del enemigo.
Wilson y su propaganda democrática, Wilson y sus Catorce Puntos, Wilson y sus ilusiones de un nuevo código de justicia internacional, encontraron, por consiguiente, en el frente alemán, un frente permeable, un frente vulnerable, un frente franqueable. Ya he dicho la resonancia revolucionaria que tuvo en el pueblo el programa wilsoniano. Desde que al pueblo austríaco le fue dicho que los aliados no combatían contra ellos sino contra sus gobiernos, desde que les fue asegurado que no se les impondría una paz de anexiones, ni de indemnizaciones, el pueblo alemán y el pueblo austríaco empezaron a sentir cada vez menos la necesidad de la guerra. Además, como ya he dicho también, la propaganda wilsoniana estimuló y despertó en las nacionalidades encerradas en el Imperio Austro-Húngaro viejos y arraigados ideales de independencia nacional.
Y, de otra parte, la Revolución Rusa repercutió también revolucionariamente en el proletariado austríaco y en el proletariado alemán. Dos propagandas se juntaron para minar y franquear el frente austro-alemán: la propaganda democrática de Wilson y la propaganda maximalista de los bolcheviques.
Los efectos de estas propagandas tuvieron que manifestarse a continuación del primer quebranto militar austro-alemán. La ofensiva italiana en el Piave encontró al ejército austríaco mal dispuesto al sacrificio.
Las tropas checoeslovacas capitularon casi en masa. Y en el frente alemán, la noticia de este desastre y la ofensiva francesa, desencadenaron la explosión de los gérmenes revolucionarios durante tanto tiempo acumulados.
El pueblo alemán y el ejército alemán manifestaron su voluntad de paz y de capitulación. E insurgieron contra el Káiser y la monarquía, contra el régimen responsable de la guerra, culpable de la derrota. Deslindaron la responsabilidad del gobierno y del pueblo alemán, Y barrieron a la monarquía y a todas sus instituciones.
El 9 de noviembre de 1918, a poco más de un año de distancia de la Revolución Rusa, se produjo la Revolución Alemana. La historia de los acontecimientos de esos días es conocida. Estalló una guerra revolucionaria en Kiel y Hamburgo. Se insurreccionaron los marineros, quienes en automóviles marcharon sobre Berlín. La huelga general fue proclamada. Las tropas se negaron a reprimir al proletariado insurgente. El Káiser abdicó y abandonó Berlín. Y los revolucionarios proclamaron la República en Alemania. La revolución tuvo en ese instante un carácter netamente proletario.
Se constituyeron en Alemania los consejos de obreros y soldados, los soviets en suma. Y se formó un ministerio de socialistas mayoritarios. Pero este ministerio no comprendió al ala izquierda del socialismo, al grupo de Karl Liebknecht, Rosa Luxemburgo, Franz Mehring, Clara Zetkin, etc., contrario a un compromiso con los socialistas mayoritarios que habían amparado la guerra. Más aún, entre el grupo de Carlos Liebknecht y Rosa Luxemburgo y los socialistas gobernantes se abrieron rápidamente las hostilidades. Carlos Liebknecht fundó la Unión Spartacus, el Partido Comunista Alemán y el órgano periodístico de los espartaquistas Die Rote Fahne (La Bandera Roja).
Los espartaquistas propugnaron la realización del socialismo a través de la dictadura del proletariado, del gobierno de los soviets. Reclamaron la confiscación de todas las propiedades de la Corona en beneficio de la colectividad; la anulación de las deudas del Estado y los empréstitos de guerra; la expropiación de la propiedad agrícola grande y media y la constitución de cooperativas agrícolas encargadas de administrarlas, mientras las pequeñas propiedades permanecían en manos de sus pequeños poseedores hasta que quisieran voluntariamente unirse a las cooperativas; la nacionalización de todos los bancos, minas, fábricas y grandes establecimientos industriales y comerciales. En suma, los espartaquistas propusieron la actuación en Alemania del programa actuado en Rusia por los maximalistas. Los socialistas mayoritarios, Ebert, Scheidemann, etc., eran adversos a este programa. Y las masas que los seguían no estaban espiritualmente preparadas para una transformación tan radical del régimen de Alemania. Los socialistas independientes, Kautsky, Hasse, Hilferding, etc., se mostraron vacilantes. No se inclinaban por el limitado y opacado reformismo de los socialistas mayoritarios ni por el revolucionarismo de los espartaquistas. Los espartaquistas iniciaron, a la manera bolchevique, una campaña de agitación progresiva. Las figuras que acaudillaban la Unión Spartacus eran, ciertamente, figuras de primer rango en el movimiento proletario alemán. Carlos Liebknecht, era hijo de Guillermo Liebknecht, uno de los patriarcas del socialismo alemán. Era, pues, heredero de un nombre glorioso en la historia del socialismo alemán, además dueño de una figuración brillante, intensa, continua en la vanguardia del proletariado. Su pura intranquilidad e intransigencia durante la guerra daba a su nombre una aureola llena de sugestión. Rosa Luxemburgo, figura internacional y figura intelectual y dinámica, tenía también una posición eminente en el socialismo alemán. Se veía, y se respetaba en ella, su doble capacidad para la acción y para el pensamiento, para la realización y para la teoría. Al mismo tiempo era Rosa Luxemburgo un cerebro y un brazo del proletariado alemán. Franz Mehring era uno de los teóricos más profundos, más luminosos y más eruditos del marxismo, autor de una serie de obras profundas y admirables, había escrito, precisamente, un libro fundamental sobre Marx y sobre el marxismo. Era viejo, tenía 72 años, pero conservaba el temple y el fervor de la juventud. Eugenio Levinés, polaco ruso, que participó en Rusia en la revolución de 1905 y que entonces sufrió la prisión en Siberia, era otra noble y bizarra figura revolucionaria, provenía de una familia rica y poseía una vasta cultura literaria y científica. Había renunciado, sin embargo, a sus prerrogativas de intelectual y se había hecho obrero.
León Jogisches, periodista polaco, también era un notable tipo de agitador, de propagandista y de revolucionario, era el colaborador, el confidente, el amigo de Rosa Luxemburgo. En el partido socialista polaco había tenido una actuación sobresaliente, en la Unión Spartacus era el organizador enérgico e incansable de la acción y de la propaganda.
Clara Zetkin, en fin, la única figura que sobrevive de este grupo de líderes, de conductores y de apóstoles, era de la misma estatura moral e intelectual.
Este fuerte, homogéneo e inteligente estado mayor del espartaquismo, consiguió agitar, sacudir potentemente al proletariado alemán. Las masas obreras alemanas carecían de preparación espiritual y revolucionaria, y de esto os hablaré dentro de un instante al hacer la crítica de la revolución. Sin embargo, los jefes espartaquistas consiguieron organizar una nueva vanguardia proletaria. Esta vanguardia proletaria era una vanguardia de acción; pero los jefes espartaquistas no pretendían lanzarla prematuramente a la conquista del poder. Se proponían usarla para despertar la conciencia del proletariado, capacitarla cada día más para la acción, robustecerla numéricamente, prepararla para el asalto decisivo en la hora oportuna.
La táctica de los socialistas mayoritarios, del gobierno de Ebert y de Scheidemann, consistió por esto en precipitar la acción revolucionaria de los espartaquistas, en traer a los espartaquistas al combate antes de tiempo, en obligarlos a empeñar la batalla inmaduramente. Los socialistas mayoritarios necesitaban de la violencia de los espartaquistas a fin de reprimir su violencia con una violencia mayor y eliminar de esta suerte a un enemigo crecientemente peligroso. Las masas espartaquistas, imprudentemente, no midieron sus pasos. El gobernador de Berlín, Eichorn, era socialista de izquierda, un revolucionario, extensamente popular en la capital alemana. Era un elemento indócil a la reacción y leal a la revolución y al proletariado. El gobierno socialista mayoritario resolvió exigirle su renuncia. Era ésta una provocación al proletariado revolucionario de Berlín.
El domingo 5 de enero de 1919 hubo grandes demostraciones revolucionarias en Berlín. Al día siguiente se declaró la huelga. Las masas, indignadas contra el órgano oficial del Partido Socialista, el Vorwaerts, del cual se habían adueñado algunos socialistas mayoritarios, resolvieron ocupar por la fuerza éste y algunos otros diarios. Construyeron barricadas, pero se esforzaron por evitar efusiones de sangre, invitando a las tropas por medio de grandes carteles, a no disparar contra sus hermanos proletarios. Los choques comenzaron, sin embargo, muy en breve. Algunos agentes provocadores, según parece, fueron utilizados para encender la lucha. El caso es que entre las tropas y las masas espartaquistas se empeño el combate. Noske, un socialista mayoritario, se encargó del Ministerio de Guerra y con el concurso entusiasta de los oficiales del antiguo régimen organizaron la represión de los insurrectos. Hubo en Berlín varios días de sangrientas batallas.
El domingo 12 los espartaquistas que ocupaban el Vorwaerts enviaron seis parlamentarios desarmados a negociar la paz con los sitiadores de la imprenta ocupada. Los seis parlamentarios fueron fusilados. Los combates prosiguieron. Los jefes espartaquistas no habían querido nunca conducir a las masas a la lucha, pero una vez emprendida ésta, una vez iniciada la batalla, sintieron que su deber era ocupar su puesto al lado de las masas.
Las autoridades les atribuyeron la responsabilidad íntegra de la insurrección de las masas espartaquistas y se echaron en su persecución. En la tarde del 15 de enero, Carlos Liebknecht y Rosa Luxemburgo, que se habían refugiado en una casa amiga, en un barrio del oeste de Berlín, en Wilmersdof, fueron arrestados por la tropa. Horas más tarde fueron asesinados.
La versión oficial de su muerte dice que, tanto el uno como el otro, intentaron escapar de manos de sus custodios, y que éstos, para evitar la fuga, se vieron obligados entonces a disparar y matarles. Pero la verdad fue otra.
Liebknecht y Rosa Luxemburgo cayeron en manos de oficiales del antiguo régimen, enemigos fanáticos de la revolución, reaccionarios delirantes, que odiaban a todos los autores de la caída del Káiser por conceptuarlos responsables de la capitulación de Alemania. Y esta gente no quiso que los dos grandes revolucionarios ingresasen vivos en una prisión.
Pero con este sangriento episodio de la muerte de Carlos Liebknecht y Rosa Luxemburgo no se extinguió la ola revolucionaria. La vanguardia del proletariado alemán seguía reclamando del gobierno una política socialista. Los socialistas mayoritarios que, con el concurso y el beneplácito de la burguesía, habían reprimido truculentamente la insurrección espartaquista, resultaban cada día más embarazados para desenvolver en el gobierno un programa de socialización.
En febrero y marzo el proletariado vuelve, gradualmente, a asumir una posición de combate. Se suceden de nuevo las huelgas que, de la región del Rhin y de Westfalia, se extienden a la Alemania central, a Baden, a Baviera, a Wurtenberg. En estas huelgas los trabajadores pasan de las reclamaciones de aumento de salarios a la demanda de la socialización y de la instauración de un gobierno sovietista. El gobierno mayoritario aplaca estos movimientos con una serie de vagas y pomposas promesas. Y con estas promesas consigue aquietar a las masas. Pero una parte de ellas manifiestó una decidida voluntad revolucionaria. Y se produjeron en Berlín nuevas jornadas sangrientas. Las víctimas de la represión se contaron una vez más por millares. Y el espartaquismo perdió a otro de sus mejores jefes. León Jogisches, capturado poco después de las jornadas de marzo, tuvo una suerte análoga a Carlos Liebknecht y Rosa Luxemburgo. No fue asesinado en el camino de la prisión, sino en la prisión misma. Se dijo que había intentado fugar (la eterna historia de la fuga), y que por esto había sido preciso disparar contra él.
Pero con estas batallas de la vanguardia proletaria de Berlín no cesó aquel período de actividad revolucionaria en Alemania. También el proletariado de Munich libró valientes batallas. Y la represión en Munich fue más sangrienta, más dura, más costosa todavía para el proletariado que la represión en Berlín.
En Munich, en Baviera, se llegó a instaurar el régimen de los soviets. La república sovietista de Munich, fue de un sovietismo artificial, de un comunismo de fachada, y esto era natural. Predominaban en este gobierno elementos reformistas, elementos semi-burgueses que no daban a la República Bávara una orientación realmente revolucionaria. La vida de esta república sovietista no podía, pues, ser larga. De una parte, porque este gobierno sovietista en la forma, reformista en el contenido, no era capaz de desarmar a la burguesía, de abolir sus privilegios ni de desalojarla de sus posiciones. De otra parte, porque la Baviera era la región de Alemania menos adecuada a la instauración del socialismo.
La Baviera es la región agrícola de Alemania. La Baviera es un país de haciendas y de latifundios: no es un país de fábricas.
El proletariado industrial, eje de la revolución proletaria, se encuentra, pues, en minoría. El proletariado agrícola, la clase media agrícola, predomina absolutamente. Y, como es sabido, el proletariado agrícola no tiene la suficiente saturación socialista, la suficiente educación clasista para servir de base al régimen socialista.
El instrumento de la revolución socialista será siempre el proletariado industrial, el proletariado de las ciudades. Además, no era posible la realización del socialismo en Baviera, subsistiendo en el resto de Alemania el régimen capitalista. No era concebible siquiera una Baviera socialista, una Baviera comunista dentro de una Alemania burguesa.
Vencida la revolución comunista en Berlín, estaba vencida también en Munich. Los comunistas bávaros no renunciaron, sin embargo, a la lucha, y combatieron sin tregua por transformar la república sovietista de Munich en una verdadera república comunista. Poco a poco esta transformación empezó a operarse. La conciencia del proletariado bávaro se desarrolló más día a día. A los puestos directivos fueron llevados obreros efectivamente revolucionarios. Ese fue, simultáneamente, el instante de la contraofensiva burguesa. Vencedora del proletariado en Berlín, la burguesía alemana inició el ataque contra el proletariado en Munich. Las masas comunistas de Munich no tuvieron mejor fortuna que las de Berlín.
Y otro de los líderes del espartaquismo, Eugenio Levinés, aquel intelectual polaco-ruso de que os he hablado hace pocos momentos, fue el mártir de esta jornada revolucionaria. Eugenio Levinés no fue asesinado como Carlos Liebknecht, como Rosa Luxemburgo, etc., sino fusilado en una prisión de Munich. Se le siguió un proceso relámpago y se le condenó a muerte. Frente al pelotón de ejecución, Eugenio Levinés se portó valientemente. Y murió con el grito de “¡Viva la Revolución Universal!”, en los labios.
Estos son, ligeramente narrados, los principales episodios espartaquistas de la Revolución Alemana. Este fue el instante más agudo y culminante de la revolución. El pueblo alemán, pasado este período de agitación que los líderes del espartaquismo crearon con su acción incansable, mostró una capacidad revolucionaria, una voluntad revolucionaria cada día menor.
El poder estuvo, primeramente, en manos de los socialistas mayoritarios, apoyados por los socialistas independientes o sea los socialistas centristas. Estuvo, después, en manos de los socialistas mayoritarios únicamente. Luego, los socialistas mayoritarios, educados en la escuela democrática, necesitaron la colaboración de dos partidos burgueses: el Centro Católico, el Partido de Erzberger, y el Partido Demócrata, el partido de Walther Rathenau y del Berliner Tageblatt.
Como los socialistas mayoritarios, contrarios a la tesis de la dictadura del proletariado, habían convocado a elecciones parlamentarias, quedaron a merced de las combinaciones del equilibrio parlamentario. Faltándoles la colaboración de una parte de los votos socialistas, tenían que buscar la cooperación de igual o mayor número de votos burgueses. La asamblea nacional sancionó en Weimar una constitución democrática; pero no una constitución socialista. Los socialistas mayoritarios, dentro del régimen parlamentarista, no podían conservar íntegramente el poder; pero eran indispensables para la constitución de una mayoría. Por eso, los hemos visto entrar en todos los gabinetes de coalición que se han sucedido. Pero en el gabinete actual, en el gabinete de Cuno, no figuran ya los socialistas mayoritarios.
Su neutralidad benévola en el parlamento sigue siendo necesaria para la vida del ministerio. Pero el ministerio no es ya un ministerio con participación de los socialistas mayoritarios, sino un ministerio de coalición de los partidos burgueses alemanes, coalición en la cual no falta sino la extrema derecha burguesa, el partido pan-germanista, o sea el partido de la monarquía.
La Revolución Alemana, después de la insurrección espartaquista, no ha hecho sino virar a la derecha, siempre a la derecha. Primero, el poder fue ejercido por los socialistas de la derecha y del centro, unidos; después por los socialistas de la derecha solamente. Más tarde, por los socialistas de la derecha, en colaboración con los partidos burgueses más liberales.
Actualmente, por estos partidos burgueses, amparados en la neutralidad benévola de los socialistas de derecha, la Revolución Alemana ha ido perdiendo cada vez más todo carácter socialista, y afirmándose cada vez más en su carácter democrático, en su carácter burgués. Por eso, ahora, se dice que la Revolución Alemana no se ha consumado aún. Que la Revolución Alemana se ha iniciado no más.
Rodolfo Hilferding, antiguo líder de los socialistas independientes, dijo en el Congreso de Halle en 1920: “Nosotros hemos dicho siempre que el 9 de diciembre no fue en un cierto sentido una verdadera revolución. Nosotros hicimos todo lo posible, primero durante la guerra y después al comienzo de la revolución, por dar a ésta el aspecto más decisivo”. Y Walther Rathenau, líder demócrata, pensador notable de la burguesía alemana, que, como recordaréis, fue asesinado hace un año por un nacionalista alemán, en su notable libro La Triple Revolución, emite opiniones muy interesantes sobre la fisonomía y el alcance de la Revolución Alemana. Walther Rathenau dice: “Nosotros llamamos Revolución Alemana, a algo que fue la huelga general de un ejército vencido”.
A continuación Walter Rathenau señala que, mientras en Rusia existía una antigua preparación revolucionaria, en Alemania no había preparación revolucionaria ninguna. El proletariado alemán carecía de estímulos revolucionarios. Gozaba de un tenor de vida discretamente cómodo. Le era permitido vivir con higiene, con desahogo, con limpieza. Y hasta le era permitido ahorrar modestamente. El Estado ayudaba a las familias numerosas. En el orden económico, el proletariado alemán había hecho mayores conquistas que proletariado alguno. Y por esto mismo se había desinteresado de las conquistas en el orden político.
El Káiser, la monarquía, se reservaban el manejo, la dirección de la política exterior e interior del Estado. Al proletariado esto no le preocupaba casi porque no rozaba ningún interés inmediato suyo. En el proletariado alemán no había, por consiguiente, un real estado de conciencia revolucionaria. Mejor dicho, este estado de conciencia era demasiado embrionario, demasiado naciente, demasiado incipiente. La revolución sorprendió, pues, impreparado al proletariado alemán. Naturalmente, de entonces acá la preparación revolucionaria del proletariado alemán ha hecho camino. Hoy esa preparación es mucho mayor que en 1918.
El Estado burgués vira cada día más a la derecha; pero las masas populares viran cada día más a la izquierda. Cada día manifiestan mayor saturación, mayor conciencia, mayor preparación revolucionarias. Precisamente, este apartamiento de los socialistas mayoritarios del gobierno, se ha operado bajo la presión de las masas.
Por todas esas razones, los actuales acontecimientos alemanes no son sino episodios de la Revolución Alemana, el actual gobierno burgués de Alemania no es sino un período, un capítulo de la Revolución Alemana. La Revolución Alemana no se ha consumado, porque una revolución no se consuma ni en meses ni en años; pero tampoco ha abortado, tampoco ha fracasado. La Revolución Alemana se ha iniciado únicamente. Nosotros estamos presenciando su desarrollo.
Un período de reacción burguesa es un período de contraofensiva burguesa, pero no de derrota definitiva proletaria. Y, desde este punto de vista, que es lógico, que es justo, que es exacto, que es histórico, el gobierno fascista, la reacción fascista en Italia, es un episodio, un capítulo, un período de la Revolución Italiana, de la guerra civil italiana. El fascismo está en el gobierno; pero el proletariado italiano no ha capitulado, no se ha desarmado, no se ha rendido. Se prepara para la revancha.
Mientras tanto, el fascismo para llegar al gobierno ha necesitado pisotear los principios de la democracia, del parlamentarismo, socavar las bases institucionales del viejo orden de cosas, enseñar al pueblo que el poder se conquista a través de la violencia, demostrarle prácticamente que se conserva el poder sólo a través de la dictadura. Y todo esto es eminentemente revolucionario, profundamente revolucionario. Todo esto es un servicio a la causa de la revolución.
En la próxima conferencia me ocuparé de la disolución del Imperio Austro-Húngaro y de la Revolución Húngara. Y entraré luego en el examen de la Paz de Versalles, de aquella paz que ha sido el fracaso de las ilusiones democráticas de Wilson, y que ha dejado a Europa la herencia de esta situación.
Pero esto no podrá ser el próximo viernes porque el próximo viernes será el 27 de julio, día de fuegos artificiales y de nochebuena, sino el viernes 4 de agosto.

José Carlos Mariátegui La Chira

Notas de la conferencia La revolución hungara

Programa: -La Revolución Húngara. -El conde Karolyi. - Bela Kun. -Horthy

Estos tres nombres sintetizan las tres fases, de la revolución insurreccional y democrática, comunista y proletaria, reaccionaria y terrorística.- Aquí, donde se conoce mal la revolución rusa, se conoce, menos todavía la revolución húngara.

El proceso de la revolución húngara es, en sus grandes lineamientos, el mismo de la revolución alemana y austriaca. Pero tiene algo de fisonómico, de particularmente propio: el separatismo, el nacionalismo húngaro.

Ante la ofensiva victoriosa de los italianos en el Piave, los checos y los húngaros tiraron imprevistamente las armas. Se inició así la revolución húngara. -Esta insurrección militar no fue seguida inmediatamente de una insurrección proletaria. El proletariado carecía aún de una sólida consciencia revolucionaria clasista.

Karolyi. -Este gobierno, emergido de la insurrección del 31 de Octubre, fue un gobierno de la burguesía radical coaligada con la social-democracia. -Karolyi fue, en cierta forma, el Kerensky de Hungría. Pero menos sectario, más revolucionario, más interesante, más sugestivo.

Al gobierno de Karolyi —no obstante la disimilitud moral entre uno y otro leader— le acontecía aproximadamente lo que al de Kerensky.

Simultáneamente, la situación internacional conspiraba también contra el gobierno de Kerensky. -Llego un día fatal. Notificación de que las fronteras de entonces de Hungría debían ser consideradas como definitivas. -Karolyi no podía someterse a estas condiciones. No le quedó más camino que la dimisión.

Surgió así el gobierno de Bela Kun. El 21 de marzo de 1919. A la creación de este gobierno concurrieron comunistas y social-democráticos. Este es el signo que distingue la revolución húngara de la rusa. Pero esto era también debilidad. El partido social-democrático no tenía suficiente educación revolucionaria. Viejos elementos sindicales, desprovistos de capacidad y voluntad para colaborar solidariamente con los maximalistas. -¿Por qué colaboraron y participaron decisivamente a la revolución? Se vieron en la necesidad de elegir entre la revolución comunista y la reacción feudalista y aristócrata. -En cambio de su adhesión al programa de los comunistas, no demandaron sino el derecho a participar en su realización. Era una demanda lógica. Los comunistas accedieron a ella. Este fue su primer error. El gobierno sovietista de Hungría resultó hibrido, mixto, compuesto.

Bela Kun desarrolló, en gran parte, el programa económico y socia proletariado. Expropiación de los latifundios, medios de producción establecimientos industriales. Los fundos, entregados a los campesinos, organizados en cooperativas de producción. Se atendió solícitamente a las victimas de la guerra, no satisfechas por Kerensky, entrabado por sus miramientos y respetos. Los inválidos, viudas, etc, socorridos. Los sanatorios de lujo, hospitales comunales. Los palacios, destinados a los inválidos, viejos y niños enfermos. Simultáneamente se re organizaban la instrucción publica, la cultura, para convertirlas en instrumentos de educación, socialista.

Pero contra Bela Kun conspiraban de una parte el escepticismo y la resistencia social-democráticos; de otra las potencias vencedoras. Miraban en Hungría un peligroso foco de propagación. Los social-democráticos limitaban las medidas contra los preparativos y complots reaccionarios.

La revolución era atacada, en dos frentes: externo e interno.

En estas condiciones, llegó la mitad de abril. Rumania invadió Hungría. El ejército checo a 70 u 80 millas de Budapest. -El 2 de mayo, en una sesión dramática del consejo obrero de Budapest, Bela Kun expuso la situación. El consejo voto por la resistencia a todo trance. Los obreros constituyeron un ejercito rojo que contuvo a los rumanos y derrotó a los checos. El instante se tornaba critico para la ofensiva aliada. La diplo macia aliada cambió de táctica. Invitación a Turquía a retirarse del territorio checo; en compensación, retiro del ejercito rumano Tibisco.

El ejército rojo, disgustado y deprimido en su voluntad combativa, se retiró de Checo Eslavia. Sacrificio inútil. Los aliados no cumplieron su compromiso. Esta decepción, este fracaso, descorazonaron al proletariado, cuya fe era minada por los social democráticos, quienes empezaban a negociar secretamente con los diplomáticos aliados.

La reacción, entre tanto, se aprestaba para el asalto. El 24 de junio los reaccionarios y 300 oficiales alumnos de la escuela militar se adueñaron de los monitores del Danubio. Los tribunales trataron con excesiva generosidad a los sediciosos.

El regimen continuaba luchando con enormes dificultades. Escaseaban las provisiones. Bela Kun decidió entonces ofensiva contra los rumanos. Pero esta ofensiva, iniciada el 20 de julio, no tuvo suerte. Este revés militar condenó a muerte al régimen. Los aliados prometieron el reconocimiento de un gobierno-social-democrático. Pusieron como precio la eliminación de los comunistas y la destrucción de su obra. El partido social democrático y los sindicatos aceptaron las condiciones. El 2 de agosto el consejo de comisarios del pueblo abdicó.

Lo reemplazó un gobierno social-democrático. Para contentar a los aliados derogó las leyes comunistas. Restableció la propiedad de las fábricas y latifundios, la libertad de comercio, en sus cargos a los funcionarios de la administración burguesa. -Con todo no duró sino tres días. Vencida la revolución, el poder tenia que caer en manos de la reacción. Los social-democráticos no podían resistir la ola reaccionaria.

Asi empezó el martirio del proletariado húngaro. El terror blanco asoló Hungría. Se ensañó contra los comunistas, social-democráticos, hebreos finalmente contra los propios burgueses sospechosos de devoción liberal y democrática. Pero se encarnizó contra el proletariado. En las regiones transdanubianas, algunas localidades verdaderamente diezmadas. -Innumerables trabajadores fusilados; otros encarcelados; otros obligados a emigrar. A Austria, a Italia, llegaban todos los días contingentes de prófugos. Viene, llega de refugiados.

Toda descripción, pálida. A partir de agosto de 1919 se ha sucedido los fusilamientos, procesos, mutilaciones, saqueos, como medios de represión y de castigo del proletariado. Ha sido necesario que la sed de sangre se calme y que un grito de horror la cohíba, para menes y las persecuciones disminuyan y enrarezcan. Tengo a la mano un libro que contiene algunos, relatos. (Página1/3)

Pero estos relatos podrían parecer exagerados. Se dirá que esta es una versión italiana, tropical. Más las mismas cosas han sido contadas por una comisión de los Trade Unions y del Labour Party, que visitó Hungría en mayo de 1920. La formaban el Coronel Wedgwood, de los comunes, y cuatro más. No pudo recorrer toda Hungría. El informe es, por consiguiente una narración benévola. Peca de moderación, peca de optimismo. Sin embargo, corrobora las afirmaciones del libro italiano. -En esa época, el numero de presos era al menos de 12.000. Horthy confesaba que tenia encarcelados a 6000.

El informe contiene varias anécdotas atroces. Una de ellas, el caso de la señora Hamburger.

Ya sabéis como actué el terror blanco en Hungría. El gobierno de Horthy, visión pavorosa de la edad media. No en balde sus características son, precisamente, las de intentar restablecer el feudalismo. -Horthy gobierna Hungría como regente, porque para la reacción Hungría sigue siendo un reinó. Hace un ano Carlos de Hamburgo fue llamado por los monarquistas.

De hecho, el régimen de Horthy es un regimen absoluto, medioeval. Es el dominio del latifundio sobre la industria; del campo sobre la ciudad. Hungría está empobrecida. La miseria es apocalíptica. -Pero un periodo de reacción no puede ser sino transitorio. Una nación no puede retrogradar a un sistema bárbaro y primitivo. La tendencia de las fuerzas productivas, la relación con las demás naciones, no consienten la regresión a un regimen anti-industrial y anti-proletarío. -Gradualmente, se reanima el movimiento proletario húngaro. Horthy no es sino un episodio.

José Carlos Mariátegui La Chira

La revolución rusa [Manuscrito]

[Transcripción Completa]

Conforme al programa de este curso de historia de la crisis mundial, el tema de la conferencia de esta noche es la revolución rusa. El programa del curso señala a la conferencia de esta noche el siguiente sumario: La Revolución Rusa.-Kerensky.-Lenin. La Paz de Brest Litovsk.- Rusia y la Entente después de la Revolución. Proceso inicial de creación y consolidación de las instituciones rusas.

Antes de disertar sobre estos tópicos, considero oportuna una advertencia. Las cosas que yo voy a decir sobre la revolución rusa son cosas elementales. Mejor dicho, son cosas que a otros públicos les parecerían demasiado elementales, demasiado vulgarizadas, demasiado repetidas. Porque esos públicos han sido abundantemente informados sobre la revolución rusa, sus hombres, sus episodios. La Revolución Rusa ha interesado y continúa interesando, en Europa, a la curiosidad unánime de las gentes. La Revolución Rusa ha sido, y continúa siendo, en Europa, un tema de estudio general. Sobre la Revolución Rusa se han publicado innumerables libros. La Revolución Rusa ha ocupado puesto de primer rango en todos los diarios y en todas las revistas europeas. El estudio de este acontecimiento no ha estado sectariamente reservado a sus partidarios, a sus propagandistas: ha sido abordado por todos los hombres investigadores, por todos los hombres de alguna curiosidad intelectual. Los principales órganos de la burguesía europea, los más grandes rotativos del capitalismo europeo, han enviado corresponsales a Rusia, a fin de informar a su público sobre las instituciones rusas y sobre las figuras de la Revolución. Naturalmente esos grandes diarios han atacado invariablemente a la Revolución Rusa, han hecho uso contra ella de múltiples armas polémicas. Pero sus corresponsales —no todos naturalmente— pero sí muchos de ellos, han hablado con alguna objetividad acerca de los acontecimientos rusos. Se han comportado como simples cronistas de la situación de Rusia. Y esto ha sido, evidentemente, no por razones de benevolencia con la revolución rusa, sino porque esos grandes diarios informativos, en su concurrencia, en su competencia por disputarse a los lectores, por disputarse la clientela, se han visto obligados a satisfacer la curiosidad del público con alguna seriedad y con alguna circunspección. El público les reclamaba informaciones más o menos serias y más o menos circunspectas sobre Rusia, y ellos, sin disminuir su aversión a la Revolución Rusa, tenían que darle al público esas informaciones más o menos serias y más o menos circunspectas. A Rusia han ido corresponsales de la Prensa Asociada de Nueva York, corresponsales del Corriere della Sera, del Messaggero y otros grandes rotativos burgueses de Italia, corresponsales del Berliner Tageblatt, el gran diario demócrata de Teodoro Wolf, corresponsales de la prensa londinense. Han ido además, muchos grandes escritores contemporáneos. Uno de ellos ha sido Wells. Lo cito al azar, lo cito porque la resonancia de la visita de Wells a Rusia y del libro que escribió Wells, de vuelta a Inglaterra, ha sido universal, ha sido extensísima, y porque Wells no es, ni aun entre nosotros, sospechoso de bolcheviquismo.

Urgidas por la demanda del público estudioso, las grandes casas editoriales de París, de Londres, de Roma, de Berlín, han editado recopilaciones de las leyes rusas, ensayos sobre tal o cual aspecto de la Revolución Rusa. Estos libros y estos opúsculos, no eran obra de la propaganda bolchevique, eran únicamente un negocio editorial. Los grandes editores, los grandes libreros ganaban muy buenas sumas con esos libros y esos opúsculos. Y por eso los editaban y difundían. Se puede decir que la Revolución Rusa estaba de moda. Así como es de buen tono hablar del relativismo y de la teoría de Einstein, era de buen tono hablar de la revolución rusa y de sus jefes.
Esto en lo que toca al público burgués, al público amorfo. En lo que toca al proletariado, la curiosidad acerca de la revolución rusa ha sido naturalmente, mucho mayor. En todas las tribunas, en todos los periódicos, en todos los libros del proletariado se ha comentado, se ha estudiado y se ha discutido la Revolución Rusa. Así en el sector reformista y social-democrático como en el sector anarquista, en la derecha, como en la izquierda y en el centro de las organizaciones proletarias, la Revolución Rusa ha sido incesantemente examinada y observada.
Por estas razones, otros públicos tienen un conocimiento muy vasto de la Revolución Bolchevique, de las instituciones sovietísticas, de la Paz de Brest Litovsk, de todas las cosas de que yo voy a ocuparme esta noche, y para esos públicos mi conferencia sería demasiado elemental, demasiado rudimentaria. Pero yo debo tener en consideración la posición de nuestro público, mal informado acerca de éste y otros grandes acontecimientos europeos. Responsabilidad que no es suya sino de nuestros intelectuales y de nuestros hombres de estudio que, realmente, no son tales intelectuales ni tales hombres de estudio sino caricaturas de hombres de estudio, caricaturas de intelectuales. Hablaré, pues, esta noche, en periodista. Narraré, relataré, contaré, escuetamente, elementalmente, sin erudición y sin literatura.


En la conferencia pasada, después de haber examinado rápidamente la intervención de Italia y la intervención de Estados Unidos en la Gran Guerra, llegamos a la caída del zarismo, a los preliminares de la revolución rusa. Examinemos ahora los meses del gobierno de Kerensky. Kerensky, miembro conspicuo del Partido Socialista-Revolucionario, a quien ya os he presentado tal vez poco amablemente, fue el jefe del gobierno ruso durante los meses que precedieron a la revolución de octubre, esto es a la Revolución Bolchevique. Kerensky presidía un gobierno de coalición de los socialistas revolucionarios y los mencheviques con los cadetes y los liberales. Este gobierno de coalición representaba a los grupos medios de la opinión rusa. Faltaban en esta coalición de un lado los monarquistas, los reaccionarios, la extrema derecha y, de otro lado, los bolcheviques, los revolucionarios maximalistas, la extrema izquierda. La ausencia de la extrema derecha era una cosa lógica, una cosa natural. La extrema derecha era el partido derrocado. Era el partido de la familia real. En cambio, la presencia en la coalición, y, por lo tanto, en el ministerio presidido por Kerensky, de elementos burgueses, de elementos capitalistas, como los liberales y los cadetes, convertía la coalición y convertía el gobierno en una aleación, en una amalgama, en un conglomerado heterogéneo, anodino, incoloro.
Se concibe un gobierno de conciliación, un gobierno de coalición, dentro de una situación de otro orden. Pero no se concibe un gobierno de conciliación dentro de una situación revolucionaria. Un gobierno revolucionario tiene que ser, por fuerza, un gobierno de facción, un gobierno de partido, debe representar únicamente a los núcleos revolucionarios de la opinión pública; no debe comprender a los grupos intermediarios, no debe comprender a los núcleos virtualmente, tácitamente conservadores. El gobierno de Kerensky adolecía, pues, de un grave defecto orgánico, de un grave vicio esencial. No encarnaba los ideales del proletariado ni los ideales de la burguesía. Vivía de concesiones, de compromisos, con uno y otro bando. Un día cedía a la derecha; otro día cedía a la izquierda. Todo esto cabe, repito, dentro de una situación evolucionista. Pero no cabe dentro de una situación de guerra civil, de luchar armada, de revolución violenta. Los bolcheviques atacaron, desde un principio, al gobierno de coalición, y reclamaron la constitución de un gobierno proletario, de un gobierno obrero, de un gobierno revolucionario en suma. Ahora bien, las agrupaciones proletarias, eran en Rusia cuatro. Cuatro eran los núcleos de opinión revolucionaria.
Los Mencheviques, o sea los minimalistas, encabezados por Martov y Chernov, gente de alguna tradición y colaboracionista. Los socialistas-revolucionarios, a cuyas filas pertenecen Kerensky, Zaretelli y otros, que se hallaban divididos en dos grupos, uno de derecha, favorable a la coalición con la burguesía, y el de la izquierda, inclinado a los bolcheviques. Los bolcheviques o los maximalistas, el partido de Lenin, de Zinoviev y de Trotsky. Y los anarquistas que, en la tierra de Kropoktin y de Bakunin, eran naturalmente numerosos. En las tres primera agrupaciones, mencheviques, social-revolucionarios y bolcheviques, se fraccionaban los socialistas. Porque, como es natural, en la época de la lucha contra el zarismo todas estas fuerzas proletarias habían combatido juntas. Había habido discrepancias de programa; pero comunidad de fuerzas y sobre todo de esfuerzo contra la autocracia absoluta de los zares.
¿Cuál era la posición, cuál era la fisonomía, cuál era la fuerza de cada una de estas agrupaciones proletarias? Los mencheviques y los socialistas revolucionarios dominaban en el campo, entre los trabajadores de la tierra. Sus núcleos centrales estaban hechos, más que a base de obreros manuales, a base de elementos de la clase media, de hombres de profesiones liberales, abogados, médicos, ingenieros, etc. El ala izquierda de los socialistas revolucionarios reunía, en verdad, a muchos elementos netamente proletarios y netamente clasistas, que, por esto mismo, se sentían atraídos por la táctica y la tendencia bolcheviques, pero no se decidían a romper con el ala derecha de la agrupación.
Los hombres de la derecha y del centro, como Kerensky, eran los que representaban a los socialistas revolucionarios. Ambos partidos, mencheviques y socialistas revolucionarios, no eran, pues, verdaderos partidos revolucionarios. No representaban el sector más dinámico, más clasista, más homogéneo del socialismo. El proletariado industrial, el proletariado de la ciudad. Los maximalistas eran débiles en el campo; pero eran fuertes en la ciudad.
Sus filas estaban constituidas a base de elementos netamente proletarios. En el estado mayor maximalista prevalecía el elemento intelectual; pero la masa de los afiliados era obrera.
Los maximalistas actuaban en contacto vivo, intenso, constante, con los trabajadores de las fábricas y de las usinas. Eran del partido del proletariado industrial de Petrogrado y Moscú. Los anarquistas eran también influyentes en el proletariado industrial; pero sus focos centrales eran focos intelectuales. Rusia era, tradicionalmente, el país de la intelectualidad anarquista, nihilista.
En los núcleos anarquistas predominaban intelectuales, estudiantes. Por supuesto, los anarquistas combatían tanto como los bolcheviques, y en algunos casos de acuerdo con éstos, a los mencheviques y a los socialistas revolucionarios de Kerensky.
Este era el panorama político del proletariado ruso bajo el gobierno de Kerensky. Conforme a esta síntesis de la situación, la mayoría era de los socialistas revolucionarios y de los mencheviques coaligados.
Las masas campesinas y la clase media estaban al lado de ellos. Y las masas campesinas significaban la mayoría en la nación agrícola, en una nación poco industrializada como Rusia. Pero en cambio, los bolcheviques contaban con los elementos más combativos, más organizados, más eficaces, con el proletariado industrial, con los obreros de la ciudad.
Por otra parte, los mencheviques y los socialistas revolucionarios no podían conservar su fuerza, su predominio en las masas campesinas si no satisfacían dos arraigados ideales, dos urgentes exigencias de esas masas: la paz inmediata y el reparto de tierras.
El gobierno de Kerensky carecía de libertad para una y otra cosa. Carecía de libertad para la paz inmediata porque las potencias aliadas, de las cuales era ahijado y protegido, no le consentían entenderse separadamente con Alemania. Y carecía de libertad para el reparto de las tierras a los campesinos porque su alianza con los kadetes y los liberales, sus compromisos con la burguesía, sus miramientos con los propietarios de las tierras lo cohibían, lo coactaban para esta audaz reforma revolucionaria.
Kerensky no hacía, pues, en el gobierno la política de las masas socialistas que representaba; hacía la política de la burguesía rusa y de las potencias aliadas. Esta política impacientaba a las masas. Las masas querían la paz. Y la paz no venía. Las masas querían el reparto de las tierras. Y el reparto de las tierras tampoco venía.
Pero esta impaciencia de las masas campesinas no habría bastado para traer abajo a Kerensky si hubiera sido, efectivamente, sólo impaciencia de las masas campesinas, en vez de ser, también, impaciencia del ejército. La guerra era impopular en Rusia. He explicado ya cómo el gobierno zarista condujo la guerra con mentalidad de guerra relativa, esto es con mentalidad de guerra de ejércitos y no de guerra de naciones; y como, por consiguiente, el gobierno zarista no había sabido captarse la adhesión del pueblo a su empresa militar.
El pueblo y el ejército esperaban que de la revolución saliese la paz. La incapacidad de Kerensky para llegar a la paz, soliviantaba, pues, en contra de su gobierno al ejército, que no sentía, como los otros ejércitos aliados, el mito de la guerra de la Democracia contra la Autocracia, porque la guerra rusa había sido dirigida por la autocracia zarista. El ejército estaba cansado de la guerra, y reclamaba sordamente la paz.
Los bolcheviques orientaron su propaganda en un sentido sagazmente popular. Demandaron la paz inmediata y demandaron el reparto de las tierras. Y le dijeron al proletariado: “Ni una ni otra cosa podrá ser hecha por un gobierno de coalición con la burguesía. Hay que reemplazar este gobierno con un gobierno proletario, con un gobierno obrero, con un gobierno de los partidos de la clase trabajadora. Este gobierno debe ser el gobierno de los Soviets”. Y el grito de combate de los bolcheviques fue: '¡Todo el poder político a los Soviets!'
Los Soviets existieron desde la caída del zarismo. La palabra soviet quiere decir, en ruso, consejo. Victoriosa la Revolución, derrocado el zarismo, el proletariado ruso procedió a la organización de consejos de obreros, campesinos y soldados. Los soviets, los consejos de trabajadores de la tierra y de las fábricas, se agruparon en Soviets locales. Y los Soviets locales crearon un organismo nacional: el Congreso Pan-Ruso de los soviets. Los soviets representaban, pues, íntegramente al proletariado. En los soviets había mencheviques, socialistas revolucionarios, bolcheviques, anarquistas y obreros sin partido.
Kerensky y los socialistas revolucionarios y mencheviques no habían querido que los soviets ejercitaran directa y exclusivamente el poder. Educados en la escuela de la democracia, respetuosos del parlamentarismo, habían querido que ejercitara el poder un ministerio de coalición con los partidos burgueses, con partidos sin base en los soviets. Los órganos del proletariado no eran los órganos de gobierno. Había en Rusia una situación dual. El grito de los bolcheviques: ‘¡Todo el poder político a los Soviets!’, no quería, por tanto, decir: ‘¡Todo el poder político al Partido Maximalista!’.
Quería decir simplemente: ‘¡Todo el poder político al proletariado organizado!’ Los bolcheviques estaban en minoría en los soviets, en los cuales prevalecían los socialistas revolucionarios. Pero su actividad, su dinamismo y su programa les fueron captando cada día mayores afiliados en los soviets de obreros y de soldados. Y pronto los bolcheviques llegaron a ser mayoría en los soviets de la capital y de otros centros industriales.
Kerensky, por consiguiente, no era contrario al advenimiento exclusivo de los bolcheviques al gobierno. Era contrario a que el gobierno pasase a manos del proletariado, dentro de cuyos organismos contaba aún con la mayoría.
Kerensky y sus hombres procedían así porque tenían miedo de la revolución, porque los aterrorizaba la idea de que la revolución fuese llevada a sus extremas consecuencias, a su meta final, y porque comprendían que los bolcheviques, en parte por su valimiento personal, y en parte por su programa que era el programa de las masas, acabarían por conquistar la mayoría en el seno de los soviets.
Bajo la presión de los acontecimientos políticos y las sugestiones de las potencias aliadas, el gobierno de Kerensky cometió una aventura fatal: la ofensiva del 18 de junio contra los austro-alemanes. La ofensiva militar era para Kerensky una carta arriesgada y peligrosa. Pero era, al menos, un diversivo transitorio de la opinión pública.
El gobierno de Kerensky quiso distraer hacia el frente la atención popular. Los bolcheviques impugnaron vigorosamente la ofensiva. Los bolcheviques, como ya he dicho, interpretaban los anhelos de paz de la opinión pública. Además, pensaban que la ofensiva militar entrañaba dos graves peligros para la revolución: si la ofensiva triunfaba, cosa improbable dadas las condiciones del ejército, uniría a la burguesía y a la pequeña burguesía, las fortalecería políticamente, y aislaría al proletariado revolucionario; si la ofensiva fracasaba, cosa casi segura, la ofensiva originaría una completa disolución del ejército, una retirada ruinosa, la pérdida de nuevos territorios y la desilusión del proletariado.
León Trotsky define así en su libro: De la Revolución de Octubre a la Paz de Brest Litovsk, la posición de los bolcheviques ante la ofensiva.
La ofensiva, como se había previsto, tuvo lamentables consecuencias. El ejército ruso sufrió un rudo golpe. El descontento de las masas contra Kerensky, el anhelo de la paz inmediata, se acentuaron y se extendieron. Los bolcheviques iniciaron una violenta campaña de agitación del proletariado.
El gobierno de Kerensky reprimió, sin miramientos, esta campaña de agitación. Muchos bolcheviques fueron arrestados, otros tuvieron que huir y esconderse. Y dentro de esta situación, sobrevino la tentativa reaccionaria del general Kornilov. Empujado por la burguesía que complotaba intensamente contra la Revolución, se rebeló contra Kerensky. Pero su intentona reaccionaria no tuvo eco en los soldados del frente, que deseaban la paz y miraban con hostilidad a los elementos reaccionarios, conocedores de su mentalidad chauvinista y nacionalista.
Y los obreros de Petrogrado insurgieron vigorosamente en defensa de la Revolución. La insurrección de Kornilov abortó completamente, pero sirvió para aumentar la vigilancia revolucionaria de las masas y para robustecer, consecuentemente, a los bolcheviques. Los bolcheviques redoblaron el grito: ‘¡Todo el poder gubernativo a los soviets!’.
Los socialistas revolucionarios y los mencheviques recurrieron entonces, para calmar, para adormecer a las masas, a una maniobra artificiosa: reunieron una conferencia democrática, asamblea mixta de los soviets y de otros organismos autónomos, cuya composición aseguraba la mayoría a Kerensky. De la conferencia democrática salió un soviet democrático. Y este soviet democrático, completado con los representantes de los partidos burgueses aliados de Kerensky, se transformó en Parlamento preliminar. Este Parlamento preliminar debía preceder a la Asamblea Constituyente. A los bolcheviques les tocaron, en el Parlamento preliminar, cincuenta puestos, pero los bolcheviques abandonaron el Parlamento preliminar. Invitaron a los socialistas-revolucionarios de izquierda, a aquellos que condividían las opiniones de Kerensky, a abandonarlo también. Pero los socialistas revolucionarios de izquierda no se decidieron a romper con Kerensky y a unirse a los bolcheviques. La situación se hizo cada vez más agitada. La atmósfera cada vez más inflamable. Veamos cómo se encendió la chispa final.
El soviet de Petrogrado, en defensa de la Revolución, había constituido un Comité Militar Revolucionario, destinado a preservar al ejército de tentativas reaccionarias como las de Kornilov. Este Comité Militar Revolucionario, organismo fundamentalmente revolucionario y proletario, vivía en pugna con el Estado Mayor de Kerensky. Kerensky conspiraba contra su existencia basándose en que no era posible que funcionasen en Petrogrado dos estados mayores.
El gobierno veía en el Comité Revolucionario el futuro foco de la revolución bolchevique. Resolvió entonces tomar una serie de medidas militares que le asegurasen el control militar de Petrogrado. Ordenó el alejamiento de Petrogrado de las tropas adictas al soviet y obedientes al Comité Militar Revolucionario, y la llamada del frente de tropas nuevas. Estas disposiciones desencadenaron la revolución bolchevique.
El 22 de octubre, el Estado Mayor de Kerensky convidó a los cuerpos de la guarnición a enviar, cada uno, dos delegados para acordar el alejamiento de las tropas revoltosas. Los cuerpos de la guarnición respondieron que no obedecerían sino una resolución del Soviet de Petrogrado. Era la declaración explícita de la rebelión.
Algunas tropas, sin embargo, se mostraban aún vacilantes. Los bolcheviques realizaron con eficaz actividad, una rápida propaganda para captarlas a su causa. El gobierno de Kerensky llamó a tropas del frente, estas tropas se pusieron en comunicación con los bolcheviques quienes les ordenaron detener su avance. Y llegó la jornada final.
El 25 de octubre las tropas de Petrogrado rodearon el Palacio de Invierno, refugio del gobierno de Kerensky, y León Trotsky, a nombre del Comité Militar Revolucionario, anunció al Soviet de Petrogrado que el gobierno de Kerensky cesaba de existir y que los poderes políticos pasaban desde ese momento a manos del Comité Revolucionario Militar, en espera de la decisión del Congreso Pan-Ruso de los Soviets.
El 26 de octubre se reunió el Congreso de los Soviets. Lenin y Zinoviev, perseguidos bajo el gobierno de Kerensky, reaparecieron, acogidos por grandes aplausos. Lenin presentó dos proposiciones: la paz y el reparto de las tierras a los campesinos. Las dos fueron instantáneamente aprobadas.
Los bolcheviques invitaron a los socialistas revolucionarios de izquierda a colaborar con ellos en la constitución del nuevo gobierno, pero los socialistas revolucionarios, vacilantes e irresolutos siempre, se excusaron de aceptar. Entonces el Partido Bolchevique asumió íntegramente la responsabilidad del gobierno. El Congreso de los Soviets encargó el poder a un Soviet de Comisarios del Pueblo.
La revolución bolchevique tuvo días de viva inquietud y constante amenaza. Los empleados y funcionarios públicos la sabotearon. Los alumnos de la Escuela Militar se insurreccionaron. Las tropas bolcheviques reprimieron esta insurrección. Kerensky, que había logrado fugar del palacio de gobierno, al frente de los cosacos del General Crasnoff amenazó a Petrogrado, pero los bolcheviques lo derrocaron en Zarskoyeselo. Y Kerensky fugó por segunda vez. Los bolcheviques enviaron mensajeros a todas las provincias comunicando la constitución del nuevo gobierno y la dación de los decretos de paz y de reparto de las tierras.
El telégrafo y los servicios de transporte boicoteaban e incomunicaban. Las tropas del frente permanecieron fieles a ellos porque eran el partido de la paz.
Vino un período de negociaciones entre los Soviets y la Entente. Los Soviets propusieron a la Entente la negociación conjunta de la paz. Estas proposiciones no fueron tomadas en cuenta. Los bolcheviques se vieron obligados a dirigirse separadamente a los alemanes. Se iniciaron las negociaciones de Brest Litovsk. Antes y después de ellas hubo conversaciones entre los representantes diplomáticos de las potencias aliadas y Rusia. Pero fue imposible un acuerdo. Los aliados creían que los bolcheviques no durarían casi en el gobierno. La paz de Brest Litovsk fue inevitable.


Esta es, rápidamente sintetizada, la historia de la Revolución Rusa. Haré al final de este curso de conferencias, la historia de la República de los Soviets, la explicación de la legislación rusa, el estudio de las instituciones rusas, el análisis de la política sovietista. Conforme al programa del curso, que como ya he dicho agrupa los acontecimientos con cierta arbitrariedad, pero permite su mejor comprensión global, en la próxima conferencia hablaré de la Revolución Alemana. Y llegaremos así a otro episodio sustancial, a otro capítulo primario, de la historia de la crisis mundial que es la historia de la descomposición, y de la decadencia o del ocaso de la orgullosa civilización capitalista.

José Carlos Mariátegui La Chira

La crisis mundial y el proletariado peruano [Manuscrito]

Transcripción de la Primera Conferencia

[Primera Conferencia]
La crisis mundial y el proletariado peruano

En esta conferencia —llamémosla conversación mas bien que conferencia— voy a limitarme a exponer el programa del curso al mismo tiempo que algunas consideraciones sobre la necesidad de difundir en el proletariado el conocimiento de la crisis mundial. En el Perú falta, por desgracia, una prensa decente que siga con atención, con inteligencia y con filiación ideológica el desarrollo de esta gran crisis; faltan, así mismo, maestros universitarios, del tipo de José Ingenieros, capaces de apasionarse por las ideas de renovación que actualmente transforman el mundo y de liberarse de la influencia. y de los prejuicios de una cultura y de una educación conservadoras y burguesas; faltan grupos socialistas y sindicalistas, dueños de instrumentos propios de cultura popular, y en aptitud, por tanto, de interesar al pueblo por el estudio de la crisis. La única cátedra de educación popular, con espíritu revolucionario, es esta cátedra en formación de la Universidad Popular. A ella le toca, por consiguiente, superando el modesto plano de su labor inicial, presentar al pueblo la realidad contemporánea, explicar al pueblo que está viviendo una de las horas más trascendentales y grandes de la historia, contagiar al pueblo de la fecunda inquietud que agita actualmente a los demás pueblos civilizados del mundo.

En esta gran crisis contemporánea el proletariado no es un espectador; es un actor. Se va a resolver en ella la suerte del proletariado mundial. De ella va a surgir, según todas las probabilidades y según todas las provisiones, la civilización proletaria, la civilización socialista, destinada a suceder a la declinante, a la decadente a la moribunda civilización capitalista, individualista y burguesa. El proletariado necesita, ahora como nunca, saber lo que pasa en el mundo. Y no puedo saberlo a través de las informaciones fragmentarias, episódicas, homeopáticas del cable cotidiano, mal traducidas y peor redactadas en la mayoría de los casos, y provenientes siempre de agencias reaccionarias, encargadas de desacreditar a los partidos, a las organizaciones y a los hombres de la revolución y de desalentar y desorientar al proletariado mundial.

En la crisis europea se están jugando los destinos de todos los trabajadores del mundo. El desarrollo de la crisis debe interesar, pues, por igual, a los trabajadores del Perú que a los trabajadores del Extremo Oriente. La crisis tiene como teatro principal Europa; pero la crisis de las instituciones europeas es la crisis de la civilización occidental. Y el Perú, como los demás pueblos de América, gira dentro de la órbita de esta civilización, no solo porque se trata de países políticamente independientes, pero económicamente coloniales, ligados al carro del capitalismo británico, del capitalismo americano o del capitalismo francés sino porque europea es nuestra cultura, europeo es el tipo de nuestras instituciones. Y son precisamente, estas instituciones democráticas, que nosotros copiamos de Europa, esta cultura, que nosotros copiamos de Europa también, las que en Europa están en un periodo de crisis definitiva, de crisis total. Sobre todo, la civilización capitalista ha internacionalizado la vida de la humanidad; ha creado entre todos los pueblos lazos materiales que establecen entre ellos una solidaridad inevitable. El internacionalismo no es solo un ideal; es una realidad histórica. El progreso hace que los intereses, las ideas, las costumbres, los regímenes de los pueblos se unifiquen y se confundan. El Perú, como los demás pueblos americanos, no está, por tanto, fuera de la crisis está dentro de ella. La crisis mundial ha repercutido ya en estos pueblos. Y, por supuesto, seguirá repercutiendo. Un periodo de reacción en Europa será también un periodo de reacción en América. Un periodo de revolución en Europa será un periodo de revolución en América. Hace más de un siglo, cuando la vida de la humanidad no era tan solidaria como hoy, cuando no existían los medios de comunicación que hoy existen, cuando las naciones no tenían el contacto inmediato y constante que hoy tienen, cuando no había prensa, cuando éramos aun espectadores lejanos de los acontecimientos europeos, la Revolución Francesa dio origen a la Guerra de la Independencia y al surgimiento de todas estas repúblicas. Este recuerdo basta para que nos demos de la rapidez con que la transformación de la sociedad europea se reflejará en las sociedades americanas. Aquellos que dicen que el Perú, y América en general, viven muy distantes de la revolución europea, no tienen noción de la vida contemporánea, ni tienen una comprensión, aproximada siquiera, de la historia. Esa gente se sorprende de que lleguen al Perú los ideales más avanzados de Europa; pero no se sorprende en cambio de que lleguen el aeroplano, el transatlántico, el telégrafo sin hilos, el radio; todas las expresiones más avanzadas, en fin, del progreso material de Europa. La misma razón para ignorar el movimiento socialista habría para ignorar, por ejemplo, la teoría de la relatividad de Einstein. Y estoy seguro de que al más reaccionario de nuestros intelectuales, -casi todos son impermeablemente reaccionarios- no se ocurrirá que debe ser proscrita del estudio y la vulgarización la nueva física, de la cual Einstein es el más eminente y máximo representante.

Y si el proletariado, en general, tiene necesidad de enterarse de los grandes aspectos de la crisis mundial, esta necesidad es aún mayor en aquella parte del proletariado, socialista, laborista, sindicalista o libertaria que constituye su vanguardia; en aquella parte de proletariado más combativa y consciente, más luchadora y preparada; en aquella parte del proletariado encargada de la dirección de las grandes acciones proletarias; en aquella parte del proletariado a la que toca el rol histórico de representar al proletariado peruano en el presente instante social; en aquella parte del proletariado, en una palabra, que cualquiera que sea su credo particular, tiene conciencia de clase, tiene conciencia revolucionaria. Yo dedico, sobre todo, mis disertaciones, a esta vanguardia del proletariado peruano. Nadie más que los grupos proletarios de vanguardia necesitan estudiar la crisis mundial. Yo no tengo la pretensión de venir a esta tribuna libre de una universidad libre a enseñarles la historia de esa crisis mundial, sino a estudiarla yo mismo con ellos. Yo no os enseño, compañeros, desde esta tribuna, la historia de la crisis mundial; yo la estudio con vosotros. Yo no tengo en este estudio sino el mérito modestísimo de aportar a él las observaciones personales de tres y medio años de vida europea, o sea de los tres y medio años culminantes de la crisis, y los ecos del pensamiento europeo contemporáneo.
Yo invito muy especialmente a la vanguardia del proletariado a estudiar conmigo el proceso de la crisis mundial por varias razones trascendentales. Voy a enumerarlas sumariamente. La primera razón es que la preparación revolucionaria, la cultura revolucionaria, la orientación revolucionaria de esa vanguardia proletaria, se ha formado a base de la literatura socialista, sindicalista y anarquista anterior a la guerra europea. O anterior por lo menos al período culminante de la crisis. Libros socialistas, sindicalistas, libertarios, de vieja data, son los que, generalmente, circulan entre nosotros. Aquí se conoce un poco la literatura clásica del socialismo y del sindicalismo; no se conoce [a] ña [nueva] literatura [revolucionaria].

La cultura revolucionaria es aquí una cultura clásica, además de ser, como vosotros, compañeros, lo sabéis muy bien, una cultura muy incipiente, muy inorgánica, muy desordenada, muy incompleta. Ahora bien, toda esa literatura socialista y sindicalista anterior a la guerra, está en revisión. Y esta revisión no es una revisión impuesta por el capricho de los teóricos, sino por la fuerza de los hechos. Esa literatura, por consiguiente, no puede ser usada hoy sin beneficio de inventario. No se trata, naturalmente, de que no siga siendo exacta en sus principios, en sus bases, en todo lo que hay en ella de ideal y de eterno; sino que ha dejado de ser exacta, muchas veces, en sus inspiraciones tácticas, en sus consideraciones históricas, en todo lo que significa acción, procedimiento, medio de lucha. La meta de los trabajadores sigue siendo la misma; lo que ha cambiado, necesariamente, a causa de los últimos acontecimientos históricos, son los caminos elegidos para arribar, o para aproximarse siquiera, a esa meta ideal. De aquí que el estudio de estos acontecimientos históricos, y de su trascendencia, resulte indispensable para los trabajadores militantes en las organizaciones clasistas.

Vosotros sabéis, compañeros, que las fuerzas proletarias europeas se hallan divididas en dos grandes bandos: reformistas y revolucionarios. Hay una Internacional Obrera reformista, colaboracionista, evolucionista y otra Internacional Obrera maximalista, anticolaboracionista, revolucionaria. Entre una y otra ha tratado de surgir una Internacional intermedia. Pero que ha concluido por hacer causa común con la primera contra la segunda. En uno y otro bando hay diversos matices; pero los bandos son neta e inconfundiblemente sólo dos. El bando de los que quieren realizar el socialismo colaborando políticamente con la burguesía; y el bando de los que quieren realizar el socialismo conquistando íntegramente para el proletariado el poder político. Y bien, la existencia de estos dos bandos proviene de la existencia de dos concepciones diferentes, de dos concepciones opuestas, de dos concepciones antitéticas del actual momento histórico. Una parte del proletariado cree que el momento no es revolucionario; que la burguesía no ha agotado aún su función histórica; que, por el contrario, la burguesía es todavía bastante fuerte para conservar el poder político; que no ha llegado, en suma, la hora de la revolución social. La otra parte del proletariado cree que el actual momento histórico es revolucionario; que la burguesía es incapaz de reconstruir la riqueza social destruida por la guerra e incapaz, por tanto, de solucionar los problemas de la paz; que la guerra ha originado una crisis cuya solución no puede ser sino una solución proletaria, una solución socialista; y que con la Revolución Rusa ha comenzado la revolución social.

Hay, pues, dos ejércitos proletarios porque hay en el proletariado dos concepciones opuestas del momento histórico, dos interpretaciones distintas de la crisis mundial. La fuerza numérica de uno y otro ejército proletario depende de que los acontecimientos parezcan o no confirmar su respectiva concepción histórica. Es por esto que los pensadores, los teóricos, los hombres de estudio de uno y otro ejército proletario, se esfuerzan, sobre todo, en ahondar el sentido de la crisis, en comprender su carácter, en descubrir su significación.

Antes de la guerra, dos tendencias se dividían el predominio en el proletariado: la tendencia socialista y la tendencia sindicalista. La tendencia socialista era, dominantemente, reformista, social-democrática, colaboracionista. Los socialistas pensaban que la hora de la revolución social estaba lejana y luchaban por la conquista gradual a través de la acción legalitaria y de la colaboración gubernamental o, por lo menos, legislativa. Esta acción política debilitó en algunos países excesivamente la voluntad y el espíritu revolucionarios del socialismo. El socialismo se aburguesó considerablemente. Como reacción contra este aburguesamiento del socialismo, tuvimos al sindicalismo.

El sindicalismo opuso a la acción política de los partidos socialistas la acción directa de los sindicatos. En el socialismo [sindicalismo] se refugiaron los espíritus más revolucionarios y más intransigentes del proletariado. Pero también el sindicalismo resultó, en el fondo, un tanto colaboracionista y reformístico. También el sindicalismo estaba dominado por una burocracia sindical sin verdadera psicología revolucionaria. Y sindicalismo y socialismo se mostraban más o menos solidarios y mancomunados en algunos países, como Italia, donde el Partido Socialista no participaba en el gobierno y se mantenía fiel a otros principios formales de independencia. Como sea, las tendencias, más [o] menos beligerantes o más [o] menos próximas, según las naciones, eran dos: sindicalistas y socialistas. A este período de la lucha social corresponde casi íntegramente la literatura revolucionaria de que se ha nutrido la mentalidad de nuestros proletarios dirigentes.

Pero, después de la guerra, la situación ha cambiado. El campo proletario, como acabamos de recordar, no está ya dividido en socialistas y sindicalistas; sino en reformistas y revolucionarios. Hemos asistido primero a una escisión, a una división en el campo socialista. Una parte del socialismo se ha afirmado en su orientación social-democrática, colaboracionista; la otra parte ha seguido una orientación anti-colaboracionista, revolucionaria. Y esta parte del socialismo es la que, para diferenciarse netamente de la primera, ha adoptado el nombre de comunismo. La división se ha producido, también, en la misma forma en el campo sindicalista. Una parte de los sindicatos apoya a los social-democráticos; la otra parte apoya a los comunistas. El aspecto de la lucha social europea ha mudado, por tanto, radicalmente. Hemos visto a muchos sindicalistas intransigentes de antes de la guerra tomar rumbo hacia el reformismo. Hemos visto, en cambio, a otros seguir al comunismo. Y entre éstos, se ha contado, nada menos, como en una conversación lo recordaba no hace mucho el compañero Fonkén, el más grande y más ilustre teórico del sindicalismo: el francés Georges Sorel. Sorel, cuya muerte ha sido un luto amargo para el proletariado y para la intelectualidad de Francia, dio toda su adhesión a la Revolución Rusa y a los hombres de la Revolución Rusa.

Aquí, como en Europa, los proletarios tienen, pues, que dividirse no en sindicalistas y socialistas —clasificación anacrónica— sino en colaboracionistas y anti-colaboracionistas en reformistas y maximalistas. Pero para que esta clasificación se produzca con nitidez, con coherencia, es indispensable que el proletariado conozca y comprenda en sus grandes lineamientos, la gran crisis contemporánea. De otra manera, el confusionismo es inevitable.

Yo participo de la opinión de los que creen que la humanidad vive un período revolucionario. Y estoy convencido del próximo ocaso de todas las tesis social-democráticas, de todas las tesis reformistas, de todas las tesis evolucionistas.
Antes de la guerra, estas tesis eran explicables, porque correspondían a condiciones históricas diferentes. El capitalismo estaba en su apogeo. La producción era superabundante. El capitalismo podía permitirse el lujo de hacer sucesivas concesiones económicas al proletariado. Y sus márgenes de utilidad eran tales que fue posible la formación de una numerosa clase media, de una numerosa pequeña-burguesía que gozaba de un tenor de vida cómodo y confortable. El obrero europeo ganaba lo bastante para comer discretamente y en algunas naciones, como Inglaterra y Alemania, le era dado satisfacer algunas necesidades del espíritu. No había, pues, ambiente para la revolución. Después de la guerra, todo ha cambiado. La riqueza social europea ha sido, en gran parte, destruida. El capitalismo, responsable de la guerra, necesita reconstruir esa riqueza a costa del proletariado. Y quiere, por tanto, que los socialistas colaboren en el gobierno, para fortalecer las instituciones democráticas; pero no para progresar en el camino de las realizaciones socialistas. Antes, los socialistas colaboraban para mejorar, paulatinamente, las condiciones de vida de los trabajadores. Ahora colaborarían para renunciar a toda conquista proletaria. La burguesía para reconstruir a Europa necesita que el proletariado se avenga a producir más y consumir menos. Y el proletariado se resiste a una y otra cosa y se dice a sí mismo que no vale la pena consolidar en el poder a una clase social culpable de la guerra y destinada, fatalmente, a conducir a la humanidad a una guerra más cruenta todavía. Las condiciones de una colaboración de la burguesía con el proletariado son, por su naturaleza, tales que el colaboricionismo tiene, necesariamente, que perder, poco a poco, su actual numeroso proselitismo.

El capitalismo no puede hacer concesiones al socialismo. A los Estados europeos para reconstruirse les precisa un régimen de rigurosa economía fiscal, el aumento de las horas de trabajo, la disminución de los salarios, en una palabra, el restablecimiento de conceptos y de métodos económicos abolidos en homenaje a la voluntad proletaria. El proletariado no puede, lógicamente, consentir este retroceso. No puede ni quiere consentirle. Toda posibilidad de reconstrucción de la economía capitalista está, pues, eliminada. Esta es la tragedia de la Europa actual. La reacción va cancelando en los países de Europa las concesiones económicas hechas al socialismo; pero, mientras de un lado, esta política reaccionaria no puede ser lo suficientemente enérgica ni eficaz para restablecer la desangrada riqueza pública, de otro lado, contra esta política reaccionaria, se prepara, lentamente, el frente único del proletariado. Temerosa a la revolución, la reacción cancela, por esto, no sólo las conquistas económicas de las masas, sino que atenta también contra las conquistas políticas. Asistimos, así, en Italia a la dictadura fascista. Pero la burguesía socava y mina y hiere así de muerte a las instituciones democráticas. Y pierde toda su fuerza moral y todo su prestigio ideológico.

Por otra parte, en el orden de las relaciones internacionales, la reacción pone la política externa en manos de las minorías nacionalistas y antidemocráticas. Y estas minorías nacionalistas saturan de chauvinismo esa política externa. E impiden, con sus orientaciones imperialistas, con su lucha por la hegemonía europea, el restablecimiento de una atmósfera de solidaridad europea, que consienta a los Estados entenderse acerca de un programa de cooperación y de trabajo. La obra de ese nacionalismo, de ese reaccionarismo, la tenemos a la vista en la ocupación del Ruhr.

La crisis mundial es, pues, crisis económica y crisis política. Y es, además, sobre todo, crisis ideológica. Las filosofías afirmativas, positivistas, de la sociedad burguesa, están, desde hace mucho tiempo, minadas por una corriente de escepticismo, de relativismo. El racionalismo, el historicismo, el positivismo, declinan irremediablemente. Este es, indudablemente, el aspecto más hondo, el síntoma más grave de la crisis. Este es el indicio más definido y profundo de que no está en crisis únicamente la economía de la sociedad burguesa, sino de que está en crisis integralmente la civilización capitalista, la civilización occidental, la civilización europea.

Ahora bien. Los ideológos de la Revolución Social, Marx y Bakounine, Engels y Kropotkine, vivieron en la época de apogeo de la civilización capitalista y de la filosofía historicista y positivista. Por consiguiente, no pudieron prever que la ascensión del proletariado tendría que producirse en virtud de la decadencia de la civilización occidental. Al proletariado le estaba destinado crear un tipo nuevo de civilización y cultura. La ruina económica de la burguesía iba a ser al mismo tiempo la ruina de la civilización burguesa. Y que el socialismo iba a encontrarse en la necesidad de gobernar no en una época de plenitud, de riqueza y de plétora, sino en una época de pobreza, de miseria y de escasez. Los socialistas reformistas, acostumbrados a la idea de que el régimen socialista más que un régimen de producción lo es de distribución, creen ver en esto el síntoma de que la misión histórica de la burguesía no está agotada y de que el instante no está aún maduro para la realización socialista. En un reportaje a “La Crónica” yo recordaba aquellas frases de que la tragedia de Europa es ésta: el capitalismo no puede más y el socialismo no puede todavía. Esa frase que da la sensación, efectivamente, de la tragedia europea, es la frase de un reformista, es una frase saturada de mentalidad evolucionista, e impregnada de la concepción de un paso lento, gradual y beatífico, sin convulsiones y sin sacudidas, de la sociedad individualista a la sociedad colectiva. Y la historia nos enseña que todo nuevo estado social se ha formado sobre las ruinas del estado social precedente. Y que entre el surgimiento del uno y el derrumbamiento [del otro ha habido, lógicamente, un período intermedio de crisis. Presenciamos la disgregación, la agonía de una sociedad caduca, senil, decrépita; y, al mismo tiempo, presenciamos la gestación, la formación, la elaboración lenta e inquieta de la sociedad nueva. Todos los hombres, a los cuales, una sincera filiación ideológica nos vincula a la sociedad nueva y nos separa de la sociedad vieja, debemos fijar hondamente la mirada en este período trascendental, agitado e intenso de la historia humana.]

José Carlos Mariátegui La Chira

Moral de productores y lucha socialista [Recorte de prensa]

Moral de productores y lucha socialista

Cuando Henri de Man, reclamando al socialismo un contenido ético, se esfuerza en demostrar que el interés de clase no puede ser por si solo motor suficiente de un orden nuevo, no va absolutamente “más allá del marxismo”, ni repara en cosas que no hayan sido ya advertidas por la crítica revolucionaria. Su revisionismo ataca al sindicalismo reformista, en cuya práctica el interés de ciase se contenta con la satisfacción de limitadas aspiraciones materiales.

Una moral de productores, como la concibe Sorel, como la concebía Kautsky, no surge mecánicamente del interés económico: se forma en la lucha de clase, librada con ánimo heroico, con voluntad apasionada. Es absurdo buscar el sentimiento ético del socialismo en los sindicatos aburguesados, en los cuales una burocracia domesticada ha enervado la consciencia de clase,— o en los grupos parlamentarias, espiritualmente asimilados al enemigo que combaten con discursos y mociones. Henri de Man dice algo perfectamente ocioso cuando afirma: “El interés de clase no lo plica todo. No crea móviles éticos”. Estas constataciones pueden impresionar a cierto género de intelectuales novecentistas que, ignorando clamorosamente el pensamiento marxista, ignorando la historia de la lucha de clases, se imaginan fácilmente, como Henri de Man, rebasar los límites de Marx y su escuela.

La ética del socialismo se forja en la lucha de clase. Para que el proletariado cumpla, en el progreso moral de la humanidad, su misión histórica, es necesaria que adquiera consciencia previa de sus interés de clase; pero el interés de clase, por si solo, no basta. Mucho antes que Henri de Man, los marxistas lo han entendido y sentido perfectamente. De aquí, precisamente, arrancan su acérrimas críticas contra el reformismo poltrón. “Sin teoría revolucionaria, no hay acción revolucionaria”, repetía Lenin, aludiendo a la tendencia amarilla a olvidar el finalismo revolucionario por entender solo a las circunstancias presentes.

La lucha por el socialismo, eleva a los obreros, que con extrema energía y absoluta convicción toman parte en ella, a un ascetismo, al cual es totalmente ridículo echar en cara su credo materialista, en el nombre de una moral de teorizantes y filósofos. Luc Durtain, después de visitar una escuela soviética, preguntaba si no podría encontrar en Rusia una escuela laica, a tal punto le parecía religiosa la enseñanza marxista. El materialista, si profesa y sirve su fe religiosamente, solo por una convención del lenguaje puede ser opuesto o distinguido del idealista. Ya Unamuno, tocando otro aspecto de la oposición entre idealismo y materialismo, ha dicho que “como eso de la materia no es para nosotros más que una idea, el materialismo es idealismo”.

El trabajador, indiferente a la lucha de clase, contento con su tenor de vida, satisfecho de su bienestar material, podrá llegar a una mediocre moral burguesa, pero no alcanzará jamás a elevarse a una ética socialista. Y es una impostura pretender que Marx quería señalar al obrero de su trabajo, privarlo de cuanto espiritualmente lo une a su oficio, para que se adueñase mejor de él el demonio de la lucha de clase. Esta conjetura solo es concebible en quienes se atienen a las especulaciones de marxistas como Lafargue, el apologista del derecho a la pereza.

La usina, la fábrica, actúan en el trabajador psíquica y mentalmente. El sindicato, la lucha de clase, continúan y completan el trabajo de educación que ahí empieza. “La fábrica —apunta Gobetti— da la precisa visión de la coexistencia de los intereses sociales: la solidaridad del trabajo. El individuo se habitúa a sentirse parte de un proceso productivo, parte indispensable en el mismo modo que es insuficiente. He aquí la más perfecta escuela de orgullo y humildad. Recordaré siempre la impresión que tuve de los obreros, cuando me ocurrió visitar las usinas de la Fiat, uno de los pocos establecimientos anglosajones, modernos, capitalistas, que existen en Italia. Sentía en ellos una actitud de dominio, una seguridad sin pose, un desprecio por toda suerte de dilettantismo. Quien vive en una fábrica, tiene la dignidad del trabajo, el hábito al sacrificio y a la fatiga. Un ritmo de vida que se funda severamente en el sentido de tolerancia y de interdependencia, que habitúa a la puntualidad, al rigor, a la continuidad. Estas virtudes del capitalismo, se resienten de un ascetismo casi árido; pero en cambio el sufrimiento contenido alimenta con la exasperación el coraje de la lucha y el instinto de la defensa política. La madurez anglo-sajona, la capacidad de creer en ideologías precisas, de afrontar los peligros por hacerlas prevalecer, la voluntad rígida de practicar dignamente la lucha política nacen de este noviciado, que significa la más grande revolución sobrevenida después del Cristianismo”. En este ambiente severo, de persistencia, de esfuerzo, de tenacidad, se han templado las energías del socialismo europeo que, aún en los países donde el reformismo parlamentario prevalece sobre las nasas, ofrece a los indo-americanos un ejemplo de continuidad y de duración. Cien derrotas han sufrido en esos países los partidos socialistas, las masas sindicales. Sin embargo; cada nuevo año, la elección, la protesta, una movilización cualquiera, ordinaria o extraordinaria, las encuentra siempre acrecidas y obstinadas.

Si el socialismo no debiera realizarse como orden social, bastaría esta obra formidable de educación y elevación para justificarlo en la historia. El propio de Man admite este concepto al decir, aunque con distinta intención, que “lo esencial en el socialismo es la lucha por él”, frase que recuerda mucho aquellas en que Berstein aconsejaba a los socialistas preocuparse del movimiento y no del fin, diciendo según Sorel una cosa mucho más filosófica de lo que el líder revisionista pensaba.

De Man no ignora la función pedagógica y espiritual del sindicato y la fábrica, aunque su experiencia sea mediocremente social-democrática. “Las organizaciones sindicales — observa— contribuyen, mucho más de lo que suponen la mayor parte de los trabajadores y casi todos los patronos, a estrechar los lazos que unen al obrero el trabajo. Obtienen este resultado casi sin saberlo, procurando sostener la aptitud profesional y desarrollar la enseñanza industrial, al organizar el derecho de inspección de los obreros y democratizar la disciplina del taller por el sistema de delegados y secciones, etc. De este modo prestan al obrero un servicio mucho menos problemático, considerándolo como ciudadano de una ciudad futura, que buscando el remedio en la desaparición de todas las relaciones psíquicas entre el obrero y el medio ambiente del taller”. Pero el neo-revisionista belga, no obstante sus alardes idealistas', encuentra la ventaja y el mérito de éste en el creciente apego del obrero a este bienestar material y en la medida en que hace de él un filisteo. ¡Paradojas del idealismo pequeño-burgués!

José Carlos Mariátegui

José Carlos Mariátegui La Chira

El gabinete Briand, condenado. El segundo Congreso Mundial de la Liga contra el Imperialismo. La amenaza guerrera en la Manchuria [Recorte de Prensa]

El gabinete Briand, condenado

No va a tener larga vida, según parece, el gabinete que preside Aristides Briand. Desde su aparición, era fácil advertir su fisionomía de gobierno interino. En el ministerio del gobierno, Tardieu, fiduciario de las derechas, es un líder de la burguesía, que aguarda su hora. Pero Briand extraía una de sus mayores fuerzas de su identificación con la política internacional francesa de los últimos años. Por algún tiempo todavía, el estilo diplomático de Briand parecía destinado a cierta fortuna en el juego de las grandes asambleas internacionales. Estas asambleas no son sino un gran parlamento. Y a ellas traslada Briand, parlamentario nato, su arte de gran estratega del Palacio de Borbón.
Pero Briand no ha podido regresar de la Conferencia de las Reparaciones de La Haya con el Plan Young aprobado por los gobiernos del comité de expertos. El gobierno británico ha exigido y ha obtenido concesiones imprevistas. La racha de éxitos internacionales del elocuente líder ha terminado. Y en la asamblea de la Sociedad de las Naciones, sus brindis por la constitución de los Estados Unidos de Europa han sido escuchados esta vez con menos complacencia que otras veces. La Gran Bretaña marca visiblemente el compás de las deliberaciones de la Liga, a donde llega resentido el prestigio del negociador de Locarno.
Los telegramas de París del 9 anuncian los aprestos de los grupos socialista y radical-socialista para combatir a Briand. Si los radicales, le niegan compactamente sus votos en la próxima jornada parlamentaria, Briand, a quien no faltan, por otro lado opositores en otros sectores de la burguesía, no podrá conservar el poder. Se dice que los socialistas se prestarían esta vez a un experimento de participación directa en el gobierno. Por lo menos, Paul Boncour, que aspira sin duda a reemplazar a Briand en la escena internacional, empuja activamente a su partido por esta vía. Antes, el partido socialista francés, como es sabido, se había contentado con una política de apoyo parlamentario.
Este es el peligro de izquierda para el gabinete Briand. La amenaza de derecha es interna. Se incuba dentro del aleatorio bloque parlamentario en que este ministerio descansa. André Tardieu, ministro del interior, asegura no tener prisa de ocupar la presidencia del consejo. Dirigiendo una política de encarnizada represión del movimiento comunista, hace méritos para este puesto. Cuenta ya con la confianza de la mayor parte de la gente conservadora. Pero no quiere manifestarse impaciente.
Briand está habituado a sortear los riesgos de las más tormentosas estaciones parlamentarias. No es imposible que dome en una o más votaciones algunos humores beligerantes, en la proporción indispensable para salvar su mayoría. Mas, de toda suerte, no es probable que consiga otra cosa que una prórroga precaria de su interinidad.

Segundo Congreso Mundial de la Liga contra el imperialismo

En Bruselas se reunió hace tres años, el primer Congreso Anti-imperialista Mundial. Las principales fuerzas anti-imperialistas estuvieron representadas en esa asamblea, que saludó con esperanza las banderas del Kuo Ming Tang, en lucha contra la feudalidad china, aliada de los imperialismos que oprimen a su patria. De entonces a hoy, la Liga contra el Imperialismo y por la independencia Nacional ha crecido en fuerza y ha ganado en experiencia y organización. Pero la esperanza en el Kuo Ming Tang se ha desvanecido completamente. El gobierno nacionalista de Nanking no es hoy sino un instrumento del imperialismo. Los representantes más genuinos e ilustres del antiguo Kuo-Ming-Tang -la viuda de Sun Yat Sen y el ex-canciller Eugenio Chen,- están en el destierro. Ellos han representado, en el Segundo Congreso anti-imperialista Mundial, celebrado en Francfort hace cinco semanas, a la China revolucionaria.
Las agencias cablegráficas norte-americanas, tan pródigas en detalles de cualquier peripecia de Lindbergh, tan atentas al más leve romadizo de Clemenceau, no han trasmitido casi absolutamente nada del desarrollo de este congreso. El anti-imperialismo no puede aspirar a los favores del cable. El Segundo Congreso Anti-imperialista Mundial, ha sido sin embargo un acontecimiento seguido con interés y ansiedad por las masas de los cinco continentes.
Mr. Kellogg estaría dispuesto a calificarlo en un discurso como una maquinación de Moscú. Su sucesor, si se ofrece, no se abstendrá de usar el mismo lenguaje. Pero quien pase los ojos por el elenco de las organizaciones y personalidades internacionales que han asistido a este Congreso, se dará cuenta de que ninguna afirmación sería tan falsa y arbitraria como esta. Entre los ponentes del Congreso, han figurado James Maxton, presidente del Indépendant Labour Party, y A. G. Cook, secretario general de la Federación de mineros ingleses, a quien no han ahorrado ataques los portavoces de la Tercera Internacional. Todos los grandes movimientos anti-imperialistas de masas, han estado representados en el Congreso de Francfort. El Congreso Nacional Pan-hindú; la Confederación Sindical Pan-hindú, el Partido Obrero y Campesino Pan-hindú, el Partido Socialista Persa, el Congreso Nacional Africano, la Confederación Sindical Sud-africana, el Sindicato de trabajadores negros de los Estados Unidos, la Liga Anti-Imperialista de las Américas, la Liga Nacional Campesina y todas las principales federaciones obreras de México, la Confederación de Sindicatos Rusos y otras grandes organizaciones, dan autoridad incontestable a los acuerdos del Congreso. Entre las personalidades adherentes, hay que citar, además de Maxton y Cook, de la viuda de Sun Yat Sen y de Eugenio Chen, a Henri Barbusse y León Vernochet, a Saklatvala y Roger Badwín, a Diego Ribera y Sen Katayama, al profesor Alfonos Goldschmidt y la doctora Helena Stoecker, a Ernst Toller y Alfonso Paquet.
Empiezan a llegar, por correo, las informaciones sobre los trabajos de esta gran asamblea mundial, destinada a ejercer decisiva influencia en el proceso de la lucha, de emancipación de los pueblos coloniales, de las minorías oprimidas y en general de los países explotados por el imperialismo. Ninguna gran organización anti-imperialista ha estado ausente de esta Conferencia.

La amenaza guerrera en la Manchuria

La situación en la Manchuria, después de un instante en que las negociaciones entre la U.R.S.S. y la China parecían haberse situado en un terreno favorable, se ha ensombrecido nuevamente. Al gobierno de Nanking, aún admitiendo que esté sinceramente dispuesto a evitar la guerra, le es muy difícil imponer su autoridad en la Manchuria, regida por un gobierno propio a esta administración, sobre la que actúan más activamente si cabe la de Nanking las instigaciones imperialistas, le es a su turno casi imposible controlar a las bandas de rusos blancos y de chinos mercenarios, a sueldo de los enemigos de la U.R.S.S. Estas bandas tienen el rol de bandas provocadoras. Su misión es crear, por sucesivos choques de fronteras, un estado de guerra. Hasta ahora, trabajan con bastante éxito. El gobierno de los Soviets ha exigido, como elemental condición de restablecimiento de relaciones de paz, el desarme o la internación de estas bandas; pero el gobierno de Mukden no es capaz de poner en ejecución esta medida. No es un misterio el que el capitalismo yanqui codicia el Ferrocarril Oriental. La posibilidad de que se restablezca la administración ruso-china, mediante un arreglo que ratifique el tratado de 1924, contraría gravemente sus planes. Los intereses imperialistas se entrecruzan complicadamente en la Manchuria. Coinciden en la ofensiva contra la U.R.S.S. Pero el Japón, seguramente, prefiere que el Ferrocarril de Oriente continúe controlado por Rusia. Si la China adquiriese totalmente su propiedad, en virtud de una operación financiada por los banqueros, la concurrencia de los Estados Unidos en la Manchuria ganaría una gran posición.
Los Soviets, por razones obvias, necesitan la paz. Su preparación bélica es eficiente y moderna; pero una guerra comprometería el desenvolvimiento del plan de construcción económica en que están empeñados. La guerra retrasaría enormemente la consolidación de la economía socialista rusa. Este interés no puede llevarlos, sin embargo, a la renuncia de sus derechos en la Manchuria ni a la tolerancia de los ultrajes chinos. Los agentes provocadores, a órdenes del imperialismo, saben bien esto. Y, por eso, no cejan en el empeño de crear entre rusos y chinos una irremediable situación bélica.

José Carlos Mariátegui.

José Carlos Mariátegui La Chira

La crisis de la reforma educacional en Chile I [Manuscrito]

(...)cía que era la única agrupación que sentía viva en Chile. En ningún país se habla castellana, como anota Lorenzo Luzuriaga, existe un movimiento semejante. Se trata de un sindicato que en el momento de su disolución, contaba con seis mil adherentes. Su vanguardia había conseguido conquistar para sus ideales pedagógicos y sociales a esta enorme falange de profesionales, elevándolos a gran altura sobre los fines puramente corporativos, y las fórmulas tímida y convencionalmente progresistas que caracterizan de costumbre, a los sindicatos intelectuales.
Tuvo su origen este sindicato beligerante y activo en la convención nacional de maestros celebrado en Santiago en diciembre de 1922 para deliberar sobre la organización del magisterio, la reforma de la enseñanza y la acción social del profesorado. Eran los años de la Reforma Universitaria, en que una ráfaga de inquietud social pasó por las Universidades. En Chile esta inquietud se propagó, sobre todo, entre los maestros. Por estar más próximos al pueblo y a su miseria, los maestros sentían mejor, y más fecundamente, la emoción social. En sus luchas sindicales, libradas con el espíritu y el método de las reivindicaciones obreras, la Asociación General de Profesores se robusteció y desarrolló. En la tercera convención nacional de maestros, efectuada en Valparaíso en enero de 1925, a la que asistieron más de 200 delegados, se aprobó un proyecto de reforma educacional y se acordó convocar la Convención Latino-Americana que a principios del año último se realizó en Buenos Aires. “Nuevos Rumbos”, un periódico valiente y combativo, que en toda Hispano-América era conocido y apreciado, llevaba a todas las secciones de la Asociación la admonición constante de sus dirigentes. Pero todo este trabajo, no importaba ni se proponía la elaboración de un ideario político, ni era este tampoco el objeto de las deliberaciones de los maestros, contagiados en parte de la tendencia anarco-sindicalista que hasta hace poco antes había dominado en las organizaciones obreras chilenas, como en casi todas las organizaciones clasistas de la América Latina.
La formación de este movimiento, que no estaba ligado a una organización sindical general del país, ni a un partido de clase, aparte del inevitable confusionismo ideológico dominante en la mayoría de sus adherentes, consentía, y acaso propiciaba, la tentativa de la colaboración con el gobierno en una labor de reforma. La situación política, caracterizada por la dispersión y represión de las fuerzas políticas y sindicales de la clase obrera y por el afianzamiento de una dictadura militar, de base pequeño-burgués, que obtenía uno de sus mayores provechos de la declamación demagógica, presionaba a la masa de la Asociación, a aceptar la invitación de Ibañes, dispuesto en apariencia en reformar la educación en Chile, de acuerdo con los principios sancionados por los maestros en sus convenciones nacionales.
Explicados sus orígenes, en un próximo artículo, expondrá y comentaré el desarrollo y resultados del experimento, que tan mal concluye para los maestros y su causa.
José Carlos Mariátegui.

José Carlos Mariátegui La Chira

En torno al tema de la inmigración [Artículo]

En torno al tema de la inmigración

La Conferencia Internacional de Inmigración de la Habana, invita a considerar este asunto en sus relaciones con el Perú. Parecen liquidados, por fortuna, los tiempos de política retórica en que, extraviada por las fáciles elucubraciones de los programas de partido y de gobierno, la opinión pública peruana se hacía excesivas o desmesuradas ilusiones sobre la capacidad del país para atraer y absorber una inmigración importante. Pero el problema de la inmigración no está aún seria y científicamente estudiado, en ninguno de sus dos aspectos: ni en las posibilidades del Perú de ofrecer trabajo y bienestar a los inmigrantes, en grado de determinar una constante y cuantiosa corriente inmigratoria a su suelo, ni en las leyes que regulan y encauzan las corrientes de emigración y su aprovechamiento por los pueblos escasamente poblados.

Las restricciones a la inmigración vigentes en los Estados Unidos desde hace algunos años, han mejorado un tanto la posición de los demás países de América en lo concerniente al interesamiento de los inmigrantes por sus riquezas y recursos. Pero este es un factor general y pasivo del cual tienen muy poco que esperar los países que no se encuentren en condiciones de asegurar a los inmigrantes perspectivas análogas a las que convirtieron a Norte América en el más grande foco de atracción de la inmigración mundial.
Estados Unidos ha sido, en el período en que afluían a su territorio fabulosas masas de inmigrantes, una nación en el más vigoroso, orgánico y unánime proceso de crecimiento industrial y capitalista que registra la historia. El inmigrante de aptitudes superiores, hallaba en Estados Unidos el máximo de oportunidades de prosperidad o enriquecimiento. El inmigrante modesto, el obrero manual, encontraba, al menos, trabajo abundante y salarios elevados que, en caso de no asimilación, le consentían repatriarse después de un período más o menos largo de paciente ahorro. La Argentina y el Brasil, además de las ventajas de su situación sobre el Atlántico, han presentado, en otra proporción y distinto marco, parecido proceso de desenvolvimiento capitalista. Y, por esta razón, se han beneficiado de los aluviones de inmigración occidental en escala mucho mayor que los otros pueblos latino-americanos.

El Perú, en tanto, no ha podido atraer masas apreciables de inmigrantes por la sencilla razón de que, -no obstante su leyenda de riqueza y oro- no ha estado económicamente en condiciones de solicitarlas ni de ocuparlas. Hoy mismo, mientras la colonización de la montaña, que requiere la solución previa y costosa de complejos problemas de vialidad y salubridad, no cree en esa región grandes focos de trabajo y producción. La suerte del inmigrante en el Perú es muy aleatoria e insegura. Al Perú no pueden venir, sino en muy exiguo número, obreros industriales. La industria peruana es incipiente y solo puede remunerar medianamente a contados técnicos. Y tampoco pueden venir al Perú campesinos y jornaleros. El régimen de trabajo y el tenor de vida de los trabajadores indígenas del campo y las minas, están demasiado por debajo del nivel material y moral de los más modestos inmigrantes europeos. El campesino de Italia y de Europa central no aceptaría jamás el género de vida que puedan ofrecerle las mejores y más prósperas haciendas del Perú. Salarios, vivienda, ambiente moral y social, todo le parecería miserable. Las posibilidades de inmigración polaca, -apesar de ser Polonia uno de los países de mayor movimiento emigratorio, a causa de su crisis económica- están circunscritas como se sabe a la montaña, a donde el inmigrante vendría como colono -vale decir como pequeño propietario- y no como bracero. Las leyes de reforma agraria que, después de la guerra, han liquidado en la Europa Central y Oriental -Tcheco Eslovaquia, Rumania, Bulgaria, Grecia, etc., -los privilegios de la gran propiedad agraria, hacen más difícil que antes la emigración de los campesinos de esos países a pueblos donde no rijan mejores principios de justicia distributiva. El trabajador del campo de Europa, en general, no emigra sino a los países agrícolas donde se ganan altos salarios o donde existen tierras apropiables. Ni uno ni otro es, por el momento, el caso del Perú.
Las obras de irrigación en la costa, en tanto que una reforma agraria y el régimen de trabajo -no parecen tampoco destinadas a acelerar la inmigración mediante la colonización de las tierras habilitadas para el cultivo. El derecho de las yanacones y comuneros a la preferencia en la distribución de estas tierras, se impone con fuerza incontestable. No habría quien osara proponer su postergación en provecho de inmigrantes extranjeros.

La montaña, por grande que sea el optimismo que encienda intermitentemente la fortuna de sus pioniers, -cuyos innumerables fracasos y penurias tienen siempre menor resonancia,- presentará por mucho tiempo los inconvenientes de su insalubridad y su incomunicación. El inmigrante se aviene cada día menos a los riegos de la selva inhóspita. La raza de Robinson Cruzoe se extingue a medida que aumentan las ventajas de la convivencia social y civilizada. Y ni aún las razones de patriotismo logran triunfar del legítimo egoísmo individual, en orden a las empresas de colonización. Italia no ha logrado dirigir a sus colonias africanas ni las corrientes rumanas ni los capitales que fácilmente parten a América, con grave peligro de desnacionalización, como bien lo siente el fascismo, que se imagina encontrar un remedio en prerrogativas incompatibles con la soberanía y el interés de los estados que reciben y necesitan inmigrantes.

El Perú tiene que resolver muchos problemas económicos, antes que el de la inmigración. Y para la solución de este último, se prepararía con más provecho si el fenómeno de la emigración e inmigración, en su móvil realidad, fuera objeto de un estudio sistemático y objetivo, practicado con amplio criterio económico y social.

José Carlos Mariátegui.

José Carlos Mariátegui La Chira

El cemento por Fedor Gladkov

El cemento por Fedor Gladkov

“El Cemento” de Fedor Gladkov y “Manhattan Transfer” de John Dos Pasos. Un libro ruso y un libro yanqui. La vida de la URSS frente a la vida de la USA. Los dos super estados de la historia actual se parecen y se oponen hasta en que, como las grandes empresas industriales, -de excesivo contenido para una palabra- usan un nombre abreviado: sus iniciales. (Véase “L’atre Europe” de Luc Durtain) “El Cemento” y “Manhattan Transfer” aparecen fuera del panorama pequeño-burgués de los que en Hispano américa, y recitando cotidianamente un credo de vanguardia, reducen la literatura nueva a un escenario europeo occidental, cuyos confines son los de Cocteau, Morand, Gómez de la Serna, Bontempelli, etc. Esto mismo confirma, contra toda duda, que proceden de los polos del mundo moderno.
España e Hispano-América no obedecen al gusto de sus pequeños burgueses vanguardistas. Entre sus predilecciones instintivas esta la de la nueva literatura rusa. Y, desde ahora, se puede predecir que “El Cemento” alcanzará pronto la misma difusión de Tolstoy, Dovstoyevsky, Gorky.
La novela de Gladkov supera a las que la ha precedido en la traducción, en que nos revela, como ninguna otra, la revolución misma. Algunos novelistas de la revolución se mueven en un mundo externo a ella. Conocen sus reflejos, pero no su conciencia. Pilniak, Zotschenko, un Leonov y Fedin, describen la revolución desde fuera, extraños a su pasión, ajenos a su impulso. Otros como Ivanov y Babel, descubren elementos de la épica revolucionaria, pero sus relatos se contraen al aspecto guerrero, militar, de la Rusia Bolchevique. “La Caballería Roja” y “El Tren Blindado” pertenecen a la crónica de la campaña. Se podía decir que en la mayor parte de estas obras está el drama de los que sufren la revolución, no el de los que la hacen. En “El Cemento” los personajes, el decorado, el sentimiento, son los de la revolución misma, sentida y escrita desde dentro. Hay novelas próximas a esta entre las que ya conozcamos, pero en ninguna se juntan, tan natural y admirablemente concentrados, los elementos primarios del drama individual y la epopeya multitudinaria del bolchevismo.
La biografía de Gladkov, nos ayuda a explicarnos su novela. (Era necesaria una formación intelectual y espiritual como la de este artista, para escribir “El Cemento”). Julio Álvarez del Vayo la cuenta en el prólogo de la versión española en concisos renglones, que, por ser la más ilustrativa presentación de Gladkov, me parece útil copiar.
“Nacido en 1883 de familia pobre, la adolescencia de Gladkov es un documento más para los que quieran orientarse sobre la situación del campo ruso a fines del siglo XIX. Continuo vagar por las regiones del Caspio y del Volga en busca de trabajo. “Salir de un infierno para entrar en otro”. Así hasta los doce años. Como sola nota tierna, el recuerdo de su madre que anda leguas y leguas a su encuentro cuando la marea contraria lo arroja de nuevo al villorio natal. “Es duro comenzar a odiar tan joven, pero también es dura la desilusión del niño al caer en las garras del amo”. Palizas, noches de insomnio, hambre -su primera obra de teatro “Cuadrilla de pescadores” evoca esta época de su vida”. “Mi idea fija era estudiar. Ya a los doce años al lado de mi padre, que en Kurban se acababa de incorporar al movimiento obrero, leía yo ávidamente a Lermontov y Dostoyevsky”. Escribe versos sentimentales, un “diario que movía a compasión” y que registra su mayor desengaño de entonces: en el Instituto le han negado la entrada por pobre. Consigue que le admitan de balde en la escuela municipal. El hogar paterno se resiste de un brazo menos. Con ser bien modesto el presupuesto casero -cinco kopecks de gasto por cabeza- la agravación de la crisis de trabajo pone en peligro la única comida diaria. De ese tiempo son sus mejores descripciones del bajo proletariado. Entre los amigos del padre, dos obreros “semi-intelectuales” le han dejado un recuerdo inolvidable. “Fueron los primeros en quieres escuché palabras cuyo encanto todavía no ha muerto en mi alma. Sabios por naturaleza y corazón. Ellos me acostumbraron a mirar conscientemente el mundo y a tener fe en un día mejor para la humanidad”. Al fin una gran alegría. Gorky, por quien Gladkov siente de joven una admiración sin límites, al acusarle recibo del pequeño cuento enviado, le anima a continuar. Va a Siberia, escribe la vida de los forzados, alcanza rápidamente sólida reputación de cuentista. La revolución de 1906 interrumpe su carrera literaria. Se entrega por entero a la causa. Tres años de destierro en Verjolesk. Período de auto-educación y de aprendizaje. Cumplida la condena se retira a Novorosisk, en la costa del Mar Negro, donde escribe la novela “Los Desterrados”, cuyo manuscrito somete a Korolenko, quien se lo devuelve con frases de elogio para el autor, pero de horror hacia el tema: “Siberia un manicomio suelto”. Hasta el 1917 maestro en la región de Kuban. Toma parte activa en la revolución de octubre, para dedicarse luego otra vez de lleno a la literatura. El Cemento es la obra que le ha dado a conocer en el extranjero”.
Gladkov, pues no ha sido solo un testigo del trabajo revolucionario realizado en Rusia, entre 1905 y 1917. Durante este período, su arte ha madurado en un clima de esfuerzo y esperanza heroico. Luego las jornadas de octubre lo han contado entre sus autores. Y, más tarde, ninguna de las peripecias íntimas del bolchevismo han podido escaparle. Por esto, en Gladkov la épica revolucionaria, más que por las emociones de la lucha armada está representada por los sentimientos de la reconstrucción económica, las vicisitudes y las fatigas de la creación de una nueva vida.
Tchumalov, el protagonista de “El Cemento”, regresa a su pueblo después de combatir tres años en el Ejército Rojo. Y su batalla más difícil, más tremenda es la que le aguarda ahora en su pueblo, donde los años de peligro guerrero han desordenado todas las cosas. Tchumalov encuentra paralizada la gran fábrica de cemento en la que, hasta su ida, -la represión lo había elegido entre sus víctimas- había trabajado como obrero. Las cabras, los cerdos, la maleza, los patios; las máquinas inertes, se anquilosan, los funiculares por los cuales bajaba la piedra de la cantera, yacen inmóviles desde que cesó el movimiento en esta fábrica donde se agitaban antes millares de trabajadores. Solo los Diesel, por el cuidado de un obrero que se ha mantenido en su puesto, reluce, pronto, para reanimar esta mole que se desmorona. Tchumalov no reconoce tampoco su hogar. Dacha, su mujer, estos tres años se ha hecho una militante, la animadora de la Sección Femenina, la trabajadora más infatigable del Soviét local. Tres años de lucha -primero acosada por la represión implacable, después entregada íntegramente a la revolución- ha hecho de Dacha una mujer nueva. Niurka, su hija, no está con ella. Dacha ha tenido que ponerla en la Casa de los Niños, a cuya organización contribuye empeñosamente. El Partido ha ganado una militante dura, enérgica, inteligente; pero Tchumalov ha perdido a su esposa. No hay ya en la vida de Dacha lugar para un pasado conyugal y maternal sacrificado enteramente a la revolución. Dacha tiene una existencia y una personalidad autónoma; no es ya una cosa de propiedad de Tchumalov ni volverá a serlo. En la ausencia de Tchumalov, ha conocido bajo el apremio de un destino inexorable, otros hombres. Se ha conservado íntimamente honrada; pero entre ella y Tchumalov se interpone esa sombra, esta oscura presencia que atormenta al instinto del macho celoso. Tchumalov sufre; pero férreamente cogido, a su vez por la revolución, su drama individual no puede acapararlo, se echa a cuestas el deber de reanimar la fábrica. Para ganar esta batalla tiene que vencer el sabotage de los especialistas, la resistencia de la burocracia, la resaca sorda de la contra-revolución. Hay un instante en que Dacha parece volver a él. Mas es solo un instante en que su destino se junta para separarse de nuevo. Niurka muere. Y se rompe con ella el último lazo sentimental que aún los sujetaba. Después de una lucha en la cual se refleja todo el proceso de reorganización de Rusia, todo el trabajo reconstructivo de la revolución, Tchumalov reanima la fábrica. Es un día de victoria para él y para los obreros; pero es también el día en que siente lejana, extraña, perdida para siempre a Dacha, rabioso y brutales sus celos. -En la novela, el conflicto de estos seres se entrecruza y confunde con el de una multitud de otros seres en terrible tensión, en furiosa agonía. El drama de Tchumalov no es sino un fragmento del drama de Rusia revolucionaria. Todas las pasiones, todos los impulsos, todos los dolores de la revolución están en esta novela. Todos los destinos, los más opuestos, los más íntimos, los más distintos, están justificados. Gladkov logra expresar en páginas de potente y ruda belleza, la fuerza nueva, la energía creadora, la riqueza humana del más grande acontecimiento contemporáneo.

José Carlos Mariátegui La Chira

Carta a Mario Nerval, 28/6/1929

Lima, 28 de junio de 1929
Querido compañero Mario Nerval:
He tenido noticia, por sus informaciones a I. y por las de un amigo que conversó gratamente con Ud. en La Paz, de la actitud del grupo de peruanos de ese país respecto a la cuestión del Apra. Prácticamente y teóricamente, esta cuestión está superada. La resolución del grupo de París, el más importante como centro de polarización de los adherentes y simpatizantes que residen en Europa, pone término al debate. Los compañeros de México, a su vez, rectifican su posición, declarando definitivamente abandonado el plan del partido Nacionalista. El Apra, en cuanto plan de frente único continental, queda totalmente sometido a las deliberaciones del próximo Congreso Anti-imperialista de París, que se pronunciará inevitablemente por la unificación de las fuerzas anti-imperialistas de la América Latina. Existe ya una moción de Goldschmidt, Rivera y otro en este sentido. Ningún verdadero anti-imperialista puede rebelarse contra este voto, para mantenerse aferrado a la fórmula que le sea particularmente cara. El revolucionario debe ser, ante todo, realista y disciplinado. Si el Apra no es posible, quiere decir que no es necesaria, ni es revolucionaria. Entendida como alianza o frente único nacional, el Apra queda subordinada al movimiento de concentración y de definición que presentemente se opera. Los elementos que trabajamos por el socialismo, con los obreros y campesinos, daremos vida a nuestro Partido Socialista. Los que con un programa nacionalista revolucionario quieran organizar a la pequeña burguesía, son muy libres de hacerlo. Si su partido, hipotético por el momento llega a ser una organización de masas, no tendremos inconveniente en colaborar eventualmente con él con objetivos bien definidos. Los términos del debate quedan así bien esclarecidos y todo reproche por divisionismo completamente excluido. No hay por nuestra parte divisionismo sino clarificación. Queremos que se constituyan fuerzas homogéneas; queremos evitar el equívoco; queremos salir del confusionismo. ¿Puede haber doctrinal y teóricamente un propósito más neto y más oportuno? Lo dudo.
No tengo noticias directas de Ud. desde hace algún tiempo. Una vez, anunció Ud. en una carta a la administración que me escribía, pero no recibí esta carta. Si Ud. me la dirigió, cayó sin duda en las redes de la censura postal, especialmente celosa con mi correspondencia. No emplee nunca mi dirección.— Puede usar la siguiente: Guillermina M. de Cavero, Sagástegui 663 altos.
Si está ya, como creo, Rómulo Meneses en La Paz, dígale que no tengo noticias suyas. Sé que recibió mi libro, pero no por carta suya. Si me ha escrito, su carta ha corrido la misma suerte que tantas otras. Dígale cuál es mi pensamiento. Y agréguele que me interesa conocer, exactamente, sus puntos de vista.
Con cordial sentimiento, lo abraza su amigo y compañero
José Carlos
P.D.—Hágale llegar mis más afectuosos saludos al compañero Zerpa. Mis mejores recuerdos a los compañeros González R. Cerruto, Valdez, Sánchez Málaga, etc.—V.

José Carlos Mariátegui La Chira

El debate política en Inglaterra

El debate política en Inglaterra

Se está librando hoy en Inglaterra una gran batalla parlamentaria, que precede, seguramente, a una gran batalla electoral. El partido conservador, -empujado por el extremistas que han conseguido obligar a Baldwin a adoptar sus puntos de vista más reaccionarios,- ha iniciado una ofensiva de vastas proyecciones contra el laborismo.

Esta ofensiva, venía siendo propugnada con impaciencia creciente por la extrema derecha inglesa casi desde que el partido conservador ganó las últimas elecciones. En Europa, arreciaba entonces la tempestad reaccionaria que parece haber galvanizado todas las energías del capitalismo, tan relajadas y agónicas después del período bélico. La extrema derecha inglesa quiso uniformarse al estilo fascista, predicando destempladamente una campaña contra la organización obrera de la cual extrae su fuerza política el Labour Party.

Pero al principio prevaleció en el partido un criterio más o menos moderado. Baldwin, aparentemente, no se mostraba dispuesto a ceder a la presión extremista. Los conservadores habían ganado las elecciones con plataformas a las que era extraño el plan de limitar el poder y la acción de los sindicatos. El gabinete necesitaba empezar su labor dentro de una atmósfera de confianza pública.
La derrota sufrida por los obreros en la huelga general de mayo pasado, mudó la situación. Los reaccionarios, a partir de ese suceso, ganaron terreno en el partido y el Gobierno. La huelga general había permitido a la burguesía inglesa, apreciar experimentalmente, al mismo tiempo, la debilidad y la fuerza del movimiento obrero. Se había visto claramente que la lucha sindical se habría transformado en una lucha revolucionaria, si su comando no hubiese estado en manos de los jefes reformistas. Socavada cada vez más la autoridad de esos jefes, se registraba un progresivo orientamiento revolucionario del Labour Party que no consentía dudas, respecto a su futura política.

La posición política de los conservadores favoreció la corriente y la tesis reaccionarias. El Gobierno conservador, después de la huelga de mayo, no había conseguido solucionar la cuestión de las minas. La rendición final de los obreros no había tenido más alcance que el de la aceptación de una tregua forzosa. Lloyd George, con su fino oportunismo y su sagaz perspicacia, había aprovechado la ocasión para asestar un golpe a la hegemonía conservadora, y rehabilitar en algunos sectores de la opinión la esperanza de ensayar una vez más en el gobierno la doctrina liberal. Era lógico que a los conservadores no les quedase más camino que el de una política netamente reaccionaria.

Baldwin no ha tenido más remedio que decidirse por tal camino. Hoy está empeñado a fondo en esta política. ¿Por qué? Por la sencilla razón de que el partido conservador no puede hacer otra cosa. Frente a Rusia, frente a China, frente al Labour Party, su actitud no puede ser distinta.

El envío de una nota agresiva al gobierno de los Soviets, el despacho de barcos y soldados a los puertos chinos y la presentación en el parlamento de un bill anti-laborista, son tres actos congruentes, tres maniobras afines de una misma política. El capitalismo británico conducido por el mesurado Baldwin toma la ofensiva en todos los frentes. Emplea por ahora la manera fuerte. Sin perjuicio, naturalmente de su libertad de reemplazarla, según sus resultados, por el método del compromiso, llamando de nuevo al servicio a Mr. Lloyd George que aguarda su momento con una sonrisa.

Los conservadores necesitan acentuar en la opinión burguesa y pequeño-burguesa la consciencia de los peligros revolucionarios, para desviarla de las proposiciones de Lloyd George que trabaja por atraer a los laboristas a una política de colaboración con el liberalismo. En las próximas elecciones les tocará colocar frente a frente el capitalismo y el socialismo, en términos de irreductible oposición. De sus actuales operaciones depende la suerte de la política conservadora en la batalla electoral inevitable.

Esta política se propone minar las bases electorales del Labour Party, aboliendo la cuota política de los obreros a la caja del laborismo. Tal abolición tiene por objeto dejar al Labour Party en una situación desventajosa en las elecciones. Hasta hoy su fondo político le ha permitido afrontar en las elecciones elevados gastos de propaganda.

Bernard Shaw, en el interesantísimo discurso que pronunció en el banquete de su jubileo, denunciaba e ilustraba el alcance político del monopolio por y para la burguesía, de la comunicación radiográfica. El radio ponía a los defensores del capitalismo en condiciones de una gran superioridad respecto de los propagandistas del socialismo. Cómodamente instalados en sus poltronas, los candidatos burgueses pueden dirigirse a la vez a millones de votantes, para acusar a los laboristas de abrigar los más terribles propósitos contra la civilización, la patria, la familia, etc.

El bill anti-laborista del partido conservador, que declara la ilegalidad de la huelga general y ataca el fondo político del Labour Party, demuestra que los conservadores van mucho más lejos de lo que Bernard Shaw suponía, en su plan de desarmar al proletariado en su lucha con el capitalismo.

José Carlos Mariátegui

José Carlos Mariátegui La Chira

Carta a Moisés Arroyo Posadas, 16/11/1929

Lima, 16 de noviembre de 1929
Querido compañero Arroyo Posadas:
Sólo hoy puedo contestar a su grata carta del 2 de octubre pasado. Y con unas pocas líneas, tanto porque el tiempo me obliga a despachar así mi más preciada correspondencia, como porque sé que Ud. estará pronto en Lima y tendremos entonces oportunidad de charlar extensamente.
Muy bien, en todo, su posición clara y precisa. Excelente y oportuno el volante solicitando la solidaridad de los mineros de Cerro de Pasco, Oroya, etc., para sus compañeros de Morococha. Ha estado en Lima el comité de Morococha, pero no ha conseguido el éxito que esperaba en sus gestiones. La empresa se niega a conceder el aumento. Y el gobierno, por supuesto, la ampara.— Lo que interesa, ante esto, es que los obreros aprovechen la experiencia de su movimiento, consoliden y desarrollen su organización, obtengan la formación en La Oroya, Cerro de Pasco y demás centros mineros del departamento de secciones del Sindicato, etc. No deben caer, por ningún motivo, en la trampa de una provocación. A cualquier reacción desatinada, seguiría una represión violenta. Eso es probablemente lo que desea la Empresa.— La lucha por el aumento quedaría así sólo aplazada para volver a ella en momento más favorable y con acrecentadas fuerzas. Conviene que converse Ud. sobre esto con el compañero Solís y que escriba a Morococha. Dígale a Solís que el acta de fundación de la Federación de Trabajadores del Centro, con sede en Morococha, dejaba pendiente la constitución de la organización especial de los mineros. En vista de esto, el comité ha deliberado la constitución del Sindicato de Mineros y Fundidores del Centro, adherente e integrante principal de la Federación, en la que tienen cabida sindicatos de oficios varios y comunidades y sindicatos agrícolas. La organización por industria es indispensable. El Sindicato de Mineros y Fundidores del Centro será además el punto de partida de la Federación de Mineros del Perú. Se gestionará, pues, del Ministerio de Fomento el reconocimiento oficial de dos organizaciones.— Ha sido sensible que Solís no tuviese oportunamente noticia de la intención o necesidad de los delegados de venir a Lima. Los habría entonces esperado acá para asesorarlos.
No desmaye en la difusión de El Trabajador Latino-Americano en el Centro.
No olvide nuestra colecta pro-Ravines. Urge girarle lo que se reúna, a la brevedad posible. Tiene ya, según nos avisa, sus pasajes tomados en Hamburgo; pero le falta una suma —veinte libras más o menos— para gastos de ferrocarril y otros derivados de la prolongación de su estada en París después de la fecha en que pensaba embarcarse.
Le adjunto copia de una carta confidencial de Martínez. No creo que debe hacerse sino un uso muy discreto del arma polémica, mientras nuestra organización no esté más afirmada. Pero hay que exigir y obtener de todos posición definida.
Cordialmente lo abraza su amigo y compañero
José Carlos

José Carlos Mariátegui La Chira

Carta a Mario Nerval, 18/9/1929

Querido compañero Mario Nerval:
Debo aún respuesta a su grata carta del 21 de julio. Leyendo la que ha dirigido Ud. a nuestro compañero M. siento el deseo de responderle enseguida, venciendo mis ocupaciones. Debe Ud. haber recibido antes algunas copias que le he remitido por otra vía.
Tengo carta de Saldaña. Conviene que le haga Ud. saber sin tardanza que es el candidato a la primera beca en la Universidad de Oriente y que debe ponerse inmediatamente en comunicación con Independencia 3054, Buenos Aires. Probablemente —si no tiene hasta hoy noticias de esto— se debe a que ignoran allá su paradero.
Muy bien su trabajo en La Paz. El grupo de esa ciudad, se muestra excelentemente orientado y está destinado a ejercer un influjo importantísimo en todo su radio. Tomo nota, a este respecto, de sus indicaciones. Y les recomiendo mantenerse en relación con Seoane, Herrera o Merel, el que les escriba presentemente a nombre del grupo de Buenos Aires, al que hay que desengañar definitivamente respecto a la posibilidad de insistir en el Apra. El Apra está liquidada por la resolución del Segundo Congreso Anti-imperialista Mundial. No tengo aún noticias completas de este Congreso, que se proponía tareas bien superiores al esclarecimiento de las pequeñas competiciones latino-americanas. Pero sé, por cartas de París, que se confirma y proclama como sola organización de frente único anti-imperialista en la América Latina a las ligas. El trabajo político corresponde a los partidos, el sindical a las uniones obreras. El Apra está descartada. Haya, según parece, ha reclamado contra la exclusión; pero es casi seguro que no se tomará en cuenta su protesta. Al Consejo de la Liga Mundial Anti-Imperialista no se le engaña tan fácilmente como a los condiscípulos de Trujillo y de Lima. La Liga sabe a qué atenerse respecto al Apra. Al congreso han asistido dos peruanos, Eudocio y Hurwitz. Y a los dos les consta que ni siquiera en su país de origen, el Perú, el Apra representa una corriente de masas. Este debate está terminado.
He recibido una carta de Natusch. Dígale que le contestaré en breve. Lo mismo a Abraham Valdez. A Sánchez Málaga mi agradecimiento por el envío del número de EI Diario del 28 de julio. También le escribiré pronto. Que tenga en cuenta todo el trabajo que pesa sobre mí.
Acabamos de ser notificados de que la publicación de Labor queda estrictamente prohíbida. No nos apuramos. Como la notificación viene de la Inspección General de Investigaciones, reclamaremos al Ministro de Gobierno, inquiriendo si la orden emana de su despacho. Labor cuenta con la solidaridad de vastos sectores obreros y campesinos. Su último número obtuvo gran éxito. Tenemos que hacer un extremo esfuerzo por sostenerlo.
Si en el grupo de La Paz es posible efectuar una pequeña colecta para sumarla a la que realizamos pro-regreso de Eudocio, su concurso nos llegará oportuno. Necesitamos contribuir a los gastos de viaje de nuestro compañero, que cuenta ya con permiso para reingresar al país.
Está detenido Juan J. Paiva. No hay contra él otro cargo que su pequeña biblioteca marxista, traída casi toda de París, donde residió cuatro años estudiando en la Sorbona, y algunas cartas de compañeros de allá, en que se habla de la polémica con el grupo hayista y de la orientación por imprimir al movimiento ideológico del Perú. Las prisiones no destruirán ni arredrarán a los compañeros empeñados en el Perú en esta labor.
Muy cordialmente lo abraza su amigo y compañero
José Carlos
P.D.— Saludos afectuosos de Juan Saco.

José Carlos Mariátegui La Chira

Carta a Nicanor A. de la Fuente (Nixa), 10/9/1929

Lima, 10 de setiembre de 1929
Querido Nixa;
Hasta hoy debo respuesta a su muy cordial del 15 de julio. La culpa es siempre de mi trabajo. Espero que Carlos haya llegado a ésa, llevándole mi más amplio y efusivo mensaje.
La cuestión del Apra está completamente liquidada con la resolución del Segundo Congreso Anti-Imperialista Mundial. No tengo aún completos informes sobre las labores de esta conferencia, que se reunió en Francfort. Pero entre las noticias que me llegan, vienen la de que ha quedado proclamada y confirmada como único organismo anti-imperialista de frente único de la América Latina la Liga Anti-Imperialista. El trabajo político corresponde a los partidos; el sindical a las uniones obreras. El Apra, por tanto, está demás. Este era ya el principio a que obedecían nuestros compañeros de París al disolver la célula del Apra en esa ciudad. No creo que valga la pena seguir debatiendo una cuestión superada. Sería perder tiempo y malgastar energías.— La carta que le adjunto de Pavletich y que puede ser que Ud. haya recibido también directamente, indica que la disolución del Apra ha llegado a la propia célula de México, iniciadora del plan de Partido Nacionalista que rechazamos. Carta posterior de Malanca me hace saber que Cox también se muestra dispuesto a aceptar nuestros puntos de vista.
Como me parece ya haberle dicho, yo me he ocupado lo menos posible del aspecto polémico de esta cuestión, aun con riesgo de que algunos no se explicaran una actitud que en algunos puntos lindaba con la inhibición. Tomé posición franca, como Ud. sabe, contra el plan del Partido Nacionalista y contra la literatura equívoca y lamentable que se enviaba como mensaje de la candidatura de Haya. Pero me he abstenido de una correspondencia polémica, que habría dado motivo para que se insistiera en la absurda especie de que me mueven rivalidades personales con Haya. Los hechos se han esclarecido por sí solos. Y hemos llegado a esto que podemos llamar “curso nuevo”.
Urge que, conforme hemos convenido con Carlos, pongan Uds. en práctica nuestros acuerdos. —Escribiré a Montevideo para que le manden El Trabajador Latino-Americano, pero espero que Uds. también hayan escrito directamente. La nueva dirección es: Calle Olimar, 1544. Montevideo.— Conviene igualmente ocuparse en la educación marxista de nuestros cuadros. La bibliografía en español es escasa. La más completa y barata colección de libros y folletos se puede adquirir en la Editorial Sudam, Independencia 3054, Buenos Aires. Uniendo varios pedidos, se facilita el envío del giro. Así se forma además el hábito cooperativo.
Estamos empeñados en llevar adelante Labor. Con gran sacrificio hemos reanudado su publicación regular como quincenario. Urge que Uds. nos ayuden en su difusión, lo mismo que con su colaboración. Necesitamos, sobre todo, estudios concretos sobre los aspectos de la cuestión agraria del norte, sobre la vida campesina, etc. Llamo su atención sobre la sección: ‘El Ayllu’. También llamo la atención de Ud. y todos los compañeros sobre el “esquema de tesis del problema indígena” publicado en Amauta. Cada grupo debe discutirlo y anotarlo con sus observaciones de la realidad regional.
Tenemos, por publicar de Ud. varios poemas. La nota sobre mi libro, que mucho le agradezco, está diferida con otras. Es un material al que no doy preferencia en las páginas de Amauta, porque se puede suponer, por lo mismo que aquí mi libro ha tenido tan pocos comentarios, que convierto a la revista en una tribuna de autoreclamo. Mercurio Peruano en su último número publica una parte de las críticas que 7 Ensayos ha merecido en el extranjero. Muy honrosas todas. Muy honrosas, particularmente, por tratarse de un libro de asunto nacional, destinado a despertar poco interés fuera del país.
Estamos haciendo una pequeña colecta para contribuir a los gastos de viaje de Eudocio Ravines que regresa al Perú. Si Ud. puede conseguir que algunos camaradas de Chiclayo contribuyan, nos prestará una buena ayuda. La modestia del óbolo no importa. Le agradeceré que escriba al respecto a Chepén, Cajamarca y Trujillo.
No tengo noticias de Carlos desde su partida. Tampoco las tengo de Polo, a quien escribí extensamente hace más o menos dos meses, enviándole la copia de mi carta por medio de Sbad.
La dirección a que me dirigió Ud. su colaboración es buena.
Le remitiré con La Cruz del Sur otras revistas.
Muy cordialmente lo abraza su affmo. amigo y compañero.
José Carlos

José Carlos Mariátegui La Chira

Carta a Moisés Arroyo Posadas, 30/7/1929

Lima, 30 de julio de 1929
Querido compañero Arroyo Posadas:
Le debo una carta desde hace varias semanas, pero el deseo de responderle ampliamente se ha complicado con mis ocupaciones extraordinarias, para retardar la respuesta. Y es el caso que hoy mismo no puedo dirigirle la extensa carta que quisiera escribirle, porque mi trabajo continúa siendo excesivo y no puedo consentirme sino unos minutos de paréntesis en su prosecución. Estoy revisando los originales de los libros que debo enviar a Buenos Aires para su impresión. Uno es como ya Ud. sabe, la Defensa del Marxismo y otro un volumen de ensayos estéticos: El Alma Matinal y otras estaciones del hombre de hoy. Trabajo también en el libro que sobre ideología y política nacionales publicaré en las ediciones Historia Nueva de Madrid.
Este último libro, precisamente, contendrá todo mi alegato doctrinal y político. A él remito tanto a los que en 7 Ensayos pretenden buscar algo que no tenía porqué formular en ninguno de sus capítulos: una teoría o un sistema políticos, como a los que, desde puntos de vista hayistas, me reprochan excesivo europeísmo o insuficiente americanismo. En el prólogo de 7 Ensayos está declarado expresamente que daré desarrollo y autonomía en un libro aparte a mis conclusiones ideológicas y políticas. ¿Porqué, entonces, se quiere encontrar en sus capítulos un pensamiento político perfectamente explicado? Sobre la fácil acusación de teorizante y europeísta que puedan dirigirme quienes no han intentado seriamente hasta hoy una interpretación sistemática de nuestra realidad, y se han contentado al respecto con algunas generalizaciones de declamador y de editorialista, me hará justicia, con cuanto tengo ya publicado, lo que muy pronto, en el libro y en la revista, entregaré al público.
Como tengo plena confianza en su discreción, y no dudo de que de una carta confidencial no hará Ud. uso público, le adjunto copia de una carta que dirigí hace pocos meses a nuestro compañero Ravines respecto a mi divergencia con Haya. Esa carta expone, a grandes rasgos, el verdadero carácter de esta divergencia.— Puede Ud. después de haberla leído, hacerla conocer al compañero Espinoza.
Como por ése y otros papeles podrá Ud. comprobar yo he agotado en el debate privado con Haya todos los medios de hacerlo aceptar una disciplina de grupo y de doctrina. Haya se ha obstinado en imponemos sin condiciones su caudillaje. Y yo habría asumido una gravísima responsabilidad si, constatada su resistencia absoluta a situarse en un terreno más serio y leal, no hubiese tomado posición contra las desviaciones sucesivas a que el aprismo nos iba conduciendo Si de algo he pecado, ha sido de espíritu tolerante y conciliador. Abrí a Haya, atenido a sus protestas revolucionarias marxistas —he averiguado después que en materia de marxismo no ha aprendido nada— un crédito de confianza quizá excesivo.
No creo, por lo demás, que sea el caso de hablar de una división. Todos los elementos responsables y autorizados de nuestra tendencia ideológica, están con nosotros, en el trabajo de dar vida a una agrupación definida, realista, de masas. El grupo que preside Ravines en París ha disuelto la célula del Apra; el de La Paz se ha pronunciado en el mismo sentido; el de Buenos Aires nos ha hecho saber que seguirá disciplinadamente la línea que trace la mayoría; el de México ha entrado en un camino de franca rectificación de sus errores. Fuera de este movimiento, no quedan casi sino elementos sin adhesión efectiva al socialismo, agitadores y guerrilleros dispersos de un nuevo caudillaje. —Y esta actitud, este personalismo caudillista, que apela desesperadamente a la pequeña burguesía, es lo que está más próximo al leguiísmo. En apariencia es lo que más belicosamente lo ataca, sólo porque siente que lo suplanta. Es la rebelión del joven contra el patriarcado que dura demasiado. Puro complejo de Edipo, dentro de un psicoanálisis o un freudismo políticos.—El proceso leguiísta es la expresión política de nuestro proceso de crecimiento capitalista, y si algo se le opone radicalmente, si algo es su antítesis y su negación, es justamente, nuestro socialismo, nuestro marxismo, que pugnan por afirmar una política basada en los intereses y en los principios de las masas obreras y campesinas, del proletariado, no de la inestable pequeña burguesía.
No deje de ponerse en comunicación con Ravines, que ha dado vida en París a un centro de estudios marxistas. Su dirección es: León Vernochet, 8 Avenue Mathurin Moreau 8. París (XIXe). Vernochet es el leader de la asociación internacional de trabajadores de la enseñanza que publica mensualmente en español una revista muy interesante para los maestros a la que sería utilísimo dar difusión en Jauja.— Escriba a Ravines sobre las actividades obreras y campesinas de Jauja, del centro en general.
En el número próximo de Amauta aparecerá un esquema de tesis sobre el problema indígena, que es indispensable sea discutida, estudiada y anotada por todos nuestros grupos. No pretende ser una tesis definitiva; pero creo que está ahí, en líneas generales, el planteamiento doctrinario de la cuestión y de las tareas que impone.— Escríbame sobre esto.
Sobre la organización obrera y el estado actual de nuestro proceso de definición ideológica, etc., he escrito a Espinoza. Converse con él. Unifiquen y coordinen, en general, todos Uds., sus esfuerzos. Nada de labor anárquica.
Salude a los amigos y camaradas y reciba el más cordial saludo de su afmo. compañero
José Carlos Mariátegui
P.D.—Escríbame, por intermedio de Nm.— Preparen material para Labor que reanudará su publicación el 15 de agosto para seguirse publicando regularmente todas las quincenas. Nos interesa sobremanera su sección: El Ayllu.

José Carlos Mariátegui La Chira

Carta a Nicanor A. de la Fuente (Nixa), 20/6/1929

Lima, 20 de junio de 1929
Querido Nicanor A. de la Fuente:
Desde hace semanas, me apremia la necesidad de escribirle, pero como ya otras veces, entra en conflicto con mis ocupaciones excesivas. He querido también, antes de escribirle, que Ud. estuviese enterado de las últimas etapas del proceso de definición teórica y de organización práctica, indirectamente acelerado por lo que podemos llamar la desviación ‘aprista’. Hoy debe Ud. conocer documentos suficientemente esclarecedores y otros llegarán a su conocimiento. El problema está liquidado, con la actitud asumida por el grupo de París, el más denso y neto ideológicamente de los grupos de militantes del extranjero. Los de México han revisado totalmente su actitud y a lo que se aferran ahora es sólo a la fórmula del apra, que ellos precisamente han comprometido en forma irreparable. Como organización continental, el Apra depende de lo que resuelva el congreso antiimperialista de París, a cuyas decisiones, inspiradas seguramente en la necesidad de unificar el movimiento anti-imperialista, ningún revolucionario puede oponer resistencia. Como organización nacional— esto es, como frente único— queda diferida para después de la organización de las masas según su tendencia o doctrina. Nosotros trabajamos con el proletariado y por el socialismo. Si hay grupos dispuestos a trabajar con la pequeña burguesía por un nacionalismo revolucionario, que ocupen su puesto. No nos negaremos a colaborar con ellos, si representan efectivamente una corriente, un movimiento de masas. Me parece que, planteada así, la cuestión es completamente clara y queda excluida toda posibilidad de divisionismo.
Con el compañero A. he conversado respecto a la necesidad de que quede formalmente constituido el grupo de Chiclayo y de que se trace enseguida un plan de trabajo. En el terreno ideológico, este grupo debe funcionar como un centro de estudios marxistas y su misión es preparar doctrinalmente los cuadros del movimiento socialista. En el trabajo de aplicación y estudio, dos tareas se imponen: la de constituir, a base preferentemente de maestros, la oficina de autoeducación obrera del departamento (véase en el No. 8 de Labor las instrucciones al respecto); y la de analizar, conforme al método marxista, la cuestión agraria regional, en la que fermentan evidentes posibilidades revolucionarias. De otro lado, urge propiciar la organización de los obreros y campesinos, mantener el contacto con las comunidades y federaciones existentes, incorporarlas en la Confederación General de Trabajadores del Perú, últimamente constituida.
Le recomiendo entrar en inmediata correspondencia con Eudocio Ravines, I.T.E. (Internacional de los Trabajadores de la Enseñanza) 8 Avenue Mathurin Moreau 8, París (XIXe). Es el más serio y orientado de nuestros compañeros del exterior. Ha creado en París un centro de estudios marxistas, que publicará próximamente un órgano doctrinal. Es, además, un gran espíritu, con el que le será provechoso entrar en relación y estrechar el conocimiento. Escríbale al recibo de estas líneas y pídale para los maestros de allí la revista editada por la organización en que trabaja y que representa la vanguardia del movimiento sindical de la educación.
Del mismo modo, urge que en Chiclayo, Chepén, Pacasmayo, etc. se reciba regularmente El Trabajador Latino-Americano, órgano de la Confederación Sindical Latino-Americana, fundada definitivamente en la reciente conferencia sindical latino-americana, a la que asistieron más de cincuenta delegados genuinos de las masas obreras y campesinas del continente, representando a 800.000 trabajadores organizados. Es una revista que informa ampliamente al proletariado sobre el movimiento sindical. El precio del ejemplar es de sólo 10 cts. con descuento para las agencias y organizaciones. Le remito, por intermedio de A. un ejemplar para que la conozca, si no ha llegado a sus manos ya.
La cuestión agraria del norte me parece particularmente interesante. No sería marxista clausurarse en una negación extática. Hay allí las manifestaciones iniciales de un conflicto entre el capitalismo y la feudalidad, cuyo desarrollo no puede dejar de tener trascendencia revolucionaria. Los comités agrarios, mecanismos hoy oficiales, son susceptibles de transformación en el curso de una lucha de la que no podemos estar ausentes. Los grandes latifundistas representan la clase feudal, la más retardataria y conservadora. Ningún auxilio, ni aun el más indirecto, debe prestársele en su lucha con el capitalismo. Hay que denunciar la demagogia del ‘agrarismo’ oficial, pero reconocer en él un instrumento de política capitalista que, por su naturaleza misma, está destinado a promover la agitación de las masas agrarias contra el latifundismo feudal. La feudalidad es el estancamiento, la marisma, la palude donde no se agita nada, donde no nace nada; el capitalismo es fundamentalmente dinámico, contradictorio, y su aparición determina la de su antítesis, el socialismo.— Mucho quisiera discurrir sobre este tema, pero esta carta me va saliendo ya un poco extensa y no dispongo de tiempo bastante para continuarla cuanto quisiera.
En el No. 8 de Labor se publicó su nota sobre la exposición y en el No.24 de Amauta, que aparecerá dentro de pocos días, sale su nota sobre el libro de Magda que, por exceso de material bibliográfico, no pudo ser incluida en el No.23. No interrumpa su colaboración.
Salude muy afectuosamente a los compañeros de Chiclayo y escríbame sin tardanza.
En espera de sus noticias, lo abraza afectuosamente su amigo y camarada
José Carlos

José Carlos Mariátegui La Chira

Carta a Moisés Arroyo Posadas, 5/6/1929

Lima, 5 de junio de 1929
Estimado compañero Arroyo Posadas:
Acuso recibo inmediato de su interesante carta, sobre cuyos tópicos me prometo escribirle más extensamente, cuando tenga su respuesta. Todas las noticias que Ud. me trasmite, son del más vivo interés para el orientamiento definitivo que actualmente adquiere nuestra labor.
Acojo con simpatía y adhesión su iniciativa para crear en Labor una página dedicada a los comuneros indígenas. Nuestra idea es contribuir a la organización de un pequeño periódico destinado expresamente al campesinado indígena. Se llamaría El Ayllu. Pero mientras este proyecto toma cuerpo, la página de Labor que Ud. sugiere llenaría la misma función.
Esperamos la respuesta de otros núcleos de simpatizantes encargados de organizar la difusión de Labor para continuar puntualmente la publicación de nuestro quincenario, en el que debemos ver el germen de un futuro diario socialista.
He escrito hace unos quince días a Espinoza Bravo, contestando a sus últimas. Le hemos remitido una serie de copias que debe comunicar a Ud. y otros compañeros, si no lo ha hecho todavía. Avíseme si ha recibido mi carta y demás informaciones.
Salude a Monge, Espinoza y otros amigos y reciba el más cordial saludo de su amigo y compañero
José Carlos Mariátegui
P.D.—Convendría que el Círculo Obrero o el grupo organizador de la Federación Regional Obrera del Centro, se dirija a El Trabajador Latino-Americano, Calle 9 de Abril 1653 esquina Gaboto, Montevideo, solicitándoles el envío regular de esta revista en la cantidad que se calcule necesaria. Es el órgano de la Confederación Sindical Latino-Americana, que debe haber quedado definitivamente constituida en el gran congreso sindical que acaba de celebrarse en Montevideo, y en el cual han estado representados más de 800.000 obreros organizados de la América Latina. —Escriba Ud., en el acto, pidiendo como colaborador nuestro en esa región, una colección completa del periódico, que se vende a sólo diez centavos ejemplar, con descuento para los agentes. V.

José Carlos Mariátegui La Chira

Carta de Ernesto Reyna, 13/3/1930

Huarmey, 13 de marzo de 1930
Sr.
José Carlos Mariátegui.
Lima
Muy estimado compañero:
Como le decía personalmente, no he recibido las cartas que me anunciaba haberme enviado. El compañero Sal y Rosas pasó de largo, dejándome una tarjeta explicatoria, la distancia del pueblo al puerto fue el motivo, de no haberme buscado. Le contesto a Huaraz, reclamando el dibujo de Sabogal, que para mí es un recuerdo valioso, por tratarse del original de un pintor de la talla de Sabogal, y haber servido para la carátula de mi libro primicial.— Juan Luna, me dicen que se encuentra enfermo en Supe, y que por esa causa no ha podido entregarme la carta que me remitía Ud. por su conducto. En mi anterior del 20 de diciembre que se ha extraviado, y que la supongo en manos de la Policía Secreta, le decía que estaba organizando nuestro partido en ésta. Entre otras cosas le decía lo siguiente: “Hay que terminar con la inmoralidad política, que como un cáncer ha estado royendo los organismos burgueses. Las masas tienen un instintivo recelo al Gobierno: Desde González Prada hasta el último ciudadano, dicen: “los que gobiernan son unos ladrones”. Ante esta marca de fábrica de la rapacidad burguesa, y divisa heráldica de la aristocracia, la Dictadura del Proletariado debe poner en sus actos, no sólo una honradez acrisolada, sino ir hasta el heroico desprendimiento. Sobrios como espartanos, pobres como filósofos. Ofrendando su vida y riqueza a la República. —Como parte del programa de gobierno se debería sentar lo siguiente: “El enjuiciamiento de todos los anteriores gobiernos burgueses, y confiscación, de hecho, de la mitad de sus riquezas.— 2.-Prohibición absoluta de mover sus capitales del país, y de ellos mismos, de retirarse a despilfarrar sus energías y capital en el extranjero. Obligarlos a trabajar y poner en movimiento el Capital, so pena de íntegra confiscación por el Estado, y reclusión personal en sanatorio de vagos. —El partido por su parte se impondría: 1.— Los Gobernantes no podrán disfrutar cuantiosas fortunas.— El Estado dará al Gobernante lo necesario para una vida confortable.— Toda la fortuna particular de los Gobernantes será propiedad del Estado.— El Estado velará por la familia de los gobernantes y asegurará su futuro. 2.—Serán prohíbidos, los banquetes y fiestas miliunochescas de los Gobiernos burgueses.-Las fiestas del Proletariado serán sobrias y bellas, con la modestia de una república pobre. 3.-Todo fausto y gala será prohíbido por vanidad, y sí, se protegerá la belleza en sus múltiples formas.— También le decía que como un plan del Partido en el caso problemático, que se levantase en armas contra el actual gobierno, un representante de la casta oligárquica, pardista o militarista, luchar moralmente contra ellos, por ofrecer el Gobierno de Leguía mayor seguridad para el país. Pero, si del seno del Partido, surgiese el poder (sin mácula, ni traición) irnos contra todos los poderes constituidos.
Salude cordialmente al grupo de Washington Izquierda, y Ud. reciba un afectuoso saludo de su leal amigo
Ernesto Reyna
Siendo escritor por temperamento, no me puedo sustraer a la atracción de la literatura. Le incluyo un escrito, trata de las lagunas de Llanganuco, que están al pie del Huascarán, estas lagunas fueron motivo pictórico de Teófilo Castillo.
R.

Reyna, Ernesto

Carta de Eudocio Ravines, 24/6/1929

24 de junio de 1929
Mi querido José Carlos:
He recibido sus cartas, los documentos que me incluye, así como la que me escribe —muy lacónica— nuestro M. de la T. —Constato que estamos unánimes en mantener idénticos puntos de vista, en lo que se refiere a las líneas fundamentales; la carta de nuestro amigo el gringo gordo que me llega también, me confirma en este pensamiento y me hace ver con más claridad la orientación que Uds. dan al movimiento, que es absolutamente la mía y la de los compañeros que me acompañan aquí. —No hay que pensar, por ahora, sino en la gran responsabilidad y en la severa etapa de trabajo que tenemos delante.—
Frente a una serie de datos que poseo sobre nuestras cuestiones en América, no puedo sino expresarle mi más hondo optimismo. Su permanencia en el país es indispensable, hoy más que nunca. Necesitamos orientadores, hombres que a su capacidad de conocimiento de los problemas y la teoría, unan una constancia infatigable. Lo más difícil era iniciar la nueva etapa: en el Perú está iniciada: el manifiesto del 1° de Mayo lo estimo como el primer síntoma, como el primer documento de su iniciación. Sus términos generales plantean la cuestión inmediata en un terreno pragmático. La algazara grandilocuente, inflada, de los manifiestos de otra hora, se acalla. Hay en ese documento eso que nos falta tanto, un sentimiento exacto de la medida de los hechos y los hombres; hay más parquedad, más seriedad y una fuerza maciza en la autocrítica, sin descender, al hacerla, al plano —tan caro para nosotros latino-americanos— del ataque, la pelea y la discordia.—Esto es un gran paso, el primero de un movimiento que se incorpora seria y conscientemente en la historia política del Perú.—
La tarea que Ud. tiene delante, es enorme; la que corresponde a todos y cada uno de los camaradas no es menor. Va a ser necesario un esfuerzo grandioso: Uds. tienen el deber de desplegarlo. Mi opinión es que la tarea inmediata es la de la preparación de los cuadros. Preparación ideológica, teórica y práctica de los hombres que van a dirigir más tarde los sindicatos por su nuevo camino, de los que van a dirigir la C. G. T. y de los que van a tener a su cargo la preparación y la formación de los núcleos de la acción política.— Muchas de las deficiencias, vacilaciones, bellaquerías de nuestra clase, son, en mi opinión, el resultado de la ignorancia de nuestros compañeros, de la falta de comprensión de la masa de sus verdaderas tareas, de las finalidades de nuestra lucha, de los acontecimientos que se desarrollan a través del mundo, en el terreno de clase. Entramos en un período científico de organización: este período no puede basarse sino sobre la educación de las masas y, por el momento, de los hombres que van a ser los preparadores y los orientadores de la masa.—Ud. comprende que no es posible dejar a los camaradas abandonados a sus propias fuerzas.
Aquí quiero, hablándole francamente, hacerle un ligero reproche, que se refiere al pasado: Ud., después de su arribo al Perú, tuvo la oportunidad de convertirse en orientador y director de una serie de muchachos desorientados, con una magnífica voluntad, pero con una más magnífica ignorancia de las cosas sociales: entre éstos estaba yo. No se imagina Ud., mi caro amigo, cuánto he sufrido para orientarme. Yo no podía tener una fe profunda sino a través de un conocimiento profundo. Sentía a cada instante que la fe sentimental, la fe juvenil, fe de ‘nueva generación’ se me iba sin remedio, se me escapaba por todos los poros. Su intervención en este momento de ansiedad hubiera sido de un valor enorme para mí y, estoy seguro, para otros. No sé por qué causas Ud. limitaba demasiado su acción y parecía como querer inhibirse frente a una influencia más o menos profunda sobre los agitados. Le expreso esta cosa, que es un recuerdo banal, para que Ud. tome verdaderamente en serio su papel de orientador y educador. Fundamentalmente Ud. no superestima la importancia de las pequeñas burguesías urbanas, en lo cual estamos concordes, pero su propaganda toca, sin que Ud. lo quiera deliberadamente, estoy seguro, con mayor intensidad las capas pequeño-burguesas que las masas proletarias. Me parece que los esfuerzos de todos deben ir fundamentalmente a realizar la educación del proletariado, dentro del terreno de clase, sin despreocuparse por esto de la tarea en la que Ud. está empeñado y cuyo realismo de concepción está confirmado por los hechos.—
Mi más grande aspiración es salir y reunirme con Uds. para ayudarlos en el trabajo y en la acción: pero, mi caro amigo, tengo que romper una muralla. Yo creo, con Ud., que mi ingreso al país es cosa factible dentro de las actuales circunstancias y confío en un éxito de las gestiones que se hicieran... pero viene l otro problema, que es el que me tiene inmóvil. Un desplazamiento de tercera clase, con mi mujer, me costaría más de cincuenta libras... y como Ud. comprenderá no tengo ni una. Mi pobreza llega a límites que sólo yo conozco; me muevo dentro de condiciones sumamente estrechas, tanto que el par de zapatos que llevo no se han desprendido de mis pies durante veintiún meses. Por otro lado, aquí en París, no tengo ya nada que hacer: he adquirido lo que necesitaba adquirir; si algún país me convendría, caso de tener dinero y ante la imposibilidad de entrar al Perú, sería EE.UU. por la inmensa documentación que ofrece para estudiar la realidad latino-americana y la realidad mundial. Por otro lado yo hago gestiones a fin de ir a la Urs. pero hasta hoy no he obtenido resultados.
He pensado en la probabilidad de un empréstito personal, el que pagaría por mensualidades una vez llegado allá. Pero es demasiado problemático: no creo que haya un filántropo capaz de arreglarse en esta cuestión de reparaciones, sin Plan Young y sin garantías hipotecarias. Más aún, en un momento en que mi posición ideológica me ha enajenado la voluntad de casi todos los amigos, que hasta aquél entonces se sintieron solidarios conmigo y que hubieran podido prestarme ayuda en este momento para realizar mi empresa.— En lo que a mi familia se refiere, no puedo contar sino con mi madre y hermanas y Ud. sabe que ellas sobrellevan una vida de duras privaciones. Nada es posible esperar por ese lado.—
Tal vez a Uds. les sería posible ayudarme en el sentido siguiente: una demanda de los obreros, o de Uds. —en fin esto es cuestión que les correspondería enfocar— a la Troisiéme, o a la ic. en el sentido de que se me facilite el desplazamiento. Al mismo tiempo, tan luego como esto se hubiere obtenido, las gestiones necesarias ante el gobierno para que se me consintiera el ingreso. Yo, por mi lado, haría gestiones parecidas. Le ruego me escriba sobre este particular, tan claramente como fuere posible. Yo estoy absolutamente decidido a abandonar París y a ir al Perú, dentro del menor plazo que fuere posible.—
Para remediar un tanto mi crisis personal, he hablado con Vallejo y Bazán sobre la posibilidad de enviar crónicas sobre política mundial, a Variedades o Mundial; ambos se muestran pesimistas y lo creen inútil. ¿Ud. no me podría aconsejar nada sobre el particular? ¿Cree que sería posible la aceptación de una colaboración más o menos permanente? Claro que ningún artículo significaría, de ninguna manera, la menor abdicación, la menor concesión de mi pensamiento de militante que combatirá sin cesar las posiciones y las tácticas de la Segunda.
Le solicito esto último en el caso de que lo primero no fuera posible de parte de Uds.—
Acabo de recibir una carta de uno de nuestros amigos que se halla en Montevideo. Le escribo ampliamente.— Asimismo escribo a Blanca Luz. Sé que C. A. Miró Q. llegará en breve a París. Manuel Seoane da la noticia, anunciando que tiene muchas cualidades “pero que es mariateguista”...
Por lo que se refiere a nuestros amigos apristas, todo vínculo está roto. Sus apreciaciones sobre H. que leo por primera vez en la copia que me adjunta Ud. son justas y quizás hasta benévolas. Conmigo, la táctica seguida— ha sido inversa: es él quien no ha contestado a mis cartas, la última de las cuales tiene fecha 22 de marzo ppdo.— En breve escribiremos una carta colectiva a todos los desterrados, historiando el desacuerdo, exhibiendo documentos y demostrando su verdadera raíz, de una manera objetiva. Pensamos hacer esto, porque la campaña epistolar que viene haciendo el jefe del Apra. —según las pruebas que tengo— es de mentira, de falsificación de los hechos y de un ataque primitivo, infantil y absurdo. Nos parece que es necesario presentar a los otros desterrados la faz que no conocen, para que así puedan juzgar libremente y tomar la posición que les sea conveniente. Le enviaré algunos ejemplares de dicha carta.—
Es probable que H. se encuentre ahora empeñado en ajetreos acerca de los laboristas: tal ha sido su plan desde hace mucho y es indudable que dadas sus relaciones con algunos círculos y con algunas gentes, no es difícil que pueda obtener el contacto que busca. En cuanto a los resultados de su labor en este sentido, no puedo augurar ni asegurar nada concreto. Este simple hecho le dirá a Ud. cuál es el camino por el que este señor se precipita, después de haber tocado todas las puertas, a fin de poder salir de su pedestal de ‘primer estudiante’, etc. para saltar al de héroe más o menos actualizado. La popularidad de Sandino no deja de entusiasmarlo, aunque él la busca menos efímera y con una derivación hacia aquélla de la que disfruta y usufructúa Irigoyen. —Por lo que a mi concepto sobre él, yo pienso que es un ‘soñador megalómano’, inteligente, audaz, ‘vivo’, conocedor de todas las triquiñuelas grandes y pequeñas del reclame, profundamente ignorante de todo lo que sea marxismo, ciencia social, etc. Su cultura, en esto es simple cultura de revista, de periódico. No hay nada serio, ni profundo. Sin embargo, no hay que subestimarlo por dos razones: la primera por la influencia —cuya magnitud desconozco— que ejerce entre los medios obreros y pequeño-burgueses revolucionarios del Perú y segundo, por sus cualidades latino-americanas de demagogo, más peligroso que Alessandri y que Irigoyen.— Tarde o temprano tendremos que librarle combate.— De lo que debe Ud. estar plenamente seguro —para su labor entre los sectores aún hayistas del Perú— es que no está, ni estará jamás con nosotros; estará en contra tanto como sus ambiciones y nuestra debilidad lo permitan. —Hay que considerarlo como enemigo.
Los camaradas aquí se han entusiasmado con sus noticias, y con las que nos han llegado por diversos conductos. Las crónicas de Montevideo y Buenos Aires contribuyen a acrecentar el fervor. La noticia de la constitución de la CGT nos ha dado un ánimo inmenso.
Hasta pronto; espero sus noticias. Por este correo van cartas para Julio, Jacinto y R.M.L.; ruégueles que me acusen recibo.—
Un fraternal abrazo de su amigo y camarada.
Eudocio Ravines

Ravines, Eudocio

Carta de Abraham Valdez, 6/5/1929

La Paz, 6 de mayo de 1929
Querido compañero Mariátegui:
En mi poder su valioso envío: 7 Ensayos y colección de Labor. Le agradezco reconocidamente por ello y las amables líneas que suscribe en el libro.
A Rómulo Meneses ya lo encontré en mi retorno. Se encuentra actualmente de viaje a Italia. Por Mario Nerval sé que recibió su libro.
Los compañeros de La Paz, reorganizados a la vuelta de varios de nosotros, hemos iniciado campaña contra la guerra. Informando a los amigos del extranjero sobre los manejos del gobierno y haciendo circular pequeños manifiestos en las demás ciudades de la Rep. y en los distritos mineros. Una de estas informaciones hemos remitido a Martínez de la Torre.
El 1° de Mayo realizamos un desfile. A pesar de la división que existe en la masa obrera, conseguimos que la manifestación fuera única. La nota saliente ha sido de protesta contra la guerra. Todos los compañeros que dirigieron la palabra, se refirieron, por consigna, a este punto. Por primera vez en Bolivia, el proletariado ha hecho conocer su oposición a la guerra. Para el resto de la población, significó esto una actitud reveladora. Para el Gob. una osadía, de la que ha debido tomar debida nota. Con todo, hicimos pública nuestra condena a los afanes bélicos de la burguesía. A nuestras palabras de descrédito a la guerra, y de solidaridad con el proletariado paraguayo, los manifestantes, respondían con firmeza y energía: “Abajo la guerra”, “guerra a la guerra”, “viva la unión Latinoamericana del proletariado!”— Esta ofensiva, la seguiremos sosteniendo. Ya se rompió el silencio y es conveniente insistir.
El obrerismo de La Paz, está dividido en dos sectores: unos gremios y sindicatos afiliados a la Fed. Obrera del Trabajo— eso es la central con cuyos dirigentes estamos de acuerdo, y la Fed. Obrera Local, arrastrada por anarquistas. Cuentan estos últimos, con mayor porcentaje de sindicatos. Sus dirigentes nada quieren saber de los intelectuales. Se cierran en un círculo obstinado de intransigencias.— Una de las causas de la preponderancia —en número— de los anarquistas, es que sus dirigentes son activos. Lo que contrasta con el abandono en que se encuentra la Fed. Obrera del Trabajo.— Pero interesados en que no perdure por más tiempo esta división y este predominio, influimos para que la F. O. del T. se reorganice con nuevos elementos y trabajo. Tengo fe que los más inteligentes anarquistas, cuando se den cuenta de la ineficacia de sus procedimientos, derivarán hacia nuestra corriente. Al Congreso Sindical de Montevideo, van delegaciones de ambos bandos. El 15 realizaremos un acto de adhesión al Congreso. En la manifestación del 1° hablamos tres universitarios: Eguino Zaballa, Natusch Velasco y el compañero que le escribe.
La Fed. Universitaria y la Asociación de Estudiantes de Secundaria, realizó el 4 de mayo una romería al Cementerio, en homenaje y recordación a los estudiantes masacrados en esa fecha el año 1927. La policía trató de impedir la romería. Pero la masa estudiantil se impuso. Realizamos pues la romería, que fue imponente. En esta ocasión también hablé, haciendo una síntesis del actual movimiento de la juventud latinoamericana. Y dándole el significado de rebeldía que tiene para la juventud boliviana el 4 de mayo (Murieron en esa ocasión cerca de 15 estudiantes, masacrados por las fuerzas de policía que trataban de impedir una manifestación de la masa estudiantil, en reclamo de haberes para sus maestros).
Posiblemente viajo a la Argentina a fines de este mes. Con Marof que también viajará a Bs. Aires, proyectamos constituir un foco de acción y propaganda en esa Rep. —Marof, en una de sus últimas correspondencias participa su viaje al sur.
Recibí carta de Malanca. Lo recuerda afectuosamente, recomendándome le escriba. Le comunicaré toda novedad gruesa que tenga.Le remito un recorte de La Razón. Vea usted como se miente en ese comunicado. También va una copia del manifiesto que hicimos circular el 1°.—En el Cuzco le hice un reportaje al Dr. Valcárcel; una de las interrogaciones que le hice se refiere a su libro. Le enviaré el recorte. Gracias nuevamente por su envío. Lo avaloro grandemente. Le estrecha con afecto su compañero
Abraham Valdez

Valdez, Abraham

Carta de la Confederación Obrera de Agricultores y Auxilios Mutuos, 12/4/1927

Lima, 12 de abril de 1927
Sr. José Carlos Mariátegui
Redactor de Amauta.
La Confederación Obrera de Agricultores de Concepción acordó en sesión extraordinaria el nombrarlo de nuestro Socio Honorario de la Confederación Obrera de Agricultores al compañero José Carlos Mariátegui por ser uno de los intelectuales, el único que se preocupa de los campesinos y obreros. ¡Dónde están esos líderes!, es tan ardua la cuestión social que solo se preocupan los hombres que piensan con independencia, como el compañero J.C. Mariátegui hasta aquí, es un héroe por que es un convencido y merecedor de sus desvelos y trabajos intelectuales nuestro Socio Honorario sabrá aquilatar el sentir de los Agricultores del Pueblo de Concepción grande honra nos será nuestra aceptación como Socio y estamos seguros de que nos será un factor importante, en nuestro seno.
Sin otro de Ud. camarada.
Por la Confederación O. de A. de Concepción
Presidente
Belarmino Venturo
Secretario General
Hipólito Salazar

Suplicamos de que se publique este oficio en Amauta, en el próximo número

Al reverso se lee:
"Dirección Secretario Juan Castilla 224"
Ya no conteste a Juan Castilla, escriba a Concepción salgo en estos días.

Confederación Obrera de Agricultores y Auxilios Mutuos

Carta de Francisco Kamat, 28/3/1927

Lima, 28 de marzo de 1927
Señor Redactor José Carlos Mariátegui
D.A.L.P. de la Amauta
Ciudad
Nosotros los que anhelamos la amplia libertad de los trabajadores de la sierra estamos nuevamente en la palestra, ya que algunos meses los nuevos políticos del partido... de esta región no han hecho nada a favor de los indígenas; desengañados pues todos los componentes de esta Federación han resuelto cambiar de táctica y nombrar nueva dirección en esa forma quedó reorganizada nuestra Federación Indígena.
Con tal motivo esperamos dar a luz un manifiesto “al pueblo Indígena”, que las imprentas de aquí se niegan a imprimir, y cuya copia le remitimos para que Uds. si tienen a bien lo publiquen.
Próximamente daremos a luz nuestro vocero que tanta falta nos hace. Ya que la prensa Obrera como Solidaridad órgano de la Unión Sindical Nacionalista no se ocupa de nuestra clase oprimida.
De los periódicos libertados por ahora no aparece ninguno porque las imprentas se niegan trabajarle por temor de la autoridad. En Otra vez en la brecha! nuevamente nuestra Federación Indígena Obrera Regional Peruana flamea al viento su símbolo de rebeldía, después de una pequeña laguna (inevitable en toda lucha) causada más que todo por la poca experiencia de la clase trabajadora de la sierra, que se dejó embaucar por unos farsantes que tenían interés en la ruina de la Federación Indígena. Pero cuando los gamonales creían definitivamente extinguida la F.I.O.R. Peruana ella nueva vuelve a alzar vigorosamente su estandarte y en gesto iracundo lanza su reto justiciero a los explotadores de la clase indígena, para exigirle los derechos que eternamente nos usurpan.
Sí, camarada; las filas de nuestra F.I.O.R.P. son numerosas y el entusiasmo y la fe son su lábaro y con tesonero afán van a luchar por su mejoramiento material, moral e intelectual. Para que el pueblo trabajador nos ayude en nuestra lucha, le decimos que nosotros no perseguimos ninguna mejora política, sea esa blanca, negra o roja; luchamos contra la política que es la peor enemiga de la clase proletaria y lleva siempre al fracaso las mejores iniciativas revolucionarias, cuyas pruebas palpables están en todas partes y el ejemplo más reciente está en la conciencia de todos nosotros.
Tenemos que tener siempre presente, grabado en nuestra mente, que la emancipación de los trabajadores de la sierra sólo se conseguirá mediante nuestro esfuerzo propio, porque ya la experiencia nos ha probado de mil maneras que recién, cuando nuestra clase ha obtenido una mejora, sólo recién los parlamentos y los gobiernos le dan fuerza de Ley.
La Federación Indígena Obrera Regional Peruana está otra vez en pie de guerra y seguirá su ruta sin desviarse un ápice del buen camino, pese al indiferentismo de los pseudo revolucionarios que con sus artimañas, quieran contrarrestar nuestra labor en bien de la libertad de los indígenas. Soy su S.S.
Por la F.I.O.R.P. soy de
Francisco Kamak
(Secretario General)

Kamak, Francisco

Carta de Jorge Pérez, 20/6/1925

Sangallaya, 20 de junio de 1925
Señor Don
José Carlos Mariátegui
Lima
Mui señor mío:
En sesión solemne del 15 del presente mes, el "Grupo Renovación", fundado últimamente en este lugar con el propósito de favorecer la cultura popular y de conocer las nuevas enseñanzas que son necesarias al obrero, resolvió, en medio de aclaramiento, hacerlo a Ud. su presidente honorario teniendo en cuenta la sinceridad de su propósito y la pureza de sus ideales.
Aunque esto de "presidente honorario" tiene una característica marcadamente artificiosa y muy usado en las corporaciones burguesas , lo empleamos ahora como una forma para exteriorizar nuestra simpatía y nuestra ayuda a la causa que Ud. y otros espíritus libres se empeñan en estos sitios.
Con la mayor consideración y respeto: ¡Saludos Maestro!
Jorge Pérez
Presidente

Pérez, Jorge

Carta de Jorge Pérez, 5/7/1925

Sangallaya, 5 de julio de 1925
Señor Don
José Carlos Mariátegui
Lima
Mui señor mío:
En sesión solemne del 2 del presente mes, el "Grupo Renovación", fundado últimamente en este lugar con el propósito de favorecer la cultura popular y de conocer las nuevas enseñanzas que son necesarias al obrero, resolvió hacerlo a Ud., en medio de aclamaciones, su presidente honorario teniendo en cuenta la sinceridad de su propósito y la pureza de sus ideales.
Aunque esto de "presidente honorario" tiene una característica marcadamente artificiosa y muy usado en las corporaciones burguesas , lo empleamos ahora como una forma para exteriorizar nuestra simpatía y nuestra ayuda a la causa que Ud. y otros espíritus libres se empeñan en estos sitios.
Con la mayor consideración y respeto: ¡Saludos Maestro!
Jorge Pérez
Presidente

Pérez, Jorge

Motivos polémicos. La crítica revisionistas y los problemas de la reconstrucción económica.

Motivos polémicos. La crítica revisionistas y los problemas de la reconstrucción económica

No se concibe una revisión -y menos todavía una liquidación- del marxismo que no intente, ante todo, una rectificación documentada y original de la economía marxista. Henri de Man, sin embargo, se contenta en este terreno con chirigotas como la de preguntarse “porqué Marx no hizo derivar la evolución social de la evolución geológica o cosmológica”, en vez de hacerla depender, en último análisis, de las causas económicas. De Man no nos ofrece ni una crítica ni una concepción de la economía contemporánea. Parece conformarse, a este respecto, con las conclusiones a que arribó Vandervelde en 1898, cuando declaró caducas las tres siguientes proposiciones de Marx: ley de bronce de los salarios, ley de la concentración del capital y ley de la correlación entre la potencia económica y la política. Desde Vandervelde, que como agudamente observaba Sorel no se consuela, (i aún con las satisfacciones de su gloriola internacional) de la desgracia de haber nacido en un país demasiado chico para su genio, hasta Antonio Graziadei, que pretendió independizar la teoría del provecho de la teoría del valor; y desde Berstein, líder del revisionismo alemán, hasta Hilferding, autor del “Finanzkapital”, la bibliografía económica socialista encierra una copiosa especulación teórica, a la cual el novísimo y espontáneo albacea de la testamentaría marxista no agrega nada de nuevo.

Henri de Man se entretiene en chicanear acerca del grado diverso en que se han cumplido las previsiones de Marx sobre la descalificación del trabajo a consecuencia del desarrollo del maquinismo. “La mecanización de la producción -sostiene De Man- produce dos tendencias opuestas: una que descalifica el trabajo y otra que lo recalifica”. Pero este hecho es obvio. Lo que importa es saber la proporción en que la segunda tendencia compensa la primera. Y a este respecto De Man no tiene ningún dato que darnos. Únicamente se siente en grado de “afirmar que por regla general las tendencias descalificadoras adquieren carácter al principio del maquinismo, mientras que las recalificadoras son peculiares de un estado más avanzado del progreso técnico”. No cree De Man que el taylorismo, que “corresponde enteramente a las tendencias inherentes a la técnica de la producción capitalista, como forma de producción que rinda todo lo más posible con ayuda de las máquinas y la mayor economía posible de la mano de obra”, imponga sus leyes a la industria. En apoyo de esta conclusión afirma que “en Norteamérica, donde nació el taylorismo, no hay una sola empresa importante en que la aplicación completa del sistema no haya fracasado a causa de la imposibilidad psicológica de reducir a los seres humanos al estado del gorila”. Esta puede ser otra ilusión de teorizante belga, muy satisfecho de que a su alrededor sigan hormigueando tenderos y artesanos; pero dista mucho de ser una aserción corroborada por los hechos. Es fácil comprobar que los hechos desmienten a De Man. El sistema industrial de Ford, del cual esperan los intelectuales de la democracia toda suerte de milagros, se basa como es notorio en la aplicación de los principios tayloristas. Ford, en su libro “Mi Vida y mi Obra”, no ahorra esfuerzos por justificar la organización taylorista del trabajo. Su libro es, a este respecto, una defensa absoluta del maquinismo, contra las teorías de psicólogos y filántropos. “El trabajo que consiste en hacer sin cesar la misma cosa y siempre de la misma manera constituye una perspectiva terrificante para ciertas organizaciones intelectuales. Lo sería para mí. Me sería imposible hacer la misma cosa de un extremo del día al otro; pero he debido darme cuenta de que para otros espíritus, tal vez para la mayoría, este género de trabajo no tiene nada de aterrante: Para ciertas inteligencias, al contrario, lo temible es pensar. Para estas, la ocupación ideal es aquella en que el espíritu de iniciativa no tiene necesidad de manifestarse”. De Man confía en que el taylorismo se desacredite, por la comprobación de que “determina en el obrero consecuencias psicológicas de tal modo desfavorables a la productividad que no pueden hallarse compensadas con la economía de trabajo y de salarios teóricamente probable”. Mas, en esta como en otras especulaciones, su razonamiento es de psicólogo y no de economista. La industria se atiene, por ahora, al juicio de Ford mucho más que al de los socialistas belgas. El método capitalista de racionalización del trabajo ignora radicalmente a Henri de Man. Su objeto es el abaratamiento del costo mediante el máximo empleo de máquinas y obreros no calificados. La racionalización tiene, entre otras consecuencias, la de mantener, con un ejército permanente de desocupados, un nivel bajo de salarios. Esos desocupados provienen, en buena parte, de la descalificación del trabajo por el régimen taylorista, que tan prematura y optimistamente De Man supone condenado.

De Man acepta la colaboración de los obreros en el trabajo de reconstrucción de la economía capitalista. La práctica reformista obtiene absolutamente su sufragio. “Ayudando al restablecimiento de la producción capitalista y a la conservación del estado actual, -afirma- los partidos obreros realizan una labor preliminar de todo progreso ulterior”. Poca fatiga debía costarle, entonces, comprobar que entre los medios de esta reconstrucción, se cuenta en primera línea el esfuerzo por racionalizar el trabajo perfeccionando los equipos industriales, aumentado el trabajo mecánico y reduciendo el empleo de mano de obra calificada.
Su mejor experiencia moderna, la ha sacado, sin embargo, Norteamérica tierra de promisión cuya vitalidad capitalista lo ha hecho pensar que “El socialismo europeo en realidad, no ha nacido tanto de la oposición contra el capitalismo como entidad económica como de la lucha contra ciertas circunstancias que han acompañado al nacimiento del capitalismo europeo: tales como la pauperización de los trabajadores, la subordinación de clases sancionada por las leyes, los usos y costumbres, la ausencia de democracia política, la militarización de los Estados, etc”. En los Estados Unidos el capitalismo se ha desarrollado libre de residuos feudales y monárquicos. A pesar de ser ese un país capitalista por excelencia, “no hay un socialismo americano que podamos considerar como expresión del descontento de las masas obreras”. El socialismo, como conclusión lógica viene a ser algo así como el resultado de una serie de taras europeas, que Norteamérica no conoce.

De Man no formula explícitamente este concepto, porque entonces quedaría liquidado no solo el marxismo sino el propio socialismo ético que, a pesar de sus muchas decepciones, se obstina en confesar. Pero he aquí una de las cosas que el lector podría sacar en claro de su alegato. Para un estudioso serio y objetivo -no hablemos ya de un socialista- habría sido fácil reconocer en Norteamérica una economía capitalista vigorosa que debe una parte de su plenitud e impulso a las condiciones excepcionales de libertad en que le ha tocado nacer y crecer, pero que no se sustrae, por esta gracia original, al sino de toda economía capitalista. El obrero norteamericano es poco dócil al taylorismo. Más aún, Ford constata su arraigada voluntad de ascensión. Más la industria yanqui dispone de obreros extranjeros que se adaptan fácilmente a las exigencias de la taylorización. Europa puede abastecerla de los hombres que necesita para los géneros de trabajo que repugnan al obrero yanqui. Por algo los Estados Unidos es un imperio; y para algo Europa tiene un fuerte saldo de población desocupada y famélica. Los inmigrantes europeos no aspiran generalmente a salir de maestros obreros remarca Mr. Ford. De Man, deslumbrado por la prosperidad yanqui, no se pregunta al menos si el trabajador americano encontrará siempre las mismas posibilidades de elevación individual. No tiene ojos para el proceso de proletarización que también en Estados Unidos se cumple. La restricción de la entrada de inmigrantes no le dice nada.

El neo-revisionismo se limita a unas pocas superficiales observaciones empíricas que no aprehenden el curso mismo de la economía, ni explican el sentido de la crisis post-bélica. Lo más importante de la previsión marxiana -la concentración capitalista- se ha realizado. Social-demócratas como Hilferding, a cuya tesis se muestra más atento un político burgués como Vaillaux. (“¡Ou va la franse?” que un teorizante socialista como Henri de Man, aportan su testimonio científico a la comprobación de este fenómeno. ¿Qué valor tienen al lado del proceso de concentración capitalista, que confiere el más decisivo poder a las oligarquías financieras y a los trusts industriales, los menudos y parciales reflujos escrupulosamente registrados por un revisionismo negativo, que no se cansa de rumiar mediocre e infatigablemente a Bernstein, tan superior evidentemente, como ciencia y como mente, a sus pretensos continuadores? En Alemania, acaba de acontecer algo en que deberían meditar con provecho los teorizantes empeñados en negar la relación de poder político y poder económico. El partido populista, castigado en las elecciones, no ha resultado, sin embargo, mínimamente disminuido en el momento de organizar un nuevo ministerio. Ha parlamentado y negociado de potencia a potencia con el partido socialista, victorioso en los escrutinios. Su fuerza depende de su carácter de partido de la burguesía industrial y financiera; y no puede afectarla la pérdida de algunos asientos en el Reichstag, ni aún si la social-democracia los gana en proporción triple.

José Carlos Mariátegui.

José Carlos Mariátegui La Chira

Réplica a Luis Alberto Sánchez. Respuesta al señor Escalante [Incompleto]

(…) deber, a esta revista, tópicos a la sección en que por el propio director de MUNDIAL ha querido situar mis estudios o apuntes sobre temas nacionales; y menos aún traigo arengas de agitador ni sermones de catequista; pero esto no quiere decir que aquí disimule mi pensamiento, sino que respeto los límites de la generosa hospitalidad que MUNDIAL me concede y de la cual mi discreción no me permitiría nunca abusar.
No es culpa mía que, -mientras de mi escritos se saca en limpio mi filiación socialista,- de los de Luis Alberto Sánchez no se deduzca con igual facilidad su filiación ideológica. Es el propio Sánchez quien se ha definido, terminantemente, como un “espectador”. Los méritos de su labor de estudioso de temas nacionales -que no están en discusión- no bastan para darle una posición en el contraste de las doctrinas y los intereses. Ser “nacionalista” por el género de los estudios, no exige serlo también por la actitud política, en el sentido limitado o particular que nacionalismos extranjeros han asignado a ese término. Sánchez, como yo, repudia precisamente este nacionalismo que encubre o disfraza un simple conservantismo, decorándolo con los ornamentos de la tradición nacional.
Y, llegados a este punto, quiero precisar otro aspecto del nexo que Luis Alberto no había descubierto entre mi socialismo de varios años -todos los de mi juventud, que no tiene por qué sentirse responsable de los episodios literarios de mi adolescencia- y mi nacionalismo recientísimo. El nacionalismo de las naciones europeas -donde nacionalismo y conservantismo se identifican y consustancian- se propone fines imperialistas. Es reaccionario y anti-socialista. Pero el nacionalismo de los pueblos coloniales -sí, coloniales económicamente, aunque se vanaglorien de su autonomía política- tiene un origen y un impulso totalmente diversos. En estos pueblos la idea de la nación no ha cumplido aún su trayectoria ni ha agotado su misión histórica. Y esto no es teoría. Si de la teoría desconfía Luis Alberto Sánchez, no desconfiaré de la experiencia. Menos aún si la experiencia está bajo sus ojos escrutadores de estudioso. Yo me contentaré de aconsejarle que dirija la mirada a la China, donde el movimiento nacionalista del Kuo Ming Tang recibe del socialismo chino su más vigoroso impulso.
Me pregunta Luis Alberto Sánchez al final de su artículo, -en el discurso del cual su pensamiento merodea por los bordes del asunto de este diálogo, sin ir al fondo- cómo nos proponemos resolver el problema indígena los que militamos bajo estas banderas de renovación. Le responderé, ante todo, con mi filiación. El socialismo es un método y una doctrina, un ideario, y una praxis. Invito a Sánchez a estudiarlos seriamente, y no solo en los libros y en los hechos sino en el espíritu que los anima y engendra.
El cuestionario que Sánchez me pone delante es -permítame que se lo diga- bastante ingenuo. ¿Cómo puede preguntarme Sánchez si yo reduzco todo el problema peruano a la oposición entre costa y sierra? He constatado la dualidad nacida de la conquista para afirmar la necesidad histórica de resolverla. No es mi ideal el Perú colonial ni el Perú incaico sino un Perú integral. Aquí estamos, he escrito al fundar una revista de doctrina y polémica, los que queremos crear un Perú nuevo en el mundo nuevo. ¿Y cómo puede preguntarme Sánchez si no involucro en el movimiento al cholo? ¿Y si este no podrá ser un movimiento de reivindicación total y no exclusivista? Tengo el derecho de creer que Sánchez no solo no toma en consideración mi socialismo sino que me juzga y contradice sin haberme leído.
La reivindicación que sostenemos es la del trabajo. Es la de las clases trabajadoras, sin distinción de costa ni de sierra, de indio ni de cholo. Si en el debate, -esto es en la teoría- diferenciamos el problema del indio, es porque en la práctica, en el hecho, también se diferencia. El obrero urbano es un proletariado; el indio campesino es todavía un siervo. Las reivindicaciones del primero, -por las cuales en Europa no se ha acabado de combatir- representan la lucha contra la burguesía; las del segundo representan aún la lucha contra la feudalidad. El primer problema que hay que resolver aquí es, por consiguiente, el de la liquidación de la feudalidad, cuyas expresiones solidarias son dos: latifundio y servidumbre. Si no reconociésemos la prioridad de este problema, habría derecho, entonces sí, para acusarnos de prescindir de la realidad peruana. Estas son, teóricamente, cosas demasiado elementales. No tengo yo la culpa de que en el Perú -y en pleno debate ideológico- sea necesario todavía explicarlas.
Y, ahora, punto final a este intermezzo polémico. Continuaré polemizando pero, como antes, más con las ideas que con las personas. La polémica es útil cuando se propone verdaderamente, esclarecer las teorías y los hechos. Y cuando no se trae a ella sino idea y móviles claros.

Respuesta al señor Escalante
Al señor Escalante -escrita la réplica a Sánchez- tengo poco que decirle. El señor Escalante sabe que no es posible trasladar esta discusión de plano doctrinal al plano político militante. Ni posible ni deseable. Porque de lo que se trata, hasta hoy, es de plantear el problema, no de resolverlo. La solución, a mi ver, pertenece al porvenir. Si el señor Escalante puede adelantarla, tanto mejor para el Perú y para el indio.
El señor Escalante, por otra parte, no me somete al interrogatorio. Comprende que nuestros principios son distintos. Y no tiene inconveniente para declararlo. Su posición es neta; la mía también. Político avisado, el señor Escalante advierte, por ejemplo, que solo debo hablar de acuerdo y a la medida de las necesidades de mi doctrina. Pero esto es lo de menos.
Mi respuesta al diputado y publicista cuzqueño, puede limitarse, por esto, a dos rectificaciones: 1º. Que yo no ha señalado el primer manifiesto del Grupo “Resurgimiento” del Cuzco precisa y específicamente como una “refutación o un desmentido contundente” al artículo “Nosotros los indios…” Me he limitado a considerarlo una respuesta, no en el sentido exclusivo que el señor Escalante supone sino en el sentido mucho más amplio de las pruebas que allega respecto a la imposibilidad práctica de resolver el problema del indio, sin destruir el gamonalismo latifundista. 2º. Que el manifiesto que se ha publicado y ha circulado en el Cuzco desde enero en pequeños folletos. Remito uno al señor Escalante para persuadirlo de la exactitud de mi aserción.
José Carlos Mariátegui

José Carlos Mariátegui La Chira

Las reivindicaciones feministas

Las reivindicaciones feministas

Laten en el Perú las primeras inquietudes feministas. Existen algunas células, algunos núcleos de feminismo. Los propugnadores del nacionalismo a ultranza pensarán probablemente: -He ahí otra idea exótica, otra idea forastera que se injerta en la mentalidad peruana.

Tranquilicemos un poco a esta gente aprensiva. No hay que ver en el feminismo una idea exótica, una idea extranjera. Hay que ver, simplemente, una idea humana. Una idea característica de una civilización, peculiar a una época. Y, por ende, una idea con derecho de ciudadanía, en el Perú, como en cualquier otro segmento del mundo civilizado.

El feminismo no ha aparecido en el Perú artificial ni arbitrariamente. Ha aparecido como una consecuencia de las nuevas formas del trabajo intelectual y manual de la mujer. Las mujeres de real filiación feminista son las mujeres que trabajan, las mujeres que estudian. La idea feminista prospera entre las mujeres de oficio intelectual o de oficio manual: profesoras universitarias, obreras. Encuentra un ambiente propicio a su desarrollo en las aulas universitarias, que atraen cada vez más a las mujeres peruanas, y en los sindicatos obreros, en los cuales las mujeres de las fábricas se enrolan y organizan con los mismos derechos y los mismos deberes que los hombres. Aparte de este feminismo espontáneo y orgánico, que recluta sus adherentes entre las diversas categorías del trabajo femenino, existe aquí, como en otras partes, un feminismo de diletantes un poco pedante y otro poco, mundano. Las feministas de este rango convierten el feminismo en un simple ejercicio literario, en un mero deporte de moda.

Nadie debe sorprenderse de que todas las mujeres no se reúnan en un movimiento feminista único. El feminismo, tiene, necesariamente, varios colores, diversas tendencias. Se puede distinguir en el feminismo tres tendencias fundamentales, tres colores sustantivos: feminismo burgués, feminismo pequeño-burgués y feminismo proletario. Cada uno de estos feminismos formula sus reivindicaciones de una manera distinta. La mujer burguesa solidariza en feminismo con el interés de la clase conservadora. La mujer proletaria consustancia su feminismo con la fe de las multitudes revolucionarias en la sociedad futura. La lucha de clases -hecho histórico y no aserción teórica- se refleja en el plano feminista. Las mujeres, como los hombres, son reaccionarias, centristas o revolucionarias. No pueden, por consiguiente, combatir juntas la misma batalla. En el actual panorama humano, la clase diferencia a los individuos más que el sexo.

Pero esta pluralidad del feminismo no depende de la teoría en sí misma. Depende, más bien, de sus deformaciones prácticas. El feminismo, como idea pura, es esencialmente revolucionario. El pensamiento y la actitud de las mujeres que se sienten al mismo tiempo feministas y conservadoras carecen, por tanto de íntima coherencia. El conservantismo trabaja por mantener la organización tradicional de la sociedad. Esa organización niega a la mujer los derechos que la mujer quiere adquirir. Las feministas de la burguesía aceptan todas las consecuencias del orden vigente, menos las que se oponen a las reivindicaciones de la mujer. Sostienen tácitamente la tesis absurda de que la sola reforma que la sociedad necesita es la reforma feminista. La protesta de estas feministas contra el orden viejo es demasiado exclusiva para ser válida.

Cierto que las raíces históricas del feminismo están en el espíritu liberal. La revolución francesa contuvo, los primeros gérmenes del movimiento feminista. Por primera vez se planteó entonces, en términos precisos, la cuestión de la emancipación de la mujer. Babeuf, el leader de la conjuración de los iguales, fue un asertor de las reivindicaciones feministas. Babeuf arengaba así a sus amigos: “No impongáis silencio a este sexo que no merece que se le desdeñe. Realzad más bien la más bella porción de vosotros mismos. Si no contáis para nada la las mujeres en vuestra república, haréis de ellas pequeñas amantes de la monarquía. Su influencia será tal que ellas la restaurarán. Si, por el contrario, las contáis para algo, haréis de ellas Cornelias y Lucrecias. Ellas os darán Brutos, Gracos y Scevolas”. Polemizando con los anti-feministas, Babeuf hablaba de “este sexo que la tiranía de los hombres ha querido siempre anonadar, de este sexo que no ha sido inútil jamás en las revoluciones”. Mas la revolución francesa no quiso acordar a las mujeres la igualdad y la libertad propugnadas por estas voces jacobinas o igualitarias. Los Derechos del Hombre, como una vez he escrito, podían haberse llamado, más bien Derechos del Varón. La democracia burguesa ha sido una democracia exclusivamente masculina.

Nacido de la matriz liberal, el feminismo no ha podido ser actuado durante el proceso capitalista. Es ahora, cuando la trayectoria histórica de la democracia llega a su fin, que la mujer adquiere los derechos políticos y jurídicos del varón. Y es la revolución rusa la que ha concedido explícita y categóricamente a la mujer la igualdad y la libertad que hace más de un siglo reclamaban en vano de la revolución francesa Babeuf y los igualitarios.

Mas si la democracia burguesa no ha realizado el feminismo, ha creado, involuntariamente las condiciones y las premisas morales y materiales de su realización. La ha valorizado como elemento productor, como factor económico, al hacer de su trabajo un uso cada día más extenso y más intenso. El trabajo muda radicalmente la mentalidad y el espíritu femeninos. La mujer adquiere, en virtud del trabajo, una nueva noción de sí misma. Antiguamente, la sociedad destinaba a la mujer al matrimonio o a la barraganía. Presentemente, la destina, ante todo, al trabajo. Este hecho ha cambiado y ha elevado la posición de la mujer en la vida. Los que impugnan el feminismo y sus progresos con argumentos sentimentales o tradicionalistas pretenden que la mujer debe ser educada solo para el hogar. Pero, prácticamente, esto quiere decir que la mujer debe ser educada solo para funciones de hembra y de madre. La defensa de la poesía del hogar es, en realidad, una defensa de la servidumbre de la mujer. En vez de ennoblecer y dignificar el rol de la mujer, lo disminuye y lo rebaja. La mujer es algo más que una madre y que una hembra, así como el hombre es algo más que un macho.

El tipo de mujer que produzca una civilización nueva tiene que ser sustancialmente distinto del que ha formado la civilización que actualmente declina. En un artículo sobre la mujer y la política, he examinado así algunos aspectos de este tema: “A los trovadores y a los enamorados de la frivolidad femenina no les falta razón para inquietarse. El tipo de mujer creado por un siglo de refinamiento capitalista está condenado a la decadencia y al tramonto. Un literato italiano, Pitigrilli, clasifica a este tipo de mujer contemporánea como, un tipo de mamífero de lujo.

Y bien, este mamífero de lujo se irá agotando poco a poco. A medida que el sistema colectivista reemplace al sistema individualista, decaerán el lujo y la elegancia feministas. La humanidad perderá algunos mamíferos de lujo; pero ganará muchas mujeres. Los trajes de la mujer del futuro serán menos caros y suntuosos; pero la condición de esa mujer será más digno. Y el eje de la vida femenina se desplazará de lo individual a lo social. La moda no consistirá ya en la imitación de una moderna Mme. Pompadour ataviada por Paquin. Consistirá, acaso, en la imitación de una Mme. Kollontay. Una mujer, en suma, costará menos, pero valdrá más”.

El tema es muy vasto. Este breve artículo intenta únicamente constatar el carácter de las primeras manifestaciones del feminismo en el Perú y ensayar una interpretación muy sumaria y rápida de la fisonomía y del espíritu del movimiento feminista mundial. A este movimiento no deben ni pueden sentirse extraños ni indiferentes los hombres sensibles a las grandes emociones de la época. La cuestión femenina es una parte de la cuestión humana. El feminismo me parece, además, un tema más interesante e histórico que la peluca. Mientras el feminismo es la categoría, la peluca es la anécdota.

José Carlos Mariátegui.

José Carlos Mariátegui La Chira

Romanones y el frente constitucional

Romanones y el Frente Constitucional

La escena política española se reanima poco a poco. El Conde de Romanones trabaja por unir a los grupos constitucionales en un frente único más o menos unánime. El fin del directorio parece próximo. El debate político obtiene de la censura un rigor más elástico. El monólogo de la “Gaceta” no acapara ya toda la atención pública. Los políticos del “viejo régimen”, después, de un largo período de cazurro silencio, pasan a la ofensiva. Se aprestan a distribuirse equitativamente ha herencia del Directorio.

El golpe de estado de Primo de Rivera no los sacó de quicio. Los partidos constitucionales no encontraron prudente ni oportuno en ese instante resistir a la dictadura. El Rey amparaba con su autoridad a los generales que la ejercían. Había que esperar, por consiguiente, que el experimento reaccionario y absolutista se cumpliese . Convenía aguardar una hora más propicia para la defensa de la Constitución y del Parlamento. Los partidos constitucionales no sentían, por el momento, ninguna urgente nostalgia de la Libertad. Aceptaban, transitoriamente, su ostracismo.

Pero a medida que se constataba el fracaso del Directorio, a medida que el humor del Rey daba señales de embarazo y de inquietud, la nostalgia de la Libertad y de la Constitución se enseñoreó en el ánimo de los partidos constitucionales. El espíritu de los políticos del "viejo régimen" se iluminó de improviso. La política del Directorio se revelaba impotente y estólida. Luego, era tiempo de declararla mal. Esta declaración, sin embargo, debía ser formulada con un poco de precaución. Por ejemplo, en una carta privada que la indiscreción del Directorio se encargaría de descubrir y denunciar al público. Don Antonio Maura empleó, con escaso éxito, este medio. El Conde de Romanones pensó entonces que, sin renunciar a ninguna de las reservas aconsejadas por el tacto y la prudencia, era el caso de utilizar contra el Directorio un instrumento público.

En esta atmósfera se incubó su libro “Las Responsabilidades del Antiguo Régimen ”, en el cual el Conde se limita a una ponderada defensa de los estadistas de la Restauración ó, mejor dicho, de los estadistas que han gobernado a España de 1875 a 1923. Libro, pues, no de ataque, sino apenas de contra-ataque. A la requisitoria acérrima y destemplada del Directorio contra la vieja política, sus ideas y sus hombres, no responde con una requisitoria contra la Reacción y sus generales. Libro de defensa lo llama en el prólogo el Conde de Romanones . “Nadie espere —advierte— encontrar en este libro ni disonancias ni estridencias; no me he propuesto contestar a unos agravios con otros, ni siquiera llamar capítulo de responsabilidades a quienes deben aceptar buena parte de las que graciosamente arrojan sobre los demás”. Acerca del Directorio, el Conde de Romanones se contenta con el augurio de que día llegará en que su libro admita una segunda parte. Al examen de la obra y de las responsabilidades de ayer seguirá el examen de la obra y de las responsabilidades de hoy.”

En grueso volumen, el Conde de Romanones hace una magra defensa del “antiguo régimen”. Con la estadística en la mano, explica cómo España, en cincuenta años, ha progresado remarcablemente. La agricultura, la industria, la minería, la banca, se han desarrollado. Los negocios prosperan. (La palabra del Conde de Romanones, pingüe capitalista, es a este respecto digna de todo crédito) . La población del reino ha aumentado considerablemente. Y no porque los españoles sean más prolíficos que antes —el aumento depende de una menor mortalidad— sino porque viven en mejores condiciones higiénicas. Es cierto que la prosperidad de España no puede absorver ni alimentar a esta sobre población; pero tal desequilibrio encuentra en la emigración un remedio automático.

España ha perdido en los últimos cincuenta años casi todos los restos de su poder colonial. El Conde de Romanones se ve obligado a constatar. Mas se consuela con la satisfacción de que España instalada en el consejo de la Sociedad de Naciones, se encontraba en 1922 menos aislada que en 1875.

En materia de política interna, el Conde tiene motivos para mostrarse menos optimista respecto a los resultados de medio siglo de beata monarquía constitucional. No puede hablar, apoyándose en datos estadísticos y en hechos históricos, de un extraordinario progreso democrático. La democracia, no ha echado raíces en España. El leader liberal lo reconoce melancólicamente. Un hecho histórico de filiación inequívoca —la dictadura de Primo de Rivera— desvanece toda ilusión sobre la realidad de la democracia española. Malgrado su inagotable optimismo, el Conde de Romanones tiene que conformarse con esta pobre realidad que, desgraciadamente, no puede ser contradicha, o atenuada al menos, por la estadística. Observa con tristeza que “antes se moría por la libertad, por ella se afrontaban persecuciones, mientras que hoy. . . hoy los nietos de aquellos que murieron o estuvieron dispuestos
a morir por la libertad, niegan esa libertad. La crisis de la libertad— una de las crisis contemporáneas— consterna al Conde. Un viejo y ortodoxo liberal no puede explicársela. Le resulta absolutamente inasequible e impenetrable la idea de que la libertad no es el mito de esta época. O, mas bien, de que la libertad tiene ahora otro nombre. La libertad jacobina y monárquica del conde millonario no
es, ciertamente, la libertad del Cuarto Estado. Al proletariado socialista no le interesa demasiado la libertad cara al Conde de Romanones. El Conde piensa que "un pueblo que permanece insensible ante la negación de su Estatuto fundamental y de las garantías más esenciales para su derecho y su vida, es un pueblo que no puede ofrecer apoyo al gobierno para emprender una obra de aliento". Pero este es un mero error de perspectiva histórica. Las muchedumbres contemporáneas, insensibles a su Estatuto fundamental, más insensibles todavía al verbo del Conde Romanones, no creen ya que el régimen monárquico-constitucional-parlamentario les asegure las “garantías esenciales para su derecho y su vida”. Hacia la reivindicación de otras garantías, que no son las que bastan al Conde de Romanones, se mueven hoy las masas.

El propio conde por otra parte, se muestra al Conde de Romanones, dispuesto a sacrificar prácticamente muchos de los principios de su liberalismo. Propugna actualmente la formación de un frente único constitucional. En este frente único se confundirían y se amalgamarían liberales y conservadores de todos los matices. Confusión y amalgama que ya se ha ensayado y practicado otras veces en España en servicio de las mismas instituciones: monarquía y parlamento. Confusión y amalgama que, en estos tiempos, no constituyen además la conciliación de dos términos antitéticos y contrarios. Los términos liberalismo y conservadorismo han perdido su antiguo sentido histórico. Entre liberales y conservadores no existe hoy ninguna diferencia insuperable. La política de los liberales no se distingue fundamentalmente de la política de los conservadores. Ante la cuestión social, conservadores y liberales tienen casi la misma posición y el mismo gesto. El Conde de Romanones lo admite en varias páginas de su libro al constatar que la reforma social no ha marchado en España mas a prisa bajo los gobiernos liberales que bajo los gobiernos conservadores. Puede agregarse que teóricamente los liberales se encuentran a veces más embarazados que los conservadores para una política de reforma social. Sus ideas individualistas les impiden, frecuentemente, adaptarse a la concepción “intervencionista” del Estado.

El Conde de Romanones da en cambio en el blanco cuando dispara en vano y absurdo empeño de los hombres del Directorio de crear, con el título de Unión Patriótica y sobre una caótica base, un partido nuevo. “Intentar substituir —escribe— los antiguos partidos por otros impuestos de arriba a abajo, es contra naturaleza, es una monstruosidad política y social, que empéñese quien se empeñe, no fructificará. Porque los partidos tienen su biología, que no depende de los caprichos de los hombres ni de las arbitrariedades de los gobernantes. Y la primera ley reguladora de esa biología, es que nacen y crecen de abajo arriba”.

No es posible, sin embargo, que Romanones se persuada de que los viejos partidos están, más o menos, en el mismo caso. Sus raíces históricas se han envejecido, se han secado. Ha dejado de alimentarlas el “humus” del suelo. El Conde de Romanones no ignora, probablemente, estas cosas; pero necesita, de todos modos, negarlas. Y de ahí que invite a todos los grupos constitucionales a la reconquista del gobierno bajo la bandera de la Constitución y la Monarquía. Puesto que la España nueva no está aún madura, la España vieja reivindica su derecho a la vida y al poder. El panfleto antimonárquico de Blasco Ibáñez conviene a Ios fines de los
políticos y los partidos que se turnaban hasta 1923 en el gobierno de España. El inocuo y literario republicanismo de Blasco
Ibáñez llega a tiempo para probar la irrealidad del peligro republicano; pero llega a tiempo también para intimar a la Monarquía la vuelta a la Constitución. Los liberales y los demócratas españoles se complacen de esta ocasión de ofrecerse al Rey y de comprometerse a no pedirle cuentas por el golpe de Estado de septiembre. El "intermezzo" despótico, militar y reaccionario del Directorio será, en su recuerdo, una alegre aventura, una escapada nocturna de un rey un poco truhán y un poco bohemio.

Acaso por esto, más que por la censura, Romanones y el frente constitucional no manifiestan mucha agresividad contra el Directorio. El Directorio, después de todo, como anoté en otro artículo, no es sino un episodio, una anécdota de la “vieja política”. Los cincuenta años de política y administración mediocres, que el Conde de Romanones revista en su libro, tienen en el Directorio su fruto más genuino. El golpe de Estado de setiembre ha germinado en la entraña de la “vieja política”. Ni el “antiguo régimen” puede renegar al Directorio. Ni el Directorio puede renegar al “antiguo régimen”. El frente constitucional tiene, en el fondo, ante los problemas de España, la misma actitud que Primo de Rivera y sus generales. Romanones no propone ninguna solución nueva, ningún remedio radical. El programa del frente constitucional es sólo un programa negativo. Se dirige a una meta asaz modesta: la restauración
de la Restauración. En esta receta simplista parece condensarse y agotarse todo el ideal, todo el impulso y toda la doctrina
de los “léaders” del régimen constitucional.

José Carlos Mariátegui

José Carlos Mariátegui La Chira

Pablo Iglesias

La figura de Pablo Iglesias domina la historia del partido socialista español. Iglesias ha ocupado hasta su muerte su puesto de jefe. El partido socialista español es una obra suya. Los intelectuales, los abogados que, enrolados en sus filas en su periodo de crecimiento, constituyen presentemente su estado mayor, no han sabido renovar su espíritu ni ensanchar su programa. Han adoptado la teoría y la práctica del antiguo y patriarcal tipógrafo.
Esto quiere decir, sin duda, que el edificio construido por Iglesias en su austera y paciente vida es un edificio sólido. Pero nada más que sólido. Trabajo de buen albañil más bien que de gran arquitecto. Iglesias se preocupó sobre todo de dar a su partido un crecimiento seguro y prudente. Se propuso hacer un partido; no una revolución.
El mérito de su labor no puede ser contestado. En un país donde el industrialismo, el liberalismo, el capitalismo tenían un desarrollo exiguo, Iglesias consiguió establecer y acreditar una agencia de la Segunda Internacional, con el busto de Karl Marx en la fachada. En torno del busto de Marx, sino de la doctrina, agrupó a los obreros de Madrid, separándolos, poco a poco, de los partidos de la burguesía. Organizó un partido socialista, fuerte y compacto, que con su sola existencia afirmó la posibilidad y la necesidad de una revolución y decidió a muchos intelectuales a colocarse al flanco del proletariado.
En esta obra, Iglesias probó sus condiciones de organizador. Era de la estirpe clásica de la Segunda Internacional. Se puede encontrar vidas paralelas a la suya en todas las secciones de la social-democracias pre-bélica. Como Ebert, procedía del taller. Sabía bien que su misión no era de ideólogo sino de propagandista.
Para atraer al socialismo a las masas obreras, redujo las reivindicaciones socialistas casi exclusivamente al mejoramiento de los salarios y a la disminución de las horas de trabajo. Este método le permitió crear una organización obrera; pero le impidió insuflar en esta organización un espíritu revolucionario. La táctica de Pablo Iglesias, por otra parte, parecía consultar solo las condiciones por las tendencias de los obreros de Madrid.
Únicamente en Madrid llegó el socialismo a representar una gran fuerza. El partido socialista español podía haberse llamado en verdad partido socialista madrileño. Iglesias no supo encontrar las palabras de orden precisas para conquistar al proletariado campesino. Y ni aún en el proletariado industrial supo prevalecer. Barcelona se mantuvo siempre fuera de su influencia. El proletariado catalán adoptó los principios del sindicalismo revolucionario francés, más o menos deformados por un poco de espíritu anarquista.
El partido socialista habría podido, sin embargo, asumir una función decisiva en la historia de España cuando la guerra inauguró un nuevo periodo histórico, si la preparación espiritual y doctrinaria de sus masas y sobre todo de su categoría dirigente hubiese sido mayor. La guerra aceleró el proceso de anquilosamiento de los viejos partidos españoles. Luego, la revolución rusa sacudió fuertemente los ánimos. Entre los intelectuales se propagó un sentimiento filo-socialista. Pero esta situación sorprendía impreparado al partido de Pablo Iglesias. Y los elementos intelectuales que se habían incorporado en él no eran capaces de tomar en sus propias manos el timón. El momento que se planteó la cuestión de la adhesión a la Tercera Internacional la gran mayoría del partido se manifestó dispuesta a continuar todavía empleando el viejo recetario de Iglesias.
Iglesias desconfiaba un poco de los intelectuales. Temía sin duda entre otras cosas que transtornasen y transformaran su política. Pero en sus últimos años la experiencia debe haberle demostrado que los intelectuales eran bastante inferiores a ese temor. La prosa política de Besteiro, Largo Caballero, Fernando de los Ríos, etc. Es más literaria y más elegante que la de Pablo Iglesias pero en el fondo no es más nueva. El partido socialista español no ha logrado franquearse un nuevo camino.
La situación actual de España parece favorecerlo. Los elementos jóvenes de la pequeña burguesía no pueden ya dejarse seducir por los gastados y ancianos señuelos de las izquierdas burguesas. El partido socialista, libre de las responsabilidades de la vieja política, resulta un campo de concentración en el cual muchos de los que tratan de desentrañar oportunamente el porvenir comienzan a poner los ojos. La quiera del anarco-sindicalismo, que ha perdido a sus conductores más dinámicos e inteligentes, coloca a los obreros ante el dilema de escoger entre la táctica socialista y la táctica comunista.
Pero para moverse con eficacia, en esta situación, el partido socialista necesita más que nunca un rumbo nuevo. Con Iglesias, con Ebert, con Branting, etc. Ha tramontado definitivamente una época del socialismo. En estos tiempos en que la burguesía, sintiéndose seriamente amenazada, deroga o suspende sus propios códigos, no sirve de nada la certidumbre de poder ganar, por ejemplo, en las próximas elecciones, las diputaciones de Madrid.
Pablo Iglesias desaparece en un instante en que a su partido le toca afrontar problemas insólitos. Para debatirlos y resolverlos acertadamente, su experiencia y su consejo no eran ya últimamente, no eran ya útiles. El proletariado español debe buscar y encontrar, por sí mismo, otro camino. Puede ser que en alguna de las cárceles de Primo de Rivera esté madurando el nuevo guía.

José Carlos Mariátegui.

José Carlos Mariátegui La Chira

Hilferding y la social-democracia alemana

Mala fortuna tienen, en esta época, las “ententes”. La Entente anglo-franco-italiana, desavenida y descompaginada, cruje periódica y ruidosamente. La entente entre Stinnes y la social-democracia alemana resulta también una unión morganática frágil y quebradiza. Las relaciones entre los populistas y los socialistas alemanes son corteses en la mañana, contenciosas en la tarde. A consecuencia de estos malos humores consuetudinarios se desplomó dramáticamente el ministerio Stressemann-Hilferding.
A la crónica de esa crisis ministerial -de la cual ha salido galvanizada y remendada la híbrida coalición industrial-socialista- está muy vinculado el nombre de Rudolph Hilferding, uno de los leaders primarios, uno de los conductores sustantivos de la social-democracia alemana. La figura de Hilferding, agriamente contrastada durante la crisis ministerial, tiene así contornos de actualidad y relieves de moda. Su presentación en este proscenio hebdomadario de personajes y escenas mundiales es oportuna, además, para enfocar a la socialdemocracia en una postura difícil de su historia.
La política de Hilferding en el ministerio de finanzas obedecía a la necesidad de apaciguar la agitación y la miseria de las masas. Tendía, por esto, a revalorizar el marco y a fiscalizar los precios de la alimentación popular. Hilferding proyectaba que el Estado se incautase de todas las divisas extranjeras existentes en Alemania. Decretó la declaración forzosa de estos valores por sus propietarios. Y amenazó a los remisos con severos castigos. Esta política fiscal atacaba el interés de los rentistas, de los agricultores y de otros acaparadores habituales de monedas extranjeras. Una gran parte de la burguesía alemana ululó contra la demagogia financiera del ministro-socialista. No se trataba, en verdad, de un caso de demagogia personal. Hilferding actuaba conminado por las masas, desconfiadas y malcontentas del entendimiento con Stinnes, defensoras vigilantes de la jornada de ocho horas. Pero las críticas eran inevitablemente nominativas. Y apuntaban contra Hilferding. Vino la fractura del bloque populista-socialista. Se predijo la imposibilidad de soldarlo y la inminencia de que brotara de la crisis una dictadura. Un frente único de todos los partidos burgueses -pangermanistas, populistas, católicos y demócratas- bajo el auspicio y la dirección de Stresemann. Pero los católicos y los demócratas -tendencialmente centristas y transaccionales- opinaron por la reconstrucción de un gobierno parlamentario emanado de la mayoría del Reichstag. Estas sugestiones centristas coincidieron con recíprocas concesiones de populistas y socialistas y promovieron la reconstitución del antiguo bloque mixto. Surgió así el actual gabinete Stressemann. La estructura parlamentaria de este gabinete es la misma del gabinete anterior; pero su personal es un poco diverso. Hilferding, por ejemplo, no ha vuelto al ministerio de finanzas.
Hilferding es uno de los economistas máximos de la social-democracia. (El viejo Berstein marcha hacia su jubilación.) El grupo socialista del Reichstag considera a Hilferding su mejor experto, su mejor técnico de finanzas. Una tarde, en el Reichstag, conversando con Breischeidt -otro leader de la social-democracia actualmente candidato al ministerio de negocios extranjeros- quise de él algunos esclarecimientos concretos sobre el programa financiero del grupo socialista. Olvidaba la tendencia de los alemanes a la especialización, al tecnicismo, al encasillamiento. Breischeidt, especialista en cuestiones extranjeras, no se reconocía capacidad para hablar de cuestiones económicas. Y me remitió al especialista, al perito: —Vea Ud. a Hilferding. Hilferding le expondrá nuestros puntos de vista. Presentado por Breischeidt, conocí a Hilferding. El marco -era el mes de noviembre del año último- caía vertiginosamente. Seguía la vía de la corona austriaca y del rublo moscovita. Hilferding estudiaba los medios de estabilizarlo. Nuestra conversación, inactual ahora, versó sobre este tópico.
Antiguo estudioso de economía, Hilferding es un exégeta original y hondo de las tesis económicas de Marx. Es autor de un libro notable, “El capital financiero”, dedicado al examen de los fenómenos de la concentración capitalista. Hilferding observa en este libro que la concentración capitalista está cumplida en los países de economía desarrollada. En Alemania, por ejemplo, la producción se encuentra casi totalmente controlada por los grandes bancos. Y por consiguiente, la simple socialización de estos sería la inauguración del régimen colectivista. El “Finanzkapital” interesó mucho a la crítica marxista. Y colocó a Hilferding en los rangos más conspicuos de la social-democracia.
La posición de Hilferding en el socialismo alemán ha sido, en un tiempo, una posición de izquierda y de vanguardia. Pero Hilferding no ha jugado nunca un rol tribunicio ni tumultuario. Se ha comportado siempre exclusivamente como un hombre de estado mayor. Ha sido invariablemente un estadista científico, terso, gélido, cerebral; no ha sido un tipo de conductor ni de caudillo. Durante la guerra, el grupo socialista del Reichstag se cisionó. Una minoría, acaudillada por Liebnecht, Dittmann, Hilferding, Crispien, Haase, declaró su oposición a los créditos bélicos. Y asumió una actitud hostil a la guerra. La mayoría expulsó de las filas de la social-democracia a los diputados disidentes. Entonces la minoría fundó un hogar aparte: el partido socialista independiente. En 1918, emergió de la revolución alemana una tercera agrupación socialista: los comunistas o espartaquistas de Karl Liebnecht y Rosa Luxemburgo. Los socialistas independientes ocuparon una posición centrista e intermedia. Diferenciaron su rumbo del de los socialistas mayoritarios y del de los comunistas. Hilferding dirigía el órgano de la facción: “Die Freiheit”. En 1920, los socialistas independientes tuvieron en Halle su congreso histórico. Deliberaron sobre las condiciones de adhesión a la Tercera Internacional y de unión a los comunistas. Una fracción, encabezada por Hoffmann, Stoecker y Daumig propugnaba la aceptación de las condiciones de Moscou; otra fracción, encabezada por Hilferding, Crispien y Ledebour, la combatía. Zinoview, a nombre de la Tercera Internacional, asistió al congreso. Hilferding, orador oficial de la fracción esquiva y secesionista, polemizó con el leader bolchevique. El congreso produjo el cisma. La mayoría de los delegados votó por la adhesión a Moscou. Trescientos mil afiliados abandonaron los rangos del partido socialista independiente para sumarse a los comunistas. El resto de la agrupación reafirmó su autonomía y su centrismo. Pero aligerado de su lastre revolucionario, empezó muy pronto a sentir la atracción del viejo hogar social-democrático. En el proletariado no existen sino dos intensos campos de gravitación: la revolución y la reforma. Los núcleos desprendidos de la revolución están destinados, después de un intervalo errante, a ser atraídos y absorbidos por la reforma. Esto le aconteció a los socialistas independientes de Alemania. En octubre del año pasado reingresaron en los rangos de la socialdemocracia y del “Vorvaerts”. Y extinguieron la cismática “Freiheit”. Únicamente Ledebour y otros socialistas, bizarramente secesionistas y centrífugos, se resistieron a la unificación.
Hilferding está clasificado, dentro del socialismo europeo, como uno de los representantes de la ideología democrática y reformista. En la polémica, en la controversia entre bolchevismo y menchevismo, entre la Segunda y la Tercera Internacional, la posición de Hilferding no ha sido rigurosamente la misma de Kautsky. Hilferding ha tratado de conservar una actitud virtualmente revolucionaria. Ha impugnado la táctica “putschista” e insurreccional de los comunistas; pero no ha impugnado su ideología. Ha disentido de la praxis de la Tercera Internacional; pero no ha disentido explícitamente de su teoría. Ha dicho que era necesario crear las condiciones psicológicas, morales, ambientales de la revolución. Que no bastaba la existencia de las condiciones económicas. Que era elemental y primario el orientamiento espiritual de las masas. Pero esta dialéctica no era sino formal y exteriormente revolucionaria. Malgrado sus reservas mentales, Hilferding es un social-democrático, un social-evolucionista; no es un revolucionario. Su localización en la social-democracia no es arbitraria ni es casual.
Zinoview, en su prosa beligerante, polémica y agresiva, define así al autor del “Finazkapital”: “Hilferding es una especie de subrogado de Kautsky. Y el Hilferding enmascarado es más aceptable que el Kautsky tontamente sincero. Sus relaciones con banqueros y agentes de bolsa han desarrollado en Hilferding una elasticidad que no posee su maestro Kaustky. Hilferding esquiva con una facilidad extraordinaria las cuestiones difíciles. Sabe callar ahí donde Kautsky profiere abiertamente insulceses contrarrevolucionarias. En una palabra, es adaptable, elástico y prudente.”
Pero este Hilferding, mordazmente excomulgado y descalificado por la extrema izquierda, resulta, naturalmente, un peligroso y disolvente demagogo para la extrema derecha. Su caída del ministerio de finanzas, por ejemplo, es un efecto de la incandescente ojeriza reaccionaria y conservadora. El compromiso, la transacción entre la alta industria y la social-democracia, se tasaron sobre el interés precariamente común de una política de saneamiento del marco y de mitigamiento del hambre y la miseria. La requisición de valores extranjeros de propiedad particular y la fiscalización de los precios de los granos y las legumbres no molestaban a Stinnes ni a la alta industria. Pero herían intensamente a las varias jerarquías de agricultores, de comerciantes, de intermediarios y de especuladores, interesados en sustraer sus divisas extranjeras y sus precios al control del Estado. Y la social-democracia, en tanto, no podía renunciar a estas medidas elementales. Al mismo tiempo, no podía avenirse pasivamente a la abolición de la jornada de ocho horas ni al abandono de los ferrocarriles ni de los bosques demaniales a un trust privado. Aquí comenzó el choque, el conflicto entre los socialistas y los populistas. Este choque, este conflicto reaparecen en la cuestión de la emisión de una nueva moneda. A este respecto, los puntos de vista de la industria y de la agricultura, de los populistas y de los pangermanistas, casi coinciden y convergen. Helferich, leader del partido de los junkers y los terratenientes, propone la creación de un banco privado que emita una moneda estable respaldada con cereales y oro por la agricultura y la industria. Los industriales planean un banco de emisión con un capital de quinientos millones de marcos oro cubierto con suscriciones de la industria y del capital extranjero. Ambos proyectos trasladan del Estado a los particulares la función de emitir moneda. Esta es su característica esencial. Ahora bien. Los socialistas quieren absolutamente que la emisión de una moneda estable sea efectuada por el Estado a base de enérgicas imposiciones a la gran propiedad. Un compromiso, un acuerdo resultan, por tanto, asaz difíciles y problemáticos. El capitalismo alemán intenta asumir directamente las funciones económicas del Estado. Pretende, en suma, separar el Estado económico del Estado político. La crisis del Estado contemporáneo, del Estado democrático se dibuja aquí en sus contornos sustanciales. El capitalismo alemán dice que, si no es independizada del Estado, la emisión del marco, estará sujeta a nuevos exorbitantes inflamientos. Los ingresos del Estado no alcanzan a cubrir ni un quince por ciento de los egresos. El Estado, por consiguiente no dispone de otro recurso que la impresión constante, vertiginosa, desenfrenada de papel moneda. Estas observaciones descubren, indirectamente, la intención de los capitalistas. Despojado de la función de emitir moneda, subordinado a los auxilios voluntarios de los capitalistas, el Estado caería en la bancarrota, en la falencia, en la miseria. Tendría que reducir al límite más modesto sus servicios y sus actividades. Tendría que licenciar a un inmenso ejército de funcionarios, empleados y trabajadores. La industria privada se libraría de la concurrencia del Estado empresario en el mercado del trabajo. Los acreedores de Alemania -Francia, etc.- no pudiendo negociar ni pactar con el Estado insolvente y mendigo, negociarían y pactarían directamente con los trusts verticales.
Los leaders de la social-democracia no pueden aceptar esta política plutocrática. La burguesía alemana tiende, por eso, a una dictadura de las derechas. Y su actitud estimula en el proletariado la idea de una dictadura de las izquierdas. El gabinete de Stressemann puede ser muy bien el último gabinete parlamentario de Alemania. La tendencia histórica contemporánea es la tendencia al gobierno de clase. La situación del mundo se opone a que prospere la política de la transacción, de la reforma y del compromiso. Y la crisis de esta política, que es la crisis de la democracia, condena al ostracismo del poder y de la popularidad a los hombres de filiación democrática y reformista.

José Carlos Mariátegui

José Carlos Mariátegui La Chira

Carta de Guillermo Korn, 15/02/1929

Buenos Aires, febrero 15 de 1929

Ciudadano José Carlos Mariátegui

Estimado amigo:
Con motivo de la fiesta del trabajo, LA VANGUARDIA editará, el 1º de Mayo, un suplemento extraordinario en el cual desea ofrecer un conjunto de colaboraciones originales de los amigos del diario. Como usted se encuentra entre ellos, contamos con un envío suyo, dejando a su iniciativa el tema y el carácter de la colaboración. En el suplemento del 1 de Mayo caben cuentos, poesías, ensayos biográficos, críticos, literarios, artísticos o sociales y cualquier otra nota de interés general.
Usted conoce bien las líneas generales dentro de las que se desenvuelve la orientación del diario y, en consecuencia, sabemos que es innecesario agregar otra indicación más que encarecerle limite su envío a una extensión aproximada a 2 páginas, a lo sumo, de nuestro Suplemento dominical y lo acompañe de su fotografía y de cualquier otra nota gráfica que pueda ilustrar el tema des­ arrollado.
La fecha para el envío no debe pasar del 1º de Abril, pues necesita­mos disponer de 30 días para la composición y armado del Suplemento del 1º de Mayo que, por lo menos, tendrá 62 páginas.
Le rogamos que nos conteste señalándonos el tema escogido y su exten­sión probable, por medio de la tarjeta adjunta, a la brevedad posible.
Anticipándole nuestro agradecimiento, lo saludamos muy cordialmente

Guillermo Korn
Secretario de Redacción

Korn, Guillermo

El sentido histórico de las elecciones inglesas

El sentido histórico de las elecciones inglesas

El experimento gubernamental del laborismo ha terminado. Las elecciones últimas han arrojado del poder a los hombres de la Fabian Society y del Labour Party. La mayor parte, de la burguesía saluda exultante este acontecimiento. Alborozada por los resultados del escrutinio, no se cuida de averiguar su precio.

Pero seria y objetivamente consideradas, las elecciones inglesas son un hecho histórico mucho más trascendente, mucho más grave que una mera victoria de los viejos "tories". Significan la liquidación definitiva del secular sistema político de los "wiggs" y los "tories". Este sistema bipartito funcionó, más o menos rítmicamente, hasta la guerra mundial. El post-guerra aceleró el engrosamiento del partido laborista y produjo, provisoriamente, un sistema tripartito. En las elecciones de 1923 ninguno de los tres partidos consiguió mayoría parlamentaria. Llegaron así los laboristas al poder que han ejercido controlados no por una sino por dos oposiciones. Su gobierno ha sido un episodio transitorio dependiente de otro episodio transitorio: el sistema tripartito.

Con las nuevas elecciones no es sólo el gobierno lo que cambia en Inglaterra. Lo que cambia, sobre todo, íntegramente, es el argumento y el juego de la política británica. Ese argumento y ese juego no son ya, una dulce beligerancia y un cortés diálogo entre conservadores y liberales. Son ahora un dramático conflicto y una acérrima polémica entre la burguesía y el proletariado. Hasta la guerra, la burguesía británica dominaba íntegramente la política nacional, desdoblada en dos bandos, en dos facciones. Hasta la guerra se dio el lujo de tener dos ánimas, dos mentalidades y dos cuerpos. Ahora ese lujo, por primera vez en su vida, le resulta inasequible. Estos terribles tiempos de carestía la constriñen a la economía, al ahorro, a la cooperación.

Los que actualmente tienen derecho para sonreír son, por ende, los críticos marxistas. Las elecciones inglesas confirman las aserciones de la lucha de clases y del materialismo histórico. Frente a frente no están hoy, como antes, dos partidos sino dos clases.

El vencido no es el socialismo sino el liberalismo. Los liberales y conservadores han necesitado entenderse y unirse para batir a los laboristas. Pero las consecuencias de esté pacto las han pagado los liberales. A expensas de los liberales los conservadores han obtenido una mayoría parlamentaria que les consentirá acaparar solos el gobierno. Los laboristas han perdido diputaciones que los conservadores y liberales no les han disputado esta vez separada sino mancomunadamente. El conchabamiento de conservadores y liberales ha disminuido su poder parlamentario; no su poder electoral. Los liberales, en tanto, han visto descender junto con el número de sus diputados el número de sus electores. Su clásica potencia parlamentaria ha quedada prácticamente anulada. El antiguo partido liberal ha dejado de ser un partido de gobierno. Privado hasta de su leader Asquith, es actualmente una exigua y decapitada patrulla parlamentaria, casi cuatro veces menor que el joven partido laborista.

Este es, evidentemente, el sino del liberalismo en nuestros tiempos. Donde el capitalismo asume la ofensiva contra la revolución, los liberales son absorbidos por los conservadores. Los liberales británicos han capitulado hoy ante los "tories" como los liberales italianos capitularon ayer ante los fascistas. También la era fascista se inauguró con el consenso de la mayoría del liberalismo de Italia La burguesía deserta en todas partes del liberalismo.

La crisis contemporánea es una crisis del Estado demo-liberal. La Reforma protestante y el liberalismo han sido el motor espiritual y político de la sociedad capitalista. Quebrantando el régimen feudal, franquearon el camino a la economía capitalista, a sus instituciones y a sus máquinas. El capitalismo necesitaba para prosperar que los hombres tuvieron libertad de conciencia y libertad individual. Los vínculos feudales estorbaban su crecimiento. La burguesía abrazó, en consecuencia, la doctrina liberal. Armada de esta doctrina abatió la feudalidad y fundó la democracia. Pero la idea liberal es esencialmente una idea crítica, una idea revolucionaria. El liberalismo puro tiene siempre alguna nueva libertad que conquistar y alguna nueva revolución que proponer. Por esto, la burguesía, después de haberlo usado contra la feudalidad y sus tentativas de restauración, empezó a considerarlo excesivo, peligroso e incómodo. Mas el liberalismo no puede ser impunemente abandonado. Renegando la idea liberal, la sociedad capitalista reniega sus propios orígenes. La reacción conduce como en Italia a una restauración anacrónica de métodos medievales. El poder político, anulada la democracia, es ejercido por condotieres y dictadores de estilo medieval. Se constituye, en suma, una nueva feudalidad. La autoridad prepotente y caprichosa de los condottieres, –que a veces se sienten cruzados, que son en muchos casos gente de
mentalidad, mística, aventurera y marcial– no coincide, frecuentemente, con los intereses de la economía capitalista. Una parte de la burguesía, como acontece presentemente en Italia, vuelve con nostalgia los ojos a la libertad y a la democracia.

Inglaterra es la sede principal de la civilización capitalista. Todos los elementos de este orden social han encontrado ahí el clima más conveniente a su crecimiento. En la historia de Inglaterra se conciertan y combinan, como en la historia de ningún otro pueblo, los tres fenómenos solidarios o consanguíneos, capitalismo, protestantismo y liberalismo. Inglaterra es el único país donde la democracia burguesa ha llegado a su plenitud y donde la idea liberal y sus consecuencias económicas y administrativas han alcanzado todo desarrollo. Más aún. Mientras el liberalismo sirvió de combustible del progreso capitalista, los ingleses eran casi unánimemente liberales. Poco a poco, la misma lucha entre conservadores y liberales perdió su antiguo sentido. La dialéctica de la historia había vuelto a los conservadores algo liberales y a los liberales algo conservadores. Ambas facciones continuaban chocando y polemizando, entre otras cosas porque la política no es concebible de otro modo. La política, como dice Mussolini, no es un monólogo. El gobierno y la oposición son dos fuerzas y dos términos idénticamente necesarios. Sobre todo, el partido liberal alojaba en sus rangos a elementos de la clase media y de la clase proletaria, espontáneamente antitéticos de los elementos de la clase capitalista reunidos en el partido conservador. En tanto que el partido liberal conservó este contenido social, mantuvo su personalidad histórica. Una vez que los obreros se independizaron, una vez que el Labour Party entró en su mayor edad, concluyó la función histórica del partido liberal. El espíritu crítico y revolucionario del liberalismo trasmigró del partido liberal al partido obrero. La facción, escindida primero, soldada después, de Asquith y Lloyd George, dejó de ser el vaso o el cuerpo de la esencia inquieta y volátil del liberalismo. El liberalismo, como fuerza critica, como ideal renovador, se desplazó gradualmente de un organismo envejecido a un organismo joven y ágil. Ramsay Mac Donald, Sydney Webb, Philip Snowden, tres hombres sustantivos del ministerio laborista que acaba de caer, proceden espiritual e ideológicamente de la matriz liberal. Son los nuevos depositarios de la potencialidad revolucionaria del liberalismo. Prácticamente los liberales y los conservadores no se diferencian casi en nada. La palabra liberal, en su acepción y en su uso burgueses, es hoy una palabra vacía. La función de la burguesía no es ya liberal sino conservadora. Y, justamente por esta razón, los liberales ingleses no han sentido ninguna repugnancia para conchabarse con los conservadores. Liberales y conservadores no se confunden y uniforman al azar, sino porque entre unos y otros han desaparecido los antiguos motivos de oposición y de contraste.

El antiguo liberalismo ha cumplido su trayectoria histórica. Su crisis se manifiesta con tanta evidencia y tanta intensidad en Inglaterra, precisamente porque en Inglaterra el liberalismo ha arribado a su más avanzado estadio de plenitud. No obstante esta crisis, no obstante el gobierno conservador que acaba de darse, Inglaterra es todavía la nación más liberal del mundo. Inglaterra es aún el país del libre cambio. Inglaterra es, en fin, el país donde las corrientes subversivas prosperan menos que en ninguna parte por falta de resistencia y de persecución. Los más incandescentes oradores comunistas ululan contra la burguesía en Trafalgar Square y en Hyde Parck en la entrada de Londres. La Reacción en una nación de este grado de democracia no puede vestirse como la reacción italiana ni puede pugnar por la vuelta de la feudalidad con cachiporra y "camisa negra". En el caso británico, la reacción es tal no tanto por el progreso adquirido que anula como por el progreso naciente que frustra o retarda.

El experimento laborista, en suma, no ha sido inútil, no ha sido estéril. Lo será, acaso, para los beocios que creen que una era socialista se puede inaugurar con un decreto. Para los hombres de pensamiento no. El fugaz gobierno de Mac Donald ha servido para obligar a los liberales y a los conservadores a coaligarse y para liquidar, por ende, la fuerza equívoca de los liberales. Los obreros ingleses, al mismo tiempo, se han curado un poco de sus ilusiones democráticas y parlamentarias. Han constatado que el poder gubernamental no basta para gobernar un país. La prensa es, por ejemplo, otro de los poderes de que hay que disponer. Y, como lo observaba hace pocos años Caillaux, la prensa rotativa es una industria reservada a los grandes capitales. Los laboristas, durante estos meses, han estado en el gobierno; pero no han gobernado. Su posición parlamentaria no les ha consentido actuar sino algunos propósitos preliminares de la política de reconstrucción europea compartidos o admitidos por los liberales.

Los resultados administrativos del experimento han sido escasos; pero los resultados políticos han sido muy vastos. La disolución del partido liberal predice, categóricamente, la suerte de los partidos intermedios, de los grupos centristas. El duelo, el conflicto entre la idea conservadora y la idea revolucionaria, ignora y rechaza un tercer término. La política, como la electricidad, tiene únicamente dos polos. Las fuerzas que están haciendo la historia contemporánea son también solamente dos.

José Carlos Mariátegui

José Carlos Mariátegui La Chira

Lunatcharsky

Lunatcharsky

La figura y la obra del comisario de instrucción pública de los soviets se han impuesto, en todo el mundo occidental, a la consideración de la burguesía inteligente. La revolución rusa fue declarada, en su primera hora, una amenaza para la Civilización. El bolchevismo, descrito como una horda bárbara y asiática, creaba fatalmente, según el coro innumerable de sus detractores, una atmósfera irrespirable para el Arte y la Ciencia. Se formulaban los más lúgubres augurios sobre el porvenir de la cultura rusa. Todas estas conjeturas, todas estas aprensiones, están ya liquidadas. La obra más sólida, tal vez, de la revolución rusa, es precisamente la obra realizada en el terreno de la instrucción pública. Muchos hombres de estudio europeos y americanos, que han visitado Rusia, han reconocido la realidad de esta obra. La revolución rusa, dice Herriot en su libro “La Russie Nouvelle”, tiene el culto de la ciencia. Otros testimonios de intelectuales igualmente distantes del comunismo coinciden con el del estadista francés. Wells clasifica a Lunatcharsky entre los mayores espíritus constructivos de la Rusia nueva. Lunatcharsky, ignorado por el mundo hasta hace 7 años, es actualmente un personaje de relieve mundial.
La cultura rusa, en los tiempos del zarismo, estaba acaparada por una pequeña “élite”. El pueblo sufría no sólo una gran miseria física sino también una gran miseria intelectual. Las proporciones del analfabetismo eran aterradoras. En Petrograd el censo de 1910 acusaba un 31% de analfabetos y un 49 por ciento de semi-analfabetos. Poco importaba que la nobleza se regalase con todos los refinamientos de la moda y el arte occidentales ni que en las universidades se debatiesen todas las grandes ideas contemporáneas. El mujik, el obrero, la muchedumbre, eran extraños a esta cultura.

La revolución dio a Lunatcharsky el encargo de echar las bases de una cultura proletaria. Los materiales disponibles para esta obra gigantesca, no podían ser más exiguos. Los soviets tenían que gastar la mayor parte de sus energías materiales y espirituales en la defensa de la revolución, atacada en todos los frentes por las fuerzas reaccionarias. Los problemas de la reorganización económica de Rusia debían ocupar la acción de casi todos los elementos técnicos e intelectuales del bolchevismo. Lunatcharsky contaba con pocos auxiliares. Los hombres de ciencia y de letras de la burguesía saboteaban los esfuerzos de la revolución. Faltaban maestros para las nuevas y las antiguas escuelas. Finalmente, los episodios de violencia y de terror de la lucha revolucionaria mantenían en Rusia una tensión guerrera hostil a todo trabajo de reconstrucción cultural. Lunatcharsky asumió, sin embargo, la ardua faena. Las primeras jornadas fueron demasiado duras y desalentadoras. Parecía imposible salvar todas las reliquias del arte ruso. Este peligro desesperaba a Lunatcharsky. Y, cuando circuló en Petrograd la noticia de que las iglesias del Kremlin y la catedral de San Basilio habían sido bombardeadas y destruidas por las tropas de la revolución, Lunatcharsky se sintió sin fuerzas para continuar luchando en medio de la tormenta. Descorazonado, renunció su cargo. Pero, afortunadamente, la noticia resultó falsa. Lunatcharsky obtuvo la seguridad de que los hombres de la revolución lo ayudarían con toda su autoridad en su empresa, La fe no volvió a abandonarlo.

El patrimonio artístico de Rusia ha sido íntegramente salvado. No se ha perdido ninguna obra de arte. Los museos públicos se han enriquecido con los cuadros, las estatuas y las reliquias de las colecciones privadas. Las obras de arte, monopolizadas antes por la aristocracia y la burguesía rusas, en sus palacios y en sus mansiones, se exhiben ahora en las galerías del Estado. Antes eran un lujo egoísta de la casta dominante; ahora son un elemento de educación artística del pueblo.

Lunatcharsky, en este como otros campos, trabaja por aproximar el arte a la muchedumbre. Con este fin ha fundado, por ejemplo, el Proletcult, comité de cultura proletaria, que organiza el teatro del pueblo. El Proletcult, vastamente difundido en Rusia, tiene en las principales ciudades una actividad fecunda. Colaboran en el Proletcult obreros, artistas y estudiantes, fuertemente poseídos del afán de crear un arte revolucionario. En las salas de la sede de Moscou se discuten todos los tópicos de esta cuestión. Se teoriza ahí bizarra y arbitrariamente sobre el arte y la revolución. Los estadistas de la Rusia nueva no comparten las ilusiones de los artistas de vanguardia. No creen que la sociedad o la cultura proletarias puedan producir ya un arte propio. El arte, piensan, es un síntoma de plenitud de un orden social. Mas este concepto no disminuye su interés por ayudar y estimular el trabajo impaciente de los artistas jóvenes. Los ensayos, las búsquedas de los cubistas, los expresionistas y los futuristas de todos los matices han encontrado en el gobierno de los soviets una acogida benévola. No significa, sin embargo, este favor, una adhesión a la tesis de la inspiración revolucionaria del futurismo. Trotsky y Lunatcharsky, autores de autorizadas y penetrantes críticas sobre las relaciones del arte y la revolución, se han guardado mucho de amparar esa tesis. El futurismo—escribe Lunatcharsky—es la continuación del arte burgués con ciertas actitudes revolucionarias. El proletariado cultivará también el arte del pasado, partiendo tal vez directamente del Renacimiento, y lo llevará adelante más lejos y más alto que todos los futuristas y en una dirección absolutamente diferente”. Pero las manifestaciones del arte de vanguardia, en sus máximos estilos, no son en ninguna parte tan estimadas y valorizadas como en Rusia. El sumo de la revolución, Mayavskovsky, procede de la escuela futurista.

Más fecunda, más creadora aún es la labor de Lunatcharsky en la escuela. Esta labor se abre paso a través de obstáculos a primera vista insuperables: la insuficiencia del presupuesto de instrucción pública, la pobreza de material escolar, la falta de maestros. Los soviets, a pesar de todo, sostienen un número de escuelas varias veces mayor del que sostenía el régimen zarista. En 1917 las escuelas llegaban a 38,000. En 1919 pasaban de 62,000. Posteriormente, muchas nuevas escuelas han sido abiertas. El Estado comunista se proponía dar a sus escolares alojamiento, alimentación y vestido. La limitación de sus recursos no le ha consentido cumplir íntegramente esta parte de su programa. Setecientos mil niños habitan, sin embargo, a sus expensas, las escuelas-asilos. Muchos lujosos hoteles, muchas mansiones solariegas, están transformadas en colegios o en casas de salud para niños. El niño, según una exacta observación del economista francés Charles Gide, es en Rusia el usufructuario, el profiteur de la revolución. Para los revolucionarios rusos el niño representa realmente la humanidad nueva.

En una conversación con Herriot, Lunatcharsky ha trazado así los rasgos esenciales de su política educacional: “Ante todo, hemos creado la escuela única. Todos nuestros niños deben pasar por la escuela elemental donde la enseñanza dura cuatro años. Los mejores, reclutados según el mérito, en la proporción de uno sobre seis, siguen luego el segundo ciclo durante cinco años. Después de estos nueve años de estudios, entrarán en la Universidad. Esta es la vía normal. Pero, para conformarnos a nuestro programa proletario, hemos querido conducir directamente a los obreros a la enseñanza superior. Para arribar a este resultado, hacemos una selección en las usinas entre trabajadores de 18 a 30 años. El Estado aloja y alimenta a estos grandes alumnos. Cada Universidad posee su facultad obrera. Treinta mil estudiantes de esta clase han seguido ya una enseñanza que les permite estudiar para ingenieros o médicos. Queremos reclutar ocho mil por año, mantener durante tres años a estos hombres en la facultad obrera, enviarlos después a la Universidad misma”. Herriot declara que este optimismo es justificado. Un investigador alemán ha visitado las facultades obreras y ha constatado que sus estudiantes se mostraban hostiles a la vez al diletantismo y al dogmatismo. “Nuestras escuelas—continúa Lunatcharsky—son mixtas. Al principio la coexistencia de los dos sexos ha asustado a los maestros y provocado incidentes. Hemos tenido algunas novelas molestas. Hoy, todo ha entrado en orden. Si se habitúa a los niños de ambos sexos a vivir juntos desde la infancia, no hay que temer nada inconveniente cuando son adolescentes. Mixta, nuestra escuela es también laica. La disciplina misma ha sido cambiada: queremos que los niños sean educados en una atmósfera de amor. Hemos ensayado además algunas creaciones de un orden más especial. La primera es la universidad destinada a formar funcionarios de los jóvenes que no son designados por los soviets de provincia. Los cursos duran uno o tres años. De otra parte, hemos creado la Universidad de los pueblos de Oriente que tendrá, a nuestro juicio, una enorme influencia política. Esta Universidad ha recibido ya un millar de jóvenes venidos de la India, de la China, del Japón, de Persia. Preparamos así nuestros misioneros”.

El comisario de instrucción pública de los soviets es un brillante tipo de hombre de letras. Moderno, inquieto, humano, todos los aspectos de la vida lo apasionan y lo interesan. Nutrido de cultura occidental, conoce profundamente las diversas literaturas europeas. Pasa de un ensayo sobre Shackespeare a otro sobre Mayawskovsky. Su cultura literaria es, al mismo tiempo, muy antigua y muy moderna. Tiene Lunatcharsky una comprensión ágil del pasado, del presente y del futuro. Y no es un revolucionario de la última sino de la primera hora. Sabe que la creación de nuevas formas sociales es una obra política y no una obra literaria. Se siente, por eso, político antes que literato. Hombre de su tiempo, no quiere ser un espectador de la revolución; quiere ser uno de sus actores, uno de sus protagonistas. No se contenta con sentir o comentar la historia; aspira a hacerla. Su biografía acusa en él una contextura espiritual de personaje histórico.

Se enroló Lunatcharsky, desde su juventud, en las filas del socialismo. El cisma del socialismo ruso lo encontró entre los bolcheviques, contra los mencheviques. Como a otros revolucionarios rusos, le tocó hacer vida de emigrado. En 1907 se vio forzado a dejar Rusia. Durante el proceso de definición del bolchevismo, su adhesión a una fracción secesionista, lo alejó temporalmente de su partido; pero su recta orientación revolucionaria lo recondujo pronto al lado de sus camaradas. Dividió su tiempo, equitativamente, entre la política y las letras. Una página de Romain Rolland nos lo señala en Ginebra, en enero de 1917, dando una conferencia sobre la vida y la obra de Máximo Gorki. Poco después, debía empezar el más interesante capítulo de su biografía: su labor de comisario de instrucción pública de los soviets.

Anatolio Lunatcharsky, en este capitulo- de su biografía, aparece como uno de los más altos animadores y conductores de la revolución rusa. Quien más profunda y definitivamente está revolucionando Rusia es Lunatcharsky. La coerción de las necesidades económicas puede modificar o debilitar, en el terreno de la economía o de la política, la aplicación de la doctrina comunista. Pero la supervivencia o la resurrección de algunas formas capitalistas no comprometerá, en ningún caso, mientras sus gestores conserven en Rusia el poder político, el porvenir de la revolución. La escuela, la universidad de Lunatcharsky están modelando, poco a poco, una humanidad nueva. En la escuela, en la universidad de Lunatcharsky se está incubando el porvenir.

José Carlos Mariátegui La Chira

La libertad y el Egipto

Despedida de algunos pueblos de Europa, la Libertad parece haber emigrado a los pueblos de Asia y de África. Renegada por una parte de los hombres blancos, parece haber encontrado nuevos discípulos en los hombres de color. El exilio y el viaje no son nuevos, no son insólitos en su vida. La pobre Libertad es, por naturaleza, un poco nómade, un poco vagabunda, un poco viajera. Está ya bastante vieja para los europeos. (Es la Libertad jacobina y democrática, la Libertad del gorro frigio, la Libertad de los derechos del hombre). Y hoy los europeos tienen otros amores. Los burgueses aman a la Reacción, su antigua rival, que reaparece armada del hacha de los lictores y un tanto modernizada, trucada, empolvada, con un tocado a la moda, de gusto italiano. Los obreros han desposado a la Igualdad. Algunos políticos y capitanes de la burguesía osan afirmar que la Libertad ha muerto. “A la Dea Libertad -ha dicho Mussolini- la mataron los demagogos”. La mayoría de la gente, en todo caso, la supone valetudinaria, achacosa, domesticada, deprimida. Sus propios escuderos actuales Herriot, Mac Donald, etc., se sienten un poco atraídos por la Igualdad, la dea proletaria, la nueva dea; y su último caballero, el Presidente Wilson, quiso imponerle una disciplina presbiteriana y un léxico universitario completamente absurdos en una Libertad coqueta y entrada en años.

Probablemente, lo que más que todo resiente a la vieja dama es que los europeos no la consideren ya revolucionaria. El caso es que se propone, ostensiblemente, demostrarles que no es todavía estéril ni inocua. Una gran parte de la humanidad puede aún seguirla. Su seducción resulta vieja en Europa; pero no en los continentes que hasta ahora no la han poseído o que la han gozado incompletamente. Ahí la pobre divorciada encontrará fácilmente quien la despose. ¿No ha sido acaso, en su nombre, que las democracias occidentales han combatido, en la gran guerra, contra la gente germana, nibelunga, imperialista y bárbara?
La Libertad jacobina y democrática no se equivoca. Es, en efecto, una Libertad vieja; pero en la guerra las democracias aliadas tuvieron que usarla, valorizarla y rejuvenecerla para agitar y emocionar al mundo contra Alemania. Wilson la llamaba la Nueva Libertad. Ella, musa inagotable y clásica, inspiró los catorce puntos. Y más puntos les hubiera dado a los aliados si más puntos hubiesen necesitado estos para vencer. Pero solo catorce, todas variaciones del mismo motivo, -libertad de los mares, libertad de las naciones, libertad de los Dardanelos, etc.- bastaron al presidente Wilson y a las democracias aliadas para ganar la guerra. La Libertad, después de alcanzar su máxima apoteosis retórica, comenzó entonces a tramontar. Las democracias aliadas pensaron que la Libertad, tan útil, tan buena en tiempos de guerra, resultaba excesiva e incómoda en tiempos de paz. En la conferencia de Versailles le dieron un asiento muy modesto y, luego, en el tratado intentaron degollarla, tras de algunas fórmulas equívocas y falaces.

Pero la Libertad había huido ya a Egipto. Viajaba por el África, el Asia y parte de América. Agitaba a los hindúes, a los persas, a los turcos, a los árabes. Desterrada del mundo capitalista, se alojaba en el mundo colonial. Su hermana menor, la Igualdad, victoriosa en Rusia, la auxiliaba en esta campaña. Los hombres de color la aguardaban desde hacía mucho tiempo. Y ahora, la amaban apasionadamente. Maltratada en los mayores pueblos de Europa, la anciana Libertad volvía a sentirse, como en su juventud, aventurera, conspiradora, carbonaria, demagógica.

Este es uno de los dramas del post-guerra. No solo acontece que Asia y África, como dice Gorky, han perdido su antiguo, supersticioso respeto a la superioridad de Europa, a la civilización de Occidente. Sucede también que los asiáticos y los africanos han aprendido a usar las armas y los mitos de los europeos. No todos condenan místicamente, como Gandhi, la “satánica civilización europea”. Todos, en cambio, adoptan el culto de la Libertad y muchos coquetean con el Socialismo.

Inglaterra es, naturalmente, la nación más damnificada por esta agitación. Pero es, también, la que con más astutos medios defiende su imperio. A veces se desmanda en el uso de métodos marciales, crueles y sangrientos; pero vuelve, invariablemente, a sus métodos sagaces. La vía del compromiso es siempre su vía predilecta. Las colonias inglesas no se llaman hoy colonias; se llaman dominios. Inglaterra les ha concedido toda la autonomía compatible con la unidad imperial. Les ha consentido dejar el imperio como vasallos para volver a él como asociados. Mas no todas las colonias británicas se contentan con esta autonomía. El Egipto, por ejemplo, lucha, esforzadamente por reconquistar su independencia. Y no la quiere relativa, aparente, condicionada.

Hace más de cuarenta años que los ingleses se instalaron militarmente en tierra egipcia. Algunos años antes habían desembarcado ya en el Egipto sus funcionarios, su dinero y sus mercaderías. Inglaterra y Francia habían impuesto en 1879 a los egipcios su control financiero. Luego, la insurrección de 1882 había sido aprovechada por Inglaterra para ocupar marcialmente el valle del Nilo.
El Egipto siguió siendo, formalmente, un país tributario de Turquía; pero, prácticamente, se convirtió en una colonia británica. Los funcionarios, las finanzas y los soldados británicos mandaban en su administración, su política y su economía. Cuando vino la guerra, los últimos vínculos formales del Egipto con Turquía, quedaron cortados. El khedive fue depuesto. Lo reemplazó un sultán nombrado por Inglaterra. Se inauguró un período de franco y marcial protectorado británico. Conseguida la victoria, Inglaterra negó al Egipto participación en la Paz. Zagloul Pachá debía haber representado a su pueblo en la conferencia; pero Inglaterra no aceptó la fastidiosa presencia de los delegados egipcios. Deportado a la isla de Malta, Zagloul Pacha debió aguardar mejor coyuntura y mejores tiempos. El Egipto insurgió violentamente contra la Gran Bretaña. Los ingleses reprimieron duramente la insurrección. Mas comprendieron la urgencia de parlamentar con los egipcios. La crisis post-bélica desgarraba Europa. Los vencedores se sentían menos arrogantes y orgullosos que en los días de embriaguez del armisticio. Una misión de funcionarios británicos desembarcó en diciembre de 1919 en el Egipto para estudiar las condiciones de una autonomía compatible con los intereses imperiales. El pueblo egipcio la boycoteó y la aisló. Pero, algunos meses después, llamados a Londres, los representantes del nacionalismo egipcio debatieron con el gobierno británico las bases de un convenio. Las negociaciones fracasaron. Inglaterra quería conservar el Egipto bajo su control militar. Sus condiciones de paz eran inconciliables con las reivindicaciones egipcias.

Gobernaban entonces el Egipto, acaudillados por Adly Pachá, los nacionalistas moderados, que eran impotentes para dominar la ola insurreccional. Hubo, por esto, una tentativa de entendimiento entre estos y los nacionalistas integrales de Zagloul Pachá. Pero la colaboración aparecía inasequible. Adly Pachá continuó tratando solo con los ingleses, sin avanzar en el camino de un acuerdo. La agitación, después de un compás de espera, volvió a hacerse intensa y tumultuosa. Varias explosiones nacionalistas provocaron, otra vez, la represión y Zagloul Pachá, que había regresado al Egipto, aclamado por su pueblo, sufrió una nueva deportación. A principios de 1922 una parte de los nacionalistas egipcios pareció inclinada a adoptar los métodos gandhianos de la no-cooperación. Eran los días de plenitud del gandhismo. Inglaterra insistió, sin éxito, en sus ofrecimientos de paz.

Así arribó el conflicto a las últimas elecciones egipcias en las cuales una abrumadora mayoría votó por Zagloul Pachá. El sultán tuvo que llamar al gobierno al caudillo nacionalista. Su victoria coincidía aproximadamente, con la del Labour Party en las elecciones inglesas. Y las negociaciones entraron, consecuentemente, en una etapa nueva. Pero esta etapa ha sido demasiado breve. Zagloul Pachá ha estado recientemente en Londres, y ha conversado con Mac Donald. El diálogo entre el laborista británico y el nacionalista egipcio no ha podido desembocar en una solución. Se ha efectuado en días en que el gobierno laborista estaba vacilante. Zagloul Pachá ha vuelto, pues a su país con las manos vacías. La cuestión sigue integralmente en pie.

No puede predecirse, exactamente; su porvenir. Es probable que, Zagloul Pachá no consigue prontamente la independencia del Egipto, su ascendiente sobre las masas decaiga. Y que prosperen en el Egipto corrientes más revolucionarias y enérgica que la suya. El poder ha pasado en el Egipto a tendencias cada vez más avanzadas. Primero lo conquistaron los nacionalistas moderados. Más tarde, tuvieron estos que cederlo a los nacionalistas de Zagloul Pachá. La última palabra la dirán los obreros y los “fellahs”, en cuyas capas superiores se bosqueja un movimiento clasista.

La suerte del Egipto está vinculada a los acontecimientos políticos de Europa. De un gobierno laborista podrían esperar los egipcios concesiones más liberales que de cualquier otro gobierno británico. Pero la posibilidad de que los laboristas gobiernen, plenamente, efectivamente, Inglaterra, no es inmediata. Les queda a los egipcios el camino de la insurrección y la violencia. ¿Elegirá esta vía Zagloul Pachá? Será difícil, ciertamente, que el Egipto se decida a la guerra, antes que Inglaterra a la transacción. Sin embargo, las cosas pueden llegar a un punto en que la transacción resulte imposible. Esto sería una lástima para el clásico método del compromiso. ¿Pero acaso la crisis contemporánea no es una crisis de todo lo clásico?

José Carlos Mariátegui

José Carlos Mariátegui La Chira

La revolución y la reacción en Bulgaria

Bulgaria es el país más conflagrado de los Balkanes. La derrota ha sido en Europa un poderoso agente revolucionario. En toda Europa existe actualmente un estado revolucionario; pero es en los países vencidos donde ese estado revolucionario tiene un grado más intenso de desarrollo y fermentación. Los Balkanes son una prueba de tal fenómeno político. Mientras en Rumania y Serbia, engrandecidas territorialmente, el viejo régimen cuenta con numerosos sostenes, en Bulgaria reposa sobre bases cada día más minadas, exiguas e inciertas.
El Zar Fernando de Bulgaria fue, más acentuadamente que el Rey Constantino de Grecia, un cliente de los Hohenzollern y de los Hapsburgo. El Rey Constantino se limitó a la defensa de la neutralidad de Grecia. El Zar Fernando condujo a su pueblo a la intervención a favor de los imperios centrales. Se adhirió, y se asoció plenamente a la causa alemana. Esta política, en Bulgaria, como en Grecia, originó la destitución del monarca germanófilo y aceleró la decadencia de su dinastía. Fernando de Bulgaria es hoy un monarca desocupado, un zar “chomeur”. El trono de su sucesor Boris, desprovisto de toda autoridad, ha estado a punto, en setiembre último, de ser barrido por el oleaje revolucionario.
En Bulgaria, más agudamente aún que en Grecia, la crisis no es de gobierno sino de régimen. No es una crisis de la dinastía sino del Estado. Stamboulinski, derrocado y asesinado por la insurrección de junio, que instaló en el poder a Zankov y su coalición, presidía un gobierno de extensas raíces sociales. Era el leader de la Unión Agraria, partido en el cual se confundían terratenientes y campesinos pobres. Representaba en Bulgaria ese movimiento campesino que tan trascendente y vigorosa fisonomía tiene en toda la Europa Central. En un país agrícola como Bulgaria la Unión Agraria constituía, naturalmente, el más sólido y numeroso sector político y social. Los socialistas de izquierda, a causa de su política pacifista, se habían atraído un vasto proselitismo popular. Habían formado un fuerte partido comunista, adherente ortodoxo de la Tercera Internacional, seguido por la mayoría del proletariado urbano y algunos núcleos rurales. Pero las masas campesinas se agrupaban, en su mayor parte, en los rangos del partido agrario. Stamboulinsky ejercitaba sobre ellas una gran sugestión. Su gobierno era, por tanto, inmensamente popular en el campo. En las elecciones de noviembre de 1922, Stamboulinsky obtuvo una estruendosa victoria. La burguesía y la pequeña burguesía urbanas, representadas por las facciones coaligadas actualmente alrededor de Zankov, fueron batidas sensacionalmente. A favor de los agrarios y de los comunistas votó el setentaicinco por ciento de los electores.
Más, empezó entonces a incubarse el golpe de mano de Zankov, estimulado por la lección del fascismo que enseñó a todos los partidos reaccionarios a conquistar el poder insurreccionalmente. Stamboulinsky había perseguido y hostilizado a los comunistas. Había enemistado con su gobierno a los trabajadores urbanos. Y no había, en tanto, desarmado a la burguesía urbana que acechaba la ocasión de atacarlo y derribarlo
Estas circunstancias prepararon el triunfo de la coalición que gobierna presentemente Bulgaria. Derrocado y muerto Stamboulinsky, las masas rurales se encontraron sin nudillo y sin programa. Su fe en el estado mayor de la Unión Agraria estaba quebrantada y debilitada. Su aproximación al comunismo se iniciaba apenas. Además, los comunistas, paralizados por su enojo contra Tamboulinsky, no supieron reaccionar inmediatamente contra el golpe de Estado. Zankov consiguió así dispersar a las bandas campesinas de Stamboulinsky y afirmarse en el poder.
Pronto, sin embargo, comenzaron a entenderse y concertarse los comunistas y los agrarios y a amenazar la estabilidad del nuevo gobierno. Los comunistas se entregaron a un activo trabajo de organización revolucionaria que halló entusiasta apoyo en las masas aldeanas. La elección de una nueva cámara se acercaba. Esta elección significaba para los comunistas una gran ocasión de agitación y propaganda. El gobierno de Zankov se sintió gravemente amenazado por la ofensiva revolucionaria y se resolvió a echar mano de recursos marciales y extremos contra los comunistas. Varios leaders del comunismo, Kolarov entre ellos, fueron apresados. Las autoridades anunciaron el descubrimiento de una conspiración comunista y el propósito gubernamental de reprimirla severamente. Se inauguró un período de persecución del comunismo. A estas medidas respondieron espontáneamente las masas trabajadoras y campesinas con violentas protestas. Las masas manifestaron una resuelta voluntad de combate. El Partido Comunista y la Unión Agraria pensaron que era indispensable empeñar una batalla decisiva. Y se colocaron a la cabeza de la insurrección campesina. La lucha armada entre el gobierno y los comunistas duró varios días. Hubo un instante en que los revolucionarios dominaron una gran parte del territorio búlgaro. La república fue proclamada en innumerables localidades rurales. Pero, finalmente, la revolución resultó vencida. El gobierno, dueño del control de las ciudades, reclutó en la burguesía y en la clase media urbanas legiones de voluntarios bien armados y abastecidos. Movilizó contra los revolucionarios al ejército del general ruso Wrangel asilado en Bulgaria desde que fue derrotado y expulsado de Rusia por los bolcheviques, usó también contra la revolución a varias tropas macedonias. Favoreció su victoria, sobre todo, la circunstancia de que la insurrección, propagada principalmente en el campo, tuvo escaso éxito urbano. Los revolucionarios no pudieron, por esto, proveerse de armas y municiones. No dispusieron sino del escaso parque colectado en el campo y en las aldeas.
Ahogada la insurrección, el gobierno reaccionario de Zankov ha encarcelado a innumerables militantes del comunismo y de la Unión Agraria. Millares de comunistas se han visto obligados a refugiarse en los países limítrofes para escapar a la represión. Kolarov y Dimitrov se han asilado en territorio yugoeslavo.
Dentro de esta situación, se han efectuado en noviembre último, las elecciones. Sus resultados han sido, por supuesto, favorables a la coalición acaudillada por Zankov. Los agrarios y los comunistas, procesados y perseguidos, no han podido acudir organizada y numerosamente a la votación. Sin embargo, veintiocho agrarios y nueve comunistas han sido elegidos diputados. Y en Sofía, malgrado la intensidad de la persecución, los comunistas han alcanzado varios millares de sufragios.
Los resultados de las elecciones no resuelven, por supuesto, ni aún parcialmente la crisis política búlgara. Las facciones revolucionarias han sufrido una cruenta y dolorosa derrota, pero no han capitulado. Los comunistas invitan a las masas rurales y urbanas a concentrarse en torno de un programa común. Propugnan ardorosamente la constitución de un gobierno obrero y campesino. La Unión Agraria y el Partido Comunista tienden a soldarse cada vez más. Saben que no conquistarán el poder parlamentariamente. Y se preparan metódicamente para la acción violenta. (En estos tiempos, el parlamento no conserva alguna vitalidad sino en los países, como Inglaterra y Alemania, de arraigada y profunda democracia. En las naciones de democracia superficial y tenue es una institución atrofiada.)
Y en Bulgaria, como en el resto de Europa, la reacción no elimina ni debilita, mayor factor revolucionario: el malestar económico y social. El gobierno de Zankov del cual acaba de separarse un grupo de derecha, los liberales nacionales, subordina su política a los intereses de la burguesía urbana. Y bien. Esta política no cura ni mejora las heridas abiertas por la guerra en la economía búlgara. Deja intactas las causas de descontento y de mal humor.
Se constata en Bulgaria, como en las demás naciones de Europa, la impotencia técnica de la reacción para resolver los problemas de la paz. La reacción consigue exterminar a muchos fautores de la revolución, establecer regímenes de fuerza, abolir la autoridad del parlamento. Pero no consigue normalizar el cambio, equilibrar los presupuestos, disminuir los tributos ni aumentar las exportaciones. Antes bien produce, fatalmente, un agravamiento de los problemas económicos que estimulan y excitan la revolución.

José Carlos Mariátegui

José Carlos Mariátegui La Chira

Lenin

La figura de Lenin está nimbada de leyenda, de mito y de fábula. Se mueve sobre un escenario lejano que, como todos los escenarios rusos, es un poco fantástico y un poco aladinesco. Posee las sugestiones y atributos misteriosos de los hombres y las cosas eslavas. Los otros personajes contemporáneos viven en roce cotidiano, en contacto inmediato con el público occidental. Lloyd George, Poincaré, Mussolini, nos son familiares. Su cara nos sonríe consuetudinariamente desde las carátulas de las revistas. Estamos abundantemente informados de su pensamiento, su horario, su menú, su palabra, su intimidad. Y se nos muestran siempre dentro de un marco europeo: un hotel, una villa, un automóvil, un pullmann, un boulevard. Lenin, en cambio, está lejos del mundo occidental, en una ciudad mitad asiática y mitad europea. Su figura tiene como retablo el Krenlim, y como telón de fondo el Oriente. Nicolás Lenin no es siquiera un nombre sino un pseudónimo. El leader bolchevique se llama Vladimir Illicht Ulianow, como podría llamarse un protagonista de Gorky, de Andrejew o de Korolenko. Hasta físicamente es un hombre un poco exótico: un tipo mongólico de siberiano o de tártaro. Y como la música de Balakirew o de Rimsky Korsakow, Lenin nos parece más oriental que occidental, más asiático que europeo. (Rusia irradia simultáneamente en el mundo su bolchevismo, su arte, su teatro y su literatura. Sincrónicamente se derraman, se difunden y se aclimatan en las ciudades europeas los dramas de Checow, las estatuas de Archipouko y las teorías de la Tercera Internacional. Agentes viajeros del alma rusa, Stravinsky seduce a París, ChaIlapine conquista Berlín, Tchicherine agita a Lausanne.)
Lenin ejerce una fascinación rara en los pueblos más lontanos y abstrusos. Moscou atrae peregrinos de Persia, de la China, de la India. Moscou es actualmente una feria de abigarrados trajes indígenas y de lenguas esotéricas. La celebridad de Oswald Spengler, de Charles Maurras o del general Primo de Rivera no es sino una celebridad occidental. La celebridad de Lenin, en tanto, es una celebridad unánimemente mundial. El nombre de Lenin ha penetrado en tierra afgana, siria, árabe. Y ha adquirido timbres mitológicos.
Quienes han asistido a asambleas, mítines, comicios, en los cuales ha hablado Lenin, cuentan la religiosidad, el fervor, la pasión que suscita el leader ruso. Cuando Lenin se alza para hablar, se suceden ovaciones febriles, espasmódicas, frenéticas. Las gentes vitorean, gritan, sollozan.
Pero Lenin no es un tipo místico, un tipo sacerdotal, ni un tipo hierático. Es un hombre terso, sencillo, cristalino, actual, moderno. W. T. Goode, en el “Manchester Guardian”, lo ha retratado así: “Lenin es un hombre de estatura media, de cincuenta años en apariencia, bien proporcionado. A la primera mirada, los lineamientos recuerdan un poco el tipo chino; y los cabellos y la barba en punta tienen un tinte rojizo oscuro. La cabeza bien poblada de cabellos y la frente espaciosa y bien modelada. Los ojos y la expresión son netamente simpáticos. Habla con claridad y con voz bien modulada: en todo nuestro coloquio no ha tenido nunca un momento de agitación. La única neta impresión que me ha dejado es la de una inteligencia clara y fría. La de un hombre plenamente dueño de sí mismo y de su argumentación que se expresa con una lucidez extraordinariamente sugestiva”. Arthur Ransome, también en el “Manchester Guardian”, ha dado estos datos físicos y psicológicos del caudillo bolchevique: “Lenin me pareció un hombre feliz. Volviendo del Kremlin a mi alojamiento, me preguntaba yo qué hombre de su calibre tiene un temperamento alegre como el suyo. No encontré ninguno. Aquel hombre calvo, arrugado, que voltea su silla de aquí a allá, riendo ora de una cosa, ora de otra, pronto en todo momento a dar un consejo serio a quien lo interrumpa para pedírselo, -consejo bien razonado que resulta más imperioso que cualquier orden- respira alegría: cada arruga suya ha sido trazada por la risa, no por la preocupación”. Este retrato de un periodista británico, circunspecto y anastigmático como un objetivo Zeiss, nos ofrece un Lenin, sana y contagiosamente jocundo y plácido, muy disímil del Lenin hosco, feroz y ceñudo de tantas fotografías. Ni taciturno, ni alucinado, ni místico, Lenin es, pues, un individuo normal, equilibrado, expansivo. Es, además, un hombre bien abastecido de experiencia y saturado de modernidad. Su cultura es occidental; su inteligencia es europea. Lenin ha residido en Inglaterra, en Francia, en Italia, en Alemania, en Suiza. Su orientación no es empírica ni utopista sino materialista y científica, Lenin cree que la ciencia resolverá los problemas técnicos de la organización socialista. Proyecta la electrificación de Rusia. Bertrand Russell, que califica de ideológico este plan, juzga a Lenin un hombre genial.
La vida de Lenin ha sido la de un agitador. Lenin nació socialista. Nació revolucionario. Proveniente de una familia burguesa, Lenin se entregó, sin embargo, desde su juventud, al socialismo y a la revolución. Lenin es un antiguo leader, no solo del socialismo ruso, sino del socialismo internacional. La Segunda Internacional, en el congreso de Stuttgart de 1907, votó esta moción suya y de Rosa Luxemburgo: “En el caso de que estalle una guerra europea, los socialistas están obligados a trabajar por su rápido fin y a utilizar la crisis económica y política que la guerra provoque para sacudir al pueblo y acelerar la caída del régimen capitalista”. Esta declaración contenía el germen de la revolución rusa y de la Tercera Internacional. Fiel a ella, Lenin explotó las consecuencias de la guerra para conducir a Rusia a la revolución. Timoneada por Lenin, la revolución rusa arribará en noviembre a su sexto aniversario. La táctica diestra y cauta de Lenin ha evitado los arrecifes, las minas y los temporales de la travesía. Lenin es un revolucionario sin desconfianzas, sin vacilaciones, sin grimas. Pero no es un político rígido ni inmóvil. Es, antes bien, un político ágil, flexible, dinámico, que revisa, corrige y rectifica sagaz y continuamente su obra. Que la adapta y la condiciona a la marcha de la historia. La necesidad de defender la revolución lo ha obligado a algunas transacciones, a algunos compromisos. Sobre él pesa la responsabilidad de un generalísimo de millones de soldados que, mediante retiradas, fintas y maniobras oportunas, debe preservar a su ejército de una acción imprudente. La historia rusa de estos seis años es un testimonio de su capacidad de estratega y de conductor de muchedumbres y de pueblos. Lenin no es un ideólogo sino un realizador. El ideólogo, el creador de una doctrina carece, generalmente, de sagacidad, de perspicacia y de elásticidad para realizarla. Toda doctrina tiene; por eso, sus teóricos y sus políticos. Lenin es un político; no es un teórico. Su obra de pensador es una obra polémica. Lenin ha escrito muchos libros y, con frecuencia, interrumpe fugazmente su actividad de presidente del soviet de comisarios del pueblo, para reaparecer en su tribuna de periodista de “Pravda” o “Izvestia”. Pero el libro, el discurso, el artículo no son para él sino instrumentos de propaganda, de ofensiva, de lucha. Su temperamento polémico es característica y típicamente ruso. Lenin es agresivo, áspero, rudo, tundente, desprovisto de cortesía y de eufemismo. Su dialéctica es una dialéctica de combate, sin elegancia, sin retórica, sin ornamento. No es la dialéctica universitaria de un catedrático sino la dialéctica desnuda de un político revolucionario. Lenin ha sostenido un duelo resonante con los teóricos de la Segunda Internacional: Kaustky, Bauer, Turati. La argumentación de estos ha sido más erudita, más literaria, más elocuente. Pero la disertación de Lenin ha sido más original, más guerrera, más penetrante. Lenin es el caudillo de la Tercera Internacional. El socialismo, como se sabe, está dividido en dos grupos: Tercera Internacional y Segunda Internacional. Internacional bolchevique y revolucionaria e Internacional menchevique y reformista. La doctrina de una y otra rama es el marxismo. Su divergencia, su disentimiento, no son, pues, de orden programático sino de orden táctico. Algunos atribuyen al bolchevismo una idea mesiánica, milagrista, taumatúrgica de la revolución. Creen que el bolchevismo aspira a una transformación instantánea, violenta, súbita del orden social. Pero bolchevismo y menchevismo son gradualistas. Solo que el bolchevismo es gradualista revolucionariamente y el menchevismo es gradualista reformísticamente. El bolchevismo sostiene que no es posible utilizar la máquina actual del Estado pasable sustituirla con una máquina adecuada; que el Estado proletario, distinto del Estado burgués en sus funciones, tiene que ser también distinto en su arquitectura. El tipo de Estado proletario creado por los bolcheviques es el Estado sovietal. La República de los Soviets es la federación de todos los soviets locales. El soviet local es la asociación de obreros, empleados y campesinos de una comuna. En el régimen de los soviets no hay dualidad de poderes. Los soviets son, al mismo tiempo, un cuerpo administrativo y legislativo. Y son el órgano de la dictadura del proletariado. Lenin, dice, defendiendo este régimen, que el soviet es el órgano de la democracia proletaria, tal como el parlamento es el órgano de la democracia burguesa. Así como la sociedad contemporánea y la sociedad medioeval han tenido sus formas peculiares, sus instrumentos típicos, sus instituciones características, la sociedad proletaria tiene que crear también las suyas.
Y esta resistencia al parlamento no es originalmente bolchevique. Desde hace varios años se constata la crisis de la democracia y la crisis del parlamento. Y se sugiere la creación de un tipo de parlamento profesional o sindical basado en la representación de los intereses más que en la representación de los electores. Joseph Caillaux sostiene que es necesario “mantener asambleas parlamentarias pero no dejándoles sino derechos políticos, confiar a nuevos organismos la dirección completa del Estado económico y hacer en una palabra la síntesis de la democracia occidental y del sovietismo ruso”. La aparición del Estado bolchevique coincide, pues, con una intensa predicación anti-parlamentaria y una creciente tendencia a dar al Estado una estructura más económica que política. El parlamento, en fin, es atacado, de una parte, por la revolución, y de otra parte por la reacción. El fascismo es esencialmente antidemocrático y antiparlamentario. Mussolini conquistó el poder extra-parlamentariamente. Primo de Rivera acaba de seguir la misma vía. Los organismos de la democracia, son declarados inaparentes para la revolución y para la reacción.
Lenin y Mussolini, el caudillo de la revolución y el caudillo de la reacción, oponen una dictadura de clase a otra dictadura de clase. El choque, el conflicto entre ambas dictaduras inquieta a muchos pensadores contemporáneos. Se presiente que este choque, que este conflicto de clases reducirá a escombros la civilización y sumirá el mundo occidental en una oscura Edad Media. El Occidente se distrae de su drama con sus boxeadores, y se anestesia con sus alcaloides y su música negra. Y, en tanto, como escribía Luis Araquistaín a don Ramón del Valle Inclán en julio de 1920, “por Oriente otra vez el evangelio asoma como hace veinte siglos asomó el cristianismo”.

José Carlos Mariátegui La Chira

José Carlos Mariátegui en la fiesta de la Planta de Vitarte

José Carlos Mariátegui en la fiesta de la Planta en Vitarte, sentado detrás del retrato de Víctor Raúl Haya de la Torre.
En cuclillas: Pedro Barrios, Alberto Benites, y Fernando Rojas (con bastón)
Sentados: Manuel Medina, Lorenzo Bartra, Enrique Reyes, Manuel Seoane, Óscar Herrera, José Carlos Mariátegui y Luis Bustamente.
Parados, en primera fila: Miguel Rodríguez (de saco blanco), No identificado, Enrique Cornejo Köster (cubriéndose con su Sarita), David Tejada, No identificado, Jacobo Hurwitz, No identificado, y Francisco Yarlequé.
Parados, detrás: Entre Cornejo Köster y David Tejada está Manuel Pedraza.
Al fondo, el estandarte del Sindicato Textil Vitarte y el de la Federación de Conductores y Motoristas.

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