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Estación electoral en Francia

Este año promete una buena cosecha a la democracia. Es un año esencial y unánimemente electoral. Habrá elecciones en Francia, Inglaterra, Alemania, la Argentina, etc. Y no sería normal ni lógico que la democracia saliera ejecutada de una votación. El sufragio universal se traicionaría a si mismo si condenase el parlamento y la democracia. Puede inclinarse alternativamente a izquierda o a derecha; pero no puede suprimir la derecha ni la izquierda. Ni la revolución ni la reacción muestran, por esto, ninguna ternura electoral o parlamentaria. Las elecciones son, así para los reaccionarios como para los revolucionarios, una simple oportunidad de predicar el cambio de régimen y de denunciar la quiebra de la democracia. Las elecciones italianas de 1921, convocadas en plena creciente fascista, dieron la mayoría a las izquierdas y trajeron abajo a Giolitti. El fascismo ganó apenas treintaicinco asientos en la cámara. Pero el año siguiente, después de la marcha a Roma, obtuvo de la misma cámara un voto de confianza. Poco importa que la reacción o la revolución estén próximas. Las elecciones, formalmente, oficialmente, necesitan dar siempre la razón a la democracia. La víspera misma de ganar el gobierno, los bolcheviques perdieron las elecciones. Los social-demócratas de Kerensky tenían la cándida pretensión de que, dueños ya del poder, Lenin y sus correligionarios reconociesen a una asamblea que los condenaba a priori. Lenin, como bien se sabe, prefirió licenciar esta asamblea extemporánea y retórica.
El momento, por otra parte, es de estabilización capitalista, que es como decir de estabilización democrática. Porque la burguesía puede haber empleado el golpe de estado fascista para conseguir o afianzar su estabilización; pero solo en los países donde la democracia no era muy extensa ni muy efectiva. En Inglaterra, en Alemania, en Francia, el capitalismo se ha defendido dentro de la democracia, aunque se haya valido a ratos de leyes de excepción contra sus adversarios. La burguesía no es precisa o estrictamente el capitalismo; pero el capitalismo si es, forzosamente, la democracia burguesa.
Los resultados de las elecciones no importan demasiado. El 11 de mayo de 1924, el bloque nacional y el cartel de izquierdas se disputaron acanitamente en Francia la victoria electoral. El escrutinio de ese día no se contentó con derribar a Poincaré de la presidencia del consejo. No pareció satisfecho sino después de arrojar a Millerand de la presidencia de la república. Caillaux, el condenado del bloque nacional, regresó a Francia con cierto aire de césar democrático. Y, sin embargo, dos años después el cartel se disolvía, para dar paso a una nueva fórmula: un gabinete presidido por Poincaré, con Herriot en el ministerio de instrucción y Briand en el del exterior. El 1 de mayo no tocó, en consecuencia, la sustancia de las cosas. Herriot acabó colaborando en un ministerio poincarista y Poincaré concluyó presidiendo un gobierno apoyado en los radicales-socialistas. Esta vez, como la anterior, cualquiera que sea el resultado de las elecciones, solo podrá sostenerse en el gobierno un ministerio de opinión. El escrutinio no producirá, por ningún motivo, un gobierno de partido. Ni un bloque de derechas ni un cartel de izquierdas sería suficientemente sólido. El gobierno tendrá que contar, como el de Poincaré, con el favor de la pequeña burguesía no menos que con la venia de la alta finanza y la gran industria. Una victoria del partido socialista sería, sin duda, la única posibilidad de acontecimientos imprevistos e insólitos. Pero ningún partido asumiría el poder con más miedo a sus responsabilidades ni con más miramiento a la opinión que el partido socialista.
Los socialistas franceses se inclinan, por esto, a una reconstitución más o menos adaptada a las circunstancias, de la fórmula radical-socialista. León Blum rehusaba en 1925 y 26 la participación de los socialistas en el gobierno, en espera, según él, de que les llegara la oportunidad de asumirlo íntegramente por su cuenta. Esta política apresuró el regreso de Poincaré y el restablecimiento de la unión nacional, con el programa de revalorización del franco. Mas la oportunidad aguardada, con tanta certidumbre, por León Blum, no parece haber llegado todavía. Los socialistas no podrían hacer en el poder sino una de estas dos políticas: o una política revolucionaria, sostenida por todas las fuerzas del proletariado, que conduciría inevitablemente a la guerra social, o una política conservadora, de concesiones incesantes a los intereses y la opinión burgueses, como la practicada por los laboristas ingleses durante el experimento Mac Donald. En el segundo caso, un ministerio socialista duraría menos aún que el primer ministerio Herriot después de las elecciones victoriosas del 1º de mayo. En el primer caso, salvo la acción de jefes superiores, con dotes excepcionales de comando, los socialistas serían finalmente desalojados del poder por los comunistas.
El destino del partido socialista francés podía ser el de reemplazar al partido radical-socialista. Pero este proceso requiere tiempo. Los radicales socialistas, aunque pierdan súbitamente su ascendiente sobre las masas pequeño-burguesas de las ciudades, conservarán por algún tiempo, sus clientelas electorales de provincias. Tienen viejas raíces que los defienden de una rápida absorción, sea por parte de la izquierda socialista, sea por parte de la derecha plutocrática. Su función no ha terminado. Y, mientras le estabilización democrática no se encuentre seriamente amenazada, su chance electoral seguirá siendo considerable.

José Carlos Mariátegui La Chira

Política alemana

La prolongada y exasperante crisis ministerial, resuelta en Alemania, después de una serie de maniobras y de fintas de los grupos parlamentarios, con un feble ministerio Luther, ha venido, casi enseguida de una análoga crisis francesa, a ratificar todo lo que ya sabíamos de la crisis del parlamentarismo. En Alemania, para obtener la mediocre y precaria solución Luther ha sido preciso que el mariscal Hindemburg, con esta admonición, ha dado a entender demasiado claramente su inclinación, prudente y mesurada pero firme, por el segundo término.
El parlamento no puede producir en Alemania un ministerio sostenido por una sólida mayoría. El bloque de derechas que llevó a Hindemburg a la presidencia del imperio está en minoría en el Reichstag. El bloque democrático y republicano que opuso la candidatura centrista de Marx a la candidatura derechista de Hindemburg, se encuentra desde hace algún tiempo roto, a consecuencia de un progresivo y lógico viraje a derecha de los partidos demócrata y católico. Por consiguiente, la única fórmula ministerial posible es la que ha producido penosamente esta crisis. Un ministerio de tipo más burocrático que político, salido de una combinación, no muy segura, de las derechas moderadas (partido popular alemán y partido popular bávaro) y de las izquierdas burguesas (partido demócrata y centro católico).
Este ministerio más o menos centrista no tiene mayoría en el Reichstag. Pero, en cambio, no tiene tampoco una oposición compacta. Sus adversarios se reparten entre las dos alas extremas de la cámara. Son, a la derecha, los nacionalistas y los fascistas; a la izquierda, los socialistas y los comunistas. I estas dos, o cuatro, oposiciones consideran los problemas y los negocios del Estado alemán desde diversos y opuestos puntos de vista.
La vida de un ministerio minoritario se explica por esta pluralidad y este antagonismo de las fuerzas adversarias. El ministerio vive del perenne desacuerdo entre las dos extremas. Su política consiste en buscar, en unos casos, el apoyo de la derecha y, en otros casos, el de la izquierda. Es una política de balancín y de equilibrio que debe esquivar a toda costa el riesgo de una votación en que las dos extremas puedan encontrarse, en algún modo, de acuerdo en el sí o en el no, aunque partan, como es natural, de principios radicalmente adversos.
Luther cree contar con los nacionalistas para la aprobación de su política interna y con los socialistas para la de su política exterior. Sobre este cálculo reposa toda la combinación ministerial que preside y dirige. Su política debe ser, con una curiosa equidad, reaccionaria dentro, democrática fuera. (Nada más alemán que esto -observarán socarronamente los franceses).
Pero este mecanismo de péndulo es, en la práctica, excesivamente delicado. La menor arritmia puede malograrlo. El gabinete es una nave que navega entre dos filas de arrecifes y que, para evitarlos, debe virar con precisión matemática unas veces a la derecha y otras veces a la izquierda. El menor golpe de timón equivocado, encallará a un lado o a otro.
El régimen parlamentario se ha salvado una vez más en Alemania; pero esta vez, en verdad, se ha salvado en una tabla. El tono y los bigotes militares de Hindemburg no permiten, además, hacerse demasiadas ilusiones sobre su seguridad en las futuras tempestades. La primera tempestad que turbe demasiado sus nervios puede decidir a Hindemburg a echarlo por la borda.
Los partidarios del parlamentarismo tienen razón para mostrarse melancólicos. Su sistema funciona todavía, regularmente, en la Gran Bretaña. Pero también ahí, cuando la amenaza de una huelga de mineros constriñe al gobierno conservador a una concesión de laborismo, el rol decisivo de la mayoría parlamentaria aparece asaz desmedrado y disminuido.
Hasta hace poco los partidarios del parlamentarismo se mantenían optimistas sobre el porvenir del régimen. Constatando los efectos del sistema de la representación proporcional, decían que había terminado la época de los gobiernos de partido y que había empezado la época de los gobiernos de coalición. Eso era todo. Pero los gobiernos de coalición funcionan cada día peor y menos. No solo es excesivamente difícil mantenerlos. Más difícil todavía, si cabe, es componerlos. La alquimia de las coaliciones y de las amalgamas no ha encontrado hasta ahora una fórmula siquiera aproximada.
La experiencia de los años post-bélicos ha probado la imposibilidad de constituir coaliciones homogéneas y duraderas. Como lo observa en Francia un diputado reaccionario, Mr. Mandel, las coaliciones no son realizables sino “por un juego de concesiones recíprocas, de ventajas descontadas que invalida la doctrina, disminuyen el valor combativo de los partidos, los solidarizan el uno al otro, en un renunciamiento mutuo y una política negativa”. El método de coalición se resuelve en un método de parálisis y de impotencia. Y la inestabilidad de los ministerios, acaba, de otro lado, por exasperar a la opinión, por ascendrada que sea su educación democrática, hasta persuadirla de la necesidad de una dictadura.
El remedio está para muchos en el abandono del sistema de la representación proporcional. Pero esta solución es de un simplismo extremo. La democracia, el parlamento, conducen fatalmente a la representación proporcional. La representación proporcional es una consecuencia, es un efecto. No se llega a ella por voluntad de los legisladores sino por necesidad del parlamentarismo. Y, en la presente estación del parlamentarismo, no se puede renunciar a la representación proporcional sin renunciar al propio régimen parlamentario. Como lo acaba de recordar Hindemburg a la democracia alemana, no hay modo de escapar al dilema: parlamento o dictadura.
En Alemania se observa, desde hace algún tiempo, un movimiento de concentración burguesa. Los partidos democráticos de la burguesía se han separado del partido socialista. Del gabinete presidido por Luther, forma parte Marx, el opositor de Hindemburg en las elecciones presidenciales. Marx, ministro de Hindemburg. He ahí, sin duda, un síntoma de que las diversas fuerzas burguesas se reconcilian. Todavía los demócratas y los católicos se sienten demasiado lejos de los nacionalistas, esto es de la extrema derecha. Pero, de toda suerte, las distancias se han acortado sensiblemente. Pero este camino se puede llegar a la constitución de un frente único de la burguesía.
Pero no se vislumbra, ni aún por este camino, la solución de la crisis del régimen parlamentario. Porque su vida no depende solo de que crea en él la burguesía sino, sobre todo, de que crea en él la clase trabajadora. En cuanto el parlamento aparezca como un órgano típico del dominio de la burguesía, el socialismo reformista cederá totalmente el campo al socialismo revolucionario. O sea al socialismo que no espera nada del parlamente.
José Carlos Mariátegui.

José Carlos Mariátegui La Chira

Política alemana. La crisis doctrinal del socialismo

Política alemana
Aunque acaba de obtener un triunfo enfático sobre la derecha nacionalista, el gabinete de coalición que preside Hermann Müller está deshaciéndose. La dimisión de su Ministro de Finanzas, Rudolf Hilferding, no es sino la abierta declaración de una crisis que se incuba desde las primeras jornadas de este ministerio heteróclito. Hilferding es la personalidad de más relieve entre los socialistas que forman parte del equipo ministerial de Müller. La celebridad del autor de “El Capital Financiero”, como teórico del socialismo moderno, se apuntala desde hace más de dos lustros en las reiteradas citas que de ese rubro contiene uno de los más universales volúmenes de Lenin. Luego, las requisitorias comunistas contra el reformismo de este convicto y confeso fautor de la colaboración de clases, no han sido el combustible menos activo de la notoriedad de su nombre. Pero ni su personalidad ni su reformismo lo han congraciado suficientemente con la burguesía industrial o bancaria de finanzas del partido mas fuerte del Reichstag. Los millones de votos del partido socialistas no pesan bastante al lado de la autoridad de este fiduciario implacable de la burguesía. Todo esto en régimen de estricta democracia y sufragio universal.
La interinidad del ministro Müller estaba prevista desde las difíciles gestiones de su constitución. Como todo ministerio de coalición entre fuerzas distintas y opuestas, el de Müller reposa en un compromiso precario. Que los socialistas intenten ejecutar cualquier plan que toque seriamente algún grueso interés capitalista. El partido populista le notificará sin demora la imposibilidad de contar con sus votos en el Reichstag.
Con la esperanza de salvar la coalición del naufragio, los socialistas han avenido a echar por la borda a Rudolf Hilferding. El sacrificio de este Jonás meticuloso y escéptico, que no irá a predicar a ninguna Ninive capitalista, no conjura ni resuelve el verdadero problema. Lo que a la industria y la banca representadas electoral y parlamentariamente por el Volkspartei le interesa no es que la social-democracia sacrifique a Hilferding, sino que sacrifique integra y radicalmente al socialismo. Con la misma condición gobierna en la Gran Bretaña el Labour Party y su elocuente pastor Mr. Mac Donald.
Los nacionalistas, como lo demuestra el plebiscito contra el plan Young, están batidos. Esto también lo ha decidido, sin deliberación explícita y visible, la burguesía de Schacht a la que también podríamos llegar en lenguaje más universal la burguesía de Stresseman. El pangermanismo y la revancha constituyen un programa inoportuno y romántico para la industria alemana que, sin mucha nostalgia, se ha pronunciado por el ahorro resuelto de la monarquía. Los más incandescentes nacionalistas no significan una amenaza para la República.
I, en tanto, las incógnitas de la estabilización capitalista, vale decir de la colaboración de clases, residen siempre en la economía. Los partidos burgueses de Alemania, y aún el partido socialista, han anunciado demasiadas veces la liquidación inminente y definitiva del partido comunista por dispersión de sus masas. Pero, como lo han demostrado recientemente las elecciones municipales de Berlín, mientras la desocupación siga arrojando obreros a la calle, a la extrema izquierda no le costará mucho esfuerzo mantener y aumentar sus efectivos electorales.

La crisis doctrinal del socialismo
“Monde” ha abierto una nueva encuesta, destinada a lograr una extensa resonancia que la de la literatura proletaria, que tanto contribuyó a la rápida popularización internacional del semanario fundido y dirigido por Henri Barbusse, con la contribución ilustre de hombres como Einstein, Gorki, Unamuno. Las encuestas, en la mayoría de los casos, no sirven lealmente al esclarecimiento de una cuestión. Los periódicos y las revistas de partido no pueden conducir una encuesta con suficiente rigor. Las amañan generalmente de acuerdo con la tesis que les interesa sacar victoriosa. Las encuestas, por esto, se encuentran bastante desacreditadas. Pero no por ser encuestas, sino (...).

José Carlos Mariátegui La Chira

El duelo de la política de Locarno o de la Sociedad de las Naciones

Los estadistas, los parlamentarios más conspicuos de Occidente han despedido a su colega el Dr. Gustavo Stresseman con palabras emocionadas. El elogio de Stresseman ha desbordado del protocolo. Stresseman era un hombre de Estado que desempeñaba con arte y fortuna la gerencia de la política exterior de Alemania. Sus colegas lo estimaban, sinceramente, por la valoración solidaria de su éxito y de su habilidad. Existe cierto sentimiento gremial, cierta solidaridad profesional entre los ases, entre los “virtuosos” de la política y el gobierno. I el duelo tiene en la política una fina y compleja gradación sentimental. La muerte de otros grandes ministros del Reich, -Erzberger, Rathenau- causó una condolencia menos viva en el areópago político de Occidente capitalista. Erzberger, Rathenau, caían asesinados por la bala de un reaccionario y, por consiguiente, de modo más dramático. Pero eran hombres, sobre todo Rathenau, de los que el instinto burgués de las potencias occidentales desconfiaba un poco. Rathenau profesaba ideas algo heterodoxas y bizarras de reforma social. Estaba en este estado de ánimo, sospechoso a la ortodoxia burguesa, proclive a la aventura y a la desventura, del alemán resentido y humillado de post-guerra. Si su “Defensa de Occidente” hubiese sido escrita a tiempo para enjuiciarlo, Henri Massis no habría dejado de señalarlo como un signo de orientalismo, de asiatismo de una Alemania disolvente e inmanentista. Rathenau había firmado en Rapallo, al margen de la conferencia de Génova, con Chicheri: y Rakovsky, ese tratado ruso-alemán, en virtud del cual Alemania, acosada por los aliados de Versailles, se volvía hacia la Rusia bolchevique. Stresseman, en tanto, es uno de los ministros de la estabilización capitalista, uno de los diplomáticos de Locarno y Ginebra, uno de los artífices de la política que ha restituido al Occidente, después de la escapada de Rapallo, la fidelidad y la cooperación de Alemania. I ha caído, agotado y congestionado por un violento esfuerzo por dominar a una asamblea de partido, en la que todavía se agitaba irreductible el resentimiento de una Alemania subconscientemente revanchista y militar. Los estadistas, los parlamentarios de Occidente sienten la muerte de Stresseman por este carácter patético de accidente del trabajo, mucho más viva y entrañablemente de lo que le habría sentido en otras circunstancias. Stresseman es la víctima de un género eminente y raro de riesgo profesional. Y con Stresseman la burguesía occidental pierde a uno de los más grandes y sagaces realizadores de sus planos de estabilización y economía.
Líder del Volkspartei, el Dr. Gustavo Stresseman representaba en la política alemana los intereses de la burguesía industrial y financiera. Su partido había sido también el de Hugo Stinnes y el de la “Deutsche Allgemeine Zeitung”. Partido de derecha que, piloteado por Stresseman con estrategia de diestro oportunista, no habría seguido a los nacionalistas en la empresa de restauración de la monarquía, sino en caso de que esta restauración hubiese sido exigida por razones reales y posibilidades concretas de la política alemana. Mientras la dirección de la República estuvo en manos de los partidos de Weimar, mientras entre estos partidos, el de la social-democracia no parecía aún bastante resistente al fermento revolucionario, el Volkspartei se mantuvo próximo a los nacionalistas, en una actitud de conservantismo transaccional y realista. Pero desde que se mostró evidente que la estabilización capitalista necesitaba en Alemania las formas democráticas y parlamentarias, para asegurarse la colaboración o, por lo menos, la pasividad de la social-democracia, Stresseman se convirtió en uno de los más disciplinados sostenedores de la República de Weimar. Cierto que la República de Weimar, con el correr de los años, se había transformado también en la República de Hindemburg. Pero, de toda suerte, imponía inexorable y duramente la liquidación de la impaciente esperanza monárquica de las derechas. La burguesía alemana tenía que aceptar los hechos consumados no solo en la vida doméstica sino también en la vida internacional. Stresseman comprendió la necesidad de colaborar, dentro con la República y la social-democracia, fuera con las potencias de la Entente y ante todo con Francia. El para el Volkspartei ni para Stresseman esta colaboración importaba un sacrificio. La burguesía contemporánea no es liberal ni conservadora, no es monárquica ni republicana. Stresseman, monárquico bajo el Imperio, anexionista durante la guerra, republicano con Hindemburg, pacifista después de la ocupación del Ruhr, es un representante típico del posibilismo burgués, del excepticismo operoso de una clase a la que preocupa la salvación de una sola institución y un solo principio: la propiedad.
Alemania no ha sobresalido nunca por su diplomacia. El arte de los tratados, de los entendimientos, de las reservas, de los apartes se ha mostrado un poco inasequible a sus políticos. Stresseman, en el ministerio de negocios extranjeros del Reich, adquiría por esto el relieve de una figura de excepción. En poco tiempo, entonó perfectamente su labor al espíritu de Locarno: espíritu de tregua y compromiso, revestido de elocuencia pacifista. No le costó ningún trabajo aconsejar a sus compatriotas la reconciliación con Francia y aún con Poincaré, el ministro de la ocupación de Ruhr. I, bajo este aspecto, su principal labor de diplomático y de componedor es la realizada en el Reichstag, en Alemania. Un ministro de la social-democracia, un ministro del partido demócrata y hasta un ministro del centro católico, aunque no hubiese sido más flexible que Stresseman, habría encontrado siempre crítica excesiva, vigilancia desconfiada en la Alemania conservadora y nacionalista. Contra Stresseman mismo, se han amotinado a veces las derechas. Pero a él sus antecedentes de hombre de derecha lo preservaban de las sospechas que habrían despertado las transacciones de un hombre de otro sector político. La Alemania conservadora y nacionalista, burguesa y pequeño-burguesa, sabía muy bien que su actitud, en la política extranjera del Reich, se inspiraba estrictamente en los intereses del orden capitalista. El Volkspartei es el partido de la industria. I tiene, por esto, una visión más realista, moderna y práctica de la política y la economía que el otro partido de derecha, el “deutsche national”, representante de la nobleza y la gran propiedad agraria.
Stresseman, político de clase, estaba dotado de un sentido preciso de los intereses capitalistas. Toda su obra, toda su personalidad tienen el estilo de expresiones acabadas del espíritu burgués de nuestro tiempo. Desembarazado de principios, Stresseman lo mismo que como ministro de la paz y la reconciliación habría podido sobresalir como Canciller de Guillermo II y de su imperialismo agresivo.
José Carlos Mariátegui.

José Carlos Mariátegui La Chira

Luther

Luther

Hace poco más de tres años, en enero de 1923, César Falcón y yo visitamos la Rathaus de Essen con el objeto de solicitar una entrevista al Dr. Luther, alcalde de esa comuna. Era en los días dramáticos de la ocupación del Rhur. Falcón y yo, reunidos por el destino en Colonia, nos habíamos trasladado a Essen a ver con nuestros propios ojos la ocupación. Y queríamos conocer e interrogar a los principales actores de este grave episodio de la post-guerra. El Dr. Luther no sufrió nuestra inquisición. No pasamos de su antesala. Supimos después que -acaparado por sus trajines- no se prestaba a interviews periodísticas en esa hora febril. Sobrio en sus gestos, sobrio en sus palabras, evitaba la exhibición.

No era el Dr. Luther un alcalde vulgar. Essen constituye un gran foco de la industria alemana. El Dr. Luther había probado en esta comuna estratégica su capacidad de administrador. Esta capacidad reclamaba un empleo más trascendente y una escena más amplia. El Reich había encargado, por eso, al Dr. Luther el Ministerio de transportes y abastecimientos de la región ocupada. Su cabeza afeitada y su chaqué burgués, habían adquirido instantáneamente el grado máximo de familiaridad con el público.

El primer gran escenario de Luther fue ese. Puedo, pues, decir que asistí en el Rhur, hace tres años y meses, al nacimiento de su reputación mundial. Registré en mi calendario el día en que el Dr. Luther -Herr Doktor Luther- empezó a ser Luther a secas.
Luther debutó en Ia alta política como generalísimo de la batalla del Rhur. Dirigió la resistencia pasiva que costó al Reich muchos millones de marcos papel. El Reich subsidiaba a los industriales para que pagasen a sus obreros; avituallaba las poblaciones ocupadas; sostenía en suma la huelga que, volviendo improductiva la cuenca del Rhur, debía persuadir a Francia de la inutilidad de guardar esta prenda. La batalla concluyó con la rendición de Alemania. El Estado alemán se sintió en Dresden al borde de la revolución. El marco papel se precipitó en la última sima de su bancarrota. Pero nadie miró en Luther al protagonista de una derrota. La del Rhur, en rigor, no lo fue casi para Alemania. La posesión del Rhur enseñó experimentalmente a los franceses que sus minas y sus fábricas valían bien poco si Alemania no continuaba administrándolas y explotándolas.

Más tarde, cuando el difícil equilibrio de los partidos en el Reichstag hizo imposible el predominio gubernamental de un bando, Luther presidió un ministerio administrativo de tipo burocrático que unas veces se apoyaba en la derecha y otras veces en la izquierda.
Este ministerio, que colocó muy en alto en Alemania su testa monda y rosada, naufragó en los arrecifes de la política parlamentaria apenas fue posible la constitución de este gobierno que preside ahora Marx, el líder del centro católico. Marx representa un programa de concentración burguesa que se parece mucho al que ahora encarna presentemente Poincaré.

Luther, de vacaciones, viaja ahora por América. Es decir, emplea sus vacaciones, su testa y su inteligencia en servicio del Reich ¿Qué mejor mensaje podría enviar el Reich a los alemanes de América? Luther es el prototipo de una estirpe un poco acremente satirizada por George Grosz, pero que fuera y dentro de Alemania es saludada y respetada aún como la representativa de la grandeza alemana. Luther es el espécimen más perfecto e ilustre del funcionario de Alemania. No se le puede acusar formalmente de monárquico ni de republicano. Monárquico bajo la monarquía, republicano bajo la república, Luther no está comprometido por ninguna actividad facciosa en pro de una u otra idea. Clasificado como hombre de la derecha, se mantiene a prudente distancia del sector extremo de esta. Tiene, más o menos, la misma posición de Hindemburg. Como hubo en la guerra una línea Hindemburg, hubo en la post-guerra una línea Luther. A nadie le sorprendería que reemplazase a Hindemburg en la presidencia de la república. Para este cargo Luther tiene, entre otros títulos incontestables, el de afeitarse la cabeza con el más ortodoxo gusto germano.

No es Luther un líder ni un caudillo. Conserva hasta ahora el continente y el ademán de burgo-maestre de Essen. Pero en esto reside precisamente su fuerza. Los líderes andan de capa caída. Poincaré, cuenta hasta ocho en su ministerio. A Luther le basta con su egregia foja de servicios de emérito funcionario, general de la más grave batalla de la paz.

José Carlos Mariátegui

José Carlos Mariátegui La Chira